miprimita.com

La magia de Fedra (5 de 8: Julia)

en Dominación

Al día siguiente, Gloria nos servía el desayuno en el comedor, sonriente y radiante, mientras yo le acariciaba el coño disimuladamente. Habíamos dormido muy bien y ya estábamos a la mesa toda la familia, ahora compuesta de falsos padre, madre y tres hijitas. Éramos la sensación del hotel: la gente me miraba con envidia, admirados de las preciosas hembras tetudas que me acompañaban.

Las niñas jugaban con el desayuno armando un pequeño alboroto, y Rosa les regañó, metida en su papel. No dudé en decirles que se levantaran y vinieran hacia mí, propinándoles un par de sonoros bofetones a cada una, que bambolearon sus ubres graciosamente. Volvieron modosas a sus sillas, en silencio. Los pezones se les marcaban como garbanzos. Estaban ya húmedas, nada más empezar la jornada. Fedra y Rosa, sentadas cada una a un lado mío, me acariciaban el paquete bajo la mesa.

Al rato, una morena con pinta de ejecutiva se acercó hasta mí y me dijo que era la directora y propietaria del hotel. Algunos de los otros hospedados se habían dirigido a ella para relatarle lo sucedido, y me venía a felicitar por poner paz en el comedor. Reconocí enseguida el brillo sumiso en sus ojos mientras se inclinaba para hablarme, mostrando un nuevo escote increíble para mi colección. Al tenderme la mano para despedirse, le agarré de la muñeca y sonrió. Le di un par de besos y le dije que mi familia y yo volveríamos a la hora del almuerzo y queríamos un comedor privado.

Me aseguró que todo estaría a nuestro gusto, y esperó respirando profundo a que la soltara. Fueron unos segundos de tensión contenida, con todo el salón en silencio y expectante. Dejé libre su muñeca y cuando se volvió para marcharse, le arreé un azote en su culo de falda apretada. El sonido de mi palmetazo se unió con un gemido suyo, casi un gritito, que devolvió a la realidad a todos los concurrentes, mientras los golpes en el suelo de sus tacones al alejarse se mezclaban con los tintineos de los cubiertos del desayuno de los clientes.

Para nuestro paseo, comencé llevando a mis cuatro perras a unos grandes almacenes. Salieron de allí vestidas como un excelente equipo familiar y pornográfico: las tres niñas, de uniforme escolar minúsculo, con dos coletas cada una; Rosa muy elegante, con un vestido blanco ceñido de gran escote y sandalias de tacón alto. Por supuesto, más allá de sus atuendos de infarto, lo que destacaba sin remedio eran sus cuerpos, con esos melones impresionantes.

Las dos niñas nuevas se dejaban llevar todo el tiempo, siguiendo lo que para ellas era un juego excitante. Mientras durasen sus vacaciones, a Rosa y a mí nos seguirían llamando papá y mamá, y a Fedra hermanita, según lo convenido. Vi la entrada de un hermoso parque y fuimos allí. Como si fueran tres alegres mascotas, las niñas se lanzaron a corretear, hasta llegar a una zona de juegos infantiles algo apartada y desierta. Enseguida se animaron a columpiarse y subirse en todos los cachivaches. Yo me senté junto a la prostituta Rosa en un banco cercano. Estaban preciosas jugando, exhibiendo casi todos los centímetros de su piel, y entrechocando sus tetas, sus lenguas y sus coñitos. Tuve que follarme la boca de Rosa mientras las admiraba. Cuando oyeron los ruidos de su garganta, vinieron una a una para ofrecer sus culitos, que taladré uno a uno. Por supuesto, si alguien nos estaba viendo de lejos, sólo veía a unos padres con sus tres hijitas revoltosas que iban y venían.

Mi Fedra me dijo al oído mientras la enculaba que estaban siendo sus mejores vacaciones porque me veía muy feliz en familia. Su dulce voz en mi oído me provoca siempre una erección mayor, que sus entrañas recibieron agradecidas. Rosa permanecía sentada a mi lado, ayudando a que sodomizara a las niñas.

Se me ocurrió enviarla a conseguir dinero fresco, diciéndole que volviera al hotel a la hora de comer, y seguí paseando con mis tres hijas por la ciudad. Aún nos dio tiempo de entrar en una iglesia, donde abusé de ellas discretamente en un confesionario vacío.

A la hora convenida, volvimos al hotel. En la puerta del reservado nos esperaba la directora, que había cambiado su atuendo y llevaba ahora un conjunto de infarto; tacones infinitos, medias negras, traje chaqueta gris con minifalda y blusa blanca graciosamente desabrochada por la que luchaban por escapar sus tetorras, que apretó contra mi pecho cuando me volvió a saludar con dos besos. Dijo que esperaba que estuviera todo a mi gusto y me pidió permiso para ser ella misma nuestra camarera. Le contesté que ya teníamos una, pero que le dejaba seguir en la puerta por si la necesitábamos. Al momento apareció Rosa con Gloria de la mano, que nos traía la carta.

