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Adopción (2 de 3: La visita)

en Dominación

En el contrato de adopción de mi hija ya venía redactado: un año después, nuestra familia pasaría un control rutinario para confirmar que todo estaba bien. Un correo electrónico nos alertó de la visita y nos preparamos para superar la prueba. Bela y su madre se pusieron unos vestiditos sencillos que disimulaban algo su emputecimiento, aunque no lograban ocultar el gran volumen de sus tetazas, y les autoricé a sentarse en las sillas y sofás, así como a hablar sin mi permiso.

Llamaron al timbre y fui a abrir. Eran dos voluntarios sociales, un chico y una chica guapos y elegantes, armados de carpetas para tomar sus notas. Ella llevaba la voz cantante, y él parecía más apocado. Les hice pasar al salón, donde esperaban modosas mi perra y mi hija. Nos sentamos los cuatro, de izquierda a derecha el chico, mi esposa, mi hija, la voluntaria y yo. Aquella joven preciosa, que con sus gafas y su traje de secretaria sexy –chaqueta, falda, blusa y taconazos– estaba para comérsela, empezó a entrevistar a la niña.

  • Veamos, pequeña. Llevas ya un año con tus nuevos padres y quiero que nos cuentes cómo ha sido para ti, sin ocultar los momentos malos.

  • Señora, yo estoy muy bien con mis papás y ellos son buenos. Siempre me cuidan y me enseñan las cosas que debo hacer. No hay momentos malos.

Yo miraba con amor a mi hija, que respondía tan sinceramente. También al voluntario, que no le quitaba ojo a las tetas de mi perra Diana, embobado. La secretaria seguía con sus preguntas, descuidando su falda, que se estaba subiendo más allá de lo correcto.

  • Bueno, Bela, seguro que sí, que todo está muy bien aquí, pero estás creciendo y probablemente ha surgido algún pequeño conflicto. Cuéntanos cómo se han solucionado.

  • Bueno, señora, yo alguna vez he desobedecido a papá –mintió– y entonces él me ha castigado bien, para que no hiciera lo mismo más.

La secretaria cruzó las piernas, levente alterada. Su falda tenía vida propia, y había decidido mostrar sus preciosas piernas al completo. El chico había reparado también en las tetorras de Bela, y se mostraba ausente recorriendo con su mirada los cuatro magníficos melones de mi casa. Mi perra me miró sonriente. La atmósfera estaba cargándose de lujuria y eso quizás no era bueno para superar la prueba. O sí…

  • ¿Y en qué han consistido esos castigos? –preguntó la jovencita.

  • Mi papá es justo, y cuando me azota el culito no me hace casi daño –volvió a mentir, con voz de zorrita–.

  • ¿Te azota el… el… culito?

El chaval salió de su fantasía al oír esto. Bela estaba intentando dar una imagen de normalidad, pero había encendido la mecha con su respuesta, sin poder evitar poner sobre la mesa su indiscutible atractivo sexual. Los dos voluntarios se miraron, y entonces el chico se dio cuenta de que su compañera tenía la falda demasiado alzada. Azorado, se levantó para acercarse a advertirle, pero tropezó y cayó sobre las tetorras de mi perra. Disculpándose como pudo, nos explicó a todos, rojo como un tomate, el motivo de su movimiento repentino.

La secretaria cubrió sus muslos avergonzada, pero Diana se le acercó y volvió a subirle la falda, esta vez dejando a la vista un precioso tanga de encaje tapando su coñito.

  • Si me lo permites, tus piernas son preciosas y no nos molesta en absoluto que las muestres, ¿verdad, cariño? –dijo, dirigiéndose a mí y secundando la actitud de su hija que estaba haciendo de la estancia un horno voluptuoso–.

  • Claro que no, mi amor –le contesté, apostando por la vía de la calentura–. Además, así podemos compensar un poco la fijación de nuestro invitado por tus pechos y los de nuestra hijita.

Los dos chavales enmudecieron. La chica, paralizada, dejó su falda como la había colocado mi perra. Él ni siquiera intentó negar la evidencia, mirando al suelo avergonzado. Mi hija rompió la tensa situación yendo todavía un poco más allá.

  • Si quieren, señores, yo puedo mostrar con papá cómo me ha castigado alguna vez, y verán que no es malo.

Ni corta ni perezosa y sin esperar respuesta, se acercó hasta mí y se tumbó en mi regazo boca abajo. Ya no había marcha atrás. Le levanté el vestido y empecé a azotar sus preciosas nalgas. El coñito al aire de la niña se iba mojando a medida que su culo enrojecía en mis manos. Como toda respuesta de Bela, se oían sus jadeos de satisfacción, que resonaban preciosos entre azote y azote, ante el silencio del resto.

