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Engracia Divina 4

en Sadomaso

-          ¡Vamos, perezoso!¡Que es hora de trabajar! Son las 9,30. Nos quedan 8 horas hasta que salga el tren y hay que dejar el cuento escrito.

Engracia se movía alrededor de la cama descorriendo cortinas y tirando de la sábana y la colcha. Cuando pude abrir los ojos, la miré. Ahora llevaba puesto un pijama de verano con un pantalón corto de algodón y una camisola muy holgada. Y seguía yendo descalza por la casa, como el día anterior, lo cual empezó a ponerme cachondo ya de buena mañana.

-          Vamos a desayunar en la terraza. Ya está todo listo, has de subir por esa escalerita, vamos.

Me aseé y vacié mi vejiga copiosamente, me puse mis vaqueros y, en camiseta, como había dormido, subí a la azotea de la casa. El sol me cegó al abrir la puerta y tuve que entornar los ojos. La mesa de exterior estaba repleta de alimentos industriales, según pude apreciar. Café instantáneo, leche desnatada, bollos varios, zumo de piña de tetra-brick, pan integral tostado y quesitos para untar.

Mi anfitriona empezó a comer y a beber con buen apetito, mientras yo apenas tomé algo de café y una tostada.

-          ¿Qué te pasa? ¿Te sentó mal la cena?¿O fue el baño de después? Igual se te cortó la digestión.. y acabó la indirecta con una carcajada estentórea de las suyas.

-          No, no. Estoy bien. Y anoche estaba mejor aún en la bañera, ya lo sabes, le contesté lanzándole una mirada de deseo mal disimulada.

-          Pues ahora a concentrarse, leñe. Deja el pajarito en el nido, que descanse, y tú a escuchar y a escribir. Ahora te voy a contar lo que pasó al día siguiente. ¿Lo haces en papel, o vas directo al portátil?

-          No, no . Primero papel, que luego he de redactarlo todo junto.

-          Pues hasta las doce, te cuento. De doce a dos, lo pasas al ordenador, comemos y ya lo leo y te doy el veredicto…

-          Me parece bien, voy por la libreta y las gafas.

-          Súbeme una toalla y un bote de crema,  que me lo he dejado en tu cuarto al entrar a despertarte.

Hice lo que me pedía mientras ella dejaba los restos del desayuno en una bandeja auxiliar y limpiaba la mesa.

La terracita era pequeña, pero bien distribuida. Cabían la mesa de plástico y cuatro sillas, además del carrito de servicio y una tumbona de playa con un colchoncito encima. Las tapias laterales de más de un metro, daban privacidad absoluta a la azotea

Me senté de espaldas al sol y de cara a Engracia, pero ella desistió de ocupar la silla frente a mí; Dio un breve paseo para ubicar favorablemente la tumbona y, sin más comentario, se quitó el pijama, quedando tan desnuda como la noche anterior en el yacusi  y se tumbó sobe la toalla en la hamaca. Yo empecé a escribir a pesar de que ella no me estaba explicando nada todavía, en un intento de distraer mi atención, pero era difícil concentrarse con aquel pedazo de mujer estirando su desnuda anatomía a dos metros de mis narices. Había dejado el bote de marras al lado de la tumbona y empezó a hablar mientras iba frotando sus piernas con la crema.

-          ¿Íbamos por las corrientes, no?- empezó su relato Engracia – Cuando me pusieron las pinzas en las tetas, que ya has visto tú las marcas, me di cuenta de que todo lo que había padecido era una broma comparado con lo que me esperaba. Creí que me moría cuando le dieron al botón de la electricidad. Me ardían las tetas, pensé que se me salía el corazón por la boca.

