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Alba (3)

en Dominación

El primer día de paseo con mi mujer y nuestra Alba terminó de un modo bastante convencional. Un buen rato después del pequeño incidente del cigarrillo, Sonia dijo que estaba encantada de haber vuelto a encontrar a su antigua amiga, y de habernos conocido a su marido y a su hija. Y que debía marcharse ya. Nos pusimos en pie para despedirnos, y cuando le besé aproveché para apoyar mis manos en sus caderas, con los dedos sobre su tanga incipiente. En cuando desapareció, mi esposa nos explicó que Sonia era su compañera favorita en la universidad, porque siempre se mostraba dispuesta a ayudarle con las clases y parecía no tener límites en su extrema amabilidad. Alba estaba muy contenta, y volvimos a casa satisfechos.

A los pocos días, Sonia nos llamó por teléfono. Parecía una llamada de cortesía, porque no dio a entender que quería que nos citásemos, ni tenía nada que pedirnos. Como siempre, fue Alba la que atendió al aparato. Mi mujer y yo escuchamos atentos la conversación, mediante el altavoz, convenientemente activado por nuestra perra. Alba le dijo que estábamos los dos ocupados, mientras nos guiñaba el ojo, arrodillada en el suelo a nuestros pies. Eso fue una buena treta para que Sonia se sintiese más libre, sedada por la dulce voz de la niña. Empezó a contarle que siempre le había atraído el fuerte carácter de su amiga, aunque el tiempo les había separado. Y que volver a encontrarse con ella fue toda una alegría, sobre todo por verla feliz con nosotros. Alba puso voz de inocente mientras yo le pellizcaba los pezones y preguntó a Sonia qué le parecía su papá. Sonia permaneció en silencio unos segundos y luego confesó a Alba que creía que tenía un padre muy atractivo. Y que la más guapa de la familia era ella, nuestra hija. Mi mujer puso un mohín de fastidio y se señaló con el índice en la garganta, guillotinando en el aire a su amiga. Alba rió abiertamente, y con un dulce beso se despidió de Sonia, cuya última frase aludió a que no había vuelto a fumar desde que nos vio.

Mi esposa cogió a Alba de la melena y le colocó la cabeza entre mis piernas. Abrió mi pantalón y le obligó a tragarse mi polla dura hasta la garganta, forzándole repetidas veces. Alba consiguió meter su mano entre la falda de mi mujer y le masturbaba con la misma fuerza. Mi esposa hundía la cara de nuestra hijita en mi vientre y buscaba furiosa mi boca con su lengua. Yo estaba encantado y me dejaba hacer. El fuerte carácter de mi mujer se desviaba, como tantas veces, tratando a la perra con violencia. Esta vez violando su boca con mi propia polla. Acabé rociando a las dos con mi semen y Alba limpió inmediatamente todo el rastro con su preciosa lengua: los cuerpos de sus dueños, el suyo propio y el suelo, su sitio natural.

Mi mujer se había corrido muy a gusto y permanecía en reposo en el sofá, una vez que nuestra hija le había recolocado la ropa. Alba pidió permiso para hablarnos y nos preguntó si había hecho algo que no nos había gustado. Su madre le explicó que no. Que simplemente, el comentario de Sonia acerca de su belleza le había llevado 20 años atrás, cuando las dos competían por ser las más guapas de clase. Alba comentó que había creído que se había extralimitado en su conversación, y por eso había sido tratada con furia. Yo le expliqué que todo estaba bien, y le ordené que me pasara el teléfono para demostrárselo.

Marqué el número de Sonia. Le saludé muy atento y le dije que nuestra hija nos había informado de su llamada. Volví a bromear sobre el asunto del tabaco. Le dije que me alegraba de que nuestro encuentro le viniese tan bien a su salud. Y le pasé el móvil a su amiga, que me miraba encantada y con una sonrisa pícara. En el breve instante del paso del teléfono, Alba consiguió mi permiso para sentarse a mi lado y hablarme al oído. Mientras mi mujer desgranaba lugares comunes con su amiga, Alba me pidió que la maltratase un poco más, y me suplicó que la dejara tener un orgasmo.

Sonia acabó aceptando la invitación de su amiga a que viniese a visitarnos. Casi simultáneamente, Alba acabó corriéndose en mis manos, después de haberle dejado enrojecido su culo, sus enormes ubres y las dos mejillas de su inocente carita. Mientras la niña lamía mis palmas para aplacar el leve picor que había producido su vicio, mi esposa nos contó su plan, que no nos pilló desprevenidos ni a la sirvienta ni a mí. Sin duda sería una encerrona muy jugosa. Permanecí pensativo sentado en el sofá, mientras el increíble culo de mi mujer se alejaba hacia la puerta enfundado en su minifalda de cuero y la perra, todavía con cara de haber disfrutado sin límites, sostenía en sus manos el cenicero, tras encenderme un cigarrillo solícita y encantada.