miprimita.com

Soy tonta (5)

en Dominación

Mi tutor, que ya tenía todo el control de la ciudad y tanto dinero como para vivir sin preocuparse varias vidas, dio un paso más en su depósito de confianza en mí. Yo no acababa de entender que hiciera eso, porque mi condición de tonta de nacimiento era, desde mis cortas miras, lo contrario a alguien en quien depositar todo un pequeño imperio. Pero lo hizo: junto a su esposa, doña Elvira, y sus dos hijas, Clara y Andrea, se fue de viaje a París y nos dejó solas en casa a la cosa y a mí.

Antes de marcharse, me pidió que no dejara entrar en nuestro hogar a ningún hombre mayor que yo, que tengo 19 años. Según él, eso sería suficiente para que a su vuelta todo continuase estando controlado. La primera mañana que desperté sin poder disfrutar de la polla, los azotes y las meadas de papá, me sentí un poco triste, pero decidí que tenía que superarlo cuanto antes y salí a la calle a tomar el aire. Fue fenomenal comprobar que, aunque no iba con don Carlos, todos me conocían y me saludaban con respeto. Las tetudas me hacían pasillo, aplaudiendo incluso, mostrándome sus ubres a mi paso. Los hombres se masturbaban para mí, o se follaban a sus perras lanzándome piropos. Todos estaban felices gracias a la labor de don Carlos.

Reconocí entre la gente a los gemelos Gómez, una chica y un chico muy traviesos que habían aprendido a jugar gracias a la dedicación de mi hermana Andrea, que se ganó a toda la familia ejerciendo de canguro. Eran unos diablillos: habían salido de compras con su madre y la llevaban con las manos atadas a la espalda y las bolsas colgadas de unas argollas en los pezones y el coño. Susana, la señora de Gómez, me saludó emocionada y me dio recuerdos para mi hermana. El chaval, Sergio, la puso de rodillas y la calló metiéndole la polla en la boca, mientras me contaba que habían decidido no ir más a la escuela, porque en casa se lo pasaban mucho mejor usando a su madre. La chica, Silvia, asentía con la cabeza mientras se bamboleaban sus tetas enormes bajo la pequeña camiseta que llevaba, y ayudaba a su mamá a tragar bien, empujándole la cabeza. Me pareció que habían conseguido una armonía familiar tan perfecta, que enseguida se me ocurrió que esos dos muchachos serían mis invitados, y les cité en casa para esa misma tarde. Cuando acabó la conversación, la madre ya había tragado todo el semen de su hijito, y antes de marcharse aún tuvo tiempo de agradecerme que hubiese invitado a sus retoños. En realidad, no tengo claro si fui yo la que lo propuse o la idea partió de Sergio Gómez, que me miraba a los ojos con fuerza mientras ahogaba a su mamá.

En casa, empecé a pensar qué me pondría para recibir a mis nuevos amiguitos. Opté por un conjunto de sujetador y braguita que no solía utilizar nunca porque don Carlos nos quería ver siempre sin ropa interior, y mis sandalias negras de tacón a juego. Las tetas me rebosaban sobre la copa, y pensé que a Sergio eso le gustaría. A la cosa le di para ponerse un vestido de malla, que realzaba su cuerpo sin taparle nada, y recibí a los gemelos con ella a mi lado en el suelo, cogida de su correa.  Los dos chavales venían guapísimos, él de traje y ella con un vestido muy apretado que le tapaba bastante poco y unas botas de tacón alto.  Silvia, en cuando vio a Isabel, me dijo que tenía una perra preciosa y empezó a hacerle carantoñas y pequeñas bromas, como pisarle las manos, tirarle de los anillos de los pezones o introducirle la melena en la boca hasta que le daban arcadas a la muda. Mientras, Sergio me saludaba metiendo sus naricitas entre mis tetorras  y frotándose el paquete contra mi vientre, con mi culo bien agarrado. Yo me dejaba hacer, porque ese chico era muy amable conmigo y me estaba mojando mucho.