Pararon la corriente para introducir los dildos en el ano y la vagina de Engracia. Después empezaron a hacer que la electricidad provocara contracciones de los músculos del recto y la vulva. Engracia se retorcía en la mesa de operaciones lo poco que las cadenas se lo permitían. Llegó el momento en que sus sentidos se bloquearon, incapaces de asimilar el dolor y las intensas sensaciones que recorrían sus genitales y su recto. Tan terribles eran las convulsiones, que los guardianes de la casa, Pito y Mum, se empezaron a alarmar. Una cosa era el secuestro, pero encontrarse con un cadáver entre las manos era diferente. Mum se enfrentó con la dama gris “¡parad, hostia! ¡La vais a matar!”. Báthory miró a su víctima con frialdad, examinó sus pupilas y le tomó el pulso. “Alto” ordeno sin levantar la voz. “Hay que esperar un rato. Soltadla y sacadle el consolador de la vagina” Ella misma abrió las pinzas y masajeó los pezones que estaban amoratados como aceitunas. No hubo respuesta alguna, a pesar de lo terriblemente doloroso de esta operación. La chica estaba profundamente inconsciente.Nada puedo explicar de lo que ocurrió entonces, alguna cosa de lo explicado ya me la he imaginado, la verdad, pero sí puedo retomar el hilo de la narración a partir del momento que Engracia abrió los ojos.

-          Cuando desperté, estaba en el mismo sitio, pero ya no había cables ni pinzas. Sólo estaba atada y tenía las piernas abiertas. Sentí las embestidas de David, el más joven, pero no noté nada en mi coño ni en mi culo. Noté que me estaban metiendo algo por abajo pero no sentía dolor ni placer,… Cuando tuve fuerzas, levanté la cabeza y vi cómo el tío aquel me estaba follando a lo bestia. El viejo y la dama gris discutían a su lado.

La fiesta había decaído. Cuando la víctima pierde toda capacidad de sufrimiento, no tiene sentido seguir torturándola para obtener placer. El más joven, más potente y menos dependiente de los estímulos sádicos, se estaba desfogando tranquilamente con una cópula brutal, pero los otros dos habían perdido todo interés. Estaban negociando y llegaron a un acuerdo para satisfacer al viejo pervertido.

-          Cuando acabó el cabrón aquel y me la sacó, me soltaron y me arrastraron hasta un madero enorme. Colgaron una cuerda por arriba y vi lo que iba a pasar. Me iban a ahorcar para acabar la fiesta. Me subieron a un banco y me pasaron la cuerda por el cuello. No me ataron las manos, eso me extrañó. Además yo tenía los pies en el banco y no me estaba asfixiando.

Pero aquello era sólo el principio. Sintió una patada y un tirón terrible. Estaba colgando y ahora sí que se ahogaba. No cayó de una altura, por lo que era poco probable que se hubiera roto el cuello, pero sintió la cuerda clavarse en la carne y se sujetó a ella con las dos manos desesperadamente, buscando con sus pies el suelo en un aleteo macabro.

El viejo miraba la escena acariciándose la verga con delectación. Los espasmos desesperados de la joven pelirroja tuvieron la virtud de provocarle una gran erección en pocos minutos. Los que tardó  en acercarse a la ajusticiada y sujetarla por las piernas, abriéndolas a viva fuerza. Alguien le acercó el banco y se subió a él para poder penetrar el ano de la cautiva. Era su objetivo desde el primer momento. Forzó las piernas hacia arriba y colocó su pene bien erecto a la entrada del orificio oscuro. Pidió lubricación a la dama y ella se inclinó para lamer el agujero salado y tembloroso de la muchacha y chupar con deleite después el miembro durísimo del viejo. La mujer salivó abundantemente para lubricar mejor el pene y el ano, y la saliva se derramó sobre sus grandes senos. Ella se la fue extendiendo con las manos, frotándolas con vigor. Después asió el pene y lo guio hacia su objetivo. Entró con bastante facilidad, para sorpresa de Engracia.

-          Creo que aquella máquina del demonio me dejo abierto el agujero del culo. Me entró como si nada. Nunca me había pasado esto. No me dolía ahí, pero los brazos no me aguantaban y el cabrón aquel me soltaba para hundirme la polla hasta los huevos y la cuerda se me clavaba en el cuello y me ahogaba.

Durante quince minutos, Engracia padeció el tormento de la ahorcada. El viejo estaba fuera  de sí, bramaba como un cachalote y casi acaba ahogando a su víctima en el momento de correrse, ya que se le olvidó  por completo sujetarla y tuvieron que acudir los otros cuando la cara de la muchacha había adquirido ya el color de una berenjena.

-          No sé muy bien qué pasó hasta que me desperté en mi camastro otra vez. Seguro que habían pasado algunas horas. Me dolía el culo, el cuello, los pezones,… Acabo antes si te digo lo que no me dolía.

Engracia se dio la vuelta para dejar que el sol acariciara sus nalgas y sus piernas así como su espalda.

