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La Prima Clotilde y el “caloret faller” y 4

en Sexo con maduras

A las seis de la tarde los cuatro más jóvenes se disculparon y subieron en su monovolumen para volver a Valencia antes de que el tráfico se colapsara del todo.

Nosotros nos quedamos un rato más, anunció Miquel. Clotilde ha de probar la horchata o será un viaje perdido.

¿Queréis bajar al pueblo? Preguntó el dueño de la casa. Yo me tendría que arreglar.

“Pues sí”, se dijo para sí Clotilde. “Que traes unas pintas de hombre prehistórico…”

En efecto, Pep estaba cubierto de grasa, humo del fuego de la paella, sudor y algo de barro, así que todos aplaudieron su decisión.

Lo que no se esperaba Clotilde era que veinte minutillos mal contados dieran para tanto. Pep reapareció repeinado y afeitado, con una preciosa camisa color crema y pantalones negros. Sus pies estaban ahora limpios y cubiertos de unos mocasines italianos de la mejor factura.

Boquiabierta por la aparición, subió al asiento trasero con aquel adonis de la huerta y aspiró el perfume penetrante y fresco del labrador.

Decidieron dejar el coche aparcado a veinte minutos de la horchatería, para así poder pasear.

¿Qué te parece Pep? Clotilde y Mati se había retrasado unos pasos, mientras Miquel i Pep reanudaban su permanente y furibunda disputa sobre política, que ponía sal y pimienta a su fraternal amistad sin llegar jamás a ponerla en peligro.

Bien, bien. Oye, prima. Me tienes muy intrigada con aquello que dijisteis antes en el coche. Soltó Clotilde.

¿El qué? ¿Lo de buscar nuevas sensaciones? No te preocupes que no es nada grave. Es una chorrada, en realidad. Lo descubrimos por casualidad y nos hemos enganchado como tontos, eso sí que es verdad.

¿Pero en qué, leñe?, que ya me tienes frita.

A ver, dijo bajando la voz Matilde, ¿tú conoces “Laberinto”?

¿Qué es? ¿ un culebrón? Inocente Clotilde.

Es una página web. Sólo para parejas. Han hablado de ella últimamente en la tele. ¿No lo viste?

Veo poco la tele, reconoció.

Pues te cuento: Es una página donde los matrimonios intercambian experiencias, relatos…

No parece nada especial..

…y fotos y vídeos caseros porno.

¡¡Jopé!! ¿Miguelico y tu os echáis fotos, os grabáis haciendo marranadas y lo colgáis en una web? Se asombró en voz demasiado alta Cloti.

¡Chica, chica! Por tu madre que en Gloria esté… Habla bajito que Pep no lo sabe.

Pero ¿cómo es eso?, Clotilde no salía de su sorpresa. Os deben pagar bastante…

Que no, mujer. Lo que hacemos es intercambiar material. Hay dos mil o tres mil  parejas apuntadas. Mira: es como el juego de la oca. Entras y vas avanzando casillas. En cada una que caes, te ponen un video o unas fotos de otra pareja. No nos podemos reconocer porque las caras no pueden salir, ni los nombres.. Enviamos cuentos cortitos explicando todas las guarradas que se nos ocurren. Los graban actores sobre las imágenes. No veas cómo se pone el Miguelico jugando al laberinto. Parece un burro.. Los hombres de su familia son muy ardientes todos.

Sí, sí. Ya lo sé yo… comento inconscientemente Cloti, que había tenido una muestra de la virilidad de la casta no hacía mucho.

¿Tú?¿Qué sabes tú? Se asombró Mati

Nada, no sé nada, mintió Cloti. Lo que tú me has contado otras veces …

A ver si has tenido tú algo con mi Miguel. ¡Que te arrastro, pendona! Dijo muerta de risa Matilde. Estaba tan fuera de dudas la virtud de la virginal pechugona, que su prima no podía ni imaginar aquella infidelidad. Por suerte, tampoco le pasaba por la cabeza que su hijo hubiera follado con Cloti de forma tan fervorosa como  lo habían hecho la noche anterior.

