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Alba (8)

en Dominación

Será un viaje de tres horas. Nos vamos a la costa. Al volante, mi mujer. A su lado Sonia, masturbando a su hermana. Detrás, yo en el centro, con cada una de las dos niñas a mi lado. Medio dormido, disfruto de las lenguas de mis pequeñas, que se esfuerzan por ser la mejor de las dos manteniéndome la boca ensalivada. He prohibido a las cuatro el sujetador y las bragas, pero van vestidas: distintos modelos de camisetas ceñidas, falditas minúsculas y zapatos de tacón. Para mantenerla contenta, la cerda Sonia lleva también un par de cadenitas con pinzas: en los pezones y en los labios vaginales. El resto de equipaje, cinco toallas, cuatro tangas y un bañador para mí.

Mi mujer, mi hija y mi sobrina tienen mi autorización permanente para hacer lo que quieran con Sonia. Alba no suele ensañarse con ella, pero se ha puesto muy caliente al besar mi lengua junto a la de su prima. Grita a su tía que es una puerca por tocar a la conductora y le escupe en la cara. Sonia sonríe agradecida y se limpia con la mano, volviéndola a introducir bajo la falda de mi esposa, que conduce jadeando al borde del orgasmo.

En el populoso puerto turístico, nadie va a fijarse demasiado en nuestro grupo. Sin embargo, cuando paramos en una terraza de carretera para tomar unos refrescos, los lugareños, todos varones, no nos quitan la vista de encima. Me da igual. Nos da igual. Mis perras me atienden como siempre. La idea de que exciten a otros me trae sin cuidado. Pero son exclusivamente mías. Nadie las va a tocar excepto yo, porque los cinco queremos continuar siendo una familia unida, cerrada, fiel, dichosa, sin otro hombre que yo.

 Les doy permiso para conversar mirándome a los ojos. Alzan sus vistas, felices, coquetas. Se enderezan, se acomodan en sus sillas. Sus tetas gigantescas compiten en belleza y volumen bajo las camisetas, marcando los pezones erectos; sus piernas desnudas, cruzados los muslos para no mostrar sus coños, son enormemente atractivas, realzadas por los larguísimos tacones. Bebo y fumo satisfecho la consumición y el cigarrillo que me sirven mis niñas.

Una camarera delgada, muy blanca, muy joven, con acento del este, se acerca hasta mí sonriendo y me pregunta en voz baja que si son todas mías, inclinada, con una mano apoyada en la mesa. Sin quitar la vista de su generoso escote, que deja ver unas domingas de infarto, comprendo que ha creído que son profesionales y le explico que simplemente somos una familia en la que yo decido todo. Alba me interroga con la mirada y le dejo actuar.

Mi lista hijita, mi favorita, me pide permiso para ir al baño y desaparece en el interior del bar. Al poco, la veo conversando en un rincón con la camarera. Se ríen. Parece que el poder de seducción de Alba continúa intacto. Se agarran del brazo. Se intercambian unos papelitos. Mi mujer, mientras tira con disimulo de la cadenita del coño de su hermana, que babea levemente, las observa y luego me guiña un ojo. La zorrita de mi sobrina abre su boca y me muestra la punta de su lengua, apoyando suave su mano en mi paquete mientras simula arreglarse un zapato. Me la sabe poner tan dura como su prima. Es casi tan cerda como su madre.

Ordeno con voz fuerte a Alba que vuelva para marcharnos. Ya con el coche en marcha, mientras me agarro de las tetas de mi cuñada y su hija se traga mi polla, mi Alba explica que la camarera le ha dicho que estaba impresionada por nuestra presencia allí, y que deseaba conocernos mejor. Que estaba hace poco en nuestro país y que no le gustaba ese bar, ese lugar. Se han intercambiado los teléfonos y, según mi niña, pronto avanzaré en ese conocimiento. Mi esperma entra directamente en la tráquea de mi sobrinita, mientras contengo los espasmos asido con una mano a la boca de la cerda y con otra a las inmensas tetas de mi mujer, que conduce canturreando sin mi permiso. Le meto un paquete de pañuelos en la boca para que se calle y le digo claramente que no vuelva a hacer nunca nada sin consultarme. Asiente con la cabeza y sigue conduciendo. Me sigue amando, como siempre.

Al llegar a nuestro destino las zorras me cambian en el coche y se ponen sus tangas. Nos tumbamos en la playa. Han colocado sus toallas alrededor de la mía, en la misma disposición que duermen en casa. Pero pronto yo lo organizo todo mejor, para estar más cómodo: las ubres de Sonia me sirven de respaldo, sentada tras de mí. Las inmensas tetorras de las dos zorritas, una a cada lado, son mis mullidos reposabrazos. Y las de mi amada esposa, tumbada delante, me sirven para descansar las piernas.

El apartotel contratado por Alba está justo al lado. Al rato, subimos a nuestro apartamento, y mientras mis putas me masajean, Alba me pasa una llamada. Es Yelena, la camarera, que ha terminado su jornada y pide permiso para visitarme. En una hora llama a la puerta. Entra con Alba, las dos de la cintura. Ha cambiado su vestimenta y ahora parece una de las mías. Me pregunta que si puede hablar a solas conmigo. Las otras cuatro se retiran. Yelena me suplica que le adopte, y le pido que me enseñe su trasero. Se coloca a cuatro patas en el suelo y abre diligente su agujero para mí. Mientras la enculo, le digo que si quiere ser de mi manada se lo va a tener que ganar. Decido llevármela en el maletero, al día siguiente. Me da las gracias emocionada.

Antes de dormir, pienso que con cuatro putas entregadas ya tengo bastante. Que no necesito a esa niña nueva. Por la mañana, mientras orino en la boca de Sonia, mi mujer me afeita, Alba me comienza a vestir y su prima me ofrece a chupar sus pezones, se lo digo a Yelena, que me está lamiendo con ahínco. Ella rompe a llorar y repite que hará todo lo que le pida, lo que le pidamos. Hablo con mi mujer y me dice que puede sernos útil. Me desentiendo del tema. Que hagan lo que quieran con ella, mis cuatro amores. Antes de empaquetarla en el coche, Sonia se le acerca y empieza a golpearla, con los puños cerrados, por todo el cuerpo. Quizás mi cuñada necesita también liberar su violencia. Me parece bien. Se lo comunico entre bofetones y me besa los pies. Mi Alba, arrodillada en su rincón, me mira sonriente y acaricia a su madre y a su prima entre las piernas.

Una comida en un restaurante chino, mesa redonda para seis. Ellas me dan la comida en la boca, muy bien coordinadas las cinco, pero sigo pensando que somos demasiados. Un baño en el mar y volvemos a casa. Yo quería que el viaje sirviese para comportarnos como una familia y hemos acabado llevándonos un souvenir. Es lógico.

Ya en nuestro hogar, mis cuatro perras buscan un sitio para Yelena. Alba me pregunta si la terraza, Sonia si el váter, mi esposa si el armario de la fregona, mi sobrina si bajo la cama. Decido encadenarla en la terraza, para que moleste lo menos posible. Yelena me lo agradece en su español balbuceante, tan erótico. Parece que el puesto de la más arrastrada ya no es de Sonia. Ahora tenemos en casa a una campeona de la humillación, mucho más joven que la cerda. A lo mejor no ha sido mala idea adoptarla.