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La Prima Clotilde y el “caloret faller” 2

en Sexo con maduras

El recorrido continuó a lo largo del casco antiguo hasta la Plaza del Ayuntamiento.

En una plazuela medio escondida descubrieron un monumento fallero raquítico y poco visitado. Se acercaron para observarlo de cerca. Había un único cuadro remarcable, aunque los “ninots” no tenían la calidad de los vistos en otras fallas. Un grupo de hombres de diversas edades pero poco favorecidos por el artista fallero, comían en torno a una mesa o formaban cola al pie de una escalera que conducía hasta una mulata de inmensos senos que les animaba a subir.

La audacia compensaba la falta de medios de los falleros de la placita decrépita. Un cartelito explicaba el sentido de la escena:

En la fonda “La Mamella”

Els clients no pasen gana.

Per dinar tenen paella,

Arròs amb llet i canella

Per berenar, i el que té gana

S’apuja a la cambra amb ella

Y l’hi fan “a la cubana”.

Cloti estaba desconcertada. ¿Qué quiere decir esto? ¿Son formas de comer el arroz? A mí no me gusta el arroz con leche, pero la paella me encanta. Y a ti, ¿cómo te gusta más? ¿A la cubana? Jesús la miró con la sonrisa en la boca, sin saber si bromeaba o era tan inocentona como aparentaba. Por un instante le pareció vislumbrar un atisbo de picardía en los ojos azules y cristalinos de la mujer, pero fue sólo un segundo. Yo soy de paella también, pero a la cubana…, bueno me encanta reconoció el chico atisbando los fenomenales melones de la prima, tan adecuados para degustar el menú que comentaban. Venga, vamos que queda mucho por ver.

El gentío era agobiante pero Cloti parecía exaltada y no se detenía ante nada.  Aún así, cuando llegaron a la décimo cuarta falla pareció flojear; Se apoyó en el brazo de su pariente y se quitó una zapatilla. ¡Válgame Dios! Menudas ampollas me han salido. Claro, zapatillas nuevas y cinco horas andando. Jesús se inclinó a valorar el daño y lanzó una exclamación. Hombre de recursos, dio una mirada alrededor y, claro está,  Tardó diez segundos en encontrar un bazar chino. Entraron y compraron unas chanclas brasileñas. No llevo las uñas pintadas, pero es igual, dijo ella luciendo sus pies aliviados con el nuevo y sucinto calzado. De todos modos te voy a coger del brazo, que estoy muy cansada. Y de nuevo Jesús se frotó satisfecho con el seno más próximo de Cloti, que también pareció reconfortado, endureciendo el botoncito del pezón.

En veinte minutos llegaron a su barrio. La calle se había convertido en una fiesta gastronómica, ya que, a pesar de lo avanzado de la hora, unas cincuenta personas se dedicaban a apilar haces de leña y a hacer los preparativos para cocinar una docena de paellas. Clotilde manifestó su deseo de observar aquella ciencia, cuasi magia, de preparar el arroz con carne y verduras, que representa el carácter diferencial de esta zona del Mediterráneo.

Si quieres podemos cenar aquí, ofreció Jesús

¿Paella? ¿A estas horas? Bueno, no sé. Son costumbres vuestras; A mí no me parece mal..

Jesús compró unos tickets en el casal y Cloti empezó a ir de corro en corro observando los preparativos. En una de las collas paelleras reconoció inmediatamente a Yolanda, a pesar de que ahora se cubría con un sencillo blusón en lugar del maravilloso y brillante traje de la ofrenda. El tocado era, sin embargo, el mismo y el contraste era curioso; Una tela basta de color negro y las precios joyas en la cabeza de la joven. A su lado, el rubio y macizo Ernesto se apresuraba a alargarle los utensilios necesarios en cada momento o los ingredientes que ella reclamaba. Pronto el olor de la carne frita inundó la calle. Observó Clotilde la ausencia de la costilla de cerdo, la salchicha o el marisco, alimentos que ella vinculaba erróneamente con la paella valenciana.

¿Y las gambas? No veo ni una, le consultó a Jesús.

No se ponen. Dijo sin mirar a la hermosa muchacha.   Mira, allí la hacen mejor, añadió en voz alta para que le oyera la esquiva y coqueta cocinera, y arrastró a Clotilde hacia el fuego más lejano.

