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Pastelillos de Halloween (Segunda parte)

en Sexo con maduras

Quedó tendida boca abajo sobre la mesita, resoplando y sin fuerzas para levantarse; Por otra parte, ¿con qué cara mirar ahora al italiano? Tenía las mejillas más rojas que el culo, que ya es decir, de la vergüenza que sentía.

Vamos, tesoro, ordenó Pietro, esto sólo ha sido el principio. Y empezó  a besar suavemente y a dibujar con la lengua húmeda, intrincados senderos en las mismas nalgas encendidas que unos segundos antes martirizaba.

Arriba, marranita. Ponte aquí, de rodillas. Vamos, fuera la ropa. ¡Toda! El sujetador, quítatelo. Y deja de taparte esas montañas tan enormes, A ver qué tenemos aquí.

Magdalena, obediente, retiró las manos dejando al descubierto sus encantos para el invitado.

Vaya pechos tan grandes, comentó él con indiferencia fingida. Y todo ese vello entre las piernas. Eres muy descuidada, pero yo lo voy a arreglar, bonita.

Magdalena, desnuda y avergonzada, vio como Pietro acababa de despejar la mesa baja donde había disfrutado del tremendo orgasmo hacía unos instantes y se dirigía a la cocina, dejándola sola en su comedor-salón, bajo la mirada acusadora de su finado esposo. En menos de dos minutos estaba de vuelta, con un carrete de cuerda y unas tijeras.

Vamos, cielo. Acuéstate aquí. La mujer obedeció, dejando su espalda y su caliente culo sobre la mesa. Pietro tomó las muñecas y las ató cuidadosamente con el cordón a las patas, dejando los brazos sobre la cabeza de forma que las gordas tetas quedaron expuestas y levantadas. Igualmente los tobillos fueron atados a los lados, dejando accesible e indefenso el velludo coño.

Magdalena estaba mareada por el vino y la corrida pero lo suficientemente lúcida para comprender que aquello era una locura por su parte. Apenas conocía a aquel hombre y ahora le había permitido atarla a una mesa, tenerla a su merced. ¿Cómo podía haber sido tan confiada?

Pietro, por su parte,  no parecía tener intención de desnudarse, ni siquiera de liberar su pene, que amenazaba ya con romper la bragueta del pantalón.

Vamos a probar esos jugos añejos, amorcito. Y se arrodilló entre sus muslos para succionar vorazmente el centro de la raja, sin importarle tener pelos en la lengua por unos minutos.

Por su parte, la señora había empezado a excitarse de nuevo sólo con sentir el frío del mármol en el culo caliente.

Por Dios, Pietro: No hagas eso, ahhh,… que no me he lavado siquiera, espera, espera. ¡Ay!  

¡¡ Me estás matando, paraaa, nooo… noooo….!!!, balbucebaclavándose la cuerda en los brazos y las piernas por la fuerza con que se resistía a las duleces lamidas. ¡Si, sii; sigue; Guarro, eres un guarro! ¡Més, més, no paris, aiii cabronàs!! Cambió de opinión y de idioma, presa de la excitación la pastelera.

Pietro levantó la vista sin apartar la boca del gustoso manjar que estaba catando. Las grandes tetas bailaban una danza alocada, impulsadas por los espasmos de placer de la pastelera. Un poco más lejos, la mirada cada vez más airada del muerto se clavó en la del italiano, que tuvo que tragar saliva y todo lo que tenía en la boca. ¿Era su imaginación, o realmente se había crispado el puño de la mano derecha del retrato? Quizás no era la noche más oportuna para importunar a un difunto, aunque estuviera reducido a cenizas.

Sin embargo, muy pronto las mamas bamboleantes atrajeron la atención de Pietro. Despojándose al fin de sus pantalones y su elegante slip, se incorporó y pasó las piernas abiertas alrededor del cuerpo atormentado de Magdalena. Su polla, ariete carmesí, acarició las dos colinas gelatinosas. Aquellas tetas no tenían nada que ver con las que él tenía catadas en los últimos años. Sus jóvenes amantes eran desengrasadas bellezas más lisas que la Gioconda o neumáticas venus protésicas, de senos más duros que el caucho. Ni unas ni otras permitían maniobras tan excitantes como las que él tenía en la cabeza. Aquellos pechos grandes y suaves, de enormes pezones y anchas areolas, eran instrumento ideal para la masturbación más placentera.

