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Las mejores corridas de san fermín (1)

en Hetero: General

Patro se despertó con un ligero sobresalto. Era 9 de Julio y el reloj de la Iglesia de San Saturnino había tocado el tercer cuarto hacía un momento. No se acostumbraba a amanecer desnuda y sintiendo sobre sus pechos la barba y las manos de Dioni o a tener sujeto el pene de su amante entre los dedos, porque un instinto incomprensible la hacía asirlo en sueños, como si temiera que se le fuera a escapar mientras ella dormía. La cama olía a sudor y a  aromas inequívocamente sexuales, pero Patrocinio ya se había acostumbrado a esos perfumes intensos y había descubierto que la excitaban.

La sesión amorosa había concluido a las tres, cuando se habían dormido, exhaustos. Ella quería estar en la fonda a las siete, cuando empezaran a aparecer sus huéspedes, así que se incorporó soltando aquel grueso pedazo de carne y se limpió la mano en una toallita de la mesita de noche. Eran ya menos cinco, así que no podía ducharse si quería llegar a tiempo. Se puso el batín y las chinelas rojas y salió de puntillas del cuarto. En el umbral miró hacia atrás con nostalgia. Su amor, Dionisio, había sustituido sus pechos por la auténtica almohada y la abrazaba con pasión. Patro sonrió feliz, admirando la fortaleza de los brazos y las manos del hombre, su torso bronceado y velludo y su larga melena castaña cuajada de canas. ¿Qué edad tendría Dioni? Ahora, dos años después que se mudara  a aquel piso vecino de su fonda, todavía no lo sabía. Todo cambió para ella desde la tarde en que aquel cabezón de patricio romano, con su nariz aquilina y sus ojos saltarines y tiernos, asomara por la puerta de la pensión Patrocinio y la voz de trueno de Dionisio clamara ¡Buenas noches! Soy el nuevo vecino de arriba. ¿Puedo cenar aquí? Es que no he tenido tiempo de comprar nada todavía...

Dionisio no llegó casi a comprar víveres, ya que tan excelente le pareció el hostal como la hostelera y acordó seguir comiendo y bebiendo en la pensión, gozando de la compañía de su dueña, que pronto se rindió al encanto del maduro pintor de aires bohemios y empezó a frecuentar su estudio y su cama.

Patro salió sin hacer ruido y bajó los veintitrés escalones que separaban el domicilio de Dioni de su propia fonda. Abrió la puerta y, en cuanto la  franqueó, el aroma de pan tostado y café le avisó de que Janina se le había adelantado. Allí estaba su ayudante-amiga boliviana trajinando en la cocina de la fonda como cada mañana de los últimos tres años. Pero, señora Patro. ¿Porqué se levantó tan de mañana. Ahorita mismo se me vuelve a subir usted a donde el señor Dioni y se me queda allí hasta las diez. ¿No le dije que yo me ocupaba? Patro le dio un par de besos a su hada madrina pero rechazo amablemente su ofrecimiento. Nada de eso, cielo. Quiero ver a los nuevos huéspedes y no está bien que tengas que cargar con todo tú solita. Janina sonrió mostrando sus blanquísimos dientes : Los dos madrileños llegaron anoche a las doce. Mi Fernando les abrió y dice que parecían buena gente.

Fernando y Janina habían llegado a Pamplona procedentes de Valencia, donde residían desde el año 2008. Las cosas se habían puesto tan mal que decidieron dejar la bella ciudad levantina, ahora exprimida y quebrada por sus insaciables mandamases, y probar fortuna en un destino tan improbable como la vieja Iruña, más conocida por Pamplona.

