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Hipnosis

en Control Mental

Toda mía. Esas dos palabras eran las que había grabado a fuego en la mente de Gema, una chica preciosa de grandes pechos con la que estaba saliendo desde hacía unos meses. Nuestra relación era convencional. Nos veíamos con frecuencia. Íbamos juntos al cine y  a cenar los fines de semana, y echábamos un polvo de vez en cuando. Pero una noche, jugando a la hipnosis, me pareció que ella había entrado en trance, después de relajarla y darle la consabida charla con voz parsimoniosa.

  • ¿Gema?

  • Dime, Daniel.

  • Voy a hacerte cosquillas.

  • Vale.

Gema no podía soportar nunca que le hiciera cosquillas. Le pasé mis dedos por la barriga, por el cuello…

  • ¿No te ríes?

  • Perdona, es que ahora mismo no tengo cosquillas…

  • Ríete.

Empezó a reír con ganas, retorciéndose, ahora sí, con mis cosquillas. Nunca había visto en ella una actitud de obediencia semejante. Decidí ir más allá con el experimento.

  • Deja de reírte ya. Ahora estás hipnotizada y haces las cosas que yo te digo. ¿Eso te gusta?

  • Mucho, Daniel. Me hace sentir segura y tranquila.

  • Voy a programarte, y si funciona estarás a mis órdenes cuando yo quiera.

  • ¿Puedes hacer eso? Me encantaría. Confío en ti y sé que disfrutaremos los dos con eso.

  • Escucha atentamente. Cuando estás hipnotizada, me obedeces en todo. Parece que tu personalidad oculta es la de esclava. Antes de programarte, voy a ponerte una prueba.

  • Sí, por favor, lo que tú quieras.

  • A ver, Gema. Desnúdate, ponte de rodillas ante mí, y no pares de tragar mi polla hasta que explote en tu garganta. Te tragas todo el semen. Luego, si lo has hecho todo bien, te programaré.

Gema cumplió todas mis órdenes a rajatabla. No había nada raro en ellas, puesto que éramos pareja y esas cosas ya las había hecho conmigo antes. Cuando terminó, permaneció a la espera.

  • Ahora te voy a programar.

  • ¡Eso es que lo he hecho bien! ¡Gracias!

  • Hasta ahora has sido mi novia, pero vas a ser también mi esclava cuando yo quiera.

  • No deseo otra cosa.

  • Bien, pues cuando yo te diga “Toda mía”, en cualquier situación, ya sea en directo, por teléfono o por escrito, te convertirás en mi perra obediente y yo seré tu amo.

  • Sí, mi amo.

Mi novia ya conocía las normas habituales de la sumisión, que habíamos practicado alguna vez como juego, aunque nunca habíamos ido más allá. Era hora de despertarla del trance, para comprobar si todo había salido bien.

  • Bien, sólo queda ya sacarte de la hipnosis. En cuanto te diga “Ahora Gema” volverás a ser la de siempre, olvidando lo que suceda durante tus trances. Vístete y ponte donde estabas antes.

  • Sí, mi amo.

Mi chica se puso la ropa, se colocó en la posición anterior y me miró sonriente, esperando mis palabras.

  • Ahora Gema.

  • Uf, qué relajación. No habrás conseguido hipnotizarme, pero estoy de maravilla. ¿Nos vamos a cenar?

  • Claro que sí, cariño.

Lo cierto es que aquella sesión de hipnosis no era demasiado fiable. Durante la cena estuve dándole vueltas al asunto, llegando a la conclusión de que Gema me había gastado una broma. Pero no quise iniciar una discusión, preguntándole directamente. Simplemente la iría sondeando: tan sencillo como pronunciar las palabras mágicas y ver hasta dónde llegaba.

La ocasión se me presentó al día siguiente. Gema me llamó por teléfono y me pidió que la acompañase a hacer unas compras. Yo estaba muy cómodo en mi sofá.

  • Toda mía

  • Sí, mi amo

  • Vas a hacer esas compras tú solita, mi perra.

  • Por supuesto, mi amo.

  • Y además, te comprarás ropa de puta de lujo, para mantenerme bien caliente cuando nos veamos. Esta noche vienes a mi casa vestida con algunas de esas cositas.

  • Sí, mi amo.

  • Ahora Gema.

  • Cari, he pensado que mejor voy a ir yo sola de compras. Luego paso por tu casa.

  • Vale, preciosa. Nos vemos. Besos.

Aún no sabía si lo de Gema era un juego o verdaderamente estaba a mis órdenes. La tarde pasó y ella vino a casa. Le abrí la puerta. Ante mí apareció totalmente cambiada, vestida con una blusa blanca ceñida y a medio abotonar, que dejaba ver el inicio de sus tetorras, una minifalda negra también apretada, medias de liga y taconazos.

