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Pastelitos de Halloween (Primera parte)

en Sexo con maduras

(A pesar de disfrutar, o adolecer, de una memoria desbordante, rayana en la esquizofrenia, los escritores eróticos, tenemos un límite a la hora de pergeñar nuevas historias. Hace tiempo que soy consciente, y por eso pedí a  los lectores eróticos, que es otra categoría curiosa, que aportaran sus experiencias para inspirar mis relatos.

Fruto de esa colaboración os ofrezco estos “pastelillos de Halowen” que pretende aunar la modernidad y la tradición, lo local y lo foráneo y la realidad y la fantasía a partes iguales.

La historia en la que se inspira mi relato me llegó por e-mail desde Barcelona. Una mujer de 49 años, pastelera de profesión, decidió poner a mi disposición su vivencia erótica más sentida y reciente. Su nombre, que no viene al caso, será reemplazado en aras de la discreción. Sin ánimo de burlarme de su oficio, decidí re-bautizarla como Magdalena.)

Yendo ya al relato de Magdalena, empecemos por decir que su pastelería era de las más populares y exitosas de su barrio, que tampoco citaremos. Le vino esta prosperidad a raíz de la muerte de su esposo, acontecida cinco años atrás.

Cuando Magdalena enviudó, su vida dio un vuelco radical. Pasó a administrar el negocio familiar, sustituyendo el liderazgo autoritario y patriarcal del muerto, por su propio estilo de dirección, escuchando a empleados y clientes, reformando lo obsoleto y abriendo nuevas líneas comerciales. Así el horno evoluciono a pastelería y ésta a salón de té, servido por cuatro diligentes peruanas, que obsequiaban con sus sonrisas y buenas palabras a una clientela cada vez más numerosa.

Y entre los parroquianos habituales estaba el otro protagonista de este cuento; Le llamaremos Pietro, aunque no sea éste su nombre. Pietro es un treintañero milanés de oficio fotógrafo y diseñador, instalado en la ciudad condal hace ahora tres años y objeto del deseo de la sección femenina de medio barrio.

Por suerte, Pietro, convencido por Madalena,  ha accedido a hacerme llegar sus impresiones sobre este caso directamente, vía e-mail,  motivo por el que también puedo hablaros de él con conocimiento de causa. Es un joven simpático y seductor, de cabellos negros que caen en greñas sobre su frente de patricio lombardo, nariz algo desproporcionada y boca reidora de dientes perfectos y labios besadores. Luce una planta magnífica, con sus anchos hombros, largas piernas y bellas pero fuertes manos.

Pietro es un seductor consumado. En el salón de té de Magdalena, las cuatro peruanas revoloteaban a su alrededor en cuanto aparecía por la puerta pidiendo un espreso cortísimo y el ejemplar de La Vanguardia, pero le miraban de lejos con odio cada vez que se dejaba ver por aquellos pagos en compañía de alguna de las modelos, actrices, bailarinas, monitoras de aeróbic y hasta dos actrices porno, que le frecuentaban. El café de la Magdalena era parada obligada antes y después de la estancia en el vecino apartamento de Pietro. El lugar donde reponer fuerzas con zumos de naranja natural y cruasanes por la mañana o preparar la noche de lujuria con bandejitas de pastelillos de nata o de trufa para llevar.

Magdalena oía la conversación de sus empleadas, que la hacían reír con ganas y sentir cosquilleo en su descuidada entrepierna, según ella afirma. Especulaban las andinas sobre el uso de los dulces, basándose en comentarios de las invitadas de Pietro, pescados al vuelo “De trufa no, Pietro, que luego tengo el chichi irritado y mañana hay rodaje” o “Pide uno de éstos, que quiero probar la crema catalana sobre bizcocho de la Lombardía, ji, ji!”. Pero quizás eran puras fantasías movidas por la envidia.

En su e-mail de hace una semana, Magdalena me informaba del episodio vivido la noche de todos los Santos, o noche de Halloween para los norteamericanos (Este año Halloween ha traído sustos de verdad, no de muertos revividos y brujas, sino de monstruos mediáticos que prometen devolver a los pobres USA a la grandeza de los tiempos del general Custer y la cabaña del tío Tom.) Sobre esa noche y lo que ocurrió trata este relato.

