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La virgen de agosto (final)

en Dominación

El rumor de los neumáticos sobre la grava despertó a Montse que besó dulcemente en los ojos a Laia, haciendo que los abriera y mirará alrededor con cara de despiste. Estaban los cuatro en la cámara alta de la torre. Era tarde, quizás las siete, pero el sol relucía en la claraboya. El verano estaba en su plenitud y el Mediterráneo brillaba a los pies de la gran cama cuadrada, redonda en realidad, ya que en sus dos metros de ancho se apretujaban los cuatro amantes, Laia en los brazos de Gonzalo i Montse en los de Ramiro, juntas ellas en el centro y ocupando los extremos los mocetones. Saltaron las jóvenes para salir del lecho por delante sin molestar a los chicos.

A los pocos segundos, las manos de ellos se buscaron y, sin salir del sueño, Gonzalo ciñó por las nalgas a su amigo que besó tiernamente los brazos lampiños que le estrechaban contra sí.

Ellas se desternillaban, desnudas en medio del cuarto, aguantándose con una mano la risa y con la otra el pipí. No era la primera vez que provocaban aquellos acercamientos amorosos de los dos estrictos heteros madrileños. En sueños, los dos mesetarios se mostraban mucho más cariñosos uno con otro que despiertos y las muy brujas no perdían ocasión de ponerlos en contacto dormidos para observar cómo se prodigaban tiernos arrumacos pensando Gonzalo que aquellas duras nalgas eran las de Montse y Ramiro, que la fina piel que besaba pertenecía a la rubia del Penedés.

Pero pronto se les desvaneció la sonrisa cuando bajaron las escaleras y comprobaron que Ximo y Marie habían desaparecido. Aquella poca vergonya!!... rezongó Montse, lo que vendría a ser “aquella sinvergüenza”. Era evidente que Marie se había aplicado a camelarse a Ximo en cuanto le había echado el ojo. Y Ximo era en ese aspecto alguien muy peculiar. Montse y Laia le habían seducido al alimón unos años antes en una tarde de lluvia y aguardiente, en su pueblecito catalán. Aquél no había sido trío feliz. Ximo se puso enfermo después de remojarse el pobre, al salir bajo la lluvia en busca de preservativos. Aquello fue el remate de toda una vida erótica trágica, llena de desengaños, sinsabores y fracasos, que le habían llevado a desistir de sus relaciones con el sexo contrario y a buscar satisfacción en los cómics y sus lúbricas protagonistas. Por eso supieron las dos muchachas que algo turbio había en aquella desaparición de Marie y el dueño de la casa.

Poco después bajaron los dos hombres, que habían pasado previamente, y por separado, a tomar una ducha, para borrar los signos de sus achuchones oníricos. ¡Nunca se acostumbrarían a dormir juntos y revueltos! El amor a cuatro era causa perdida.

Estaban demasiado llenos de la comida del mediodía y se limitaron a merendar algunas frutas mientras charlaban de forma aparentemente normal aunque la tensión de las chicas era palpable, con continuas miradas hacia el camino.

Por fin, cuando ya oscurecía, oyeron el rugido del motor de un coche: Un taxi monovolumen subía por la empinada senda. Se detuvo ante la puerta y una luminosa aparición descendió del asiento trasero. Una auténtica diosa de chocolate, vestida con un modelo de noche azul con sandalias de tacón a juego, un bolsito muy chic y un peinado espectacular. Marie taconeó por el camino de grava sin prestar ninguna ayuda a Ximo y al taxista, que bajaron del portaequipajes las bicicletas y una docena de paquetes multicolor.

Montse salió al umbral sin pisar la grava porque iba descalza, pero echando humo por los dientes, según una muy gráfica expresión catalana. ¿Qué significa esto, pedazo de zorra? Le masculló a la mulata como recibimiento. ¿Qué has hecho con nuestro amigo?¿Chuparle la sangre?

