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La boba, su hermana y las demás

en Dominación

Día 1

La detecto en una calle céntrica. Va tecleando en su móvil, confundida entre la gente. Camina despacio. Enseguida distingo su carita de boba sin remedio. Pero sobre todo, sus enormes tetas, que le obligan a chatear más lejos de lo normal. Viste pobremente, con una camiseta gastada, unos vaqueros viejos y unas zapatillas rozadas. La sigo un rato, hasta que se sienta en un banco, sin dejar de usar el teléfono.

Me siento junto a ella y me enciendo un cigarro.

  • Buenas tardes, guapa.

  • ¿Qué? ¡Ah! Buenas tardes, señor.

Mientras me saluda, me mira por un instante con sus ojos de corderilla. Luego vuelve a la pantalla, sin darme más importancia. Desde mi posición, veo con deleite el contorno de sus peras, que le llega hasta las piernas. El resto de su cuerpo está bien formado, exceptuando quizás el labio inferior de la boca, que cuelga más de la cuenta, dándole un aspecto de atolondrada.

Acabo mi cigarrillo. No sé muy bien cómo entrarle, para que no se asuste. Pruebo con los estudios.

  • ¿Y a qué curso vas, bonita?

  • Eh, ¿curso? ¿Del colegio? Ya estuve en el colegio. Ahora eso se ha terminado, señor. Mi hermana dice que no valgo para los libros, y yo creo que es la verdad.

  • Ah, bueno. Si lo dice tu hermana, nos parece bien.

  • ¿Usted conoce a mi hermana?

  • No lo sé, pequeña. Dime cómo se llama…

  • Se llama Elena Sánchez Foronda y tiene ya 20 años, es muy mayor. Trabaja en un sitio que tiene ordenadores y ella sabe mucho de eso y de todo. ¿Usted trabaja con mi hermana?

  • No, preciosa. Yo no trabajo con Elena. ¿Y tú cómo te llamas?

  • Yo me llamo Rebeca Sánchez Foronda. ¿Y usted cómo se llama?

  • Eduardo. ¿Y a quién escribes tanto?

  • No escribo mucho, porque es un rollo esto de las letras. Elena me ha comprado este teléfono para que le diga dónde estoy cuando salgo de casa. Pero como tardo mucho en escribir las cosas, estoy todo el rato con esto.

  • Rebeca, déjame ver.

La chica me pasa su móvil y veo los últimos mensajes. Le cuenta a su hermana que está paseando por la calle Mayor, y que se ha sentado en un banco de la plaza. No me nombra. Mejor.

  • Rebeca, vamos a hacer un pacto secreto.

  • ¿Un secreto, señor Eduardo? Eso parece divertido, pero no sé si sabré de esas cosas…

  • ¿Y si lo hago yo fácil todo?

  • Vale, eso mola mucho.

  • Venga, pues quedamos así. Yo te digo cómo tienes que hacerlo y tú lo haces. Vamos a probar. Cuéntame cómo es tu vida, pero a cambio no le dices nada de mí a tu hermana ni a nadie.

  • O sea, que yo no lo he visto nunca ni sé que se llama Fernando ni usted existe ni nada de eso, como si fuera invisible, ¿no?

  • Eso es, bonita. Yo no existo, aunque tú sabes que sí existo…

  • Eso, sólo lo sé yo y nadie más. Me gusta mucho, sólo yo. Ni Elena ni nadie.

  • Perfecto, pero te he dicho que me cuentes tus cosas.

  • Ah, sí, es verdad. Pues yo vivo con mi hermana, porque mis papás se murieron, y estoy siempre en casa, viendo la tele. Y como Elena trabaja mucho, pues yo hago las cosas de limpiar y las comidas y todo eso. Y cuando termino, salgo a pasear un poco, pero Elena me dice que no tengo que hablar con nadie y que le escriba dónde estoy.

  • ¿Y no hablas nunca con nadie?

  • No, porque además tampoco me dice nadie nada. Pero ahora estoy hablando, vaya. Perdone, qué lío.

  • No te preocupes, Rebequita, recuerda el secreto.

  • Ah, qué guay. Es verdad. Usted no existe, jijiji. Entonces no estoy hablando con nadie.

  • Eso es. ¿Te gusta el juego?

  • Me gusta mucho, porque Elena estará contenta, y yo también, las dos. ¿Y usted está contento? Ya sé que de verdad sí existe, por eso lo pregunto…

  • Jajaja, sí, estoy muy contento. Me encanta haberte conocido y que seas mi secreto.

  • ¿Yo también soy un secreto? ¡Bien! Entonces tampoco existo, jajaja. Usted no se lo tiene que contar a sus hermanos ni a nadie.

  • Vale, así lo haré.

Como suponía, esta criatura es lela, totalmente. Vuelve a su móvil. Escribe que llegará pronto. Su hermana le envía un emoticono con un beso. Le pido el teléfono otra vez y tomo nota del número.

  • Te llamaré cuando estés sola.

  • Claro, porque si no mi hermana se dará cuenta de que sí que existe usted, y se fastidiará el juego.

  • Muy bien, eres muy lista. Y tienes una cara y un cuerpo muy bonitos.

  • Qué va, señor Eduardo, no mienta, ¿no ve que tengo un pecho demasiado grande?

  • A ver…

  • Mire, son enormes, y pesan muchísimo…

Rebeca se vuelve hacia mí y pone la espalda recta, realzando sus melones exquisitos. Sus brazos caben a duras penas debajo, apoyados en las piernas. No lleva sujetador, y sus pezones bajos se le marcan con claridad en la camiseta gastada.

  • Son muy grandes, mi niña, es verdad. ¿A que no adivinas cómo me gustan a mí las tetas de las mujeres?

  • Jajaja, señor, pues no sé, normales…

  • No no no.

  • Pues pequeñas…

  • No

  • Vaya, pues grandes, no acierto una…

  • Eso es, Rebeca, me gustan muy grandes, como las tuyas.

  • Hala, pues me alegro mucho. Siempre se metían conmigo en el cole, y Elena me llama tetas gordas todo el rato para chincharme. Y eso que ella también las tiene muy grandes, pero un poco menos…

  • Vaya, ya veo. Pues yo creo que son fenomenales. Y también me gustan más cosas de ti…

  • ¿Sí? ¿Qué cosas, qué cosas?

  • Me gusta tu boca, me gusta tu lengua, me gusta que juguemos a ser secretos…

Esta tonta encantadora me está poniendo a cien. Me sonríe y me saca la lengua, bamboleando divertida las tetazas. Por la calle no pasa casi nadie, y todos van a lo suyo. Pero debo permanecer en mi sitio, aunque mi polla pide otra cosa.

  • Bueno, señor, me tengo que ir ya. Si me llama por teléfono, tiene que ser cuando Elena trabaja, por las mañanas. Bueno, y a veces se va de viaje también. Ya veremos, yo creo que pronto. Usted me ha dicho que le gustan mis tetas, mi boca y mi lengua. A mí me gusta su nariz, sus orejas y no sé qué más, jajaja…

  • Muchas gracias, encanto. No olvides que tienes que hacer lo que yo te diga.

  • Claro, así es más fácil, qué bien.

Cojo a mi Rebeca de la nuca y le doy un beso en la boca. Ella respira fuerte y entrelaza su lengua con la mía, sin retirarse. Le acaricio los pezones y se le ponen duros al instante.

  • Buf, señor Eduardo, qué rico. Nunca había besado con lengua, y menos mal que no existimos, porque si se entera Elena, me mata. Y encima me ha tocado las tetas, eso es una guarrada.

  • Te he besado y te he tocado las tetas porque me gusta. Haré lo que me guste contigo, no olvides que tenemos un secreto y yo digo lo que hay que hacer.

  • Pero las guarradas son malas, eso dice Elena…

  • Que diga lo que quiera. Nosotros dos somos invisibles, recuerda eso. Todos los juegos que yo me invente serán secretos y nadie más lo sabrá.

  • Sí, eso es muy divertido, es una cosa que me gusta mucho. Tiene usted toda la razón.

Nos levantamos y vuelvo a atornillarle un beso de despedida, sin poder evitar masajearle los melonazos bajo la camiseta. Ella pone los ojos en blanco mientras se deja hacer. Al separarnos, un hilillo de baba cae de su boca. Durante unos segundos se chupa el labio con la lengua, despacio, para secarlo, mirándome a los ojos.

  • Adiós, señor Eduardo. Muchas gracias por enseñarme a besar con lengua. Es riquísimo, y encima sin que se entere nadie, jajaja…

  • Hasta mañana, mi Rebeca.

Vuelvo a casa y busco a su hermana en internet. Está buenísima. Es clavada a Rebeca, exceptuando el aire atontado. Me duermo con una sonrisa.

Día 2

  • ¿Diga?

  • Hola, Rebeca, soy Eduardo, ¿te acuerdas de mí?