Yendo a lo que nos ocupa, aquella tarde del día 31 de octubre, Pietro pasó por la pastelería a comprar unos “panellets”, pequeñas bombas calóricas de almendra, piñón y mazapán, muy apropiadas para celebrar el día de los muertos, ya que ofrecen la posibilidad a más de un vivo de ir a reunirse con sus difuntos después de pegarse un atracón de estas diabólicas pastas.

Pietro traía cara de “manzanas agrias” como dicen los catalanes. Flor, la peruana de turno se vio impelida a interesarse por el estado de ánimo del italiano.

Pues qué tiene, Pietro? Anda enamorado? Le preguntó con su voz cantarina.

No, nada de eso, sonrió él, tristón. En estas fiestas toca hacer bondad.

Por un momento, Pietro dejó volar sus recuerdos hasta la tórrida velada del sábado, cuando la apasionada Vanessa cabalgaba veloz ensartada en su polla, mientras el italiano acompañaba los movimientos de la estilizada modelo con potentes golpes de cadera. Vanessa era un escándalo, medía uno ochenta y uno y mantenía, a base de dietas y ejercicios, unas medidas perfectas con su busto firme y juguetón, su cintura imposible y sus caderas lujuriosas. El pubis lampiño y la melena rojiza completaban aquella empalagosa perfección. Vanessa era una pareja de ensueño para cualquier varón en edad de merecer. Incansable en la cama (o en la alfombra, el coche, la tienda de campaña,…) coleccionaba orgasmos como si fueran tapones de vino. Hablaba cinco idiomas sin conseguir decir nada interesante en ninguno de ellos: limitaba su conversación a las últimas tendencias en gimnasias suaves, los alimentos más adelgazantes y las anécdotas más insulsas de sus sesiones fotográficas, viajes y encuentros amorosos en cuarenta ciudades.

Aprovechaba el sexo para mantenerse en forma, así que cada polvo se convertía en una prueba deportiva con un repertorio prefijado de posturas. Ella empezaba siempre encima para calentar; Después se tumbaba abierta de piernas y pedía a su partenair que la follara de rodillas, elevando ella con un gran esfuerzo sus caderas para permitir la penetración y tonificar a un tiempo sus glúteos y sus muslos; Tras un breve receso para recuperar fuerzas con un batido de proteínas y minerales, que llevaba siempre encima en un bidoncito hermético, seguía la fiesta con la modelo en postura cuadrúpeda sobre la alfombra y su amante perforando su flexible ano mientras ella trabajaba sus abdominales y lumbares con movimientos ondulantes de cintura. Exigía siempre que el follador de turno se aplicara a fondo, de manera que la acción de su polla estimulando las paredes y el batido de frutas en el vientre de la moza, provocaban un espasmo general que obligaba a Vanessa a correr hacia el lavabo para eliminar su contenido abdominal; De forma tan poco romántica acababa la sesión amorosa, lo cual no parecía molestar a los numerosos amantes de la muchacha, que hacían cola en su follagenda para practicar el saludable ritual erótico.

Prieto había declinado el honor de pasar la noche de Hallowen con la modelo, pasando su turno a un fornido halterófilo que cumplía con creces los requerimientos físicos e intelectuales exigidos por la joven belleza.

No entendía por qué había incurrido en tamaño despropósito, pero de pronto se había sentido asqueado por aquella rutina y había preferido explorar otros planes más divertidos. Era ya demasiado tarde y se había quedado compuesto y sin novia para pasar aquella noche de difuntos.

Magdalena asomo la cabeza desde el almacén. ¡Flor! Trae la bandeja de bombones que se van a derretir con este calor. ¡Hombre, Pietro! ¡Cuánto bueno por aquí! ¿Cómo se presenta la noche?

Signora Magdalena, hizo una sutil reverencia el educado joven. No muy bien, la verdad. Los planes no han salido como esperaba.

