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Granjero busca esposas 2

en Orgías

Por motivos que se me escapan, el procesador de textos de TODORELATOS se carga todos los signos diferenciales de la letra fuente, así que en este relato no haré negrillas ni cursivas ni na de na.  Todo igual, como se ha hecho toda la vida. Tampoco separaré los episodios calientes de los tibios, así que ¡a leérselo todo!  Besitos! Gracias a Siderio por su valoración de la primera parte y a los tres lectores que me pusieron buenas notas. Bueno y a los otros ocho mil que entraron a leer o sólo a mirar, también.

Los días que siguieron podían considerarse como los más felices en la vida de Javier, al menos visto desde fuera. Él ordeñaba las vacas y sus ayudantes le ordeñaban a él casi a diario, aunque seguía pendiente el tema del coito vedado por parte de Azucena.

Sin embargo, los pensamientos del granjero seguían perdidos en las brumas del pasado, enredados en los recuerdos de la rubia platino de pezones cual magdalenas y delicioso encanto. Lucía era su obsesión y ni todo un multirracial harén de concubinas hubiera podido saciar su sed de abrazarla de nuevo.

Cleo, tumbada en bragas sobre una manta y dorándose al sol del mediodía,  le miraba mientras el joven mordisqueaba una pajita pensativo con la vista perdida en las pirenaicas cumbres tan cercanas.

-          Pero ¿tú qué tienes?

-          ¿Yo?

-          Sí, tú. ¿Qué leches te pasa? Estás aquí en medio de la montaña con dos tías que te miman y follan contigo día sí, día también, y parece que te deban y no te paguen.

-          No pasa nada, Cleo. Estoy muy bien con vosotras.

-          Entonces ¿son las vacas? ¿No marcha el negocio?

-          Pse. Para ir tirando, pero no es eso.

-          Pues ¿qué coño es?

En un par de meses, Cleo había abandonado su actitud taciturna y se había abierto con Javier. Le tenía confianza y cariño, a su manera carcelaria y suburbial.

-          Es largo de contar, chica. No te voy a aburrir ahora.

-          Pues no tengo nada mejor que hacer, así que cuenta.

Javier escupió la pajita y pensó un momento antes de hablar. Como buen aragonés a él tampoco le entusiasmaba ir aireando sus penas, pero su amiga estaba interesada en escucharle y eso ya era noticia de primera plana. Al fin se decidió.

-          Hace dos años fue. En Vitoria. Conocí a una chica.

-          Y te liaste con ella.

-          Sí. Una noche sólo.

-          Y aún la recuerdas

-          La volví a ver al año siguiente, en Madrid. Por casualidad, eh. No quedamos ni nada.

-          Y te volviste a enrollar.

-          Sí, pero acabo mal. Nos encontramos en Madrid, en una negociación de empresa y sindicato. Ella era una directiva y yo un delegado. No lo sabíamos ni ella ni yo. Nos pillaron enrollándonos y se lio un pollo de cuidado. A ella casi la echan y a mí me querían pelar los del comité por traidor.

-          Eso parece Romeo y Julieta

-          Sí, un poco. Bueno, el caso es que no nos hemos vuelto  a ver.

-          Y la echas de menos.

-          Mucho. Vosotras dos sois fantásticas, pero no puedo olvidarla.

-          Y siempre estás con esa cara de amargado. Normal.

Callaron un rato mientras Cleo se sentaba meditabunda, liaba un peta y lo encendía. Volvió a tumbarse y le dio dos caladas al porro antes de hablar.

-          Oye, yo sé cómo le podemos sacar partido a tus amarguras.

-          ¿Ah, sí?

-          Le voy a decir a Azucena que estás triste porque no te deja follarla.

-          ¡Oye! No seas borde, Cleo. Deja a Azu tranquila.

-          No estará tranquila hasta que no vuelva a ser normal. Le ha de volver a molar la jodienda, Javi. ¡Si a ella le van los tíos como a un pepero los sobres!. Hay que ayudarla. Prepárate, que hoy se lo digo y me juego veinte euros que antes de una semana se la estás metiendo hasta la empuñadura.

-          ¡Que no, tía! Estás como una cabra. No enredes más.

Pero Cleo ya se había puesto la camiseta y las chanclas y se alejaba hacia la casita que compartían los tres y donde su amiga y camarada del  presidio pelaba las patatas de la tortilla de la cena.

Javier notó al día siguiente que Azu le miraba con insistencia y ponía cara de compasión. Cleo había lanzado la patraña y la otra había picado el anzuelo. Javi la miró también con disimulo mientras cortaba leña. La muchacha tendía la ropa como una diligente ama de casa, su cabellera recogida en una cola colgando hasta media espalda. La vida al aire libre le sentaba bien. A pesar de su blancura impoluta, empezaba a coger colorcito. Había ganado unos kilos en tres semanas y parecía que todos se concentraban debajo del sujetador, porque parecía que la camiseta iba a explotar. Azucena cambió de postura y se inclinó a recoger una pieza de ropa. Bueno, parecía que el culo también había recibido su parte; el pantaloncito blanco de deporte dejaba traslucir las bragas negras y el volumen de las nalgas hacía que las dos prendas se estirasen al máximo. Sin embargo, su cintura continuaba en mínimos, lo que acentuaba más la feminidad de su silueta, hasta hacerla parecer una de aquellas diosas de la maternidad que nuestros primitivos antepasados modelaban a falta de videos porno con qué pasar el rato en la cueva.