La suerte quiso que fueran a alquilar un entresuelo ruinoso, lo único que podían pagarse, debajo de la pensión Patrocinio, muy cerquita de la mítica calle de la Estafeta. Janina se ofreció a Patro (la “señora Patro”), para hacer faenas en la fonda. Había poco trabajo por entonces, pero Patro aceptó, más que nada por ayudar un poquito a aquella pareja tan educada. Janina era muy cumplidora y un poco curiosa, así que preguntó a su jefa por las formas de marketing del negocio. Patro no supo muy bien de lo que le hablaba, así que Janina comprendió enseguida que no se ocupaba de publicitar su establecimiento.

Y resulta que Fernando era informático y había trabajado diseñando páginas web para las fastuosas inmobiliarias valencianas, hasta que llegó el final de las msmas. Así que se puso manos a la obra y “Patrocinio Inn exprés Pamplona” vio la luz en las páginas de internet. En pocas semanas se apreciaron los resultados: Franceses, alemanes, ingleses, escoceses,  catalanes, valencianos y portugueses. Jóvenes parejas, grupos de estudiantes, veteranos matrimonios en gira romántica, vinieron a ocupar las modestas pero confortables y céntricas habitaciones.

En aquellos  sanfermines se habían rebasado todas las previsiones. Aparte de dos parejas de nacionales, toda la pensión había caído en manos de empleados chinos de una empresa de telefonía. Se les esperaba a comer aquel día y Patro tenía todo preparado para guisar un menú especial que Dioni le había sugerido.

¿Has despertado a los dos madrileños, Janina? Si van a hacer el encierro más vale que desayunen ya o pueden tener problemas. Se preocupó la dueña

Ya se están duchando los dos, doña Patro. Les preparé café y tostadas. Ya me lo tiene dicho el señor Dioni, ni leche, ni zumo para correr los toros.

Dionisio tenía un gran predicamento entre todos los que le conocían. Su opinión era siempre prudente y ponderada. A veces parecía ser un poco brujo, ya que sus advertencias se cumplían a pesar de resultar descabelladas en apariencia. Dionisio no tenía que esforzarse para imponerse; Lo conseguía casi sin proponérselo.

Fue a ducharse y a vestirse la dueña de la fonda y, al salir de su alcoba, sonaron voces en el pasillo y aparecieron los dos mozos, que ya iban equipados como tales: Camisa y pantalón de blanco riguroso y pañuelo rojo al cuello, con el cabello mojado y los ojos brillantes de excitación.  “Buenos ejemplares” se dijo para sí la dueña. En efecto. El más alto llevaba el pelo largo húmedo y peinado hacia atrás. Era de piel blanca y labios besadores, siempre un punto fruncidos. Nariz recta y ojos profundos, negros, medio emboscados detrás de unos pómulos de mandarín. Se le veía delgado y fibroso, aunque sus manos eran más las de un artista que las de un soldado. Su nuez, prominente, rompía la armonía de un cuello larguísimo, aristocrático. Miró de frente a la dueña con su mejor sonrisa, capaz de cautivar a una leona recién parida. Buenos días, señora. Es usted la propietaria,  ¿Me equivoco?.

Si, si. Llámenme Patro, por favor. ¿Ustedes son..?

Yo, Gonzalo, se presentó el larguirucho, y él es Ramiro.

Ramiro avanzó un paso para salir de la semi penumbra del pasillo. Aunque más bajito, no desmerecía en presencia. Era moreno de piel, con el pelo rubio muy corto y los ojos casi trasparentes. Sus antebrazos poderosos y sus hombros anchos delataban a un deportista. Las formas de sus piernas moldeaban el pantalón blanco, revelando la presencia de fuertes manojos de músculos. Tenía la nariz un poco torcida y quizás demasiado grande y la boca recta, con un puntillo de malevaje que seguro que “ponía” a las nenas, se dijo la señora. De hecho, ella misma se lo hubiera  llevado a su alcoba si se le hubiera presentado de esa guisa veinte años antes.

