miprimita.com

Engracia Divina 2

en Sadomaso

Una atractiva cuarentona zaragozana me ha contratado para que escriba sus experiencias sexuales. La primera ocurrió cuando ella tenía diecisiete años. Fue secuestrada y sometida por tres cerdos depravados a toda clase de vejaciones. Lo más intolerable de todo es que voy tan caliente escuchándola que no sé si podré redactar correctamente lo que me cuenta Engracia.

Nos pusimos en marcha hacia la estación para recoger el equipaje y mi nueva amiga se mostró muy locuaz, contestando a cuanto le pregunté sobre su aventura. Engracia había aprendido la primera lección. Venció la tentación de arrancarle un dedo de un mordisco a la dama gris y lamió a conciencia la salsa. Estaba arrodillada al límite de la jaula, tocando sus rodillas los barrotes. Sintió que unos dedos invadían su sexo mientras ella lamía. Con la mano libre, la señora la masturbaba lentamente pero con maestría. Su vagina estaba seca y el tacto era doloroso. Su gesto así lo mostró. La señora volvió a la mesa y tomó la aceitera. Se untó los dedos y volvió al lado de la jaula. Engracia había retrocedido hasta el centro del habitáculo pero bastó que la señora introdujera el brazo a la altura de sus ingles para que ella acercara sumisamente las caderas para dejar a su alcance la vagina. Con aceite, la penetración fue más fácil y pronto la chica se tuvo que sujetar con las manos a los barrotes. Aquellas caricias inesperadas eran muy efectivas. La dama gris acercó la boca entreabierta entre dos barrotes y la pelirroja la besó sin dudarlo un momento. Un instante después la señora se retiró. Se secó los dedos aceitosos con la servilleta y lanzó un besó con los de la otra mano a la cautiva. Eres una perrita muy caliente. Tendremos que tener mano dura contigo, sentenció volviendo a la mesa y bebiendo un sorbo de vino. ¿Verdad, chicos?

Seguro que sí, Báthory, contestó uno de ellos, el más joven por el tono de voz, que se levantó para inspeccionar a Engracia. Por suerte, Engracia no sabía a quién se referían con aquel sobrenombre de Báthory, la más sanguinaria aristócrata de la historia, o al menos la que más se ensañó con las doncellas

 ¡Ponte en cuatro patas, perra! Ordenó el sujeto en un tono muy distinto al empleado por la mujer. Engracia obedeció sin dudarlo. Incluso dejo sus nalgas y su sexo entreabierto situados en la dirección correcta para que el hombre pudiera tocarlo si le apetecía. De inmediato sintió dos dedos invadir su aceitada vagina. El pulgar acarició su ojete haciéndola estremecerse de miedo. No tenía escapatoria. Si aquel desconocido iba a profanarle el recto, ella no podía evitarlo de modo alguno.

El hombre saco la mano de la jaula y se dirigió a la mesa. Cogió una bandeja y volvió a acercarse.

Yo le miraba por el rabillo del ojo. Era un tío joven por la forma de moverse. Parecía estar en forma, con los antebrazos muy musculosos. Su boca era atractiva, de labios gordos y dientes blancos. Cogió algo de la bandeja. Miré bien, girando un poco el cuerpo y me arreó en todo el culo un tortazo que me lo puso rojo. Ponte recta, putilla. Obedecí. Algo frío me entró por la raja, luego otra cosa igual y una más. Me picaba un poco, pero no era desagradable del todo. Vas a aliñarme de flujo los pepinillos, ordenó el tipo. ¡Vamos zorra!