Por favor, Montse, no seas petit bourgueoise . Ximo está encantado. Se ha empeñado él en que fuéramos de compras. ¿No es cierto mon cheri? Y el pobre hombre asintió conciliador mientras pagaba al taxista.

Los dos varones estaban alucinados con la aparición de la mulata vestida de coctel y con el pelo recogido en un bellísimo moño adornado con una diadema de piedras de colores a juego con las que lucía en su largo cuello. Además Marie se había hecho maquillar por alguien realmente experto. Su belleza y su tipo, sumados a aquellos costosos aditamentos la convertían en un formidable objeto de deseo. Hasta Montse se sorprendió a sí misma mirando con arrobo a la francesa, que empezó a abrir paquetes y a ordenar la ropa nueva. Vació su mugriento saco de viaje, del que emergieron tres docenas de prendas variopintas, bragas amarillentas por el uso y el abuso, blusas adornadas con lamparones diversos, unas botas desfondadas,…en fin, el ajuar de una trotamundos desaliñada, convertida en princesa por obra y gracia de la VISA del escritor. Con un gesto de asco, Marie amontonó las piezas más impresentables y las metió en una bolsa de plástico con ánimo de desprenderse de ellas. Sin embargo, plegó con cuidado el roñoso petate y lo dejó sobre el sofá. Sin duda tenía para ella un valor sentimental.

El “pagano” de la fiesta parecía feliz sentado a la mesa con sus huéspedes, comiendo fresones y bebiendo zumo de piña. Laia advirtió algo extraño o diferente en su amigo, pero no sabía decir exactamente qué. A un gesto de Marie, Ximo se puso de pie para retirarse al cuarto. Fue entonces, al abrirse el primer botón del polo del escritor, que las chicas advirtieron al mismo tiempo lo que les había resultado distinto. Todo el vello del pecho frondoso del hombre había desaparecido, o al menos el que siempre asomaba junto  su cuello y que ellas tantas veces le habían aconsejado rasurar.

La escultura animada de ébano se balanceó hacia la escalera diciendo adiós con la mano a los presentes y tirando de Ximo que la seguía como manso corderillo.

Esto es demasiado, rugió Montse. A esta tía la arrastro de los pelos…

Bueno, no hay que ponerse así cariño, reconvino Ramiro; El dinero es de Ximo y por lo visto no le falta. Puede que sean tal para cual.

Yo no me metería, Montse, insistió Gonzalo. Son adultos los dos y no es tan grave.

No entendéis, cortó Laia; Ella puede hacer lo que quiera; El problema es él. Ximo no tiene una sexualidad normal. Ha tenido experiencias muy negativas.

¡Mira! Como todo el mundo, nos ha fastidiado, puntualizó Gonzalo.

Pero a Ximo le afectó de un modo distinto. El caso es que él no se lo hace con mujeres desde hace,.. hace.. Claro. La última relación sexual no virtual del escritor había sido, por lo que sabía, con Laia y con ella, así que Montse no tenía ganas de explicar allí su fracasada seducción.

El caso es que esto le puede hacer mucho daño, se lamentó Laia. La última vez que hizo el amor, casi se muere de una neumonía y una crisis depresiva.

Bueno, a saber con qué clase de pelandusca se lo montaría. No creo que Marie pueda provocar depresiones a ningún hombre. Ramiro se quedó mirando las caras indignadas de sus amigas sin sospechar el motivo del enojo. Pero, ¿Qué os pasa? ¿He dicho algo incorrecto?

Pues sí, pero es igual, contestó Montse.  El caso es que hemos de evitar que esa fresca lo deje hecho un guiñapo.

Venga. Dejadlos tranquilos. Vámonos fuera que este fresquito de la noche es debuten.