Mi perra agarró de la pierna al chaval, y la secretaria se mordía los labios acalorada mientras se desabrochaba un par de botones de la blusa. El escote que mostraba, con unos fastuosos melones emergiendo del sujetador de encaje a juego con el tanga, no desmerecía del de mis perras. Mi esposa tomó la palabra, sin soltar el muslo de su admirador:

  • Querido, creo que nuestros invitados ya tienen una idea formada de nuestra armonía familiar. Además, esta chica tan preciosa está pasándolo mal viendo cómo azotas a nuestra hijita.

  • No… no… no se preocupe, señora. Es sólo que hace mucho calor aquí… Lo siento…

Bela se incorporó, me dio un beso de tornillo y me agradeció los azotes, volviendo a su sitio. Aquella voluntaria estaba muy cachonda y no lo podía evitar. Su compañero no le iba detrás, ayudado por las caricias de mi perra, ya centradas en su entrepierna. Entonces tomé la palabra:

  • No te preocupes, bonita. En esta familia somos muy liberales y no nos importa que te muestres así, excitada por la situación. Y tú, chaval, tampoco tengas ningún problema si necesitas desfogarte un poco… Bela, ayuda a mamá a atender a nuestro invitado.

Aquellos dos chicos no sabían cómo reaccionar. Él se encontró felizmente aprisionado entre las cuatro tetorras de mis perras, que ya le estaban sacando la polla del pantalón tras quitarse sus vestidos. Y la pobre zorrita cachonda dejaba que yo le apartase su tanga para masturbarla, mientras ella misma terminaba de desabrochar su blusa y sacaba completas sus tetazas sobre el sujetador.

La escena era fantástica y ordené a mi hijita que trajera la cámara de vídeo. La colocó en el trípode y volvió a ayudar a su madre, que ya tragaba la polla del voluntario. Mi perra y mi hija estaban yendo más allá de mis primeras instrucciones, pero a mí no me importaba demasiado porque veía que aquello era bueno para la familia.

El chaval se corrió rápido, y vio asombrado cómo no quedaba ningún rastro de su semen, que mis dos esclavas habían hecho desaparecer en su interior. Entonces acudieron a auxiliarme con la secretaria. La inmovilizaron, poniéndose cada una un lado y sosteniendo sus brazos y piernas, y me empleé a fondo en mi juego favorito: llenarla de azotes y bofetones. El voluntario veía la jugada asombrado y no tardó en acercarse a colaborar un poco, escupiendo en la cara a su compañera y abofeteándola también. Mis perras la colocaron a cuatro patas sobre el chico, que le metió la polla en el coño mientras yo la sodomizaba.

Aquel chaval estaba teniendo el mejor día de su vida, follándose a su recatada compañera mientras disfrutaba de las seis tetorras. Yo descargué en el culo de la chica y me senté a descansar, mientras ellos cuatro acababan la juerga.

Al rato, los cinco volvíamos a estar en nuestros sitios iniciales, aunque esta vez la compostura inicial ya brillaba por su ausencia. La secretaria se había vestido, pero ahora mostraba sus muslos y sus enormes tetas, con mi niña a su lado acariciándole los pezones. Mi perra apoyaba su cabeza en el hombro del chaval, que jugaba también con sus melones. La voluntaria cogió su carpeta.

  • Bien, ya hemos comprobado que esta familia ha resultado un lugar de acogida estupendo para Bela, y que su integración ha sido muy correcta. Por nuestra parte, no tenemos ninguna objeción a considerar cerrado el expediente y desearles que tengan una vida feliz.

Mi perra y yo firmamos los documentos. Ordené a mi esposa que hiciese una copia del vídeo en el ordenador para regalar a aquellos dos chavales, dejándoles claro que esa grabación iba a permanecer también en mi poder, por si a alguno de los dos se le ocurría invalidar el examen, aunque había quedado claro que las costumbres de la casa les resultaron aprobables.

Luego nos despedimos efusivamente de ellos: mi perra besando acaramelada al niñato mientras nuestra hija juguetona le ordeñaba la polla, y yo torturando un poquito más las tetorras de la chiquilla, mientras la penetraba de nuevo contra la pared. La confirmación de la adopción había sido satisfactoria y esos dos críos se fueron bien servidos.

En cuanto cerré la puerta, mi querida hija, ya desde el suelo junto a su madre, me dijo:

  • Permiso para hablar.

  • Dime, mi perrita.

  • Amo, sé que no me he comportado como debo, y creo que mamá y yo necesitamos una buena paliza.

  • No, preciosa, todo ha salido muy bien.

  • Pero mi mamá cerda y yo, la hija cerda, hemos estado atendiendo mucho a otro hombre que no es papá amo, y merecemos un castigo.

  • Eres un encanto, y tu madre también. No hay nada que castigar.