Empezó a acariciarle el clítoris con una suavidad sorprendente. Eran unos dedos fuertes y hábiles. La tocaban con una delicadeza inesperada. Engracia gimió de gusto sin proponérselo y el tipo paró de masturbarla. Sintió cómo las pequeñas hortalizas salían de su vagina. ¡Hmm! Delicioso! Manifestó él, encantado del sabor del manjar que ya degustaba. Probadlo, ofreció a sus compañeros de mesa. Engracia se atrevió a girarse a mirar. Aquellos depravados se comían con deleite el pepinillo aceitoso y empapado de líquidos íntimos. Le vinieron náuseas y se tumbó boca abajo en su jaula esperando nuevas y desagradables acciones de sus captores.

El más viejo se levantó después. Se vino para la jaula y la abrió. Eso me asustó aún más. Parecía estar más segura dentro, aunque me alegré de escaparme de las corrientes. Me hizo salir y me llevó de la mano hasta un trasto  en forma de aro gigante que había en el centro de la sala. Sin decir palabra, con un gesto, mandó a los dos servidores que me ataran allí.

En aquel momento del relato, el coche de Engracia se desvió de la carretera general y entramos en una zona muy cuidada con hayas y encinas, casas magníficas y hasta un servicio de seguridad uniformado que recorría en un Land Rover la urbanización. Cerré la libreta, que ya estaba bastante llena, y me guardé el punta fina.

El CrossOver se adentró en un ramal lateral y una puerta se abrió mágicamente a la izquierda para dejarlo entrar. Engracia condujo hasta el garaje de la casa, que me pareció magnífica.

Es preciosa esta casa, comenté. La historia del pepinillo me había puesto otra vez con el palo alto y me hice un poco el remolón fingiendo que miraba atentamente los cuadros hasta que se me bajó la erección. Éste es muy bueno, comenté mirando un lienzo gris y azulado que representaba un aeropuerto durante la noche. Me suena el autor. ¿es un japonés que vive en Madrid, no?

Pues ni idea, oye. Me lo ha regalado un amigo. Dice que vale más de treinta mil euros, pero está un poco zumbado, no sé si me toma el pelo..

Me resultó bastante revelador aquel detalle. Al parecer, según me fue contando luego, las amistades de Engracia eran mayormente hombres de buena posición social. Los regalos que colgaban de las paredes eran sencillamente desproporcionados. Seguramente las atenciones de mi amiga pelirroja con sus admiradores eran también fuera de lo común.

Voy a ponerme cómoda, majo. Si quieres beber algo, ahí tienes el bar, me ofreció señalando un armarito de aire rococó que pegaba en el entorno como monja en pelea de gallos. La verdad es que toda la decoración parecía más orientada a gastar una cantidad indecente de pasta que a crear un ambiente agradable o sensual. Allí hay de todo y mezclado con tan mala sombra que resulta difícil relajarse un poco. Opté por ponerme de espaldas al salón mirando por la ventana el jardín, tan bello que parecía mentira que formara parte de la propiedad. Por suerte, los admiradores de Engracia no tenían interés por la botánica y se limitaban a ayudar a la decoración interior con sus presentes.

Entonces entró ella. Su concepto de comodidad tenía mucho que ver con la omisión de la ropa. Una camiseta de los Cavalliers, tan ancha que sus senos bailaban libres donde debían estar los pectorales de Lebron.

Venga, apunta, dijo con desparpajo. ¿Quieres un güisqui? Yo me voy a poner un dedito, mira…

Se animó a verter líquido en el vaso de tubo hasta que estuvo lleno a la mitad, por lo que deduje que se refería a un dedito vertical, más que horizontal. Se sentó con las piernas cruzadas y empezó a acariciarse los pies muy sensualmente, lo que no ayudo mucho a que me bajara la erección. Aquellos pies me resultaban insufriblemente atractivos. Los llevaba limpios y cuidados, no como cuando era una okupa, y eran perfectos: blancos, en forma de rombo regular, con las uñas pintadas de naranja, el primer dedo tan largo como el segundo, el conjunto de éstos, ni cortos ni largos, los tobillos finos y los huesos de esa zona marcados sin exageraciones.

