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Un tres de mayo en madrid

en Autosatisfacción

EL INTERLUDIO MÁS TURBATORIO.

Javier entró en su cuarto con sigilo, como si pudiera turbar el descanso de otra persona. Pero estaba solo; Había tenido una regocijante experiencia erótica con su amiga y vecina de habitación Remedios y ahora se disponía a dormir, a descansar liberado de las preocupaciones que le carcomían desde hacía semanas.

Pensó que quizás era mejor darse una buena ducha antes de meterse en la piltra. Se olió las manos y aspiró el intenso perfume íntimo de la madurita murciana. Definitivamente, una ducha le iría de perlas; Aquellos aromas embriagaban, pero podía pillar una buena trompa si los seguía oliendo toda la noche.

La bañera del hotel era pequeñita, según las nuevas tendencias, pero disponía de efectos ciclónicos y un mini-jacuzzi individual. Javier se desnudó y dejó correr el agua tibia por su cuerpo serrano, con insistencia especial en el remoje de sus genitales. Echó mano del gel de baño, generosamente proporcionado por el hotel en un mínimo envase  negro de un sólo uso.

Vertió el fluido en la mano y un escalofrío recorrió su espalda, saltó sobre su culo y estremeció sus testículos. El color plateado del gel le trajo irremediablemente el recuerdo de los cabellos de la muchacha de la media maratón de Vitoria. Mejor sería recordarla por su nombre, pero Javier no lo sabía. Amparo fue como la llamó durante las escasas dieciséis horas que compartieron, las más intensas y felices de su vida. Luego desapareció sin dejar rastro. Ni siquiera un nombre real que mencionar con arrobo. Nada.

Ahora, como cada vez que veía aquel color, una corriente eléctrica recorrió su cuerpo. Dejó fluir el jabón líquido entre sus dedos y resbalar por su vientre. Cuando el reguerillo perlado llegó a su pubis, su verga se irguió como si hubiera olido la proximidad de una hembra receptiva.

Javier ayudó con las manos a que la pasta espumosa contactara con sus genitales y la reacción de éstos fue fulminante. Se endureció la polla como barra de acero, a pesar de su reciente descarga; se hincharon pletóricos los cojones, siempre fieles escuderos del ingenioso cipote y Javier tuvo que parar de frotarlos para recriminarles en voz alta aquellos excesos.

Pero ¿qué pasa ahora con vosotros? ¿No habéis tenido bastante, rediós?

¡Es la evocación de la rubia de la pensión, tío! Respondió el pene encendido, en un diálogo monologado dentro de la cabeza de Javier. No puedo olvidar aquellos pelitos como la nieve y aquel coñito tan estrecho y húmedo, que por cierto tu boca no llegó a probar, observó maliciosa la polla parlante, recordando a su jefe que no había tenido tiempo ni ocasión de saborear el manjar.

¿Quieres decir? A mí me parece que..

Pues que no te parezca. Mientras esa diosa me engullía con aquella boca divina y me pasaba la lengua por la cabeza, tú estabas en éxtasis, pensando cómo la habías conocido, amasándole los gemelos, en lugar de meterte entre sus muslos y hincharte de zumo de chocho ¡Siempre en las nubes, Javier!

Bueno, ya está bien. Acabas de descargarte en una vulva estupenda, una gruta con pedigrí y ya estás soñando con una historia de hace un año. Esto es puro vicio, compañero.

¡Pero, qué vicio ni vició! ¡Menudo hipócrita! Si no paras de pensar en ella. ¿Por qué te crees que me pongo dura cada vez que ves un pelo de ese color? Si ya te calientas hasta con las yayas si no van teñidas, sólo de ver esos hilillos de plata.

¡Venga ya!¡Exagerao..!