¡Qué le vamos a hacer! Mire: llévese un panellet de chocolate que es novedad. Así lo prueba.

Aceptó él agradecido.

No le cobres éste, que se lo regalo yo, Flor.

Claro, jefa. Con mucho gusto. Y alargó con gesto coqueto la bandeja al galán.

Flor se había planteado varias veces tirarle los tejos al italiano, pero siempre había alguna mosquita rondándolo. Aquella noche hubiera sido perfecta para probar suerte, si no fuera porque ya tenía los disfraces para una fiesta brujeril a la que iba a acudir vestida de señora Monster, acompañada de un fornido Frankenstein, albañil ucraniano de Badalona, que bebía los vientos por ella.

Así que vio con nostalgia alejarse hacia la puerta al apolíneo joven. Magdalena volvió a aparecer con una bandeja de panellets en la mano.

Por cierto, Doña Magda, ¿Se arregló su computadora por fin? Preguntó la dependienta.

¡Ay, no hija! Me ha hecho la puñeta a base de bien. No podré tener la conferencia en Skipe con mi hijo, con la ilusión que le hacía hoy, precisamente.

Pietro se detuvo con un pie fuera de la pastelería y giró la cabeza. ¿Se le averió el ordenador, signora Magda? Deje que lo vea, que de eso sí que entiendo un poco.

Es el PC de casa, Pietro, se lamentó la pastelera. Y ahora tengo mucho lío aquí, que hemos de cerrar en media hora.

Bien, si quiere voy a mi casa y vuelvo, que hoy estoy libre, ofreció él, solícito.

¡Hombre! Me sabe mal, pero me haría un favor. ¿Le importará subir un momento? Es aquí arriba mismo.

¿Había una intención subconsciente en la propuesta de Magdalena? Ella lo niega vehementemente en sus mails, pero el subconsciente es eso, algo que escapa a la consciencia y yo, en materia erótica,  no pondría la mano en el fuego por esta mujer.

Ningún problema, signora. Y se anotó en el móvil el número y la puerta.

Pietro tenía, como todo el mundo, una madre, la mamma. La suya era ya anciana y vivía en un pueblecito de la Lombardía, rodeada de gallinas y conejos. La mujer no tenía ordenador ni móvil, pero llamaba por teléfono a su hijo casi a diario y reservaba una habitación de matrimonio en su pequeña granja para acoger a su retoño y a las ninfas que solía llevar el mozo, con la intención de mostrarles el pintoresco pueblecito entre achuchón y achuchón.

Pensar que una madre no pudiera contactar con su hijo le parecía a Pietro una desgracia que había que remediar. Ésta era su única motivación, o así me lo jura y perjura en uno de sus mails, al aceptar la invitación de la madura pastelera.

Eran pues las nueve cuando el joven llamaba al timbre, veía abrirse la puerta y tomaba el ascensor hasta el cuarto piso.

Estaba abierto y él penetró con respetuosa cautela. ¡Magdalena! ¿Está usted aquí? La casa era realmente bonita y acogedora, repleta de detalles horteras y entrañables, puntillas, florecitas y una hermosa gata de angora blanca, que miraba indolente a Pietro desde el sofá del comedor.

Pietro reparó era una hornacina de madera con un rotulito dorado que rezaba “Josep”, colocada sobre un aparador y coronada por un retrato al óleo de trazos inseguros y colores irreales. Pietro se fijó en el conjunto y la piel se le puso como a las gallinas de su mamá al comprender que aquel era el retrato del finado esposo y, sin duda, la cajita contenía los restos incinerados del pobre hombre.

“¡Porca miseria!” Se dijo para sí retrocediendo un paso.”Ma che cosa piu bizzarra e questa!”

Irrumpió la dueña de la casa sorprendiendo agradablemente al chico. Magdalena vestía siempre con elegancia, pero el delantal del uniforme de la pastelería disimulaba sus notables curvas. Ahora, con una bonita blusa malva y una falda algo cortita, su físico lucía espléndidamente. El maquillaje discreto realzaba sus ojos grises y su boca grande y expresiva y los zapatos de tacón azul marino la aupaban a los ciento setenta centímetros, a sólo quince de la altura del chico. Disculpe Pietro, que tenía unas cosas al fuego. ¡Dalila! Le espetó a la gata! ¡Baixa del sofà, lladregota!