¿Qué miras tanto? ¿Tengo algo en los pies? Se había dado cuenta de mi fijación y se estaba burlando de mí, seguro.

Nada, mujer. Que estás muy guapa así “vestida”. Cuenta, cuenta…

---------------------------------------------------

Por lo que Engracia explicó, deduzco que el aro que menciona era una circunferencia metálica de unos dos metros de diámetro. Se sostenía sobre un soporte de madera que la elevaba un metro más. El aro giraba sobe sus soportes y podía colocarse horizontal al suelo. En esa posición estaba, lo que permitió sujetar las muñecas de la jovencita a dos arandelas fijadas en la parte superior. Imaginad que el aro es la esfera de un reloj. Las arandelas se ubicaban a las 10 y a las 2, es decir, formando un ángulo de 120º.

También le pusieron un collar perruno que ataron con una correa al extremo superior del aro. Entonces Pito se colocó en el extremo opuesto, alcanzo con facilidad el extremo del círculo; Tiró hacia abajo y Engracia salió volando hacia arriba colgada de sus brazos y su cuello.

Noté que me iba a ahogar si me dejaban así. Los brazos me dolían mucho y cuando aflojaba un poco, el collar me estrangulaba. Sentí que me ponían un cinturón ancho por encima del ombligo. El cinturón lo ataron a unas anillas que había en los lados del aro. Eso me quitó peso de los brazos y del cuello. Estaba mejor así, pero enseguida me cogieron cada uno un pie y me lo ataron a los lados con la piernas muy abiertas.

Volviendo al modelo del reloj, Engracia tenía los brazos a las 10 y a las 2, la cabeza a las 12 y las piernas a las 8 y a las 4. A las 9 y a las 3 se fijaban las correas que sujetaban el cinturón. Si miráis un reloj, os podréis hacer una idea de la flexibilidad que debía poseer para soportar aquella forzada postura.

Fijaron el aro y la presa quedó suspendida con la cabeza a 2,5 metros de altura y los pies a algo más de 1,5 metros. El hombre mayor se colocó ante ella, admirando la estampa de aquel ángel volador, suspendido por encima de su cabeza, mostrando sus senos erguidos por la postura y su vulva perfilándose entre el vello púbico de forma nítida en el centro de los blancos y tensos muslos. Con parsimonia, se bajó las cremalleras de su mono dejando emerger un falo de tamaño considerable, pero completamente flácido. Se acarició los testículos y echó hacia atrás el prepucio mirando a Engracia con expresión torva. Ella estaba tan concentrada observando sus manejos que el latigazo en las nalgas la pilló por completo de sorpresa. Lanzó un grito desgarrador. El hombre sonrió con sadismo y su pene empezó a hincharse casi automáticamente. No sabía ella quién era el que la estaba azotando con tanta saña. Se concentró en tensar el cuerpo y esperar el siguiente golpe, pero era imposible predecir el ritmo. El látigo mordía igual sus muslos que sus pantorrillas, las nalgas y los pechos. La habilidad de su verdugo hacía que el instrumento de cuero alcanzara sus senos cuando la golpeaba lateralmente, y el dolor era insoportable.

Por suerte, la verga del viejo había alcanzado ya su plenitud y él, con un gesto, mandó parar el castigo. Tomó una especie de silla elevada con el respaldo inclinado y la acercó a Engracia, se encaramó en la silla y se recostó. La chica sintió que el aro giraba hacia delante y el pene erguido del hombre se acercaba rápidamente a su cara. En aquella posición, su cabeza se inclinó lo suficiente como para ver detrás de ella. El apuesto galán de los pepinillos sostenía todavía el látigo. Se había desnudado por completo para no acalorarse con el ejercicio y para que la dama gris pudiera estimularlo con su boca y sus manos, arrodillada ante aquel cruel adonis.