En efecto. Cuando el sol se ocultó, una suave brisa de mar batió sobre la colina trayendo un aire tibio y aromático que combinaba el tomillo y la retama con el salitre y las algas marinas. Abrieron cuatro tumbonas playeras y se tendieron a disfrutar de aquella maravilla bajo las primeras estrellas con sus vasos de zumo. Montse, aún alterada sacó de su bolso los útiles de fumar, incluyendo una bolsita de hierba que traía consigo desde Barcelona y se reservaba para ocasiones especiales. Ante la desaprobación de los muchachos, la morena lio su pitillo cargadito de felicidad y lo encendió, con lo que el cannábico aroma vino a mezclarse con los ya mencionados. A Laia tampoco le gustaba fumar canutos, ya que le producían nauseas, así que se apartó un metro y se recostó sobre Gonzalo.

Cuatro farolillos verbeneros de luz anaranjada iluminaban las formas femeninas, apenas cubiertas por el ya permanente bikini y Gonzalo empezó a ponerse palote con los aromas y las vistas. Había algo que tenía ganas de hacerle a Laia: Un masaje en los pies. Sabía que eso la ponía a cien, por las explicaciones de Montse, pero quería experimentarlo. Se levantó y cambió de sitio la tumbona para quedar sentado a los pies de su amada. Empezó por las pantorrillas y los tobillos, no queriendo excitarla así, de golpe, o provocarle cosquillas y estropear el momento.

Cuando ella se relajó, fue bajando y bajando hasta friccionar amorosamente los deditos y las plantas. Ella gimió pero no se apartó y esto le animó a él a pasar los labios y la lengua por encima de la piel clara. No tenía arena ni polvo, ya que Laia se duchaba hasta cuatro veces al día y llevaba puestas normalmente unas sandalias de cuero, que daban un toque jamonero al sabor salado y levemente lechoso de aquellas maravillas.

Ramiro se estaba calentando también viendo a sus amigos, pero por nada del mundo se iba a acercar a Montse hasta que no apagara el porro y masticara un chiclé de menta. Se puso en pie y entró en busca de una consoladora cerveza. Abrió la nevera y apartó unas lechugas que ocultaban las latas de mahou, con tan mala fortuna que una de éstas cayó al suelo. La recogió inmediatamente, pero cometió un fallo muy común: Abrirla. Un chorro de cerveza a presión bañó el comedor, especialmente el sofá y la ropa y el macuto de Marie.

Mientras, en el piso de arriba la morenaza se disponía a hacer efectivas sus amenazas y sus promesas. Paseando por la sala, indicó a su siervo que se desnudara. Él obedeció puntualmente, dejando a la vista su inmaculado cuerpo totalmente depilado… Bueno, no del todo. Al bajarse el eslip, quedó a la vista una espesa mata de negros pelos de la que emergía un carajo mediano, ya permanentemente medio erecto, y se ocultaban dos gruesos y velludos testículos. La mulata indicó al blanquito la mesa del despacho y él se apresuró a despejarla, cerrando el ordenador portátil y devolviendo libros y revistas a los anaqueles correspondientes.

Siguiendo las órdenes de su venus negra particular, Ximo desnudo, se tendió con brazos y piernas abiertos y permitió que Marie sujetara a las patas de la mesa muñecas y tobillos, utilizando unos cordeles blancos que habían comprado en una tienda de útiles náuticos. Luego se quitó la muchacha las sandalias de tacón y subió ágilmente al escritorio, quedando por encima de su sometido amante y rozando las vigas del techo con su tocado afro.

Huelga decir que la vista en contra picado de Ximo era espectacular, ya que el corto vestidito dejaba observar desde abajo el sucinto tanga negro al final de aquellos muslos impúdicos y los desnudos brazos de la mulata que se balanceaban agitando los dedos en una danza pre-nupcial improvisada.

Marie estimuló la erección ya casi completa frotando con la planta del pie los pilosos genitales. Gimió el pobre escritor, al borde del orgasmo, pero en menos de un minuto cesó aquella tortura cuando la imaginativa francesa necesitó los dos pies para bajar de la mesa y alejarse en busca de una de las bolsas que habían traído. Extrajo de ellas los útiles de afeitado: espuma en spray, maquinilla de cabeza giratoria y after-shave aromático. Y a la faena! Con cariño pero con firmeza, las oscuras manos iniciaron un lento masaje rotatorio viajando alrededor del mástil, que no se ablandaba, y embadurnando de espuma el pubis, las ingles y los camuflados testículos. Mientras frotaba, Marie ponía nervioso a su amante con su profunda voz de contralto. Mon enfant ha sido malo, malo, pero Marie le va a dar una lección. ¿Cómo es que está tan grande tu quiquette,? Mmmm y le dio un breve besito en la punta, que saltó excitada.

