miprimita.com

El regalo

en Dominación

Me llamo Fernando. Soy un hombre de mediana edad, ya con canas. La vida me ha tratado bien y tengo buenos amigos, como Juan, al que conozco desde hace varias décadas y que me comprende. Hasta hace poco no tenía pareja, porque mi estilo de vida es demasiado exigente y he preferido vivir solo a tener que soportar los caprichos y las decisiones de las mujeres que no se corresponden con mis deseos o necesidades.

El día de mi 50 cumpleaños, todo parecía desenvolverse con la normalidad que se le supone a una fiesta como la que organicé. Invité a mi casa a un grupo de conocidos, que me trajeron algunos regalos. El último en llegar fue Juan, mi gran amigo, que venía acompañado de una jovencita que presentó como Rosa, a la que yo no había visto nunca. La chica era un verdadero bombón, y todos creímos que se trataba de su última conquista. Conociendo a Juan, no le di más importancia, aunque no pude dejar de admirarla todo el tiempo, y no sólo por su presencia de diosa del Olimpo, dotada de un par de tetas increíbles que no disimulaba bajo su escasa ropita, sino también por su actitud. Enseguida se ganó a todo el mundo, incluidas las mujeres.

De hecho, entre las invitadas había bastantes tías buenas, seleccionadas por mí en el transcurso de mi ajetreada vida. Algunas eran simplemente amigas que no me había follado, pero que me gustaba conservar por su atractivo indudable. Otras sí que habían probado el sabor de mi semen, pero ninguna había sido capaz de conquistar mi corazón. Por muy buenas que estuviesen, la indudable reina de la belleza era la chiquilla que había traído Juan. Ellas lo sabían y sin embargo, lejos de sentir envidia, estaban ahí, arremolinadas, riendo y tocándose con ella, como si la conociesen de toda la vida. Es más, como si tuviesen la suficiente confianza como para manosearse sin recato.

Yo las veía compitiendo por acariciar a la nueva, cuchicheando con ella, palpándole el culo, sopesándole admiradas las tetorras, y me regodeaba contemplando a la niña desenvolviéndose con estilo y sensualidad, encantada de ser el centro de atención y recibiendo los magreos con suaves contorsiones que me estaban reventando la polla de gusto. Juan, mientras, conversaba con los invitados, sin que pareciera importarle que las otras mujeres se estuvieran merendando a su acompañante.

Al cabo de unas horas, la gente se fue marchando y nos quedamos un pequeño grupo, entre los que estaban Juan y Rosa. Decidimos ir a un bar cercano a terminar la noche, y después de unas copas acabamos quedándonos los tres solos. Entonces Juan me recordó que aún no me había entregado su regalo, señalando a Rosa, que me miraba sonriente a los ojos. En un primer momento, tonto de mí, aún pensé que ella llevaría el paquete en su bolso, pero cuando se acercó y me besó en los labios comprendí que era ella el regalo.

Yo me quedé aturdido, pensando que se trataba de una prostituta de alto standing o algo así, a la que Juan había pagado para que me acompañase esa noche. Aunque ese no era el estilo de mi amigo. Le llevé aparte y le dije que no me parecía bien que hubiese contratado a la chica para eso, añadiendo que además la pobre había tenido que hacer la representación de que era una amiga suya ante todos los invitados.

Juan me dijo que no, que no se trataba de una puta, que simplemente era el regalo que él sabía que me iba a gustar más, y que ella estaba encantada de ser mi sorpresa de cumpleaños. Rosa se acercó y me preguntó si había algún problema, o algo que no me gustase de su actitud, o de su conversación, o de su cuerpo. Le contesté que no, que me encantaba todo de ella, que era un tesoro. Entonces me abrazó y me dio las gracias, mientras posaba sus fenomenales tetas en mi pecho.

Mi buen amigo Juan pagó la cuenta y nos dejó en el bar. Yo ya iba bastante bebido y Rosa me besaba con pasión. Aquello me estaba pareciendo un sueño. Mi polla reaccionó a sus besos mientras mi mente me recordaba que esa preciosidad podría ser mi hija. La aparté un poco y me quedé mirándola con cara seria. Entonces ella me habló:

  • ¿De verdad que no hay ningún problema, don Fernando? Su amigo Juan me dijo que yo era el mejor regalo de cumpleaños que usted podría recibir, y eso me hizo mucha ilusión. Me podría muy triste si ahora me rechazara…

Yo no supe qué contestarle. No sabía nada de esa niña, aparte de que era muy lista, muy simpática y estaba tan buena que parecía diseñada por la mente más calenturienta. Todos sus gestos eran tan puros y a la vez tan sensuales… Y su voz sonaba como una caricia. Volvió a apretar su cuerpo contra el mío y me habló al oído:

  • No vaya a creer que tengo malas intenciones. No necesito dinero ni que usted me haga ningún favor. Simplemente soy su regalo, y si me acepta seré suya. De hecho, mientras usted no me diga lo contrario, soy enteramente suya, para que haga conmigo lo que quiera.

Pensé que aquella humorada estaba llegando demasiado lejos. Rosa, si es que se llamaba así, hacía y decía exactamente lo que Juan sabía que me iba a gustar más, incluyendo sus numeritos con mis amigas en la fiesta. Desde luego que la había elegido perfecta. Nunca había visto a una mujer tan atrayente, en todos los sentidos. Pero ya era muy tarde, y la función debía terminar.

  • Rosa, o como sea tu nombre real, me ha encantado besarte y me pareces excepcional. Pero ahora me voy a dormir ya, estoy un poco mareado. Has sido un regalo exquisito. Enhorabuena.

Ella me miró con cara de preguntarse qué pasaba. Abrió su bolso y me enseñó su documento de identidad. Efectivamente, se llamaba Rosa. ¡Y su fecha de nacimiento era la misma que la mía, pero 32 años después!

  • ¡Pero si hoy también es tu cumpleaños!

  • Sí, don Fernando. Desde hoy soy mayor de edad y por eso he podido decidir legalmente que quiero ser su regalo. Aunque por lo que me ha dicho, veo que quizás no soy de su agrado… Intentaré comportarme mejor a partir de ahora para ganarme su confianza.

Parecía claro que la chica continuaba en su papel. Salimos del bar y se me agarró del brazo. Una lágrima corría por su mejilla, mientras me decía que no quería ser una carga para mí y que se portaría muy bien. Yo estaba muy cansado y no quise discutir. La dejé entrar de nuevo en mi casa y me fui a acostar, dejándola en el sofá del salón. Todo se aclararía al día siguiente.

Todavía no había amanecido, cuando me levanté al baño. Antes de volver a acostarme, no pude evitar echar una ojeada a la chiquilla, que dormía tranquila. Estaba tumbada un poco ladeada, con los zapatos de tacón y el bolso junto al sofá y con su vestidito de escándalo puesto, aunque un poco desencajado, mostrando más de lo que se le había visto hasta entonces. Recorrí su cuerpo perfecto con la mirada. Unas piernas largas y torneadas, que se mostraban en toda su extensión. Su carita de ángel y su respiración serena, que alzaba su torso cada pocos segundos, haciendo que una de sus tetorras estuviera a punto de salir del escote.

Tras recrearme en esa visión tan erótica, me fui a la cama y pensé en el documento que me había mostrado en el bar. Eran demasiadas coincidencias: la chica respondía al mejor de mis sueños y había nacido el mismo día que yo, hacía exactamente 18 años. Creí comprender todo: Juan tenía dispuesto hasta el último detalle de mi regalo, incluyendo la falsificación del carné. Me volví a dormir satisfecho de mis conclusiones. Al día siguiente le llamaría para que supiera que había descubierto su juego.

Casi al mediodía, me desperté y puse la radio, mientras me decidía a levantarme. La suave música dio paso en pocos minutos a unos golpecitos en la puerta de mi dormitorio. Rosa entró pidiendo permiso. Se había vuelto a poner sus zapatos y aparecía fresca y radiante, con la melena recogida y la sorpresa de una bandeja con el desayuno. Una vez dentro, se paró junto a la puerta y habló, con su voz sensual.

  • Buenos días, señor. Espero que haya dormido bien. He oído que se había despertado y he preparado esto para usted. Si no tiene inconveniente, puedo acercarme a servirle.