Estaba muerta de miedo, pero tan excitada, que no podía pensar, afirma Magdalena en su correo. Me empezó a estrujar los senos con las manos. Me hacía daño, pero me gustaba. Y sentir su pene en medio… era algo tan sexi, tan agradable a la vez, que hubiera tenido un nuevo orgasmo sólo con poder cerrar los muslos y apretarme un poco el clítoris.

Hubiera sido el tercero, pero  sus tobillos bien sujetos, mantenían las rodillas a ambos lados de la mesa y los muslos no podían juntarse por más fuerza que hiciera.

Tenía los ojos fijos en aquella ciruela amoratada que entraba y salía de entre las tetas, cada vez más húmeda y palpitante. Sabía que en un momento, chorros de semen caerían sobre su rostro, su boca, su cabello (¡había ido a la peluquería ayer!) Nunca había experimentado nada semejante. El sexo que practicó años atrás con su esposo y ocasionalmente y ya viuda,  con algún maduro divorciado de la contornada, era convencional por completo. Podía ser apasionado, hasta violento, pero darse una ducha de leche de burro no formaba parte del programa.

Ahora, sin embargo, estaba a merced del italiano. Se bañaría en su semen si él la obligaba, lo cual provocaba una profunda indignación en su alma de mujer orgullosa, pero hacía chorrear su coño como el manantial de la doncella.

¡Fóllame, por favor!¡Métemela bien al fondo!¡No seas cabrón, Pietro!¡Me abraso! Es cierto, dijo ya más controladamente, Me arde el chichi, te lo juro. Nunca lo había tenido así. Has de correrte dentro, por favor. No te preocupes, que ya no tengo la regla. Y con un tono aniñado, Te lo suplico, Pietro. Dame tu leche, me estoy quemando, cielo.

Él descabalgó del vientre femenino y liberó su trémulo pito del amoroso sándwich de carne que tanto lo estaba estimulando.

Ya había jugado bastante, pero su polla estaba realmente a punto de estallar y deseaba hacerlo en el fondo de aquella gruta ignorada.

Eres una guarra, vaquita mía. Mira cómo tienes el chocho. Y tomando el tallo de su pene con la mano, empezó a deslizar el glande de arriba abajo entre los labios mayores como si le estuviera dando una mano de pintura. Se demoraba en el clítoris y amenazaba con hundir la polla hasta el fondo, pero la retiraba de nuevo unos milímetros y seguía estimulando la parte exterior de aquella jugosa vagina.

Magdalena ya no podía articular palabra, sólo gemía y emitía quejidos roncos.

Pasaron unos minutos de tensión y, finalmente, Pietro sintió que no podía más. Lanzó a fondo su brocha hasta hundirla en aquel bote ardiente, la retiró hasta casi extraerla y  se lanzó de nuevo hasta que sus huevos se aplastaron contra el culo de la mujer. A la quinta acometida, aumento el ritmo y un chorro caliente de leche se estrelló contra la veterana matriz. Siguió empujando con fuerza hasta completar diez descargas.

Magdalena no emitía ya ningún sonido. Se estaba corriendo de una forma espasmódica, con los ojos cerrados y la boca muy abierta. El orgasmo se alargaba a pesar de su intensidad mayúscula y empezaba a ser angustioso, casi agónico para la pobre pastelera. De pronto el tiempo pareció detenerse, retorcerse en sí mismo. Como un video grabado con el móvil, la secuencia de veinte segundos empezó a repetirse. Pietro iba acelerando hasta descargar, pero al acabar, volvía a iniciar las penetraciones lentas, aceleraba, descargaba, una y otra vez. Aquello no podía ser real. En medio de su inacabable orgasmo, Magdalena sentía que aquella situación era imaginada, quizás fruto de la terrible excitación. Sí, era un sueño sin duda. Abrió los ojos al oír un golpe sordo sin dejar de estremecerse de placer. Tras ella, la caja de cenizas había caído al suelo. El contenido se había desparramado. La gatita, responsable del desaguisado, miraba hacia abajo el estropicio causado.