Me cogió del pelo y me arreó dos hostias cruzándome la cara. No te distraigas, ordenó secamente mientras me enchufaba el pollón dentro de la boca. Sin dudarlo, empecé a chuparle el capullo y a lamerle los huevos cuando él me lo indicó.

El aro permitía al hombre acercar y alejar la cabeza de su feladora forzada sujetando el borde de éste con las manos, como conduciendo una moto de manillar ancho.

La mamada duró un buen rato, pero al tío se le aflojaba la polla por más que se la chupara. Se enfadó y bajó de su silla. Me levantaron hacia el otro lado y mi coño quedó ahora donde antes estaba mi cabeza. El muy cabrón cogió una fusta y empezó a zurrarme el chichi, que estaba tan abierto que yo no podía evitar que cada golpe me diera en medio de la raja. Cuando volví a aullar de dolor, el viejo se encaramo a la silla y me la metió. Volvía a tenerla dura como un poste. Me folló un rato en aquella postura. Cuando se le aflojaba de nuevo, me arreaba con la fusta en las tetas hasta que gritaba de dolor y volvía a sentir cómo el carajo se hinchaba dentro del coño. Por fin se corrió. Algo impresionante la leche que soltó aquel hombre dentro de mí. Cuando la sacó, chorreaba por los muslos hasta el suelo.

Pero aún faltaba algo. El aro volvió a girar hasta dejar ahora cabeza abajo a la cautiva. La dama gris se apresuró a encaramarse a la silla para alcanzar el sexo de Engracia, que seguía rebosando semen. Sintió la muchacha cómo los labios de la señora se cerraban en torno a su vulva y succionaban golosamente la lechada del viejo pervertido. La mujer chupaba los labios y daba lengüetazos rápidos al clítoris. El individuo más joven se acercó también con el miembro tieso apuntando hacia arriba. Se encaramó a la plataforma y metió su verga en la boca de la muchacha.

Yo ya había perdido el mundo de vista. Boca abajo, la sangre se me venía a la cabeza y aún podía pensar menos. Me metió la polla en la boca y yo empecé a chuparla sin que me lo mandase nadie. La otra me estaba poniendo a gusto con los lametones que me metía en todo el chichi. Pero yo ya no controlaba nada. Era como una muñeca hinchable allí colgada. No pude hacer nada cuando el más joven se descontroló y me la metió hasta la campanilla. En aquella postura sus huevos me taparon la nariz, pero él ni se enteró de que ya no podía respirar. Sólo podía mover los dedos de las manos y retorcer los pies como una loca, Tiraba la cabeza atrás y el cabronazo metía las caderas para dentro y seguía ahogándome con su puta polla.

Al fin, Engracia perdió el conocimiento. Habían sido demasiadas las cosas que le habían ocurrido en pocas horas. Ya sin fuerzas, la falta de aire la dejó inconsciente. Volvió a abrir los ojos sin saber dónde estaba. Había una cama y alguien le estaba aplicando una crema en la espalda y las nalgas; También en la parte lateral de los senos, pudo ver la mordedura del látigo cerca de las areolas. Sintió que la tapaban y la dejaban sola. ¿Cuánto tiempo pasó? Un tren se dejó oír estruendoso unas horas después. Luego alguien encendió la luz.

Venga niña, a trabajar. Engracia abrió los ojos pero no se movió aunque tiraron de la sábana dejándola desnuda sobre la cama. ¡Vamos! Y una sonora palmada en medio de su nalga la hizo reaccionar.

Lo peor ya ha pasado, me decía, tonta de mí. Me habían traído un bocadillo de jamón y una botella de agua. Me lo comí de dos bocados y pedí más. Luego te daré algo más de comer, me dijo el muy cerdo tocándose la polla por encima del pantalón. La señora te espera; Vamos

La dama gris estaba aguardando a Engracia en un dormitorio adyacente, le hizo saber Pito mientras la magreaba un poco con la excusa de ordenarle el cabello y quitarle las manchas de vaselina de la cura de la noche anterior.