Las piernas de Azucena eran algo cortitas para su altura, pero marcaban unas curvas encantadoras en los muslos y las pantorrillas, los tobillos finos y los pies perfectos que siempre llevaba desnudos aún fuera de casa, pisando la tierra y la hierba.

Javier dejó de mirar porque no es conveniente distraerse tanto manejando un hacha y se le estaba poniendo la polla como el mango de la herramienta mirando a su huesped.

Ese sábado Cleo preparó el escenario para consumar aquel segundo desfloramiento. La vagina de Azu debía de estar cerradísima después de tantos años sin uso. Apenas le dejaba a ella meterle un dedo y ya empezaba a hacer aspavientos. La lengua era otra cosa, eso sí que se lo dejaba meter, pero, claro, una lengua es una lengua y una chorra es una chorra. Tenía que dilatarla un poco antes del coito, porque el aparato que se gastaba el granjero no era ninguna tontería y podían fracasar en razón del volumen a la primera de cambio.

También preparó Cleo una botellita de orujo que había comprado en el pueblo el domingo anterior. La puso en el congelador junto con tres vasitos. Nunca bebían algo distinto de vino tinto peleón y alguna birra, así que aquel aguardiente podía resultar explosivo.

Aquellos tres días evitaron los encuentros sexuales, se supone que para reservar fuerzas. Por unas horas Javier aparcó sus nostalgias ante la perspectiva de culminar el acto con Azucena, perspectiva que hubiera dejado sin dormir de excitación a cualquier varón heterosexual, os lo puedo asegurar.

Y al fin llegó el sábado sabadete, ordeñaron las vacas, que no entienden de fiestas, se puso Javier la camisa blanca y se fueron en la furgoneta a comer a la fonda como primer paso en la preparación de lo que vendría. Iban los tres nerviosos, sabedores del trance que se avecinaba, poco convencida Azucena, preocupado Javier y ansiosa Cleo por ejecutar sus planes terapéuticos.

A mitad del camino los paró la guardia civil, es decir, Angel y Jesús, dos chavales de veintiséis y veintisiete años, que vigilaban la zona y se aburrían de lo lindo tan lejos de terroristas musulmanes, murcianos atropellados por el AVE, pensionistas indignados con el gobierno y separatistas con barretina, a quien sacudir.

Lejos de la acción, los dos robustos mocetones habían cambiado el “a por ellos” por el “a por ellas” y no pasaba día que no se acercaran por la granja de Javier desde que las dos ex presidiarias la habitaban, cuando antes sólo la visitaban de uvas a peras, a echar una plática con el dueño y llevarse un par de quesos que Javier les regalaba con gusto ya que, aparte de su aire marcial y algo asilvestrado, eran dos pedazos de pan.

-          ¿Dónde van los granjeros a estas horas?

-          Vamos a comer a la fonda, Angel. He invitado a las mozas porque hoy es un día especial. ¿Os apuntáis?

-          Ya comimos Javier. Buenos días, chicas. Jesús ¿No tenías una cosa para Azucena?

-          No la tengo aquí. Es que no sabía que nos íbamos a ver.

-          ¡Anda! ¿Y qué me has comprado, Jesús?

-          Nada, nada. No he comprado nada. Es una cosa que encontré por casa de mi madre y pensé que te gustaría.

-          Bueno, ya me la traerás a la granja.

-          Sí, sí. Mañana a la tarde pasaremos.

-          Pues, venga, hasta mañana, picoletos.

Javier había cogido cariño a aquellos dos chavales de aldea que habían trocado la azada por el subfusil y el mono por el uniforme verde.  ( ya no digo la boina por el tricornio, puesto que uno y otra han caído en desuso).

Pidieron codillo al horno, entrecot y flan de huevo, aunque Cleo prefirió conejo al ajillo por respeto a las amadas vacas que les daban de comer y viceversa.

De vuelta a casa, pusieron la tele y se sentaron los tres en el sofá. Cleo sirvió las copas de orujo y unas galletitas y comieron y bebieron mirando Wonderwoman, que era un personaje muy del agrado de Cleo.

A las seis, Javier salió a dar una mirada a las reses y Cleo condujo a Azucena al dormitorio grande. Dejó Youtube en marcha con música de Rianha y Beyoncé y se llevó la botella de orujo y las copas.

Cuando el hombre volvió, dejó las botas a la puerta y se lavó las manos. Unos gemidos le atrajeron hacia el cuarto de las chicas. Azu estaba ya tendida boca arriba, como Dios la trajo al mundo y con su amiga en camiseta y sin bragas comiéndole la chirla con una fruición desmedida.

-          Mira Javi: Estoy probando el orujo a la marinera. Ven a darle un tiento.

Azucena se había tumbado con las manos detrás de la cabeza y los codos bien abiertos, lo que permitía distinguir algunos pelillos rubios que decoraban sus sobacos sin restarle pizca de gracia y atractivo. Su postura era la de “me dejo hacer lo que queráis”, ya que los muslos se separaban también hasta dejar los pies a ambos bordes de la cama. Las plantas de éstos no estaban lo limpias que debieran, pero era el tributo que había que pagar por disfrutar de la visión permanente de aquellos maravillosos pies desnudos todo el día.