Ten cuidado con eso, por favor. Ella empezó a rasurar despreocupadamente. Cuando la hoja rozó el huevo derecho, eliminando la frondosa mata de vello, la “quiquette” empezó a perder consistencia ostensiblemente, a pesar de que la mulata la estaba sujetando como un mango, asiéndola ferozmente con su mano libre.

¡Vaya desastre! En la planta baja, Ramiro apartó precipitadamente el saco de Marie empapado de cerveza fría de la colcha y el sofá. Al hacerlo no pudo evitar palparlo. Le sorprendió el peso del macuto, que presumía vacío. Miró el interior sin pensar y comprobó con sorpresa que estaba realmente vacío. Sin embargo, podía palpar perfectamente algo duro en el fondo del saco. Siguió manoseando hasta que su mano agarró un objeto alargado que se percibía a través de la gastada tela. Metió la otra mano dentro de la bolsa y encontró una cremallera. Bueno, aquello era bastante poco ético, la verdad. Pero tenía demasiada curiosidad y no se detuvo. Tiró de la cremallera y extrajo el contenido del escondite. Todo fue a parar sobre el sofá cuando un agudo gemido procedente de la planta superior le sobresaltó.

¡Ayyyyyy…! ¡Me quema, me quema! La polla de Ximo, reducida a su mínima expresión se escurrió entre los dedos de la francesa que lo miraba alarmada. Libres de pelos, los genitales lucían en todo su esplendor, con el pene erecto y los huevos exultantes, hasta que a la chica se le ocurrió la nefasta idea de aplicar un buen chorro de loción para después del afeitado en los testículos del sumiso autor. Ella empezó a soplar con fuerza en la zona afectada. ¡Dommage. Huele tan bien..! ¡Vamos, no seas blando! Pero era difícil recuperar la dureza con los huevos en llamas. Marie tomó una botella de agua y vertió el líquido aliviando así a Ximo que estaba jurando en arameo, maldiciendo su recién estrenada sumisión. Pero pronto calló y empezó a suspirar cuando la dómina decidió compensarle por su desliz  pasando la lengua `por el maltrecho escroto, que se contrajo. La sangre penetró con fuerza en los cuerpos cavernosos y el pene se hinchó de gusto otra vez. Contra lo que venía siendo costumbre, ella decidió meterse en la boca el glande y atraparlo con los labios para hacer vibrar la lengua sobre la misma puntita. Era un inicio.

Abajo oyeron con alarma los gritos de dolor pero esperaron un minuto escuchando en silencio. ¡XImo! Que estas bé? Preguntó Laia. Para entonces Marie ya le estaba comiendo media polla y haciéndole cosquillitas en los lampiños huevos con las uñas, así que él contestó con presteza. Estic bé ,molt bé. Estic… de puta mare! Dice que está de puta madre, tradujo Montse. Gonzalo sonrió irónico. No, si ya lo hemos entendido.  En ese momento Ramiro salió de la torre con varios objetos en las manos. Sin hablar los depositó sobre la mesita del jardín e hizo gestos de que se acercaran a todos. Sobre el mármol había una serie de documentos y un instrumento alargado de finalidad desconocida. Ramiro empuño el mango y apretó un botón lateral, haciendo saltar una hoja de acero de más de veinte centímetros que brilló a la luz de los farolillos. ¡Coño!, exclamó Gonzalo, ¿de dónde ha salido eso? Del macuto. Repuso Ramiro, de la bolsa de Marie. Murmullo de sorpresa general. ¿Y esos carnés? Indagó Laia. Son suyos también… Bueno suyos o de quien sea… Aquella vaga afirmación de Ramiro desconcertó a todos, hasta que Montse alumbró con su mechero los documentos. Mudos ahora de estupor pudieron comprobar que pertenecían a una tal Dominique Lafite de París, a Fatima El Hasmi, ciudadana marroquí residente también en París y a Constança Fernanda do Nascimento, natural de Bahia, Brasil, residente ahora en Barcelona; Era un carné de residencia español. Y lo más chocante era que en los tres documentos aparecían tres fotos  idénticas de la persona que en ese mismo instante procedía a insertarse cuidadosamente en su depiladísima vagina la no menos lampiña polla blanca y rosada del afortunado Ximo, que lanzó un gemido de placer que sobrecogió a sus amigos un piso más abajo. Era el final de la aparente virginidad de la muchacha. Había encontrado el camino del coito que tanto se le había resistido hasta entonces. Sólo necesitaba dominar y manejar a su antojo al varón sumiso para que su vagina anhelara la penetración y pudiera disfrutar de la cópula sin restricciones.