En ese momento, las dos perras comenzaron a llorar. Se sentían culpables por haber estado con un hombre que no era su dueño. Mis órdenes respecto a la visita habían sido que se mostrasen recatadas y que hablasen sin pedirme autorización, pero los planes no incluían la lujuria que se había desencadenado. Y mucho menos que acabasen complaciendo a un hombre que no era yo, por primera vez en sus vidas. Pero lo cierto era que la secretaria había resultado ser una masoquista excelente y el chaval no constituía ningún peligro, con su aspecto afeminado y sumiso.

En aquel momento no me apetecía pegarles, pero debía tranquilizarlas. Les prometí que tendrían su merecido y se enjuagaron las lágrimas, lamiéndose entre ellas más calmadas. Estaban preciosas, tan tiernas, masturbándose mutuamente con cariño y comiéndose las bocas como sólo una madre y una hija saben hacer. Se me antojó regarlas con una buena meada y tragaron satisfechas, en la seguridad de que yo iba a ser justo con su solicitud de putas arrepentidas.

El timbre de la puerta sonó, y vi por la mirilla que la secretaria había vuelto. Abrí y ella vio la escena de mis perras encharcadas de orina en el suelo.

  • Yo… yo venía a decirle que… ¿Qué les sucede a ellas?

  • Están un poco tristes por haberse portado mal conmigo al haber prestado demasiada atención a tu compañero. Les he prometido que sabré castigarlas y se han calmado. El charco es porque no han tragado toda mi orina, pero ahora mismo la limpiarán.

  • Pero… ¿usted ha orinado sobre ellas como castigo?

  • No, no. Yo las uso siempre que quiero y como quiero, y entre otras cosas son mis orinales. No tiene nada que ver. Ellas me han pedido que les dé una paliza, pero ahora no me apetece y les he dicho que tendrán su merecido pronto.

  • Esto es muy fuerte… no, quiero decir, me parece muy bien que... Me voy a ir, lo siento.

  • No te vas a ninguna parte. Has vuelto para decirnos algo, ¿no?

La chica estaba de nuevo nerviosa y paralizada. Volví a observarla, esta vez con todo detenimiento. Levemente despeinada, su belleza natural rebosaba con un brillo especial, ahora que había sido tratada como necesitaba. Su cuerpo parecía haber reaccionado también, y aquel conjunto de secretaria le moldeaba sus curvas perfectas hasta parecer que iba a reventar todas las costuras. La llevé de nuevo al salón, e hice que mis putas le sirviesen un refresco.

  • Habla, preciosa –le dije mientras le acariciaba el muslo–.

  • He… he tenido una discusión con mi compañero. En cuanto hemos entrado en el coche, me ha querido dar un beso y yo le he rechazado. Lo que hemos vivido en esta casa ha cambiado la actitud de él hacia mí, antes tan educada.

  • Hace un rato, te ha escupido y te ha pegado y luego te la ha metido por el coño, y tú parecías a gusto… ¿Y no te gusta que te intente besar después? Es muy guapo y parece buen chico…

  • Sí, es muy bueno y nos queremos mucho. Somos grandes amigos. Pero lo que me ha excitado antes ha sido estar a merced de usted, viendo cómo su mujer y su hija eran tan felices a su servicio. Yo necesito que me usted me controle como a ellas, no ese galán feminizado. He vuelto porque quiero colaborar en esta casa, quiero formar parte de esta familia feliz.

Yo no acababa de dar crédito a lo que estaba oyendo. Esa chica necesitaba un poco de orientación. No hacía ni diez minutos que había querido irse, al ver a mis cerdas en el charco de mi orina, y ahora me pedía formar parte de mi familia. Mi perra Diana intervino:

  • Permiso para hablar.

  • Di, cerda.

  • Mi amo, creo que esta chica tiene muy claro lo que le conviene. Nos ha visto a sus dos cerdas estar tan satisfechas de formar parte de su cuadra, que desea experimentar lo mismo. Usted puede aceptar que sea la hermana mayor de Bela durante un período de prueba, y si no le gusta su comportamiento, la expulsa de la familia.

  • No me parece mal. Como tenéis un castigo pendiente, la dejaremos participar, si es su deseo.

La chica se arrodilló en el suelo para darme las gracias. Mi perra le sacó los melones y mi hijita acudió emocionada a abrazar a su nueva hermana. La familia estaba creciendo y mi polla también. Las dos nuevas hermanitas me la sacaron y se la repartieron con amor fraterno, en un placentero juego de lenguas, labios y gargantas. Acerqué del cuello a mi buena esposa y la besé con pasión, estrujándole las tetazas. Mientras me atendían, surgió en mi mente la forma de cumplir mi promesa de correctivo, que a la vez sería la prueba de fuego para la nueva cerda de las gafas.