Cleo había puesto una toalla grande debajo del culo de Azu y se dedicaba a dejar resbalar el aguardiente desde el monte de Venus hasta el arroyo de Afrodita, que queda un poco más abajo. Allí se mezclaban los abundantes jugos vaginales con la bebida espirituosa y la saliva burbujeante de la rapada aprendiz de bruja.

Javier llevaba tres meses haciendo cosas que jamás se imaginó, desde dejarse atar de pies y manos para follar hasta hacérselo con dos mujeres a la vez. Ahora, degustar aquel brebaje, iba a ser un escalón más en el ascenso al éxtasis o en la rodada al abismo, según cada uno lo mire.

Se quitó la ropa y se lanzó decidido.

-          Pues sabe muy bien – aseguró después de darle cuatro buenos lametones a la frondosa vulva de la rubia malagueña.

-          Ya te digo. Venga pruébalo tú, Azu.

Y se abocó a morrear a su amiga traspasándole parte del combinado para que se acabara de entonar.

Javier estaba ya de rodillas entre las piernas de Azucena, pero no se decidía a acercar su verga al objetivo. Cleo le hacía señales de que atacara, pero él seguía indeciso.

-          Voy a lavarme el chocho, que me pica – dijo la rubia levantándose de golpe y dejando a sus amantes con dos palmos de narices y de lo que no son narices.

-          Yo creo que no está a punto.. – Opinó Javier – Dejémoslo correr, venga.

-          ¡Que no, tonto! Claro que está a punto, pero es verdad que mejor te pones tu debajo y la dejas que se empale ella solita.

Y con rapidez tomó Javier la posición indicada y le dio un trago a la botella para darse ánimos.

De vuelta del lavabo, Azucena vio el cambio de postura propuesto y pareció entender las intenciones de sus compañeros, ya que se puso encima del chico, de rodillas y con las piernas abiertas, a un palmo del acoplamiento, pero sin acercar el ascua a la sardina, que a estas alturas parecía ya una anguila desmedida, coleando en busca de alimento.

Con mucho cariño, Cleo abrió una bolsita de la que extrajo un condón rojo, lo desplegó un poco y lo colocó en posición en el lugar correspondiente. Al mismo tiempo, acarició los testículos de Javier para mantener su excitación sin aumentarla en exceso mientras ejecutaba la maniobra protectora.

A diferencia de Cleo, Azu no estaba libre del riesgo de embarazo. La pequeña cabeza pelada había quedado estéril tras un aborto provocado a los quince años, circunstancia que sus compañeros desconocían, aunque Javier estaba informado de la infertilidad de su empleada y de la ausencia de enfermedades transmisibles.

Con gran parsimonia, Cleo rodeó la cintura de su amiga con el brazo izquierdo, mientras la morreaba apasionadamente y empezó a hacer que se aproximara al objetivo. Mientras, con la mano derecha sostuvo el mismo bien tieso y apuntando al techo para facilitar la penetración.

Javier colaboró a la motivación amasando las tetas de la rubia, tarea ésta de lo más agradable, dado el tremendo volumen que habían adquirido sin perder apenas su dureza y esfericidad, aunque la gravedad las atrajera inevitablemente unos centímetros más cerca del suelo que un mes atrás. Se ensañó particularmente en pellizcarle los pezones, cosa que sabía la ponía loca.

Así, pasito a pasito, pulgada a pulgada, la vulva rizosa se fue acercando a la polla enfundada hasta que el glande contacto con los labios mayores. Era el momento más delicado de la operación y Cleo y Javier se esmeraron en evitar precipitarse y hacer el deseo insoportable, sin que Azucena tuviera otro alivio a su alcance que frotarse contra la verga.

Así empezó a hacerlo y antes de dos minutos ya estaba el capullo repicando, cual badajo dentro de la campana, en las paredes externas de la vagina. El resto fue coser y cantar. A cada nuevo repique, la polla ganaba unos milímetros en su viaje al fondo del coño. Azucena empezó a gemir y a emitir sonidos roncos. Negaba con la cabeza pero asentía con el culo, de modo que  ella misma se fue clavando la verga, hasta que sus nalgas rozaron los hinchados cojones de Javier.

Obtenido el éxito en la empresa, sólo faltaba reforzar el logro proporcionando una buena corrida a la rubia. Y a ello se dedicaron los dos esforzados terapeutas, él a golpe de cadera y ella, frotando con sus dedos el pequeño pero sensible clítoris y el ano de su amiga.

Y al fin llegó el éxtasis, que fue particularmente escandaloso y se alargó en el tiempo más de lo razonable, ya que, cuando empezaba a menguar, sobrevino el orgasmo de Javier, que llevaba aguantando demasiado y se corrió copiosamente y con espasmos tremendos, provocando la prolongación de la corrida de Azu, que pareció quedar inconsciente, derrumbada sobre el torso del chaval.

-          ¡Azu, Azu! ¿Estás bien? ¡Dale la vuelta, Javi, que se ha desmayado!

-          ¡¡Azucena!! ¡¡Por Dios, Azu!! ¡Abre los ojos! Espera. Ya está bien. Respira. Menos mal. Ya abre los ojos.