Pietro me escribió un mail comentando sus impresiones de aquella primera noche. “Me sorprendió desde que entré por la puerta. Nunca la había visto vestida así, ni con unos tacones de ocho centímetros, que realzaban su tipazo y la hacían caminar sensualmente”

Cautivado por aquella presencia, Pietro estuvo a punto de tirar la cajita de cenizas. Reaccionó enseguida sujetándola y pidió disculpas por su torpeza. Magdalena sonrió, quitando importancia al hecho.

Era mi marido, Pietro. El retrato lo hizo Bruno, mi hijo, ¡pobret! Quería mucho a su padre y ya pintaba bastante bien, ¿No le parece? Esto lo hizo un año antes de morir Josep. Él niño tenía catorce años. Magdalena estaba orgullosa de su retoño. ¿Miramos el ordenador?, sugirió Pietro y siguió a Magdalena hasta el dormitorio del joven ausente. Le llamaron la atención la calidad y la personalidad de los cuadros y fotografías que lo decoraban. También le sorprendió un poco el amaneramiento de algunas obras y la presencia omnímoda de la figura masculina, a veces con obscena exhibición genital. La sospecha de que el joven fuera homosexual le vino enseguida a la mente. No conocía personalmente a Bruno, ya que el chico apenas se dejaba ver por la pastelería y Pietro se había mudado al barrio hacía sólo unos meses

Se sentó frente a la pantalla y empezó a trajinar teclas para averiguar cuál era el problema.

Yo voy a ocuparme de la cena, llame si me necesita, dijo Magdalena.

Perdone, ¿Tiene invitados?. Si lo prefiere, vuelvo luego… ofreció él.

¡Ja, ja! Claro que tengo un invitado. No me dejará cenar sola, después del favor que me va a hacer…

No hace falta, signora, lo hago con mucho gusto. Pero los ojos se le habían alegrado al oír la proposición.

No se hable más. Ya tengo la cena lista. Voy a ir sirviendo la mesa.

Pietro se concentró en la reparación a pesar de que un calorcito corría ya entre sus piernas. No tardó en descubrir un error de inicio del programa y se conectó un instante con un amigo en Italia para verificar el buen funcionamiento del Skipe. Haciendo tiempo, buscó en Internet la programación de ópera de la Scala i el Liceu; era su pasión más grande, después de las mujeres, claro está. Y una tentación perversa cruzó su mente. Le apetecía mucho revisar el histórico de las visitas a páginas web. ¿Le podría confirmar quizás la homosexualidad de Bruno?

¿Cómo va? Preguntó la señora desde el comedor

Bien, bien. Ya casi está, respondió disimulando el tono de voz Pietro, mientras empezaba a revisar nombres de sitios que figuraban en la lista. ¡Menuda sorpresa! Ni una página de contactos gays ni cosa parecida: “Maduritas sumisas”, “Culos bien zurrados”, “Atada y bien atada”,… no parecía el recorrido de un homosexual. ¿Cuál era la respuesta? Calculó las fechas y comprendió de inmediato que cuando se habían visitado esas páginas, Bruno estaba muy lejos de Barcelona.

¡Santa Madonna! ¿Era posible que fuera la señora Magdalena la consumidora de BDSM? No era seguro, pero sí muy probable y Pietro tenía toda la cena para confirmarlo.

(He de aclarar aquí que no todo lo que Pietro me ha explicado en sus mails era conocido por Magdalena y viceversa;  y digo era porque ahora mismo, al leer este relato, uno y otra están poniéndose al corriente de todos los detalles. ¡Espero que no haya conflicto entre vosotros por este motivo, pareja!.)