A ti te pasa algo con esa morenita, Jesús, observó Clotilde. Es verla y sales corriendo o te quedas alelado. ¿Estás enamorado, eh, tunante?

Pero ¿qué dices? ¿De esa pija payasa? Me conoces poco. Pero el tono y los gestos confirmaban las sospechas de la mujer.

Las paellas avanzaban a endiablada velocidad. Un whatsapp informó de que todo iba bien en el Clínico. Miquel, el padre de Jesús debía llegar esa noche e, informado por su esposa, se iba directo al hospital a ver a su hijita.

Pillaron una jarrita de sangría, manifiestamente mejorable en sabor y temperatura, pero que les vino al pelo para ambientarse un poco.

La primera paella tardó una media hora en estar lista, aunque Jesús recomendó dejar reposar un poquito el arroz, que estaba demasiado caliente. Por fin le hincaron el diente cuando eran más de las doce.

¡Está buenísima! Se relamió Clotilde que era un puntito glotona. La mejor que recuerdo haber probado.

Pues espera que salga aquella de allí. Es la de Ramiro, el del bar. Eso sí que es “bocata de cardinale”.

Fueron probando arroces, ayudándose con unos platitos de ensalada con olivas chafadas muy aliñadas para engrasar. Pronto repitieron de sangría, que ahora estaba ya fresquita, y se acabaron de entonar. Jesús encontraba excusas para acercarse a Cloti, como limpiarle una gotita de bebida del escote o hacerle probar un garrofón de su mano. Esta especie de judías gigantes que sólo se encuentran en Valencia y en los establecimientos de cierta popular cadena de supermercados originaria de estas tierras y ahora expandida por doquier, son ingrediente fundamental. Fíjate que es una legumbre harinosa, va muy bien con el arroz. Y le iba administrando garrofones, rozando con los dedos los labios de Cloti que no se le resistían al contacto.

Ya no se espiritaba cuando estallaba un petardo a su lado, que era cada treinta segundos, y los olores se le habían hecho familiares: El aceite frito de los buñuelos, la pólvora, la carne y la leña y el olor de la piel de Jesús, que era fuerte y masculino, aunque con un toque infantil, inmaduro, que lo hacía encantador.

Se sentía una niña de nuevo, en las fiestas de su pueblo, jugueteando con un mozo que no era pegajoso ni sobón, que la trataba con cariño y respeto, aunque no podía ocultar que estaba deseando saltarle encima y devorarla. Esa sensación la ponía cachondísima. Notaba las bragas empapadas y los pezones doloridos del rato que llevaban endurecidos como avellanas tostadas.

Olvidado de Yolanda, Jesús decidió pasar al ataque.¿ Estás cansada, no? Vamos a casa y te puedes duchar y poner los pies en remojo.

Pero, ¿no quieres quedarte tú? Clotilde miró hacia la mesa donde la fallera mayor, su corte y la pandillita de cortejadores apolíneos parecían pasárselo en grande bebiendo cerveza y comiendo todos de la misma paella.

No; Estoy cansado también. Me ducharé y me pondré cómodo.

Pues eso, nos refrescamos y descansamos. Oye ¿Hay dos duchas, no? JIji, Cloti había bebido algo más de lo habitual y le entraba la risa tonta por todo.

Sí, sí. Tranquila que no corres peligro. Soy todo un caballero. Aunque cada vez se sentía Jesús más suelto y vivaracho, con esa intuición casi infalible de que esa noche mojaba a base de bien.

Subieron en silencio al piso y se fueron cada uno por su lado, Jesús a la bañera del cuarto de baño de sus padres y Clotilde a la ducha del pasillo, donde normalmente se duchaba Jesús.

El agua no enfrió los ánimos de la mujer, que se asombró de ver el estado de sus bragas y de sus pezones cuando se libró del ciclópeo sostén que dejó junto a la otra prenda sobre la cama. Se metió en la ducha vecina y se remojó a conciencia para relajarse, aunque , al frotarse con la mano enjabonada, su chocho se encendió como hoguera, pidiendo a gritos un alivio, que ella le negó. No era oportuno masturbarse en casa de un familiar, se dijo.