Al ver que no me oponía, la chica me trajo la bandeja. Me incorporé en la cama limpiándome las legañas y se puso a cortar en trocitos la repostería, mientras yo le miraba alelado las tetas bamboleantes a través de su generoso escote. Luego me fue dando de comer, sin perder la sonrisa. Me preguntó la cantidad de azúcar para el café, lo removió y me lo ofreció. Cuando terminé de desayunar, retiró la bandeja y me dijo si deseaba algo más. La situación era perfecta, y yo no podía hacer otra cosa que disfrutarla mientras durase.

  • Está todo bien, Rosa. Eres un sueño.

Mi aprobación pareció ponerla muy contenta, y volvió a repetir lo que había hecho en el bar cuando la halagué: se acercó y me abrazó con entusiasmo. Aquel bombón era irresistible. Volvimos a besarnos como la noche anterior, pero esta vez sin testigos. Mis manos actuaron por libre, agarrándole el culo y tumbándola a mi lado. Era imposible resistir aquella tentación, y no tenía ningún motivo para ello. En un momento, la sábana que cubría mi desnudez estaba ya retirada y su pequeño vestido se había enrollado a su cintura, dejando a la vista todo su cuerpo, tan perfecto.

Rosa se puso sobre mí, y le penetré su coñito adolescente con mi polla, mientras le mordía sus perfectos pezones de fresa. Había acabado follando con mi regalo de cumpleaños, que jadeaba excitada mientras cabalgaba. Su coño no mentía: estaba completamente lubricado y recibía mis embestidas abrazando mi polla con fuerza. Mis manos seguían sin controlarse, y empecé a azotar ese culo magnífico.

A cada azote, la niña se animaba más y aceleraba el movimiento de sus caderas, con sus ojazos fuera de órbita y su lengua asomando por la boquita. Del culo pasé a las tetorras, que también azoté con fuerza, hipnotizado por su vaivén salvaje. La chica de suaves maneras había dado paso a una hembra en celo, que entre grito y grito de placer me decía:

  • ¡Más, por favor, señor, por favor, más, deme más!

Agarrándole de una de sus tetazas enrojecidas, me puse a bofetearle la cara con violencia, mientras le seguía bombeando el coño con mi polla, tan endurecida que la notaba martillear sus entrañas. Ella gritaba y gritaba, y seguía hablándome.

  • ¡Gracias, señor, más, aaay, por favor, soy suya, soy suya, más fuerte, por favor, aaay!

Empecé a insultarla mientras seguía pegándole, ya fuera de mí. A cada una de mis palabras, ella respondía con una afirmación de sometimiento, añadiendo cosas de su propia cosecha.

  • ¡Sí, soy su perra, señor, soy su puta, señor, su cerda, su zorra, su urinario, su esclava, aaay, más, por favor, señor, soy toda suyaaa!

Todo lo que me decía aquella diosa era excitante, extremo, fabuloso. Ese coño me estaba dando más placer que el que había sentido en toda mi vida. Al rato, aún acertó a balbucear:

  • Permiso para correrme, señor, por favor, se lo suplico…

  • ¡Córrete, cerda!

Le agarré de los mentones, con mis dedos apretando su cuello y los pulgares agrandando su boca, que chorreaba saliva. Mientras yo la inundaba de semen entre grandes espasmos, ella parecía una central eléctrica a pleno rendimiento, corriéndonos los dos entre gritos de placer.

Acabó tendida sobre mí, con mi polla todavía dentro. Respirábamos fuerte, pero consiguió hablarme bajito al oído:

  • Muchas gracias, mi amo…

Yo me fui recuperando poco a poco. Aparté su cuerpo a un lado, y me puse a observarla. Hacía rato que su vestido había caído al suelo y su cuerpo se me presentaba completamente desnudo en su perfección, con las zonas azotadas aún enrojecidas. Recordé que entre sus palabras introdujo “urinario” y me di cuenta de que tenía muchas ganas de mear. ¿Sería capaz aquella hermosura de ayudarme también en eso?

  • Rosa, voy a hacer pis.

  • Sí, mi amo.

Aún tumbados en la cama, ella acercó su cabeza a mi polla, que reposaba sobre mi vientre. Cogiendo mis huevos con suavidad, hizo un gesto de aprobación, abriendo su boca y poniéndola en su lugar. Estaba preparada. Empecé a orinar y observé con sorpresa que Rosa tragaba mi larga meada hasta la última gota, sin dejar escapar nada. Me recordó los recipientes hospitalarios que usan los enfermos que no pueden levantarse al baño. Rosa limpió los últimos restos, lamiendo cariñosa mi capullo. Luego volvió a tumbarse a mi lado y comenzó a acariciarme el pecho con una mano, jugando con mis pezones, mientras con la otra cubría mi polla para darle calor.

  • Don Fernando, espero que no se haya molestado con nada de lo que he hecho para usted. Mi intención en todo momento es servirle, y hacerle comprender que soy su regalo.

  • Ay, Rosa. Me encantaría que todo esto fuese real. No ha podido molestarme nada de lo que has hecho, porque coincide exactamente con lo que yo deseaba en todo momento. Presiento que de repente desaparecerás, como es lógico, y eso me entristece.

  • No voy a desaparecer su usted no lo quiere, mi amo. Alegre esa cara. Recuerde que soy toda suya, para que haga conmigo lo que quiera.

Esas palabras eran las mismas que Rosa me había dicho después de que Juan se marchase del bar. Acababa de tener un polvo de campeonato con una mujer perfecta, y ella insistía en considerarse mi regalo. Mi seguridad de que todo aquello era fingido se estaba empezando a quebrar. ¿Y si realmente existía la perfección, el cumplimiento de los sueños, la felicidad?

La tarde ya estaba avanzada y aquella burbuja idílica no parecía pincharse todavía. Rosa se levantó de la cama, se puso sus zapatos y me pidió permiso para salir de la habitación. De nuevo pensé que no la volvería a ver, pero su vestido en el suelo me devolvió a la realidad. No podía marcharse a la calle así, desnuda. Y de hecho, no lo hizo. Me calcé mis zapatillas y fui al salón. Allí estaba su bolso, en el suelo. Y ella canturreaba algo en la cocina. Me estaba preparando la comida. Me senté y observé que había pequeños cambios en la casa. Las cosas permanecían en su sitio, pero estaban más ordenadas. No quedaba ni rastro de la fiesta. Rosa había estado arreglando y limpiando a fondo antes de que yo despertase.

Fui al baño. Todo relucía como nuevo. Mientras me lavaba los dientes, me miré en el espejo. Verdaderamente, aquel polvazo me había rejuvenecido. Sonreí a mi propia imagen, y acabé convenciéndome de que algo fantástico me estaba sucediendo. En ese momento volví a recordar a Juan. Cogí el teléfono para llamarle, pero justo entonces sonó. Era él.

  • Hola, Fernando. ¿Todo bien?

  • Vaya, ahora mismo te iba a llamar, Juan. ¿Qué si todo bien? Esta chica es un ángel, estoy estupefacto con tu regalo. No entiendo nada de lo que está pasando, pero es todo perfecto…

  • Me alegro, tú relájate y disfruta, que para eso es tu regalo de cumpleaños. Sólo llamaba para cerciorarme de que las cosas estaban saliendo bien…

  • Pero me tienes que explicar…

  • No hay nada que explicar. Te mereces eso y más. ¡Nos vemos pronto, un abrazo!

Juan colgó el teléfono sin darme tiempo a decir nada. En ese momento entró Rosa con la comida. Me senté a la mesa y ella, mientras me servía, me dijo:

  • He oído que hablaba con Juan. Me alegro mucho de que todo esté siendo de su agrado, mi amo. Le he preparado su plato favorito.

  • Muchas gracias, encanto. Pero siéntate conmigo a comer. Y así me cuentas de dónde has salido. Todo está perfecto, pero quiero saber quién eres, y hasta cuándo va a durar esta situación.

  • Señor, si me lo permite no creo que sea correcto que me siente con usted a la mesa. Recuerde que soy su esclava y mi obligación es servirle y demostrarle en todo momento que usted tiene las riendas. Haré lo que sea para mantenerlo contento mientras me autorice a permanecer a su servicio.