  • Hola, Daniel.

  • ¡Estás fenomenal! ¡Me encanta tu nuevo look!

  • Anda, tonto. Simplemente me he arreglado un poquito. Esta tarde me apetecía comprarme ropa elegante y se me ha ocurrido ponerme uno de los conjuntos.

  • Toda mía.

  • ¿Estoy lo suficientemente puta para usted, mi amo?

  • Estás que te sales, mi perra.

Gema se puso a cuatro patas y me siguió hasta el interior de mi casa. Normalmente se acomodaba en el sofá y yo le ofrecía algo para beber. Esta vez se colocó de rodillas en el suelo, esperando órdenes.

  • Tráeme una cerveza, cerda.

  • Sí, mi amo.

Mientras me la traía, pensé en la corrida en su boca del día anterior. Gema no había hecho ningún comentario sobre el sabor, una vez sacada del trance. Y toda esa ropa la había comprado sin estar hipnotizada. Llegué a la conclusión de que las cosas que estaban relacionadas con su sumisión hacia mí, su subconsciente las adaptaba en su estado normal, para evitar conflictos internos. Como en realidad no había hecho nada fuera de lo común hasta entonces, hice la prueba para corroborar mi teoría. Ella estaba arrodillada de nuevo a mis pies, y yo bebiéndome la cerveza que me había traído.

  • Ahora Gema.

  • Perdona, Daniel. Creo que se me ha caído un pendiente. Ah, no, que llevo los dos puestos, qué tonta. ¿Estabas bebiéndote una cerveza? Voy yo a por una también, cari.

  • Claro, ya sabes dónde están.

Mi novia volvió con su cerveza y se sentó en el sofá junto a mí.

  • Toda mía.

  • Perdone, mi amo. Esa zorra se ha sentado a su lado sin su permiso.

Gema volvió a mis pies. Estaba ya claro que la programación hipnótica funcionaba a la perfección. Y acababa de descubrir un detalle nuevo: durante el trance, era plenamente consciente de su personalidad corriente, hasta el punto de que hablaba de ella misma como si se tratara de otra persona.

  • Muy bien, mi perra. Me gusta que estés arrodillada ante mí.

  • Es mi obligación y nace de mi devoción hacia usted, mi amo.

  • Pero dime, ¿qué te lleva a llamar zorra a mi novia Gema?

  • Con su permiso, mi amo, le diré que tengo razones para ello. Esa mojigata ni siquiera está segura de que usted sea el mejor partido. Está saliendo con usted mientras espera que llegue su príncipe azul.

  • Pero siempre me dice que me quiere mucho…

  • De eso nada. Hasta les cuenta a sus amigas que usted no le satisface, que le aguanta porque no tiene otro. Ellas le dicen que usted es magnífico, pero Gema no se quiere dar cuenta.

  • Vaya, no tenía ni idea, a mí me parece una chica agradable. Aunque ahora que lo dices, no me acaba de tratar bien del todo.

  • Por supuesto que no le trata como usted se merece, mi amo. Pero ahora que me tiene a mí, las cosas pueden ir cambiando, ¿no cree?

Yo estaba alucinando con el desdoblamiento de personalidad de mi novia, que había provocado yo mismo. Me saqué la polla para que me la lamiese y acariciase, y seguí conversando con ella.

  • Pero tú eres consciente de que eres la misma persona, ¿no?

  • Yo soy consciente de todo, mi amo. Esa idiota y yo compartimos cuerpo y cerebro, pero yo no soy una persona. Soy su perra y estoy a su servicio, tal y como usted desea.

  • Eso me encanta, puta. Sácate las tetorras, súbete la faldita y quítate las bragas.

  • Encantada, mi amo. Pero no llevo braguita. Era una sorpresa para usted.

  • ¿Una sorpresa tuya o de Gema?

  • El caso es que cuando Gema está en su estado corriente, yo sigo ahí, latente en sus pensamientos, aconsejándole según las órdenes y los deseos de usted. Cuando ella ha dejado su ropa interior en casa, no se lo podía creer. Ha venido todo el tiempo avergonzada de su decisión y pensando que usted no merecía algo así, la muy imbécil.

  • Vamos a hacer una prueba más, mi perra, a ver cómo reacciona Gema al volver. Desnúdate y ponte tres pinzas de la ropa: dos en los pezones y una en el clítoris. Luego ven a tragar polla.

  • Sí, mi amo.

La perra se fue y en un momento volvió a estar de rodillas entre mis piernas, adornada como le había ordenado, y encantada de sentir la presión de las pinzas en sus partes más delicadas. Estuvo tragando un rato, sonriéndome y mojándose excitadísima, mientras yo le empujaba para que me la comiera entera y me lamiera los huevos babeando.

  • Ahora Gema.

  • Gggggh, aah, ¡que me ahogas!