  • Jajaja, no, no conozco a ningún señor que se llame Eduardo.

  • Claro, muy bien, yo tampoco conozco a ninguna Rebeca, ¿qué haces?

  • Pues estoy fregando el suelo de la casa y estoy hablando por teléfono con un señor que no sé quién es porque pone “número oculto”.

  • ¿Y dónde estás?

  • En casa, ya se lo he dicho, en la calle Ramón Frutos 10, segundo izquierda…

  • ¿Y estás solita?

  • Sí, Elena ya se ha ido y no vuelve hasta las tres…

  • Pues voy a hacerte compañía.

  • No, no se puede venir a casa si es desconocido, aquí sólo entran los amigos de Elena y los tíos de Villafranca…

  • Y yo, a partir de ahora también yo.

  • ¿Sí? ¿Pero por qué?

  • Porque soy tu secreto y vas a hacer siempre lo que yo te diga.

  • Es verdad, perdone, es que es un poco lío esto de que no existimos y todo eso…

  • Yo te ayudo a que no sea lío, ya te lo dije ayer, simplemente obedéceme siempre sin preguntar tanto. ¿entendido?

  • Ay sí, señor Eduardo, pero no se enfade, que yo aprenderé, yo me porto muy bien…

  • Así me gusta.

Cuelgo el teléfono. Esa casa está bastante cerca. Es un edificio antiguo, descuidado. Llamo al portero automático y me abren sin contestar. Subo al piso.

  • Hola, preciosa.

  • Ay, hola, señor, esto es muy raro pero me gusta mucho.

La tonta lleva ropa de casa: el pelo recogido, una camiseta larga como vestido, y unos calcetines viejos. Habrá que mejorar todo eso. Pero primero la caliento un poco con otro beso profundo, mientras le pellizco los pezones. Ella se deja hacer, encantada.

  • Cuando me veas, tienes que ponerte guapa para mí.

  • ¿Guapa? ¿Se refiere a peinarme, ponerme ropa bonita y todo eso?

  • Así es. Como si fuésemos novios…

  • Jajaja, yo nunca he tenido un novio. Elena dice que soy muy pequeña y que no necesito esas cosas. Ella a veces tiene novios, pero pocas veces.

La chiquilla se acerca a mí de nuevo. Quiere más besos. Le agarro del culo mientras me lame la cara como una perrita, frotando sus tetazas con mi pecho. Está ya bastante cachonda. Menudo tesoro me he encontrado. Me siento en el sofá del salón, tomando posesión de la casa.

  • Ay, perdón, perdón, perdón. Aunque jugamos a que no existimos, no le he ofrecido nada de beber. ¿Quiere agua, cocacola…?

  • Quiero tu saliva.

  • ¿En un vaso?

  • No, mi pequeña, tu saliva en mi boca, más besos…

  • Jajaja, qué tonta, pues vale, anda que no son ricos los besos…

Vuelve a acercar su boca a la mía. Realmente son buenos sus besos, todo hay que decirlo. La acomodo a horcajadas sobre mí, levantándole la camiseta. Tiene unas piernas preciosas y un tipazo perfecto, pero sobre todo las ubres más increíbles de la historia. Pega su cuerpo al mío mientras seguimos jugando con las lenguas. Le agarro una tetorra y le retiro la braga a un lado para acariciarle el coño encharcado. Ella no dice nada, sólo jadea, me lame, disfruta como una loca. Tengo la polla muy endurecida bajo el pantalón. Me froto con su vientre. Consigo que se corra. Está desplomada contra mi cuerpo, feliz.

  • Lámeme más, me gusta.

  • A mí también me gusta mucho…

  • Eres una buena perra.

No contesta. Sigue lamiéndome. Le empujo la cabeza hacia abajo, y continúa su trabajo de perra lamedora. Siguiendo mis instrucciones, me desabrocha primero la camisa y luego la bragueta, hasta que le coloco la cabeza en su sitio, arrodillada entre mis piernas. Le agarro del pelo y le follo la boca. Es una chupapollas de primera. Al rato me corro en su garganta y tose.

  • Rebeca, muy mal, mi perra, tienes que tragarlo todo sin toser.

  • Ay, señor Eduardo, es que me ahogaba un poco. Perdone, no volverá a pasar, me aguantaré la tos. Es que yo no había hecho estas cosas nunca…

  • Bueno, te perdono. Pero tienes que mejorar.

  • Claro, señor. En cuanto me acostumbre lo haré todo como usted diga.

  • Ahora eres mi perra y yo soy tu amo. ¿Entendido?

  • Jajaja, claro, me gusta. Así podré lamerle y chuparle como una perra buena. ¿Y usted me tocará ahí abajo más veces? He sentido algo muy bueno, algo nuevo…

  • Si te portas bien sentirás eso cada vez que yo quiera. Se llama correrse.

  • ¡Bien! Este juego es lo más, mi amo, jajaja. Me gusta mucho correrse, o correrme, o como se diga. Me correré cuando usted quiera.

  • Así me gusta, me llamarás amo y yo a ti perra. Y el sitio de las perras, ¿sabes cuál es?

  • Pues no sé, en el rincón, en la cama, en el suelo…

  • Eso es, en el suelo mientras no te diga tu amo otra cosa. ¿Te acuerdas de todas las órdenes que te he dado hasta ahora?

  • No sé, mi amo. Pues que tenemos un secreto, que es que no existimos, y que me ponga guapa y que soy su perra, no sé qué más…

  • Está bien. Ahora me voy. ¿Cuándo vuelves a estar sola?

  • Luego viene Elena, comeremos juntas, se echará una siesta, después será ya por la tarde y a veces se va un rato, no lo sé.

  • Bien, pero mañana por la mañana sí estarás tú nada más, ¿no, mi perra?

  • Claro, ella trabaja, como hoy… Mi amo, no sé qué me pasa, pero cuando me dice perra tengo cosquillas y me acuerdo de cuando me pellizca aquí…

Rebequita, aún de rodillas, se levanta la camiseta. Sus enormes tetorras son un espectáculo indescriptible, del que es imposible cansarse nunca. Se señala los pezones, mirándome con su carita embobada. Le doy un cachete en cada pezón y saca la lengua, como pidiendo más. Vuelvo a azotarle las tetazas, ahora más fuerte. Ella permanece en su sitio, callada, con las mejillas sonrosadas, sosteniendo la tela. Sigo hostiándole, ahora en los melones y en la cara. Estira el cuello, quiere más bofetadas en su carita de imbécil. La complazco.

  • Córrete otra vez, perra.

  • ¡Sí, mi amo!

La pobre se deshace de nuevo, dejando caer sus brazos. Acaba de tener su segundo orgasmo, sin necesidad de tocar su coño de perra. La dejo en el suelo y me dirijo a la puerta. Ella se da cuenta, se repone y gatea a mi lado.

  • Me da pena que se vaya, mi amo. Pero tengo que acompañarle hasta la puerta, ¡soy su perra!

  • Muy bien, pequeña. Nos vemos pronto.

Camino por la calle sin quitarme de encima la imagen de esa chiquilla disfrutando de mis mandobles, con esas ubres inmensas ofrecidas y encantada de ser azotada y abofeteada. Llego a casa, como, descanso un poco, y la perra permanece en mi mente. Tengo que volver a verla, hoy mismo.

  • ¿Rebeca?

  • ¿Sí, mi amo? –responde en voz baja.

  • Ya veo, tu hermana está en casa, durmiendo la siesta. Baja al portal un momento, perra.

  • Sí, mi amo.

Me había quedado con ganas de más idiota tetuda y no podía esperar hasta mañana. La arrastro a un rincón de la escalera y le arranco las bragas. Le doy media vuelta, la subo a un escalón y le meto la polla en el culo, agarrándole la boca con mi mano. Tiene mis cuatro dedos entre los dientes, pero aún acierta a lamerlos con ansia. Le saco los melones por el escote y se los aplasto contra la pared. Me voy a vaciar en sus intestinos.

  • Córrete, perra.

  • ¡Aaaah!

La empujo hasta mi polla y le hago limpiarla bien. Nos ponemos las ropas en su sitio y le despido con un azote en el culo que la lleva escaleras arriba. Aún gira su carita antes de desaparecer. Una sonrisa de oreja a oreja se dibuja en su cara.

  • Adiós, mi amo. Muchas gracias.

Vuelvo a casa, con sus bragas rotas en el bolsillo. El pequeño desahogo me ha dejado más tranquilo. Pienso en la hermana durmiente y decido investigarla un poco más. En un rato, tengo ya todos sus datos: dónde trabaja, sus aficiones, sus gustos, su vida en mis manos. Duermo pensando en el futuro.

Día 3

Al despertar, llamo de nuevo a Rebeca.

  • Buenos días, mi perra.