Se tuvo que duchar a manguerazos y con agua fría, pero aquello ya casi no la afectaba. Pito la condujo del brazo hasta su destino. El otro dormitorio era una estancia espaciosa y bien amueblada. Había un gran ventanal, pero permanecía cerrado y con unas cortinas echadas. Imposible saber dónde estaba ni distinguir los rasgos de la durmiente.

La señora ha mandado que la despiertes, dijo el tipo y la inocente de Engracia se acercó a tocar el hombro de la sádica dormilona. ¡Así no estúpida! Métete en la cama, bajo la sábana y empieza a comerle el chocho. La pobre no se lo hizo repetir. Sabía que se arrepentiría enseguida si no obedecía. La dama gris parecía dormida realmente. Engracia buscó una posición cómoda y metió la boca entre los veteranos muslos. Olía a semen y a flujo, pero no se lo pensó. Salivó todo lo que pudo y llenó de babas la raja escrupulosamente depilada. La mujer ronroneó de gusto y se abrió bien de piernas para disfrutar del lúbrico despertar que le ofrecía la muchacha. Cuando notó que los flujos de la señora se unían a sus babas abundantemente, la jovencita subió hacia el ombligo y los senos. Enseguida notó la rigidez de las dos grandes prótesis que daban forma al busto de la dama gris. Mordió los pezones con suavidad y siguió hacia la boca. Esperaba recibir la aprobación de su dueña y ahorrarse el cunnilingus que le resultaba bastante repugnante.

Hola, perrita, la saludó melosa la cincuentona. Vamos, un besito de buenos días, y le pasó la lengua por los labios. La otra abrió la boca obediente y dejó que la invadiera como una víbora y explorase toda su cavidad. Al cabo de unos segundos, susurró al oído de la jovencita: Me lo has comido muy bien, pero te has dejado algo… el otro agujerito, perra. Vamos vuelve ahí abajo y lámeme bien donde tú ya sabes. Cerdita mala, y le pellizcó un pezón con una rabia inesperada, que hizo que la pobre chica diera un respingo y un gemido ahogado saliera de su garganta. Sin pensarlo, se apresuró a cumplir la orden. La señora puso sus nalgas en pompa para disfrutar de la caricia. Debes meter la lengua, perrita. No sólo lamer. Lame, lame y mete la lengua, indicaba mientras se separaba con las manos sus gordos cachetes. ¡No! Así no, imbécil. ¡Túmbate!

Me puse boca arriba como me ordenó y ella se sentó en mi cara. El ojete estaba sobre mi boca. Saca la lengua, ordenó. Ponla dura, en punta. ¡Eres una inútil! Me pegó en el chichi con la mano abierta y yo cerré las piernas por instinto. Separa las piernas ahora mismo, rugió con rabia. Si no sabes darme placer debo castigarte. ¿O prefieres que te meta en la jaula?

Ante aquella amenaza la pobre Engracia abrió sus muslos al máximo e intentó poner en punta su irritada lengua. Recibió aún cuatro sonoras palmadas en plena vulva y las lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas. Por fin, su lengua se colocó en la posición requerida y sintió cómo era absorbida por el ojete de la perversa mujer. Ahora sí. Eso es. Y empezó a masturbarla con la misma mano que antes la castigaba. Eres un poco torpe pero pones voluntad, afirmó mientras metía cuatro dedos en la vagina de la joven. Vamos, puedes correrte. No estaba ella tan excitada como para eso, pero fingió un orgasmo para no contrariar a su dueña.

Satisfecha, la mujer me abrazó y empezó a besarme y morrearme con mucho cariño, pero a mí ya no me la pegaba. A la más mínima, volvería a martirizarme, así que yo le dejaba hacer y le seguía la corriente en todo. Pero no me sirvió de nada ser tan buena chica.