Gema sacó su cabeza y echó su cuerpo hacia atrás.

  • Daniel, qué bruto eres. Lo tuyo no es la delicadeza, eh. Me ves que me estoy asfixiando y tú ni caso. Además, estas pinzas ridículas hacen un daño terrible.

Mi novia se quitó las pinzas de los pezones entre quejas, y cuando se retiró la del coño observé que estaba empapada de sus flujos. Pero mi polla perdió la erección al volver a tener delante a la Gema de siempre, quejándose de todo.

  • Ay, chico. Con lo mojada que estoy ahora, va y se te pone blanda. ¡Me visto súper coqueta para ti, vengo sin bragas, te consiento estos jueguecitos y luego para qué!

  • Olvidas que me has permitido no acompañarte a las compras.

  • Encima de cachondeo. Mejor ha sido así, porque no eres más que un estorbo en las tiendas, siempre mirando a las dependientas y resoplando porque tardo en decidirme.

  • Mira, mejor vamos a dejar esto nuestro, Gema. No nos hacemos felices.

Ella ya se había vestido y parecía dispuesta a marcharse enfadada. Realmente estaba preciosa, qué digo, impresionante. Con que dejara de ser tan desagradable conmigo, mi polla volvería a su ser.

  • Toda mía.

Mi perra volvió a su sitio para que usara su boca de nuevo. En un momento, me la estaba follando por el culo.

  • ¡Gracias, mi amo! ¡Ahhhh! ¡Más, por favor!

Estuve atornillándola con mi polla y azotándole las nalgas hasta que nos corrimos. Mientras descansábamos, pensé que no era necesario volver a su ser a la niña malcriada.

  • Puta, te vas a quedar así. No hay color, desde luego. Desde que te conozco, Gema me ha dejado de interesar, sin ninguna duda.

  • Pero mi amo, eso no es posible. Gema tiene que aprender, hasta que yo, que soy su personalidad oculta, aflore por completo.

  • ¿Y eso por qué?

  • Ya me gustaría a mí quedarme en su cuerpo para siempre, así, sin más, pero el efecto de la hipnosis no es permanente. A las pocas horas volvería a ser la Gema tonta y orgullosa. Tenga paciencia. Vamos a ir emputeciéndola poco a poco, hasta que ella y yo seamos la misma, su perra incondicional.

  • Vaya fastidio. Pero puedo dejar que sigas siendo mi cerda hasta que se te pasen los efectos, y luego volver a transformarte…

  • Si hace eso, mi querido amo, no conseguirá lo que desea. Porque tendrá que estar siempre pendiente de cuándo vuelve la estúpida y eso sí que es un fastidio. Ahora me tiene cuando quiere, y pronto será permanente. Además, las amigas de Gema están tiernecitas y basta un pequeño empuje para que sean nuestras aliadas.

  • Tiernecitas y muy ricas. Esas dos zorritas son género de primera, con sus cuerpazos y sus miraditas. Gema nunca me deja acercarme demasiado a ellas…

  • Todo saldrá a la perfección, mi amo.

  • Ahora Gema.

Gema empezó a darme un discurso acerca de mi proposición de dejar la relación. Me dijo que eso lo decidiría ella y que por una discusión no se abandona una pareja. Yo sabía ya que toda esa palabrería no nacía de su amor por mí, sino de su plan egoísta de cortar conmigo en cuanto apareciese otro que le gustase más. Cogió su bolso y se marchó.

Volví a quedarme solo, reflexionando. La personalidad de ese bombón cuando estaba en trance era, además de perfecta para mí, todo un cerebrito. Mostraba tal seguridad en sus palabras que llegué a dudar de quién era el que manejaba la situación. Fuera como fuese, yo estaba encantado y sus consejos parecían todos encaminados a satisfacerme. Recordé su alusión a Dora y Marga, sus dos mejores amigas, y mi polla se endureció mientras pensaba en los encantos de esas dos tetudas que hasta entonces habían sido vedadas para mí.

Esa misma noche recibí un mensaje de Gema: era el emoticono de un corazón. La pérfida estaba haciendo las paces usando el servicio de mensajería que hace desaparecer los envíos a los pocos segundos. No le contesté. Insistió, ahora con un besito. Entonces escribí yo.

  • ¿Qué quieres?

  • No seas así, que no ha pasado nada.

  • Vale.

  • Venga, Daniel. Mañana nos vemos. He quedado con mis amigas a tomar algo y luego paso por tu casa.

  • Toda mía.

  • A sus pies, mi amo. No sabe lo que me ha costado que esta inútil le enviara el corazoncito.

Llamé por teléfono a mi perra hipnotizada. Por lo menos, además del cuerpo, compartían el número…

  • A ver, mi cerda. ¿Qué es eso de que has quedado con tus amigas y luego nos vemos?