  • Buenos días, mi amo. Le tengo que contar una cosa. Ayer, cuando subí, Elena se despertó con el ruido de cerrar la puerta. Me preguntó que si había salido y le dije que sí, que había bajado un momento.

  • ¿Inventaste alguna excusa?

  • No, mi amo. No supe qué decirle. Me cogió el móvil y estuvo mirando las llamadas esas de “remitente desconocido”. Yo le dije que no sabía nada y ella se enfadó mucho.

  • Bueno, eso lo voy a arreglar. Te llevaré otro teléfono, y será secreto. Lo esconderás muy bien. Esta llamada la borraré luego.

  • Buf, menos mal. Yo ya no sabía qué iba a pasar. Pero ahora Elena está mosqueada y me ha dicho que si pasa algo raro otra vez, me quitará las llaves de casa.

  • Bien, eso también lo arreglaré esta misma mañana.

  • Es usted un señor muy listo, mi amo. Me gusta que no se enfade y diga que lo arreglará todo. ¿Va a venir a verme hoy?

  • Claro, mi perra. En un rato estoy allí.

  • ¡Viva!

Esta tetuda es un tesoro. No es poca cosa que esté tan contenta conmigo. Creo que hasta le estoy cogiendo cariño. En fin. La perra me abre la puerta, arrodillada. La miro y me cago en dios, qué pedazo de hembra. Se ha arreglado para mí. Le cojo de la barbilla y le hago ponerse de pie. Sonríe satisfecha. Sabe que está de muerte. Lleva la melena peinada y suelta, la cara ligeramente maquillada, una gargantilla negra, un vestido de tirantes pegado al cuerpo, a punto de reventar por sus inmensas tetas, y unos zapatos de tacón atados al tobillo. Se gira coqueta. Es consciente de que también su culo impresionante, sus piernas, todo, es un regalo inigualable de la naturaleza, para mí.

  • Menudo cambiazo, mi perra.

  • ¿Le gusta, mi amo? Le he robado a mi hermana estas cositas un rato. Luego las pondré otra vez en su sitio. Me duele un poco el culito por lo de ayer, pero me gusta mucho, porque así estoy todo el rato acordándome de usted.

  • Muy bien, pequeña.

Me siento en el sofá, y mientras me la chupa borro mis llamadas de su teléfono. Acabo en su cara, y se relame satisfecha de verme contento.

  • Córrete.

  • ¿Así, de repente, mi amo?

Le cruzo la cara.

  • He dicho que te corras, no que me respondas.

  • Perdón, mi amo. Me ha sorprendido, no me lo esperaba.

Cierra los ojos, en su posición de rodillas, y se concentra. Le arreo un par de hostias en los melones, para ayudarle. Se corre al momento. Es un milagro del cielo. Su cuerpo perfecto merece ser enrojecido, apretado, azotado. Le digo que espere así un rato, que voy a arreglar los asuntos que tenemos entre manos. Antes de bajar, busco unas pinzas de la ropa y le coloco una en cada pezón, sacándole las ubres por el escote. Me llevo las llaves.

En un momento, vuelvo. Le he comprado el teléfono nuevo y he hecho una copia de las llaves para mí. Le ordeno abrir los ojos.

  • Aquí tienes tu teléfono secreto, perra. Escóndelo bien. Le he quitado el sonido y la vibración, así que en cuanto te quedes sola tendrás que estar pendiente de él.

  • Gracias, mi amo, así lo haré. Y me encanta tener las pinzas puestas, es una sensación nueva y muy buena.

  • También he hecho una copia de las llaves para mí. Si tu hermana te pide las tuyas, dáselas sin rechistar.

  • Qué bien, me encanta cómo lo soluciona todo, mi amo.

  • Eres una buena perra. Ahora me voy. Nos vemos pronto.

  • ¿Puedo pedirle una cosa, amo?

  • Dime, mi perra.

  • Por favor, si tiene un poco de pis, me gustaría mucho beberlo, porque es una guarrada que siempre he querido hacer, pero no he podido.

  • Ponte de pie y desnúdate, despacio.

  • Sí, mi amo.

La perra se incorpora, aún con las pinzas en las tetas, y empieza a desnudarse para mí. Las ropas de su hermana le sientan muy bien, pero desnuda está perfecta. Aún con los tacones puestos, la llevo del pelo al baño y la coloco junto a la taza. Ella abre la boca y saca la lengua, sonriendo. Le meo en la cara y traga todo lo que puede. Cuando acabo, lame los restos de mi polla y vuelve a cerrar los ojos, ilusionada por unos cuantos bofetones más, que le arreo encantado.

  • Córrete otra vez, perra.

  • Ay, sí, gracias, mi amo…

La dejo con sus convulsiones en el suelo del baño y me voy. Tengo que visitar a su hermanita.

La oficina está algo alejada, y me acerco en taxi hasta allí. Sólo será una toma de contacto. Consigo que me atienda ella, con la excusa de hacerme un seguro de hogar, y me muestro educado, simpático y galante. Ella sabe realzar sus evidentes atractivos, y lleva un escote bastante descarado, que miro sin recato. Sus tetas son enormes; no me parecen mucho más pequeñas que las de su hermana.

  • Me alegro de que me haya tocado una señorita tan atractiva.

  • Gracias, señor. ¿Distancia a un curso fluvial?

  • No, la casa no está cerca de un río. ¿A qué hora sales, preciosa?

  • Jajaja, no sea usted así, no le conozco de nada…

  • Pero yo a ti sí, hermosura. Te llamas Elena Sánchez, tienes 20 años, una hermana más pequeña, y sois huérfanas.

  • ¿Cómo sabe usted todas esas cosas? Me está dando miedo…

  • No temas, pequeña. Soy detective privado y me sé la vida de casi todo el mundo.

  • ¿Detective? ¡Qué interesante! Seguro que tiene mil historias que contar…

  • Claro que sí. No tengas ningún miedo; no me has dicho a qué hora sales.

  • Ah, perdón. Salimos de aquí a las dos y media, pero luego voy a casa a comer con Rebeca. La pobre es un poco corta, y me tengo que ocupar siempre de que no le pase nada. Además, aún es bastante pequeña y no se vale por sí misma.

  • Me gusta que me cuentes los detalles de tu vida. Y además, me gustas tú.

  • Qué zalamero es usted, señor. La verdad es que me pica la curiosidad. ¿Nos vemos esta tarde, a las seis, en la cafetería Frutos?

  • Ah, sí, la conozco, está en la calle que se llama igual…

  • Sí, jajaja, nos tomamos algo y me cuenta sus historias, ¿vale?

Esta chica es tan inocente como su hermana. Algo más avispada, pero igual de sencilla. Sus tetorras suben y bajan acompasando su respiración. Le digo que no me convence el seguro y me voy, no sin antes plantarle un par de besos agarrándole de la cintura.

  • Vamos a intercambiarnos los teléfonos. Recuerda, me llamo Eduardo.

  • Claro, tengo buena memoria. Hasta luego, señor Eduardo.

Salgo de la oficina de Elena y vuelvo a casa dando un paseo. Llamo a mi perra.

  • Hola, perra.

  • Hola, mi amo. Ya ve, he visto su llamada a la primera. Estoy todo el rato mirando el  teléfono nuevo.

  • ¿Qué haces?

  • Estoy haciendo la comida para cuando venga Elena.

  • ¿Y estás de pie?

  • Sí, claro, cuando hago la comida estoy de pie…

  • Muy mal.

  • Lo siento, mi amo. Ya estoy en el suelo, de rodillas. Y me encanta, la verdad. No sé qué tiene usted…

  • Lo que tengo es una perra inútil. Cuando hables conmigo tienes que estar en el suelo, ¿entendido?

  • Sí, mi amo, no volverá a pasar.

  • Bien. Te llamo para contarte que he conocido a Elena, y esta tarde tenemos una cita. Cuando se despierte de la siesta, ayúdale a ponerse guapa para mí.

  • ¿Ha conocido a mi hermana y van a verse hoy mismo? ¡Qué bien, me encanta que mi amo quede con mi hermana! ¿Cómo quiere que se la prepare?

  • La quiero bien arreglada, con los labios pintados de rojo y la ropa interior a juego. La quiero dispuesta, vestida explosiva, preparada para ser mía.

  • Su perra hará todo lo que quiera para que no se enfade más, mi amo.

  • Así me gusta, Rebequita.

Cuando llegan las seis de la tarde, busco un sitio discreto para espiar. Veo a Elena que sale de su casa y se dirige al bar, en su misma calle. Lleva el mismo conjunto que se ha puesto Rebeca esta mañana. Llamo a mi perra.

  • Perra, ya veo que tu hermana mayor se ha puesto lo mismo que llevabas tú antes.

  • Sí, mi amo. Espero que le guste así. Yo misma le he pintado los labios y le he elegido las bragas y el sujetador rojos, que se compró para la nochevieja.

  • ¿Y no ha protestado por todo eso?