La mesa estaba primorosamente adornada, con manteles blancos y cristalería y vajilla de día de fiesta. Los entrantes ya estaban servidos cuando Pietro entró en el comedor. Buñuelitos de bacalao, pimiento asado con anchoas de la Escala y ensalada de salmón ahumado con queso fresco y nueces. Una botella de Penedés blanco en cubitera de metacrilato acompañaba los manjares.

¡Mamma mia! Esto es demasiado, Signora. No era necesario…

¡Quite, quite, Pietro! Es usted un encanto y se merece esto y más.

Qué más se merecía era una incógnita todavía, pero Pietro iba ya excitado con los descubrimientos internáuticos y la buena disposición de la madura señora, y pensaba averiguarlo en breve.

Es curioso”, me comenta en su mail el italiano “Sólo de leer aquellos nombres DE PÁGINAS WEB,  me puse caliente. En la cena ya tenía una erección mientras hablaba con Magda

Sin embargo, durante cinco minutos Pietro y Magdalena se limitaron a mirarse, sonreírse y comer.

Abra el vino usted, que yo tengo muy mala traza para eso, pidió ella. Y él obedeció con mano experta. La señora sintió un escalofrío al ver más de cerca las hermosas y fuertes manos del chico en acción, sujetando la botella después de envolverla en una servilleta con la izquierda y haciendo girar el sacacorchos, enérgico, con la derecha. Se oyó un pop al descorchar.

Tiene un poco de aguja, como un Lambrusco; Seguro que le gustará, comentó ella

Es exquisito, aseguró él tras sorber un poquito de su copa. ¿Usted no bebe?

Si, pero poquito, que no tengo costumbre. Sin embargo, Magdalena empezó a pegarle al frasco con entusiasmo y al terminar de comer los entrantes, la botella se había vaciado hasta más de la mitad.

Conversaron sobre la pastelería y su transformación, sobre las peruanas y los extranjeros en Catalunya en general, sobre Italia y la región de ésta que más se parecía al Mediterráneo español y, finalmente, valoraron los paralelismos evidentes entre Barcelona y Milán. Cuando Magdalena trajo el asado de cordero y una botella de Rioja, hubo un cambio de tema. Los entrantes y el vino espumoso favorecían la conversación frívola y mundana, mientras que la carne con aromas especiados y el vino profundo y caliente proponían temas más íntimos.

¿Se siente muy sola sin su hijo, verdad? Es duro separar a un hijo y a una madre, no importan las edades, comentó él con nostalgia.

Sí, así es, pero mi Bruno ha de volar por su cuenta. En Frankfurt está muy contento: Tiene una Universidad maravillosa y ha hecho muchas amistades

¡Ja, ja! Pietro se puso ladinamente a investigar. A ver si vuelve con un nietecito rubio y gordito para usted… soltó con simpatía, dejando ir el globo sonda y estudiando la reacción de la mujer.

¡Bingo! Una sonrisa de circunstancias y un velo en la mirada. No lo creo, tristeza en la voz. La señora no esperaba ser abuela ni ahora ni en cien años. Bruno está por otras cosas. Entonces, ¿quién visitaba las páginas de maduritas BDSM? ¿Era ella?

Pietro echó una mirada al circunspecto óleo del difunto, que le vigilaba desde la pared y tal vez desde el más allá. El cuadro era irreal, con colores arbitrarios y formas imperfectas, pero retrataba bien al modelo, caricaturizándolo un poco sin duda. Era un hombre macizo, de mandíbula cuadrada, frente breve y nariz chata. Sus cejas trollianas enmarcaban unos ojos pequeños en los que brillaba por su ausencia la inteligencia. Pensó que era un misterio qué pudo ver en él la señora.

Usted, Magda, ¿no ha rehecho su vida?; Perdone la indiscreción. Es que a una señora tan agradable y tan atractiva no le cuadra estar sola. Quizás no ha encontrado al hombre adecuado…

Ha habido alguno, respondió Magdalena un poco evasiva, pero al final, no me han acabado de convencer… Ya sabe cómo es esto.

