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Las mejores corridas de San Fermín. (2)

en Hetero: General

Las paredes estaban acaparadas por Doña Patrocinio. En forma de retratos, aguadas, sanguinas, pasteles y óleos, la dueña de la fonda era protagonista absoluta. En casi todas, podía observarse su cuerpo desnudo. Blancura marmórea, expresión desenfadada, pechos veteranos pero guerreros, volúmenes caídos pero desafiantes, vello púbico insinuado como una mancha oscura y piernas y brazos macizos, pies y manos grandes y llenos de energía, movimientos graciosos, posturas llenas de atractivo.

Claro que esto no fue lo que crispó las manos de la pareja, sino lo que vieron en el centro de la sala, sobre la alfombra de pelo grueso de bellos trazados turcos.

Gonzalo se agitaba allí desnudo, tumbado boca arriba, mordiéndose una mano en gesto pueril, agitando las piernas y contorsionando los dedos de los pies.

Y no era para menos, ya que Laia, igualmente desnuda, daba saltitos y pequeños gritos, obviamente empalada por el muchacho, ya que sus piernas abiertas, con las rodillas y los pies en el suelo, abarcaban las caderas masculinas, rebotando con insistencia y produciendo un sugerente “flop, flop,..” Los pechos saltaban sin demasiado  bullicio, ya que eran firmes pero medianos como recordaréis.

¡Ya, ya!¡No puedo..! Urgió Gonzalo entre gemidos. Y Laia descabalgo de golpe para atrapar el tembloroso pito y sacudirlo fieramente con las dos manos, haciendo brotar un chorro de semen interminable y espeso que le regó abundantemente cara, tetas, vientre…

¡Merda! Se indignó Montse. Vaya desperdicio . Y añadió confidencial: Es que ella no lleva DIU ni toma la pastilla. Se ve que tampoco tenéis condones, ¿verdad?

Pues no, se excusó Ramiro por lo bajo, la verdad no sabíamos que…

Al instante, los amantes del salón descubrieron a los del lavabo con una mezcla de consternación y alegría como diciendo “mira lo que hemos hecho..”. Gonzalo se tapó, pudoroso i asombrado de la exuberancia y el descoco de Montse que no se privaba de carcajearse por la situación, haciendo bailar sus tetas como maracas caribeñas. Laia se secaba las lágrimas, que primero había derramado de puro gusto y ahora de pura risa. Tenía chorretones blancuzcos en el pelo, la cara y el pezón izquierdo, que era, como su gemelo derecho, pálido, sonrosado y muy abultado en la punta, aunque quizás esto último era fruto de la excitación. Sin mostrar vergüenza alguna, Laia se irguió, desnuda y majestuosa sobre sus ciento setenta y tres centímetros y se empezó a limpiar con esmero utilizando unos trozos de papel de cocina que cortó de un rollo que había por allí.

Montse la ayudó y en voz baja susurró al oído de su amiga “Estàs bé?” Asintió ella en silencio, con cara de gran emoción y, para asombro de los chicos, le pegó a su amiga un morreo profundo, lingual, abiertamente obsceno, al que la morena correspondió sin ningún decoro, acompañándolo de un efusivo abrazo.

Descolocados, Gonzalo y Ramiro se miraron como dos que advierten que están de más en una reunión, pero las chicas cesaron pronto en sus efusividades y volvieron su atención sobre sus compañeros de fiesta.

Los cuatro se reunieron en el centro de la alfombra y Gonzalo desistió de taparse, ya que era lo menos apropiado dada la situación. Montse observó el pequeño carajo del larguirucho, más que carajo, carajillo, que se había escondido tímidamente en cuanto descargó su contenido e irrumpieron los intrusos. Gonzalo era blanco y lampiño, con poco pelo en el pecho y abdomen. Su entrepierna estaba revestida de vello negro y sus genitales parecían empequeñecerse cada vez más en presencia de extraños. Hacía un momento, mientras rociaba de esperma a su amiga, le había parecido a la morena ver una polla blanca de buen tamaño con dos voluminosos huevos en la base, pero ahora parecía ser menos de una cuarta parte de lo que aparentaba excitado.