Se envolvió en la toalla más grande que encontró y salió descalza y silenciosa en dirección a su cuarto.

En ese rato, Jesús se había duchado con agua fría para rebajar su calentura y había salido a buscar algo de ropa limpia. Claro que ésta estaba en su cuarto, que era el que ahora ocupaba Cloti. Oyó la ducha del pasillo correr y entró en la habitación en busca de un pijama. Sobre la cama, la ropa interior de la mujer era un imán irresistible. Jesús tomó el vacío sostén en la mano y lo acarició como si estuviera lleno de su delicioso contenido. Olió el perfume de jazmín de las copas que le puso burro a más no poder, aunque en realidad sí pudo ponerse aún más burro cuando cató el aroma de las húmedas braguitas. Sintió removerse de nuevo la serpiente bajo la toalla, que estaba mutando en tienda de campaña a marchas forzadas. Se acomodó la polla con una mano mientras se restregaba las bragas por la nariz. Y de esta guisa lo sorprendió Cloti al entrar. Él soltó las prendas, demasiado tarde para no ser descubierto, y se quedó parado mirando a la rubia, que con la toalla alrededor del cuerpo, dejaba adivinar unos volúmenes escandalosos por todas partes.

Observó paralizada cómo el muchacho caminaba hacia ella como un zombi y se plantaba a un palmo de distancia, con un bulto alarmante levantando su toalla. No puso resistencia alguna cuando las manos nerviosas la despojaron de la toalla y se apoderaron de sus tetas primero y después de su pelo y su cintura, de sus nalgas y sus muslos. Todo fue explorado con ansia mientras la boca adolescente se fundía con la madura y las lenguas rompían abismos generacionales.

La única parte que Jesús no osaba atacar todavía era precisamente la que estaba más necesitada de fricciones, pero Cloti no se atrevía a tocarse delante del chico, como sí que hacía en la soledad de su cuarto todos los sábados y algunos días entresemana.

Tanto tiempo huyendo de aquel momento que se le antojaba espantoso, y ahora, un mocito casi imberbe iba a ser el que la hiciera perder su inocencia. Bueno, su consolador XXL ya la había mancillado bastante los últimos años, pero aquello era distinto. Sintió el pene duro y oscilante frotar su vientre, pero no se atrevió a mirar ni a tocarlo. Se vio empujada a la cama, aunque no protestó y, en menos que canta un gallo, la polla embravecida la penetró.

Sintió el peso del cuerpo de Jesús que se frotaba contra sus tetas rabiosamente y luego la verga que entraba y salía cada vez más veloz de su inexplorada gruta. Pero la falta de costumbre hacía que aquello, excitándola mucho, no fuera suficiente para hacerla correrse. Además, estaba demasiado emocionada por todo lo que le estaba ocurriendo para concentrarse.

¿Puedo correrme dentro? Preguntó él quebrada la voz.

Si, si, concedió ella en un susurro, recordando que no hacía dos días de la última regla. La verdad es que aunque hubiera estado en el momento más fértil,  no hubiera sido capaz de negarle nada a su joven amante.

Todo era nuevo para la virgen cuarentona. Sitió que su vagina no recibía un estímulo tan intenso como el que proporcionaba su enorme consolador a pilas, pero a cambio la polla de Jesús estaba calentita y era mucho más suave y afectuosa que el pene de goma. Sentir todo su cuerpo sobado con ansia y la boca y la lengua del chico viajar incansables del cuello a los pezones y a su propia boca era una sensación jamás experimentada que la estimulaba terriblemente, pero que la hacía llorar en lugar de correrse.

Lloraba de puro gozo, aunque quizás también de pura rabia al experimentar ahora lo que se había perdido los últimos treinta años por aquella absurda cabezonería tan típica de su tierra. Seguro que por su lado habían desfilado docenas de Jesuses que ella rechazó por su inseguridad y sus complejos.

Cuando el orgasmo del joven estalló dentro de ella, sintió unos estímulos desconocidos en su cuerpo. Las contracciones del pene se tradujeron en oleadas de placer que la recorrían desde sus ingles hasta los pies y la cabeza, los brazos y la espalda. Sin ser un orgasmo intenso, de los de frotarse la lentejita, aquello era algo distinto y maravilloso y la dejó satisfecha.