  • No, mi amo. Antes le he dado las llaves y el teléfono y le he dicho que no necesitaba todo eso, que no volvería a salir de casa si no estaba ella. Como estaba muy contenta, se ha dejado arreglar como yo le decía.

  • Muy bien, mi perra. Voy a encontrarme con ella. Supongo que estás en el suelo mientras hablas conmigo.

  • Sí, mi amo, ni lo dude. Soy su perra y estoy en el suelo, a cuatro patas. Bueno, a tres, porque llevo el teléfono en una mano…

  • Jajaja, muy bien. Siempre de rodillas, y además con las tetas fuera, así te quiero.

  • Ay, pues ya me las saco, perdón. Ya está. En esta postura, los pezones pegan contra el suelo y está frío… ¡Qué rico!

  • Frótalos bien y córrete. Adiós.

  • ¡Ahhhh! ¡Gracias, gracias, gracias!

Entro al bar y me dirijo hacia Elena, que se ha sentado en una mesa del fondo. No hay más clientes: mejor, así tendremos algo de intimidad. La camarera china trastea en su móvil, absorta.

  • Hola, Elena, te he traído caramelos de limón.

  • ¿De limón? ¡Son mis favoritos! ¡Gracias, gracias, gracias!

Me resulta encantador que esta tetuda repita las mismas palabras que su hermana tonta, vestida igual que ella cuando me la chupaba hace un rato. Desenvuelve un caramelo y se lo mete en la boca, feliz. Los tirantes del sujetador evidencian su color rojo.

  • Pues a mí me gusta mucho la ropa interior roja, guapa.

  • Uy, qué vergüenza. Es que mi hermana ha insistido en que me pusiera así…

  • Pues tiene buen gusto, esa Rebeca.

  • Jo, se acuerda de los nombres y de todo. Menos mal que parece una buena persona. Eso de ser detective es un puntazo. ¿Me va a contar muchos secretos de la gente?

  • Claro que sí, si confías en mí, cariño.

  • Vale, me parece bien. ¿Qué quiere que haga?

Esa pregunta inocente me la pone dura al instante. Retiro un mechón de pelo de su cara y le acaricio la mejilla. Ella sonríe, vergonzosa y mimosa.

  • Quiero que me enseñes el caramelo que llevas en la boca.

  • ¿El caramelo? ¿Por qué?

  • No debes hacer preguntas.

Saca su lengua, con el caramelo, y mantiene la boca abierta para mí. Le cojo las manos. Está temblorosa, pero sigue mostrando el dulce, a la espera de mis órdenes. Con sujetador y todo, sus pezones se clavan en el vestido. Está mojada.

  • Muy bien, Elena. Ya puedes cerrar la boca. Sólo quería saber si confiabas de verdad.

  • Ay, pues claro. Me he puesto un poco nerviosa, pero está bien, señor.

  • Como te estás portando fenomenal, te voy a contar una historia. Esto era una mujer que se comió un caramelo mágico y empezó a sentir calor, un calor que le hacía respirar más fuerte, que le hacía encontrarse muy bien, como en el cielo…

  • Ay, señor, ésa soy yo…

  • Eso es, mi vida.

Le aprieto más fuerte las manos y acerco mi boca a la suya. Vuelve a sacar la lengua. El caramelo ya se ha consumido. Nos besamos con pasión. Le suelto las manos y me rodea el cuello. Nos abrazamos. Sus tetorras están aplastadas contra mi pecho. Le acaricio sobre la ropa, la parte superior del culo, el lado de una teta…

  • Ay, don Eduardo. Me tiene usted cachondísima.

  • Pues vamos a tu casa.

  • Pero está mi hermana…

  • Sube tú primero y haz que se meta en su habitación. Luego me abres y follamos en la tuya.

  • Sí, me apetece mucho…

Elena se va del bar. Espero unos minutos y subo a la casa. Me recibe con el conjunto de lencería rojo. Una hembra tan espectacular como su hermana, desde luego. Me tumbo en su cama y me hace un estriptís. Luego, ya desnuda, se acerca a mi polla y me la chupa con entusiasmo, para metérsela luego en el coño. La follo agarrándole las ubres, con furia. Nos corremos. La dejo tumbada y me largo. Ahora soy el amo de la pequeña y el novio de la mayor. No está mal, para sólo tres días.

Día 4

Entro en la casa. Rebeca está viendo la tele, sentada. Cuando me ve, baja al suelo, se saca los melones y se acerca hacia mí, gateando. Ocupo su sitio en el sofá.

  • Hola, mi amo. Ayer Elena me trató muy bien después de estar con usted. Me dijo que era un señor muy especial, que parecía un mago. Luego quiso celebrar que lo había conocido, y bebimos vino.

  • Vaya, así que os emborrachasteis a mi salud…

  • Pues sí. Mi hermana no me deja beber nunca, pero ayer fue distinto. Y todo gracias a usted.

  • Déjame adivinar: luego os pusisteis cariñosas.

  • ¡Sí! A ver si va a ser un mago de verdad… Pues sí, después de beber mucho vino empezó a contarme que usted le había regalado caramelos de limón, que le había besado, y todo lo que me contaba lo hacía conmigo a la vez. Ella se portaba como si yo fuera usted. Era raro, pero muy divertido. Luego fuimos a su habitación, y se desnudó para mí. Yo también me desnudé. Y después estuvimos jugando a que hacíamos guarradas, con el chocho y las tetas, mucho rato.

  • Vaya con las hermanitas tetudas. Lástima no haber estado allí, perra.

  • Espere, que no he terminado. Como yo veía que ella quería que yo hiciera de usted, se me ocurrió hacer las cosas tan ricas que hace siempre conmigo. Entonces le agarré los pezones, luego le di azotes en las tetas, y luego también en la cara. Ella se movía como si quisiera más, y yo seguí así, venga otra bofetada, y todo eso. Al final nos dormimos abrazadas, como cuando éramos pequeñas. Y esta mañana se ha levantado muy contenta, sin reñirme por nada de lo que pasó ayer. Le he preparado el desayuno, como todos los días, y me sonreía y me acariciaba. Luego, antes de irse, me ha dado un beso en la boca, largo largo. Está súper cambiada. Yo creo que usted le hace mucho bien, como a mí, mi amo.

  • Me estás dando muy buenas noticas, perra. Anda, sube.

  • Sí, mi amo.

La historia que me acaba de contar mi perra es increíble. Ahora resulta que su hermana es también una cerda viciosa. Pero qué chollo me he encontrado, por dios. Coloco a la perra abrazada sobre mí y la desvirgo. Nos corremos juntos.

  • Buena perra. ¿Te ha gustado que te meta la polla en tu coñito?

  • Buf, sí, mi amo. Cada día me lo paso mejor con usted. ¿Vendrá esta tarde también?

  • No lo sé. Hablaré con Elena. Pero tú, mientras yo no esté, tienes que seguir haciendo de mí. Me gusta.

Echo una meada en la garganta de mi perra y me voy de compras. Esas dos putitas tienen poco vestuario adecuado para mí. Encargo que envíen todo a su casa. Luego llamo a Elena.

  • Hola, mi amor.

  • Hola, don Eduardo. Disculpe, pero no me sale tutearlo. Ayer disfruté mucho con usted.

  • Seguro que también disfrutaste después, con tu hermanita…

  • ¿Con mi hermana?

  • No tienes que disimular. Te dejé muy cachonda y si luego te pusiste cariñosa con ella, es lo más lógico…

  • Ay, señor, con usted no se pueden tener secretos. Pues sí, luego le empecé a contar lo maravilloso que es usted y una cosa llevó a la otra… ¿De verdad que no le parece mal?

  • Me parece perfecto. En esta vida hay que disfrutar, siempre que se pueda. Y si yo no estaba, tu hermana seguro que ocupó muy bien mi lugar…

  • Pues no lo voy a negar. Lo pasé muy bien, imaginándome que ella era usted. La pobre hizo todo lo posible por complacerme, como siempre…

  • Genial. Pues ya sabes, a partir de ahora, tu relación con Rebeca va a ser esa. Tienes que comportarte como si ella fuese yo. Ya has visto que eso te conviene.

  • Qué cosas más raras me pasan, don Eduardo, pero estoy de acuerdo en que todo esto es bueno. ¿Lo veré esta tarde?

  • Sí, me pasaré un rato por tu casa. Y no olvides nuestro pacto.

  • No lo olvidaré. Besos, y muchas gracias por su comprensión.

Llamo al timbre. Subo. Elena me recibe en la puerta. Se me echa al cuello, entusiasmada.

  • ¡Qué cantidad de cosas me ha comprado! ¡Y es todo precioso! ¡Gracias, gracias, gracias!

  • Claro que sí, cariño, tú te mereces eso y mucho más. ¿Qué tal llevas la tarde?

