miprimita.com

Los dulces tormentos de grace

en Dominación

Un nuevo encuentro, ahora con un cambio radical de los roles de los participantes. Engracia es ahora la escultural Grace y es ella la que lleva la voz cantante. Sus aventuras llevaran al éxtasis al pobre Anejo.

Pasó la semana muy deprisa. Grace-Engracia se hizo el ánimo definitivamente: La buena noticia era que había adquirido un cuerpazo escultural, había disfrutado como nunca de los placeres que tanto anhelaba y la mala, que se había enterado de que era un personaje y no una persona, un ente de ficción en medio de la Niebla, una pieza en el tablero bicolor, movida por los invisibles dedos de Anejo, su dueño, su creador..

Entró en el salón en bragas y sujetador. Preciosos, transparentes, sensuales. Iba descalza, ya que el calor seguía dominando la ciudad y llevaba las uñas de los pies pintadas de azul claro, como si fueran gotas de un mar de fantasía. Se sentó ante el ordenador y pulsó con ansia las teclas.

“¿Anejo. Estás ahí, amor?”

“Aquí estoy, bomboncito mío. ¿Cómo vas?”

“Pues aquí, medio en pelotas . Con este calor… Estoy bien, guapo. Ya no intento pensar ni entender lo que pasa. Sólo disfruto de cada momento. No me importa ya si soy una mujer objeto, un personaje o un peón en tu ajedrez particular. Mira: Me estoy haciendo una chica culta. He empezado el libro ese del “ente de ficción”, la Niebla del señor Unamuno. Me gusta mucho, en serio. Y también leí aquellos poemas de Borges, que no es Forges, ya me di cuenta. Me gustan también. Ahora me acabo de bajar La vida es sueño, pero me parece más pesado de leer. Como es antiguo el Calderón, cuesta un poco. Pero ya caerá. Ay, nene si me pudieras ver. Estoy que me rompo, con estas braguitas caladas y el sostén transparente. Y si me lo quito me acabo de romper, seguro. ¿No quieres mirarme por la web-cam?”

“Quedamos que no lo haríamos. Ya me imagino cómo vas, como si lo hubiera pensado yo. Con eso ya voy  servido”

“Explícame cómo fue la cosa con los dos maleantes aquellos”

“Bueno, ya te imaginas…”

“No. Quiero que me lo expliques. A fin de cuentas yo trabajo ahora para doña Flor y no me gustaría enterarme de que es una asesina o algo peor sin estar prevenida”

“Bueno. No fue gran cosa..

Cuando Moja i Abdulah empezaron a despertarse estaban atados uno al lado del otro, con los brazos y las piernas en aspa ocupando toda la cama de doña Flor. Ella esperó a que se recuperaran para darles su merecido”

 

“¡Ay, no me asustes! ¿ Qué les hizo?”

“Primero les explicó su situación. Ahora era ella quien controlaba y ellos los que se iban a acordar del día que quisieron meterse con ella. Los dos empezaron a pedir perdón y a quitarle importancia a sus actos en tono tranquilo. Pero cuando vieron las tijeras de podar en las manos de su captora, se les fue de golpe la tranquilidad. Abdulah gritaba pidiendo clemencia y Moja lloriqueaba sin poder articular palabra.

Hay que decir que estaban desnudos y con sus genitales bien expuestos a las iras de la señora.”

“¡¡No, eso no lo quiero leer!! No me digas que los capó..”

“De entrada les advirtió de que esa era la idea que tenía, pero que quizás si ellos eran obedientes y respetuosos, no les cortaría los huevos como se merecían”

“¿Y ellos qué dijeron?”

“Pues chica, lo normal. Que mandara por esa boquita que serían mansos corderitos a sus órdenes. Tenía pensados diversos castigos, pero también quería disfrutar sexualmente. Abdulah le daba más bien asquito, pero Moja era un caramelo de café con leche para ella. Así que se concentró en el segundo para empezar.

Lo primero fue una especie de taller del latigazo. Tomó el mismo azote que antes usaran con ella y empezó a darle una buena tunda a Mohammed, eso sí, indicándole las técnicas, movimientos de muñeca, intensidades y ritmo según los objetivos. Después le explicó, prácticamente también, cuándo convenía castigar los muslos, el pecho o los genitales de la víctima. Al final, le ofreció un trato más benévolo si se avenía a suavizar con la lengua el maltrecho conducto rectal de la señora. Él puso cara de asco y la miró con odio, pero cambió de expresión en cuanto ella se acercó con las temibles tijeras apuntando a sus partes nobles y se ofreció a tener nuevas experiencias como la que ella proponía con tal que le permitiera conservar sus genitales íntegros. Para completar la diversión, doña Flor tomó el consolador-vibrador más gordo de su colección, cargó las pilas y procedió a levantar una tras otra las piernas de Abdulah, dejándole atados los tobillos a las muñecas respectivas y ofreciendo indefenso su peludo trasero con aquel negro agujero inexplorado que lo iba a ser por poco tiempo.