Rosa había pasado un tiempo recaudando dinero. No lo necesitábamos, pero le ayudaba a recordar su puesto en mi cuadra. Era una cantidad bastante elevada y pensé que Gloria se la merecía por su buen comportamiento. Cuando le ofrecí los billetes, ella me rogó que no lo hiciese, porque quería estar gratis a mi servicio. Qué joya de mujer. Rosa y las niñas comieron contentas, recuperando fuerzas. Yo también me sentía feliz, recibiendo sus mimos mientras terminaba los manjares, con Fedra entre mis piernas lamiendo mi pollón y mis grandes cojones dulcemente. Entonces me apeteció que la directora se uniese a los postres.

Fedra salió de su puesto bajo la mesa y volvió a sentarse junto a sus hermanitas. Gloria fue a la puerta a buscar a su jefa. La directora había permanecido afuera de pie durante toda la comida, y al entrar me agradeció permitirle el acceso. Exceptuando la hermosa colección de tetas gigantes, que daban a mi familia un aspecto exótico, a la hermosa ejecutiva sumisa, tan tetona como ellas, no le dimos ningún motivo para sospechar nuestro juego. Al menos al principio. Le presenté a mi esposa y a mis tres hijitas, y la invité a sentarse junto a mí.

La directora me dijo que se llamaba Julia, y que sentía no haberme dado antes su nombre. Le contesté que no pasaba nada y que me gustaba mucho su actitud tan amable. También le dije que me complacía su nuevo uniforme, a lo que contestó que se lo había puesto para mí, porque veía que mi familia vestía con un estilo sensual y desenfadado y quería mostrarse acorde con nuestra costumbre. Añadió que estaba muy satisfecha de que su empleada Gloria hubiese sabido ganarse a unos clientes tan simpáticos. La vi tan entregada y solícita que se me ocurrió escupirle en la cara, empapando sus gafas. Ella permaneció imperturbable, con su sonrisa encantadora, sus muslos cruzados y aquel escote tremendo, por donde ahora resbalaba mi saliva.

Julia era un sueño. Continuamos hablando, ella toda pringada con mi escupitajo, y yo le expliqué que en nuestra familia no teníamos tabúes como el desnudo o las prácticas sexuales variadas, siempre que se contase con mi autorización. La directora me escuchaba relamiendo los contornos mojados de su boca, y acercando su escote hacia mí. Me dijo que le parecíamos una familia perfecta y que desde que había sabido que yo había pegado a mis hijas esa mañana, deseaba ser tratada igual. Además, Gloria le había relatado su experiencia de lluvia dorada de la noche anterior y esperaba poder beber mi orina alguna vez. Cuando oí esto, volví a escupirle en la cara y me sonrió satisfecha. Un par de bofetones, como ella deseaba, le pusieron a cuatro patas en el suelo. Por supuesto que iba a beber. Mi Fedra se acercó de nuevo, me sacó la polla y empecé a mear sobre Julia. Invité a Gloria a unirse a su jefa y bebieron juntas, como hipnotizadas ante mis grandes atributos.

Las dos niñas quisieron ser autorizadas para mear también, y les dejé que lo hiciesen en la garganta de su nueva madre, la puta Rosa. Cuando vaciamos las vejigas, envié a la directora a buscar con qué limpiar todo aquello y me fui con mis tres hijitas a la habitación a dormir una siesta. Al rato, Julia estaba de nuevo con nosotros, aseada y dispuesta a reemplazar a la camarera, que a esa hora debía atender la barra del bar. Intuyó que deseaba verla arrodillada ante mí y se acercó gateando a lamerme los pies. Las niñas, a una orden mía, le inmovilizaron, le sacaron los melones, y le atornillaron la boca en mi entrepierna. Le metí la polla hasta el esófago y se corrió sin mi permiso.

Entre sollozos, me pidió perdón por disfrutar sin preguntar antes si podía hacerlo, y me confesó que una parte de ella le había llevado a orgasmar para poder ser castigada por mí, cosa que anhelaba con intensidad. Dijo que me ofrecía cualquier cosa que yo le pidiera y estuviese en su mano, sin ningún límite. Mientras, yo le azotaba sus tetorras y le lancé las gafas contra la pared a base de bofetones. Entonces fue cuando se me ocurrió organizar un casting entre las clientas esa misma tarde. El hotel estaba entero a mi disposición y no podía desperdiciar la oportunidad.