Pasamos al salón y nos sentamos, yo en el centro del sofá. Silvia se entretenía con la cabeza de la cosa agarrada con los muslos y Sergio y  yo nos pusimos a charlar, mientras él me metía la mano por dentro de la braguita, hasta hundirla entera en mi coño, que ya estaba encharcado. Les conté algunos detalles de mi vida, y ellos también, y entre relato y relato entrelazábamos las lenguas los tres, cada vez más pegados. Como se respiraba un ambiente de confianza, Silvia se subió encima de su hermano para meterse su polla en el culo, sin dejar de disfrutar de la lengua de la cosa en su coño. Mientras, Sergio me mordía los pezones con fuerza. No era tan guapo como don Carlos, pero también sabía jugar a ser un buen amo de perras. Cuando se vació dentro de Silvia, le ordenó que acudiera a ofrecerme su culo en mi boquita. Yo bebía el semen del chaval, saliendo de las entrañas de su hermana, y estaba muy rico. Sergio se acercó a la cosa y estuvo mirándola de arriba abajo. Isabel era especialmente guapa, y su condición de ciega sordomuda parecía que al chico le daba curiosidad. Le cogió los aros y se puso a girarlos, retorciéndole los pezones, y la cosa se corría encantada, como siempre. Me gustaba ver cómo disfrutaba la buena de Isabel, y me mojé más aún, así que empecé a abofetear a Silvia, que me pedía que le pegara más fuerte, la muy juguetona.

Sergio acudió en mi ayuda, y le dimos una buena paliza a la chica. Tanto afán pusimos que acabamos descansando los cuatro: la cosa y Silvia tendidas en el suelo y Sergio y yo abrazados en el sofá. Su polla crecía entre mis muslos y terminó por meterse en mi coño, aunque yo no había pensado ni de lejos que allí dentro entrara nunca otro miembro que el de papi, pero la situación era de gran familiaridad y le dejé que me follara. Silvia se levantó y cogió un rodillo de amasar de la cocina, que me metió en la boca mientras le comentaba a su hermano que yo tragaba incluso mejor que su madre. La observación me halagó mucho, y les dejé jugar conmigo orgullosa. El chaval cambió su polla de agujero, enculándome para que su hermanita pudiera probar las tragaderas de mi coño. Ella volvió de la cocina, esta vez con una botella de refresco de dos litros, que succioné entera entre mis piernas. Los chavales estaban pasándoselo muy bien viendo cómo yo era capaz de tragar con mi culo, mi coño y mi boca cualquier objeto que traía Silvia. Acabaron metiéndome un jarrón en el coño, y la escobilla del váter en la boca, mientras me follaban el culo con el brazo de la chica y la polla del chaval a la vez, que eyaculó dejando la mano de Silvia llena de su leche, que lamí con rapidez. Cuando me corrí, los dos empezaron a meárseme en la boquita, y el travieso de Sergio empujaba los orines con la escobilla para que tragara mejor. Ya más relajados, nos pusimos los cuatro en el sofá y nos hicimos unas fotos preciosas, donde se veían sobre todo los tres pares de tetas enormes reposando sobre el pecho del satisfecho diablillo.

Cuando se fueron, envié a mi amo un correo electrónico relatándole con detalle la amable visita de los gemelos Gómez y adjuntándole las fotos. Don Carlos respondió unas horas después con un largo y precioso mensaje, alegrándose de que hubiera disfrutado, e interesándose por Sergio, del que decía que tenía planes para él. Hasta me pidió su teléfono. Luego me contaba que el viaje estaba siendo estupendo. Ya en el mismo vuelo, una chica minifaldera congenió con mis hermanas, que acabaron jugando disimuladamente con su clítoris, usando los tenedores del menú. En el aeropuerto de llegada, mientras mis tetudas esperaban las maletas, nuestro amo se entretuvo en el baño con ella, dejándola algo amoratada y con la cara llena de semen y orines. Estaba preciosa en la foto que me envió mi buen tutor, babeando en el suelo. Además, tenía unas tetorras muy grandes, tan del gusto de don Carlos. Cuando se arregló un poco, se acercó a doña Elvira para darle su tarjeta de visita, por si podía quedar con la familia durante su estancia para hacerles de guía, o cualquier cosa que necesitaran.