Los aullidos del goce de los dos amantes dejaron helados a sus amigos, que aún estaban digiriendo la noticia de que la autoestopista mulata era un personaje novelesco, una terrorista islámica o una sicaria del narcotráfico; quizás una agente secreta o una asesina en serie.

Vamos al pueblo. Hay que avisar a la Guardia Civil. Esta tía es un peligro público… Montse estaba indignada y muy nerviosa. Laia le tomó la mano y la abrazó. No nos precipitemos. Quizás pueda explicarlo, contemporizó Ramiro. Nos contará un cuento chino esa zorra. Y ahora Ximo está en sus manos. ¡La voy a degollar! ¡Hija de puta! Montse no cedía y blandía la navaja agitándola al ritmo de su amenazador discurso.

Tranquilízate, Montse. Así no se arregla el asunto. Gonzalo reflexivo y sensato. Creo que sé cómo podemos averiguar algo. Dadme media hora. Procurad disimular. Sacó su flamante Ifon 6 y procedió a fotografiar los documentos. Después se alejó en dirección al camino. En la oscuridad del crepúsculo veían el móvil brillando entre los pinos bajos del bosquecillo próximo. Gonzalo caminaba arriba y abajo, hablando y tecleando.

En el estudio de la primera planta Marie-Fátima-Constancia- Dominique acababa de desatar a su siervo que estaba en estado de shock después de romper sus votos y estrenar el jugoso coñito de su nueva amiga. Ella no estaba tampoco tranquila que digamos. El orgasmo vaginal obtenido segundos antes la había trastornado. Tenía ganas de llorar, de abrazarse a Ximo y estrujarlo como un peluche. También deseaba contar a sus amigas catalanas lo ocurrido y celebrarlo con ellas. Sin embargo no abandonaría tan fácilmente su rol de dueña que tanto placer le estaba deparando. Dame mi ropa, exigió al escritor con voz ronca, y los zapatos. Las bragas no. Guárdalas con el sujetador en la bolsa. Él se movía presuroso bamboleando su polla morcillona y obedeciendo puntualmente. Se inclinó con respeto para calzar a Marie, que extendió su pie con aire despótico, exigiendo con un gesto de su mano que fuera besado antes de calzado. Ximo se aplicó a lamer toda la extensión haciendo que las sandalias de tacón entraran como guantes en los ensalivados pies. Vístete y baja conmigo. Vamos a bailar al pueblo. Aquello era ya demasiado. Obligado a recorrer discobares con aquella diosa y con la visa entre los dientes. Era un intelectual degradado. Humillado. ¡Increíblemente feliz!