Magdalena dirigió su vista hacia el cuadro y, a pesar del interminable orgasmo, un escalofrío recorrió su espalda. El marco mostraba un lienzo distinto al habitual. Allí estaba el horno, el obrador, las paredes blanqueadas, pero no estaba Josep. El panadero muerto se había escapado de su retrato. La viuda intentó advertir a su amante, pero no pudo articular palabra. Él no veía nada, absorto en su orgasmo cíclico, cerraba los ojos y seguía bombeando con entusiasmo.

La mujer levantó la cabeza para mirar a derecha e izquierda. Entonces lo vio. Desde el fondo del salón, con los irreales colores que su hijo pintó diez años atrás, el difunto redivivo avanzaba amenazador hacia ella. Atada como estaba, sólo podía gritar, pero de su boca abierta salía apenas un gemido de terror. Mientras se acercaba, el sátiro fantasma fue quitándose su delantal y dejando caer sus pantalones blancos. Un pene anaranjado y rosa emergió bajo la camiseta.

Pedí a la protagonista una explicación de la pintoresca coloratura de la aparición y esto es lo que me dijo:  Mi hijo Bruno empezó a pintar oleos a los doce años, después de visitar una muestra de los impresionistas franceses. En sus obras jugaba con los efectos del color. Aquel retrato era irreal, con tonos naranjas y rojos en el rostro y las manos, pero captaba el alma de su padre a la perfección.

La aparición se arrodilló ante su viuda y sin vacilar, hundió su coloreada polla en la boca abierta de la pobre pastelera. Los testículos del aparecido, de un intenso color violáceo, cubrieron la nariz de la víctima, que apenas podía respirar. Aterrada, pero sin parar de correrse, Magdalena mordió el fantasmal pene, que no resultó ser de consistencia etérea, sino duro como la porra de un vigilante de seguridad.

Nunca le hice una felación a mi esposo, en vida, quiero decir, comenta ella en su mensaje, ni él me lo pidió jamás. Era de una mentalidad parecida al gánster aquel que interpreta Robert de Niro: Prefería que su mujer no se ensuciara la boca, ya que luego tenía que besar a su hijo cuando iba al colegio por la mañana y él ya tenía además a sus queridas que se la chupaban con mucho gusto.

Sin ver nada más que los coloreados huevos y las peludas nalgas de su finado esposo, sintió que las manos poderosas del espectro atenazaban sus mamas y las estrujaban con la fuerza y la saña con que Josep amasaba las hogazas de pan años atrás.

Y después, el vacío, la nada. El orgasmo se había prolongado como la electrocución del pobre Eduard Delacroix, el desgraciado personaje de “la milla verde”, y Magdalena se había sentido morir taladrada por su amante y el fantasma de su esposo hasta quedar inconsciente.

Despertó oyendo su nombre en la voz de su amoroso invitado transalpino. Magdalena, Magdalena, despierta, mujer. Estaba desnuda, tumbada en el sofá y arropada con una manta. Sintió escozor en sus muñecas y tobillos. Las huellas profundas del cordón ya retirado, le hacían evidente que no había sido una fantasía suya, al menos por lo que se refería a las ataduras.

Miro angustiada hacia la pared. El cuadro estaba de nuevo ocupado, con el hornero impertérrito observándoles, como si nunca hubiera roto un plato.

Llevas tres horas durmiendo. Me parece que tuviste una impresión demasiado fuerte y te quedaste casi inconsciente. Había cierto orgullo masculino en la voz del fotógrafo.

¿Has visto lo que ha pasado, Pietro? ¿Lo has visto? Preguntó ella con voz desmayada.

Sí, sí. Ha sido lamentable, un desastre, pero no pasa nada… afirmó él sin que se alterara mucho su voz.

¿Qué no pasa nada? ¡Ese asqueroso bastardo…! Indignada como una mona la señora

Venga, Magda, no te pases. Encima que…

¿Encima que, qué? No sabía la pobre cómo podía tomarse Pietro con tanta flema la aparición espectral y la forzada felación a la que la habían sometido. Mi marido sale del cuadro y me obliga a que se la chupe y tú tan tranquilo, chilló histérica.