En el hotel tenían reservadas dos habitaciones dobles, supuestamente para el matrimonio y para las niñas. Pero don Carlos dispuso que sus almohadas serían las tetas de mis hermanas y el orinal la boca de doña Elvira, que dormiría en el suelo. La habitación contigua quedó vacía esa noche.

Yo sufrí un poco por mi papá, que estaba acostumbrado a que fuera yo la que tragase sus meadas, pero me consolé sabiendo que lo pasaba tan bien. Ya era tarde, y me fui retirando. La cosa estaba hecha un ovillo en su rincón, dormida plácidamente, así que tuve que despertarla a patadas, como a ella le gustaba, y rápidamente me siguió a cuatro patas. La hice subir a mi cama y estuvo mordiéndome el coño un buen rato hasta que me corrí agarrándole las ubres con mis piernas y me dormí.

Un nuevo día sin mi amo y la ciudad a mi disposición. No sabía muy bien qué hacer, hasta que anocheciera y pudiera comunicarme de nuevo con don Carlos. Me miré en el espejo del baño. Realmente yo también era muy bonita, con mi cara y mi boca aniñadas que tanto le gustaba taladrar a mi educador con su polla, mis tetas naturales enormes, anilladas para él, tan firmes y suaves, mi cinturita de avispa y mis caderas torneadas, que me proporcionaban un talle precioso, y ese coñito que había aprendido a tragar de todo. Como mi culo, redondeado y brillante, en el que cabía también cualquier cosa. Me subí, desnuda como estaba, a mis tacones más altos, para verme mejor los muslos y las piernas, por qué no decirlo, muy apetitosas, mostrando mi reflejo de espaldas. Esa muchacha que se exhibía para mí era yo, y me estaba poniendo muy caliente. Me acaricié el clítoris mientras me chupaba el dedito, sosteniendo con el brazo una de mis enormes tetas. Entonces llamaron al timbre. Al ver por la mirilla que era mi amigo Sergio, le abrí muy contenta.

Me extrañó un poco que viniera solo, con lo unido que estaba a Silvia, su hermana gemela, pero me olvidé pronto de eso porque nada más entrar y cerrar la puerta, me tumbó en el suelo de un gran bofetón. Qué fuerte estaba ya, para su edad. Aunque me pitaba el oído y me ardía la mejilla, pude oír lo que me decía mientras me arrastraba del pelo por el pasillo. Don Carlos le había encargado que me controlase y me ayudara a que todo estuviera en orden a su vuelta. Yo tenía que comportarme como si él mismo fuera mi buen amo. La idea me encantó, y le propuse que fuéramos al baño para poderme tragar sus meadas como símbolo de cortesía. Él me dijo que no aceptaba propuestas y me orinó en el salón. Cuando vio que no dejaba ni una gota, me felicitó y me dijo que don Carlos ya le había advertido de que yo era un orinal impecable y una cerda muy bien adiestrada. Qué felicidad, oír los halagos de mi tutor. Sergio me folló por todas partes, mientras me dejaba correrme todo el rato, y me marcaba sus cinco dedos a manotazos por todo el cuerpo, que dejó regado por un montón de su semen.