Apenas tuvo tiempo Laia de esconder todos los carnés y Montse de meterse en el escote el puñal de la gala, después de cerrar la hoja, claro está. La pareja apareció por la puerta de la torre cogiditos de la mano. ¡Gonzalo! ¿Dónde está? reclamó la francesa. Está ocupado con un asunto contestó Montse. ¿Qué quieres? Su tono, sin ser amenazador tampoco era demasiado cariñoso, pero los amantes ni se enteraron, absortos. Queremos bajar al pueblo, afirmó autoritaria Marie. Bueno, yo os acerco, se ofreció Ramiro. Gonzalo está muy liado…

Tomó las llaves del Audi y se encaminó hacia el coche, mirando de quitar de en medio a la chica lo antes posible..

Los dos tortolitos se acomodaron en el asiento de atrás y Ramiro arrancó. Mientras conducía por el estrecho caminito, sorteando curvas, no pudo evitar dirigir miradas rápidas por el retrovisor. A los dos minutos de viaje, la cabeza de Ximo desapareció del espejo y los pies desnudos de la mulata se apoyaron en los respaldos de los asientos delanteros. Unos gemidos sordos corroboraron la primera impresión del conductor. Marie se había puesto cómoda, bien separados los muslos y aquellos sonidos de chupeteo goloso correspondían sin duda a una concienzuda comida de coño que el profesor le ofrecía a su musa. Presa de la excitación, la muchacha abrió más las piernas mientras echaba atrás la cabeza y gemía ya descaradamente. La planta de su pie izquierdo frotó con desesperación la suave pelambrera del atleta, rapado al uno como tenía por costumbre. ¡Joder! Murmuró él por lo bajini, sintiendo que el pie le acariciaba como si de un manso perrillo se tratara. Cediendo al impulso, lo asió con la mano libre y giró la cabeza para pasar la lengua entre los deditos y chuparlos con deleite, sin dejar de mirar las peligrosas curvas que iba sorteando con la izquierda, mientras con la derecha sujetaba el oscuro objeto de su deseo.

Marie se corrió con estruendo, hundiendo el pie en la boca golosa del conductor y la vulva en los labios ansiosos del pasajero. Obtenido su placer, se recompuso en un instante, dejando a sus dos siervos con el palo más duro que los troncos que sorteaban y las piedras que hacían rebotar el coche camino abajo.

Se detuvieron en una calle próxima a la zona de ambiente. ¿No te apetece quedarte con nosotros? Ofreció la impúdica damita. Me gustaría, reconoció el madrileño, pero tenemos cosas que hacer en casa. Y arrancó sin mirar atrás, para no arrepentirse con la impactante visión de las caderas de la mulata bamboleándose por la calle mayor.

De vuelta a casa, Ramiro encontró a la panda reunida en el salón de la planta baja. Justo a tiempo, tío. Siéntate que tengo novedades. Tener un amigo en el partido gobernante en funciones era una suerte en aquellos casos. No era la primera vez que Gonzalo echaba mano de contactos ministeriales para resolver problemillas de la vida cotidiana. ¿Encuentras algo? Preguntó Montse a Laia que se afanaba con el portátil. No, aún no. Es que va muy lento. Aquí no ha llegado la fibra óptica, sentenció la rubia princesa catalana. Bueno, le resumo a Ramiro,  continuó Gonzalo: La gachí se llama en realidad Gabriela. ¡Hay que joderse! Exclamó Ramiro que sentía en sus labios el sabor salado del pie de la tal Gabriela. Clavo y canela, murmuró relamiéndose. Tiene 18 años y es de ascendencia colombiana, aunque es de nacionalidad francesa, como parecía. La busca la gendarmería por una agresión a un sujeto.

¡Coño! ¿Qué agresión?

Envió al hospital al director del centro de acogida donde la habían metido por robo, escupió Montse. ¡Espera! Ya lo tengo. Viene en la edición digital de le Monde del 20 de mayo.