Todo esto lo parió una sexóloga argentina,  la Dra. Guevara. Empezó con algunos pacientes que explicaban sus fantasías en parejas. Intentó que las representaran en las sesiones, pero les daba mucho corte, claro. Así que a la sexóloga se le ocurrió que lo podían filmar, a cara cubierta, eso sí, y después todos lo miraban. Como su marido es informático, pensaron en ponerlo en la red e inventaron el juego. Se paga una cuota muy pequeña. Como somos tantos.. parece que les sale a cuenta.

Y ¿Quién gana?

Pues yo diría que todos, pero sobre todo la doctora ésta y el marido, que  organizan los videos y deben de estar todo el día dale que te pego.

Y ¿qué haces tú en los videos, Matilde, hija? Que me tienes anonadada.

Pues lo que me gusta. Me pongo con el culo en pompa y Miguel me zurra con una correa…

¡Virgen santísima! Pero, ¿eso es verdad? ¿Sois sádicos?

Eso él, que yo no soy nada. No me pega muy fuerte. Me calienta y luego, venga, a clavármela como un toro. ¡Me ata más bien ya!

Pero, ¿tú te dejas atar?

Sí, eso sí que me gusta, mira. Me da un morbo … A callar ahora que ya llegamos a la horchatería.

Cloti estaba mareada. Pensaba que estaba dormida, que no podía ser verdad lo que había pasado con Jesús ni aquellas confidencias de su prima, Matilde, un ama de casa ejemplar…

Jesús observaba encandilado el cuerpo desnudo de su Yoli. Se había puesto ella un gorrito de baño para no mojarse el intrincado peinado de fallera, pero el resto de su piel estaba plenamente accesible a la mirada de su amante, húmeda y brillante bajo la ducha.

Yoli. Ya la tengo dura otra vez.

Pues va a ser que no, que no tenemos tiempo, dijo ella cruel, saliendo de la ducha. Pasa la toalla naranja. No, la naranja tío ¿Ésta es naranja? ¿No distingues naranja de calabaza?

Fuera de los momentos íntimos, Yolanda tenía bastante mala folla, pero Jesús se sentía ya como un sumiso convencido, un seguro servidor de su Diosa. ¿Me ayudas a secarme?

Vaya pregunta. Jesús se afanó en recorrer a Yolanda de arriba abajo y viceversa, frotando y acariciando hasta dejarla como una patena.

En el cuarto de la joven se amontonaban los pantalones, las bragas y los tops, revueltos entre zapatillas de deporte  y sandalias de tacón. “Esto no le gustaría a mi madre” se dijo Jesús.

En un perchero de madera, el vestido de fallera mayor esperaba cubrir la desnudez de la moza, pero antes fue necesario elegir un sujetador. El afortunado fue uno rosa de puntillas, cuyas copas envolvieron amorosas los dos tesoros de tetas de la muchacha. Había unas bragas a juego, pero ella las desestimó para decantarse por otras negras que marcaban su vulva descaradamente. Jesús se las ajustó por detrás, mordisqueando al hacerlo las nalgas. Ella le empujo con la cadera haciéndole caer. ¡He dicho que ahora no! Venga dame el vestido. No. Las medias primero, ¡venga!

Jesús introdujo cada media en la pierna correspondiente. Las deslizó hasta el muslo acariciando la piel morena y se demoró en encajarlas en los pies, frotando las plantas y el empeine entre sus manos para deslizar el tejido.

El vestido entró por debajo y se ajustó como un guante a su dueña.

Entonces se puso los zapatos de raso; sobre los tacones era tan alta como él.

Bésame ahora antes de que me maquille, ordenó Yolanda y Jesús obedeció con ímpetu, casi frenético.

Perdona, dijo ella de pronto compungida abrazándolo con fuerza. No sé por qué te hablo así. Y le atornilló la boca en un beso apasionado. Es que siento una cosa por ti, que me pone muy nerviosa. Aún no sé si me gusta sentirlo o no.

A Jesús le sonaban a música celestial aquellas confesiones de su churri. No te preocupes, Yoli. No me molesta que te pongas borde. Me da morbo también. Pareces una de esas dóminas de internet..

¿Y tú qué sabes de eso? Otra vez soberbia y prepotente. No quiero que mires esas porquerías, que ahora me tienes a mí. Oye, una cosa. Hay algo que me hace ilusión. Quiero hacerlo esta noche después de quemar la falla.