Antes de irse, el muy pillo me dejó atada a la cosa en su rincón y se llevó las llaves. Me gustó mucho que me dejara mejilla contra mejilla con ella, porque así pude entretenerme chupándole y mordiéndole la lengua, que la ciega me ofrecía sonriente. Nuestro nuevo amo llegó seis horas después, acompañado de su madre, Susana, que estaba encantada de ver cómo su hijo había tomado posesión de mi casa, y de doña Sagrario, tan impecable como siempre con sus adornos católicos: la cruz del rosario en el coño y las cuentas colgando de las pinzas de sus pezones. A decir verdad, la mamá de Sergio lucía también preciosa enfundada en un vestido mínimo de encaje blanco, con sus anilladas tetorras a rebosar y las manos atadas a la espalda. Sergio me dijo que había venido con esas dos cerdas para que conocieran a la cosa y aprendieran a desenvolverse como ella, sin ver ni oír ni hablar. Me pareció una idea muy buena, porque el comportamiento de Isabel era ejemplar siempre. Doña Sagrario, al verme atada junto a la cosa, empezó a soltar sus letanías y a moverse como una verdadera perra en celo, frotándose la vagina con su cruz adorada y arañándose las ubres en éxtasis. Entonces nuestro joven amo le recordó que la había traído para que aprendiese a callar y le metió un puño en la boca y el otro en el culo. La beata se corría tanto que sus jugos resbalaban por la cruz del coño. Era una mujer realmente feliz. Me gustó tanto verla empalada así que luego, cuando me desataron y me dedicaba a rellenar con trapos las bocas de las dos tetudas maduras, le dije a Sergio que me sentía orgullosa de él, tan decidido y capaz. Me lo agradeció follándome la boca al mejor estilo de mi tutor, hinchándome el cuello con su polla y agarrándolo bien para asfixiarme mejor.

Luego se fue, dejando a las dos putas en casa, en el rincón de la cosa, y aproveché para correr al ordenador y escribir a don Carlos dándole las gracias por haberme hecho pasar un día tan bueno. Enseguida tuve su contestación, en la que me felicitaba por mi jornada, tan productiva, y me contaba sus andanzas viajeras. Después del desayuno en la cama, mamá había llamado a la putita del avión, que se presentó enseguida en el hotel, y le ordenó que los vistiera y arreglara a todos para salir a dar un paseo por la ciudad. Julianne, que así se llamaba, obedeció sin rechistar y luego les llevó a visitar los mejores rincones del lugar. Mi tutor me contaba que recorrían las calles en grupo, como una familia de turistas normal, conducida por una guía turística. Julianne llevaba un mono amarillo ajustado, con su nombre en una identificación sobre una de sus ubres, y mamá y papá le seguían abrazados detrás, con sus dos hijitas a los lados. El juego consistía en que las niñas, Clara y Andrea, babeaban de gusto con los puños de don Carlos y doña Elvira metidos en sus culos, cuyos nudillos se frotaban en sus entrañas al caminar, mientras mamá agarraba, todo por debajo de las ropas, a su marido por la polla.

Yo me imaginaba a don Carlos follándose a Julianne en todos los callejones, con mi madre y mis hermanas ayudando a inmovilizarla y abriéndole bien todos sus agujeros para nuestro amo, y mi coño chorreaba de saber que habían encontrado a una buena amiga extranjera. El mensaje adjuntaba una foto de Julianne, de nuevo en el suelo, esta vez con su uniforme roto y dejando ver sus grandes tetas y su coño. Incluso parecía que el agujero de su culo había recibido el regalo de la polla de don Carlos, porque rezumaba algo de leche. Mi tutor se despedía recordándome que ahora tenía que obedecer a Sergio en todo, porque era su sustituto en su ausencia. No habría hecho falta esta orden, porque mi buen amigo Sergio conseguía que casi no echara de menos a don Carlos.