Así mientras se sentaba sobre la cara de uno y recibía el homenaje húmedo en su enrojecido ojete, podía ir metiéndole por el culo el grueso artefacto al otro, que aullaba como un lobo estepario y pedía compasión inútilmente. Cuando puso en marcha la función vibrador, Abdulah calló de pronto dejando escapar un suave gemido que hizo reír a la señora.

Con su culete muy restablecido y el de su agresor hecho unos zorros, doña Flor exigió que Moja le aplicara su nerviosa lengua en su rajita, olorosa y mojada por la excitación. Él obedeció aliviado, aunque poco duró su alegría, pues ella siguió frotándose el ano con la nariz del desdichado, a quien empezó a masturbar a dos manos para aumentar su motivación”

“Vamos, que no les corta la picha ni los huevos por lo que veo. ¡Menos mal!. Cuenta un poco más del castigo pero no te pases, que ahora me he quitado las bragas y voy a hacerme un dedito leyendo pero no quiero barbaridades que me corten el rollo, ¿de acuerdo?”

“Tus deseos son órdenes.

Después de dos corridas muy potentes, doña Flor dejó tranquilo a Moja, con la polla más tiesa que un poste pero sin acabar de vaciarlo. Recuerda que ya lo había hecho en su culo unas horas antes. Desconectó y extrajo el cilindro del ano de Abdulah que suspiró aliviado, aunque parecía que ya se estaba acostumbrando y no se quejaba tanto.

Salió un momento y volvió con una olla caliente que ya había preparado hacía rato. Tomó dos espátulas anchas y se colocó entre las piernas del velloso magrebí. Éste pidió compasión de nuevo, comprendiendo que ahora el castigo sería peor. En efecto, la olla contenía cuatro kilos de cera de depilar muy caliente que doña Flor empezó a extender por las nalgas, los muslos y los testículos del preso que daba gritos roncos cuando se quemaba y agudos cuando le arrancaban la cera junto con su preciado vello  corporal. Pronto una serie de caprichosos adornos decoraban el trasero y las piernas del tipo, formando cenefas y volutas de rojiza piel lampiña menudeando entre matas de pelo indemne.

Para completar la punición, doña Flor volvió a atar con los miembros en cruz a Abdulah y se hizo con su móvil más de cien instantáneas con los dos prisioneros de protagonistas, lamiendo su coño, chupándole los dedos de los pies, hasta les obligó a frotarse las pollas uno con otro para una foto; Todo esto bajo la amenaza de castración, claro está.”

“Les está bien empleado, pero acaba ya que esta parte no me pone nada. Estoy más seca que un bacalao y me está cogiendo frío en el chichi ”

“Bueno está redactada para los sumisos de la web, que les gusta mucho esto de las humillaciones y los castigos”

“Pues ya te digo yo que a la mujeres no nos va nada este rollo”

 

“¿Qué pasa, que ahora hablas en nombre de todas las mujeres?¿Habrá de todo, no?”

“Seguro que sí, pero de este rollo poquito. Tu escribe escenas románticas con mucho sexo pero con mucho amor y tíos guapos y atentos y todas te escribirán mails, que, por cierto ¿A que no has tenido ni uno?”

“Pues no, tienes razón.”

“Espera a que te escriba yo mis aventuras y verás como todos los lectores se ponen a participar.”

“Pues eso, eso: Empieza ya que tengo ganas de ver cómo lo haces”

“No,no. Antes dime cómo acaba la cosa del castigo de los moritos, que quiero quedarme tranquila que no les pasa nada”

“Ah!, sí. Bueno, al final tu jefa doña Flor se dio por satisfecha y les perdonó. Les puso aún una condición: Que Moja volvería a visitarla y Abdullah no asomaría la nariz por allí en su vida si no quería perder las pelotas. Mohammed estaba confuso y con la polla tiesa, sorprendentemente dura y excitada. Creo que la aventura le hizo ser más comprensivo con los vicios de su tío Karim. De todos modos, doña Flor esperó a que llegara Karim, a quien llamó por el móvil, para desatarlos y ponerlos de patitas en la calle. Karim se quedó de piedra al ver a los paisanos de aquella guisa, pero tomó el control de la situación y los desató. La verdad es que, enfadado, daba bastante respeto el tal Karim. Bueno ya lo conocerás muy pronto por lo que yo sé.”

