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La magia de Fedra (7 de 8: Juana)

en Dominación

Me apeteció seguir con mi juego de rol, en el que yo era un productor de cine, acompañado de mi esposa Rosa y mis tres hijitas (Fedra y sus dos amigas), con Gloria en un nuevo desempeño de directora de la película y Julia a sus órdenes, ejerciendo oficios varios. Inés sería la protagonista, Dora su hermana viciosa (haciendo de sí mismas) y las otras cuatro tendrían papeles secundarios. El plató, cómo no, las instalaciones del hotel. Me gustó tanto la idea, que decidí iniciar el rodaje, pasando del juego a la realidad y comprando todo el material técnico necesario.

Al anochecer, repartí a mis esclavas en varias habitaciones. La consigna, que no tuve que verbalizar, era “Obediencia ciega”: luego se convirtió en el título del filme, en homenaje a mi esclava Fedra. Julia y Gloria se encargaron de acomodar a todas las tetudas según mis instrucciones: las cuatro secundarias en dos habitaciones, para que disfrutaran de sus cuerpos en parejas;  Inés a cargo de su hermana Dora, para que la tuviese bien preparada para el día siguiente. Yo me retiré a mi cuarto con mi Fedra y sus dos amiguitas. La puta Rosa permaneció en vigilia por si sucedía algún contratiempo.

Fedra ya me desvestía amorosa como siempre, mientras las dos niñas me lamían el culo y los huevos. El recinto se sumió en el silencio, roto sólo por algunos gemidos lejanos de las parejitas que había formado. Una vez desnudo, me senté en la terraza de mi habitación y contemplé la piscina y el mar a lo lejos. Todo estaba en calma. Mis tres hijas, desnudas también, me masajeaban con sus manos y sus tetorras, tragándose mi polla entera con dulzura, turnándose entre besos y arrumacos. Mientras mi ángel Fedra me daba de beber una ginebra con su boca, recordé que esa era la bebida que yo estaba tomando el día que la conocí. Eso me llevó a pensar en mi amigo Juan, el anfitrión de aquella fiesta, al que no había vuelto a ver. Fedra me lo puso al teléfono. Me sorprendió escuchar una voz femenina: Juan se había cambiado de sexo y ahora atendía por Juana. Hablamos un rato; le conté mi plan de hacer una película y se apuntó de inmediato, asegurando que estaría con nosotros en unas horas, tomando el primer vuelo que encontrara.

Llamé a Rosa y le pregunté por nuestro amigo común. Ella tenía más información. La nueva Juana era toda una voluptuosa mujer de pechos gigantes, que sólo se distinguía de cualquier modelo de revista por un detalle: entre sus piernas conservaba los atributos de varón, con los que había hecho una fortuna: una polla grande y gorda y unos cojones enormes a juego. Las niñas escuchaban en silencio nuestra conversación, con un brillo en sus ojos que delataba ilusiones renovadas.

Y comenzó el rodaje. Juana superó todas mis expectativas, animando la trama con su presencia exquisita. El reparto, compuesto exclusivamente por tetudas, era espectacular. Y el argumento, delicioso. La pequeña Dora tenía esclavizada a su hermana Inés y pasaban un día de playa ataviadas con sus minúsculos bikinis. Inés le acariciaba el coño a su dueña tumbadas en la arena cuando aparecía Juana, también en bikini, para pedirles fuego. Al fondo, las cuatro niñas tetudas jugaban con una pelota hinchable entrechocando sus melones.

Juana se hacía amiga de las hermanitas y se sentaba a su lado, sin disimular su gran paquete. Pronto su pollón asomaba por el bikini. Inés acababa enculada por Juana mientras Dora la azotaba y las niñas se acercaban a mirar, besándose y magreándose entre ellas. Las labores de Gloria como directora y cámara a la vez eran muy eficaces, entrando en el grupo cuando era necesario. Yo no paraba de gozar ante el espectáculo, mientras me follaba la boca de mis hijitas. Juana se acercó en un descanso, con la polla aún tiesa, y les di permiso a las dos niñas para que fueran a probarla. Julia dejó su carpeta de script y se dirigió a saludar a Juana, pero le agarré de la melena y le tumbé en el suelo, pisándole en la cara. Ella me pidió perdón por haber tomado la iniciativa y se quedó inmóvil a la espera de mis órdenes. Decidí dejarla ahí tirada unas horas, mientras iba a comer con el equipo.

Esta vez nos reunimos en el salón principal, y Rosa ejerció de camarera. En nombre de nuestra antigua amistad, Juana se sentó junto a mí en la mesa. El antiguo Juan había dado paso a una mujer hermosísima, y no me importó que entrelazásemos nuestras lenguas mientras le agarraba los melones. Nuestras dos grandes pollas resurgieron de nuevo y Juana se agachó sonriendo a comerse la mía. Entonces fue cuando vi a mi lado la dulce carita de mi Fedra y comprendí que tenía curiosidad por ser taladrada con el pollón de Juana, como sus hermanitas. La alcé con mis brazos y de un golpe la puse en el regazo de la hermafrodita, que le atravesó limpiamente el coñito. Fedra no había tenido nunca otra polla dentro más que la mía, y ahora estaba empalada en brazos de Juana, con las tetorras aplastadas contra las suyas.

Mi querida Fedra estaba feliz, y me gustó metérsela por el culo a la vez que mi amiga le seguía follando. Las demás putas se arremolinaron en torno a nuestro trío y acabamos corriéndonos todos. La insaciable Juana fue enculando una a una a las otras ocho putillas, mientras Gloria seguía grabando y Rosa nos iba trayendo los platos. Me gustaba mucho humillar a la tía de Fedra, y ella siempre se mostraba agradecida, desde aquel día que no quiso beber mi orina por error.

Me fijé en que Juana tenía un culo muy follable, y me animé a participar en la película esa tarde. Fuimos a rodar al despacho de Julia. Yo hacía de jefe de Juana, y ella era mi secretaria tetuda y un poco torpe. En un momento dado, su polla se escapaba fuera de su minifalda y yo se la ponía debajo de unos libros muy pesados, sobre la mesa, con las manos atadas a la espalda y el culo en pompa. La agarraba de la boca con las dos manos y me la tiraba de pie. Me gustó la escena y la alargué un rato, pegándole una buena paliza mientras la enculaba y la iba agarrando del cuello y de las tetorras. Ella acababa tendida en la mesa exhausta y con un primer plano de su culo rebosando mi semen.

Hicimos un montón de escenas, cada vez más subidas de tono, en las que Juana demostraba por un lado su interminable potencia sexual y por otro su afición a ser degradada. Todo terminaba con la niña Dora triunfante sobre su hermana y las demás chicas, agrupadas todas en un plano en el que Juana y yo les meábamos encima mientras nos besábamos.