Rosa seguía de pie, desnuda sobre sus tacones, diciéndome esas cosas tan magníficas. Comprendí que mi papel en aquel juego era el de comportarme con un poco más de severidad, y le ordené que se sentase a mi lado, advirtiéndole que no toleraría ni una falta más de disciplina. Ella se sentó al instante, como un corderito asustado.

  • Lo siento, mi amo. Sé que he dado mi opinión sin venir a cuento. Espero que sepa castigarme con rigor. Soy Rosa, tengo 18 años, y soy su regalo, como ya sabe. Mi vida hasta ahora ha sido la de una chica normal de mi edad. El mes pasado conocí a su amigo Juan en un acto social. Los dos íbamos solos, y él me cayó muy bien, aunque no me gustaba como para enrollarnos. Estuvimos charlando mucho rato, y yo al principio creí que él estaba intentando ligar conmigo. Pero lo que sucedió fue que me habló de usted y del plan, que se le ocurrió sobre la marcha, para que yo fuera su regalo. Juan y yo nos hemos estado viendo estas semanas, para que él me contase todo sobre usted. Creo que estoy muy bien preparada y que no le voy a defraudar.

  • Pero esto es increíble. ¿Y lo de tu fecha de nacimiento? ¿Y cuánto va a durar el regalo?

  • La coincidencia de los dos cumpleaños fue lo que me llevó a pensar que el destino me había brindado la oportunidad de demostrar que sirvo para algo. Todo esto me hace sentir útil, y eso es lo que deseo. Y respecto a la duración, yo sería la mujer más feliz del mundo si me deja seguir aprendiendo a su lado a ser usada, sin fecha de caducidad.

  • ¿Y Juan? ¿Qué opina de tu actitud?

  • Al principio, él mismo se quedó sorprendido con la evolución de mi entusiasmo con el plan, claro. Su propósito no iba más allá de llevarme a la fiesta y ofrecerme a usted como una sorpresa momentánea, sin pasar de ahí. Pero a medida que iban pasando los días de nuestros encuentros, yo me iba enamorando de usted a través de las palabras que él me decía y las fotos que me enseñaba. Aunque de hecho, su amigo no tiene ni idea de mi decisión, porque me dio vergüenza confesársela. Nadie había previsto que terminase convencida de que yo era lo que usted necesitaba, mi amo. Le quiero y no deseo nada más que estar humillada para su placer.

El bueno de Juan me conocía muy bien, y sabía que mi mayor fantasía era disfrutar de una chica como Rosa. Aquella niña que hablaba con palabras de amor incondicional había aparecido para quedarse, ya no quedaba ninguna duda.

  • No has probado bocado, mi perra.

  • Sí, mi amo. He estado picando un poco en la cocina. No tendrá que preocuparse de nada que concierna a mi manutención. Sólo debo servir para proporcionarle bienestar.

Le acaricié las tetas y cerró los ojos agradecida. Sus pezones respondieron rápido, endureciéndose a la vez que mi polla. En un momento estaba arrodillada entre mis piernas, engulléndomela entera, mientras sus manos suaves me acariciaban la piel. Esa chica era el placer personificado. Me dejé llevar de nuevo y me corrí en su garganta, apresando su cuello con mis muslos.

Rosa recogió todo y cuando terminó se acercó a mi lado. Yo estaba leyendo tumbado en el sofá y levanté la vista para volver a admirar su cuerpazo desnudo. Ella permanecía de pie, subida en sus zapatos, con las piernas separadas y las manos a la espalda. Dejé el libro a un lado y le acaricié el coño, arrancándole una sonrisa preciosa.

  • Anda, Rosa, descansa un poco, ven…

Ella se arrodilló en el suelo y apoyó su mejilla en mi hombro, recostando sus tetas en mi pecho.

  • ¿Estás bien? –le pregunté.

  • Sí, mi amo. Estoy muy a gusto. Esta casa respira paz y me siento muy segura a su lado. Deseo quedarme con usted y para eso tengo que traer algunas cosas de mi casa, que he preparado estos días por si usted me admitía.

  • ¿Algunas cosas? No creo que necesites nada, mi perra. Aquí tienes techo y comida, y si te falta algo yo te lo compraré…

  • Pero son cosas que he buscado para que mi estancia aquí sea más agradable para usted: ropa, complementos… Sería una pena que no viese todos esos conjuntos. Le aseguro que no se arrepentirá.

  • Bien, luego iremos a por todo. Eres una caprichosa y aún tienes mucho que aprender, pero por esta vez te hago caso.

En un rato, ya estábamos en mi coche. Realmente comprendí que Rosa no podía vivir conmigo sólo con aquel vestidito, el único con el que le había visto en las últimas 24 horas. Conduje hasta la dirección que me dio y la dejé entrar por la puerta de su chalet, en una urbanización, esperándola dentro del vehículo. Los minutos fueron pasando. Entonces volvió a mi mente la posibilidad que ya se había disipado. Aquella hermosura ya había terminado su actuación y yo mismo la estaba devolviendo a su domicilio. La realidad no podía ser tan perfecta, y el mundo seguiría girando conmigo en casa solo. Habían sido unas horas estupendas, pensé resignado, decidido a arrancar el motor.

Entonces sonó mi teléfono. El número no era conocido, pero descolgué. Era Rosa.

  • Señor, lamento tardar más de lo previsto. Mi madre me está ayudando a hacer el equipaje. En unos minutos estaremos listas. Le quiero mucho.

  • Yo también te quiero, mi Rosa. Pero ya he comprendido todo. No quiero ser ninguna molestia. Ya me voy.

  • ¡Señor! ¡No, por favor! Espere, no serán más de diez minutos, ya lo tenemos casi todo en las maletas… ¡Mamá! ¡Sal a acompañar a don Fernando! ¡Mi amo, no se vaya!

Colgué el teléfono. Aquello era raro, pero Rosa parecía preocupada de verdad por mis palabras. La puerta de la casa se abrió y apareció una mujer vestida con una bata de raso, que se acercaba al coche con cara de preocupación. Era totalmente evidente que se trataba de la madre de Rosa: se parecían mucho. Pese a la diferencia de edad, aquella señora era la viva imagen de su hija, con su mismo atractivo sexual, con su mismo cuerpazo. Salí del coche. La mujer me dio un par de besos. Sus melones se aplastaron en mi pecho, igual que los de su hija la primera vez que me besó. Estaba buenísima.

  • Ay, don Fernando, discúlpenos. Soy Elena, la madre de Rosa. En un momento estará lista. La culpa es toda mía. No había previsto que se mudara tan pronto y tenía sus cosas aún sin preparar. Le ruego que sea benevolente conmigo. Rosa y yo estamos a su servicio, y muy ilusionadas. Ha sido un mes muy intenso, imaginando cómo sería todo, y ahora casi lo estropeo.

  • ¿Pero tú estás también en esto? Aquí el último que se entera de todo soy yo. ¿Quién más va a aparecer ahora? ¡Me vais a volver loco!

  • Por favor, no se enfade… –me dijo aquella fotocopia de su hija, arrodillándose ante mí en plena calle–. Castígueme como quiera, pero no se vaya, todo va a salir bien…

  • ¿Todo va a salir bien? Estoy harto de oír eso, y a cada rato pasan cosas que yo no controlo. ¡Eso se va a acabar!

Le di un par de bofetones y le arrastré del pelo hasta la puerta. Entré con ella a la casa y me acomodé en el salón. La mujer me volvió a pedir mil disculpas de rodillas, azorada hasta el punto de que su bata se había desencajado y mostraba sus tetorras, increíblemente firmes y apetitosas. Rosa no se veía por allí, y supuse que seguía preparando su equipaje.

  • Señor, mi hija está a punto de salir ya. No dude ni un momento de que está preparada para servirle. Al principio lo vi como una locura de juventud, pero ya sé que ella está predestinada para ser su esclava. Yo la he criado sola, y la conozco perfectamente. La he acompañado para comprar todas las cosas que necesita y no dudo de que serán de su agrado, don Fernando. Le vuelvo a repetir que tanto Rosa como yo estamos a su servicio.

Esa declaración me conmovió. Aquella tetuda preciosa había sido cómplice a distancia de los planes de Juan, que claramente se le habían ido de las manos. De ofrecer una jovencita como sorpresa divertida de cumpleaños a que la chica se enamorara de mí sin conocerme y arrastrase en su determinación a su propia madre, había todo un abismo. Un abismo que, al parecer, me beneficiaba. Y mucho.