Patrocinio no era una buscona, pero después de enviudar con treinta años y poner en marcha su pequeña fonda para salir adelante, se había aficionado a los hombres y no perdía ocasión de darse un revolcón con aquel que le apetecía. Al no tener polla propia, no hacía caso del dicho, y escogía a sus amantes donde tenía su olla, en su propia fonda y entre sus mismos huéspedes cuando se terciaba, y nunca tuvo problemas. No daba esperanzas ni aceptaba regalos. Cuando le gustaba un hombre se lo hacía notar y le abría sus piernas, pero no su corazón. Más de tres días, era abusar; Los despachaba antes y de forma expeditiva. Si querían repetir, debían respetar su voluntad. Después de unos días de juerga, unos meses de descanso y ya podían aspirar a un nuevo encuentro. Todo eso se acabó con el advenimiento de Dionisio. Ahora ya no pensaba en irse con otros. Después de conocerlo a él le habría parecido no infidelidad, sino pérdida de tiempo.

Además, con cincuenta años, parecía oportuno ir sentando la cabeza.

Los dos madrileños, que sólo con oírles hablar dos minutos ya sabías que lo eran, se sentaron, agradecieron a Janina el desayuno y ponderaron con la mirada y el gesto, la piel cobriza, los rasgos indios y la bella estampa de la andina. “Menudo par!” se dijo la jefa” Si los tengo aquí una semana me forman un harén en su habitación”. Era inusual que chicos bien, como aquellos, vinieran a parar en la fonda, pero en la gran semana de Pamplona, no quedan camas libres y los poco previsores se han de conformar con lo que pillen.

Sonó el timbre de la calle y Patro descolgó el telefonillo. ¿Pensión Patrocinio? Tenemos una reserva, venimos de Barcelona, Montse i Laia, o sea, Montserrat Rubio y Eulalia Folch. Por la forma de pronunciar las eles ya se notaba de dónde venían. Franqueó el paso Patro y en dos minutos aparecieron las viajeras en el umbral, atrayendo la atención de los chulapos, que habían concluido su frugal refrigerio.

Abría la marcha una chica no muy alta, con el pelo negro cortísimo, circunstancia que compensaba con una interminable coleta trenzada que, partiendo de su occipucio, iba fustigándole el culo amorosamente. Lucía un vestido escotado y por su escote se adivinaba su amor al sol, su poca afición a los sujetadores y su estupenda dotación mamaria. Por lo demás, el modelito parecía extraído de los tachos de Dios sabe qué mísero arrabal: Descolorido, arrugado y raído por los bordes. La joven, de facciones nada vulgares por otra parte, ojos rasgados, labios carnosos y naricilla respingona, dio dos pasos y un concierto de quincallería le hizo el acompañamiento. Una docena de pendientes en cada oreja, pulseras de cobre y plata y una tobillera de campanillas, además del aro labial y su gemelo en el ala de la nariz.

La segunda muchacha era una aparición al lado de su compañera de viaje. Mucho más alta, rubia muy clara, con ojos verdes y cutis finísimo. Como la otra, ni rastro de maquillaje ni pintalabios. Pero, ¿Para qué? Si aquella boca parecía arrancada del cuadro de Watteau que inspiró a Don Manuel Machado, aquel cuello sirvió de modelo para todos los retratos femeninos de Modigliani y los bucles dorados parecían trazados por Durero o Botticelli en sus ratos libres. No usaba tanta alharaca como su amiga, pero vestía igualmente de forma peculiar, por no decir desastrosa: Un vaquero rajado por mil lugares y pasado por la piedra tan a conciencia, que casi se había vuelto transparente, sandalias destrozadas de cuero viejo no, decrépito, que hacían resaltar aún más la belleza inmaculada de los blancos pies, largos y regulares, pies griegos, es decir puntiagudos en el centro, con un segundo dedo más largo que el primero y alineado casi con el tercero.