-          Tía, que susto me has dado. SI te llega a pasar algo…

-          Estoy bien… Es que hacía tanto tiempo que no me corría así, que creo que se me ha parado el corazón un momento.

-          Pero ¿Te ha gustado?¿No te he hecho daño con el miembro ni nada?

-          ¿Qué dices del miembro, capullo? A nosotras no nos hables así, que somos de pueblo.

Cleo había recuperado el buen humor y estaba loca de alegría por el éxito de sus planes, más allá de lo esperado. Se tumbaron a ambos lados de Azucena y se pasaron la hora siguiente besándola, acariciándole las orejas, mamando cada uno de una teta como Rómula y Remo modernos y felicitándola por su sexualidad vaginal recuperada.

Una semana después Azu y Cleo caminaban de vuelta del pueblo. donde habían ido a comprar tabaco y cerveza. El verano se enseñoreaba ya de las montañas, aligerando de ropa a las mozas y bruñéndoles la piel con los dorados rayos del sol. Javier se había ido a Zaragoza con la vieja furgoneta y volvería al día siguiente con su hija, Pilar, que ya estaba de vacaciones y pasaría en la granja quince días.

-          Ahora nos tendremos que cortar un poco, con la niña merodeando por aquí. Lástima, ahora que vuelves a follar como Dios manda.

-          Sí, Cleo. Estoy más contenta que un niño con consola nueva. Gracias a Javier y a ti he recuperado mi sexualidad. Vuelvo a disfrutar de que un tío me la meta ¡y eso es muy grande, joder!

-          Ya se lo decía yo a él, que lo necesitabas. Tú eres mucho de tener un tío para ti sola de vez en cuando

-          O dos, o tres,..

-          Bueno, ahora no te vuelvas loca, que yo quiero mi cachito de Azucena en exclusiva.

Las dos expresas se abrazaron calurosamente y se dedicaron un apasionado morreo que dejó sin habla a una casta paloma torcaz que, desde una rama, espiaba sus movimientos. Reanudaron la marcha y la plática después del alivio pasional.

-          Ahora quiero hacerlo con otro chico, Cleo.

-          Pues por aquí va a ser complicado, me parece a mí…

-          Hay candidatos a la vista…

-          No caigo. A ver, que piense… ¡No! ¡eso sí que no! ¿Uno de los picoletos?

-          ¡Bingo!

-          ¡El rubio! ¡Quieres tirarte a Angel!

-          ¡Bingo y bingo!

-          ¿Te los vas a tirar a los dos?

-          ¡Ja, ja, ja!¡Si puedo, ya te digo yo que sí!

-          ¡Que pocos escrúpulos! Cinco años en chirona y nada más salir, ¡venga, pelillos a la mar y a follar con los bofias! ¡Como se enteren de dónde venimos…! ya los has visto tú irnos detrás como ahora.

-          ¡Antes de que se enteren nos los vamos a cepillar, niña! Que después de tanta sequía, tengo el chocho apelmazado y me lo han de engrasar.

Parece mentira, lectores y lectoras, cómo cambia la cárcel a la gente. Azucena, una tímida cajera del  super, era ahora una barriobajera sin escrúpulos, una mala pécora de la pradera. Será por la cosa de la reinserción…

-          Cleo

-          ¡Qué?

-          Que no me puedes fallar, tía.

-          ¿En qué?

-          A hacérnoslo con esos dos con esos dos. Si estoy sola, se cortarán, mientras que si les entramos las dos,…

-          ¡Hostia, Azu! ¡Tienes unos ovarios como dos balones!¡Una mierda para ti si te crees que voy a hacerte de pareja con esos dos paletos! A mí no me van mucho los tíos, pero los de uniforme, ni harta vino.

-          Chica, que el uniforme se lo quitamos en un periquete…

-          Son dos garrulos hinchados de testosterona

-          ¡Ay, no digas eso que me pongo cachonda! ¡Venga, Cleo! Que es un favor que te pido. Verás cómo te lo acabas pasando bien.

-          Mira, yo tonteo un poco, pero tú te los chingas a los dos. A mí que no me vengan esos cazurros agitando la porra, que se la corto y se la meto por el culo.

-          ¡Eres un sol! Gracias

-          Y ¿cuándo piensas celebrar el “party”?

-          La verdad, esta tarde sería ideal, porque Javier no está y ellos se pasarán hacia las seis, como cada día, a hacer su ronda.

-          ¿Ahora? ¿Vas a follártelos ahora? Yo no estoy preparada, tía…

-          Cleo, ¿no dices tú siempre que comer y follar todo es empezar?

-          De acuerdo. Pero de meter, contigo y se corren y se van, que no vuelva Javier y nos pille en plena jodienda.

-          ¡Lo que tú digas!¡Te adoro! ¡Eres mi delincuente favorita!

Eran todavía las cuatro, así que tuvieron tiempo de arreglar a las vacas, que daban más trabajo que si fueran cerdos sueltos, y de disfrutar de una ducha rápida después de poner las cervezas al fresco. Luego la tatuada y pelona Cleo se sentó en el sofá y abrió el portátil de Javier.

-          ¿Qué haces todo el día con el ordenador, Cleo? No paras de buscar no sé qué…

-          Son cosas mías…

-          A ver. ¡A quién escribes ese mail?

-          Es una sorpresa para Javier ¡déjame o no te ayudo con los bofias!