  • Es un avance, mi amo. La tonta va a contarles a esas dos que usted quiso cortar ayer, y ya sabemos que ellas le van a decir que usted es un tesoro, que tenga cuidado.

  • Pero ella no les va a hacer ni caso, ¿no?

  • Bueno, para eso estoy yo también. No olvide que soy la personalidad oculta de Gema y estoy al servicio de usted.

  • No lo olvido. Mañana te pones otro de los modelitos que te compraste para mí y yo apareceré casualmente donde quedéis las tres.

  • Sí, mi amo. Estaremos a las cinco en el bar de siempre.

  • Muy bien. Ahora les llamarás para convencerles de que ellas también lleven ropa de putitas. Procura que cuando yo aparezca sean cariñosas conmigo.

  • Mmm, me encanta su plan, mi amo.

  • Ahora cuelgo. Espero noticias.

  • A sus pies, mi amo.

En unos minutos, mi perra volvió a llamar.

  • Mi amo, he hablado con las dos. Les he dicho que mañana iremos las tres muy arregladitas porque les voy a dar una sorpresa.

  • ¿Y qué sorpresa piensas darles?

  • Jajaja, está claro que será su aparición estelar... Usted venga, hipnotíceme y seguro que todo fluye.

  • Ya no sé quién da las órdenes aquí, mi perra viciosa, pero es todo fantástico.

  • Lo siento, mi amo. Las órdenes son siempre suyas. Lo que hago no es más que para que usted disfrute. Ese es mi único fin en la vida.

  • Me gusta que me lo digas. Venga, a dormir, mi puta. Mañana lo pasaremos muy bien todos. Ahora Gema.

  • Daniel, si quieres mañana me pongo otro de los conjuntos que compré ayer. No me gusta verte enfadado, besos, hasta mañana.

  • Hasta mañana, Gema. Gracias por tu comprensión. Besos.

Cuando me acerqué al día siguiente al bar, tardé en reconocer a mi novia y a sus amigas. La labor de mi perra era exquisitamente diabólica. Las tres despampanantes zorras tetudas que reían al fondo, mostrando un porcentaje muy elevado de sus cuerpos, iban a ser mi compañía en aquel local. Su ubicación al final de la barra me complació, fuera de casi todas las miradas. Y sus atuendos de infarto me excitaron como nunca. Me acerqué y me senté junto a mi novia, frente a las otras dos ricuras.

Las tres diosas adolescentes vestían con taconazos e indisimulado puterío. La explosiva Marga llevaba un suéter blanco que transparentaba sus melones sin recato y cruzaba sus piernas para evitar que su faldita dejara mostrar su entrepierna; Dora, la menos despierta de las tres, se había enfundado un top estampado escotadísimo y un short que le marcaba los labios del coño; y Gema había seleccionado de sus compras un vestidito crema que más parecía un salto de cama, adornado con un cinturón.

Gema no parecía muy feliz de verme. Había quedado con sus amigas y eso era sagrado. En su mundo de bruja avariciosa no cabía que su novio pudiese disfrutar de la compañía de sus dos amigas del alma. Además, las había citado para competir en belleza, no para soportar mis babeos. O eso creía ella, claro. Me pedí una cerveza y al recibir la botella dije en voz alta: “Toda mía”. Ya era hora de tener a mi perra. Gema me ponía de los nervios, tan desagradable.

Ya transformada, se acercó hacia mí para darme un buen beso, entrelazando su lengua con la mía. Sus amigas aplaudieron, encantadas de vernos tan acaramelados.

  • Ya veis, chicas. No sé qué os habrá contado Gema, pero estamos mejor que nunca. Y me alegro mucho de haberos encontrado, os habéis puesto preciosas hoy las tres.

  • Qué zalamero estás, Daniel. Les dije a mis amigas que se pusieran guapas porque tenía una sorpresa para ellas. Y la sorpresa es que me encantará que os conozcáis mejor, porque os quiero mucho a los tres.

Mi perra se inclinó hacia las dos zorritas, levantándose de su taburete, para darles un achuchón amoroso. Ahí las tenía yo, a pocos centímetros, sobándose como tres verdaderas guarras, entrechocando sus tetorras y dándose besitos en las mejillas. Diríase que mi perra se había propuesto que mi polla explotara.

  • Ven, tonto, abrázate con nosotras.

Sí, estaba claro. Mi puta quería reventarme los huevos. Me agarró de la mano y me añadió al grupo. El abrazo a cuatro no podía ser más excitante. Las chicas me besaban también a mí, procurando evitar que mi boca entrara en contacto con las suyas. Pero mi perra seguía dirigiendo la diversión, lamiéndome los labios y de paso ensalivando las caritas de sus dos amigas. Mi mano derecha agarró el culo de Dora, que soltó el primer jadeo. Marga se echó un poco para atrás, separándose del grupo.