Y la camiseta verde, sin mangas, de aire militar, tan ancha que dejaba entrever la parte lateral de los pechos a cada movimiento de los brazos. Estos eran largos y finos y los senos medianitos pero muy firmes.

Dos pasos más y se evidenció la presencia en el cuello de la moza, de una chapa multicolor. Unas barritas verticales rojas y amarillas y un campo azul con una estrellita blanca en el medio.

Esa es valenciana, aseveró Ramiro por lo bajini, lleva la banderita con la franja azul.

 Ay, colega. Estás en la higuera tío.

Que sí coño, que me acuerdo de las Fallas hace dos años.

No, hombre, no. Es la estelada, la bandera separatista de Cataluña.

¡La madre que la parió! Pero si parece una virgen de yeso…

Si, una virgen,¡ los cojones!. Una perro-flauta y una independentista nos han tocado de vecinas.

¡Qué pena, tronco! Con lo buenas que están las dos.

Las dos antisistema hicieron mutis por el pasillo, pero volvieron a aparecer en cinco minutos, con la misma ropa y secándose las caras y brazos con una toalla. Mojadas aún molan más, constató Ramiro. Se saludaron las dos parejas con un tibio “buenos días” y las chicas entablaron conversación con Janina y doña Patro que se pusieron a servirles de todo: Leche, magdalenas, fruta fresca,..

Se conoce que estas no van a correr el encierro, apuntó Ramiro. Hambre traen, eso está claro, sentenció Gonzalo solemnemente.

Bueno, nosotros tenemos que marcharnos ya o no llegamos. La voz de Ramiro interrumpió brevemente la cháchara de las cuatro mujeres. Vayan con Dios, deseó Janina. Mucho ojo con los morlacos que son de mala prosapia, salen muy traicioneros estos bichos, apuntó eruditamente Patro.

Las catalanas se recogieron a ordenar su equipaje y a vestirse “más cómodas” para ir de paseo. Pues como no se pongan descalzas y en cueros, no sé qué más comodidad pueden querer comentó Patrocinio a Janina, que asintió divertida.

Dos horas pasaron las dos ordenando el comedor y limpiando y arreglando la habitación de los mozos. A eso de las 9,30, la jefa subió a ver si Dionisio se había despertado.

Así era. El hombre la esperaba aún desnudo, sentado en un banco y con un gran cuaderno de dibujo y un carboncillo en la mano.

¡Patro, mi amor! Pero, ¿Qué haces vestida? Venga, ¡quítate esa ropa! Necesito verte.

¡Pues ya me ves así, sátiro, que eres un sátiro! Patro reía como una adolescente mientras Dioni la asaltaba, intentando subirle la falda y sacarle la blusa por la cabeza.

¡No!¡No puedes ser tan cruel! ¡Privar a un pobre anciano del único consuelo de su vejez! Mientras hablaba, sus manos habían alcanzado sus objetivos, al norte y al sur de la geografía escarpada de la cincuentona; Trajinaban sobre las dos montañas de pan de azúcar y exploraban la grieta del barranco de las colinas blancas. Obtenida la desnudez, Dionisio pareció calmarse y retrocedió un paso para recuperar el bloc, abandonado antes sobre el banco.

Patro,mi tesoro, tengo una inspiración: Quiero que bailes como si fueras una odalisca, una bailarina de la danza del vientre. ¡Vamos!¡Hazlo, vida mía! Voy a atraparte mientras te mueves así. Voy a capturar tu movimiento. Así, muy bien, baila. E iba trazando formas con rapidez, pasando hoja y volviendo atrás, manipulando con gracia el carbón. Mueve los brazos, mujer, que también se baila con los brazos,… Pero Patro, ¡así no!¡Parece que bailes la jota! Mira así, y empezó él a mover sinuosamente sus extremidades, que parecían las de un leñador. ¡Eso, eso, así ¡¡Ah cómo me pones, odalisca!