Pero, ¿qué tontería es esa? Tu marido no se ha salido del cuadro, aunque sí que es verdad que se ha caído la caja y el pobre…

¡Ah! ¿No lo has visto? Entonces no ha ocurrido, se alegró, ha sido mi imaginación, el orgasmo… ha sido terriblemente intenso. Oye ¿Y ese olor? Arrugó la nariz con gesto de asco.

Pensaba que era eso lo que te había escandalizado. Es la gata. Me temo que se ha cagado en las cenizas de tu ex.

En efecto, Dalila se había tomado la justicia por la mano, o más bien por el culo, esparciendo sus pestilentes heces gatunas sobre los restos del pastelero infiel, en un gesto de solidaridad de género con su burlada dueña. El espectro de Josep tenía motivos de anhelar venganza por aquel ultraje póstumo.

¡Ay, por Dios!¡Qué cochina!¿Dónde está esa marranota? La mujer estaba más tranquila ahora que el episodio paranormal se había revelado imaginario, fruto de las alucinaciones orgásmicas. Pero, ¡debe ser tardísimo! ¿Qué hora es, Pietro? He de irme enseguida a abrir la pastelería…

Eh, no creas que hemos acabado lo nuestro, preciosa. Es tarde, sí, pero tú te encuentras mal y vas a llamar a tus empleadas para que se encarguen de todo esta mañana. Tienes jaqueca, vamos, llama. El tono de voz no tenía nada que ver con el empleado la noche anterior. No era una orden sino una súplica.

La idea no le pareció del todo mal a Magdalena. ¿Por qué no hacerle caso? Podría dormir unas horas… o quizás no.

Voy a obedecerte, pero, por favor, quita ese retrato de mi vista. Llévalo al cuarto de Bruno, Pidió ella mientras buscaba el móvil desinhibida y  desnuda.

Magdalena, dijo Pietro cogiendo de la mano a su madura amante y sentándose en el sofá, he de confesarte algo.

¿Confesarme? ¿De qué estás hablando? Dijo envolviéndose en la manta la señora.

Tú debes de preguntarte cómo podía yo saber que tú,… bien que a ti te gustaba el tema del bondage, del spaking, la dominación, ya sabes. Empezó él a sincerarse.

Pues sí, ya me intriga eso, porque ni yo misma lo sabía.

Esbozó él una sonrisa de circunstancias. A ver, Magda, que no has de disimular. Lo cierto es que investigué un poquito en el ordenador y vi que tú mirabas,… esas cosas.

¿Que yo miraba qué cosas? Empezó a ponerse seria la pastelera.

Esa páginas web, las maduras bien zurradas y todo eso, contestó él algo confuso.

¿En mi ordenador? ¿En el de la habitación de Bruno? Se iba indignando ella por momentos y él asentía despistadísimo.

¡Será cabroncete el niño! Es ese mocoso, el hijo de la Cloti, la señora que viene a limpiar los sábados. Se trae al niño para no dejarlo solo y es él el que usa el portátil, se suponía que para hacer los deberes.

Pero ¿qué edad tiene el chico? Preguntó Pietro algo incrédulo.

Pues catorce años, me parece. ¿Cómo me lo iba yo a imaginar? Si es un crío. Vaya, me lo parecía a mí. Pues se le ha acabado la diversión.

Entonces,… entonces ¿tú no sabías nada de esto hasta hoy?

No, nada de nada. Pero la verdad es que me encanta, tesoro. Nunca había disfrutado tanto, dijo atrayendo a Pietro hacia sí y estampando un húmedo beso en sus labios.

Tras el largo morreo, Pietro recuperó el control, irguiéndose desnudo con su polla ya bastante restablecida del orgasmo encadenado de horas antes. Voy a quitar el cuadro y a recoger toda esa porquería. Ya miraremos de poner otras cenizas en la caja antes de que vuelva tu hijo. Tú haces la llamada. Su gesto volvió a expresar la picardía de siempre, y luego te vas para tu habitación y me esperas allí a cuatro patas encima de la cama. ¡Ah! Y busca un aceite corporal y ves untándote bien el culo, que esto no ha hecho más que empezar.