Javi, guapo, insistió el miembro entusiasmado, hazme aquello que sabes tú con la mano ¡Sí, coño! Eso que haces con dos dedos como si fueran unos labios y con el otro me frotas como si fuera una lengua…

La polla de Javier era imprevisible. Podía hibernar durante semanas, pero luego cuando se terciaba, emergía triunfante y no paraba de chorrear a diestro y siniestro. Javier se sentía atrapado por el recuerdo y la nostalgia. Hizo con la mano lo que le pedía su pito y cerró los ojos para rememorar el rostro y la boca dulcísima de la amante perdida.

¡Así, así! Se congratulaba la pollita viciosa. Concéntrate un poco. Recuerda cómo eran sus tetas.

¡Joder, si las recordaba! Y el culo. ¡Qué perfección, Virgen Santa! Redondito, duro y flexible. Tuvo que apoyarse en la pared de metacrilato y subió la temperatura del chorro de agua con la mano libre

Qué gustazo, macho, gemía la polla extasiada. ¿Te imaginas cómo será meterla en ese culo? Ya oigo las nalguitas chocar contra nuestra cadera, Chop, Chop, Javier se estaba poniendo como una moto. Llegado a aquel punto ya no podía negarle nada a su larguirucho amiguete.  Juntó sus manos formando un agujero con las bases de las palmas y empezó a puntearlo como si quisiera ir abriendo un esfínter rebelde.

 

 

Sorprendentemente, a menos de un kilómetro de allí, la fantasía de Javier se estaba secando el plateado cabello furiosamente, frotándolo con saña con la toalla para mirar de calmarse.

Lucía se había duchado ya tres veces, no por un exceso de higiene, sino en un intento de apartar de su cabeza los malos pensamientos. La bronca con Rodrigo, su jefe, había sido histórica y ella se consideraba ya claramente perdedora. Después de echarle en cara al tipo la ocultación de datos, el falseamiento contable y la jeta que se gastaba, se había visto desautorizada por la jefa suprema. Habían hablado con la propia Ulrike, que estaba descansando en algún apartado SPA de la Selva Negra, y la consejera delegada la había llamado al orden. Además en alemán, para sonar más autoritaria y para que Rodrigo no se enterara de nada, a pesar de estar siguiendo la conversación por video-conferencia.

Así que aquello era el precio de su opción al ascenso definitivo. “No hagas preguntas y limítate a negociar el cierre. Hazlo bien, Lucía. No la cagues (“Nicht vermasseln”). Te juegas mucho en este asunto. MUCHO! Yo estoy pensando ya en jubilarme y tú eres la persona que el consejo está valorando proponer para sustituirme. Depende todo de lo que hagas ahora, en Madrid. No hay vuelta atrás. O das el paso y te sitúas la primera en la línea de sucesión, o tiras por la borda todo el trabajo y los sacrificios de diez años.”

La arenga resonaba en los oídos de Lucía como las campanadas de un reloj. No había más solución que tirar adelante los planes a pesar del engaño en que la habían tenido y la repugnancia que le causaba saber de los manejos de Rodrigo. O eso, o echar a rodar todos sus esfuerzos de los últimos años.

Se puso el camisón y las braguitas de dormir y se tumbó en la cama. No quería volver a leer los informes. Se los sabía de memoria y nada nuevo le iba a acudir a la mente. Cerró los ojos. Necesitaba dormir. Eran ya las tres y cuarenta. Menos mal que la reunión estaba programada a las doce, aún no entendía por qué.

No iba a conseguir conciliar el sueño. Demasiada tensión. Sólo se le ocurría una manera de relajarse. Metió dos dedos entre sus ingles. Estaba más seca que un bacalao. Se pellizcó los labios, el clítoris,… Nada. No se mojaba. La pura mecánica no serviría. Hacía falta activar su imaginación. Eso le sacaría los malos pensamientos de la cabeza. Ella era muy imaginativa en el aspecto sexual; Necesitaba elaborar complejos escenarios, evocar sensaciones, estimular sentimientos variados y contradictorios para que su chichi se mojara adecuadamente.

Se pellizcó los pezones a través del camisón y emergieron las dos pequeñas madalenas que la naturaleza caprichosa había hecho brotar como rosada cumbre de las dos exquisitas colinas de pan de azúcar. Se apuntaron enseguida a la juerga, hinchándose como globitos,  demandando sensibles pellizcos más fieros.