Nos han dejado solos los anfitriones, ¿no? Comentó Gonzalo por decir algo

Sí. Seguro que ellos también están echando una siesta para hacer la digestión del banquete, afirmó Ramiro picarón, mientras Montse apoyaba la cabeza sobre sus poderosos muslos .

Laia se recostó contra Gonzalo y éste la abrazó lleno de satisfacción. Le olió el pelo y ella, girando la cara, le ofreció la boca que él devoró con ansia.

Pero de pronto la rubia mediterránea apartó sus labios de los del madrileño. ¡Ai! Quin hora és? preguntó en su lengua a su amiga.

Es d’hora, tranquil·la . Aseguró la morena mientras acariciaba uno a uno los dedos de la mano de Ramiro.

Eso quiere decir “es pronto”, ¿no? Se interesó Gonzalo.

Sí. Es pronto:  las cinco menos diez. Confirmo Laia.

Al final no hemos tomado café, se lamentó Ramiro, voy a buscarlo. Y se puso en pie de un salto, tras apartar la cabeza de Montse.

El café estaba en la cocina, junto con las tazas y platos y la botella de aguardiente. Observó que aún estaba caliente. Busco el azúcar, que encontró en forma de terrones. Tardó un poco más en localizar unos vasitos pequeños para el aguardiente. Finalmente la lógica le hizo buscar en el congelador. Allí estaban. Lo puso  en una bandeja y volvió al salón.

Casi deja caer el servicio al entrar. ¡Por todos los Santos! ¿Qué pasaba hoy?¿Era la comida?,¿ el vino?, ¿el calor?, ¿los cuadros? El caso es que Gonzalo estaba ferozmente abrazado a Montse, comiéndosela a besos, pellizcándole los pezones con saña y Laia, ¡la angelical, élfica Laia! Estaba tendida en la alfombra boca abajo, o mejor dicho, boca al centro. Al centro de las ingles de su amiga. Apoyada en los codos, sus dedos estiraban firmemente las anillas vaginales, y su lengua iba y venía, de abajo arriba, repasando la gustosa gruta de la morena. Montse, agasajada, se dejaba hacer, mientras su mano izquierda iba poniendo en marcha el motorcito de la polla de Gonzalo, por el procedimiento de masajearle los huevos y pajearlo brevemente y de forma desmañada. De nuevo, los genitales del concejal lucieron aparentes y guerreros bajo el estímulo de la montañera.

Ramiro carraspeó y dejó la bandeja en el suelo. Viendo tan ocupada a su reciente pareja de baile, decidió buscar una alternativa. Desestimó inmediatamente morrearse con Gonzalo. No eran tan, tan amigos como ellas. Sin embargo, el culete blanco y redondito de Laia le llamaba poderosamente. Además era lo que tenía más a tiro, así que tomó un vasito de licor y lo vertió sobre las inmaculadas nalgas, haciendo estremecerse por la sorpresa y el frío a la rubia. Pero el frío duró muy poco. Lo que tardó en empezar a recoger  Ramiro con su lengua vivaracha el aguardiente derramado, sin omitir las gotas que la gravedad empujaba grietas abajo. Era extravagante esto de pasarle a una chica la lengua por el culo sin haberlo hecho antes por la boca, pero las circunstancias mandaban y todo parecía funcionar según otras reglas aquella tercera tarde de los Sanfermines.

Sorprendentemente Montse pidió el café. Que no se enfríe, que si no, no vale nada. Y se lo tomó así, con toda la calma, mientras Gonzalo se pegaba un segundo banquete con sus tetas y Laia demostraba su amor al marisco aposentada entre sus muslos. Llegó el momento en que los manejos de Ramiro en su retaguardia hicieron perder a la rubia la concentración y el decoro y abandonó su labor para venir a morrear a su torturador, que pudo así degustar por fin el sabor exquisito de aquel coño anillado que un rato antes había poseído él, en los labios de la sáfica catalana.

