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La magia de Fedra (4 de 8: Gloria)

en Dominación

Una de las cosas que más me gusta hacer con mi Fedra es viajar, rompiendo la rutina de mi casa. Hace un tiempo, le di unas vacaciones a su tía Rosa, que ya ocupaba todo su tiempo en la prostitución, para que nos acompañase. Los desplazamientos se hacen mucho más llevaderos si se cuenta con dos esclavas que te facilitan todas las tareas. Y más divertidos si hacen el papel de esposa e hija, como fue el caso. Al cuidado de la casa dejamos a Naomí, que nos despidió llorando emocionada.

Después de una noche de vuelo muy cómodo, recostado en las tetorras de mi Fedra y con mi regazo bien atendido por Rosa, llegamos al hotel. Tenía reservada una habitación amplia para los tres. No necesitábamos más que una cama, porque mis perras duermen en el suelo. Una vez instalados, envié a Fedra de caza y esperé en el bar con Rosa, que representaba perfectamente su papel de esposa. Ir acompañado de una tetuda atractiva siempre es un acicate para las camareras. Y más si se percatan de que la pareja es servicial con uno. Pregunté a la preciosidad de niña que nos servía las bebidas a qué hora terminaba su turno. Faltaban sólo unos minutos: los que tardó en quitarse el delantal y unirse a nosotros al otro lado de la barra. Cuando se presentó dándome dos besos, le agarré fuerte de la cadera, sosteniéndola así unos segundos para ponerla un poquito nerviosa. Se llamaba Gloria.

Mentimos a la camarera sobre nuestra relación, como teníamos pactado hacer con quienes nos encontrásemos en el viaje, mientras bebía su segunda copa con rapidez. Éramos un matrimonio con una hijita, que estaría a punto de llegar de dar una vuelta por la zona. Gloria se ganaba un poco de dinero trabajando allí en verano, pero vivía y estudiaba en otra ciudad el resto del año. Cuando llegó mi perra con dos amigas nuevas, pensé que quizás iba a ser demasiado contar con nada menos que diez tetorras a la vez.

La camarera Gloria y mi supuesta hija se entendieron muy bien desde el primer momento. El magnetismo de Fedra para las mujeres es extraordinario, y las veía hablar muy cercanas, casi pegadas, jugando con sus pelos, follándose con la mirada. Mientras, la recolecta de tetas de Fedra se presentaron a Rosa y a mí, creyendo que éramos realmente una familia. Eran dos chiquillas tetudas preciosas, alegres y despreocupadas.

Pronto el alcohol hizo su función. Entre risas, las dos zorritas nuevas hablaban del volumen de las tetas de todas las damas presentes, con el consiguiente mosqueo de la camarera, que estaba muy bien dotada pero no llegaba a los niveles de excelencia de las demás. Para consolarla un poco, le volví a sujetar fuerte de la cadera, acercándola hacia mí mientras bajaba mi mano a su culo y clavándole la lengua en la garganta. Ella respondió halagada atorniññando sus labios a los míos y abrazándome, al verse elegida pese a no ganar en melones. Pero las demás también querían un poco del cariño de un hombre y se agolparon en torno a nosotros. No era cuestión de armar un escándalo en el bar, así que las subí a la habitación.

El ascensor se convirtió en un horno. Fedra y su tía rozaban las entrepiernas de las dos niñas tetudas, que se dejaban hacer estupefactas por aquella familia tan cariñosa. Yo continuaba macerando a la camarera, a la que mantenía abrazada con fuerza.

En cuanto entramos en mi cuarto, les ordené que se pusieran en fila horizontal, de rodillas. Quería tener una visión general de mi cuadra. Afeé a Gloria que tuviese las tetas más pequeñas que las demás. Ella, que se debatía entre la vergüenza de ser la menos dotada de las cinco y la excitación que le había provocado con mi rudeza, pidió perdón por tener las ubres menos desarrolladas que las otras.

Insisto en que hay un misterio maravilloso en mis experiencias con Fedra: siempre que otras mujeres se unen a nosotros, éstas resultan ser tan sumisas como ella. Eso resultaba más o menos normal en el caso de las niñas tetudas que cazaba Fedra para mí, porque las seleccionaba según mis gustos. Pero el ejemplo de la camarera, que esperaba cabizbaja y temblorosa su castigo, me confirmaba de nuevo que algo inexplicable sucedía siempre, desde el día que conocí a mi perra en aquel balcón.

Las dos niñas recién captadas seguían los acontecimientos con la ilusión de participar en un juego nuevo, desinhibidas por el efecto de las copas, y encantadas al ver cómo se desarrollaba la escena. Autoricé a Rosa a atar a la espalda las muñecas de Gloria, que quedó tendida en una tupida alfombra exponiendo su coñito atravesado por el hilo del tanga bajo la falda y sus tetas fuera del escote. La realidad era que aquella jovencita las tenía muy grandes y hermosas, aunque fueran menores que los melones del resto.

Ordené a las dos nuevas tetudas que se mearan en la camarera, y se pusieron sobre ella en cuclillas, apartando a un lado sus braguitas y riendo. La dejaron empapada y preciosa. Yo tenía ya la polla muy dura y necesitaba golpear gargantas con ella. Fedra lo advirtió, y se acercó con las dos zorritas, que estaban todavía vestidas, pero les hice destapar sus ubres, que mis manos torturaron y agarraron bien, usándolas de asas para follarme sus cabezas. Rosa les levantó las minifaldas y les azotaba en sus culitos adolescentes. Fedra me llamaba papá y me preguntaba, abrazándome y besándome desde atrás, si estaba satisfecho.

Por supuesto que lo estaba. Solté los melones de las putillas, y mientras les seguía violando sus bocas agarré los de mi perra, retorciéndole los pezones. Eran mis trofeos cotidianos, las tetas de mi esposa, mi favorita. Le ordené que se corriera para mí. Su orgasmo fue como una descarga eléctrica que se transmitió por mi cuerpo llegando a los de las dos niñas, y nos corrimos los cuatro.

Rosa llevó al baño a Gloria y en unos minutos me la trajo desnuda y aseada, todavía con las manos atadas a la espalda. La puso sobre una mesa, con la mejilla y las tetas apoyadas y el culo alzado y expuesto. Mientras la sodomizaba profundamente y a grandes golpes de mis huevazos en sus nalgas, la chica me daba las gracias emocionada. Ya relajados, les dije a las dos nenas que durante nuestra estancia serían mis hijas adoptivas. Gloria reía complacida y se ofreció ser nuestra camarera para todo. Me pareció una buena iniciativa y eso la hizo llorar de alegría.