Necesitaba una situación especialmente morbosa para hacer arrancar su libido.

Infalible, sólo tenía una. Un contexto de sumisión con altas dosis de humillación y vergüenza. Violencia física sin llegar a la agresión sexual. Abuso sin penetración, sólo para obligarla a gozar.  Varios hombres, sí. La horda salvaje. Pero guapos y musculosos, nada de tipos malolientes  y desastrados.

¡Ya lo tenía! Un café-teatro. La conducen cuatro tipos. Uno alto y corpulento va tras ella. La empuja levemente. Siente su enorme falo cubierto con un precioso bóxer Calvin Klein presionando sus nalgas. Otros dos macizos la conducen de las muñecas hacia el escenario. Delante camina el cuarto. Alto y delgado. Viste de militar, o quizás de marino, no está segura, pero tiene un culo magnífico que se perfila bajo el pantalón azul. No ve su rostro.

Han subido al escenario. El señor Pollagorda la sujeta por detrás y se frota ya sin disimulo contra sus posaderas. Los adláteres le levantan los brazos y le uncen las muñecas a sendas correas. Algo tira de ella y la eleva. El hombre de la retaguardia  posa su paquete en la entrepierna de Lucía y le ofrece el firme apoyo que alivia la tensión de sus brazos.

El guaperas del uniforme se da la vuelta. Lleva una máscara que cubre todo su rostro, pero deja su boca al descubierto por un  agujerito y sonríe con sorna cuando los dos ayudantes abren las piernas de Lucía a viva fuerza y la sujetan por los pies y las rodillas, mostrando su vulva comprimida por la braguita transparente. Sin apresurarse, el maestro de ceremonias separa con los dedos la goma y frota los labios mayores. Lucía - real, en su cama, reproduce con su propia mano esa caricia. El hombre imaginario retira los dedos y los muestra a un público que escruta en la oscuridad de la gran sala. Un foco alumbra la mano, húmeda y brillante. “Está mojada como una perra” anuncia el sobador con voz profunda en inglés, para que todos le entiendan. “¡Es cierto!”, constata la Lucía real. “En dos minutos estoy chorreando, ¡qué guai!”

“¡Rómpele las bragas!”, “¡Métele los cuatro dedos a esa puerca!”,”¡Vosotros dos, pellizcadle las tetas; que se hinchen bien esos pezones!” Todo un coro de espectadores lujuriosos se ha lanzado a insultarla y a pedir nuevas y humillantes caricias. Puede distinguir algunas figuras que le evocan personas conocidas sin llegar a identificarlas plenamente. La certeza de que esas voces familiares claman por su degradación le produce una excitación insoportable. Ve la pelambrera blanca de Rodrigo en primera fila: “¡¡Haz que se corra esa zorra!!” brama el fantasma del ejecutivo barceniforme.

Y los cuatro verdugos se aplican a seguir las instrucciones de la asamblea. El más alto sigue removiendo su durísimo pene contra el ano y los labios mayores. Los dos laterales, se esmeran en retorcer los pezones hasta hacerla berrear de gusto y el de la mascarita se ha decidido ya a desanudar los finos  hilos del tanga para dejar expuesto el coño chorreante a la curiosidad morbosa de los presentes.

Lucía-real no tiene manos para reproducir todas las sensaciones que la embargan, pero se esfuerza moviendo sus dedos arriba y abajo. Ahora tiene tres dentro de su vagina y los mueve cadenciosamente, imaginando que el enmascarado la atormenta con una caricia lenta y poco profunda, cuando ella empieza a necesitar sentir un buen trozo de carne llenando su agujero del goce.

Sus sentidos, desbordados, se sumergen ya en la fantasía y empieza a percibir las bocas golosas de los dos jóvenes porteadores, que siguen sujetándola y succionando sus pezones hasta ponerlos morados. El grandote del paquetón se ha librado de sus Calvin Klein y una polla dionisíaca se pasea ya por el sexo mojado sin penetrarlo.