  • He estado con Rebeca, atendiéndola como si fuera usted. Ella me hace unas cosas…

Le agarro del cuello y la tumbo en el suelo de un bofetón. Luego le meto la punta de mi zapato en el coño, y mientras muevo el pie, le pregunto:

  • ¿Cosas como éstas?

  • Buf, don Eduardo, sí, cosas así…

  • Me parece muy bien. Tienes una hermana que es un tesoro, ¿no?

  • Sí, don Eduardo. Es una niña impresionante.

  • Bien, pues se merece que le demos algún capricho. Sácala de su habitación y preséntamela. Pero nada de harapos. Las dos vestidas con mis cosas.

  • Pero es muy pequeña e inocente…

  • De eso nada. Si sabe sustituirme en mi ausencia, es ya lo suficientemente mayor.

  • Pero…

Al segundo pero, mi mano se lanza como un resorte. Empiezo a sacudir a esa puta, con saña. Ella se asusta un poco, y acude a prepararse con su hermanita. Yo me sirvo un whisky y espero.

En cuestión de minutos, aparecen las dos de la mano. Se han puesto la ropita nueva de rameras que les he comprado; taconazos, minifaldas, tops ajustados… Esas cuatro tetazas son cuatro soles, ahora de mi propiedad.

  • Señor, le presento a mi hermana Rebeca.

  • Oh, es muy bonita también. Ven, pequeña, dame un besito.

La perra se acerca a mí, sonriendo, y me da un beso en la mejilla, acompañado de un lametón disimulado.

  • Hola, señor, encantada de conocerle.

  • Me ha dicho tu hermana Elena que has estado muy cariñosa con ella, haciendo como que tú eras yo. Eso me gusta. Quiero veros.

  • Sí, señor. Elena, al suelo.

  • Pero Rebeca, eso era sólo un juego…

Esta perra es fantástica. Ha pasado el umbral de lo correcto: no sólo hizo gozar ayer a su hermana borracha con sus hostias, sino que hoy ha conseguido domesticarla. Intervengo:

  • Elena, tu hermana te ha dicho que vayas al suelo. ¿No la vas a obedecer?

  • Sí, don Eduardo, ya voy. Es que me da vergüenza, delante de usted…

  • No te preocupes, me parece bien. Continuad.

Rebeca continúa en su papel, tan bien aprendido.

  • Elena, ¿qué eres?

  • Soy… soy su perra.

  • ¿Y yo quién soy?

  • Tú eres mi hermana pequeña, Rebeca…

  • No no no…

  • Aaay. Usted es mi amo, don Eduardo…

  • Así mejor, mi perra. Ahora chúpame los pies.

Asisto a la gloriosa transformación de esas dos criaturas. Por un lado, mi pequeña perra Rebeca, representando el papel de mí mismo a la perfección, un amo que somete a su mascota con firmeza. Por otro lado, mi nueva novia Elena, que saca de su interior la verdadera perra arrastrada que llevaba escondida. Y todo sin el menor esfuerzo por mi parte. Elena le lame los pies a su hermanita, que me mira feliz y orgullosa por su trabajo bien hecho.

  • Estáis portándoos las dos muy bien. Me gusta que juguéis juntas para mí. Pero ahora, aprovechando que estoy en persona, ya no hace falta que Rebeca haga de mí, ¿no creéis? A ver, Elena, ¿entonces eres mi perra?

  • Lo siento, don Eduardo, esta hermana mía no sé qué tiene en la cabeza. Me ha llevado a hacer y decir cosas que ni me imaginaba… Aunque usted ha dicho que le parecía bien…

  • Claro que me parece bien, mi perra. No te preocupes por nada. A ti te gusta ser humillada, despreciada y tratada como la cerda que eres. Y yo estoy aquí para complacerte.

  • Buf, tiene usted razón, se me encharca el coño sólo de oírle. Pero me preocupa mi hermanita, que no tiene ninguna experiencia…

  • Con la pequeña Rebeca no vamos a tener ningún problema. Ya has visto que sabe tratarte a las mil maravillas. De hecho, le vamos a dejar participar siempre en nuestros juegos. Elena, tú limítate a hacer lo que te digamos. Rebeca, mi perra, demuéstrale a tu hermana mayor lo que sabes hacer…

La tetuda pequeña gatea hasta mi polla y se la mete entera en la boca. Elena mira asombrada. Follo con fuerza la garganta de la tonta, y acerco del pelo a Elena.

  • ¿Ves, Elenita? Tu hermana pequeña sabe muy bien cuál es su cometido. Ahora tú.

  • De verdad que es usted un mago, mi amo. Nunca hubiese imaginado que Rebequita supiera hacer esas cosas…

  • Calla y traga tú ahora, cerda.

  • Sí, mi amo.

Elena se afana en engullir todo mi rabo. Indico a Rebeca que le empuje la cabeza, para enseñarle a tragar igual de bien que ella. Elena acaba por aflojarla faringe y dejarse llevar. Mis huevos chocan con su barbilla una y otra vez. Me voy a correr. Saco mi polla y riego las caras de esas dos tetudas con mi semen. Les hago limpiarse con la lengua la una a la otra. Luego me pongo a mear. Rebeca traga entusiasmada; su hermana acaba imitándola. Luego la pequeña se dirige a mí.

  • Amo, muchas gracias por su pis. Estaba muy rico.

  • Así me gusta, mi perra. Cerda, aprende de tu hermana pequeña.

  • Yo… Perdón, mi amo, es que estoy muy sorprendida… Yo le agradezco mucho su meada y todo lo demás. Rebeca es mucho más lista de lo que yo creía y hace las cosas mucho mejor que yo. Y tiene las tetas más grandes. Y es más joven. Todas esas cosas hacen que yo sea peor, que merezca menos la atención de usted. Y realmente, saber que soy una segundona despreciable me pone a cien.

  • Perfecto, preciosa. Has dado en el clavo. Rebeca es mi favorita; es mi perra y yo su amo. Y tú eres, a partir de ahora, la perra a las órdenes de tu hermanita y mi cerda para todo. ¿Entendido?

  • Sí, mi amo. Intentaré servirles como mejor pueda.

  • Muy bien. De momento no vas por mal camino. Trae las pinzas de la ropa. Me apetece que os adornéis para mí. Gateando, por supuesto.

  • Sí, mi amo.

Miro cómo se aleja Elena a cuatro patas. Tiene unas tetorras fenomenales, que me parecerían perfectas si no fuera por la inmensidad de las de la tonta. Esta pequeña permanece junto a mí, a la espera de las pinzas. Su hermana vuelve con la cesta en la boca. Les hago ponerse una en cada pezón y dos más para sus clítoris. El hermoso espectáculo de esas dos jovencitas tetudas degradadas me excita, y les arreo unas hostias en las ubres que hacen caer las pinzas, que se vuelven a poner enseguida.

  • Córrete, perra.

  • Sí, mi amo. Muchas gracias.

  • Tú, también, cerda.

  • ¿Ahora? ¿Así? No sé si puedo, de repente…

  • He dicho que te corras tú también, cerda.

Esta Elenita no sabe que su hermana está totalmente domesticada. La ve correrse a mi orden, muy sorprendida, pero cuando le cruzo la cara acaba teniendo también un orgasmo.

  • Cerda, te correrás cuando yo diga. Igual que tu magnífica hermana.

  • Sí, mi amo. Son tantas cosas inesperadas…

  • Ahora me voy. Recordad las dos vuestro puesto.

Me acompañan a la puerta. Agarro de las tetas a Rebeca y la alzo para darle un beso en la boca, sin prestar atención a Elena. La cerda se acerca y la retiro de un mandoble en la cara.

Día 5

Elena está trabajando ya. Subo a ver a Rebeca. Mientras me masajea la polla entre sus tetazas, le hago contarme la noche.

  • Mi amo, ha estado todo muy bien. Ahora Elena ya no me manda hacer nada. Le mando yo todo el rato. Cuando usted se fue, la puse a hacer la cena y luego ella fregó la vajilla. Me apetecía ver la tele un ratito y mientras ella me chupaba el coño, de rodillas en el suelo. Luego le meé en la boca y me acosté en su cama, que es más grande, y le dije que ella se quedara en la alfombra. Esta mañana, antes de irse al trabajo, me ha hecho el desayuno. Mientras me lo daba, le he dicho que se corriese y se ha corrido. ¿Lo he hecho bien, mi amo?

  • Claro, mi perra. Ahora las cosas están muy bien. Vístete, que vamos a un sitio juntos.

  • Por favor, don Eduardo, ¿puede darme antes unas bofetadas?

  • Ay, mi perra caprichosa. Toma, putilla, te las mereces…

Rebeca se viste, siguiendo mis órdenes, con una blusita blanca, una minifalda plisada gris y unas sandalias de plataforma, además de recogerse el pelo en dos coletas. Lleva los labios de boba pintados, y su aspecto general recuerda a una fantasía japonesa inigualable. La llevo de la mano, un pasito por detrás de mí, y los hombres van tropezándose a nuestro paso. Entramos en una tienda de tatuajes. Una adolescente muy mona, con la media   melena negra pegada a la cara, nos recibe tras el mostrador.