“Claro. Aquí pasa lo que tu quieres, por lo que veo. Pues a ver si me pones en una escena con Karim, que ya tengo ganas de echarle el diente”

“Venga. Te toca. A ver lo que me dices”

 “Bueno.  Te cuento un poco la semana que ha sido movidita:

 Me desperté el lunes con el miedo en el cuerpo. ¡Mira que si he vuelto a cambiar y soy vieja y hecha polvo! Pero no. Allí estaban mis preciosas tetas, mis piernas ya depiladitas, largas y suaves y aquella selva tremenda en las ingles que ya no tenía tiempo de recortar porque eran las 8,40 y a las 9,00 tenía que estar en la boutique de Doña Flor. Me lo habías hecho saber en un mensaje del móvil a las doce de la noche. ¿Te acuerdas?.”

“Sí,  claro. Me vino la inspiración y recordé que Doña Flor buscaba una dependienta..”

“Pues sí, y ya la tiene, hermoso. La mejor dependienta y chica para todo que ha pasado por allí. Bueno, sigo. El primer susto fue abrir el ropero. Toda la ropa de la señá Engracia allí puesta…”

“Ostras, Pedrín. Eso si que ha sido un fallo mío. ¿Ves como ni siquiera el sumo creador está en todo?”

“Bueno, pues sí que fue un mal rato para mí. Con la prisa que tenía y nada que me sentara bien. Al final tuve que ponerme una faldita sin abrochar y una blusa que se me pegaba tanto al cuerpo que a alguno que otro le cogió un infarto cuando salí a la calle. ¡Ah! Y zapatos, ninguno me cabía. Al final en chanclas y los dedos se me salían por delante y los talones por detrás, que no veas cómo se me pusieron los pies de mierda al conducir. Menos mal también que el mercedes estaba en su plaza del parking. Salí intentando que nadie me viera conduciendo mi coche, porque yo sigo siendo la misma señora y el coche es mío, pero yo no soy yo o, al menos, no lo parezco. Dejemos eso que me lío.”

“Eso Grace, déjalo. Los seres humanos no podemos comprender los misterios de la vida. Lo mismo da que sea real o imaginaria. Siempre estamos confundidos, como ahora tú”

“Si. Tienes razón. Bueno, pues llegué a la tienda a las 9,05 porque no encontraba un parking cerca. Al final en la plaza de la Reina. Llamé al cristal y me abrió una morena bajita, pero con un cuerpo perfecto, oye. Habló y ya vi que era sudamericana. ¡Qué habla tiene la Graciela, que es como se llama!. Y qué ojos. Es un bombón. Bueno, un bomboncito porque no mide ni 1’60. Y muy dulce también. La otra es más estirada. Es alta, casi como yo (¡Ja!) pero más plana que una tablet. Ahora, se mueve como una gata y es elegante la tía, que no veas.

Me recibieron bien aunque les llamó la atención como vestía y cómo calzaba sobre todo. Me dejaron entrar a lavarme los pies mientras esperábamos a doña Flor.

O sea que estuve allí dando conversación a mis dos nuevas colegas, Al final me puse a curiosear por la tienda, ya que no llegaba ninguna clienta. Era todo monísimo, carísimo y un poco soso para mi gusto. No es mi estilo, la verdad. A las diez sonó la campanita.. i allí estaba doña Flor en persona. No era como me la imaginaba. La encontré guapa y elegante que flipas. Es mayor, ya se ve, ¡pero tiene una clase!. Me miró con curiosidad y yo me presenté. Le dije que era amiga tuya (¡vaya trola! Si no te he visto el pelo en mi vida) y se le alegró el rostro. Se conoce que te tiene aprecio.

Me llevó a su despacho, que es un cuarto grande y muy bien amueblado, con una mesa preciosa y unos sillones tapizados de flores que son una monada.