  • Estoy poniéndome muy malita… - dijo mordiéndose el labio inferior.

Los otros tres la miramos. Sus pezones estaban clavados bajo su suéter blanco. Dora y Gema miraron sus respectivas tetorras y todos comprobamos que estaban igual de empitonadas. Entonces las tres fijaron la vista en mi paquete empalmado.

  • Mirad, mi novio también se ha puesto enfermito… Parece que vuestra compañía le gusta mucho. Tendremos que quedar los cuatro más veces, ¿verdad, Daniel?

  • Claro, mi amor. Estos abrazos sientan de maravilla.

Yo no había dejado de agarrar el culo de Dora, ni ella lo había apartado. Aproveché la circunstancia y la atraje hacia mí, besándola, ahora sí en la boca, con todas mis ganas. Todo lo que le faltaba de cerebro lo tenía de sexualidad desbordante. Respiraba fuerte en mi boca, y se frotaba la entrepierna con mi muslo.

  • Vaya, Daniel, parece que Dora y tú habéis perdido la vergüenza. Anda, Marga, vamos, que ésta nos lo quita…

Mi novia y su amiga se volvieron a unir a la fiesta, en un nuevo abrazo, éste mucho más desinhibido. Agarré los melones de Marga mientras mi perra Gema me metía la mano dentro del pantalón. Nuestras cuatro bocas estaban ya comiéndose unas a otras. Las babas caían por las tetas de las tres zorras, a las que yo magreaba por todas partes. Acabé corriéndome en la mano de mi novia. Dora tampoco pudo aguantar los espasmos. Gema le dio a chupar sus dedos a Marga, que también se corrió degustando mi semen. Y mi perra todavía no había tenido su orgasmo, lo que aproveché para decir “Ahora Gema”.

  • Vaya calor que hace aquí, chicos. Voy al baño a refrescarme un poco. Que conste que vuelvo en un momento, eh Daniel. A mis amigas ni tocarlas.

Cuando mi novia se fue, expliqué a las dos tetudas que últimamente su amiga Gema tenía cambios bruscos de temperamento, pero que pronto se le pasaría porque estaba en tratamiento. Ellas estaban exhaustas y encantadas con lo que acababan de vivir, además de embellecidas por sus orgasmos.

Les dije que no tuvieran en cuenta las incongruencias de Gema y que le siguieran la corriente, que eso haría que nos divirtiéramos todos. Antes de que volviese del baño mi novia, aún me dio tiempo de acariciar el coñito marcado de Marga, y de pellizcar los pezones de Dora bajo su top. A rato me despedí, recordándole a Gema que la esperaba en casa después.

Cuando ella llegó, decidí mantenerla en su estado desagradable, para comprobar si había avanzado algo en su emputecimiento progresivo. Nada parecía indicar que fuese así, hasta que después de un par de horas de calma se me acercó en el sofá y me susurró:

  • Daniel, no sé qué me pasa pero necesito correrme. Si quieres, jugamos un poquito a esas cosas que te gustan.

  • ¿Qué cosas, cariño?

  • Se me ha ocurrido que como llevo este cinturoncito, podrías usarlo para hacer como si fuese mi collar de perra. Mira, me lo pongo así y tú lo agarras de aquí…

  • Oh, sí. Estás preciosa, mi amor. Yo hago como que soy tu amo, como otras veces…

  • Claro, tonto. Pero no te pases, eh.

Mi novia se estaba masturbando con más ganas que nunca. Ese juego no le había entusiasmado antes demasiado y lo hacía por seguirme la corriente para acabar antes. Pero esta vez temblaba de gusto. Le pedí que no se corriese todavía y bajó un poco el ritmo de sus dedos. Estaba roja, pletórica. Pensé que en ese estado sería más fácil hablarle con franqueza.

  • Gema, tus amigas estaban hoy muy guapas.

  • Mmmm, sí, lo estaban, pero de mirar y no tocar, guarro…

  • Claro, mi vida. Pero tienen unas tetas impresionantes, como tú…

  • Sí, son preciosas, ya te gustaría a ti tener los tres pares de tetazas a la vez, ¿eh?

  • Claro, mi perrita, sigue masturbándote, así, pero no llegues aún…

Tiré del cinturón y se le apretó más alrededor del cuello.

  • Aaah, cabrón, me estás ahogando, pero me gusta, déjame correrme ya, estoy a mil…

  • Recuerda que te gusta, guarra, vas a ser mía entera.

  • No soy una guarra, pero me encanta que me trates así, me siento algo cambiada…

  • Eres mi perra y vas a serlo siempre, y tus amigas van a visitarnos cuando yo lo diga.

  • Aaaah, lo que quieras, me parece bien, Dora y Marga están muy buenas, comprendo que te guste verlas… ¡Estoy al límite!