Lo que tú desees, dijo al tiempo que hacía una reverencia teatral

Menos cachondeo, Jesu, que me enfado.

No, no. Que es broma ¿No has visto “La princesa prometida”?

¿Eso qué es? ¿De cuando el cine mudo?

Bajaron juntos a la calle sin que a ella le importara ya hacer pública su relación. Al despedirse se dieron un piquito fingido para no correrle el carmín y ella deslizo unas llaves en la mano de su amante.

Esta noche, en cuanto acabe de arder la falla, te espero en la azotea de mi casa. Y salió corriendo en dirección al casal fallero, donde ya la esperaba toda su corte de honor.

La horchata fue un descubrimiento para Cloti, que había bebido cosas parecidas con el mismo nombre, pero no aquella bebida exquisita que sólo algunos establecimientos valencianos ofrecen a sus clientes. La acompañaron con los clásicos “fartons”, que son una suerte de panecillos alargados en forma de tubo, blandos y dulces. Clotilde no pudo evitar recordar a Jesús cuando tuvo aquel tubito entre los dedos. Se imaginó una polla de aquel tamaño y grosor y tuvo un escalofrío al metérselo en la boca mojadito en horchata y sentir el líquido blanco escaparse entre sus labios. Pep la miró con una sonrisa interesada.

Te vas a manchar.

Ay, es verdad. No sé qué estaba pensando…

De camino de vuelta hacia el coche  se distanciaron Miquel y Matilde, discutiendo de sus cosas y Cloti se quedó sola caminando al lado de Pep.

Me llamó la atención tu librería, inició ella una conversación convencional. ¿Son todo novelas?

No, qué va. Casi todos son libros de cuando estudiaba y del primer trabajo que tuve. También hay muchos recientes sobre lo que hago ahora.

¿Tú estudiabas? ¿Acabaste el bachillerato? Parecía asombrada de la constancia del jovencito rústico para tener una formación elemental.

Sí. Luego hice ingeniería. Soy ingeniero agrónomo.

¿Tú? No pudo evitar la sorpresa. Su tozudez étnica le hizo dudar. “Ya me gustaría a mí ver el diploma, ¡menuda barra!”

Si, mujer. No es tan raro. Mi padre era labrador. Tenía mucho terreno, cultivos de chufas, cebada, naranjos,... Fui al Politécnico y acabé la carrera. Después volví a trabajar con mi padre pero como no nos entendíamos, decidí hacer oposiciones y acabé en el Ministerio de Agricultura. Me fui a Madrid y conocí a Marisa. ¿Sabes qué Marisa?

Sí, sí. Me han contado algo.

Bueno. En Madrid me hice lo que ahora decimos “un pijo”. Ganaba dinero y ascendí puestos en el departamento, pero tuve problemas con los políticos y pedí el traslado. Ya tenían diez y doce años las nenas cuando me salió la oportunidad de trabajar aquí, en la Generalitat Valenciana. Fue un error muy grave. Aquí todo me fue mal.  A Marisa no. Ella encontró trabajo enseguida, en la Feria de Muestras. Habla idiomas y tiene mucho “mundo”. Ahora hablaba con cierta amargura. Pero yo me las tuve con toda la Conselleria. Aquello era  el palacio del chanchullo. Tuve problemas graves con un conseller y tiré de la manta de unos asuntos. Me hicieron la vida imposible hasta que me dio una especie de ictus, una subida de tensión y los médicos me aconsejaron “plegar”, o sea, dejarlo.

Cloti escuchaba asombrada aquellas revelaciones. Ella pensaba que Pep era un destripaterrones semi analfabeto y se estaba quedando a cuadros, aunque a medida que crecía su admiración por el tipo, lo hacía también su sentimiento de inferioridad.

