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La criada Ana y su hermanita Natalia

en Dominación

Me llamo Ana y he cumplido ya 19 años. Por un lado parezco mayor, porque tengo los pechos muy desarrollados, y por otro parezco menor, porque tengo la cara de niña. Vivo en mi lugar de trabajo, una casa muy grande, propiedad de un hombre de 50 años. Soy su criada para todo. Tengo una hermana de 18 años, que se parece mucho a mí, aunque mejorándome en todo: es esbelta y bonita, de grandes pechos, y un poco menos inteligente que yo.

Mi trabajo me gusta mucho porque es perfecto para mi carácter. Disfruto mucho obedeciendo órdenes y cumpliéndolas como mejor puedo. También me encanta ser humillada. Es una sensación muy agradable sentir que soy usada y despreciada a la vez, como me merezco. Pero cuando se me trata con dulzura también respondo positivamente.

Mi amo suele pasar su tiempo en casa, y yo me encargo de que todo esté bien. Él es un hombre bueno y me permite cuidarlo como es debido. Le gustan cositas como verme limpiar la casa con mi uniforme pequeñito, dejando a la vista mis grandes pechos. Es un conjunto precioso, con su gargantilla de encaje blanco, su pequeña camisola, su minifalda negra con delantalito, sus medias blancas hasta los muslos y sus zapatitos de tacón alto. No suelo llevar casi nunca ninguna prenda interior, excepto órdenes al contrario.

Me encanta cuando mi dueño se saca su polla para que vaya a tragármela arrodillada a sus pies, porque luego no se enfada si eso retrasa un poco las tareas del hogar.

A veces hago alguna travesura, como verter el café o hablar sin permiso. Entonces viene lo que más me gusta. Mi amo me ordena recostarme en su regazo y me azota mi culito. A él también le gusta castigarme así, porque enseguida se le pone dura y tengo que atenderle. Después de los azotes, mi ano está totalmente preparado para recibirla.

Cada descarga de su semen es una bendición para mí. A veces, cuando se ha corrido en mi boca, dejo escapar un poquito para que resbale por mis tetas. Eso le gusta mucho a mi amo, y me hace fotos muy excitantes.

Mi dueño tiene que acudir algunas veces a algún evento social, y entonces me utiliza de acompañante. Yo estoy muy agradecida por la confianza que deposita en mí y orgullosa porque me muestra en público a su lado sin ocultarme en la casa. Además, me hace vestir muy bella, insinuando mis contornos y dejando al descubierto buena parte de mi anatomía. Y sus continuas humillaciones ante sus conocidos me tienen siempre al borde del orgasmo. Aunque sólo llego a correrme cuando tengo su permiso, por supuesto.

Pero lo que más complace a mi amo es que suene el timbre de la puerta. Eso indica que mi hermanita Natalia viene a visitarnos. La primera vez que ocurrió, ella ni siquiera había avisado. Simplemente, una mañana pasaba por la zona y se le ocurrió venir a verme. Yo abrí vestida con mi uniforme, ocultando antes mis grandes tetas en la pequeña camisola blanca, como tenía por costumbre para no escandalizar a las visitas. Cuando me vio, se quedó paralizada. Sólo pudo musitar un “Estás preciosa”.

Ella, aunque vestía de modo desenfadado, con una camiseta de tirantes azul claro, que cubría su gran sostén, una falda vaquera y unas deportivas, era la que sí estaba preciosa de verdad, como siempre. La dejé en el recibidor y fui a preguntar a mi amo si podía hacerle pasar. Él aceptó, y cuando Natalia entró a saludarle, se dieron dos besos de presentación y mi amo continuó charlando, manteniendo su mano en la cadera de mi hermana.

Pedí permiso para llevármela a mi habitación y mi amo me lo dio, añadiendo que ella quedaba invitada a comer. Yo sabía que eso significaba que Natalia tendría que arreglarse para la ocasión, porque las invitadas debían cumplir unas normas de vestuario.