-          Cuéntamelo, que yo no me voy a chivar.

-          ¡Joder, qué pesada eres, tía!

-          Te como el coño un ratito si me lo cuentas.

-          Vas más caliente que una plancha, Azu. Me parece que hemos creado un monstruo.

La rubia se había arrodillado ya ante la skin y le apartaba con dedos hábiles la tira de las bragas, dejando expuesta su vulva.

-          Ya te toca depilarte. Te salen unos pelos muy fuertes aquí abajo.

-          Pues si te pica, no me lo chupes ahora. Ya me depilaré mañana.

-          No me molesta, Me da morbo, parece la barba de un tío.

-          ¡Cómo estás, chica!

-          Venga, cuenta que si no, paro de lamerte.

Azucena se recogió su gran melena rubia para facilitar la operación. Después de la ducha, se había quedado vestida sólo con la camiseta de tirantes amarilla, prescindiendo del sujetador, y un pantaloncito de bikini negro. Iba descalza, como siempre hacía dentro de casa o en los alrededores. Los lengüetazos empezaron a humedecer la rajita de Cleo y sus grandes labios. Entró en el juego sin resistencia, le gustaban demasiado las caricias delicadas y femeninas de su amiga.

-          ¡Ay! Cuidado con el botoncito que lo tengo muy hinchado.

-          ¡Pobrecita lentejita de mi niña! Tu mamita te la va a curar, mira

Sujetó con delicadeza el clítoris de Cleo entre los labios y le fue pasando por encima la punta de la lengua hasta que oyó los suspiros de placer.

-          Javier no habla nunca de ella, pero hay una tía que lo tiene loco. La conoció hace dos años, me parece. Estoy mirando de buscarla. Ya tengo el nombre y ahora estoy intentando que me den su correo. ¡Hostia, para, que no puedo hablar si me haces eso…!

-          Ya te suelto el botón, tranquila. Mira te meto la lengua aquí, así. ¿Te gusta más?

-          Me gusta más lo otro, pero si me lo haces no te puedo contar nada porque se me van las ideas. Eso era. Ya sé que se llama Lucía y está en Frankfurt, pero ¡cualquiera consigue comunicar con ella! Esa tía es un pez gordo y no consigo que me contesten de su empresa. Encima, como no tengo ni idea de alemán, ni de inglés,..

-          ¿Escribes en español? Pues por eso pasan de ti. Has de escribir en inglés, por lo menos.

-          ¿Y cómo coño escribo en inglés, lista?

-          ¡Pues con el traslator, malaje! ¿No lo sabes usar?

-          No lo había pensado. Sí, lo sé hacer, pero no se me había ocurrido… Eres una genio tú. Oye, vuelve al botoncito que estoy a punto, a punto…

De golpe, Azucena se levanto dejando a su amiga abierta de piernas, mojada y con un palmo de narices.

-          No, no. Ya estás bien así. Ahora que te lo acaben de comer los picoletos.

-          ¡Serás puta! ¡Lo has hecho adrede para ponerme caliente!

-          Ya se oye el Patrol por el camino. Venga, tápate marrana que los espantarás si entran y te ven así.

-          Me la suda que se espanten. Voy a remojarme que esto parece un horno.

Azucena salió al soportal después de soltarse el pelo y reacomodarse las tetas bajo la camiseta para marcar todo el volumen que ya era bastante, por cierto. Se apoyó muy sugerente en una de las columnas de obra vista y saludó con la mano a los dos guardias que ya bajaban del coche.

-          ¡Joder, la Azucena! ¿Has visto cómo está? ¡La madre que la matriculó!

-          Me parece que hoy busca guerra de la buena, Ángel. Si no estuviéramos de servicio…

-          ¿Has traído el collar?

-          Sí. Hola, maja. ¿Nos estabas esperando?

-          No, no, qué va. Es que me acabo de duchar y he salido a tomar el sol un rato. Y vosotros ¿qué? ¿Ya de retirada?

-          No, chica, hemos de seguir hasta las diez. Hola Cleo. Estás muy seria ¿no?

-          Hola Jesús. Ángel.

-          Pasar a tomar un vaso de leche fresquita con canela, venga. ¿qué es eso, Jesús? ¿Es lo que me ibas a traer?

-          Sí. Es una tontería, pero como siempre dices que añoras el mar…

-          ¿Qué es? ¡Anda! Un collar de caracolas. ¡Qué mono! ¿Me lo pones?

Azucena se dio la vuelta, dejando a la vista las dos soberbias esferas de sus nalgas, apenas cubiertas por las negras braguitas.

-          ¿Me lo pones o qué? Venga, que estás distraído.

-          Sí, perdona.

-          Déjame a mí que se lo ponga que tienes los dedos agarrotados, chico.

Jesús dejó el collar en manos de Cleo y se apartó un paso sin poder quitar la vista del cuerpazo de la rubia, que se movía provocativa para acabarlo de arreglar, moviendo innecesariamente los brazos y las caderas para que le pusieran la joyita al cuello.

-          Venga, venir dentro que se hace tarde – dijo Cleo tirando de la mano de su amiga.

-          ¿Cómo trabajáis tanto?¿Hay mucho maleante, o qué? – Azu seguía moviendo el culo descarada caminando delante de los dos guardias civiles.