Se sentó y me observó un rato. Iba yo a sentarme también pero me mando caminar por la sala, arriba y abajo. Luego se levantó y se me puso delante y me mandó quitarme la blusa. Vio que el sujetador que llevaba no me iba bien. Claro, si me estrujaba las tetas, ya lo sé yo de sobras, es de cinco tallas menos. Que me lo quitara, ordenó. Me daba una pizca de vergüenza porque ya me habías dicho tú en tu cuento que era un poquito así bollera la señora. Y ¡vaya si lo es! Me saqué el sostén y me tiró mano a las tetas, una mano a cada una, y empezó a apretarlas, como para comprobar que eran auténticas. Yo le dejé hacer, que tampoco me parecía nada malo. Total, como es corsetera, estaba haciendo una inspección para ver qué sostenes me iban mejor. Se entretuvo con los pezones un rato. Me daba pellizquitos y me los ponía duros que parecían dos garbanzos secos. Luego ya se cansó y se fue a buscar un sujetador. Trajo uno azul cielo, de seda o de algo parecido, pero transparente, con unos refuerzos blancos. Me lo puse y me miré al espejo que había sobre la mesa. ¡Sensacional! Me lo recogía todo bien pero lo dejaba todo a la vista por las transparencias, claro.

Luego me mandó quitarme el pantalón y casi me muero de vergüenza. La noche anterior me había podido depilar las piernas, pero el chochete no me pareció necesario. Encima me fui a la cama toda empapada de la sesión que nos montamos y se me había secado el flujo y lo tenía todo hecho un desastre. Como por la mañana me había tocado salir corriendo no me había podido duchar. Total, que me quito el pantalón y allí están todos mis pelos cobrizos, pegados y costrosos, encima desbordando el tanga por todas partes. Empece a pedir disculpas pero ella me hizo callar con un gesto y me indicó que me quitara las bragas también. Jo! La tía estaba en trance mirándome. Me pidió que le devolviera el sujetador y yo me lo quité enseguida y se lo di. Así que lo único que llevaba ya puesto eran las chanclas, que encima me venían pequeñas y los deditos me tocaban el suelo. ¡Qué bochorno, papi!

Entonces empezó su numerito. Que era intolerable que fuera tan sucia al trabajo, que la había decepcionado mucho, que cómo podía ir con aquel matojo de pelos mugrientos... Casi me pongo a llorar, cuando veo que sonríe por debajo de la nariz. Y empiezo a entender de qué va el juego. En lugar de llorar suplico perdón en un tono muy falso, la verdad. Y doña Flor se hincha de alegría cuando ve que le estoy siguiendo la broma. Me manda acercarme y saca unos pañuelitos de esos de limpiar a los bebes el culito, coge uno y me lo empieza a pasar por abajo con mucho cuidado y esmero. Abro las piernas para facilitar la labor y ella me frota cada vez con más energía. Estoy ya que las piernas se me doblan de gusto. Por fin me besa, bueno, me mete la lengua en la boca, debería decir. ¡Qué sabor tan delicioso tiene la jodida! Menta, perfume caro y una pizca de tabaco rubio.. ¡Vaya cóctel! 

Como soy una mujer-objeto, que dices tú, parece que no tengo historia, ni pasado ni nada. Pero de pronto me vienen recuerdos a la cabeza. ¿Soy lesbiana?¿ Era ya lesbiana cuando era la señora Engracia? Me viene un flash de cuando tenía diez años. Una primita, la Marisol creo, me hace acostarme con ella en la cama de sus padres cuando voy al pueblo en verano. Jugamos a papas y mamas en la cama, así que nos besamos, nos abrazamos y ella me toca ahí abajo, cuando aún no tenía pelos, claro. El recuerdo es agradable. Me gusta. Cierro los ojos y vuelvo a ser una niña pequeña y mi maridito me toca la almejita. A Doña Flor casi le cae la baba con mi cara de ensoñación. Ya no me besa. Me está chupando los pezones, alternativamente, fuerte pero muy tiernamente. Acelera el ritmo de la mano húmeda, ya se cayó el pañuelo al suelo, y me empiezo a correr..

Allí estaba desnuda, con la piernas abiertas y las tetas bien erguidas, unos pezones que explotaban y toda llena de jugos por abajo. Doña Flor me miraba con cara de estarse divirtiendo de lo lindo. Me acercó los dedos para que oliera mi flujo y luego me los hizo lamer para que supiera el gusto. Es salado y pica un poco en la lengua. Hubiera seguido así toda la mañana, ¡qué digo, toda la vida!, pero mi jefa tenía otros planes. Me dio un beso y me mandó vestirme y acompañarla.