Entonces me lo replantee todo. Mi padre falleció hace años y esta alquería estaba casi abandonada. Yo había hecho mi tesis doctoral sobre el Cyperus esculentus, o sea, la chufa, no pongas esa cara, mujer. Ofrecí al consorcio de cultivadores crear una planta de investigación para la mejora genética y la cosa ha funcionado. Yo estoy aquí trabajando con siete alumnos de ingeniería y dos operarios y hemos creado cinco variedades de chufa. Una de ellas tiene propiedades especiales. Sobrevive a todas las plagas y requiere menos agua que las otras. La semana que viene viajo a Burkina Faso para estudiar unas zonas de cultivo. Perdona, te estoy aburriendo.

No, para nada me aburres. Lo que pasa es que estoy alucinada. Creía que eras un agricultor sencillo, un aldeano como yo. Cloti miraba ahora a Pep como si  fuera el oráculo de Delfos.

Bueno, eso es lo que soy, no creas. Dejé de ser un yuppi cuando me dio el jamacuco. ¿Cómo dice aquél? El marichalazo.

Y lo de tu mujer, ¿cómo lo llevas?

Pep se quedó un momento pensativo. Lo llevo mejor, mucho mejor. De hecho creo que hoy voy a dar un paso definitivo para superarlo. Y así, sin venir a cuento, tomó la mano regordeta de Clotilde y la besó como un caballero andante.

La falla empezó a arder a la tercera. Ni la traca, ni las antorchas. Hizo falta el bidoncito de gasolina para que aquello prendiera. Yolanda vertió alguna lagrimita para no defraudar a los vecinos, pero su mente estaba ya en la azotea de su finca, donde se había citado con su amor. Éste no se perdió detalle de la ceremonia, aunque se mantuvo distante. Los padres de la fallera mayor hicieron acto de presencia hacia las doce, acompañados de una pareja espectacular compuesta por un hombretón de uno noventa, mulato y con pinta de deportista o de modelo y su pareja, del mismo color de piel pero aún más llamativa, con su traje de brillantes colores, sus collares y un aparatoso peinado afro de trencillas con cientos de cuentas multicolores de adorno.

Después de la quema del monumento, Yolanda se disculpó alegando jaqueca y se retiró a su casa junto a sus padres y los morenos invitados.

Jesús dejó pasar unos minutos y se coló sigiloso en el inmueble, tomo el ascensor hasta la planta quince y abrió con cuidado la puerta de la azotea. Aquello estaba desierto. La luna brillaba en lo alto del cielo nocturno y miles de lucecillas de colores ascendían desde todos los puntos hacia el firmamento. Pudo ver palmeras de tonos anaranjados, corazones rojos brillantes y ruidosos, cohetes con silbato incorporado. Se sentó a esperar en un tejadillo próximo. Hacía algo de frío, pero a él le sudaban las manos de impaciencia.

Al fin terminó la espera quince minutos después. Yolanda compareció deshecho el moño y suelto ya su cabello natural, largo y castaño con alguna mecha rubia. Vestía un grueso jersey negro que la cubría hasta los muslos, medias altas de lana también negras y unos zuecos blancos. Traía en la mano una bolsa que dejó sobre una repisa para besar y abrazar con más comodidad a su amante y devoto Jesús.

¿Lo has pasado bien? Lloraste muy poquito; deben de estar disgustados los de la comisión. La fallera mayor ha de tener un soponcio cuando queman la falla..

Que se vayan a tomar por el culo, de verdad. ¡Qué pesados! Me han hecho bailar como una peonza, arriba y abajo. Ahora, si no digo que me duele la cabeza, me tienen hasta las cinco de la mañana cantando habaneras en el casal.

Y ¿qué traes aquí?

Mira. Extrajo la muchacha de la bolsa dos copas altas,una botellita mini de cava y una bolsita de almendras bañadas en chocolate blanco y negro.

Sentados en la repisa y mirando las estrellas de verdad y las imitaciones de colores que poblaban el firmamento valenciano, Yoli y Jesu se fueron comiendo las golosinas, brindando con cava y dándose besitos y arrumacos.

Eres una romántica, Yoli. Así que tu sueño era tomarte una copa con tu novio mirando la noche del fuego en un lugar tranquilo. Y le dio a la niña un largo beso con lengua.