-          No, no. Es que hemos de cubrir más territorio porque algunos compañeros están en Cataluña ahora – Explicó Ángel – Nosotros también nos presentamos voluntarios pero no nos cogieron.

-          ¿Y qué hacen allí? – Preguntó Azucena que vivía un poco al margen de la actualidad.

-          Pues salvar el país, chica, ¿Qué no miráis la tele?

-          ¿Es eso del barco de los Piolines?

-          Sí, eso es.

Cleo torció el morro al escuchar a Jesús. Ella sí que miraba las noticias y no le hacía ninguna gracia lo que veía.

-          ¿Qué queríais hacer? ¿Ir a descalabrar viejas?

-          Otra que se cree las mentiras de los separatistas. ¡Cómo os manipulan!

-          ¡Venga tira pa dentro y calla, que todavía la vamos a liar!

Cleo acompañó a los dos mocetones al saloncito y les mandó sentarse en el sofá. Azucena llegó con una botella de leche y cuatro vasos y se inclinó a dejarlo sobre la mesa haciendo bambolearse sus tremendas mamas debajo de la camiseta y provocando un bufido de los varones.

-          Pues yo creo que es mejor que estéis aquí y no pegando a la gente – susurró Azucena mientras se arrodillaba ante ellos y les ofrecía los vasos de leche fresca y se pasaba la lengua por los labios.

-          Desde luego, aquí la comida está más buena… – Dijo Ángel dando un traguito a la leche sin perder detalle de las evoluciones de la rubia.

-          Jesús, ven un momento que quiero que veas una cosa – Ordenó Azucena tirando de la mano del rubio muchacho.

Ángel puso cara de disgusto y se acabó la leche mirando a su compañero alejarse de la mano de Azucena en dirección al dormitorio.

-          ¡No te entretengas que tenemos que seguir con la ronda!

-          Oye Ángel ¿Te gustan mis tatuajes? – Cleo tenía que entrarle al mozo y ya tenía un plan para hacerlo.

-          Sí, no están mal. Pero no los he visto enteros, claro.

-          Pues mira, te los enseño – Con un gesto decidido se sacó la camiseta por la cabeza y levanto los brazos, dejando a la vista al siniestro Chernabog y a la amenazante Nagini a uno y otro costado de sus dos gordos y oscuros pezones, que aún estabas tiesos a consecuencia del cunnilingus.

-          … Son muy… espectaculares – el guardia se quedó de piedra ante la exhibición inesperada. La verdad era que Cleo ganaba mucho desnuda.

-          Y mira éste – se puso de pie y se dio la vuelta, mostrando su espalda y el principio de su duro culete, que quedó a un palmo de las narices de un azorado Ángel - ¿Te gusta?

Se trataba de una elaborada estampa tribal, que incluía algunos lirios y espinas. Cleo se puso de rodillas y echó la cabeza atrás, mostrando el laberinto maya de su pelado cráneo.

-          Son preciosos. Bueno, tú eres también muy guapa. No entiendo por qué vas con la cabeza afeitada y con los piercings estos tan agresivos y el dilatador de la oreja. Es como si no quisieras que los hombres se sintieran atraídos por ti.

-          Quizás sólo ciertos hombres. ¿Tú te sientes atraído?

Para entonces Cleo había apoyado la cabeza en la pierna de Ángel y le miraba directamente a los ojos con cara de gata maula mientras empezaba a acariciar su otra pierna a través del pantalón verde oliva, así que era difícil que el muchacho no empezara a estar bajo el influjo de sus encantos demoníacos.

A pocos metros de allí, Azucena se había sentado en la cama delante de Jesús y éste aguardaba expectante por saber qué le iban a enseñar.

-          Jesús, ¿yo te gusto, verdad?

-          Por supuesto. Eres una chica muy simpática y bastante guapa además.

-          Ven, siéntate aquí a mi lado

-          ¿Qué me quieres enseñar?

-          Todo, cielo, todo.

Y la muchacha se libró en un plisplas de camiseta y bragas, quedando sólo adornada con el collarcito de caracolas marinas. El joven, venciendo la sorpresa inicial, se abocó a besarla apasionadamente y empezó a imitarla, despojándose de sus botas y sus pantalones, la funda del arma y el cinturón y sacándose la camisa del uniforme por la cabeza. Quedaron así desnudos sobre la cama. Azucena se detuvo un instante a contemplar a su presa tranquilamente. Era un muchacho rubio y de piel blanca, con las marcas del sol en la cara y los brazos, allí donde el uniforme no le cubría. Vestido con él, aparentaba los veinticinco años que tenía, pero desnudito, no le echabas más de diecinueve. Una fina capa de vello rubio cubría sus piernas y su torso, sus antebrazos y su carita de crío, ya que no se afeitaba a diario. No estaba hinchado de hormonas, como decía Cleo, aunque sí que se marcaban sus músculos. Tenía los brazos y piernas largos, aunque era sólo cinco centímetros más alto que Azucena.

Excluyendo el vello, podía hacer pensar en una estatua griega de un apolíneo adolescente. Bueno, excluyendo el vello y el pedazo de polla que había dejado al descubierto al final de su striptease, que no hubieran firmado ni Fídeas ni Mirón.

Los ojos azules eran su mejor prenda, después de la ya citada, y Azucena hacía vagar su mirada de la cara al carajo, sin saber por dónde empezar.