Viendo una plaza libre, Gonzalo se lanzó a fondo entre las piernas de la morenita. A pesar de la diferencia de estaturas los genitales se acoplaron satisfactoriamente y él empezó a bombear con vigor. Métela a fondo que llevo un DIU, comunicó Montse i pronto pudo apreciar el entusiasmo de Gonzalo, que después de padecer las restricciones impuestas por la imprevisión de Laia, que iba a pelo, agradeció infinito poder explayarse dentro de una cavidad tan acogedora y húmeda como exótica, con sus anillas frotándose contra su polla.

Laia, con ánimo de revancha, vertió sobre los genitales de Ramiro una copita de aguardiente helado, para luego abalanzarse sobre el mojado y aterido miembro y empezar a chuparlo con tal vigor, que el muchacho estuvo a punto de correrse sin remedio. Pero se hizo fuerte y sorbió su taza de café, para tumbar luego a su agresora con una especie de llave de lucha olímpica, que le permitió inmovilizarla y penetrarla casi a la vez.

Laia gimió. Ay, vigila, que yo no llevo nada…. Y él con tonillo de chulapo de Lavapies, Tranquila, encanto. Yo controlo. Laia le miró a los ojos con un mohín de disgusto, pero él se echó a reír como un crío travieso y añadió: Perdona, era una broma, y le besó la punta de la nariz. Empezó a moverse con vigor y solvencia, demostrando que realmente controlaba, a lo que contribuía no poco la brutal corrida del lavabo, treinta minutos atrás.

Así que Laia y Gonzalo, por separado, pudieron gozar tranquilos, él con una hembra protegida de embarazos y ella con un varón calmado en sus ímpetus previamente. Y se corrieron, sí amigos. Como locos se corrieron los dos casi a la vez y muy cerca uno del otro, tanto que pudieron besarse y abrazarse después de la corrida, no sin antes hacerlo con los que se la habían proporcionado tan amablemente.

Montse quedó bien satisfecha de la efusión de Gonzalo, pero Ramiro andaba bastante contrito, cosa que Montse le hizo notar a su amiga. Sin más dilación, las dos muchachas se lanzaron sobre el atleta y la morena, montando a caballo, acogió el excitado cipote en su gruta, que ya parecía cañería por toda la humedad segregada y recogida, mientras Laia se apretaba muy fuertemente contra el joven, besándolo con pasión hasta que notó salir de su garganta los espasmos del goce, que su amiga recibió con sumo gusto, aunque temerosa de que tanto trajín sobrepasara la capacidad de su dispositivo anticonceptivo, que estaba recibiendo una auténtica paliza aquella tarde.

Así que quedaron todos enredados entre sí, ellas sobre ellos, entre besos y ardientes caricias, cuando las campanas sonaron tres veces.

Això és tres quarts de sis? Preguntó alarmada Montse

Hostia, i tant! Corre, corre!! Repuso Laia dando un brinco.

De un manotazo recogieron la ropa.

Laia, les meves calzes! On són? Montse se desesperaba, Ramiro, ¿que has visto mis bragas?

Pero ¿qué pasa? Exclamó sorprendido Gonzalo. No os iréis a marchar..

Sí, sí, ya nos veremos. Es que tenemos mucha prisa... Sin bragas y a lo loco, Montse corría ya hacia la salida encajándose las tetas con dificultad en el floreado modelo afro.

Vinga, vinga, que fem tard, la animaba Laia ya vestida desde la puerta del estudio.

Me guardáis las bragas si las encontráis, eh? Pidió a gritos ya desde el rellano la morena.

Y desparecieron escaleras abajo.

A los tíos les entró de pronto esa vergüencita tan masculina de la desnudez post-coitum y empezaron a vestirse mientras comentaban lo bizarro de aquel encuentro. Encontraron la prenda íntima de Montse en un repliegue de la alfombra turca y Ramiro quedó encargado de devolverla a su dueña.

Salieron del estudio y entraron en la pensión desierta. Cruzaron el pasillo, donde menudeaban sonidos guturales, quizás palabras o ideogramas festivos pronunciados con el acento politonal y estridente de los chinos, equivalentes a “métemela Yu” o “ Yin, me corro, me corro…” o “Venga, Liann, mueve el culo, coño!” pero no pudieron los dos madrileños descifrar los conceptos, aunque estaban muy claras las actitudes de los chinos y los procedimientos que se estaban ejecutando en las alcobas de la fonda.