  • Buenos días, ¿qué desean?

  • Hola, hermosura. Mira, te traigo a mi perra tetuda para que le pongas unos aros en los pezones y en el coño, como esos del escaparate.

  • Jajaja, su perra tetuda. Qué locos están todos en este barrio. Pero si eres una cría, por Dios.

  • Tú limítate a hacer tu trabajo y a cobrar. No me gustan esos comentarios. Y dirígete a mí. La perra está aquí para obedecerme, no para charlar contigo.

  • Oh, perdón, señor, ya está entendido todo. Yo a lo mío. Ven, pequeña, pasa ahí y desnúdate.

  • Me voy a tomar algo. ¿Cuánto tardarás?

  • Bueno, depende de la piel de esta niña. Si todo va bien, en una hora está lista.

Entro en un bar y me tomo una cerveza, mientras anillan a mi perra. Cuando han pasado cinco minutos, me doy cuenta de que dispongo aún de un montón de rato. Cojo un taxi y voy a ver a Elena. Me siento en su mesa. Sus compañeros nos miran de reojo, mientras teclean. Hablamos en voz baja.

  • Hola, cerda. Rebeca me ha dicho que te has portado muy bien.

  • Buenos días, mi amo. Sí, como usted dijo que la obedeciera, ahora hago todo lo que me dice. La verdad es que me encanta esta nueva vida.

  • Eres una magnífica puta despreciable, me alegro de haberos descubierto a las dos. Levántate, ve al baño, quítate el tanga, suéltate el pelo, desabróchate dos botones de la blusa y vuelve.

  • Sí, mi amo.

La cerda vuelve con el tanga escondido en el puño. Lo va a meter en un cajón cuando le digo que me lo de. Me lo guardo en el bolsillo.

  • Así, muy bien. Que todos sepan en tu trabajo lo zorra que eres. Se te ve el sujetador por el escotazo. A partir de ahora vendrás sin ropa interior a trabajar y vestida más sexy. Quiero fotos a diario.

  • Gracias, mi amo. Me encanta servirle. Tendrá las fotos de su cerda.

  • Sal un momento conmigo a la calle para despedirte.

La cerda me sigue hasta la puerta. Le hago atarme los cordones de los zapatos, arrodillada. Está preciosa, a mis pies, en público. Luego se acerca a besarme y le escupo en la cara. Mi saliva resbala por sus ojos y llega hasta su boca. Se relame. Luego, en un movimiento rápido, se desabrocha el sujetador y lo saca por una manga de la blusa. Me lo meto en el bolsillo, con el tanga. Nos damos un abrazo, y ella aprovecha para agarrarme la polla dentro del pantalón y darle unas sacudidas. La meto en la oficina de un azote en el culo. Me quedo con las ganas de tumbarla a hostias, pero hay demasiado público en la calle.

Vuelvo al salón de tatuajes. Entro en la trastienda y veo a la dependienta desnuda y tendida en la camilla, con mi perra encima comiéndole la boca mientras le agarra las muñecas.

  • Hola, mi amo. Como ya habíamos terminado, me he puesto a jugar con esta chica.

  • Ay, mi perra. Eres una traviesa. Ven aquí, que vea el trabajo que te ha hecho.

  • Sí, mi amo.

Rebeca se acerca y compruebo que ya tengo a la boba correctamente anillada. La siguiente será su hermana. La dependienta se está empezando a vestir y le ordeno parar. Gana mucho con los melonazos fuera. Los tenía bien disimulados.

  • Y tú, ¿no decías que mi perra era una cría? A ver si la cría al final vas a ser tú… Ya veo que te ha costado poco ponerte a sus órdenes…

  • Jo, es verdad. Esta criatura tiene algo; estará usted muy satisfecho con su perra tetuda.

  • Pues sí, y tú tampoco estás nada mal. ¿Cómo te llamas?

  • Natalia, señor. Puse este negocio con mi novio, pero se ha ido. Ahora estoy más sola que la una, y su perra me ha dado una alegría…

  • Bueno, a ver si nos volvemos a ver pronto. ¿Qué te debo, encanto?

  • Le voy a cobrar sólo los tres aros. El trabajo se lo dejo gratis. Vuelvan pronto.

  • Jajaja, con lo antipática que parecías cuando hemos entrado. Me gustas, y a mi perra también. Ven aquí.

La chica viene hasta mí y le agarro las tetas. Ordeno a mi perra que se arrodille detrás para comerle el coño. Meto a Natalia mi lengua en su boquita y ella me saca la polla. La mando al suelo con la perra de un bofetón y hago que me la chupen entre las dos. Cojo a Rebeca y nos vamos, dejando a Natalia regada de semen. Le arrojo mi tarjeta: esa zorrita tetuda es un buen partido, después de todo.

La perra está contenta. Ha conocido a una amiga nueva y ya tiene el cuerpo adornado para mí. Volvemos a su casa, a esperar a Elena. Cuando entra, nos ve en posición: su hermanita de rodillas entre mis piernas, con mi polla en la boca, y yo viendo la tele. Baja al suelo y se acerca.

  • Hola, amos. Qué sorpresa, no creía que iba a estar también usted.

  • Sí, cerda, he ido con tu hermanita a adornarla un poco y se me ha ocurrido venir a esperarte con ella. Prepara la comida rápido, que tengo hambre.

  • Sí, mi amo. Ah, ya veo las tetas de mi ama, qué envidia…

  • También lleva un aro en el coño, mira.

  • Por Dios, qué preciosidad. Espero estar pronto a la altura para llevar esas cositas…

Arreo una bofetada a Elena para que se dé prisa con la comida. Saco la cabeza de la perra estirándole del pelo, para dejarle hablar. Tiene la carita llena de churretones del rímel mezclado con las lágrimas, y de la nariz le sale buena parte de las babas que no ha podido tragar. Me sonríe y grita a su hermana:

  • Ya has oído al amo, perra. Queremos la comida pronto. Y a ver cómo te portas para ganarte los aros…

  • ¡Sí, mi ama, enseguida está todo listo!

Vuelvo a hundir la cabeza de mi perra en mi regazo. Efectivamente, en un momento tenemos servida una suculenta comida. Cojo sus platos y los vacío en el suelo.

  • Que quede claro que cuando esté yo, vosotras sois mis dos perras.

  • Sí, mi amo, perdone, es que es un poco lío. Mi hermanita y yo comeremos en el suelo, claro. ¿Le gusta la comida?

  • Sí, está muy rica.

Ya tengo a las dos hermanas completamente sometidas y compartiendo los juegos. Creo que no dan para más. Las voy a dejar unos días solas, a ver cómo evolucionan, por si acaso.

Día 6

Hoy es el primer día en casi una semana que no voy a ver ni a mi perra boba ni a su hermana mayor. A media mañana, recibo una llamada de Rebeca.

  • Dime, perra.

  • Amo, ¿no va a venir hoy a casa? Cuando se marchó ayer, Elena volvió a ser mi perra y yo creo que se está portando muy bien.

  • No, hoy no iré. Ya estoy un poco cansado de vosotras.

  • Pero no puede dejarnos así, ahora somos sus perras y necesitamos a nuestro amo.

  • Tú limítate a obedecerme, imbécil, y no protestes nunca más, ¿entendido?

  • Sí, mi amo.

Al poco de colgar, la hermana me envía sus fotos del trabajo, sin ropa interior y disfrazada de puta. Mientras le contesto con vaguedades, llaman a la puerta de mi casa. Es Natalia, la tatuadora. Le dejo entrar. En un momento, se desnuda y se arrodilla ante mí.

  • Señor, ayer lo pasé mejor que en toda mi vida con su perra y con usted. Yo también quiero servirle, si me lo permite.

Esta chica es fenomenal. Mientras me habla se me pone muy dura, y le empalo la garganta. Observo que sus piernas están muy separadas, con el agujero del culo abierto de par en par, y le meto el puño. Es extremadamente manejable, como una marioneta. La destrozo a polvazos y recibe mis hostias y mordiscos como si fuese de goma, con una resistencia encantadora. La adopto inmediatamente. Luego le enseño las fotos de Elena y se relame de gusto. Le explico que es la hermana de mi perra y que también la tengo esclavizada, pero que ya me empiezo a aburrir de esas dos.

  • Si me autoriza, yo creo que puedo hacer que le sigan entreteniendo…

  • Bien, si te apetece, ponte a ello. A la mayor me la adornas también. Me gusta que mis perras llevéis esas argollas.

  • ¿Yo puedo anillarme también, para usted?

  • Claro, si quieres ser mía es tu obligación…

  • Gracias, mi amo.