Elena no pudo explicarse mucho más porque mi polla estaba obstruyendo ya sus cuerdas vocales. Entre sus gargarismos creí escuchar el dulce sonido de unos tacones que se acercaban. Era mi perra. Llevaba puesto un conjunto de cuero negro tan sensual que me obligó a mantener la cabeza de su madre hundida en mi entrepierna apretando fuerte con las dos manos. Del top minúsculo con cremallera surgían sus tetorras, dejando ver el inicio de sus pezones. La minifalda le cubría apenas medio trasero. Los complementos eran preciosos: un collar de perra ajustado al cuello, unas medias de rejilla con ligas y los zapatos de tacón infinito. Se había puesto dos coletas, que le daban un aspecto aniñado que contrastaba con su atuendo de puta y la hacía más apetitosa todavía.

  • Perdone, señor. Ya estoy lista. En cuanto acabe con mamá podemos irnos, si usted lo cree conveniente…

Me corrí en el estómago de Elena, embobado por la visión de mi perra. La mujer emergió de mis muslos con el rímel corrido, preciosa, y acudió al interior de la casa, saliendo con dos grandes maletas que permanecieron en la entrada cuando ordené a las dos putas que se postrasen a mis pies.

  • A ver, preciosidades. Si hay algo más que yo no sé, éste es el momento para que os expliquéis. No quiero ningún misterio a partir de ahora.

  • Mi amo, mamá no va a ser ninguna molestia para usted. No hay nada más que ocultar. No le había dicho que vivía con mi madre porque no lo he considerado relevante. Ella me ha ayudado en mi preparación. Ha sido muy útil. Desea todo lo mejor para mí y sabe que yo necesito a alguien como usted. Lo comprende muy bien porque también es como yo, una cerda arrastrada dispuesta a cualquier cosa por un hombre que la sepa tratar como es debido.

  • Don Fernando, mi hija no le miente. Estaré disponible para ayudar en lo que sea necesario y me ha encantado comprobar que sabe tratar a las zorras como nosotras. Ahora tengo 38 años y me casé a los 20 con un hombre mayor que me dejó embarazada y pronto cayó enfermo. Cuando murió mi marido, hace ya 15 años, nos dejó su fortuna y no tenemos ninguna obligación financiera ni horaria. Supe por mi niña del plan de su amigo Juan, y la ayudé para que pudiera convertirse en su regalo. De hecho, a Juan le he transferido hoy una cantidad de dinero que le exime de preocuparse por su economía el resto de su vida, y también haré lo mismo con usted, si me lo permite. Su amigo no sabe de mi existencia, pero tengo previsto llamarle mañana para explicarle todo y agradecerle su colaboración.

  • Mi amo, acepte nuestro ofrecimiento. Mi madre puede serle útil todavía, pese a su edad. Siempre estará apoyándome. Y mi decisión vital es estar a sus pies, con lo que mamá es también parte del lote, siempre que usted quiera disponer de ella.

  • Así es, don Fernando. Permaneceré siempre atenta a cualquier cosa que pueda servir para que usted se sienta como es debido. Puede contar conmigo a cualquier hora del día o de la noche. Rosa no le fallará nunca, pero si se me requiere como auxiliar, estoy a su completa disposición, ya sea para ejercer de perra, de criada, de depósito de semen o de orina, de secretaria, de enfermera, de acompañante o de saco para golpear. Así he educado a Rosa y así seremos ambas para usted siempre.

Entre las dos perras, acomodaron las maletas en mi coche. Antes de marcharme con Rosa, su madre me dio su teléfono y nos despedimos los tres fundidos en un abrazo. Madre e hija lloraban emocionadas, y la mezcla de sus lágrimas con sus salivas se me antojó néctar divino, mientras nos comíamos las tres lenguas con verdaderas ganas. Recordé lo que me acababa de decir Elena, y se me antojó darle una pequeña paliza ante su hija, que la dejó tumbada en el suelo. Mientras le propinaba unas últimas patadas, le recordé que le debía ese pequeño castigo por retrasarse con las maletas. Cuando ya nos íbamos en el coche mi perra y yo, la madre se puso a cuatro patas en el suelo, levantándose con algo de dificultad, y sonriendo con lascivia acertó a decir: “Muchas gracias, mi amo”.

En el viaje de vuelta, Rosa me pidió permiso para hablar.

  • Mi amo, le recuerdo que yo también tengo un castigo pendiente por haber sugerido mi sitio en la comida. Sé que mi madre ha cometido una falta retrasando el viaje, pero yo también me merezco un trato parecido por su parte.

Aquella niña me miraba con la misma mirada lasciva que había puesto Elena al despedirse. Necesitaban ser tratadas con rigor y eso me ponía muy cachondo. Paré el coche en el arcén y agarré el cuello de mi perra con fuerza. La niña se estaba asfixiando en mis manos. Su pataleo le levantó la faldita de cuero, mostrando un tanga de encaje negro que tenía un agujero para el coño. Lencería pornográfica de la mejor calidad. Al ahogarse, forcejeaba también con los melones, que le fueron bajando la cremallera del top hasta mostrarse por completo. Estaba preciosa. Entonces aflojé mis manos.

  • Gra… gra… gracias, mi amo. Creía que iba a morir ya, y ha pasado por mi mente el último día de mi vida, a su lado. Estoy orgullosa de servirle y habría muerto feliz.

  • No quiero que te mueras, mi perra. Siéntate sobre el cambio de marchas.

Rosa se clavó la palanca en el coño y le fui indicando los movimientos que debía hacer para avanzar. Me gustaba tenerla a mi lado, tragando polla. Ya había anochecido y la carretera me pareció el mismísimo paraíso. Mi perra cambió las marchas con su vagina perfectamente, hasta el fin del recorrido. Yo, mientras conducía, llegaba muy bien a morderle los pezones y a azotarle y darle bofetones cuando me apetecía.

Dejé a la perra acomodando sus cosas en la habitación de invitados, que iba a ser la suya. Pedí la cena y en un momento ella estaba sirviéndola, vestida con un uniforme de criada minúsculo y explosivo. Imaginé cómo era el resto de su equipaje y me alegré de haber accedido a ir a buscarlo. Me fui a dormir, ya cansado de tantas peripecias. Ella me desvistió, me pidió servirme de orinal y acepté. Esa noche le dejé dormir desnuda en la alfombra como a una mascota consentida, a un lado de mi cama. Al fin y al cabo se estaba portando muy bien. Recordé la visión de la cerda de su madre a cuatro patas agradeciéndome la paliza, y me dormí satisfecho.

Desperté plácidamente. En cuanto me moví un poco, mi perra acudió solícita a atenderme, Mientras me hacía la primera mamada del día me di cuenta de que esa cerda no podía estar a la vez chupándomela y preparando el desayuno. Algo fallaba. Y había que arreglarlo para que a partir de entonces las cosas estuvieran correctas. Mientras Rosa continuaba con su obligación, cogí el teléfono y llamé a su madre.

  • ¿Sí?

  • Hola, Elena. Soy don Fernando.

  • ¡Mi amo! Perdone, estaba sentada. No sabía que éste era su número. Ya me he arrodillado para hablar con usted, no volverá a ocurrir.

  • Muy bien, puta. Te llamo para decirte que a partir de ahora vivirás conmigo. Me he dado cuenta de que tu hija no puede atenderme sola. Por ejemplo, ahora le estoy atornillando la polla en la faringe y eso me retrasará el desayuno.

  • ¡Señor! Ella tenía que haberse despertado antes para hacerlo, y ya estaría listo… Esta chica no ha aprendido nada…

  • No es eso, mamá cerda. Lo que pasa es que le he dejado dormir en mi cuarto y me habría despertado levantándose antes. La única solución para estas ocasiones es que estéis las dos aquí.

  • Muchas gracias en nombre de mi hija por permitirle dormir junto a usted esta noche. En diez minutos estoy allí con su desayuno, no se preocupe.

