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Adopción (1 de 3: Bela)

en Dominación

La que ahora es mi esposa Diana y me hace sentirme el hombre más dichoso del mundo es una hembra espectacular, o al menos eso creo firmemente. He tenido la gran suerte de encontrarme con ella en la vida, y tanto su interior como su exterior se acomodan a lo que necesito. Por dentro es tan generosa como fogosa, y por fuera responde al canon de belleza de mis sueños más húmedos: guapa hasta decir basta, de pechos enormes y preciosos, y con una elegancia natural que, unida a su sexualidad desbordante, la convierte en la mujer perfecta.

Nos casamos muy jóvenes. Lo que queríamos era follar libremente y así pudimos librarnos de situaciones incómodas y dar rienda suelta a nuestro deseo cuando nos apetecía. Poco después supimos que no podíamos tener hijos, por un problema médico de ella. Mi mujer pasó una temporada bastante triste, hasta el punto de que le cambió el carácter. Se desvivía por atenderme, quizás por creerse culpable de algo que realmente no había provocado.

En unas semanas, nuestra situación cambió. La tristeza ya se le había borrado, pero sus costumbres habían ido evolucionando de la atención a la sumisión más arrastrada. Yo me dejaba hacer y le había cogido gusto a tener lo que ya era una esclava incondicional. Ella se mostraba siempre feliz cuando comprobaba que me hacía disfrutar, y acabó despertando en mí actitudes que nunca hubiese imaginado. Tomé las riendas de la situación y me convertí en su dueño, a todos los efectos: de su fortuna, de su cuerpo, de su mente y de su corazón.

Así pasaron unos meses: Diana trabajaba en casa limpiando, haciendo las comidas y sirviéndome en todo. Siempre con la sonrisa en la boca, y desplegando su amor hacia mí, traduciéndolo en complacerme sin límites. Al ser una iniciativa suya, no dudé en usarla de todas las maneras que se me ocurrían. Éramos ya (y seguimos siendo) lo más parecido a un amo y su mascota humana, con todas las costumbres asociadas que conlleva esa deliciosa situación: me trata de usted, me rinde obediencia ciega, actúa sólo con mi autorización y su cuerpo y su inteligencia están siempre disponibles para cualquier uso que se me ocurre, tanto sexual como cualquier otro servicio.

Por supuesto, le prohibí la ropa interior bajo la ropa, así como el uso de pantalones. Cuando le permito no estar desnuda se viste con ropa y uniformes provocativos elegidos por mí, y pasa más tiempo de rodillas en el suelo que en cualquier otro lado o posición. Me aficioné a controlarla en todo y ella respondió como debía. Nuestra vida me parecía ideal. No imaginaba la evolución que tomarían los acontecimientos, en exquisita progresión geométrica…

Una noche, viendo la televisión, con ella a mis pies y yo acariciándole el pelo, pusieron un reportaje sobre adopciones. Llevábamos casi un año casados y no había vuelto a salir el tema de los hijos. De su dulce boquita salió la frase habitual:

  • Permiso para hablar.

  • Dime, mi perra.

  • Mi amo, ya ha pasado mucho tiempo y podríamos adoptar…

  • ¿Quieres adoptar un niño?

  • Un niño o una niña, lo que usted desee. Seguro que nos daría muchas alegrías…

  • ¿No estás contenta así, siendo mi perra?

  • Mucho, mi amo. Me siento muy feliz a sus órdenes, pero me gustaría darle eso que no puedo generar con mi propio cuerpo.

  • Yo vivo feliz como estamos, mi perra. No necesito nada más que tu amor incondicional.

  • Muchas gracias, mi amo. Si me lo permite, le sugiero que lo piense. Una niña le vendría muy bien…

Después de decir esta última frase, mi perra me miró a los ojos. Ya había visto esa cara antes, muchas veces. Era una mezcla de satisfacción al saber que una iniciativa suya me complacía, y un síntoma evidente de que su coño estaba mojado. ¿Me complacía su sugerencia? ¿Una niña me vendría muy bien? Mi polla pareció asimilarlo antes que yo, y cogí a mi perra por la coleta para follarme su garganta, antes de acabar regándole los intestinos de semen. Incluso le dejé correrse para demostrarle que su iniciativa no me había molestado.