Esa misma tarde, Natalia acude a la casa de las perras con su maletín y acaban las tres con sus pendientes en los pezones y el clítoris. Luego, mi nueva perra vuelve conmigo y me muestra las fotos del resultado de la sesión.

  • Realmente, habéis hecho un buen trabajo. Elena tiene un cuerpazo tan perfecto como su hermana. Y tú también estás muy bonita adornada así, pequeña.

  • Gracias, mi amo. ¿Me permite hacerle la cena?

  • Ve, anda. Luego te masacro un poquito más.

Tras una nueva sesión y ya acostado, Natalia me pregunta desde su sitio en el suelo:

  • Amo, ¿puedo ir mañana al trabajo de Elena para seguir mi tarea?

  • Sí, hermosura, a ver qué cositas se te ocurren…

Día 7

Me despierto y veo a Natalia arrodillada ofreciéndome el desayuno. Tiene las tetorras fuera, apoyadas en la bandeja entre la repostería. Cojo un tenedor y se las picho. Ella ríe satisfecha. Me da de beber el café y mientras apuro otro pastel la coloco en mi regazo para que recoja mi meada. Abraza mi polla con sus labios y se traga todo. Una criada perfecta. Sin llegar a sacarla, se me pone dura y le doy unos mamporros por todo el cuerpo. Trepa sobre mí hasta metérsela en el coño. Descargo agarrándole el cuello con las dos manos. Tiene toda la cara roja.

  • Anda, córrete tú también. Te lo has ganado.

  • Ahhhh, gracias mi amo. Con su permiso, me voy a visitar a Elena.

  • Bien. Pero no tardes. Me gusta mucho usarte.

  • Es un placer, mi amo.

No tengo ni idea de qué planes lleva en la cabeza esta chiquilla, pero a juzgar por su comportamiento serán beneficiosos para mí. Como no tengo otra cosa que hacer, me acerco a la calle de las perras y entro en el bar. No me explico cómo pueden funcionar estos negocios: no hay un solo cliente. Pido un cortado y me fijo mejor en la camarerita china. Lo cierto es que está muy buena. Le cojo de la mano cuando me devuelve el cambio y me sonríe con timidez.

  • ¿Es de tus papás este bar?

  • Yo ser la dueña, no papás. Yo tener la licencia y todos los papeles bien.

  • ¿Entonces vives sola?

  • Yo vivir aquí, en el local. No ser malo sitio, con cama y televisión. Tú, señor, tener una novia que vivir cerca, ¿sí?

  • Jajaja, no es mi novia…

  • Tú tocarle aquí y aquí hace cuatro días…

Uno no se imagina hasta qué punto la gente se entera de las cosas. Esa cría oriental me tiene totalmente calado. Y lo que es mejor, se está tocando las tetas y el culo ella solita, con la mano que le he dejado libre. Le acerco la otra, aún agarrada, al escote, y se deja hacer, sin abandonar su sonrisa tímida.

  • Tienes razón, chinita. Y aquí también…

  • Sí…

La cría pone los ojos en blanco cuando le llevo los dedos hasta un pezón. Compruebo yo mismo con los míos que lo tiene duro como una roca. Se lo retuerzo bien y suelta unos grititos encantadores. Meto la otra mano en su escote y la acerco hacia mí agarrada de los pezones. Entonces ella pone las manos a la espalda.

  • ¿Te gusta, putita?

  • Sí, señor, yo putita gusta eso.

Saco mis manos y la miro. Permanece en posición de espera. Entonces entra al bar mi Natalia.

  • Hola, mi amo. Iba a casa de Rebeca y le he visto aquí dentro al pasar. Acabo de estar con Elena en su trabajo…

  • ¿Ibas a ver a Rebeca sin consultarme?

  • Bueno, yo creía que tenía permiso para hacer mis planes…

  • Pero no me habías dicho nada de Rebeca.

  • Es que cuando he visto a Elena una cosa me ha llevado a otra.

La china nos mira, sin atreverse a cambiar de postura.

  • Bueno, perra, estoy seguro de que si ibas a casa de Rebeca tendrías tus razones, no vamos a discutir. ¿Has visto lo que tenemos aquí?

  • Mmm, una preciosa chinita inmóvil con las manos en la espalda, y bastante tetuda… Qué raro que esté usted por aquí, jajaja…

  • Dale una hostia.

  • ¡Encantada!

Agarro a Natalia del culo, se encarama en la barra y le arrea un bofetón a la china, que permanece en posición, ahora con una mejilla sonrosada y la lengua fuera.

  • Jo, veo que te gusta, eh, puta….

  • Sí gustar mucho hostia de usted, señorita, yo permiso de tocar mi conejo…

  • Jajaja, tu conejo necesita… ¡Esa botella de anís!

Natalia es un tesoro, no me cansaré de repetirlo. Señala una botella de cristal tallado que la china se mete al momento en el coño, casi entera. Vuelve a su posición, acercando la otra mejilla hacia mí. Tras mi fuerte bofetada, la cría ya tiene toda la cara bien sonrosada. Natalia agita la botella en su coño hasta que la china se corre. Le pido a mi perra que nos espere dentro de la barra por si entra alguien, y me llevo a la cría a la trastienda, donde la sodomizo sin sacarle la botella.

  • Yo querer ser esclava de usted.

  • ¿Esclava?

  • Sí, yo gustar de ser esclava y querer esto mucho.

  • Bien, me lo pensaré, putita…

  • Yo nombre ahora putita, ¿sí?

  • Eso es, ahora te llamas putita, muy bien.

  • Usted amo, yo putita, sí, es bueno.

Dejo que se vista y volvemos al bar. No ha entrado nadie. Natalia me espera sonriente.

  • He oído todo, mi amo. Esta cría es un hallazgo, la putita, jijiji…

  • Y tú eres una listilla. Si no fuera porque sé que me adoras, te mandaba a la mierda. Putita, ponnos de beber. Y tú cuéntame qué pasa con la cerda y la perra…

  • Ah, sí, mi amo. He ido a la mesa de la cerda y le he dicho que tenía que mejorar mucho, que usted quería una cerda más entregada, más cosificada…

  • ¿Cosificada?

  • Sí, un objeto de uso, nada que recordase a una persona consciente, un cubo de basura donde poder arrojar las inmundicias… Entonces ella, con sus tetorras a medio salir del escotazo, su minifalda cortísima y sus tacones de furcia, ha apoyado las dos manos en la mesa y se ha corrido, delante de todo el mundo. Lo cierto es que casi nadie se ha dado cuenta, pero algunos de sus compañeros se recolocaban la polla con disimulo.

  • Buf, no me extraña…

  • Y ahora venía, antes de volver a casa con usted, a ver a la pequeña. Esas tetas gigantes me tienen loca, pero es que además le pueden servir, mi amo, para ganar mucho dinero…

  • Vaya con la tatuadora comerciante. ¿Y eso?

  • Si le parece bien, voy a empezar con fotos, en una página de pago. Y luego iré subiendo vídeos, con su permiso, y pronto veremos los resultados…

  • Pues sí, tienes mi permiso. Ahora me voy a casa a descansar. Vuelve pronto.

  • Sí, mi amo.

La china suelta una lagrimita al ver que nos vamos, pero luego sonríe cuando le digo que volveré, mientras le araño el coño con la pinza de los hielos.

Natalia vuelve con la cámara de fotos repleta. Es la primera sesión de la perra tetuda. Son imágenes fenomenales, con la boba desnudándose y en todas las posturas. Se me pone muy dura y mi criada me ayuda a descargar tragándose mi polla con su habitual destreza.

  • Zorra, tienes que hacer más sesiones de fotos, pero con las dos hermanas.

  • Claro, mi amo, esa es la idea. Esta misma tarde empezaré. ¿Puedo llevar además a la china?

  • Por supuesto, y aníllala también. serán las fotos más guarras de todo internet. Ahora prepárame un baño y descansaré un ratillo.

Mi Natalia me enjabona, me lava, me bebe la meada, me seca y me sigue a la cama, donde me quedo dormido con sus caricias. Ya por la tarde, decido dar un paseo con mi zorra. Me pide que le acompañe a la tienda, donde recoge sus cosas y coloca un cartel de cerrado. Ya no necesita trabajar allí. Luego dejo que recoja a putita para llevarla a casa de las perras y me voy a la mía a esperarle. La ración de fotos con las cuatro esclavas tetudas anilladas supera todas mis expectativas.

Día 8

Tras el desayuno servido por la zorra, vamos a visitar a la cerda. Su mesa habitual está vacía. Pregunto por el encargado y me señalan un despacho al fondo. Entro con la zorra. Tras la mesa, una mujer con gesto serio, gafas, el pelo recogido y vestida de ejecutiva, con un traje chaqueta de falda larga y corbata.

  • Buenos días. Buscamos a Elena Sánchez.