Como no había prisa, ordené a Rosa que me la chupara despacio. El tiempo pasó volando, casi en un duermevela plácido, y sonó el timbre de la puerta. Rosa voló a abrir y en unos segundos ya estaba de nuevo en su posición, tragando polla. Tras ella apareció su madre con una bandeja bien surtida. Vestía con una camiseta de punto amarilla, que realzaba sus tetorras rebosantes, una faldita blanca con raja a un lado y unas sandalias de tacón, también blancas.

  • Hola, mi amo. Espero no haber tardado mucho. He venido en cuanto he tenido todo preparado.

Qué buena estaba esa puta, dios. Le indiqué que se acercase mientras sacaba la cabeza de su hija de mi entrepierna, estirándola del pelo, y repetí el beso a tres de la tarde anterior, esta vez follándome a la mamá mientras, colocada sobre mí a horcajadas, con la camiseta levantada hasta el cuello. La sensación de tener disponibles las cuatro tetazas era, desde luego, mejor que sólo las dos de Rosa. Me corrí dentro de la madre y ordené a la hija que le dejase el coño bien limpio con su lengua.

Rosa se arrodilló en el suelo para beber mi semen de la vagina de su madre, mientras Elena me servía el desayuno, que yo alternaba con mordiscos a sus pezones. Luego Rosa subió a beber su primera meada del día y les dejé acomodarse cada una a un lado, para seguir besándolas un rato. Me encantó ese momento, con las dos tetudas dándome cariño.

La mañana se desarrolló tranquila. Me levanté y me puse a hacer mis cosas; algunos papeleos sin importancia. Me di cuenta de que era imprescindible tener dos putas en casa, y que mi decisión había sido muy acertada. La madre arregló la casa, se acercó de nuevo a la suya para traer su equipaje, fue de compras y preparó la comida, mientras su hija pudo permanecer a mi lado arrodillada como la buena perra fiel que era, para servirme cuando la necesitara. Y durante la comida, podía tener a cualquiera de las dos entre mis piernas mientras la otra traía y llevaba los platos.

Observé que me complacía la compañía de las dos por igual, hasta el punto de que no me importaba cuál de ellas me encendía los cigarrillos o me masajeaba la espalda. En los momentos que no necesitaba nada de ninguna de las dos, las juntaba para que me ofreciesen números lésbicos y les dejaba que se corriesen entrelazadas, cosa que agradecían mucho.

Tenía que llamar a Juan para decirle que viniese a mi casa. Su tonta idea primigenia de convencer a Rosa para que se ofreciese como regalo supuesto había acabado muy, pero que muy bien. Él no tenía ni idea de hasta dónde había llegado el asunto: ni conocía a Elena ni sabía que en su cuenta habían aumentado los ceros vertiginosamente. Hice prepararse a las dos zorras y le convoqué para esa misma tarde.

Juan llegó a la hora prevista, e hice que le abriese la puerta la madre de Rosa, ataviada con el vestidito de criada. En un principio, el pobre no sabía qué estaba pasando: una copia casi exacta de Rosa, pero algo más mayor, vestida como una chacha porno, le quitaba la chaqueta y le acompañaba hasta mí.

  • Hola, Juan. ¿Está buena, verdad?

  • Pero no entiendo nada, ¿quién es esta mujer? ¿Por qué es igual que Rosa? Qué ha pasado con Rosa al final? ¿Ya se ha ido?

  • No, no. Es Elena, la madre de Rosa. Anda Elena, atiende a Juan como tú sabes…

La mamá cerda se acercó a mi amigo, le abrazó y le empezó a besar. Juan estaba paralizado, y seguía sin comprender. Pero su polla respondió rápido al contacto de aquella tetuda semidesnuda, que se arrodilló ante él, se la sacó y se la metió en la boca.

  • Ya ves, Juan. La madre es tan puta como la hija…

  • Aaaah, qué bien lo hace, hostias, pero, pero, ¿puta Rosa? Si no me dejó ni acercarme a ella, con lo buena que está… y… aaah, qué rico…

Juan ya estaba cogiendo la cabeza de Elena para follarle la boca a su gusto. Rosa esperaba oculta mi señal para salir. Chasqueé los dedos y sus tacones comenzaron a sonar. Nunca nadie ha visto una hembra tan perfecta adornada con unos complementos tan excitantes como los que llevaba la niña. Labios rojos, melena suelta, manos a la espalda, y pinzas metálicas en los pezones y el clítoris, unidas por cadenitas desde la argolla de su collar de perra. Llegó hasta el centro del salón, y se mostró agarrando sus tobillos, con el culo adornado por un plug con brillante, mirando a Juan a los ojos y entresacando su lengüecita húmeda.

Ante esa visión divina, Juan se corrió al instante en la garganta de Elena. Rosa se arrodilló a mi lado y ordené también a su madre que viniese al otro lado y se sacara los melones del todo. Juan se metió la polla en el pantalón y tomó asiento frente a nosotros, anonadado.

  • Juan, amigo mío, todo esto te lo debo a ti… Resulta que Rosita se enamoró de mí a través de tus palabras, fíjate. Anda, haznos una foto, que aún no tengo ninguna imagen familiar.

  • Sí, sí, claro… Ya está, te la mando…

  • Gracias, chaval. Pues esto es lo que ha pasado: como Rosa insistió en quedarse conmigo y a mi servicio, he decidido que su madre también venga, para poder emplearla en labores auxiliares mientras me atiende la niña. Las dos son unas completas cerdas masoquistas y están dispuestas a hacer todo lo que les diga. Elena te la ha chupado y Rosa te ha enseñado su culazo enjoyado, obedeciendo las dos mis órdenes. Me apetecía devolverte mínimamente tu regalo. Además Elena tiene otra sorpresa para ti. Mira el saldo de tu cuenta…

  • ¿Mi cuenta? Pero si no tengo casi nada, ya lo sabes… A ver… ¿Qué es esto? ¡Tiene que ser una broma, o un error, o…!

  • No, es tu seguro de vida. Esta mamá cerda te lo ha ingresado como agradecimiento por el favor que le has hecho a su hija, incluso antes de saber que vendría a vivir con ella aquí.

  • ¿A vivir? ¿Vas a vivir con Rosa y con su madre? Esto es una puta locura total. Pero si yo no he hecho nada, sólo quería darte una sorpresa tonta…

  • Pues me la has dado, Juan. He pensado también que cuando quieras puedes venir por aquí y usar a la vieja. Esta zorra te estima de verdad…

  • Estáis locos los tres. Yo ya sabía que tú estabas mal de la cabeza, pero estas dos no deben de andar lejos, ayayay. Pero qué buenas estáis, por otro lado, me cago en dios. Voy al baño a mear, que no sé si es por los nervios o por qué, pero me estoy meando mucho.

  • Jajaja, no hace falta que vayas. Elena, atiende a Juan.

La mamá cerda se acercó a mi amigo gateando, con sus magníficas ubres colgando. Volvió a abrir la bragueta de Juan y esperó a recibir la meada. Juan estaba tenso y no podía orinar.

  • Amigo, dale un par de bofetones, descarga la tensión, que para eso está la cerda a tus pies...

Juan la miró unos segundos. Aquella tía tan buena estaba esperando recibir un par de hostias. La misma que le había convertido en millonario. La madre de la niña tetuda arrodillada junto a su amigo de toda la vida, vestida tan solo con pinzas y cadenas. Todo era tan absurdo que pensó que un par de bofetones no iban a variar mucho la escena. Y se los dio, con todas sus ganas, furioso, embravecido. Al  ver cómo la mujer respiraba fuerte con aquella cara de puta insaciable, hinchando las tetorras rítmicamente, empezó a azotárselas sin pensarlo dos veces. Esa zorra estaba disfrutando, sin duda. Su cara enrojecida y viciosa pedía más. Juan le arreó otro par de bofetadas, fuertes, precisas. Entonces empezó a mear. Estaba mucho más relajado.

Elena tragaba con precisión, consiguiendo deglutir la meada sin necesidad de cerrar los labios. Juan veía aquello y no daba crédito. Nunca había tratado así a ninguna mujer, y le estaba gustando. Desvió su larga meada por la cara de la puta, por su pelo, por sus tetas, y luego volvió a apuntar a su boca. Por fin, terminó. En el suelo había un pequeño charco. Yo intervine:

  • Perra, ayuda a tu madre a limpiar eso y demuestra cuánto la quieres a Juan.