Tuvimos muchas ocupaciones las horas siguientes. Me llevó a la modista para encargar mi uniforme y a una zapatería, donde me compré unas zapatillas de deporte, unas sandalias de tacón y unas planas, todas de la talla 42. Imagínate, que cuando era la señora Engracia gastaba una 38. Luego volvimos a la tienda y nos fuimos a comer con Graciela y con Ágata, que es como se llama la delgaducha. Estaban un poco celosillas de las atenciones de la dueña conmigo, pero lo pasamos bien comiendo en un japonés. Me empeñé en pagar yo. Las tarjetas de Engracia Capdevila siguen operativas, por suerte. Espero que  no me pidan el DNI, porque ahí sí que la liamos. Si lo manejas todo tan bien, mira de darle una solución, que es fácil hacer transformarse a una abuela en un pibón, pero la ropa, los zapatos, la documentación, ¡Chico! ¡Has de estar por la faena!

“Oye, estaba a punto de caramelo y ya se me ha arrugado todo”

“Lo divertido es eso. Te la subo y te la bajo como con un mando a distancia. ¡Ja, ja!. Venga no te quejes que con lo que viene ahora se te va a poner como un bate de beisbol.

Ese día no pasó nada más, excepto que vendí mis primeras braguitas a una niña pija. A última hora, doña Flor se marchó y Graciela dijo que tenía trabajo en el almacén, así que me dejó sola con Ágata que me fue explicando cómo funciona la caja registradora, cómo se cobra con visa y cosas así. A la hora de cerrar, Graciela salió de la parte de dentro de la tienda. Iba muy despeinada y llevaba encima una sudada de campeonato. Pensé que debía de haber mucho trabajo en el almacén aquel y que ojalá no me tocara a mí hacer aquella faena a menudo”

Me fui  a casa con mi mercedes y subí corriendo al piso para no encontrarme con algún vecino o con algún tendero curioso. Vi que tenía un SMS en el móvil. Era de Doña Flor No te depiles tus partes. Buenas noches. Vaya rollo. Tenía que seguir con el bosquecillo en flor ves a saber porqué. Me repasé los sobaquillos y los muslos por detrás, cené un bocata y una cerveza y me dormí como un leño.

Al día siguiente me presenté bien arreglada al trabajo. Había un moreno, como si fuera colombiano o brasileño, con un uniforme de conserje superguay, gris y con corbata a juego. Tenía muy buena planta y creo que él pensó lo mismo de mí por la manera que me miró.

Se presentó como Matías y resulta que era del Cabañal y hablaba valenciano el tío y todo. Qué cosa tan rara. Se ve que su madre era de aquí y el padre un marino o algo así. Era el portero de la finca y se cuidaba también de vigilar la tienda y hacía de controlador. A saber lo que quería decir esto.

Doña Flor llegó a las doce y fue la primera persona que entró a la tienda aparte de las dependientas. Antes, a las once y cuarto, Matías dio unos golpecitos en el cristal del escaparate y le hizo una señal a  Graciela. Ésta avisó a la colega y me mandaron cuidar el negocio ya que se habían acordado de que tenían que hacer inventario y Ágata y ella se iban al almacén media horita o así. El cuento del almacén ya me olía a mí a chamusquina. Salieron las dos un rato más tarde, despeinadas, sudadas y contentas. Pero no había entrado nadie más. ¿Qué pasaba allí? ¿Eran bolleras? Pronto iba a enterarme.

Doña Flor me llamó a su despacho y me dijo que era hora de ocuparse de mis pelos, los de abajo quiero decir. Me explicó que iba a venir un señor especialista en estos temas y me iba a hacer un arreglo especial y a un precio muy interesante. Me daba vergüenza que me depilara un hombre, pero pensé que seguramente era gay y daría lo mismo.

Me indico que la siguiera y entramos al almacén. Entonces vi que había dos puertas más en esa habitación, muy bien disimuladas porque eran del mismo color que la pared y no tenían tirador ni cerradura. Abrió la del fondo y entramos a una sala más grande, muy poco iluminada. Encendió un foco y alumbró una especie de silla de ginecólogo, con plataformas para las piernas y muchos mecanismos extraños. Era raro ver allí un mueble como aquel.

Me mandó quitarme las bragas y las sandalias y sentarme en el sillón. Lo hice y ella me colocó las piernas desnudas sobre los soportes. Me llevé un susto cuando vi que me había pasado unas anillas por los tobillos y no podía mover los pies. Me tranquilizó con la mirada y empezó a inclinar el sillón hasta dejarme casi tumbada. Apretó otra palanca y las plataformas empezaron a separarse, abriéndome las piernas de una forma muy obscena. Me sentía muy indefensa y pedí a doña Flor que me soltara los pies pero ella negó con la cabeza y sacó de no sé dónde un pañuelo con el que me tapó los ojos. ¡Vaya mierda! Para acabarlo de arreglar, me cogió las muñecas y me las levantó sobre la cabeza. Sentí que me ponía unas esposas o grilletes y ya no pude mover más los brazos. Me desabrochó el vestido y me arregló un poco los senos para que sobresalieran, pero no me quitó el sostén.