-          Vamos, ponme la crema por detrás que no me quiero quemar. – me dijo entonces y a mí me dio un escalofrío.

-          Claro, claro. - Dejé el bolígrafo y me acerqué a mi anfitriona. Metí los dedos en la crema y empecé a extenderla por los muslos y las pantorrillas. Los pies también recibieron su dosis. ¡Con qué gusto frote sus plantas y acaricié sus dedos!

-          ¡Basta, que tengo cosquillas! – Me ordenó mi dueña con voz desabrida – Ponme en el culo.

Con sumo gusto cumplí su encargo, sin saber si debía o no extender los masajes a sus orificios, ahora tan próximos a mis dedos. Probé a hacerlo tímidamente y, viendo que no había resistencia, procedí a penetrar ambos agujeros con mis dedos embadurnados. Sin vacilación en la voz, mi amiga continuó su relato, abriendo levemente los muslos para facilitar mi labor.

-          Había pasado muchas horas ya en aquella casa. Estaba molida, destrozada… Pero los que me habían secuestrado no habían podido aún disfrutar de mí.

Mum y Pito entraron en el cuarto sonrientes y felices. Todo había salido bien finalmente. La muchacha estaba vivita y coleando y ellos habían podido cobrar su paga. Era el momento de celebrarlo y ¿qué mejor que hacerlo con su propia víctima? Engracia notó que habían bebido. Pito se vino directamente sobre ella y arrancó la sábana para contemplarla a sus anchas una vez más.

-          Estaba ya empalmado cuando se quitó el pantalón. Me mandó que se la chupara sujetándome del cuello. A mí ya me daba todo igual y empecé a hacerlo con toda la fuerza que me quedaba. La mujer, Mum, también había bebido y estaba bien caliente.

Durante más de media hora, la pobre pelirroja se tuvo que turnar en lamer la vagina de una y chupar la verga del otro. Mientras su boca estaba ocupada, su culo dilatado y su inflamada vulva recibieron las atenciones de la polla de Pito, que debía haber tomado una caja de viagra, ya que fue coleccionando orgasmos sin aparente fatiga ni ablandamiento de su enorme miembro. Recorrió los dos orificios una y otra vez regándolos de semen y lanzando unos bramidos de oso polar cada vez que convulsionaba en las entrañas de la pobre chica. Mum era menos escandalosa, pero demostró que era bastante más sádica que su compañero. Una gorda verga de silicona le ayudó a profanar los agujeros de su prisionera con mayor comodidad y de forma más feroz que lo hizo Pito con su pene natural.

-          Cuando ya casi perdí el conocimiento, se cansaron y volvieron a vestirse. Me pusieron un chándal y me obligaron a tomar unas partillas. Y ya no recuerdo nada. Me desperté en un parque cerca de casa de Carlos. Iba descalza y no llevaba bragas ni sostén.

Engracia llegó como pudo a su domicilio habitual. Le habían dejado las llaves y la cartera en el bolsillo. Ni rastro de Carlos. Puso la tele. Habían transcurrido dos días y medio. Era lunes. Se duchó y revisó todas las señales de su cuerpo. Ni rastro de semen o de sangre. Sus nalgas y su espalda estaban llenos de pequeñas erosiones y su vagina y su ano parecían dos tomates maduros, rojos e hinchados. ¿Qué podía denunciar? ¿Cómo demostrar que no se había sometido voluntariamente a una sesión de sado suave?¿Le convenía acudir a la policía y llamar sobre ella la atención de ésta? La respuesta era claramente no. Se tomó un ibuprofeno, se puso crema hidratante   y se fue a dormir.

-          Para de meterme los deditos, que si me corro por la mañana, luego me duele la cabeza todo el día – me indicó sin alterarse. – Ya he tomado el sol bastante por hoy, que no quiero que me salga un cáncer de piel.

Se levantó de un salto, es más ágil de lo que parece, y se envolvió en la toalla. Me sequé las manos con la punta de ésta y me puse a escribir. Se me pasó la mañana sin sentir. Engracia no apareció hasta la una, otra vez con su camisón y sus chanclas brasileñas. Me preguntó si tenía hambre y encargó unas pizzas, ya sabemos de su afición a cocinar.