Y resultaba ostensiblemente cierto que así era, ya que la polla del pintor, identificada con su entusiasmo estético, se había hinchado hasta casi sostener por sí sola el bloc de dibujo, como un improvisado atril deshinchable.

Por su parte, la hostelera brincaba y agitaba brazos y piernas siguiendo ritmos que su mente le dictaba secretamente. Sus voluminosas tetas desafiaban a la gravedad en cada brinco y describían formas esferoidales en movimientos de rápida rotación, mientras las blancas nalgas subían y bajaban, giraban y se abrían, mostrando sus atractivas grietas tapizadas de una espesa y cuidada pradera de negra hierba.

De pronto, con un rugido, el leonino artista se abalanzó sobre su presa-modelo y la derribó entre risas, cayendo sobre ella y separando sus rodillas con apremio. El pene se hundió en la vagina con desesperación, como si fuera un pescado retenido en una cesta, que con un esfuerzo supremo hubiera vuelto al mar para salvar su vida. Se removió como un pez, ahora en el agua. La danza había actuado como fase pre-coital, llevando a modelo y pintor a un grado de excitación casi insoportable. Por eso bastaron unos minutos para que alcanzara el climax la mesonera y al poco la siguiera el bohemio pintor, que se corrió con grandes aspavientos y rugidos leoninos.

Entonces empezó Dioni a mimar el vientre, los senos, el cuello, las orejas, la boca de Patro.

¡Por la gloria de los dioses! Contigo se cumplen las enseñanzas de Shiva a Parvati, la luz inagotable, el tejido que todo lo envuelve, el Tantra materializado.

¡Ay, Dionisio! Mira que te quiero y soy feliz a tu lado. Si además entendiera la mitad de lo que dices, ya seria para morirse.

Estaban estrechamente unidos, abrazados y dentro el uno de la otra.

No es nada, princesa mía. Digo que juntos hemos conseguido que el sexo inunde nuestras vidas, del alba al anochecer y más allá. Comiendo, pintando, bailando, hasta paseando por la Plaza Mayor o hablando por teléfono contigo, siento que un hilo de placer, de pura energía sexual, nos mantiene unidos y excitados.

No era fácil seguir los discursos de Dioni, pero Patro comprendía lo esencial: Que la amaba y que eran felices, felices por fuera y por dentro, en su genitalidad más primitiva y en lo más profundo de sus almas pensantes.

Venga, vamos a ventilar esto y a preparar la comida, que ya tengo aquí cuatro huéspedes y los chinos están al caer.

Sumisamente, el gigante empezó a abrir ventanas y a recoger objetos variopintos que tapizaban el suelo, la cama, las sillas, mesas y sillones del atiborrado estudio. Patro barrió someramente y amontonó la ropa de cama, sacando un repuesto de la cómoda. A ver qué hacemos, que ya no queda una muda de sábanas limpia, grandullón, le reconvino cariñosamente.

Luego se ducharon, sin dejar de jugar, aunque más castamente, y se vistieron.

¿Quiénes son tus nuevos pupilos? Se interesó Dionisio, que se había puesto una camisola holgada azul, pantalón gris de tela y sandalias de cuero.

Bueno, son dos madrileños y dos catalanas. Jóvenes. Parecen muy majos, pero no pegan ni con cola… Ellos parecen muy.. señoritos de casa bien y ellas son como medio hippies, pero muy majas también.

¿Pero duermen juntos?

Claro. Ellos por un lado y ellas por otro

¡Bah! ¡Qué sinsentido! Jóvenes y sanos, llenos de vitalidad en un verano espléndido, en medio de las fiestas más exuberantes que persisten en el mundo civilizado y ¿ han de dormir separados? Pondré remedio a esa anormalidad hoy mismo.

¡Ay, Dionisio! No hagas tonterías que no me fío un pelo de ti. ¿Qué planeas?¿Drogarlos?

No será necesario. Bastará con abrirles los ojos a la realidad.