Ya colocada en la posición adecuada, decidió darme una explicación: El supuesto peluquero de coños era realmente un hombre muy poderoso y conocido en la ciudad. No debía de identificarlo, por eso la venda. Me aseguró que no corría peligro y que ella estaría cerca. Y se fue. Me dejó allí sola, con el chumino al aire, las piernas más abiertas que un compás y las manos atadas por encima de la cabeza. Pasó un buen rato y yo ya pensaba que no iba a venir. Pero se oyó la puerta que se abría y unos pasos que se acercaban. Oí respirar a Mister Importante. Se acercó tanto que sentí entre los muslos el calorcito de su respiración. ¿Quién sería? Como podía imaginarme lo que quisiera, ya puestos, me hice la idea de que era un futbolista famoso. Hay uno del Valencia C.F. que me gusta mucho. Pero no era él seguro, porque mi ídolo no lleva bigote y aquel señor sí. Lo supe porque empezó a pasármelo, junto con la lengua, por toda la entrepierna. Se notaba que le ponía  mucho el vello púbico, ya que jadeaba de gusto mientras me acariciaba y me lamía. Después bajo hacia el culete, que también lo tenía entonces algo peludito y empezó a limpiarme el ojete a conciencia, aunque yo ya me lo había lavado por la mañana. (Ese día me levanté pronto y me duché después de ir al váter. Menos mal!)

No contento con eso, empezó a interesarse por mis pies. Como los tenía atados, las plantas estaban a su disposición y empezó a besarlas, ahora una, luego la otra. Me hacía cosquillas con el bigote y los labios. Empecé a reírme como una posesa y le grité que parara que me iba a mear encima. Al oír esto aceleró las caricias y se ayudó con las manos, de manera que me lamía el coño y me hacía cosquillas en los pies con los brazos abiertos. Hasta que no me pude aguantar y se me escapó el pipí. ¡Qué vergüenza, chico! El pipí le caía por todo el bigote y el tío seguía lamiendo y jugando con mis pies.

Paró un ratito para limpiarse un poco y oí que se bajaba la cremallera y sonaron unos zapatos al caer al suelo. ¿El señor importante se preparaba para entrar a matar?. Pues no. De pronto oí otros pasos menudillos, como de sandalias femeninas i pude oler claramente el Chanel número cinco de Ágata entre mis piernas. Al cabo de un momento volvió el bigotes a la tarea de comerme cruda con más energías que antes, mientras que, por un ruidito de fondo como de chupeteo, me imaginé que mi compañera le estaba haciendo lo mismo al cliente, seguramente arrodillada delante de mí.

“¿Qué te parece? ¿No está mal para el primer día de trabajo, no?"

"Me estás poniendo a cien, puñetera. Sigue un poquito más que me voy corriendo a la ducha"

"¿A la ducha? ¿Qué te coge ahora con la higiene?"

"No, no. Es para poder meneármela a gusto y sin interrupciones"

"No me parece bien. Quiero que te corras aquí mismo, delante de mí, bueno de mi relato en la pantalla."

"Pero voy a mancharlo todo y igual entra mi mujer o unos de los chicos."

"Pues cierra la puerta"

"No hay pestillo. Pero, espera. Puedo poner una silla apoyada contra la manilla y así... Un momento.

Ya está. Espero que funcione."

"Venga que ahora te doy yo las órdenes: ¡En pelotas, esclavo! ¡Cómo mola, tío! Va obedece."

"......."

"¿Ya está?"

"...."

"Si, ya está. He puesto un periódico en el suelo y otro en el asiento"

"¡Jolin! ¿Qué eres tú? ¿La central lechera asturiana?"

"No, no, venga no me hagas reír que me destrempo"

“Vale, vale. Si te corres avisa que no voy a malgastar historia sin necesidad.

