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La magia de Fedra (2 de 8: Rosa)

en Dominación

Yo me preguntaba, cuando ya habían pasado unos meses, qué había sido de la tía de Fedra. Aquella noche dejó a su sobrina sola y no volvió a aparecer. Pregunté a mi niña y me dijo que la hermana de su padre era una mujer extraña, que no preguntaba nunca nada y que simplemente, al ver que su sobrina no llegaba esa noche, habría pensado que se había buscado la vida.

Me pareció muy curioso ese comportamiento y dije a Fedra que invitaríamos a su tía a mi casa para que viese que estaba bien. Siguiendo su norma de obedecerme al instante, mi esclava llamó por teléfono a su tía, que vino al día siguiente a tomar café. Si bien era verdad que su modo de actuar era algo raro, como si estuviera siempre distante, no era lo que más resaltaba de Rosa, la tía de Fedra. Lo cierto es que tenía las tetas más grandes aún que su sobrina. Y se conservaba muy bien, pese a sus 30 años. La mezcla de ese modo de “no estar” y su cuerpo increíble me llevó a empezar a comportarme con Fedra como si su tía no estuviera presente.

Acabé sacando los melones de mi perra para azotarlos un poco, y su tía ni se inmutaba. Estábamos los tres sentados en el sofá del salón, y al fin le dije a Rosa que descubriera también sus preciosas tetorras. Se puso de pie en silencio, desabrochó su chaquetilla, luego su blusa, y expuso las ubres gigantes ante mí y su sobrina. Por fin me di cuenta de que su actitud no era de ausencia, sino de profunda sumisión, como la de su sobrina. Por las venas de ambas corría sangre pura de esclava.

En un momento tuve a las dos arrodilladas ante mi gran polla y mis cojones, chupando y engullendo. No me lo podía creer, porque mi intención al invitar a Rosa a casa había sido sólo que supiese que su sobrina estaba bien, después de tanto tiempo. Después de manosearla como me dio la gana y regarla de esperma, Rosa terminó su visita agradeciéndome que cuidase de Fedra. Le dije que volviese al día siguiente a comer con nosotros, porque me apetecía seguir conociéndola. Quería saber hasta dónde podía llegar aquella nueva hermosa hembra tetuda que había entrado en mi vida, la segunda de una larga serie hasta hoy.

Esa noche, mi perra me preguntó si todo había transcurrido bien. Le dije que las cosas estaban sucediendo a mi gusto. Añadí que estaba muy satisfecho con ella al comprobar que el tiempo pasaba y su promesa se cumplía a rajatabla, y le felicité mientras ella tragaba feliz hasta la última gota de mi orina, antes de acostarnos, como todos los días.

Al día siguiente, mi Fedra se despertó muy contenta. Mientras me la chupaba en la cama, le dije que Rosa era una hembra que no debíamos dejar de frecuentar. Fedra no conoce los celos, y todas las cosas que me proporcionan placer son para ella prioritarias. Mi joven mujer estuvo preparando la casa para la nueva visita de su tía, limpiando, ordenando y preparando la comida.

Cuando Rosa llegó, lo hizo superando todas mis expectativas. Se había enfundado un vestido ajustado rojo, que llevaba bajo su abrigo y no le tapaba más que el corto espacio entre sus pezones y su coño. Unos zapatos negros de tacón altísimo le realzaban el culo y estilizaban su cuerpo de diosa. Nada más entrar en casa, mientras su sobrina le ayudaba a quitarse el abrigo, me preguntó si su vestido era de mi agrado.

Fedra también se había arreglado para la ocasión, con su collar de perra y su conjunto negro de top y minifalda. Les dije que se besaran para mí. Obedecieron al instante, entrelazándose con pasión. A una orden, se me acercaron y los tres nos fundimos en un abrazo de lenguas y cuerpos, de tetas gigantes agarradas con mis manos.

La comida estaba exquisita y la disfruté mucho. Mi perra y su tía se colocaron de rodillas a mis dos lados con sus ubres al descubierto, y de vez en cuando les echaba algún trozo entre las tetas o al suelo. Fedra me miraba enamorada mientras ayudaba a Rosa a que se tragase mi polla o cuando luego la desnudó para que usara todos sus orificios.

Cuando dije que tenía ganas de mear, mi mujer me desabrochó la bragueta y me sacó la polla, ante la atenta mirada silenciosa de su tía. Con un gesto, indiqué a Fedra que quería estrenar a Rosa como urinario. Rosa, que acababa de engullir mi semen, no entendió bien la jugada o no le pareció lo indicado, porque se resistió cuando su sobrina le empujaba y le abría la boca frente a mi polla.

Lo arreglé inmediatamente. De un bofetón dejé a Rosa tumbada en el suelo y vacié mi vejiga en la garganta de mi querida puta Fedra. Rosa se levantó descolocada, se vistió y se fue. Al rato, Fedra me pidió disculpas en nombre de su tía, y me prometió que la historia acabaría bien.

Como siempre, la promesa de mi dulce perra se cumplió. Esa misma noche, Rosa volvió, después de recibir unos mensajes de su sobrina, que se revelaron totalmente convincentes. Se mostró totalmente compungida por haber rechazado tragar mi orina y me dijo que estaba dispuesta a reformarse y a recibir el castigo que yo creyera necesario.

A mí lo de castigarla me daba un poco igual, porque no estaba acostumbrado a forzar a nadie: mi esposa hacía encantada todo lo que le decía, y así era como me gustaba que sucedieran las cosas. Mis bofetones, patadas o ahogamientos no eran más que parte del placer de usar a Fedra a mi antojo, y mi perra estaba encantada con todo ello. Así que decidí que fuese ella misma la que castigara a su tía.

La idea de Fedra fue genial. Rosa, la tetuda sumisa que había cometido una falta, por desconocimiento más que por rebeldía, dedicaría desde entonces su tiempo libre a ser mi fuente de ingresos. Las normas eran sencillas: todos los días transferiría a mi cuenta corriente 500 euros. Eso significaba que iba a tener que prostituirse, pero a mi niña y a mí nos daba igual. Después de tragarse por fin toda mi meada, Rosa selló el pacto con un beso a su sobrina.

Le hicimos unas fotos que resultaron preciosas, mostrando sus enormes melones, y las pusimos en una página de putas de internet, con su número de teléfono. Al rato ya tenía varios mensajes, que se iban recibiendo mientras yo la enculaba y su sobrina nos acompañaba besándome y domando a la nueva prostituta a base de azotes en su culo, en sus tetas y en su cara. Antes de irse a trabajar a su casa, me agradeció que la hubiéramos puesto en su sitio y me pidió permiso para volver pronto a visitarnos.

Las semanas fueron pasando, más cómodas que nunca. No teníamos que buscar dinero porque me llegaba puntualmente, y de vez en cuando dejaba que Rosa nos viniese a ver. En realidad yo estaba encantado, porque me ponía a cien tener cuatro tetas gigantes para jugar.