Me da la impresión de que tiene a su difunto esposo en un pedestal, como dicen aquí. Y girando un poco la cabeza, comentó… literalmente en este caso. ¡Ay! Disculpe soy un bocazas… Realmente, el muerto estaba encaramado a la mesita, dentro de su caja e ilustrado por el retrato que la presidía.

Pero el comentario provocó sólo una sonrisa triste en la mujer.

¿No se burla usted, Pietro? Ah, no, claro. Si usted llegó al barrio hace menos de un año, me parece. Por tanto no sabe nada de lo que pasó.

Expresión de ignorancia absoluta del italiano. No sé a lo que se refiere, Magdalena.

Mi marido y yo no estábamos muy unidos que digamos. Él no me hacía ya mucho caso desde quince años atrás. Prefería las aventuras, ¡mira, como usted!.. Pero pagando, eso sí. Se aficionó a las pastillas estas, la viagra y cosas peores. La panadería no daba entonces mucho, pero él se gastaba en fulanas lo que no tenía y más.

Lo siento, no tiene que darme explicaciones. Soy un imprudente…

No, no. Déjeme que ahora que estoy lanzada y nos hemos bebido una botella entera de vino entre los dos, se lo cuento y me desahogo.

Habían sido casi dos botellas, pero Pietro no se atrevió a contradecir a la anfitriona.

Ese malnacido se pasaba los fines de semana en los puti-clubs, prosiguió con la voz algo temblorosa por efecto del morapio, estaba un poco delicado del corazón, pero no podía parar. Así que una madrugada lo encontraron muerto los del servicio de emergencias médicas. Estaba en la cama, encima o debajo, eso no me lo dijeron, de una negrita muy corpulenta que solía atenderle en el prostíbulo.

Lo siento mucho, Magda; no quería amargarle la cena…

No, si no me amarga, hombre. Al revés. Miro la cajita de las narices y me relaja mucho.

¿La tiene por eso ahí expuesta? Caramba con la señora...

No, ¡no estoy tan chalada, hombre!. Es por Bruno. Él quería mucho a su padre. Y Josep también apreciaba al chico. No he querido marear a mi hijo con estas historias. Era muy jovencito y no se enteraba de nada. Siempre ha estado en la luna. Sólo le interesa el arte.

Los panellets estaban sobre el mantel, servidos en una bandeja de cartón de la pastelería. Se hizo un largo silencio y Magdalena abrió el paquete y fue a buscar una botellita de vino dulce y dos copitas muy monas.

Por el camino le vino a la mente un recuerdo de su juventud, cuando llegó de su pueblecito de Lleida a la capital, para trabajar en el horno de los amigos de sus padres, originarios de la misma villa de la Terra Ferma. Con veinticinco años, Magdalena estaba para mojar pan y eso fue lo que hizo Josep, treintañero ya y fogoso como un mastín del Pirineo en celo. Un escalofrío recorrió la espalda de la madura dama al recordar aquellas noches en el obrador, cuando ella acababa el turno de dependienta y el fornido hijo del dueño llegaba a preparar la primera hornada. ¡Cómo rebozaba en harina su culo desnudo sobre el obrador bajo las acometidas del hombretón! En alguna ocasión tuvo que correr en cueros a esconderse entre los sacos ante la irrupción inesperada del padre de Josep o recibir las quejas de alguna clienta que había encontrado sospechosos y rizados pelitos negros en el bocadillo de su hijo

Empezaron a comer panellets con poco entusiasmo, con los estómagos ya repletos.

Bueno, cuénteme algo de usted, Pietro, que estamos muy amuermados. ¿Cómo le va con todas esas mocitas tan atractivas? ¿Ya se ha enamorado? Magdalena hablaba en un tono de voz que no denotaba interés, pero su parte inconsciente ansiaba saber más sobre su invitado. Su lenguaje corporal empezaba a traicionarla. Cruzaba y descruzaba las piernas, entreabría la boca y se relamía los labios inconscientemente. En un momento dado, se desabrochó sólo un botón de la blusa sin que ella lo advirtiera, dejando a la vista las puntillas del sostén.