Esto está muy bien, pero no era mi deseo en realidad, dijo ella sacando de la bolsa un tarro de contenido desconocido. Antes, en casa, creía que me la ibas a meter por detrás. En el culo, quiero decir. No me gusta mucho hacerlo, porque a veces me duele, pero tú la tienes ideal para encular. Larga y delgadita, dijo risueña dando un apretón cariñoso a los genitales de su amor. Abrió el frasco y metió en él el dedo. Con vaselina entrará perfectamente.

Jesús se quedó de piedra. Así que el sueño romántico de Yoli era ser sodomizada a la luz de las estrellas por una larga y estilizada polla como la suya. No sabía si pasar orgulloso a la acción o mandarla a la mierda por calentorra y casquivana. Ella se levantó el jersey mostrando su vello púbico salvaje y su no menos salvaje culo, desprovista de bragas u otro impedimento y esto hizo decidirse de inmediato a Jesús por la primera opción. Condujo a la ardiente fallera hasta la barandilla y la puso mirando no a Cuenca sino a Mallorca, ya que en esa dirección se estaba disparando el gran castillo de fuegos que clausuraba la fiesta local. Dejó el pote en la repisa y se untó bien las manos para preparar el ano de Yolanda. Se bajó los pantalones y embadurnó su miembro ya erecto con la fría crema. Tal y como decía Yoli, la forma de su pene era muy adecuada para aquella práctica, ya que el capullo era alargado y no muy ancho, con una casi perfecta forma cónica. El ano de Yoli era muy pequeño aparentemente, oscuro y con muchos pliegues. Lo frotó con la crema y vio embelesado cómo se abría receptivo mostrando un ribete rosado. Encajó sin dificultad la punta. Cuando todo el glande fue engullido, empujó para insertar el resto de su polla, pero esto entrañaba mayor dificultad. Yolanda se quejó un par de veces, pero añadía de inmediato sigue, sigue. Si te paras, no podré aguantarla dentro. Y él, obediente, largó un par de golpes de caderas que hicieron lanzar un grito a la gatita, que ahora lloraba con más intensidad que un rato antes, cuando ardía la falla.

Dime si quieres que pare, Yoli, pidió él entre jadeos y sin detener el bombeo lento pero constante.

Aunque te diga que pares, tú sigue, exigió ella con la voz quebrada.

Pero ¿Cómo sabré si te hago daño de verdad?

Si me haces mucho daño, de una patada te rompo los huevos. Así sabrás que has de parar. Pero mientras, ¡tú sigue, ahhh…! ¡sigue así, así…!

Y así, así, empezó la corrida más potente que los dos habían experimentado jamás, ella frotando con los dedos su raja y con el culo lleno con los veinte centímetros de carne que se movía frenética dentro de su recto, arrojando semen aquí y allá, y él con los huevos bien pegados al peludo coño de la chica, sintiendo en su escroto la caricia de los dedos de la mano de Yoli y la polla completamente estrangulada por el esfínter anal, sintiendo toda la fuerza del carácter de la moza, concentrada ahora en su culo, para retener y ordeñar al límite la verga del muchacho que era ya irremisiblemente propiedad privada de la fallera mayor, al menos por una buena temporada.

Las luces fueron menguando y los jóvenes, acalorados y felices, acabaron de comerse los dulces y dieron el último trago de sus copas.

¿Te vas para casa? Preguntó Jesús.

No. Ahora no quiero ir.

Es que hace frío.

Si, pero no tengo ganas de encontrarme a mi madre en el jacuzzi con el negro aquel y a mi padre persiguiendo a la mulata por el comedor. ¿En tu casa hay alguien?

Bueno, dijo él aún sorprendido por las revelaciones de su amada sobre las costumbres familiares, Mis padres no están. Hace un rato me enviaron un whatsapp que se quedaban en casa de un amigo.

¿Y la rubia tetona? Qué memoria y qué instinto tienen las tías, oye.

No, no está tampoco. Se queda con ellos a dormir en Alboraya.

 

En la casa de Pep ardía una bella hoguera que iluminaba los rostros de las dos parejas sentadas frente a la chimenea, tomando café y galletas, ya que nadie había aceptado el ofrecimiento de cena del anfitrión. Una televisión de plasma colocada cerca del fuego, mostraba a su vez llamas y más llamas.

Menos mal que han vuelto a abrir Canal 9. Al menos podemos ver la Crema de las fallas, comentó Matilde.