A la mañana siguiente, mientras ella me servía el desayuno, yo no podía dejar de pensar en el tema de la adopción. Le dije a mi perra que me hablara más de ello.

  • Me alegro de que considere mi idea, mi amo. Creo que el tiempo pasa rápido, y una hija adoptada sería lo más indicado para que usted continuara feliz por mucho tiempo. Como ya sabe, cuanto mayor es el niño, más dificultades tiene en ser adoptado y más fácil es conseguirlo. Yo me encargaría de todo.

  • Pero entonces, ¿propones que adoptemos a una niña mayor?

  • Claro, mi amo. Yo buscaría a las mejores candidatas, para que usted eligiese, y una vez adoptada le enseñaría a servirle y obedecerle. Seríamos una familia feliz.

Mi perra me conocía a la perfección. Sabía que una idea tan endiablada me resultaba muy excitante. En realidad, el hecho de poder contar con más esclavas ya flotaba en el aire hacía un tiempo. Muchas veces, yo pedía a Diana que me relatase cuentos eróticos inventados para mí, y siempre le acaba dirigiendo hacia historias con varias chicas a mi servicio, que ella recreaba encantada al ver que me ponían la polla tan endurecida.

Pero de ahí a pasar a la realidad y contar con una verdadera familia completada con una hija, era algo que ni en mis delirios más sublimes se me había pasado por la cabeza. En cualquier caso, era un plan magnífico, porque le daba a ella la oportunidad de ser madre, y a mí la de tener un pequeño harén. Orgullosa de verme contento, mi perra apartó la bandeja del desayuno y se puso en su lugar. Nos comimos a besos, mientras yo me follaba su coño con furia. Acabé corriéndome tras inundarla de bofetadas en su cara y sus tetorras, gritándole que era una puta cerda con ideas perversas. Era eso y mucho más: mi ingeniosa esclava perfecta, tanto de cuerpo como de alma.

Ese mismo día, antes de comer, ella ya tenía seleccionadas a cinco candidatas. Internet es un saco sin fondo, y mi perra sabía aprovecharlo al máximo. Por supuesto, eran todas preciosas y con gesto plácido y sereno. Descarté a dos que tenían un aspecto muy infantil. Yo no quería adoptar una niña, sino una potencial mujer. Esa era la idea: alguien que, en poco tiempo, se convirtiese en mi nueva chica para todo. La iniciativa me estaba acrecentando el buen humor. Mi perra lo sabía y todo era feliz y placentero.

De las tres restantes, había una que resaltaba por un aspecto que no habían podido disimular en la foto, por más que las presentaban a todas con ropa holgada y neutra. Su cuerpo ya estaba desarrollado, y no era difícil adivinar entre los pliegues de su camisa un rotundo par de tetas que contrastaba con el resto de su anatomía, aparentemente armónica. Por supuesto, fue mi elegida. Su lugar de origen era Bangladesh, pero estaba viviendo en un centro construido en nuestro país. Mi perra organizó toda la burocracia necesaria, y en unos días ya estábamos de viaje al lugar de la entrega, bastante cercano a nuestra ciudad.

La niña atendía por el nombre de Bela, y era un verdadero bombón tostado. Estaba claro que la organización que gestionó su adopción había falseado su edad quitándole años, pero eso para nosotros era toda una ventaja. Ya durante el viaje de vuelta, mi perra Diana comenzó su trabajo de educadora de nuestra hija, ofreciéndole nuevas vestimentas, que ella se puso emocionada. Por supuesto, se trataba de ropa adolescente, totalmente provocativa; un conjunto de top con tirantes, que aguantaban a duras penas el volumen de las peras de la niña, y un pantaloncito minúsculo a juego.