Apenas pudieron tumbarse en sus camas y quitarse los zapatos. En un minuto estaban durmiendo, rendidos después del encierro  y las dos corridas de la tarde.

Un piso más abajo, Janina y Fernando, los bolivianos empleados de la fonda, se disponían a comer. Patro les había reservado tres fuentes con el explosivo menú del día de fiesta y se sentaron en la pequeña mesa de la salita, abrieron dos cervecitas y se pusieron manos a la obra.

Eran las seis de la tarde. Habían comido algo a la una, pero las últimas cinco horas habían trabajado intensamente para servir primero el banquete y limpiar luego comedor y cocina, así que había hambre de la buena. Encontraron todo exquisito y decidieron abrir una tercera cerveza para compartir, ya que la ocasión lo merecía.

Hacia las seis y media, Fernando empezó a dar señales de nerviosismo: sudores, cambios de postura, reacomodación de sus genitales, ora a la derecha, ora a la izquierda. Janina también estaba excitándose por momentos, aunque su casto sujetador no permitía apreciar la dureza de sus pezones. Sus braguitas iban también mojándose poco a  poco pues unos calores deliciosos bajaban de su estómago a su vagina, haciendo que se fundiera como mantequilla al sol.

Mire, habló él por fin, vaya echándose la siesta un rato que ahorita mismo voy yo también, cuando reporte unos informes en la computadora.

Janina puso cara de fiera amazónica. ¡Ya me tiene harta con esa pinche computadora del demonio! ¿Es que piensa que yo me mamo el dedo? Se pasa las noches en vela mirando esas pendejas chinas, cómo las atan tal que embutido, y las nalguean a modo esos pervertidos chinos y luego se las culean hasta hacerlas echar humo, mientras yo me aburro como ostra en la nevera, con el marido machacándose la poronga a dos manos.

Fernando abrió los ojos casi tanto como la boca al escuchar aquello. Nunca había oído a su esposa emplear vocabulario tan zafio, pero nunca tampoco había sospechado que Janina estaba al tanto de sus aficiones onanísticas - internáuticas que le habían hecho descuidar sus obligaciones matrimoniales.

Janina, mi amor… Yo le juro que no…

Ya no me jure en vano. ¿No vio que advertí sus manejos? Usted borra siempre su historial de visitas a la mañana, pero ya yo me levanté tres veces mientras subía usted a hacer la ronda de  noche por la fonda, y pude ver todas esas cochinadas que usted mira. Janina echaba chispas. Pues que sepa que a mí también me excitaron esos videos, continuó ella, encendida por la manduca y desinhibida por las cervezas y también me toqué la panocha hasta que sacó puras llamas pensando que me ataban i me nalgueaban como a esas pobres chinitas.

Pero, ¿es eso cierto?. ¿Tanto la provocó la bondage? Seguía en su asombro Fernando, aunque aquello empezaba a interesarle.

Pues claro que sí, mi amor. Janina cambió a un registro más amoroso y coqueto. Hace semanas que le quería decir, pero fue no más ahorita con el menú del señor Dionisio que me vino el deseo de que lo sepa. Y que actúe. ¡Venga! ¿Qué se lo tendré que decir yo todo lo que quiero que haga?

Fernando saltó como caimán en charca y corrió hacia la cocina. Allí en el tendedero había diez metros de cuerda de nylon blanca, bien gruesa y resistente. La tomó y volvió en carrera a la salita. Allí Janina, había adelantado el trabajo quedándose en puros cueros y mostrando impúdica su entrepierna boscosa y oscura que contrastaba hermosamente con la piel cobriza de la mujer.

Fernando asumió su papel de amo dominante y ordenó, con la voz un poquito quebrada: ¡Vamos!¡ Dese vuelta y junte las manos atrás! Y empezó a maniatar a su esposa de la muñeca hasta la mitad del antebrazo, donde hizo un nudo doble. Pasó luego la cuerda por encima y por debajo de las puntiagudas tetas de Janina, que parecían a punto de salir disparadas. Una vuelta de cuerda dada entre ambos pechos, los estranguló hasta el límite, arrancándole un quejido de placer a su dueña.