A mí no me dice nada ya, confesó Miquel. Son tantos años mirándolo, que se ha vuelto pesado. Tengo un sueño… Mati ¿y si nos vamos a la cama?

No vamos a dejar solos a Clotilde y a Pep. Me sabe mal, se resistía la esposa.

Nena, hemos dormido tres horas. ¿A vosotros os importa?¿no, verdad? Pues venga para arriba, que te haré unas friegas, y guiñó un ojo a los otros que sonreían comprensivos.

Así Pep y Cloti se adueñaron del sofá y pusieron los pies sobre un puf para ver cómodamente la quema de todas la fallas.

¿Qué te pasa en los pies? Preguntó él, alarmado por la cantidad de heriditas y ampollas. Clotilde se había puesto cómoda nada más llegar; Se los había podido lavar y eliminar las tiritas, quedándose descalza sobre la alfombra del comedor.

Ayer anduve mucho, explicó. Las zapatillas son nuevas y me hicieron daño. Observó el contraste de los pies descalzos del hombre, morenos y grandes al lado de los de ella, tan chiquitos y pálidos.

Él rozó con los dedos del pie las plantas de ella que se apartó instintivamente.

¿Tienes cosquillas? Preguntó Pep con una sonrisa.

Un poquito, reconoció Cloti. Pero volvió a dejar los pies sobre el puf, apoyando ahora las plantas sobre los empeines del hombre.

“Menuda lagarta me he vuelto en sólo dos días. Este clima la transforma a una, Ay.” Ya unidos por los pies no tardaron en juntar las manos y, finalmente, él la besó con más pasión que técnica.

Rodaron en el sofá y Pep se recostó sobre Cloti, arrancando un quejido de las sufridas tripas de la aragonesa, poco hecha a tanto arroz.

¿Qué te pasa?¿Te duele la tripa? Se apartó Pep mirándola con cariño y frotándole la pancha con la mano.

Un poco. Es que ayer también cenamos paella y ahora me parece que no podré ir al lavabo en una semana. ¿Quizás se arregle con la horchata, no, Pep?.

Me temo que no, Cloti. La horchata es restringente, o sea, que todavía peor. Pero espera. Quizás  haya una solución.

Pep dejó a su amiga tendida en el sofá y se ausentó unos minutos. Volvió con un tazón humeante entre las manos. Mira, esto es una solución perfecta para tu problema. Se sentó junto a ella y le ofreció el brebaje. Ella lo olió con aprensión, pero, por no desairar a Pep dio unos cuantos sorbos. Al fin, apuró el tazón hasta el final.

Apenas lo había dejado sobre la mesita, Pep volvió al asalto, besando y acariciando a Clotilde de forma apasionada y tierna. Consideró él que los prolegómenos eran suficientes y se libró de su camisa, ayudando a la mujer a hacer lo propio con su camiseta. Ella añadió el sostén al lote del despelote y dejó a la vista sus fenomenales encantos.

El hombre observó admirado aquellas blancas colinas rematadas por cimas rosadas a la luz de la chimenea y el plasma ardiente de las fallas en llamas. Admirables areolas del tamaño de galletas marías con el pezón hinchado del volumen de un cacahuete. Se lanzó a devorarlos Pep con el hambre atrasada de dos años de pesares inútiles provocados por la fuga de su casquivana esposa. Los dientes hicieron mella en la carne, arrancando gemidos de la dueña de los preciosos melones, que un hombre de la huerta no podía dejar de probar.

La lengua del labrador se volvió culebra, serpenteando por todas las rutas de las blancas colinas, ahora invadiendo los flancos hasta la gruta de la axila, ahora reuniendo las montañas con las fuertes manos, para hacer más profundo el valle que las separaba y recorriéndolo con la boca, absorbiendo toda la humedad concentrada en el fondo.

Siguió bajando por la barriguita hinchada, dando lametones en dirección al ombligo, cuando Clotilde saltó como herida por el rayo, apartando a su cultivador con brusquedad.

Perdona, he de ir al baño. Y corrió como perseguida por el diablo hacia el lavabo, desabrochándose ya los pantalones.