De pronto llamaron a la puerta. Estamos esperando ¿Has acabado con ella Báthory? Era la voz del más joven. Me encogí de miedo y me agarré a la mujer con cara de pena, pero no había nada que hacer. Pasa, David. Es toda vuestra. Pero no empecéis hasta que me duche. La tía se desentendió de mí y el cachas entró a llevarme de nuevo al salón blanco de los castigos. Si no es por el miedo que tenía, me muero de risa al verlo cómo venía vestido. Llevaba un delantal como de cocina, blanco y una máscara de hospital y un gorro  a juego. Y debajo, nada. Se le veía el culo y las piernas desnudas. Se había puesto zuecos. Luego pensé que aquello recordaba un poco la ropa del quirófano y casi me cago de miedo.

La joven fue conducida a una plataforma en forma de estrella, donde tuvo que tumbarse. Mum estaba presente, aunque con ropa normal. Hacía cara de preocupación, lo que alarmó a Engracia. Si aquella zorra estaba alarmada por lo que pudiera pasarle, podía esperarse lo peor. Empezó a llorar y a suplicar, pero una correa ancha le abrió la boca dolorosamente impidiéndole hablar o gimotear.

Los dos hombres iban vestidos con el mismo atuendo de apariencia médica, pero prácticamente desnudos bajo el delantal. Sujetaron sus muñecas y tobillos, pero también pasaron cuerdas por sus codos y muslos, bajo los pechos y por el cuello. Entonces, el más viejo tomó un rollo de alambre y empezó a inmovilizar uno a uno los dedos de las manos, dejando las palmas mirando hacia arriba. Luego hizo lo mismo con los dedos de los pies, que quedaron fijados en un ángulo de 90º a una barrita fija, con las plantas expuestas a cualquier castigo sin que la chica pudiera ni siquiera mover un milímetro.

Hizo su aparición Bathory, vestida de la misma guisa que sus dos compañeros, el rostro y la cabeza enmascarados con el atuendo quirúrgico. El más joven, David y ella empezaron a colocar sobre el cuerpo de Engracia unas pegatinas blancas. Las ubicaban en lugares estratégicos y no al azar, desde luego. El abdomen, los senos, las axilas, las nalgas. Finalmente, fijaron cuatro de ellas en las plantas de los pies y dos más en las manos. Un enjambre de cables de colores apareció colgado del soporte que habían utilizado para administrarle la lavativa el primer día. Con paciencia, los tres verdugos fueron enchufando los cables de colores a cada una de las pegatinas. En unos minutos Engracia quedó preparada para recibir docenas de descargas eléctricas en todo su cuerpo. Bathory fue la primera en jugar con la gran consola que tenían instalada al lado de la víctima. Los músculos de la presa empezaron a moverse solos, a veces unos segundos, otras casi un minuto en que la contracción aumentaba hasta resultar un calambre insoportable. Bailaban los glúteos y los pechos de forma convulsa y antinatural.

Se podía aguantar, aunque era muy molesto. Los tres se pasaron el aparato y cada uno tocaba los botones que quería. Miraban a ver cuál de los tres me hacía retorcerme más y gemir más fuerte bajo la correa de la boca. Pero la cosa se puso peor…

Los torturadores habían dejado libres los puntos más sensibles, pezones, vagina, ano,.. El más viejo abrió una cajita y extrajo el material destinado a esos puntos: Unas pinzas con dientes afilados y puntiagudos, un dildo de tamaño considerable y otro más pequeño hecho en material metálico.

----------------------

A medida que hablaba, Engracia se había puesto un poco nerviosa. Le temblaba la voz y noté por los brillos de la luz, que le sudaban las manos y los pies.

No hace falta que me cuentes esto si te afecta mucho, Engracia, le recomendé. Podríamos descansar un poco.

Estoy bien, estoy bien, pero si estás cansado de escribir, podemos cenar. Ya son las ocho y media. Cenemos algo y te cuento otra cosa.