Las dos tetudas se pusieron a lamer los restos. La niña secaba el cuerpo de su madre, le ayudaba con el suelo, y aprovechaban también para lamerse las bocas. Todo iba quedando limpio, pero ellas seguían su juego de lenguas, de tetorras, de manos, de piernas, de coños. La niña jugaba a quitarse las pinzas y ponérselas a su madre, que gritaba enloquecida de placer. La polla de Juan volvió a despertar. Hice volver a Rosa conmigo y le ordené que se quitara el plug, mostrando el agujero de su culo a Juan, que ya estaba taladrando a Elena el suyo.

Al momento las dos zorras estaban siendo enculadas, sentadas sobre nosotros. Acabamos poniéndolas a cuatro patas, una frente a otra, para que se pudiesen besar, comerse las bocas, los labios, las lenguas, que chorrearan saliva. A mí me encantaba verlas así, babeando como dos cerdas. Y al parecer a Juan también, porque pegaba tremendas sacudidas a la vieja, que golpeaba su cara con la de su hija. Me corrí agarrando la cadenita de mi perra, que tiraba de sus pezones y de su clítoris, proporcionándole ese dolor extremo que tanto le ponía. Juan tardó más en eyacular, y cuando lo hizo prefirió llenar de lefa la cara de Elena. Le había gustado eso de enguarrarle la carita a la mamá cerda.

Le dije a mi amigo que hiciera unas fotos de Elena con la cara llena de churretones. Rosa me pidió permiso para posar junto a su madre y las dos miraron sonrientes a cámara, mientras la hijita lamía los restos. Pensé que no me acababa de gustar eso de que mi perra probara el semen de Juan. Al fin y al cabo, le había dicho que podía usar a la vieja, no a la niña. Pero decidí pasarlo por alto: Rosa también había lamido la meada de mi amigo y eso sí se lo había ordenado yo. Juan terminó de hacer las fotos y me dijo:

  • Fernando, eres un crack. Nunca me habría imaginado que tus fantasías más guarras se convirtieran en realidad. Y menos que yo participase. Esto es un puto sueño. Tienes una suerte loca, tío. Me matas.

Elena fue a servirnos unas cervezas y algo de picar, y su hija volvió a arrodillarse a mi lado. Juan y yo estuvimos charlando un buen rato, perfectamente atendidos por esas dos maravillas. Antes de irse, mi amigo volvió a pegarle una pequeña paliza a Elena y le orinó de nuevo. Le había cogido gusto a eso de usar a la vieja.

Más tarde, mi perra me pidió autorización para hablar, mientras su madre preparaba la cena en la cocina.

  • Mi amo, he disfrutado mucho esta tarde. Ha sido maravilloso comprobar cómo gozaba usted al usarme y lo generoso que ha estado con él, prestándole a mamá. Pero creo que debo disculparme por lamer el semen de Juan sin el permiso de usted.

  • Ya sabes que no sirve con que te disculpes, mi perra. Pero es que además, es inútil castigarte corporalmente porque aún disfrutas más. Tendré que pensar algún castigo que te haga verdadero efecto.

Elena trajo la cena. Mi plato estaba suculento. Para su hija había preparado un conglomerado informe que le dejó en un plato en el suelo, junto a un cuenco con agua. La niña comió aquello con mi permiso y su madre permaneció en su puesto de pie, atenta a todas mis necesidades, y mostrando orgullosa sus grandes ubres para mí. Ordené a Rosa que fuese a su habitación a ponerse algún modelo bonito. Una vez que estuve a solas con su madre, me dirigí a ella:

  • Elena, tu hija tiene un castigo pendiente. ¿Qué se te ocurre?

  • Esta niña es un poquito complicada para eso, mi amo. Para hacerla entrar en razón no sirven azotes ni nada similar. Ha salido a mí. El único castigo que le afectará es la ausencia de castigo. Ella tiene muy claro que debe ser sancionada si comete una falta. Sufrirá mucho si comprueba que no se le trata como merece.

  • ¿Me propones que deje su falta sin compensar? No sé, no tiene mucho sentido…

  • Ella va a venir ahora convencida de que recibirá alguna tortura corporal. Si usted hace eso, mi hijita verá que está siendo castigada y eso le reconfortará. Pero si la trata con normalidad, algo en su interior le dirá que eso no está bien y lo pasará mal.

  • Mi cerda, no estoy muy seguro de que esa teoría descabellada no sea simplemente por librar a tu niña del castigo que merece.

  • Mi amo, usted sabe que yo la he criado. Tener un castigo pendiente es para ella la peor de las opciones.

Después reapareció la perra. Venía ataviada con un conjunto de lencería blanco muy sexy; sostén, tanga, liguero y medias de encaje, con zapatos a juego. Hice que se mostrara ante mí, girando despacio. No me cansaba de ver a mi niña, tan exuberante, tan pura y tan dócil. Le ordené que se vistiera del todo, porque la iba a llevar de paseo. Se puso un vestido también blanco, que con sus leves transparencias la convertían en un ángel del morbo. No me suele gustar que las chicas usen ropa interior, porque creo que es un estorbo. Pero mi niña estaba simplemente arrolladora, sin discusión. Dejé a la mamá cerda en casa y me llevé a mi putita a una zona de bares. El conjunto que llevaba causó sensación. No paraban de mirarnos.

Dos chicas que parecían muy interesadas por nosotros nos observaban de cerca y hablaban entre sí al oído. Estaban bastante buenas y me gustaba verlas así, tan pegaditas. Les invité a tomar algo y se acercaron.

  • ¿Os gusta mi novia?

  • Es preciosa, estábamos hablando de eso precisamente. Tiene usted mucha suerte.

Llevé a las tres a un sofá de una mesa apartada. Las chicas estaban un poco bebidas y reían toqueteándose, alargando sus brazos desde los dos lados, conmigo y mi perra en el centro. Rosa estaba disfrutando mucho y participaba de la conversación, desinhibida y cada vez más excitante. Yo me dejaba querer. Aquellas dos zorritas no perdían ocasión para acercarse a mi perra y a mí. Mi mirada contemplaba por un lado la marca evidente de los pezones de Rosa, que estaban clavados en su ropita blanca, y por otro lado los escotes y las piernas de las dos chiquillas, que se mostraban sin recato muy cerca, demasiado cerca.

  • ¿Os habéis fijado cómo se marcan los pezones de mi niña, incluso a través del sostén? Es que con vuestros cariños la habéis puesto un poco acalorada. Seguro que tienes el tanga todo mojado, ¿verdad?

  • Sí, don Fernando. Sois tan zorras como yo, con esos vestidos modelo “necesito follar”.

Las chicas rieron con estrépito y se acabaron abalanzando sobre nosotros. Las cuatro lenguas ya estaban en contacto. Llevar a un ángel conmigo tenía efectos demoledores. A esas dos putitas les daba igual carne que pescado y se estaban dando una merendola. Me levanté, recolocándome la polla, y salimos del bar. Afortunadamente, era noche cerrada y teníamos un parque justo al lado. Un banco en la oscuridad sirvió para disfrutar de los agujeros y las curvas de las tres perras, que se afanaban en emular la jugada del sofá, ahora multiplicada, lejos de miradas inoportunas. Dejé a las niñatas embadurnadas de semen, pero se fueron espantadas cuando empecé a soltarles mis mandobles. Rosa reía con ganas viéndolas huir despavoridas. Estaba también pringada, apaleada y follada. Pero sobre todo feliz.

Volvimos a casa y fue directa a la ducha. Su madre me desvistió y me atendió en mi dormitorio, canturreando feliz. Había visto el aspecto roto de su niña, con el vestidito blanco echado a perder, pero también su carita de alegría. Dormí como un bebé, a sabiendas de que ellas tendrían una larga conversación, y sin importarme un bledo lo que hablasen.

Desayuné con mi polla en la garganta de Rosa, mientras su madre me servía. La idea de tener dos putas era fenomenal, me repetí de nuevo. Volví a colocarlas a mis dos flancos para que me atendieran antes de levantarme. Mientras me acariciaba, la mamá cerda pidió permiso para hablar:

  • Amo, mi niña me contó anoche que se lo pasó muy bien en su salida. Espero que no le moleste que yo sepa todos los detalles.