Ahora camine, puerca pervertida, que allí en la cama le va a dar su amo el castigo que merece.

Ella obedeció sin rechistar y abrió la marcha en dirección al dormitorio.

Espere. Ordenó ella de pronto olvidando su papel de sumisa. La colcha me la retire que está recién lavada y no la vayamos a pringar toda. El amo obedeció comprensivo pero, de inmediato, volvió a asumir su rol ¡De rodillas en la cama, chola inmunda! Y muestre bien su poto que se lo voy a dejar bien vistoso.

Las ataduras siguieron con diversos lazos que envolvieron los muslos por debajo de las ingles, sujetando luego estos cabos en los tobillos, con lo que Janina quedó sumida en el éxtasis de la inmovilización, como las video heroínas del internet.

Así, sin poder mover un músculo, la atrevida esposa recibió una buena dosis de manotadas bien firmes en las posaderas, que se tornaron de inmediato rojas y, al final, hasta un puntillo azules. Fernando hizo girar a su parienta que quedó boca arriba, con las manos debajo del cuerpo y las piernas dobladas y abiertas, lo que enloqueció a su marido que se precipitó a devorar la caldosa concha sin importarle llenarse de pelos la lengua, ya que nada importante tenía que decir en aquel momento.

Después de saciar su sed, Fernando volteó a Janina dejándola ahora con el culo en pompa y la cara contra las sábanas, que se estaban llenando de babas. Extrajo su arma del pantalón, apuntó con cuidado, y se lanzó con todo su ardor hacia la húmeda diana, que fue perforada con éxito una y otra vez, haciendo berrear a la cautiva y al carcelero, que nunca se imaginó poder tener sexo tan rico y divertido sin salir de su alcoba.

Hacia las siete se dieron por vencidos los esposos reencontrados y Fernando libero a Janina, que presentaba marcas bien profundas por medio cuerpo y tenía el culo como si se hubiera sentado en un avispero.

¡Ay! Mi amor, decía él cubriendo de crema hidratante el maltrecho trasero, nunca más, yo le juro. No sé qué me pasó…

¿Cómo dice, nunca más? En dos días me restablezco para otra sesión, pero usted se me reserva el néctar y no lo va dilapidando con las puercas busconas del google. Decía Janina besando y abrazando amorosa a su marido.

Después de la tempestuosa siesta, todo empezó a volver a la normalidad. Los chinos, más calmados salían al pasillo sonrientes buscando las duchas con la toalla al hombro. Gonzalo y Ramiro se ducharon también y salieron a dar un paseo en busca de una farmacia de guardia. Media hora después volvieron y se sentaron a tomar un café que Patro les sirvió gustosa. Perdonadnos que os dejáramos solos. A Dioni le entró sueño y nos fuimos a la cama.. Si, si, pensaron ellos, a hacer de todo menos dormir.

El pintor estaba radiante, consciente de que su estrategia para fomentar el desmadre había triunfado. Se sentó al lado de los madrileños con una copa de pacharán bien colmada en la mano.

Caramba, Dionisio, usted es tremendo, comentó Ramiro. ¿Aún puede beber, con lo que llevamos metido ya en el cuerpo?

Pues claro, hombre. A partir de cierta edad el alcohol se retiene , no se elimina y te ayuda a conservarte joven y sano, afirmó el pintor dándole buenos tientos a la bebida local.

Algunos de los chinos vinieron a sentarse en torno a otra mesa. Eran todos varones muy satisfechos. Las chinas estaban todavía digiriendo lo ocurrido, algunas llenas de consternación por la orgía desatada. Los orientales pidieron probar el pacharán y Dionisio les sirvió unas copitas.

En estas estaban, cuando entró como una tromba Fernando dando voces y agitando las manos.

Rápido, rápido, señor Dionisio. Pongan la TV que pasó algo tremendo. En Tele 5, pongan Tele 5.

Hombre, se sonreía Gonzalo, en Tele 5 pasan diez o doce cosas tremendas cada noche.