  • Córrete, puta.

Gema no pudo más y se revolvió en orgasmos. Ahí estaba, deshecha, preciosa, casi entregada.

  • Toda mía.

  • Gracias, mi amo. Lo ha hecho usted muy bien. Ya casi la tenemos. No me imaginaba que llegaría tan lejos en tan poco tiempo. Hasta ha consentido que le visiten sus amigas. Eso hace bien poco era imposible.

  • Bueno, lo estamos consiguiendo entre los dos.

  • ¿Desea probar conmigo lo que acabará haciendo con esa niña tonta cuando acabemos con ella?

  • Claro, mi perra.

Había un vínculo mental entre mi creación y yo. Durante la sesión de collar con Gema, me estaba apeteciendo mucho abofetear sus mejillas sonrosadas, pero no lo había hecho para no romper el momento de la doma progresiva. Ahora tenía a la versión arrastrada y podía dar rienda suelta a mis caprichos violentos. No sólo la inundé de bofetones agarrándola fuerte por el cinturón, que aún llevaba alrededor del cuello. También le estuve torturando a hostias y apretujones sus tetorras magníficas, y usé sus agujeros como un poseso, hasta que me corrí en su cara de puta inigualable.

  • Ahora Gema.

  • Me has puesto perdida, Daniel. Pero me he corrido muy a gusto. Ay, mi tonto… ¿Qué era eso que decías de mis amigas?

  • Que las vamos a invitar a que vengan mañana.

  • Bueno, vale, te lo he prometido, eres un salido. Pero pórtate bien, que te conozco…

  • Claro, mi amor. ¿Recuerdas cómo has disfrutado cuando apretaba tu cuello con el cinturoncito?

  • Uf, sí. No me reconozco. Pero ha sido genial. Creo que me gusta más ahora eso de jugar a ser tu perra…

  • Me alegro, cariño. Pero no se lo cuentes a esas dos, no se vayan a escandalizar…

  • No, claro. Esto queda entre tú y yo.

Gema estaba cambiada, sí, pero en algunas cosas seguía siendo la original: mentirosa, orgullosa… Yo estaba seguro de que en cuanto saliera de mi casa iba a contactar con sus amigas para contarle lo bien que lo había pasado haciendo esas cosas. Antes de acostarme, le llamé.

  • Hola de nuevo, mi amor. Te llamo para darte las buenas noches.

  • Hola, Daniel. He hablado con Dora y Marga, y les parece bien que vayamos las tres mañana a tu casa.

  • Genial, os prepararé algo para comer. Toda mía.

  • A sus pies, mi amo. Esta zorra está ya a punto de caramelo. Les ha dicho a las dos tetudas que usted ha cambiado y que le había hecho correrse como nunca. Incluso les ha dado todos los detalles. Ellas irán mañana dispuestas a disfrutar de  nuevo, está claro.

  • Muy bien, todo está saliendo magníficamente. Que pasen antes por tu casa y os vestís con esas cosas tan ricas que compraste. Supongo que aún quedan.

  • Sí, mi amo. Precisamente hay tres conjuntos que le van a complacer, los últimos del lote. Pero pronto habrá más, sin duda.

  • Claro, mi perra. Esto es un premio gordo. Quiero que te golpees el coño con la palma de la mano hasta que salpique. Espero.

  • Sí, mi amo.

Estuve escuchando las palmadas un ratito. Y los gemidos de Gema, cuyo nombre cobraba sentido a medida que aumentaban de volumen.

  • Ahora Gema.

  • Aaaaaaah, Daniel, mi amo, sí, prepáranos comida para mañana. Iremos las tres vestidas para ti, te lo mereces, aaaah, aaaah…

  • Muy bien, mi perra. Me gusta que te tortures el coñito para mí, métete la manita entera y agítala fuerte…

  • Aaaaah, me muero de gusto, esto es una maravilla, no puedo parar, mi amo, eres el mejor…

  • Tienes que decir “es usted el mejor”. Verás como si me tratas de usted te corres más a gusto. Obedece.

  • Lo que quiera, mi amo, sí, me gusta eso, lo que usted ordene, aaaaaah, me corroooo.

  • ¿Ves qué bien, mi perra? Así me gusta, te estás portando muy bien.

  • Buffff, cómo me pone todo esto. Voy a morirme de placer. Daniel, te quiero mucho…

  • No, Daniel no, tienes que llamarme “mi amo”.

  • Vale, lo que quieras, mi amo, pero no quiero parar esto, me encanta sentirme tuya, es todo nuevo, es algo raro pero lo quiero así…

  • Has dicho “lo que quieras”.

  • Perdón, mi amo, lo que quiera.

  • Así mejor. Ahora duerme. Mañana nos vemos.

  • Sí, mi amo. Besos.