Tras unos minutos de alivio digestivo y otros de higienización, Cloti reapareció en bragas, visiblemente deshinchada y con gesto de alivio. En sus manos, una toalla de baño y un botellín.

He encontrado en el váter una cosa. Anunció con gesto pícaro. Si te desnudas del todo, lo probamos.

Y ¿qué iba él a hacer? Pues quitarse los pantalones y los calzoncillos y mostrar su herramienta agrícola al natural. Cloti se quedó parada. Aquello no se lo esperaba. El pene de Pep era algo más cortito que el de Jesús, pero aun a media asta, presentaba un grosor enorme. El doble de lo que Clotilde llevaba visto en materia de pollas, que era poco, como sabemos. Era, en cortito, una reproducción de su falo de goma de la mesita de noche, y eso representaba casi 20 centímetros de diámetro. Pero a lo hecho, pecho y nadie como Cloti para poner en práctica el dicho.

Ni corta ni perezosa, la prima procedió a derramar el contenido de una botellita de plástico por toda su delantera, asegurándose de que no quedara un milímetro sin remojar. El popular aceite Johnson lanzó sus destellos a la luz de la hoguera, anunciándole a Pep su buena fortuna y haciendo que recobrara firmeza su grueso manubrio.

Sin arredrase por el volumen de la bestia, Clotilde pasó a la acción colocando a su anfitrión tumbado boca arriba sobre la toalla, directamente en el suelo, sin más colchón que la alfombra.

Actuando por instinto, Clotilde, falta de práctica pero sobrada de buena voluntad e imaginación, deslizo los pringosos senos por todo el tronco de Pep en varias pasadas muy lentas. A la duodécima friega, pasó del tronco al tronquito, que tal cosa parecía el pene erecto del ingeniero. Sintió cómo la carne se estremecía, pero el hombre resistió el envite sin derramarse en el valle de la Gloria. Recordando las prácticas de la noche anterior, Cloti colocó la tranca de manera que quedara bien envuelta de carne aceitosa, formando un hueco perfecto entre sus pechos sostenidos por las manos. Esta vez el bombeo mamario resulto irresistible para el largamente desasistido carajo, que empezó a sacudirse y a vomitar una erupción de blanca lava caliente en el fondo de la sima.

Pep intentó evitar derramarse de forma tan precoz y poco solidaria, pero ella lo tenía bien cogido del mango y no permitió que se zafara hasta que acabó de vaciar su próstata.

No quería correrme así se lamentó Pep, lo siento.

No hay problema. Yo sí que quería que te corrieras. Llevabas mucha tensión y ahora disfrutaremos más los dos. Diez minutos, puedo esperar…

Evidentemente, la experiencia limitada de Cloti no le permitía distinguir las prestaciones de un hombre de 50 años de las de un chaval de 19, pero Pep no la contradijo. ¡Y le habían avisado de que aquella mujer era poco menos que una virgen! ¡Pues menuda virginidad! A su lado su ex, Marisa, era una monjita. ¡Menuda diosa del sexo! Sin duda se había pasado por la piedra a media comarca.

Clotilde era consciente de la admiración de su amante ante aquel despliegue de habilidades, que apenas había adquirido 24 horas antes. Observo el fenómeno de la pija menguante con desazón. Quizás se había pasado y la terrible descarga dejaría a Pep en estado catatónico el resto de la noche. ¡Pero por ella no iba a quedar! Retirando la toalla, procedió a eliminar la emulsión de aceite y semen recién formada, de sus pechos y del de Pep. Después se tendió a su lado y le habló suavemente al oído acariciándole los huevos mimosa.

¡No tengo prisa, tonto! Me ha encantado hacerte la cubana. Enseguida vas a tenerla como un palo, ya verás. Y se afanó a masajearlo con las dos manos sin ningún resultado aparente.

Así no se me va a levantar, Cloti. Déjame hacer a mí y será mejor. De este modo pasó a la acción el desfallecido varón, que aunque no tenía cargado el rifle, podía utilizar otros argumentos. Pep volvió a colocarse sobre Cloti pero arrodillado, de manera que pudo volver a saborear las tetas algo pringosillas; No se detuvo aquí, sino que siguió bajando y para desasosiego de la mujer, tiro de las bragas piernas abajo, dejando expuesta la peluda y húmeda entrepierna. No le dio tiempo a ella de cerrar las piernas, ya que la boca y la lengua del ingeniero se afanaron en sorber aquella ambrosía, más dulce y nutritiva que la horchata.