Dos horas después, mientras nos comíamos las dos margaritas, picoteábamos una ensalada de bolsa y nos bebíamos unas cervezas, Engracia pudo leer ya el primer borrador completo de la historia, El título de “Engracia Divina” le pareció muy logrado, aunque no entendió el doble sentido hasta que se lo expliqué. También se hizo un lío con la doble técnica narrativa de primera y tercera persona. Le dije que era un recurso creativo que utilizaba Carlos Fuentes en “La muerte de Artemio Cruz”, pero no le convenció mucho al principio. Al final, se acostumbró y dijo que estaba bien, pero que procurara cambiarlo para la próxima. Prefiere que utilice sólo la primera persona, como en la novela picaresca, dándole cariz de falsa autobiografía; Lo tendremos en cuenta.

-          Me he excitado un mazo con esto – comentó – y ahora sí que puedo correrme sin que me duela la cabeza después, así que ya puedes empezar con los postres.

Y se arremangó la camisola, mostrando la ausencia de ropa interior. La vulva brillaba con la humedad, lo que me llenó de orgullo. Excitar a las mujeres escribiendo no es lo mismo que hacerlo con besos, caricias y poderosas penetraciones, pero puede ser un buen sucedáneo para el ego de los varones maduros.

Se sentó en el borde de la mesa delante de mí y dejó caer las chanclas para poner directamente sus pies en mi regazo, haciendo que mi pedazo de carne favorito se hinchara y latiera excitado.

El gusto de los flujos de Engracia no era el mismo que la noche anterior. Se notaba que hacía muchas horas que no remojaba aquella zona, ni la enjabonaba. Los líquidos de las mujeres maduras son potentes, como un caldo concentrado de pescado y marisco, mejillones, bacalao,.. no sé. Es difícil de describirlo. Si tenéis acceso a una de estas señoras, haced por llegar a este grado de intimidad y disfrutaréis de  una de las experiencias sexuales más intensas que personalmente recuerdo, en mi limitada experiencia.

Engracia se corrió aparatosamente en mi boca. Mi lengua no paró de vibrar hasta que ella cerró los muslos y retrocedió, con demasiados estímulos en su rosado clítoris.

-          Me has dejado hecha polvo – comentó con voz fatigada – pero me ha encantado. Como me pensaba, eres un amante muy entregado.

No me besó en la boca, ya había advertido que le molestaba morrear, pero rozó mi oreja con sus labios mientras me acariciaba el pelo, y eso resultó tan agradable como un beso con lengua. Consideré llegado el momento de volver a disfrutar de un buen orgasmo de la manera y el modo que mi anfitriona decidiera proporcionarme. De momento, me apoderé de uno de sus robustos senos y empecé a succionar suavemente el pezón que se había endurecido con su clímax.

-          ¡Para, mamón! – me apartó de forma desabrida – Yo ya tengo bastante por hoy. Si esperas un momentito, tendrás tu premio.

Miró la hora en el reloj de pared. Hizo un gesto de impaciencia y consultó su móvil. Entonces sonó el timbre de la puerta.

Volví a subirme la cremallera de la bragueta y a abrochar el cinturón, que ya tenía yo en posición de apertura inmediata. Engracia murmuró algo que no entendí y fue a abrir la puerta. Oí voces, risas, besuqueos… y una pequeña diosa latina hizo su aparición en el umbral de la cocina acompañada de la dueña de la casa.

-          Bueno, Anejito. Lo prometido es deuda. Aquí tienes tu premio. Te presento a Yasmín.

Me quedé todo de piedra, a excepción de mi pene, que perdió toda su firmeza al enfrentarse a aquel inesperado desplante. Mi anfitriona consideraba demasiado fatigoso o molesto darme satisfacción sexual y había recurrido a una de sus acólitas para reemplazarla en aquellas funciones. Aquello me decepcionó en grado sumo.

-          Hola, cómo te va? – preguntó la mujer con acento indefinidamente centroamericano. Me extendió la mano, que estreché con poco entusiasmo y me pareció diminuta aunque enérgica.

-          Bien, gracias… Esto, Engracia, ¿podemos hablar un momento? – Procuraba no ser descortés, pero no podía aceptar aquel apaño así por las buenas.

-          Claro. Yasmín, sube al cuarto rosa y prepárate que ahora viene – dispuso la señora con naturalidad. La pequeña meretriz salió haciendo mohines de coqueta y tambaleándose sobre los enormes tacos.