  • No, mi cerda. Sé que entre vosotras hay confianza y no me parece mal: sois madre e hija…

  • El caso es que Rosa no ha dormido porque se siente culpable de divertirse tanto, teniendo un castigo pendiente…

Miré a mi perra a los ojos. Ciertamente, sus ojeras delataban lo que contaba su madre. Le escupí, cegándola por momentos, y le di unas cuantas bofetadas, insultándola por no dormir cuando era preciso. Ella reaccionó relamiéndose, y retorciéndole las tetorras a su madre. No tenía remedio, y me encantaba que fuera tan cerda y tan arrastrada. La tiré de la cama de un empujón y me puse a follar a Elena, diciéndole que a partir de entonces tenía permiso para correrse cuando quisiera. Mi niña aguantaba en el suelo como una campeona, mientras oía gritar de placer a su madre, que estaba siendo sembrada de hostias y taladrada con furia entre orgasmo y orgasmo.

Entre la falta de sueño y la privación de corridas, Rosa estaba consumida. Una vez en el salón, mientras la usaba de reposapiés, me encendió un cigarrillo con las manos temblorosas. La mamá cerda, a la que permití sentarse a mi lado, me lamía los pezones mientras yo consultaba el ordenador portátil. A la hora de comer, mi perra se arrastraba con dificultad, y se manchó toda la cara con su ración. A media tarde, aún reunió fuerzas para hablar:

  • Amo, castígueme, por favor. No puedo aguantar así. Me muero de sueño pero sé que esta noche tampoco dormiré si sé que no hace usted justicia conmigo.

Esa dulce niña no se daba cuenta de que su castigo se estaba produciendo ya. La prohibición de correrse no había sido tan prolongada hasta entonces; las atenciones que yo tenía con su madre la dejaban en un claro segundo lugar; la noche en vela le vació la energía; y sobre todo, la ansiedad de no ser castigada le quemaba en las entrañas. Me estaba empezando a dar lástima, y su falta había sido muy leve para llevarla hasta esos límites. Ordené a su madre que fuese al suelo con ella y les dirigí el juego. Cuando la niña estaba siendo sodomizada con el fuerte bombeo del puño de mamá cerda, vi en sus ojos que no podía resistir mucho más.

  • Córrete, puta.

Rosa estalló al instante. Entre fuertes convulsiones, palmoteaba y daba patadas con su madre sosteniéndole a su lado, admirada. La escena duró unos minutos. Elena también se corrió entre gritos, mientras recibía los golpes de su hija. Llamé a Rosa para que me besara los pies y le expliqué que su castigo había terminado. Al caer la noche, le envié a su habitación para que descansara y llevé a su madre a cenar por ahí.

Pese a que Elena no llamaba tanto la atención conmigo en público como su hija, al ser menor la diferencia de edad, su atuendo sí que la convertía en motivo de admiración. Se puso un traje de noche rojo, sencillo pero escandaloso por lo ajustado, con una raja al lado hasta la cadera, y un escote de vértigo que no dejaba dudas sobre su enorme par de tetas. Entramos en uno de mis restaurantes favoritos. Aquel local me había gustado siempre por el servicio: escogían a las camareras por su aspecto físico y su profesionalidad. Estaban buenísimas, y se comportaban con los clientes con extrema amabilidad. Yo lo frecuentaba, porque era casi como estar en un club de alterne. Mientras esperábamos a ser atendidos, Elena permanecía cogida de mi brazo, levemente retrasada de mi posición, evidenciando su sumisión. Esa noche, al ser un día entre semana, los clientes se reducían a un pequeño grupo en una mesa apartada. Aun así, pedí un reservado y una de las chicas nos condujo hasta allí.

La camarera empezó a tratarnos con mucha cercanía, entre la confianza que le daba haberme servido más veces, y el morbo de comprobar que mi acompañante vestía de modo tan erótico y dejaba que yo le pidiese la cena. Le servía la bebida a Elena apoyando la mano en su hombro, me limpiaba los labios con la servilleta… Verlas a las dos tan solícitas y sonrientes me estaba calentando mucho. Probé a forzar un poco la situación y le dije a la chiquilla que tenía un cuerpo precioso.

  • Gracias, señor. Y si me lo permite, le diré que hoy ha venido con una dama espectacular. Verlos a ustedes dos tan guapos y elegantes me pone contenta y me hace servirles con más aplicación.

  • Ya lo he notado, hermosura. No te cortes con nosotros. Esta tetuda estará encantada de que nos des todas tus atenciones.

  • Suponía que la señora no se molestaría, pero no me atrevía a incomodarles sin su permiso… Y verdaderamente sus pechos son enormes…

Elena escuchaba la conversación entre la camarera y yo, viendo cómo mi mano acariciaba el culo de la niña. Saqué las tetorras de la mamá cerda para mostrárselas a la chica, que se acercó a palpárselas.

  • Buff, señora, le felicito por su actitud con el señor, pero sobre todo por sus melones.

  • Cómetelos si quieres, esta puta está aquí para hacer lo que yo desee…

  • Gracias, señor.

Aquella camarera llevaba ya un rato deseando jugar con nosotros. Mientras ella le mordía los pezones a mi puta, le levanté la falda y le bajé la braguita. Tenía el coño mojado y se lo lamí un poquito. La chica volvió a recomponerse y me limpió de nuevo los labios con la servilleta. A mi orden, Elena se puso de rodillas para chupármela. Mandé a la zorrita a por el postre, dejando sus bragas sobre la mesa.

La camarera volvió con el postre y una nota escrita. Se sacó las tetas, de muy buen tamaño, y esperó a que leyera el mensaje. Sorpresivamente, la dueña del restaurante estaba cenando también allí y me presentaba sus respetos, ofreciéndome a la camarera y añadiendo que si necesitaba cualquier cosa más, no dudase en comunicárselo. Saqué mi polla de la garganta de Elena y le ordené volver a su sitio. Estaba hermosa, babeando como una buena cerda. Su cara de puta lucía como nunca. Después de un buen rato siendo follada, su boca estaba blandita por dentro y por fuera, y pensé que a la dueña le gustaría besársela.

Envié a la camarera a que viniese con su jefa, y en un momento acudieron juntas a mi reservado. Hicimos las presentaciones, e invité a probar a la dueña la boca de mi cerda, mientras ablandaba con mi polla la de la chiquilla, ayudando un poco con unos cuantos bofetones. La jefa habló:

  • Señor, mi empleada me ha dicho que quizás ustedes dos pudieran interesarme y realmente estoy sorprendida. Esta dama que ha traído aquí usted hoy es de primera categoría. Estoy cenando con unos amigos que estarían encantados de conocerla. Por supuesto, quedan invitados a la cena y tienen barra libre.

La camarera me estaba comiendo la polla muy satisfactoriamente, y terminé el postre mientras le decía a Elena que tenía que ser muy amable con aquellos señores de afuera.

  • Lo sé, mi amo. No olvide nunca que estoy para servirle en lo que a usted se le antoje. Y cuanto más tiempo paso conociéndolo, más entiendo profundamente la adoración que le profesa mi hija, y más comparto esa sensación. Además, como buena cerda que soy, disfruto de todos estos regalos que me da ser su devota.

Cogí de la cintura a las dos perras y salí al salón principal. Se trataba del grupo que había visto al entrar: cuatro hombres y la dueña, que estaban ya tomando unas copas. La propietaria dijo:

  • Don Fernando, veo que ya está usted al tanto de las costumbres ocultas de este restaurante. Le vengo observando hace meses, pero no creí que acabaría siendo mi invitado especial. Le presento a mis amigos, que suelen hacer uso de mis servicios cuando cerramos.

Otra de las camareras vino desde la puerta de la calle, que acababa de cerrar, y se acercó hasta mí para darme un beso de bienvenida, acariciándome el paquete. La propietaria, que tendría la misma edad que Elena y tampoco estaba nada mal, llamó al resto de sus chicas, que se pusieron en fila horizontal, abriendo sus escotes para mostrar todos sus encantos. Los hombres aplaudieron. Parecían acostumbrados a la transformación nocturna del restaurante, y sobre todo fijaban su atención a los melones de mi cerda Elena.