Clotilde no conocía aquella práctica más que por imágenes de películas que sugerían que los protagonistas la estaban realizando, pero claro, sin detalles visuales. Se había imaginado que consistía en dar besitos y algún mordisco quizás en las vulvas femeninas, pero no que la boca se acoplara tal que ventosa a los labios mayores y la lengua se metiera con aquella audacia entre los menores, hasta acariciar tan gustosamente las paredes de la vagina. Aquello duró unos minutos más, antes de que el lamedor decidiera volver a situarse encima de la lamida y le ofreciera un tast de sus sabores íntimos servido de la propia lengua. Ella aceptó la ofrenda sin remilgos. Distraída con el juego, no se percató de las intenciones del hombre hasta que sintió que su vagina era perforada por algo tan duro y tan grande, que pensó en principio que se trataba del puño. Sin embargo, pudo notar con angustia que las manos de Pep masajeaban sus pechos con ardor. Descartadas las rodillas, sólo había una explicación plausible: La polla, rediviva, había atacado sin previo aviso y estaba completando la invasión, ya que la vejiga y el útero de Cloti parecieron empequeñecerse aplastados por el empuje del formidable ariete.

Sintió un alivio momentáneo cuando el pistón se retiró, pero aún fue más fuerte la impresión al volver a sentirlo entrar, más rápido y más grueso que la primera vez.

Resistió hasta doce bombeos gimiendo y mordiendo el cuello y el hombro de su verdugo y, finalmente, se dejó ir, aflojó sus músculos íntimos y permitió que la sensación que estaba conteniendo en su vagina se extendiera por todo el cuerpo. Las vibraciones hicieron el viaje de ida y vuelta y sus paredes vaginales se estremecieron provocando las convulsiones de la tranca que vertió una nueva ración de su simiente, esta segunda vez en lugar más apropiado que la primera.

Tranquila cielo, que tengo la vasectomía hecha, jadeó el robusto cincuentón con los últimos estremecimientos de la pareja.

Clotilde se dio cuenta de que jamás se había corrido de verdad hasta ese momento. Cuando ella controlaba el dildo de goma, en la soledad de su cuarto, bajaba el ritmo a las primeras de cambio, conformándose con la agradable sensación de los temblores que recorrían el cuerpo. Pero sometida a la autoridad del varón, no había podido detener el bombeo y se acababa de correr como una auténtica perra, se dijo. Sólo pensar en palabras como “perra”, “zorra”, “puerca”, la hacían estremecerse de gusto, aunque estaba segura de que patearía los testículos a cualquier tiparraco que las pronunciara refiriéndose a ella.

No se sintió ofendida por haberse plegado a la fuerza del macho en aquel lance. Recordó que también él se había rendido al asalto mamario de ella, vertiendo toda su leche a capricho de la hembra. “Hembra” era otra palabra que la ponía a cien.

La hoguera de la chimenea era apenas un rescoldo y en la pantalla de plasma humeaban las cenizas de la ilusión de aquel San José.

Cloti sintió frío y abrazó con fuerza a su nuevo amante. ¿Vamos al dormitorio?, ofreció él.

No sé, me da cosa. ¿No te sentirás extraño si entra otra mujer en tu cuarto? Quiero decir, después de ..

Ya sé lo que quieres decir. No. Ese dormitorio nunca fue nuestro, de Marisa y mío. Creo que te ha estado esperando a ti desde que lo compré.

El cuarto era amplio y sobrio, con una gran cama y algunos armarios. En la pared, reproducciones de paisajes y, en un gran ventanal, el original de la maravillosa noche levantina.

Se metieron en la cama desnudos y se dieron calor uno al otro. Clotilde era consciente de que aquello no había sido un juego de noche del sábado; No quería olvidar nada, ni el más pequeño detalle de la noche vivida. Sintió que le esperaban muchas más como aquella, en las que no les faltaría a ninguno de los dos el fuego del deseo aunque ya no lo encendiera el “Caloret faller


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