¿Con un discurso tuyo? ¡Pues van dados!

No, mi bien. No serán necesarios los discursos. Tenemos un medio mejor. ¿Compraste todo lo que te dije para la comida de hoy? Y como asintiera Patro, Dioni se mostró muy satisfecho mientras ambos bajaban cogidos de la mano hacia la fonda.

A las dos de la tarde la fonda Patrocinio parecía la bolsa de Tokio en día de faena. Hasta catorce orientales, mitad de cada género, se agolpaban en las mesas unidas, al lado del gran ventanal del comedor. Janina, Fernando su marido, y doña Patro se afanaban en servir plato tras plato, en medio de la alegría bullanguera de los dilectos turistas chinos, que estaban alucinando pepinos con los Sanfermines, la hospitalidad navarra y las costumbres occidentales.

Casi seguidos llegaron los madrileños y las catalanas, quedando unos y otras anonadados por el follón y la obviedad de que no había mesa ni silla libre. Una voz grave y amistosa les sacó de su estupor.

No os preocupéis. Hemos preparado una mesa aparte en el comedor pequeño. Soy Dionisio, maître ocasional. Venid, por favor.

Ceremonioso, con una servilleta al cinto,  Dionisio condujo a los cuatro invitados a una sala pequeña, donde una amplia mesa redonda ocupaba la mitad de la estancia y un gran ventanal iluminaba los blancos manteles, un gran centro de flores  y toda la vajilla y la cubertería de los días especiales.

Observaron que había seis asientos. De inmediato intentaron agruparse lo más lejos posible ellos de ellas y viceversa, pero Dionisio no lo iba a permitir.

¿Montserrat? Por aquí guapísima. A mi derecha, si no te importa. Y tú, Ramiro ¿No es así? A su lado. Después, Eulalia y tú Gonzalo aquí al lado de Patro, que ahora mismo nos acompañará.

Quedaron así machihembrados en el sentido estricto del término, alrededor de la mesa los huéspedes. Patro apareció vestida con una blusa abierta que dejaba los hombros al aire y permitía adivinar el profundo surco entre sus bellos senos. Con sus toques de colorete y de lápiz labial, parecía una tabernera de vodevil o una mesera centroamericana.

Traía una fuente enorme de ensalada muy bien decorada, que depositó ante los invitados.

¡Venga, servirse que esta ensalada está para chuparse los dedos!

Para los que no tengan la suerte de haber visitado las tierras del norte de la península ibérica, podrá parecer pantagruélico y desaforado el menú que se sirvió en esta ocasión, pero seguro que los lectores y lectoras cantábricos considerarán normalito y aún algo inconsistente el banquete.

Dionisio estaba entretenido abriendo una botella de clarete que depositó en una champanera plateada, otra de vino tinto que escanció en las copas de los comensales y una tercera de un vino rojizo oscuro que consideró más prudente oxigenar, así que la vació en una jarra al uso que removió suavemente con un palito de madera.

¿Que no tienen cocacola zero?, Inquirió la rubia Laia inocentemente. Miradas de sorna de los madrileños. Sorpresa de Patro. Risa incontestable del anfitrión. No, no, no, querida,.. estimada, decís vosotros los catalanes, ¿no?. Bueno pues nada de eso, estimada. La bebida forma parte del menú y hoy tenemos tres clases de vino. No has de beber mucho. Sólo mojarte los labios, la lengua; Mira: Así. Y tomó su copa para remojarse levemente la boca con su contenido, reteniéndolo y degustando sin apartar la nariz del hueco del recipiente. Montse probó y sonrió a su maestro catador. Todos la imitaron.

Exquisito, pero no parece Rioja, apuntó Gonzalo. No, no. Este vino es de Navarra.

Tienes buen paladar. Mucha gente lo confunde, reconoció Dionisio. Vamos, serviros la ensalada.