Pues eso: Estaba histérica con las cosquillas y el chupeteo. Lloraba y todo de gusto, de risa, de nervios,.. No sé. El hombre paró de hacerme cosquillas y de lamerme el coño, que ya estaba como una sopa de jugos y babas y por fin se decidió a sacar los instrumentos para afeitarme. Seguía oyendo ruiditos de chapoteo, así que me imaginé que Ágata aún se la estaba mamando. Me puso jabón, ya que más agua no cabía y empezó a rasurar y a gemir. A ver si se le escapa la gilete con el gusto y me desgracia este capullo, pensaba yo. Pero no. Lo hacía bien. Me rasuró un poco la parte de la ingle y bajo el ombligo y también algunos pelillos de la regata del culo, pero ya vi que no me iba a dejar peladita como un bebé.

Pensé que ya había acabado pero no. De pronto me pasó la lengua por toda la rajita y tropezó con el botoncito. Por cierto, que vaya ocurrencia que tuviste con eso. Mi lentejilla mustia de sesentona es ahora una alubia fresca y carnosa. Al primer lengüetazo que me había dado antes, me pegó una descarga como si hubiera metido el dedo en un enchufe. El cabrito del bigotes se había dado cuenta y se reservaba la fiesta del clítoris para la traca final. Lo retuvo con los labios y lo mordisqueo muy suavemente. Luego hizo vibrar la lengua sobre el botón y pegué un berrido como si me hubieran clavado un cuchillo en medio de la raja. Grité que parara que no lo soportaba, pero aún le dio más caña el muy desgraciado. Me contorsionaba como una lagartija y con los meneos se me salió una teta y empecé a dejar escapar gotitas de pipi, aunque casi no lo notaba ya.

Cuando hablan de volverse loca de gusto o de correrse como una perra no saben lo que dicen. Yo sí que puedo jurar ahora que sé de lo que hablo cuando afirmo que te puedes morir de placer. Con el espectáculo que yo le daba y supongo que con la mamada de Ágata, el bigotes fue aflojando la presa y al final me soltó. Oí sus exclamaciones roncas, no se entendía nada y comprendí que ahora sí que se estaba corriendo a lo bestia. Todavía tuvo tiempo de cogerme la habichuelita con dos dedos y frotarla un momento más, haciéndome dar brincos atada al sillón y gritar y llorar hasta quedarme ronca. Ya no sabía si me corría o me moría. No eran muchos orgasmos, era uno que no se acababa, subiendo y bajando de intensidad sin dejarme descansar”

“Ya”

“¿Sabes lo que quiero decir?”

“No. Que ya me he corrido. Me dijiste que no querías malgastar historia.”

“Bueno. No quiero explicar las cosas más guarras si no es para que te corras. Ahora te puedo contar lo que pasó después y otro día sigo con el porno.”

“Vale pero voy a tirar el diario y a ponerme algo de ropa”

“¿Lo has pringado todo?”

“No, muy poco. A mi edad ya no sale tanto semen”

“Y una leche. Si te pillo un día yo, con todo lo que estoy aprendiendo, te hago  llenar un perol”

“Bueno eso no puede pasar. Vivimos en universos paralelos. Yo soy real, escribo esta historia de hecho y tú eres un personaje. Nuestro amor es imposible.”

“Yo puedo no ser real, por lo que dices, pero tú podrías entrar en la historia, ¿no? Para eso eres el puto amo”

“Me lo pensaré. La verdad es que si yo entrara en la historia, te podría contar cosas muy calientes”

“Hombre. Si entras en la historia podrías echarme unos polvetes directamente y dejarte de sexo virtual”

“Pues sí, pero a mi mujer no le iba a gustar”

“Jolín, vaya fiera que es tu parienta. Ni en sueños te deja disfrutar un poco”

“Es muy celosa. Bueno sigue escribiendo que me voy a dormir enseguida”

“Vale.

Me quedé medio inconsciente, con unas como convulsiones por todo el cuerpo. No noté que Ágata me desataba y me limpiaba la almeja con una toalla antes de cerrarme las piernas y quitarme el pañuelo de los ojos. Me quiso ayudar a incorporarme pero no me aguantaban las piernas y tuve que quedarme media hora tumbada y respirando despacio. El hombre se había ido y doña Flor entró a ver cómo estábamos. Yo ya podía abrir los ojos y ver lo que pasaba. Ágata estaba haciendo gárgaras en el pequeño lavabo del fondo y doña Flor me estaba arreglando la ropa, metiendo la teta rebelde en la copa del sostén y poniéndome las bragas y las sandalias.

Me puse al final de pie y caminé despacito hacia la salida del cuarto secreto. Los temblores seguían y dentro de la barriga, parecía que tuviera pájaros revoloteando y serpientes mordiendo. Estaba tan duro todo que era como si me hubiera atravesado  un poste.

