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La magia de Fedra (6 de 8: Dora e Inés)

en Dominación

Rosa se encargó de entretener a los clientes varones, reunidos al efecto en el salón de actos. Gloria se quedó en el bar con las señoras. En los dos espacios se ofreció barra libre y se les suministraron somníferos a todos. Y yo me puse en el papel de productor de una película playera, que necesitaba chicas picantes como actrices. Julia, la dueña del hotel, nos reunió en la zona de la piscina, y mis tres niñas ejercieron de gancho, convenientemente aleccionadas.

Las dos pequeñas salieron primero, ataviadas con unos bikinis minúsculos, y se pusieron a bailar ante todas las candidatas, que veían asombradas cómo mis niñas entrechocaban sus melones semidesnudos y se daban cachetes mientras exponían sus lenguas. El grupo de chiquillas se miraba entre sí, y algunas huyeron al bar con sus madres… a dormir a pierna suelta. El resto esperaba su turno, algo confundidas pero con ganas de mostrarse para mí, sin quitar ojo al gran bulto de mi entrepierna.

Tres amiguitas se lanzaron después al estrado, intentando superar los movimientos sensuales de mis niñas. Julia permanecía de pie a mi lado, tomando nota y sirviéndome encantada. Saqué a mi Fedra también, para que las aleccionase haciendo un numerito de esclava. Y después otros grupos y alguna niña sola. Yo iba indicando las seleccionadas, aconsejado por Fedra, mi experta cazadora, hasta que obtuve un pequeño grupo de no más de diez chiquillas sumisas, que cumplían los requisitos consabidos: guapas, con buen tipo y, ante todo, muy tetudas. Julia se acercaba con sus notas de vez en cuando, posando sus tetorras en mi pecho y dejándose meter mano bajo la falda.

Una vez seleccionadas, las nuevas putillas estaban expectantes. Reuní al grupo y les dije que nos íbamos a ensayar a una cala privada cercana, también propiedad del hotel y en ese momento desierta por la ausencia de sus clientes. Por supuesto, Julia nos llevó en un minibús al efecto, conduciéndolo ella. Durante el corto recorrido, mis tres niñas estuvieron atendiéndome, dándome besos, acariciándome, y las demás competían en sus cuidados hacia mí y sus piropos a mi paquete. Cuando llegamos a la playa, todas estaban ya bastante excitadas.

En un momento y a mi orden, se creó un pequeño montón de bikinis junto a las perras ya desnudas, que fueron a bañarse con mis tres niñas mientras Julia se quedaba conmigo a chuparme la polla, arrodillada cerca del agua. Yo veía desde mi tumbona al grupo ya entrelazado, besándose, masturbándose bajo el agua entre ellas, mientras usaba a Julia, por fin por sus tres agujeros. Fedra y mis otras dos hijitas las enviaban hacia nosotros por pequeños grupos, y me las iba follando a mi gusto, hasta que todas tuvieron su ración de mi polla. Julia me volvió a decir que yo era un padre excepcional, por lo bien educadas que tenía a mis tres hijas, y añadió que mi selección de actrices había sido perfecta.

El grupo se colocó frente a mí, mostrando sus tetas, juntas, arrodilladas y preciosas. Elegí a dos para correrme por fin, follándomelas por el culo alternativamente, hasta que tuve ganas de eyacular y les regué sus caritas. Las demás niñas se les acercaron para lamerles mi semen, mientras yo me tumbaba junto a Julia, y mi Fedra me atendía como siempre. Pedí unas cuantas ubres para azotar y me entretuve un rato haciendo deporte. Me gustó mucho cómo se quejaba una de las niñas y me empleé un poco más con ella, dejándole las tetas y la cara como un tomate y el coño encharcado. Como se me había vuelto a poner dura, me la follé mientras le mordía los pezones y después le meé encima. Cuando volvió bañada y con el bikini ya puesto, le pregunté su nombre y con quién estaba en el hotel. Era Dora y había ido con su hermana mayor Inés, que ahora dormía en el bar. Me explicó que se llevaban dos años y que la otra se había retirado del grupo al principio, aunque tenía las tetas aún más grandes y era muy guapa.

Mostré mi enfado a Dora por haber dejado que su hermana se hubiese ido, y le dije que en cuanto Inés se despertase, la presentara ante mí. Volvimos al hotel, donde los clientes que se habían quedado estaban empezando a despertarse ya.

Julia, como dueña de aquel lugar, tenía buenas dotes de persuasión. Fue informando a todos de que el clima de allí provocaba  a veces algo de somnolencia, y les pidió que se retirasen a sus habitaciones. Mis perras ejercieron de administradoras de una dosis más fuerte todavía de somnífero, y en un rato todos dormían ya de nuevo, excepto Inés.

Con la ayuda de Gloria y de Julia, la tetuda vino con su hermana a presentarse. Cuando le acaricié sus tetorras amablemente sobre la ropa, ella se quejó. Me dijo que no tenía ningún derecho a tocarla y que si su hermana era una pervertida, ella no tenía la culpa. En un momento estaba inmovilizada por mis esclavas, arrodillada y recibiendo una buena ración de bofetones por mi parte. Inés era altiva y no mostraba ningún arrepentimiento. Le arranqué el vestido y le taladré la boca con mi polla. Mis chicas acercaron a su hermana Dora para que la calentase. Dora nos contó que su hermana sólo se ponía cachonda si trabajaban su culo. Así que mandé a Julia a por una botella de champán y se la metimos entera. Ahí empezó a reaccionar, chupando con ganas. Acabé corriéndome en sus entrañas mientras me daba las gracias gritando. Ya tenía otra aliada.

Mientras descansaba de nuevo, ordené a la directora que tuviese desalojado el hotel al día siguiente de los elementos indeseables. Por asuntos de obligaciones familiares, varias de mis nuevas perras tuvieron que marcharse. Nos quedamos sólo mi querida Fedra, su tía Rosa, la camarera Gloria, las dos niñas, la directora Julia, las hermanas Dora e Inés y cuatro clientas más de mi casting. Eran doce dulces perras, suficientes para animar el recinto y seguir haciéndome confortable la estancia.