Después del morreo de rigor, fue él quien tomo la iniciativa. Azu se dejó hacer sin rechistar y pronto tuvo al chico acoplado entre sus muslos.

-          Ponte este condón, amor, que no voy protegida.

-          No iba a ser todo perfecto – se lamentó con una sonrisa el mozo, obedeciendo. De pronto, el preservativo se le hizo un lío entre los dedos..- ¡Hostia, la radio del coche!¡Nos llaman!¡Ángel!¿Puedes ir..?

-          Ahora voy -  contestó el otro con voz entrecortada, ya que Cleo le acababa de bajar los pantalones y había empezado a mordisquearle cariñosamente los huevos a través de la tela del bóxer con los colores, rojo y gualda, de la bandera nacional. Por encima de la enseña, el mástil erecto se había evadido ya de la celda elástica y se agitaba ansioso como la cabeza de un brontosaurio mientras el guardia corría hacia el coche intentando, sin éxito, reintroducirlo en su patriótica prisión..

-          Sí mi sargento. En la vaquería… Sí. Es que… ha habido una denuncia. De robo. Sí… de… de… quesos. Se han llevado los quesos mientras las granjeras estaban en el pueblo. Sí, estamos haciendo el atestado. … Una hora o así, mi sargento. Es que… parece que aún rondan por aquí y las chicas tienen miedo. Nos podemos quedar hasta la hora que haga falta. ¡No, no hace falta que envíe relevo!. Vamos a patrullar la zona. No, no nos alejaremos mucho de ellas, tranquilo mi sargento.

-          Pero tío. ¡Tú eres un crack! – alabó Cleo que se había acercado hasta el umbral de la casa a escuchar las explicaciones del ingenioso guardia.

-          Vamos dentro que como pase alguien, nos echan del cuerpo a los dos – Realmente, los pantalones hasta las rodillas y la polla tiesa y fugitiva del eslip no eran una imagen muy edificante, pero por suerte, la granja era un lugar apartado y poco frecuentado.

Se entraron por tanto a la estancia y Cleo se fue directa al dormitorio llevando a Ángel bien sujeto por sus vergüenzas, que ya había renunciado a ocultar y lucía con orgullo.

Azucena había volteado a Jesús sobre la cama y lo estaba cabalgando desbocadamente, dejando bailar sin freno sus tremendos senos que tenían hipnotizado al muchacho.

-          ¡Virgen santa! – masculló Ángel al ver la escena.

-          Venga, échate ahí tú también – ordenó Cleo dando un buen empujón al guardia.

Tendido sobre la colcha, Ángel contrastaba con Jesús como una castaña al lado de un huevo. El segundo guardia civil sí que parecía consumir anabolizantes por la forma de sus músculos y el volumen de los mismos. Pero su piel aparecía totalmente libre de pelo, incluyendo los oscuros cojones y la no menos broncínea polla. Era moreno de raza, pero los rayos UVA y las cremas se habían asociado a su genética ibera para convertirlo en un auténtico conguito. No era muy alto, más o menos como Azucena, pero su tono de piel y sus hinchados músculos le hacían parecer más bajito.

-          Venga, pelona – Animó a Cleo en tono chulesco – súbete aquí que te voy a poner a cien.

La aludida le miró con ceño crispado. No tenía ninguna intención de dejarse penetrar por aquel morenazo de balcón y rayos uva, pero tampoco quería dejar sola a Azucena con los dos chicos, al menos de entrada.

-          ¿Tú sabes comerte un coño como Dios manda? – le espetó dando la vuelta a la cama – Porque el tema de meterla, lo lleva aquí mi colega. A mí me comes la chirla y, de momento, ya voy servida.

-          No sé si…

-          Tranquilo que yo te guío

Y ya se había sentado encima de la cara del mozo, incrustando sus gordos labios en la boca y su hinchado clítoris en la nariz, que era a la sazón larga y aguileña. Con los pies en el suelo, podía mirar directamente a los ojos del chaval para darle ánimos y rascarle el pelo corto y rizado.

-          Mete la lengua. Así, más adentro, hombre, haz un esfuerzo. ¿Te gusta el sabor? Mira cómo huele – Y echó las caderas adelante para poner su húmedo introito encima de las narices de Ángel. – Ya veo que te gusta – se había girado a mirar y comprobó que el mozo se estaba pajeando a manera con las dos manos, estimulado por el sabor y el olor de los poderosos genitales femeninos.

-          Bien. Te lo has ganado – y dándose la vuelta procedió a acoplarse en el tradicional y celebrado sesentainueve. En esta postura, Ángel podía lamer a fondo el botoncito y la raja, con el inconveniente (o no) de tener el ojete justo encima de las narices, introduciendo así un nuevo estímulo olfativo a su ya exacerbada libido.

Mientras tanto, a pocos centímetros de allí, Jesús había alcanzado el clímax más apoteósico de su vida. Lloraba como un bebe enganchado a las tetas de su amante, que le sujetaba la cabeza y le exprimía la polla hasta la raíz. Ella estaba también llegando al orgasmo con los ojos cerrados y la boca abierta como la de un pez. Las corrientes eléctricas fluían por sus nalgas y subían por su columna hasta las raíces del pelo. Lanzó un tremendo gemido liberador mientras el corazón pareció detenerse unos segundos…. Y otra vez Azucena se desmadejó sobre su pareja que la sostuvo alarmado.