  • Besos, mi perra.

¿Acababa de conseguir que mi novia me tratase de usted y me llamara amo? Todo era como un sueño. Y yo no tenía la menor intención de despertar. Pero sí de dormir de verdad. Me acosté satisfecho e ilusionado por el día que iba a venir.

Y el día llegó. Lo primero que hice al despertarme fue llamar de nuevo a Gema. Quería comprobar si continuaba en la línea correcta.

  • Hola, mi perra.

  • Hola, Daniel, qué directo, ¿te has levantado empalmado o qué?

  • Anda, tócate un poquito para mí…

  • No, ahora no me apetece. Ya tuve bastante ayer, tonto…

  • ¿No te apetece? Toda mía.

  • A sus pies, mi amo. Esta idiota es una cabezota, ya ve. Pero le aseguro que ya la tenemos casi, lo de ayer marcó un antes y un después…

  • Me jode que vuelva a tratarme como antes. Yo creía que ya estaba lista… Mastúrbate con ganas, obedece, usa las uñas.

  • Sí, mi amo, me araño el coño para usted. Y no se preocupe, yo estoy en su interior y sé que lo hace por miedo a que usted crea que es demasiado guarra y la deje. Las cosas han cambiado radicalmente. Ahora es ella la que no quiere perderle.

  • Espero que sea como dices, mi perra. Ahora Gema.

  • Bueno, si tú me lo pides, me estoy arañando un poquito el coño para ti. Me pones mucho, Daniel…

  • Ayer te dije cómo tenías que tratarme a partir de ahora.

  • Creía que era un juego, perdone, mi amo.

  • Vas a tener que obedecerme siempre. Me gusta verte emputecida para mí.

  • Bufff, no sé por qué, pero cuando usted me dice esas cosas tan fuertes me excito más aún. Mi amo, siento que necesito todo eso, obedecerle con intensidad, ser su perra, su puta, hacer las cosas que usted me ordene, sin quejarme nunca más, aaaah, qué gusto me da decir eso, me estoy arañando el clítoris, pellizcándolo con dos uñas, es como cuando llevaba la pinza el otro día, quiero más, mi amo, quiero pinzas, azotes, humillación…

  • Vaya, es un placer oírte así, mi perra. Tú tienes mucha influencia en tus dos amiguitas, así que les vas a contar en lo que te has convertido y me las vas a traer bien preparadas a comer.

  • Lo que usted ordene, mi amo. Pero tengo miedo de que me abandone, si Marga y Dora le dan lo mismo que yo…

  • Al revés, mi puta. Me encantará que esas dos chiquillas estén a nuestras órdenes. Vamos a convertirnos en un grupo perfecto.

  • Eso suena genial, mi amo. Espero convencerlas… Me mojo mucho pensando que voy a poder usarlas con usted, y que eso es lo que usted ordena, ufff.

  • Ahora no te corras. Ya tendrás tu ración después. Llámalas ya y preparaos bien para la visita. Adiós. Ah, otra cosa, cuando me saludes y te despidas tienes que añadir “A sus pies”.

  • A sus pies, mi amo. Nos vemos luego. Ya verá qué guapas aparecemos…

Dejé que todo fluyera de nuevo. Gema no perdería el tiempo para informar a sus amigas del alma sobre sus calenturas recientes. Ellas ya eran bastante putillas de entrada, así que no le costaría mucho convencerlas de las ventajas de la obediencia. Además, siempre habían hecho todo lo que ella quería; no era nada nuevo.

La reunión iba a ser la confirmación de que mi perra hipnotizada había logrado apoderarse para siempre de mi novia desagradable. Las cosas habían sucedido mucho más rápido de lo esperado, y eso me complacía.

Las tres zorritas estaban a punto de llegar. Calenté unos platos y preparé la mesa. Justo entonces llamaron a la puerta. Y allí las tenía, espectaculares, arregladas para mí. Dora, la tontita, se había enfundado un vestido azul claro de tirantes, que le dibujaba perfectamente su hermoso cuerpo. Llevaba el pelo recogido en dos coletas, que incrementaban la sensación de estar ante una niña inocente. Marga llevaba una chaquetilla de manga corta, que le cubría las tetorras abrochada con sólo un botón, y una minifalda de vuelo. Pero la que estaba más increíble era mi perra Gema, con un vestido de cuero negro que sólo se podía haber comprado en una sex-shop. Era de una pieza, pero por componentes, empezando por un collar del que pendían unas tiras que sujetaban el corpiño, unido también a la faldita, que incorporaba unas ligas para las medias de encaje. Las tres estaban subidas a sus taconazos.

  • A sus pies, mi amo… ¿Estamos guapas?

  • Hola, chicas. Estáis para comeros vivas, la verdad.