La cena consistió en un plato de embutido y quesos acompañado de pan de molde con semillas y una botella de clarete fría. Ya me iba dando cuenta de la poca afición de Engracia a las labores domésticas, pero la comida era buena y las vistas mejores, ya que la camiseta azul de Cliveland se escurrió lo suficiente como para que más de la mitad de aquellos pechos magníficos aparecieran ante mis ojos, dándole a la cena un aliciente especial.

Seguro que te preguntas porqué hago esto, empezó a hablar mi anfitriona dándole un tiento al chorizo de Cantimpalo. Yo me gano bien la vida, ya ves la casa que tengo…¡Y sin hipotecas, eh! No necesito complicarme la existencia. Pero el tiempo no pasa en balde.. Mis “amigos” me son fieles, pero sé que los iré perdiendo. Por eso he decidido empezar un nuevo negocio. Las chicas de compañía…

Bueno, ese no es un negocio nuevo, nuevo, precisamente. De hecho es el más antiguo del mundo, dicen.

No me vengas con ironías de profesor calentorro, se mosqueó mi bella amiga. Yo voy a hacer algo muy diferente a eso que dices. Estoy creando una web, bueno, me la está creando un amigo informático. También colabora un fotógrafo muy bueno, éste cobra, como tú. Y ya tengo cuatro chicas en nómina…

Cuidado, Engracia. Eso de la “nómina” te puede costar muy caro. Prostituirse no es delito, pero hacer de proxeneta…

Pero ¿Qué dices, de proxeneta ni proxeneta? Yo no contrato a las chicas, tonto. Sólo me pagan por estar en mi web. Es como un Hosting, me ha dicho Fede, el informático. Yo les doy un marco profesional: Sus fotos y sus videos, mis historias, Los tíos entran como locos a mi web, chatean con las niñas y conmigos, quedan para irse con ellas. Yo de eso no cobro ni sé nada. Cada chica paga un tanto por publicidad en mi web.

Entonces, ¿la web ya existe? Le pregunté

Sí. Pero es muy sencillita. Unos chats, cuatro fotos… No es lo que yo quiero. Puedo llegar a tener veinte o treinta chicas. De aquí unos añitos, me dedico a hacer de manager y en mi casa ya no entra nadie más que quien a mí me apetezca.

Me parece un buen plan, admití. Pero ¿crees que estas historias son adecuadas?

El sado está muy de moda. Todos los tíos se ponen palotes con estos cuentos. Tú mismo, no me digas que no vas empalmado como un orangután toda la tarde..

Bueno, eso es más por ti que por el cuento éste que estamos escribiendo a medias

Pero, ¿no te he dicho ya que no es un cuento chino? ¡Es todo cierto, cierto! ¡Mira, capullo! A ver si te convences. Y en un arrebato, la camiseta de los Cavallers salió volando por encima de su cabeza y los dos preciosos y robustos senos quedaron expuestos sin tapujos ni disimulos. Mira. ¿Ves estas marcas? ¿Las ves? Concentré mi atención en dos pequeñas cicatrices nacaradas en el lateral del seno derecho. Podrían ser las estrías típicas de los embarazos, pero claro, uno no es médico para ir haciendo esas conjeturas. La que no era fácil de explicar era la marca blanca, sin duda causada por un punzón u objeto semejante, que alteraba la rosada armonía de la areola izquierda. Estaba deseando examinar más de cerca aquella señales y los preciosos volúmenes que las albergaban, pero Engracia estaba más afectada de lo que parecía. Rompió a llorar enrabiada y a mí se me fue el interés por sus tetas. Me acerqué y rodeé a la mujer con mi brazo. Le mesé el cabello. Y le hablé en voz baja, procurando ignorar los agradables bamboleos de sus mamas estremecidas por el llanto.

Comprendí que la mujer no estaba tan equilibrada como me había parecido, lo cual me cuadra mucho más, si es que su historia era cierta.