Jesús no quería salir de aquel túnel del placer donde estaba instalado, aunque su pito perdió poco a poco dureza y grosor. Siguió besando y olisqueando a Clotilde que se abrazaba a él en silencio, sopesando en su mente la magnitud del despropósito que estaban cometiendo, pero sin hacer el más mínimo gesto por remediarlo.

Se quedaron tumbados, abrazados, con las piernas entrelazadas; Jesús cerró los ojos aspirando el jazmín que ahora ya no le ponía tan palote, aunque sí que le conmovía hasta las entrañas de una forma mucho más romántica y melancólica. Cerró los ojos como si se hubiera dormido y Clotilde se atrevió a mirarlo de cerca; Apenas un niño, pensó. Esto es una locura, pero se acabó. Ahora mismo me visto y me voy a dormir al comedor. Echó una última mirada a su joven amante y se fijó en la igualmente juvenil polla que ahora colgaba inerte entre los huevos del chico. Jamás he tocado una, se dijo ella. ¿Es posible? ¿Con más de cuarenta años y sin tocar una chorra? Alargó las manos con precaución y palpo el flácido tubo; Observó la morada punta que aún destilaba unas gotitas de semen. Apreció el brillo del carajo producido por sus propios flujos, los de ella.. ¡Qué sensación! La empuñó tal que mazo de mortero y, en un gesto de audacia suprema, acerco su nariz para olerla y sus labios para darle un casto besito en el capullo, que se estremeció de gozo.

Se acordó de pronto de lo que le hacía Julia Roberts a Richard Gere en Pretty women al principio del film. No se ve bien, pero se adivina. ¡Qué curiosidad! Miró antes la cara de inocencia de Jesús, que parecía sumido en profundo sopor… ¡Y se la tragó! Primero el glande, luego ya fue todo el tallo, finalmente su nariz rozó la bolsa escrotal y sintió removerse los huevecillos, ahora deshinchados e inertes, pero dispuestos a hacer un último esfuerzo. Al cabo de unos minutos de juegos, el pene empezó a cobrar vida, a llenarse de sangre y a endurecerse entre los labios de Clotilde, que se sintió poderosa y muy guarra con aquel juego. Apartó la boca y miró hacia arriba de nuevo. Parecía dormir el muchacho. Volvió a asir la polla y se detuvo indecisa.

¿Me comes los huevos un poco?

¡Jolines! ¿Pero no estabas dormido? Eres un pillo. Estás despierto pero no dices nada.

Oh, venga, no seas mala. ¿qué te cuesta? Lo haces tan bien… Bueno, normal. Tú eres una experta. Me di cuenta enseguida. Fíjate  que llegué a pensar que eras una mojigata, una de esas chicas de pueblo mas reprimidas que una monjita de clausura. Pero luego vi que no. Eres fantástica. Una madurita bien caliente,.. Y diciendo esto, Jesús se apoderó de las tetas de su amante para cubrirlas de besos, mordiscos y lametones.

Se plantó de rodillas de un salto y ofreció sus genitales a la inspección de Clotilde.

Venga, unas lamiditas, no seas mala. Va, hazlo, que eres la puta ama de las mamadas.

Pero ¿qué dices, desgraciado?¿Qué me has llamado? Menudo enfado de la prima. Jesús rectificó enseguida. No seas tonta, que es una forma de hablar. ¿No lo has oído nunca? ¡Soy el puto amo!, es la puta ama es sólo un piropo. Y volvió a amasar aquellas ubres inmensas pidiendo una tregua y un perdón que enseguida le fueron concedidos.

Oye, ¿podemos hacer una cosa que me hace también ilusión? ¿Te acuerdas de la negrita de la falla? La de la fonda “La mamella”. Tú las tienes aún más grandes… y maniobrando un poco unió con las manos las dos mamas, envolviendo con ellas su polla, que ya estaba en pie de guerra. Las humedades acumuladas le dieron al pene de Jesús suficiente materia para poder resbalar cómodamente entre las dos colinas.