Fuimos a comer a un chino y yo sólo tomé un poco de agua mineral y un té. No podía relajar los músculos y se me escapaban las lágrimas cuando hablaba. SI recordaba lo ocurrido, los pies me picaban tanto que tenía que descalzarme y rascarme las plantas. En el chino la gente miraba y decían menuda guarra está hecha. No lo sabían bien.

Me dijo Graciela que me fuera a casa que ya le dirían a la dueña que estaba hecha polvo, pero dije que no, que quería estar con alguien. Me dejaron descansar durante toda la tarde, aunque tampoco hubo mucho trabajo.

Me dediqué a vigilar por el cristal del escaparate y al final les pillé el truco y lo entendí todo. Un Cayenne negro  paró un momento en la esquina y bajó un señor que parecía salido de una película de la posguerra. Bajito, con corte de pelo militar y bigote recortado y con un traje como de gánster. Entró el tío en el zaguán de al lado y al poco sale Matías y me ve. Me sonríe (¡vaya boca tiene y qué dentadura!) y hace señas a Graciela que llevaba un rato esperando en la puerta. Se mete hacia dentro la bomboncito y me dice voy a buscar un género… Y yo, no me lo digas que lo adivino: al almacén!  Se rio ella al ver que ya me había enterado de la movida y se fue corriendo a atender sus asuntos. Y eso. A la media hora sale del patio de al lado el fachenda llamando por el móvil a su chofer y a los dos minutos vuelve mi compañera con cara de pocos amigos y frotándose el trasero. Por detrás le ha dado a la pobrecita, pensé yo y así era. Ágata le tuvo que ir a buscar una crema de esas de las hemorroides, aunque creo que se le pasó en un par de horas. Eso sí, estuvo yendo al váter toda la tarde.

A la hora de cerrar me hice la encontradiza con Matías y le pedí que me enseñara cómo lo hacían. Se echó a reír y me invitó apasar a la entrada del edificio. En efecto. Entras hacia la escalera y hay una puertecita a la izquierda, como el cuarto de las escobas. Matías me la abrió y allí fuimos a parar al almacén de marras, que por la otra puerta, permite acceder a la sala de los placeres de la boutique.

O sea, que las chicas entran por la tienda y los clientes por el zaguán, y se encuentran en la sala de fiestas. Luego salen cada uno por donde han entrado y nadie les ve.

Pero ¿cómo justifican la visita a la finca? Le pregunté a Matías. El moreno me llevó a la puerta de la calle y me mostró las placas doradas: Notaría, abogados, Doctor tal…oftalmólogo. Una escalera repleta de honrados profesionales que dan coartada a los salidos que vienen de visita a los bajos.

Esos señores respetables, el doctor, los letrados,.. ¿no sospechan lo que pasa? No. No sospechan. Lo saben de sobras. Son todos clientes de la boutique y no pasa una semana que alguno no haga una visita por la puerta secreta a las chicas.

Aún algo no me cuadraba. Los dueños de la finca tenían que olerse algo. Y Matías se partía el culo de risa. Sí, sí. Los dueños están al tanto de todo. ¡Doña Flor es la dueña de la finca!. ¡Menudos tunantes! Y Matías es el controlador  . Hace pasar a los juerguistas y avisa a la elegida para que pase al almacén, donde la espera su cliente.

Me reí un rato, pero poco, porque aún se me escapaba el pipí si hacía fuerza y notaba mi matriz dura como una lápida de mármol. Si rozaba el clítoris con la braguita me venían temblores por los muslos y volvía el dichoso picor a los pies. Disimulando me despedí, pero Matías me dio más conversación. ¿Cómo vienes a trabajar, dónde vives..? Le expliqué que venía en coche y aparcaba delante de la Catedral en el parking. Se escandalizó y me advirtió que era carísimo. Sí, ya lo sé,  pero vivo tan lejos y está tan mal comunicado mi barrio.. Enseguida empezó a buscar soluciones. Sacó el móvil e hizo tres llamadas. Todas con resultado negativo. Entonces se le iluminó el rostro (¡Hostia, es guapo el cabronazo!) ¡Nos vamos a ver a la señora Amparo!”

 

“Bueno, Grace. Estoy muerto de sueño. ¿Seguimos el sábado?”

“Ni hablar. Te he de contar cómo se me pasaron los temblores y me dejaron de picar los pies”

“Quedemos mañana, si acaso. Es que he de madrugar”

“Vale. A las 23,30 quedamos aquí, como siempre”

“Ok. Un besito”

“Igual”