Me senté junto a ellos e intercambiamos nuestros contactos. Yo no era muy proclive a frecuentar casas de putas y todavía lo necesitaba menos ahora que tenía en casa a dos de las mejores. Pero pensé que ganarme la amistad de aquella gente podía resultar beneficioso a mi amigo Juan. Entre bromas y copas, aquellos hombres me convencieron para que les permitiese tumbar  en la mesa a Elena. Yo ya veía venir que su precioso vestido rojo acabaría arruinado, y me alegré de que su equipaje y el de su hija fuesen nutridos y estuvieran en mi casa.

La camarera que nos había atendido se identificó como Clara y me presentó a sus compañeras, que me rodearon entusiastas para agasajarme con sus cuerpos. La jefa ayudaba a sus niñas a colocarse para servirme mejor, mientras me besaba y me masajeaba. Por el rabillo del ojo, veía la degradación de mi Elena. Aquellos hombres estaban usándola sin recato: ya la tenían con el vestido roto y la boca, las manos, el coño y el culo ocupados con sus pollas, sin cortarse en azotarla por todo el cuerpo. Esa perra había sido muy beneficiosa para mí, y decidí que no había inconveniente en que disfrutase de la tortura de los cuatro tipos.

La mamá cerda acabó embadurnada de semen, por dentro y por fuera. Mis nuevos amigos se encargaron de limpiarla regándole con sus meadas. Estaba preciosa hecha un amasijo de basura. Le hicieron muchas fotos, que me enviaron. La mejor, una de cuerpo entero, hecha desde arriba, que decidí enviar a ampliar para que presidiera enmarcada el salón de mi casa. Mientras tanto, las putas y su jefa consiguieron llevarme al cielo con sus dotes profesionales. La propietaria se encargó de tragar mi meada mientras yo reposaba satisfecho sobre los cuerpazos de sus pupilas.

Aún estuve un rato de conversación con los cuatro hombres, que me parecieron simpáticos y agradables, mientras las zorras arreglaban un poco a mi cerda, sin cortarse en sobarla, besarla con frenesí y masturbarse con ella. La dueña estaba loca de contenta por tener una nueva amiga tetuda a la que morder y penetrar con sus puños. Antes de irnos, me apartó a un lado y me preguntó si habría alguna manera de agradecerme nuestra visita. Le dije que quizás tuviese noticias mías pronto, a través de un amigo.

  • Muchísimas gracias, don Fernando. Esa tetuda que ha traído es un cielo. Estoy enamorada de ella. Haré lo que sea por volver a usarla.

  • Gracias a ti, encanto. Tomo nota de tu ofrecimiento.

Le di una buena hostia, que la dejó tirada en el suelo, muy satisfecha. Mientras me iba con Elena, aquellos hombres, que debían de estar algo drogados, la arrastraron del pelo y la llevaron con las demás putas para seguir la juerga. La camarera Clara vino a abrir, y aún le dio tiempo de despedirse de nosotros con cariño, besándonos los tres mientras yo le amasaba las tetorras y el culazo.

Elena iba a mi lado por las calles desiertas, vestida con su atuendo rojo, rasgado y semiarreglado por las putas. En un momento estuvimos en casa. Rosita seguía profundamente dormida, en la alfombra de su cuarto. Elena me habló:

  • Amo, es usted un hombre excepcional. Quiero agradecerle la noche estupenda que hemos pasado en el restaurante, y que me haya permitido ser usada por aquellos señores. La dueña ha sido también encantadora conmigo, y me alegro mucho de que tanto ella como la preciosa camarera le hayan atendido como se merece. No dude que su excelente trato será recompensado cuantas veces esté en mis manos.

  • Te has portado muy bien, como siempre. He pensado que mañana vayas allí de nuevo, pero esta vez con Juan. Llamarás al local y que me envíen a Clara mientras negociáis. Voy a hacer a mi amigo el responsable del negocio. Seguro que le encanta esa señora, como tú.

  • Lo que usted ordene, don Fernando. Mañana me encargo de todo.

La mañana salió soleada y fresca. El paisaje colorido que veía desde la ventana de mi dormitorio me puso de muy buen humor, y ver a mi perra recuperada y con más deseos de servirme que nunca, acrecentó mi alegría. Después del desayuno, madre e hija estuvieron tragando y lamiendo mi polla a dos bocas, tan preciosas y entregadas como todos los días que llevaban a mi servicio. Elena había hecho sus deberes antes de que yo despertara, y en un rato estaban en casa tanto Juan como la camarera Clara. Una vez que les expliqué a todos mi plan, Juan se fue con Elena y me quedé en casa con Rosa y con Clara.

Clara entendió pronto cuáles eran las reglas en casa y se adaptó perfectamente, como yo había previsto. Le expliqué que una vez acostumbrado a ser servido en todo, mi niña Rosa resultaba insuficiente y su mamá se había prestado de mil amores a suplir las carencias temporales de la perra. Le di el ejemplo de la ausencia de Elena, que estaba negociando con Juan el traspaso del negocio.

  • ¿Entonces ahora voy a ser su empleada, don Fernando?

  • Si quieres verlo así, tetuda, me parece bien, porque es la situación real. Pero legalmente el restaurante será propiedad de mi amigo Juan. Yo me limito a devolverle el favor de proporcionarme a Rosa. ¿Te gusta mi perra, Clarita?

  • Esta niña es un sol. Es igual que su mamá, pero mucho más joven. Me encanta, seguro que nos llevaremos muy bien.

  • Pues empieza a intimar con ella, puta.

Permití a Rosa que dejara de chupármela y enculé a la camarera mientras ellas se devoraban. Un mensaje en mi móvil de la mamá cerda me avisó de que la transacción estaba realizada. La dueña del restaurante se había puesto a las órdenes de Juan, una vez informada de la situación.

Después de embadurnarlas con mi semen y mearles, envié a la ducha a las dos niñas, con la orden de que luego se vistiesen para salir. Aproveché ese momento para llamar a Juan.

  • Hola, Fernando. Todo ha salido como querías. La propietaria me ha cedido todo el negocio por un precio irrisorio. El local está muy bien y las camareras son inigualables. Gracias por tu iniciativa, creo que aquí me lo voy a pasar muy bien.

  • Ya me lo imagino, Juanito. Supongo que estarás ahora siendo bien atendido…

  • Pues mira, ya que lo preguntas, Elena es un primor. Si no fuera porque es tuya, la pondría a mi servicio directo. ¡Lo hace todo bien!

  • Ya, ya… Y lo buena que está, eh. Disfrútala cuando quieras, amigo, y no te olvides de la madama, que también está muy buena y ahora es tuya, con las chicas…

  • Es verdad, Fernando. De hecho me están atendiendo entre todas y no doy abasto. Me han dicho que hay unos clientes fijos que vienen frecuentemente…

  • Sí, los conocí ayer. Seguro que te caen bien. Ahora seguimos hablando en directo; voy a ir con las dos niñas a comer a tu restaurante. Preparadnos el reservado.

  • Hasta ahora, amigo.

Rosa y Clara se me presentaron limpitas y ataviadas como las dos adolescentes que eran, con la salvedad de que sus excelentes cuerpos, adornados por esas inmensas tetorras, pedían ser admirados, magreados, azotados… usados, en definitiva. Sus pequeñísimas blusas y falditas conjuntaban muy bien con las sandalias de tacón que se habían calzado. Y su posición, agarradas de la cintura, mirándome sonrientes mientras se acariciaban y besaban para mí, me hizo agradecer a los dioses de la lujuria que existiesen hembras como ellas, pero sobre todo que fueran mías.

La comida en el restaurante fue fenomenal. Rosa se hizo amiga enseguida de todas las putas, demostrando su gran habilidad para llevarse bien con las mujeres. La ya anterior propietaria me rogó que la dejase seguir trabajando en el local, asegurándome que no sería ninguna molestia. Pensé que era una buena idea, porque con su experiencia podía seguir surtiendo de camareras al negocio… y a mi casa.

Y así han ido pasando los años. Elena vive en el restaurante con Juan y el grupo de putas capitaneado por la antigua dueña. Rosa sigue tan enamorada de mí como siempre, y no deja de sorprenderme con su actitud entregada y arrastrada. El servicio de mi casa no es ningún problema, porque cuento con Clara o cualquiera de las otras putas cuando quiero. Nunca un regalo de cumpleaños fue tan perfecto.