Así lo hicieron. Aparte de los espárragos y unos pedacitos de aguacate, había bastantes ingredientes misteriosos, incluidos unos pequeños mariscos de valva crudos y hierbas de ignorado origen.

Gonzalo no podía apartar la vista de las manos largas y seductoras de Eulalia que, sentada a su lado,  manejaba hábilmente los cubiertos cortando y pinchando con elegancia los trozos de los diversos componentes. Sin embargo, cuando miraba de reojo los labios de la joven, que sorbían con gran exquisitez, no podía dejar de observar la dichosa chapita con la “senyera estelada”, que le revolvía las tripas cada vez que entraba en su campo visual. A pesar de todo, estaba encantado por la belleza de su vecina, ahora resaltada por un blanco modelito veraniego más al uso y que le daba menos aires anti-sistema que el que traía puesto por la mañana.

A Laia tampoco le había pasado desapercibida la banderita española de la hebilla del hermoso reloj de pulsera del apuesto y engominado vecino; ni la belleza de sus rasgos, la nobleza de su mirada y la atención que le prestaba, sirviéndole vino y dirigiéndole sonrisas seductoras. Vestido ahora con una impecable camisa azul y unos pantalones vaqueros perfectos, su imagen había mejorado mucho, aunque el pelo repeinado no la seducía en absoluto Sentimientos contradictorios la asaltaban.

Ramiro veía de reojo cómo Montse tomaba con la mano un espárrago entero de gran grosor y, echando hacia  atrás la cabeza, se lo iba introduciendo en la boca, añadiendo un movimiento de succión de lo más sexual. La depilación de la axila, bien expuesta gracias a la postura del brazo y al modelito afro de tirantes,  no era todo lo correcta que es deseable en una señorita, pero a Ramiro empezaba a clavársele el pito en el borde inferior de la mesa de mirar a su vecina, sus cuatro pelillos rebeldes del sobaco, sus tetas libertarias sin sujeción y sus labios carnosos que felaban más que comían los deliciosos espárragos.

Y por último, aunque Montse no lo hiciera evidente, la presencia de Ramiro no la estaba dejando indiferente. Cada vez que las fuertes manos partían un trozo de pan y las mandíbulas lo estrujaban con fiereza, un escalofrío le recorría la espalda, yendo a colarse entre la tira del tanga y las robustas nalgas y a hacer tintinear los dos piercings íntimos que la adornaban . No solía alternar con tíos macizos tan estándar, como de anuncio de ropa interior, pero no le molestaba en absoluto tener al lado al atlético madrileño, que vestía ahora una camiseta de tirantes amarilla y un short azul, que mostraba claramente todo lo que antes se intuía con el pantalón blanco de festero.

Y la ensalada iba menguando mientras sus mágicos ingredientes empezaban a alcanzar, vía sanguínea, los más recónditos parajes del sistema endocrino de los comensales. Almejitas, espárragos, aguacates, pepinillos picantes picados muy finos,… Cada vez se sentían todos más relajados e iban cayendo barreras y prejuicios a golpe de manjar afrodisíaco.

¿Cómo fue el encierro? Se interesó Dionisio después de vaciar su copa de vino negro y empezar a llenar las de todos los presentes.

Ramiro tomó la palabra. Ha sido fantástico. No los habíamos corrido nunca y era una asignatura pendiente desde el colegio, ¿verdad, Gonzalo? El suelo tiembla de un modo cuando llegan los toros… Casi no puedes mover las piernas de la emoción. ¡Es algo salvaje! Y se llevaba la mano al pecho con el puño cerrado para indicar el lugar donde impactaban aquellos primitivos sentimientos.