¿Qué le voy a contar? No paran de pasar por mi vida, pero creo que en el fondo sólo representan una pérdida de tiempo… Su mirada, distraída, se perdía entre el surco mamario ahora tan visible y los ojos tiernos y grises de Magdalena

¡Venga ya, hombre! A otro perro con ese hueso. ¿Me va a decir que se aburre con esas peladillas? Al reír, los senos bailaron con alegría y la señora levantó un brazo, llevando la mano a su cogote y mostrando su axila cubierta sólo por la fina seda. Estaba en su salsa la pastelera, desinhibida y alegre.

No, no. No es eso. Lo que pasa es que tengo la sensación de que estoy buscando y buscando con criterios equivocados. Esas chicas son perfectos monumentos, muy atractivas, pero la parte de mí que atraen es la más primitiva, la más salvaje. Es la parte que comparto con un gorila o un caballo. Vemos u olemos a una hembra ideal para procrear y nos volemos locos. Yo también pierdo el control por las chicas, pero fíjese: evidentemente yo no busco una mujer para procrear. Al contrario, tomamos todas las precauciones para evitarlo, pero mi instinto primario se siente atraído por ese aspecto de “perfecta futura mamá”.

Pero eso es normal, Pietro. Usted es un joven muy atractivo y busca chicas de un nivel similar. No hay nada de malo en ello.

Sí que lo hay, Magdalena. El tiempo pasa y no encuentro una sola mujer que me motive de verdad. Y es porque no sigo el camino correcto. Los humanos ya no somos bestias, los hombres no somos sementales y las mujeres no son animales de cría. Lo normal sería que manifestáramos nuestros auténticos deseos, lo que hay en el fondo de nuestra mente, lo que hace realmente atractivo a alguien. Atractivo no en general, sino en particular para otra persona, para alguien que comparta el imaginario del otro, sus obsesiones…

Magdalena escuchaba con arrobo a Pietro sin acabar de entender dónde conducía aquella disquisición. Poco a poco, se habían ido humedeciendo sus labios, un escalofrío le recorría a ratos la espalda y sus pezones estaban duros, como no recordaba tenerlos en mucho tiempo.

Imagine que se encuentran dos personas que pueden conectar, por ejemplo,  un hombre dominante, que disfruta avasallando sexualmente a su pareja y una mujer sumisa, que desea ser poseída salvaje, brutalmente por un macho… Bueno, o al revés, se apresuró a añadir para evitar ser demasiado explícito en sus veladas proposiciones.

No sé… a dónde quieres ir a parar…, dijo Magdalena en un susurro, cayendo en el tuteo sin advertirlo.

Al sofá, Magdalena; Vamos al sofá. De pronto, la primera orden. No fue una sugerencia ni una petición. Era un mandato. Había llegado de forma natural, casi como una consecuencia lógica de la conversación anterior.

Al levantarse, Magda esbozó una mueca de dolor.

¿Qué te pasa?

Me matan los zapatos. Hacía semanas que no me los ponía.

Quítatelos. Una segunda orden. Directa; Definitiva y cortante. Inapelable.

Es que no se si… La señora duda un momento. Se estaba deslizando por un tobogán vertiginoso. ¿Qué vendrá después? ¿Qué vendrá después si le obedezco? Mostrar los pies desnudos a un desconocido era turbador y muy excitante. En verano lo hacemos todos, pero era ya noviembre y estaban en el comedor salón  de su casa, con su marido muerto escrutando severo su excitación creciente.

Dejó los zapatos a un lado y caminó un poco dubitativa hacia el sofá, donde Pietro la esperaba ya algo recostado, con una mirada fría y una sonrisa mordaz. Trae los panellets y el vino. Tercera orden. Ella se gira en redondo. Vuelve a la mesa, recoge el encargo. Se acerca a su invitado, se arrodilla y deja la ofrenda sobre la mesita baja. La falda se pliega y muestra sus muslos regordetes y blancos. Mira hacia arriba con arrobo, con mirada lánguida.

