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Alba (4)

en Dominación

A la hora exacta a la que había sido citada, Sonia aparece en nuestra casa. Los tres estamos preparados. La perra va a simular que es nuestra hija y se ha vestido como lo haría cualquier adolescente, lo que no impide que sea ella la que abre la puerta, como buena sirvienta. Mi mujer se ha arreglado más de lo habitual, quizás por esa antigua rivalidad con su amiga que aún conserva en sus entrañas. Y yo, seguro de que lo vamos a pasar bien, permanezco a la expectativa de los acontecimientos.

Alba y Sonia, abrazadas, llegan hasta nosotros dos. Las tetas de Sonia hoy parecen mucho más grandes, casi como las de la niña. Quizás el otro día estaban disimuladas con un sujetador apretado. Nos sentamos los cuatro. Alba sirve unas bebidas. Sonia nos cuenta que algo en ella ha resurgido desde el día en que nos vio. Llevaba viviendo de un modo rutinario muchos años, pero ahora nota que sus sensaciones son como cuando era más joven e iba a la universidad. Mi mujer le pregunta directamente si lo que siente es que debe hacer cualquier cosa para tenernos contentos. Sonia se sonroja y contesta que es algo parecido a eso, que desde que yo le negué el permiso de fumar está más plena, que siente que su vida tiene más sentido. Mi esposa la mira sonriente y le felicita, dándole la bienvenida al seno de nuestra familia. Ella se emociona y casi rompe a llorar. Pero yo le digo con voz seria que no llore y modifica su actitud inmediatamente.

Está todo casi claro. Sonia va a ser nuestra, de los tres. Alba pregunta a su madre si puede acercarse a Sonia. Mi mujer se lo da. Sonia permanece rígida mientras Alba le desabrocha el escote de la blusa, lentamente. Yo aprovecho para preguntar a Sonia por el aumento del volumen aparente de sus pechos. Ella confiesa que tiene la costumbre de oprimirlos para no llamar la atención, pero que ha pensado que nos gustarían más así, en su verdadera dimensión.

Con la blusa abierta, a los dos lados de sus grandes tetas aún dentro del sujetador, Sonia está preciosa. Mi esposa permanece seria. Yo sé lo que está pensando. Por un lado, le encanta volver a tener en sus manos a su rival; pero por otro, no le gusta nada la idea de que mi polla esté creciendo a causa de la contemplación de sus grandes ubres. Pero sé también cómo solucionar eso. Me acerco a mi mujer, la abrazo, le doy un largo beso, me acaricia el paquete, sonríe por fin. Y habla. Primero ordena a Alba que deje de acariciar a su amiga. Y luego se dirige a Sonia, con tono amenazador. Le deja claro que en esta casa las normas las ponemos ella y yo. Y que si va a considerarla una hermana, sólo será con esas condiciones.

Sonia, que ya está completamente caliente y entregada, se arrodilla frente a mi esposa. Se saca las tetas del sujetador, baja la cabeza y explica que aceptará cualquier cosa que venga de nosotros, que nos necesita, que ahora se siente verdaderamente ella, rebajada, humillada. Pacto con mi esposa cómo la vamos a hacer definitivamente nuestra: me follo a Sonia como una perra mientras su lengua trabaja en el coño de su nueva hermana, con la advertencia de que no se retire hasta conseguir hacerla correrse. Sonia cumple. Yo le inundo el coño. Ya es nuestra segunda adopción. Alba babea en el suelo, sentada sobre sus talones y con las manos apoyadas en sus muslos. Su río de saliva de adolescente emputecida resbala por su cuello hasta mojarle el torso, desvelando bajo la camiseta pegada esos dos tesoros inmensos, esas tetas gigantes coronadas por sus increíbles pezones endurecidos.

Mi mujer permanece serena, recostada, con las piernas aún abiertas, preciosa, mía, tanto como yo suyo. La nueva sirvienta, aún resoplando, mira a su sobrina Alba y le dice emocionada que se parece muchísimo a su hija. Tengo que mirar mejor aquellas fotos de la niña de Sonia.