Una vez vestida como una jovencita moderna y sexy, su mamá le hacía fotos y reían juntas. A mi perra le costó muy poco ganarse la confianza de su hija, y mi polla se ponía a reventar viendo por el retrovisor a las dos jóvenes tetudas abrazarse y hacerse carantoñas en el asiento de atrás del coche. Por otro lado, Bela observaba con interés todas nuestras acciones, y mi perra no disimulaba en ningún momento sus atenciones conmigo y su obediencia ciega, siempre con la sonrisa en la boca.

Ya en casa, mostramos a nuestra hija su habitación. Para ella todo era nuevo e ilusionante. Su mamá se puso su minúsculo uniforme de criada, con el que hacía las tareas del hogar para mí, y nos dejó a solas para realizar sus trabajos. Mi hija me dio un abrazo espontáneo y sincero, agradeciéndome de corazón que le hubiésemos adoptado. Un corazón que se me antojó lejano, tras esos melones que me estaba aplastando contra el pecho. La besé en la mejilla y mi erección se clavó en su vientre virginal. Confieso que en ese momento estuve a punto de comerle la boca y agarrar sus tetorras, pero recordé que los planes eran más pausados y separé mi cuerpo del suyo. Bela se quedó en su cuarto, arreglando sus cosas, y yo me fui a desfogarme con el culo de la perra, que limpiaba a cuatro patas el suelo de la cocina mientras se preparaba la comida.

Nuestra hija se iba adaptando muy bien a las costumbres domésticas. Mi perra no perdía ocasión para macerarla, dándole su cariño maternal continuamente a base de besos, abrazos y caricias. Y la niña ya veía con total naturalidad las muestras de entrega total de su madre a su padre, imitándola en cosas tan sencillas como permanecer con ella a mis pies en los ratos de descanso, o servirme las comidas. Poco a poco, yo me tomaba con mi hija algunas libertades, como propinarle cachetes en el culo cuando pasaba a mi lado o admirar su cuerpo voluptuoso sin ningún disimulo. Bela siempre reía coqueta, ingenua y divertida al ver mis reacciones.

Como ya estaba previsto, los hechos cotidianos repetidos en la casa llevaron a Bela a desinhibirse sin necesidad de forzar la situación. Su madre ya no ocultaba en su presencia que me pertenecía en cuerpo y alma, y se dejaba usar por mí de modo tan habitual como antes de la llegada de nuestra niña. Mi hija se acostumbró a vernos follar de todas las maneras posibles, y acabó ayudando tímidamente cuando se lo permitíamos, besando en la boca a su madre mientras yo la enculaba, o limpiando los restos de fluidos de nuestras actividades.

En el día a día, los contactos entre la niña y yo se iban haciendo más cercanos. Cuando ella me abrazaba con cualquier excusa, yo le sostenía su culo con mis manos. Si me servía una copa, ella permanecía inclinada para que me recrease en sus tremendos escotes. Y siempre que contaba con mi autorización, se sentaba en mi regazo, mimosa y dispuesta a recibir mis caricias paternales, que nunca pasaban de sobeteos inocentes en su culo y sus tetorras, o suaves besos en su cuello, tan terso y tan joven.

Un día, Bela se acercó a mí y me dijo, con su permanente sonrisa de niña y su divertido castellano:

  • Señor, ¿usted me permitirá probar ropa de mamá bonita?

Hasta entonces, mi hija había vestido sus ropitas de adolescente, siempre con camisetitas y shorts o minifaldas. Pero ahora quería ponerse los atuendos de puta de su madre. Me pareció una buena idea, y ordené a la perra que me organizara un pase de modelos con la niña.