Lucía está a punto de explotar, a punto de descargar toda su tensión y olvidarse de todos sus conflictos. Sólo necesita un empujoncito, una imagen fuerte que la acabe de precipitar por la cuesta de un orgasmo imparable…

Las palmas de las manos, apretadas una contra otra, eran buen sustitutivo  del ignoto recto de la rubia misteriosa. Y la mente de Javier emitía en HD un cuadro perfectamente realista de cómo sería sodomizar a la bella y esquiva muchacha. Puede ver a la ninfa recostada en una mesa escritorio de anticuario, no como la de IKEA de casa de Javier, que se descoyuntaría al tercer envite si él se empleaba con la fuerza que estaba utilizando en su psicodrama de toilette. Se sujeta la rubia a los bordes y gime quedamente mientras abre las piernas hasta tener que ponerse de puntillas para no perder estabilidad. La curva de los senos, aplastados contra la tabla, se asoma por los costados voluptuosamente. Como es natural el rostro de la chica está oculto, pero la cabellera baila una danza psicodélica a cada embestida del asaltante, llevándole a un trance hipnótico.

Cuando empieza a eyacular, el olor penetrante del jabón de baño le inflama los circuitos cerebrales, parece tener la nariz enterrada entre los cabellos plateados de ese fantasma onanístico. La desea hasta el dolor y la ama hasta el orgasmo, o quizás es al revés, pero el caso es que sus vesículas seminales se están vaciando por segunda vez. Pobre es ahora la cosecha. En la vulva de Reme quedó el grueso de sus reservas, pero estos goterones poco consistentes llevan diluida toda la auténtica pasión alimentada por la ausencia.

“Lucía – personaje de su propia fantasía”, está arqueada sobre el colchón, se frota el clítoris a tempo de garrapateas, de niña tocaba la guitarra, y deja libre el subconsciente para que imagine lo que desee, algo que la haga precipitarse en la cascada del orgasmo con mayúsculas que necesita. Y así ocurre: El individuo del uniforme se lanza a fondo con la mano entre las piernas de la prisionera y se quita la máscara para unir su boca con la de ella en un beso absolutamente lujurioso. Lucía, espantada,  abre los ojos para no ver a su amante imaginario, pero el deseo es más fuerte y los vuelve a cerrar para observarlo de nuevo en detalle. La mirada penetrante, la barba, la sonrisa que la derrite y le arranca babas y flujos… Es Javier. Es el chico de la pensión de Vitoria. ¿Porqué siempre vuelve cada vez que ella se corre?¿Porqué no ha podido borrarlo de sus archivos, formatearlo, fulminarlo, evaporar su imagen? Ya no hay remedio. Disfruta de toda la intensidad de su corrida, que sabe que sólo puede alcanzar con la máxima intensidad cuando evoca la presencia de aquel muchachote mesetario. Tras un minuto de agitación y gemidos, de breve reencuentro, de bis a bis virtual en el penal de la memoria, Lucía se derrumba en su lujoso lecho, desmadejada, rota. Intenta dormirse abrazada a la almohada, pero dicen, dicen, dicen que comer y rascar todo es empezar. En el caso de los varones, ya lo sabéis vosotros distinguidos lectores machos, después de una o dos erupciones seminales en solitario, ya puedes ir rascando que la fiesta ha concluido, pero no pasa igual con las hembras, y más si son jóvenes y sanas y llevan semanas sin gozar de su cuerpo.

Así que Lucía siguió fantaseando con la imagen de Javier bailando en su memoria, ahora masajeando sus piernas, después follándola amorosamente a la orilla de una playa caribeña. Eran más de las seis cuando se durmió con el dedo entre las piernas

A un kilómetro de allí Javier también se había dormido hacía tres horas. No supo porqué se había masturbado en la ducha pensando en la rubia misteriosa; No era algo habitual en él. Al cerrar los ojos, un instante antes de fundirse a negro, pensó “Quizás es un presagio…”