¡Oye! Que no son dos juguetes, dijo apartándose  Era aquella una de las cosas que más le  disgustaban. Sentir que los hombres la cortejaban sólo por poder usar sus tetas para masturbarse. Pero, ¿acaso ella no había disfrutado de jugar con el pene de Jesús?  Venga, no seas mala; Son la más hermosas que he visto en mi vida, suplicaba él encendido dedeseos. Al fin Cloti se apiadó y dejó a Jesús apoderarse de nuevo de aquellas preciosas almohadas de carne.

El hueco que se formaba era perfecto: Abarcaba toda la longitud de la verga y la envolvía por completo. Durante cinco minutos sólo se oyeron los suspiros de placer del chico.

¡Ay, Dios, me voy a correr! Jesús incrementó sus embestidas. Con disimulo Clotilde bajo sus manos, innecesarias para los manejos de su amante i se ocupó de estimular su propia vulva y su clítoris, duro hacía mucho rato y deseoso de caricias. Cada uno se procuraba ahora su propio placer y el segundo orgasmo fue más intenso que el primero, casi simultáneo, ya que las contracciones del pene dentro de la funda de carne y el calor del semen al derramarse entre las tetas, acabaron de estimular a Cloti, que se metió hasta cuatro dedos sin dejar de frotar el botoncito y gimotear como una posesa.

El nuevo estallido de placer dejó derrenglados a ambos, él tendido sobre ella, con la cabeza entre los pringados senos, sin hacer ascos al contacto con su propio semen que humedeció su rostro y sus cabellos.

¿Qué he hecho, Señor? Se decía ella. He fornicado con un muchacho que podría ser mi hijo,…bueno, mi hijo no porque yo soy virgen. ¡No! Ya no. Lo era hasta hace media hora.  No podré mirar a la cara a Matilde nunca más. Y Miguel.. ¿Qué pensarán de mí? Nunca lo han de saber. Esto ha sido como un juego. No ha pasado nada en realidad. Es como un sueño, como mis ensoñaciones de los sábados; Cuando acabo me ducho, lavo bien a mi amigo de goma y lo guardo en la mesilla de noche y ya está! No ha pasado nada…

Y dicho y hecho, Clotilde se levantó para darse una buena ducha, se puso un pijama y dejó a Jesús bien dormido, ahora de verdad, arropado en su camita para dirigirse al comedor y envolverse en un edredón tumbada en el sofá. No había ocurrido en realidad. Lo había imaginado, eso era: Una pesadilla o el más dulce de los sueños.

No le despertó a las cuatro la sirena de la policía, ni a las cinco la llegada de sus parientes y las jóvenes italianas de regreso del Clínico en el coche de Miguel, el padre de familia. Tampoco la mascletá de las ocho ni el pasacalles de las diez. Hacia las once, Matilde descorrió las cortinas  para despertar a Jesús y se encontró con su prima del alma dormida en el sofá.

Pero, Cloti, ¿qué haces aquí tú? ¿Dónde está el bigardo de mi hijo?¿en su cama tan fresco y tú aquí con la espalda como una piedra de dormir así?

Calla, mujer, que no es eso. Es que estaba él muy cansado y mareado y les hice acostarse en su cama, que a mí me da igual…

Jesús apareció rascándose los huevos con cara de sueño, pero se puso firmes al ver a su madre hablando con Clotilde. A ver qué se iban a contar…

Me voy a buscar buñuelos y chocolate, que ésta no los ha probado. Tú arréglate un poco, que parece que te haya pasado por encima una estampida. “Si, menuda estampida.. Una sola res, pero menuda energía” se dijo él riendo por dentro.

Miguel apareció desgarbado y feliz como Jesús. Se abrazaron con cariño padre e hijo. ¡Coño, Jesús! ¿Dónde te has metido? Haces una peste a jazmín.. ¡Clotilde! ¿Qué dice la más guapa de toda la provincia de Teruel?

Dame un beso, zalamero y no le riñas al chico, que se equivocó anoche de frasco y se puso mi perfume, explicó Cloti en un alarde de habilidad y una sangre fría mintiendo que impresionó a Jesús. “La prima tiene golpes ocultos”, pensó…

Pusieron la mesa para desayunar y Mati llegó a los diez minutos con algo que contar según parecía. Pero bueno, a ver. ¿No estabais anoche en la calle?

 Un rato sólo, contestó Jesús a la defensiva y Cloti se puso más blanca que el mantel.