Ya en mi cuarto, mi hermana me hizo mil preguntas. Ella sabía que yo era la criada de aquella casa, pero no imaginaba que trabajara vestida así. Además, mi amo le había producido una sensación extraña, de miedo y atracción, que no sabía explicar bien. Le tranquilicé diciéndole lo bien que se portaba él conmigo y aceptó probarse mis vestidos para la comida.

Todos habían sido comprados por mi amo, siguiendo sus gustos: ceñidos, con grandes escotes, elegantes y sencillos a la vez. Hice ver a mi hermanita que su sujetador estaba fuera de lugar con aquella ropa y la convencí para que prescindiera de toda la ropa interior, dado que se le marcaba con todos los atuendos. Elegimos un vestido gris plata de falda corta y escote casi hasta el ombligo, con un collar de perlas pequeñas ceñido al cuello. Gracias a unas sandalias de tacón, su precioso culo sobresalía perfectamente. Un maquillaje discreto y un peinado rápido hicieron el resto. Cuando acabé con ella, estaba nerviosa y muy hermosa. El vestido mostraba claramente que sus pezones se habían endurecido.

Fui a la cocina a prepararlo todo, dejando a Natalia con su anfitrión. Mi amo la volvió a agarrar de la cintura y la llevó sonriente a enseñarle su biblioteca. Ella se dejaba guiar, sin rechazar sus caricias. Cuando estuvo lista la comida, se sentaron a la mesa y les serví, ya con mis grandes tetas fuera como tenía ordenado. Permanecía así de pie mientras comían, el uno frente al otro, y mi hermana preguntó por qué llevaba yo el pecho descubierto. Mi amo le respondió amablemente que así estaba más bella y le dijo que ella también debía descubrirse para mostrar sus encantos.

Natalia dudó un momento, pero al volver a mirar a mi amo vio en sus ojos ese brillo de dominación que tanto me gusta. Apartó embobada el vestido a los lados. Sus enormes tetas quedaron libres, y siguió comiendo simulando normalidad. A un gesto de mi dueño, me puse a cuatro patas bajo la mesa y me metí su polla en la boca, como era habitual. Mi culo desnudo rozaba las piernas de mi hermosa hermana, que permanecía en silencio, mientras sus tetas al aire seguían bamboleándose levemente cuando acercaba la comida a su boca.

Yo sentía la extrema dureza de la polla de mi amo en mi garganta, y sabía que era provocada por la preciosa visión de los pechos de Natalia. Ella no había vivido nunca una situación así y no sabía cómo reaccionar. Mi amo le acercó la mano a una mejilla y le acarició de nuevo, introduciéndole el pulgar en la boca, mientras le decía que se descalzara. Ella sonrió nerviosa y se quitó las sandalias. “Ahora pon tu pie derecho entre las piernas de Ana”. Natalia no podía hacer otra cosa más que obedecer. Separé bien las rodillas y me dejé penetrar el coñito por el pie de mi hermana.

Yo estaba encantada de servir de unión, bajo la mesa, a los cuerpos de mis queridos amo y hermana. Mi amo sirvió vino y brindaron. Natalia obtuvo permiso para masturbarse, mientras mi amo le pellizcaba los pezones. Me alegré cuando le oí dar las gracias. Mientras se tocaba, su pie me penetraba las entrañas y yo me ahogaba de polla y de placer. Mi amo ordenó a Natalia que se calzara de nuevo, se levantase y acudiese a su lado. Ella se acercó y dejó que él la agarrara por el cuello para comérsela a besos y mordiscos, en su boca, en sus tetorras, en todo su cuerpo. Natalia se dejaba morder, manosear, usar.

De un tirón de pelo, mi amo me sacó la cabeza de entre sus piernas y me ordenó servir el segundo plato. Cuando volví, Natalia estaba sentada en su sitio, vestida sólo con el collar y las sandalias. Se había desnudado a otra orden de mi amo. Comieron su plato y los postres, y les acompañé al salón. Mi hermana permanecía con los ojos entornados y la lengua asomando levemente de su boca. Creía que iba a perder su virginidad y eso la mantenía como hipnotizada por la excitación. Mi amo la inspeccionó y decidió que le iba a follar el culo, ordenándome lubricárselo antes con mi lengua. Natalia gemía con mis atenciones, y mi amo la volvió a enmudecer clavándole su polla en la boca. Estábamos las dos a cuatro patas en el suelo, ante el sillón del dueño de la casa, y de la situación.