No sabía qué me pasaba, me comenta en su primer mail Magdalena. Notaba las bragas mojadas, las tetas, duras, la boca, seca. No entendía el porqué de aquel cambio de actitud de Pietro, pero no me importaba en absoluto. De pronto, comprendía que aquello no era casual, que, de alguna manera, yo me lo había buscado.

Pietro tomo un pastelillo y lo acercó a los labios de su anfitriona. Ella abrió la boca obediente, mordió y lamió fugazmente los dedos del italiano. Con una sonrisa malévola, él mojó tres dedos en la mistela y los ofreció a Magdalena que dudó un instante, aunque finalmente chupó intensamente el vino y la mano.

Supe en aquel momento que iba acertado en mis sospechas. Comenta Pietro en su mensaje.  El corazón me empezó a latir alocadamente, como no lo hacía en años. Aquella señora cincuentona conectaba conmigo mejor que todas esas jovencitas calentorras. Mi deseo crecía hasta hacer estallar la bragueta y ya no sentía que hubiera límites a mi viciosa imaginación.

Apuesto un panellet de chocolate a que tienes las bragas mojadas ya. ¿Me equivoco? Era el jaque mate, el envite final, el todo por el todo. Si tragaba con aquello, ya era suya sin remisión.

Magdalena dudó un momento. Era cierto y su rubor la delataba. ¿qué hacer ahora?. ¿Negarlo? ¿De qué iba a servir? Dámelas. Lo voy a comprobar. Sin vacilar, Magdalena se llevó las manos al elástico y tiró hacia delante. La prenda se enredó un poco en sus pies, pero acabó saliendo y ella la ofreció como un presente a su invitado. Él la acercó a su rostro, la palpó meticulosamente, olió la zona húmeda con delectación y se las devolvió a su dueña. Estás realmente caliente, Magdalena. Creo que tendré que tomar medidas al respecto,  comentó con tono mordaz el chico. Ponte aquí apoyada, por favor. Ella obedeció sin vacilar. Puso sus excitadas tetas encima de la mesa, al lado de los pastelitos y el vino dulce y dejó sus nalgas al alcance de Pietro. Sin prisas, él le levantó la falda, dejando a la vista las gordas esferas, blancas y algo irregulares. También se podía distinguir un poco de vello oscuro entre los muslos. No se veía el orificio anal, enterrado entre las dos bolas de nata, pero el joven no tenía prisa por desvelar todos los secretos. Era parte del juego renunciar a cualquier premura.

Era la primera experiencia de Pietro en el campo de la dominación; Su corazón vibraba como un martillo neumático, sorprendido y algo espantado por su propia osadía, pero nada en sus ademanes ni en su voz delataba la terrible, casi angustiosa excitación que le estaba provocando aquella aventura.

Sin prisas, sus manos exploraron aquel territorio desconocido. El primer tortazo resonó como un petardo. Gimió la señora, quizás de dolor, quizás no, pero apenas se había desvanecido el ruido del golpe y el pequeño grito, y un segundo azote resonó sobre la otra nalga. Uno tras otro se sucedieron los cachetazos. La mano derecha los impartía con salomónica justicia, la mitad en cada glúteo. Las dos bolas de nata se fueron transformando en fresa y ésta en cereza. Mientras la mano derecha castigaba implacable, la izquierda empezó a dar consuelo y alegría a la atormentada Magdalena. Un dedo, dos, pronto tres, exploraban la gruta del placer, se empapaban de jugos calientes, llevando a la mujer al límite de la locura; dolor y placer se mezclaban hasta confundirse y sus gemidos flotaban en la sala, bajo la mirada atenta y severa del muerto. Sus cenizas empezaban a caldearse en la caja…

La blanca gatita, encaramada en el pedestal, vigilaba la jugada con mirada experta, pasando lánguida la cola por encima de la hornacina mortuoria.

El orgasmo se empezaba a desbordar de la cazuela vaginal, derramándose por los labios mayores, subiendo por la columna estremecida y explotando en la cabeza de Magdalena, que pensó que iba a morir de gusto, como seguramente le ocurrió  a su marido unos años atrás.

(Contiuará, claro)