Al poco rato, Bela apareció sonriente con su primer conjunto. Su madre la había arreglado y la palabra diosa quedaba por debajo del aspecto conseguido. Mi hija ya era toda una mujer, como saltaba a la vista. Estaba subida a unos zapatos rojos de tacón alto, con medias de liga, un vestido minúsculo ajustado a su cuerpo de infarto, las tetazas emergiendo, dejando parte de los pezones al aire, maquillada con elegancia y con la melena suelta. Para colmo, tenía las manos a la espalda, lo que realzaba su enorme busto y le daba un perfecto estilo de sumisión. Paseó varias veces ante mí, contoneándose y volteándose para que la viese en todo su esplendor.

  • Eres una puta, hija mía.

  • La puta de papá, señor.

Hasta ese momento, y siguiendo el plan de adiestramiento progresivo, yo no había usado a mi hija, ni le había llamado así. Pero estaba claro que su madre había conseguido que se comportase correctamente, a base de ganar su confianza plena. De hecho, ellas empezaron a besarse apasionadamente para mí, agarrándose sin tapujos sus tetas y sus culos, antes de desaparecer para cambiar a la siguiente exhibición.

No sé cuántos modelitos estaban previstos en el pase de aquel día, pero cuando madre e hija llegaron con el segundo, tuve que sacarme la polla para masturbarme ante la excelsa visión. Mi hijita venía gateando, tirada por una correa que llevaba su madre. Había cambiado el vestido por un corsé que dejaba sus melones libres, y los únicos complementos eran el collar de cuero y unos zapatos negros de tacón. Mi perra tiró de la correa para acercar la cabeza de la niña a mi polla. Bela se dirigió a mí:

  • Permiso para tragar la polla, señor.

Mientras le taladraba por primera vez la garganta a mi hija, su madre y yo nos mirábamos con amor. El proceso de adopción había sido un éxito, y Bela ya estaba completamente preparada para ser mi verdadera hija esclavizada. Mientras la niña se afanaba en tragar, acerqué la boca de mi perra Diana a la mía y la besé como premio a su eficaz trabajo maternal. Al rato, todos los agujeros de mi hija habían sido ya desvirgados y reposaba sonriente en el suelo junto a su querida madre.

Tras unos instantes de paz familiar, la niña se puso de nuevo de rodillas ante mí y volvió a hablar:

  • Bela le ama, señor. Es muy feliz de ser su hija y también de su madre buena. Yo observo muy bien todo y quiero a mi padre también con felicidad. Quiero permiso para ofrecer mis tetas si mi señor quiere azotarlas fuerte como a mamá.

Aquel ofrecimiento sincero me emocionó. Dispuse a las dos putas juntas y comencé a azotarles los melones con saña. Me miraban agradecidas, tomadas fuerte de la mano y adelantando sus caritas para que las abofetease también en las mejillas. Volví a correrme sobre sus caras y sus tetas, y cuando acabé me puse a mear sobre sus bocas. La niña no esperaba eso, porque su madre aún no le había enseñado a tragar orina, pero tras un par de atragantamientos acabó bebiendo complacida.

Ese fue el día en que la situación familiar empezó a normalizarse, con el comportamiento debido de las dos perras que ya estaban a mi servicio completo. Es muy gratificante saber que las cosas funcionan siempre bien, cuando se pone en ellas el amor suficiente. Poder comerle las tetorras a mi hija mientras le meto el puño en el culo a su madre, o verlas entrelazar sus lenguas mientras lamen y engullen mi polla, son sólo algunas de las escenas familiares cotidianas que me confirman que soy un buen esposo y padre.

Mi esposa ya era plenamente feliz. Con una hija maravillosa, como siempre había deseado; además contemplando a diario con placer que su querido amo y esposo disfrutaba el doble que cuando sólo la tenía a ella para su uso. La niña tetuda llevaba una vida equilibrada, con el cariño de su madre, que le permitía correrse en sus brazos a menudo, y el control y la disciplina de su padre, que le hacía sentirse útil y plena. Y yo, qué más podía añadir. Tuve que admitir que una familia completa requiere también de descendencia, y con mi buena hija Bela las cosas estaban resultando perfectas. Aunque todo es susceptible de mejora…