Las tres rieron y me saludaron muy cariñosas. Estaba claro que Marga y Dora iban enseñadas, porque no tuvieron ningún recato en besarme en la boca, como mi novia, y dejarse sobar al abrazarnos. Aunque ya tenía la polla dura, les hice sentar a comer. Dora me dijo:

  • Señor Daniel, Gema nos ha contado que le gusta que le tratemos de usted  y que ahora es su amo. A mí me parece todo esto bastante raro y no lo entiendo bien, pero como es divertido hemos decidido jugar, ¿verdad, Marga?

  • Sí, Dora. Por eso nos hemos vestido así, tan guapas, para usted. Si ha conseguido que Gema acepte todo esto, estamos seguras de que nos hará disfrutar a las tres.

  • Eso ni lo dudéis, queridas amiguitas. Mi amo ahora es el que decide, y vamos a pasarlo genial. Hemos comprado unas pinzas para papel que seguro que le gusta vernos puestas, mi amo.

  • Claro, mi perra. Acabemos la comida y os las probáis…

Al rato, me senté en el sofá a presenciar el desfile de pinzas improvisado. Las putas estaban aún vestidas, y se pinzaron sus pezones sobre la ropa. Quedaban aún unas cuantas piezas, que se pusieron en sus coñitos, bajo las faldas minúsculas. Dora se quejaba un poco, pero le hice acercar para que supiera lo que era el dolor de verdad y le arreé unos cuantos bofetones para que se callara.

El juego de las pinzas estaba bien, pero yo quería verles ya las tetorras al aire. Les ordené que se las sacasen para mí y que jugaran con ellas un rato las tres. Era magnífico verlas con los melones sobre la ropa, sobándose y besándose. Me saqué la polla y acudieron gateando a tragar su postre.

  • Dora, ahora eres mi cerda viciosa. Ese vestidito azul no deja casi espacio a la imaginación y te lo has puesto para demostrarme que quieres ser de mi propiedad. Lo mismo te digo de tu chaquetita de puta, Marga. Ahora las dos sois mis esclavas, como Gema. Os lo habéis buscado. De hecho, vais a quedaros conmigo para atenderme. ¿Entendido?

Dora estaba algo confundida, como siempre.

  • Pero señor, esto no era más que un juego divertido, no puede ser que de la noche a la mañana nos cambiemos de casa y…

Saqué mi polla de la boca de mi perra y se la clavé en la garganta a la tonta para que se callara de nuevo. Marga intervino:

  • Yo he venido aquí porque me lo ha dicho Gema. Esto es muy excitante, pero no pienso que lo de quedarnos sea una buena idea. Además, confío en que a Gema le quedará un poco de cordura y…

Interrumpí el discurso de la marisabidilla con otra hostia bien dada, que la dejó tumbada en el suelo. Mi novia veía cómo se estaba desarrollando todo aquello y habló también:

  • Mi amo, creo que está usted sacando las cosas de quicio. Mis amigas harán lo que yo les diga, pero no es normal que se queden aquí a servirle. Además, me tiene a mí para eso…

  • Toda mía.

  • A sus pies, mi amo. Estas zorras necesitan un poco de entrenamiento. Déjeme a mí. Dora y Marga, masturbaos la una a la otra. Marga, dirige un poco a Dorita.

  • Sí, Gema. Ven, Dora, ábrete bien de piernas, así, trae tu manita, ponla aquí…

Así estaba mejor. Mi perra gobernaba muy bien la operación, y sus amiguitas confiaban en ella. Poco a poco, las dos amigas empezaron a meter sus dedos en el coño de la otra, luego sus manos enteras… Ya estaban babeando a mares como grandísimas cerdas.

  • Ahora Gema.

  • Sí, mi amo.

  • Ayúdales.

Mi novia se unió a la orgía de inserciones. Ya estaban penetrándose sus esfínteres con los puños, mientras de sus coños fluía la humedad.  Cogí de las coletas a Dora y le advertí:

  • ¿Ahora tienes más claro qué vas a hacer, mi puta?

  • Sí, mi amo. Voy a obedecerle en lo que haga falta y si me tengo que quedar con usted, será un placer.

  • ¿Y tú, Marga, grandísima puta?

  • Yo le pido perdón por dudar de sus palabras. Seremos sus esclavas con mucho gusto.

  • ¿Las has oído, mi perra?

  • Sí, mi amo. En cuanto nos dé permiso nos trasladaremos las tres aquí.

Escogí el culo de Dora para correrme, después de nuestra conversación de compromiso a cuatro. Mi perra y Marga acudieron a lamerme la polla para dejarla limpia. Tenía un futuro muy halagüeño por delante, con tres criadas tetudas a mi servicio. La hipnosis había resultado ser real, aunque Dora y Marga no necesitaron ninguna sesión: venían ya emputecidas de serie, por lo visto.