“Escándalo en el internado” tradujo Gonzalo. “El director abusaba de las muchachas según testimonios de un empleado” Siguió leyendo y resumió. Parece que el pájaro se lo hacía con las niñas. Marie o Gabriela o como se llame tenía 17 años y llevaba dos internada en régimen semi-abierto. Hubo un suicidio. ¡Joder, vaya historia! Si. Una nena se tomó un frasco de pastillas. Leyó Montse. Tenía 15 años. Y dos días después al director le acuchillaron, añadió Laia. Aquí está. No se desangró de milagro. Le metieron… ¡Collons! Siete heridas en espalda, abdomen… ¡Mare meva! Laia estaba sobrecogida y Gonzalo se sentó a su lado y le dio un suave besito en la frente. Tranquila, amor. Toma, el vinillo este dulce va bien para los sustos.

¿Y lo hizo nuestra amiguita, no? Aventuró Ramiro. Eso parece, reconoció su amigo.

Y ahora mismo anda suelta por Xàbia con Ximo, que la mira como un cordero degollado, se indignó Montse.

¡Ay, calla burra! recriminó La rubia; no hables de degollar a nadie.

La velada acabó en un clima tenso. Nadie tenía ganas de sexo en la torre. Hablaron del tema hasta aburrirse, aventurando hipótesis, unas tranquilizadoras, otras inquietantes. A eso de las tres estaban Laia i Gonzalo abrazados amorosamente en una tumbona sin pasar a mayores mientras Ramiro hacía flexiones y Montse fumaba el cuarto canuto de la noche sin conseguir tranquilizarse. Sube un coche anunció Gonzalo. En efecto, un Toyota blanco apareció por la última curva. Tenía la música a tope, atronando la vecindad. Marie-Gabriela se apeó del asiento del copiloto y Ximo bajó del de atrás con paso tambaleante. La mulata envió besitos a los ocupantes anónimos y el coche arrancó con estruendo colina abajo. Montse corrió a abrazar a su amigo valenciano. Estás bé? Me parece que está más que bien, observo Ramiro. ¡Vaya curda que trae el amigo! Si él no bebe nunca lo defendió Laia. ¿Qué ha pasado? La muchacha venía bastante entera, aunque tenía los ojillos rojos y algo entornados. Hemos mezclado cosas y no le ha sentado bien. ¡Menuda Maria tienen aquí! La francesa estaba de lo más contenta.

Voy a subirlo a su cuarto, dijo Ramiro  sacando bíceps, Marie emprendió el camino detrás del atleta que sostenía en brazos al escritor. Un momento, Marie. Hemos de hablar. Se interpuso Gonzalo. ¡Ay, lo siento pero no podrá ser!. ¡Estoy muerta…! Montse la sujetó por el vestido y tiró con fuerza. ¡Muerta vas a estar si te pillo yo, Marie - Gabriela – Fátima – Constança de las narices! La sorpresa bloqueó a la chica, que casi se cae al suelo por la acción combinada de la impresión y el poderoso brazo de la escaladora.

Habéis estado husmeando, se quejó la moza. Lo puedo explicar, no soy una delincuente…

No te esfuerces, bonita, que ya hemos investigado y sabemos que te busca la policía porque casi matas a un payo. ¿ A un qué?. ¡¡Era un Salód, un enfant de la pute!! La muchacha se debatía furiosa, aunque torpe de movimientos. De pronto se derrumbó en el sillón sollozando. La dejaron tranquilizarse sin atosigarla. Finalmente sorbió los mocos y se secó los ojos con la mano y empezó a hablar. Ramiro volvió a tiempo de escuchar la historia.

Gabriela era hija de emigrantes colombianos, pero apenas había conocido a sus padres. Se pasó diez años huyendo de familias de acogida para acabar internada en régimen cerrado. A los quince años se escapó de nuevo y se pasó tres meses oculta en el barrio de un joven magrebí que se fugó con ella, disfrazada de musulmana. Pasó desapercibida hasta que un gendarme la detuvo por robar comida en un super y volvió al centro de reeducación.