  • Sí, trabaja aquí. ¿Qué querían?

  • Mi esposa y yo somos sus tutores. Quizás nos hayas visto antes por la oficina. Venimos a ver si todo va bien en su trabajo.

  • Vaya, tiene usted una esposa muy joven…

  • Eso a ti no te incumbe, me parece. ¿Dónde está Elena?

  • El caso es que últimamente ha cambiado de actitud y he decidido trasladarla al sótano para mantener el orden en la aseguradora. Acompáñenme.

La zorra y yo seguimos a la ejecutiva, que baja unas escaleras con paso firme, golpeando el suelo con sus taconazos. Llegamos a una planta mal iluminada y laberíntica, llena de archivadores y papeles por todas partes.

  • Tenemos esto un poco descuidado, y Elena está arreglándolo. Lo que no he conseguido es que se vista más adecuadamente para su nuevo trabajo. Viene cada día más indecente. Ya podrían ustedes hacer algo con eso…

  • ¿Cómo te llamas?

  • ¿Yo? ¿Por qué? Me… me llamo Dora, pero…

  • Ni pero ni hostias. No creo que haya ninguna ley que prohíba a nuestra hija ponerse guapa para venir al trabajo. Ya podrías tú aprender de ella, Dorita, que pareces un triste banquero.

Natalia suelta una carcajada, que resuena con eco en el lúgubre sótano. Dora no sabe qué decir: tiene miedo. De entre los montones de carpetas surge la cerda, a cuatro patas, recogiendo cosas del suelo. Al verme, se descubre las tetazas y se acerca feliz a besarme los pies. Su jefa permanece callada e inmóvil.

  • Hola, mi amo. ¿Le gusta mi nuevo puesto de trabajo? Mi jefa cree que estoy mejor aquí, porque no quiere que me vean vestida así todo el tiempo ahí arriba. De todas maneras, yo creo que me viene muy bien para ser cada día mejor para usted.

  • Hola, cerda. Sí, en eso estoy de acuerdo con esta mojigata, cuanto más degradada estés, mejor para todos. Y esta cueva mugrienta te viene como anillo al dedo. Bueno, te dejamos que sigas. Luego veré tus fotos de hoy. Y tú, Dora, sube ya con nosotros a tu despacho, sin rechistar.

La jefa vuelve sobre sus pasos. Tras ella voy yo con mi zorra Natalia, que sigue riendo encantada con la situación. Observo que esta puta ejecutiva tiene un buen culo, y le doy una fuerte palmada para ayudarle a subir más rápido. Ya en su despacho, vuelve a sentarse en su sillón, temblorosa.

  • Señor, yo no sé lo que pasa entre ustedes tres, ni me importa. Lo que…

  • ¿Cómo que no te importa, vendedora de seguros de mierda? Claro que te importa. Lo que acabas de ver es la adoración que una buena cerda como Elena siente por su amo, la misma que demuestra mi zorra Natalia. Por cierto, estoy harto de verte tan tapada. Zorra, arréglala un poco para mí.

  • Sí, mi amo.

  • Pero qué hacen, oigan, esto no es…

Natalia se abalanza sobre Dora y le abre bien el escote, tapándole la boca. Buenas ubres, sí señora. Luego le indica con el dedo que esté callada y le sube la falda, acariciándole unos muslos perfectos. Dora se agarra a los reposabrazos.

  • Mucho mejor así, dónde va a parar. Hazle unas fotos, que se vean bien los pezones.

  • Mi amo, ¿la masturbo un poco? Saldrá mejor su cara, más colorida…

  • Sí, métele el puño en el coñito a esta puta. Y tú, jefecilla, ya ves que sí que te importa lo que pasa con nosotros. Habla.

  • Señor, yo no, aaah, yo…

La ejecutiva está ya totalmente rota. Se está corriendo rozando su clítoris con la muñeca de mi Natalia, que le bombea el puño en las entrañas mientras completa la sesión fotográfica. Yo me acerco y le agarro de la nariz para empalarle la polla en la garganta. Le tiro las gafas al suelo de una bofetada. Se afana en chupármela con maestría, sin oponer ya ninguna resistencia. Mientras, le digo:

  • Bien, puta. Has entendido perfectamente de qué va esto. Aquí mando yo, sin excepción. No quiero ningún fallo. Acaba de tragar y háblanos de ti.

La puta termina su tarea y se repone un poco antes de responder.

  • Señor, yo había visto algo extraño en el comportamiento de Elena, además de lo de vestirse así. No sabía que ahora era de usted; ni siquiera sabía que usted existía. Esto que acabo de experimentar con su esposa y con usted…

  • A partir de ahora soy tu amo.

  • Sí, mi amo. Esto que acabo de experimentar con ustedes, le decía, es completamente nuevo para mí. No sé bien qué va a ser de mí, pero sí sé que así me encuentro completamente realizada. Nunca, en toda mi vida, he disfrutado tanto, ni el día de mi boda, ni con mis hijos…

  • O sea que tienes una familia. Ya estás empezando a acabar con todo eso. Iniciarás los trámites en cuanto mi perra y yo salgamos por la puerta. Luego bajarás al sótano, explicarás a la cerda lo que ha pasado en tu despacho y te pondrás a sus órdenes. Ella está en proceso de cosificación y te dará las pautas para que tú acabes igual de degradada.

  • Sí, mi amo, así lo haré. No dude ni un momento de mí.

Al levantarme de la silla, Natalia me imita. Antes de irnos, se acerca a la puta y le da un morreo, agarrándola de un pezón.

  • Mi amo, con su permiso, esta puta tendrá que ser anillada también, ¿no cree?

  • Claro, zorra. Puta, cuando salgas del trabajo acude con Elena a su casa. Te esperamos allí.

Voy a la casa con Natalia. La pobre niña Rebeca se pone loca de contenta al verme, aunque sólo han pasado tres días desde la última vez. Lo cierto es que yo también me alegro de ver ese inmenso par de melones pegados a una subnormal como ella, tan cariñosa. Me araña el pantalón dando botecitos, a la espera de que juegue un poco con ella. Le aporreo las tetazas y la carita, y le ordeno correrse.

  • ¡Gracias, mi amo, mi todo! ¡Natalia le puso también a Elena los pendientes de las tetas! ¿Los ha visto, mi amo? ¡Y ayer vino la china del bar y jugó con nosotras!

  • Sí, mi imbécil. Ya sé todas esas cosas. ¿Estás feliz?

  • Estoy muy bien, mi amo. Ahora todas le conocen ya, y no es mi amigo invisible, pero así es mejor, porque nos divertimos mucho más.

  • Jajaja, sí, mi perra. Ahora prepara comida para seis. Natalia te ayudará. Yo me voy a ver a putita, la chinita, y luego subimos.

  • ¡Cuánta gente en casa! Nunca habían venido tantos aquí. Espere que cuente, mi amo: usted, yo, mi hermana, Natalia, la china… Llevo cinco. ¿Viene alguien nuevo? ¡Qué ilusión!

  • La cerda viene luego con su jefa. Es nuestra nueva invitada y la tienes que tratar igual que si fuera tu hermana.

Bajo a ver a putita. Como siempre, el bar vacío. Cuando me ve entrar, baja la persiana y se coloca de rodillas en el centro del recinto, mostrándome sus tetazas con las argollas.

  • Ahora putita ser esclava con aros. Ayer ponerlos zorra y hacer fotos. Yo ahora dar gracias a mi amo.

Putita mete sus manos en mi pantalón y me masajea el culo y los huevos mientras engulle mi polla. Esta china sabe dar placer. De un rodillazo la tumbo y vuelve a su tarea de inmediato, dándome las gracias. Me siento en una silla y le pido una cerveza, que me trae al instante. Mientras la bebo y le follo la boca, veo desde la penumbra que puta y cerda ya van a la casa. Agarro a putita, le meo la cerveza en la boca y salimos.

Una vez todos reunidos y tras la imposición de los tres anillos a la puta y un rico almuerzo, me sumo a la sesión de fotos follándome a todas mis perras. La puta jefa de la cerda es la más activa. Cuando terminamos, le hago contarnos su mañana mientras la uso de alfombra.

  • En cuanto la zorra y usted han salido, he llamado a mi esposo para anunciarle mi divorcio. Lo primero que ha pedido es la custodia de los niños, sollozándome, así que ya soy toda suya, mi amo. Después he bajado al sótano y he estado aprendiendo de la cerda. Es increíble hasta qué punto se puede gozar rebajándose. Mil gracias, amo.

  • Zorra, en las páginas donde pones las fotos añade la dirección del bar de la china. Os quiero allí como residencia permanente.

  • Sí, mi amo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Las cinco tetudas rinden muy bien en el prostíbulo, cuyos clientes provienen sobre todo del trabajo de la cerda, y yo estoy forrado. Y todo por charlar un día en la calle con una tetona estúpida.