Me recosté en la silla de mi escritorio hacia atrás. Mis tetas no me dejaban ver el teclado, y mi coño era una fuente, recordando la foto de la guía turística enculada. Llamé a las dos tetudas cuarentonas para que me ayudaran y acudieron sonrientes. Les saqué los trapos de las bocas, para poder usarlas mejor. Susana me pidió permiso para hablar y se interesó por el viaje de mi amo. Le estuve explicando los pormenores mientras me follaba la cara de doña Sagrario, que se había colocado entre mis piernas. Luego la mamá de Sergio me solicitó que le desatara las manos y lo hice. Enseguida se puso junto a la cerda beata y le ayudó a meter bien su boca en mi coño, empujándole con fuerza. Con su otra mano liberada me agarraba una de mis tetorras, tan fuerte que empezó a salir hasta un poquito de leche. Entonces se pusieron a mamarme, cada una uno de mis pezones anillados, mientras yo me agarraba del coño con las dos manos para contener los espasmos. Me encantó ver sus caras llenas de mi propia leche: me corrí a gritos y luego me meé encima de mis dos perras. Ya estaba relajada y me fui a dormir.

A la mañana siguiente, Sergio llegó con una bolsa de pasteles que echó en el rincón de las perras para que desayunaran, y me metió la polla en la garganta como saludo de buenos días. Yo no tenía previsto enamorarme tan pronto de él, pero creo que en ese momento ya estaba totalmente hechizada. Como soy estúpida, no tenía ni idea de que se pudiese estar enamorada de varias personas de esa manera. Pero en mi corazón estaba muy claro: ya no sólo rebosaba de amor por mi padre don Carlos, mis hermanitas Clara y Andrea y mi cerda Isabel, sino que también daría la vida por mi nuevo amo. Incluso doña Elvira, tan distante, me parecía la mejor de las madres.

Perdida en mis pensamientos, mientras tragaba el semen de mi joven amo, se despertó en mí por primera vez el instinto maternal, quizás por la novedad de la leche de mis pezones. Yo tenía sólo 19 años, pero recordaba a mi gran amiga Teresita, la pequeña hija de doña Sagrario, y no me la pude quitar de la cabeza hasta que conseguí el permiso de Sergio para adoptarla. Radiante de felicidad, cogí a la zorra beata de su madre y me fui de casa con ella, dejando a mi joven amo entretenido con la cosa y con Susana, su preciosa mamá.

De camino a su domicilio, la muy puta iba jadeando y chorreando, dejando el cristo de su cruz del coño totalmente pringado. Le pregunté qué le estaba provocando tanta pasión y me dijo que la idea de entregarme a su hija pequeña para siempre era para ella el mayor sacrificio de su vida, una experiencia límite que le hacía arder por dentro sin poder controlarse. En la casa estaban toda su familia: su marido y sus cinco hijos. En esos momentos, los tres varones andaban follando con las hijas mayores, y en la habitación de Teresita estaba ella sola. Doña Sagrario se unió a su familia, que la recibió con alegría y en un momento tuvo sus tres agujeros llenos de polla mientras sus dos niñas le mordían los pezones. Yo entré a ver a mi nueva hijita, que se mostró alborozada con la nueva noticia y me pidió arrodillada poder llamarme mami, a lo que accedí, dándole de mamar de mis tetazas por primera vez.

Fuimos juntas al salón, donde su progenitora yacía en el suelo llena de semen y allí le sentenció que acababa de cambiar de madre para siempre. Doña Sagrario le felicitó entre lágrimas y me pidió un último abrazo con su antigua hija. Acabaron las dos corriéndose entre gritos, en una escena que a todos nos emocionó. El padre sonreía satisfecho, sentado entre las tetorras de sus otras dos hijas, y los dos hermanos se llevaron a su madre al baño para que comulgara con sus meadas. Como en la casa quedaban tres pollas para sólo dos tetudas, se me ocurrió que esa noche escribiría a don Carlos para que trajese a Julianne de su viaje y colocarla allí de perra criada como compensación por llevarme a la pequeña Teresita. Todo fluía a mejor, como siempre. Y todo gracias a la bondad de mi buen tutor, don Carlos.