-          Engracia – empecé cuando pasaron unos segundos – Esto no es necesario. Yo ya estaba contento de que acabáramos como ayer en el yacusi. Pero contigo, no con tu amiga, o lo que sea…

-          Es mi amiga y una de mis chicas.

-          No quiero que me interpretes mal. Es una chica encantadora, pero a mí me atraes tú.

Engracia me miró con una expresión socarrona, pero no exenta de ternura. Negó con la cabeza y lanzó una risotada de las suyas, enérgica y explosiva.

-          Los tíos sois la hostia, de verdad. ¿Eres un romántico o eres gilipollas, o las dos cosas, que es lo más frecuente? No voy a tener nada contigo, métetelo en la cabeza. Que me comas el chichi cuando me apetezca o que yo te haga una manuela en la bañera para aliviarte, no tiene nada que ver con el amor. Ahora vas a subir con mi chica, le vas a echar un polvo salvaje y te vas a ir para Valladolid hasta que te necesite de nuevo, ¿de acuerdo?

Poco importaba mi respuesta, ya que, mientras hablaba, Engracia me había arrastrado del brazo y me empujaba ya hacia los primeros peldaños.

Así que me resigne a mi suerte y subí la escalera como si fuera la del patíbulo, tal era mi desasosiego. Es el momento de confesar que tengo problemas con el sexo de alquiler. Nunca he pasado por el trago de ir con una prostituta a satisfacer mis bajas pasiones. No me entendáis mal. Seguro que, si hubiera nacido en los años 20, me hubiera hinchado a frecuentar los prostíbulos, pero en plen o siglo XXI o finales del XX, se me hace grotesco, atenta contra mi ego, mi autoestima, ¡yo que sé!... Me da corte. Que conste, ni me repugnan las putas ni tengo prejuicios morales. Simplemente, no me parece admisible pagar por tener sexo.

Seguramente no me iban a cobrar, ya que se trataba de un “regalo” , pero la idea de que Yasmín tuviera que soportar mis caricias sin la menor motivación afectiva o fisiológica, me hacía perder la ya precaria erección que había atesorado durante aquella jornada repleta de evocaciones eróticas.

Con todo, empujé la hoja de madera pintada de rosa y entré en el espacioso cuarto del primer piso. Todo era blanco, rosa o granate en aquella estancia. Las sábanas y las cortinas, de este último color, blancas las paredes y el suelo de piedra y rosas las alfombras, tapizados y marcos de los cuadros, algunos de bastante valor, observé.

Y en el centro, sentada en la cama, Yasmín me esperaba desabrochando la hebilla de su sandalia de tacón. Ya no llevaba la falda, aunque sus muslos cruzados no me dejaban comprobar si tampoco llevaba puestas las bragas. Aún vestía la camisola burdeos que la cubría, como un vestidito corto, hasta el inicio de las piernas. Con un gesto natural se sacó el vestido por la cabeza sin levantarse y quedó completamente desnuda ante mí. La cirugía mamaria a la que se había sometido sin duda hacía innecesario el sujetador, al parecer. Como dos perfectas pelotas de balonmano, sus pechos se erguían amenazando desgarrar la piel que los cubría. En ella se identificaban surcos confluentes en el pezón, vestigios de las mamas blandas y pendulares que el cirujano había transformado en unas soberbias cúpulas, duras como panes de kilo.

El contraste del cuerpo esquelético de Yasmin, sus estrechas caderas y sus extremidades poco musculadas, contrastaba vivamente con sus senos grandiosos. No supe de entrada si aquel contraste me repugnaba o me excitaba, o las dos cosas, que uno ya tiene experiencia en lo que a parafilias se refiere.

-          ¿Piensa venir aquí y follar conmigo o va a pasar la media hora mirándome las tetas con esa cara de sonso? – Me recriminó muy seria.

-          Perdona, Yasmin. Es la primera vez que veo unos senos así al natural. Son… Impresionantes.

-          Pues ven aquí a probarlos, que no muerden. Tú sí que puedes morderlos, mira – y se pellizco fieramente los pezones, estirando la piel y haciendo que se hincharan agradablemente, para demostrar que, a pesar de las prótesis, seguía teniendo sensibilidad.