Así que ¿no sabéis lo que pasó aquí anoche?

No sé qué quieres decir, prima, contestó Clotilde en un susurro y quebrando la voz.

¿Vino la policía y no os enterasteis de nada? Y ahora ¿de qué os reís los dos? Parece que os alivie saber que hubo un tomate de cuidado abajo.

¿Qué pasó, chica? Cuenta, cuenta. Ahora todos estaban interesados de verdad.

Matilde puso los buñuelos en la bandeja y sirvió cuatro tazas de chocolate antes de continuar. Le encantaba ser centro de atención. Pues pasó que la niña esa, la canaria, la lio parda. Jesús dejó caer su primer buñuelo fuera de la taza.

¿Yolanda? ¿Pero qué hizo? Abrió unos ojos como platos.

Pues tontear con todos, como lleva haciendo desde que es fallera mayor. Estaba con el rubio ese que parece Hércules, el hijo de la tonta de la peluquera.

Ernesto… apuntó Jesús.

Sí, ese de la moto. Pues el tal Ernesto estaba camelándola y se presentó un chaval de la banda de música, el del clarinete, aquel bajito tan salado y empezó a tocar cosas románticas y la niña empezó a hacerle más caso a él que a Ernesto y el muy bestia va y le mete una hostia al músico, que es la mitad que él, y casi le rompe el instrumento. Pero oye, parece que se revolvió el otro chiquitín y le pegó una patada en la boca. Sí, en la boca, porque dicen que practica algo así como las Malas Artes Mixtas o algo parecido y es un luchador experto. Al Ernesto, cinco puntos en el labio. Pero lo malo es que se lio la gorda, los músicos contra los falleros. Tuvo que venir la Urbana y querían llamar a la Policía Nacional porque estaban como locos. Al final entre el presidente y el director de la banda pudieron pararlos y esta mañana, tan amigos; Mascletá, pasacalle,… Bueno, el rubiales ese no, que lo han echado de la comisión y al del trombón lo han enviado de regreso a Benaguacil para que se calme un poco.

Clotilde observaba sonriendo las reacciones de Jesús al relato de su madre. No había duda de su interés por la chica. No sintió ella ni pizca de celos. Total, entre ellos no había nada. Sólo un juego, una ensoñación de noche de fiesta.

Pues yo también tengo una noticia, apuntó Miguel. Ayer me llamó Pep para invitarnos a comer.

Ay claro, es su santo hoy, recordó Matilde. Pero no sé si a Clotilde le apetece. Ha venido a ver las fallas, no a perderse entre cañaverales.

No, no. Yo me adapto a lo que vosotros dispongáis. Además, ya he visto un montón de fallas y de tracas y todo eso. No me importa salir de la ciudad, claro está, si me invitan…

Pues date por invitada, que Pep es como de la familia. ¿Tú vendrás, Jesús?

Claro. Tengo ganas de ver al tío Pep.

¿Y dónde es? Se interesó Cloti

Muy cerquita, dijo Miguel, al lado de Alboraya. Mira, probarás también la horchata de chufa.

Pues qué bien. Voy a arreglarme un poco y nos vamos cuando queráis.

Estaban ya todos vestidos menos las tres muchachas que declinaron la invitación, cuando sonó la señal de mensaje en el móvil de Jesús, que lo abrió y sintió un galope en el pecho. “Gatita llamando a murciélago, gatita llamando a murciélago. ¿No estás disponible?” Tecleó él un lacónico “Sí”

“pues sube a comer a mi casa ke stoy solita”

¡Maldita cabrona! Ahora se le había jorobado el plan y buscaba el repuesto, el tontuelo del Batman que parecía estar loco por ella… Pues se iba a joder la niña caprichosa y buscapleitos. Empezó a barruntar una respuesta mordaz y cruel. Despectivo e insultante, así sería su mensaje. A ver. Qué le pongo…

Papá, mira, no voy a ir a comer con vosotros; tengo un compromiso de última hora. Lo dijo en tono casi avergonzado por su falta de voluntad.

Hay pollo en la nevera, ofreció su madre.

No, no. Comeré fuera, reconoció él.

¿Necesitas dinero? Ofreció Miguel.

No. Me han invitado.

 

 (contiuará)