Mi hermanita llevaba ya unas horas en casa y había experimentado una progresión que sus escasas neuronas no hubiesen sido capaces de imaginar nunca. Hasta ese momento, sus experiencias sexuales se habían limitado a hacerle alguna paja a sus novietes, de capacidad intelectual similar a la suya. Pero el encuentro con mi amo había despertado sin duda su alma sumisa y su gran capacidad para ser usada. Y yo me sentía orgullosa de colaborar con mi amo en ese descubrimiento, mientras ejercía de mamporrera, introduciendo su hermosa polla en el culo de mi hermana, ya totalmente lubricado.

Mi buen amo seguía sentado en su sillón, taladrando el culo de mi hermana. Yo subí a abrazarla, para que supiese que todo estaba bien. Además, me sentía muy unida a ella y estar aplastando mis tetorras con las suyas mientras la besaba me producía mucho placer. Y, por lo visto, a ella también. Nuestras salivas manaban de las bocas, en un río común que nos empapaba el pecho y sólo encontraba las rocas de los pezones, que se clavaban entre sí. Mi amo se corrió dentro de Natalia, dejándonos después a las dos tendidas en el suelo, entrelazadas.

Natalia necesitaba correrse. Yo estaba más acostumbrada a contenerme, gracias a la sabia educación que había recibido por parte de mi amo. Él nos miraba desde su sitio, comprendiéndolo todo, como siempre. Me ordenó que metiese el puño en el coño de mi hermana. Ella no lo pudo soportar más, y mientras era desvirgada a distancia tuvo un orgasmo largo y profundo.

Al rato, ya estaba lista para marcharse. Volvía a llevar su ropa de calle, pero ahora su expresión era distinta. Estaba en poder de mi amo. Nos despedimos de ella abrazándola, bien agarrada del culo, y tras un húmedo beso a tres, acertó a decir que si podía volver de nuevo a visitarnos. La respuesta de mi amo fue que cada vez que él quisiera usarla, lo haría. La reacción de ella, una sonrisa de agradecimiento con la que se alejó calle abajo.

Cuando entramos, mi amo me felicitó por mi comportamiento y me permitió hacerle un masaje para relajar la tensión del día. Mientras le atendía, él comentaba la gran potencialidad de Natalia, alabando con razón cada parte de su cuerpo explosivo, su sumisión instintiva, su elegancia, su inocencia, lo bien que le sentaban mi vestido y mis sandalias, su dulce voz… A medida que mi buen amo iba insistiendo en las virtudes de mi hermanita, yo me sentía más y más humillada y mi coño se iba humedeciendo progresivamente.

Mi amo agarró con violencia mis tetorras, sabedor de mi gran calentura, y me hizo subir sobre él. Empezó a insultarme, llamándome cerda inútil, basura, saco de mierda, puta asquerosa, mientras me abofeteaba con saña. Cada bofetón, cada insulto, me llegaban muy adentro y me hacían darle las gracias por su maravilloso desprecio, por esa humillación que yo necesitaba y me estaba proporcionando mientras su polla ya bombeaba mis entrañas llevándome al límite del placer. Cuando me ordenó correrme, el cielo y el infierno acudieron a mí y dediqué a mi amo uno de los mejores orgasmos de mi vida, mientras me regaba por dentro con su preciada leche.

Los días fueron pasando, y el emputecimiento de Natalia progresó a las mil maravillas, sin que perdiera ni un ápice de su inocencia. Aprendió muy rápido a beberse la orina de mi amo, a recibir agradecida sus caricias y sus golpes y a comportarse como una verdadera esclava incondicional. Cada vez que ella vuelve, es una fiesta. Y yo me siento privilegiada por tener permiso para poder verla a menudo, y aprovechar la oportunidad para compararme con ella y sentirme la verdadera escoria que soy, y la suerte que tengo de pertenecer a mi queridísimo amo.