Ese cabrón se había metido conmigo una vez y casi lo ahogo. Le juré que le mataría si me tocaba. No me molestó más pero, Christine era mi amiga, mi novia Yo la protegía allí dentro, de los chicos, de los guardias. Pero salí de permiso un fin de semana y cuando volví ella se había… Nuevos sollozos. Se tranquilizó enseguida y continuó. Conseguí el cuchillo con un amigo y le esperé en su cuarto. No pude rematarlo. Gritaba como un cerdo y vinieron todos. Me escapé y busqué a mi amigo argelino. Él es ahora un tío importante en el barrio. Tiene su propia banda. Me escondió, me dio los documentos y me hizo llevar hasta la frontera por una familia magrebí que volvía a Argelia de vacaciones. Hace tres meses que viajo haciendo autoestop por España. Por favor, no podéis entregarme. Montse, tú hubieras hecho lo mismo si alguien viola a Laia. No lo niegues. Montse tragó saliva y se sentó al lado de Gabriela. Si, parece cierto, pero entonces, Ximo…?

No le haría nunca daño, bueno sí un poco, pero jugando, ya sabéis, nos gusta ese juego. Oh! ¡Ahora que era tan feliz.! Se deshacía en llanto de nuevo.

Gabriela-Marie se durmió hacia las cinco de la mañana. Estuvo hablando mucho rato aún. Cuando la dejaron tendida en el sofá y subieron al último piso de la torre, los cuatro estaban impresionados por la historia y confusos. Todavía se alargó la velada un par de horas entre discusiones y propuestas. Durmieron apenas cuatro horas y casi eran las doce cuando empezaron a bajar maletas y a recoger sus objetos personales. La mulata se despertó al fin. Ximo no daba señal de vida.

Pero ¿Qué hacéis? Preguntó la francesa. ¿Dónde vais ahora?

Montse se sentó de nuevo a su lado. Vamos a darnos un garbeo por el sur. Yo soy de Córdoba y les voy a enseñar mi pueblo. ¿Pero no eras catalana? Se asombró Gabriela. Los catalanes somos como los de Bilbao, nacemos donde nos sale de los ovarios. Gabriela no lo entendió pero sonrió educadamente. ¿No vais a denunciarme, verdad? No, sentenció Gonzalo, pero con ciertas condiciones.

Si, Marie, te vamos a seguir llamando Marie, claro. Te dejamos con nuestro amigo. Espero que os cuidéis mucho el uno al otro. Voy a decirte una cosa. Si le pasa algo, aunque sólo sea que le rompas una uña, voy a volver y te voy a meter ese jodido puñal tuyo por el culo, ¿entiendes?

Marie no perdió la sonrisa. Era una mujer feliz. Gonzalo añadió. No será necesario. Sé que no le harás nada a Ximo. Pero no olvides que con una llamada mía tienes aquí a la Guardia Civil en diez minutos. Así que pórtate bien.

El Audi estaba ya cargado cuando Ximo se levantó. La despedida no fue difícil. La pareja quería quedarse a solas y los cuatro amantes sabían que sobraban.

Marie, nosotros la seguiremos llamando así, subió al estudio con su amante-esclavo-protector y, para sorpresa de Ximo, le obsequió con unos besos y caricias que hasta el momento no había prodigado. Ximo, no he sido buena contigo, susurró. Me has de castigar, añadió con una sonrisa enigmática. Y sin más explicaciones procedió a desnudarse y a subir a la mesa, abriendo brazos y piernas en la misma posición de X que antes adoptó su amigo.

Las cuerdas estaban todavía anudadas a las patas, listas para inmovilizar a la cautiva que se preparaba ya a purgar sus culpas y acabar de perder su virginidad a manos del afortunado escritor.

Ahora quiero que hagas conmigo lo que te apetezca. Como vio que él dudaba adoptó un tono más severo. ¡Es una orden, querido! Pero no sé qué hacer, yo no puedo…, farfulló Ximo. Para empezar, átame bien fuerte. Y luego.. No sé, consulta tus cómics.

La visión de aquella venus de piel brillante, coño lampiño y  preciosas tetas, expuesta de forma tan impúdica, resultaba turbadora en extremo. Ximo obedeció puntualmente.

No voy a dar más detalles de esta parte de la historia. Lo dejó a vuestra imaginación.