Lo cierto es que la parte más sexi de la muchacha era para mí la cara, mira por dónde. Bueno, eso es lo que pensé hasta el momento en que se abrió de piernas, dejando a la vista la vulva más oscura, depilada y voluminosa que yo había visto jamás. Diría que ni siquiera en las incursiones en la pornografía digital que suelo realizar he observado nunca nada parecido. Igual que con las prótesis mamarias, el pequeño tamaño y pocas carnes de la mujercita, hacían destacar aún más sus atributos sexuales, realmente notables, como diría nuestro amado presidente del gobierno si se viera alguna vez en un trance similar.

-          Ven, chico, ven; Ya me había dicho Engracia que eras un poquito raro. Vamos, desnúdate. ¿Te has duchado esta mañana?

-          Sí, pero si quieres vuelvo a…

-          No hace falta. Tampoco quiero que huelas como una geisha. Ahora, a tigre, ni hablar. Vaya, qué pequeñita se te ha quedado. ¿Es que no te gusto? – Y abrió al máximo los muslos mientras se acariciaba sus espectaculares mamas seductoramente.

-          Al contrario, eres una mujer bellísima. Lo que pasa es que no tengo costumbre…

-          ¿De follar?

-          No, eso aún lo hago alguna vez. Lo que pasa es que… No sé cómo decirlo sin ofenderte. Las mujeres lo hacen conmigo porque les apetece…

-          A mí también me apetece hacerlo. Engracia me lo ha pedido y yo no le puedo negar a mi amiga un favor así.

-          Pero es por eso que no me gusta hacerlo contigo. Lo haces como un favor, es como si me cobraras.

-          Como si le cobrara, no, mi amor. Le cobro, le cobro y no crea que es barato. Lo que pasa es que invita Engracia.

-          ¿Así, como si me invitara a una paella?

-          Claro, de marisco con frutitas del mar – se regodeó frotándose la raja y haciendo bailar sus pechos con un bamboleo impresionante.

Para entonces ya estaba yo desnudo del todo y Yasmín se levantó para tomarme de las manos y acercarme al lecho. Sentada de nuevo, procedió a friccionarme el pene con experta mano. Sin saber de dónde venía, un condón rojo apareció entre sus dedos y se ciñó a mi verga en un decir amén. Antes de que pudiera yo pedir alguna cosa en particular, mi pene desapareció engullido por aquella boca tropical y tuve que enfrentarme a aquellos dos grandes y expresivos ojos negros que escrutaban mis reacciones para modular la acción de su lengua, sus labios y su paladar. Sin dificultad engulló todo el cilindro, hasta que el hoyuelo gracioso de su barbilla se incrustó en mi escroto, haciendo estremecerse mis testículos.

-          ¿Te gusta así? – se interesó, sosteniendo con la mano mi incipiente erección.

-          Me encanta, sí. No lo había disfrutado nunca tan intensamente.

-          ¡Ay, mamita! ¡Si parece un libro abierto hablando! – Se mofó de mí, con salero caribeño.

-          Me gustaría pasar ya a… ya sabes.

-          Está bien, papito. No te lo pierdas ahora – Yasmín extendió la mano y la cama empezó a elevarse como en el truco de un mago. Estaba ya a la altura de mi polla tiesa y se detuvo. – Está bien, a ver cómo te portas.

Con las piernas más abiertas que un compás, la vulva sobresalía como un bollito. Se tumbó en la cama. Ahora podía hacer un misionero razonable sin pelarme las rodillas ni destrozarme los riñones dando sacudidas. De pie era fácil darle caña a Yasmín y recrearse con el baile de sus increíbles tetas. No bailaban todo lo que lo hubieran hecho si hubieran sido naturales, pero sus movimientos eran más enérgicos, marciales, casi robóticos. Me corrí en dos minutos, lo reconozco. Fue mi primera vez con una chica de alquiler y os juro que hizo cambiar mis sentimientos al respecto. Aunque lo cierto es que Yasmin es ahora mi amiga, una especie de compañera de trabajo, ya que colaboro en su negocio con mis textos y le he proporcionado docenas de clientes a través de esa web fabulosa.

Una hora después Engracia y Yasmín me dejaban en la estación de Zaragoza y se alejaban en su moderno crossover escuchando a Melendi. No supe entonces que mi vida iba a cambiar a partir de aquel día… pero esto ya os lo contaré en otro momento.