-          ¡Tía! ¿Qué pasa!¡Cleo!¿Qué le pasa a ésta? ¡Ayudadme, coño!

-          Tranquilo, enseguida se le pasa – apunto Cleo dejando de chupar un momento la dura cachiporra.

-          …tranquilos, Ya estoy bien – En un segundo Azucena había recuperado la conciencia y besaba a Jesús amorosamente para tranquilizarle.

-          ¡Joder! ¡Menudo susto me has dado! Se me ha quedado blandita en un instante.

-          Oh, pobrecito. Venga, que Cleo te la va a poner dura otra vez en diez minutos. ¡Cambio de parejas!

Y así se hizo. Cleo dejó su tarea entre las piernas de Ángel que se levantó de un brinco. Azucena se había colocado a cuatro patas sobre la cama, invitándole a un ataque por la retaguardia. Cleo se recostó sobre Jesús, retiró el arrugado condón y empezó a limpiar la pringosa verga con largos lengüetazos. Ángel no necesitaba demasiadas instrucciones. Tomó un preservativo de la caja, se lo enfundó hábilmente y atacó el peludo orificio arrancando un gemido de placer de la garganta de ella. El ritmo del moreno culturista era como un martillo neumático taladrando el pubis ansioso de la rubia malagueña.

Cleo ya se había encaramado sobre el segundo guardia civil y le estaba aleccionando brevemente en el arte de comer coños.

La furgoneta azul, desconchada, maltrecha y renqueante se detuvo justo delante del Patrol de la guardia civil. Eran las nueve de la noche y había refrescado, así que Javier le puso a Pilar el chaquetón antes de bajar del vetusto vehículo.

Una luz mortecina alumbraba los porches desde las ventanas entornadas. La puerta estaba abierta. De pronto Javier percibió la anormalidad en el ambiente. Algo raro pasaba allí. El vehículo policial no era tranquilizador a aquellas horas crepusculares y el granjero hizo un gesto a su hija para que guardara silencio y no se moviera.

-          Pili, espera aquí. No hagas ruido

No había nada a mano que pudiera servir de improvisada arma, pero Javier recordó que junto al acceso principal estaba la pila de leña y el hacha que utilizaba para cortarla. Caminó cautelosamente hasta ella y la tomo aparentando naturalidad para no alarmar aún más a la pequeña. Desde la puerta llamó con voz firme.

-          ¡Cleo!¡Azucena! ¿Estáis bien?

Un silencio conventual fue toda la respuesta. Javier tragó saliva y avanzó con paso firme. Ya no disimuló con el hacha. La blandió con firmeza poniendo la hoja a la altura del hombro. Entró silencioso y tenso sin dar más voces. El aroma le dejó un momento confuso. Olor a sexo. ¿Era eso tranquilizador, o bien todo lo contrario? Sin más echó a andar hacia el dormitorio.

Allí estaban las dos mujeres. Sanas y salvas, aunque desnudas y con gesto de alarma. Cleo se estaba poniendo la camiseta. Azucena, las bragas.

-          ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué hace el coche de la guardia civil ahí fuera?

-          ¡Javier!¡Qué sorpresa! Es que se ha hecho muy tarde, ¿eh, Azucena?

-          Sí, sí. Se nos ha ido el santo al cielo.

-          ¿Y el coche?

-          Es que han robado los quesos – Explicó Cleo en tono poco convincente –Ángel y Jesús están dando una vuelta buscando a los ladrones.

-          ¿Has traído a la niña? – preguntó Azucena ya vestida y aparentando normalidad.

-          ¿Qué han robado los quesos? Pero ¿Qué tontería es esa? Si los bajé todos anteayer a la tienda de Demetrio.

-          ¡Anda, es verdad! Qué tontas, Cleo, No me acordaba…

De pronto, Pilar apareció detrás de su padre, que ya había dejado el hacha sobre la mesa.

-          ¡Qué mona!

-          Bienvenida bonita, Venga dame un beso.

Pilar beso protocolariamente a las dos muchachas aunque luego cogió la mano de su padre y tiró de ella para que la escuchara.

-          Papi. Ahí fuera hay dos hombres.

-          Ya lo sé cariño mío No pasa nada, son guardias.

-          No. Son muy raros. Los he visto salir por detrás de la casa. Llevaban mucha ropa y botas en las manos.

-          ¿Qué dices?

-          Eso, que iban desnudos con la ropa en la mano.

-          ¡Ah, vale! Ahora empiezo a comprenderlo todo – Miró con severidad a las dos mujeres.

-          Papi. Uno de ellos tenía el pito enorme. Así de grande.- Y la nena separo las manos en un gesto propio de los pescadores en los chistes e igualmente exagerado – Es ese, papi. El rubio. Ahora se ha vestido de policía pero iba desnudo enseñando el pito.

Todos se dieron la vuelta hacia donde señalaba la niña. Los dos guardias habían entrado ya vestidos con aire marcial y confiado.

-          Hola Javier, buenas noches - Dijo Ángel que no había oído las palabras de la niña.

-          Hola, majos. ¿Qué, haciendo la ronda?

-          Ya ves – intervino sonriente Jesús – velando por estas doncellas en apuros.

-          Sí, ya me imagino.

CONTINUARÁ