En eso estamos de acuerdo, reconoció Laia. Salvaje lo mires por donde lo mires

Dionisio pareció apreciar mucho la polémica que se estaba desatando. ¿Traes tú el primer plato, Patro? Preguntó. Faltaba añadir, “es que esto no me lo pierdo…”

Vamos, Laia, intervino Gonzalo. Míralo de otro modo. Sestuvierais en África, en la choza de unos massai que acaban de matar un león para convertirse en cazadores adultos, estaríais encantadas de la vida, los encontraríais de lo más simpáticos.. Nosotros sólo hemos corrido delante de esas fieras. Y ha sido una de las mejores experiencias de mi vida.

Mira, Gonzalo, contestó Laia arrastrando mucho las sílabas El problema es que esto no es África y tú no eres un guerrero salvaje. Eres un europeo. Moderno. No del siglo XVII. Y si quieres tener “experiencias” no tienes porqué implicar a unos seres tan hermosos como esas pobres bestias, que esta tarde van a torturar y matar aquí al lado.

Pero eso no es justo, intervino Ramiro. ¿Dónde está la poesía?¿Dónde está el sentido de la aventura? Vosotras no me parecéis unas grandes defensoras de los valores occidentales. ¿Porqué con ese tema os ponéis tan bordes? Aquí hay más política, perdona que te diga, que respeto a los animales.

¡Eh, tú! ¡Para el carro! ¡Aquí de política nada de nada!. Yo paso de nacionalismos y de patriotismos y demás chorradas, pero eso de los toros.. ¡vamos, que para nada! Se indignó Montse.

Ramiro se esforzó por mirarla a los ojos a pesar de que los suyos se iban solos dos palmos más abajo. El enfado o los espárragos habían hecho que se le erizaran los pezones a la muchacha y era todo un espectáculo verlos erguirse bajo la liviana tela floreada.

Pues la verdad, no sé qué carajo hacéis en plenos Sanfermines en Pamplona, manifestó Ramiro, poniéndole ojitos a Montse y sonriendo con aire canalla.

¡Pues te lo voy a decir, por listo..! Exclamó la interpelada pegando un servilletazo en la mesa

¡Montse, prou! Cortó la rubia. No cal que expliquis res.

Y Montse se calló y no explicó nada, como le exigía Laia, lo que dejó intrigados a los comensales.

En ese momento entró Patro, portadora de una gran sopera humeante que plantó sobre la mesa. El caldo que sirvió era espeso y oscuro, olía que alimentaba y si lo probabas, todos los males de la tierra parecían desvanecerse a cada cucharada.

Hala, a comer y a no reñir, que enseguida nos sale el genio. Recriminó Patro empezando a degustar su guiso. ¿Porqué no hablamos de otra cosa?

, aceptó Dionisio. ¿A qué os dedicáis?

Ramiro sonrió mientras saboreaba su sopa: Yo, al deporte. Quiero decir, soy profesor de educación física y entreno un equipo de triatlón. También practico triatlón, claro. Pero me gano la vida dando clases en un colegio.

Yo también soy profesor, apuntó Gonzalo, sin ánimo de extenderse mucho en el tema

¿De qué? Se interesó Laia

De Historia y Filosofía. Lo cierto es que.. Ahora mismo no doy clase.

Claro. ¡Eres otra víctima de los recortes de estos cabrones!. Montse puso cara de indignada mientras engullía con fruición. A Ramiro le cogió la risa tonta y casi riega de sopa a todos los comensales. Bebió un buen trago de clarete para aclararse la garganta y se secó las lágrimas con la servilleta. Por fin habló: ¡Hombre! Díselo todo que no pasa nada. Estás entre amigos. No parecía animarse el interpelado, así que su amigo le echó un cable: Gonzalo está en la política. ¡Es concejal!

¿Estás en alguna ciudad del cinturón rojo de Madrid? Se interesó con gesto más animado Laia, dirigiendo una sonrisa tan encantadora a su vecino de mesa, que éste empezó a desear poder decir que sí.

Pero era que no. No, no. Estoy en un pueblecito de Toledo, no lo conoceréis por el nombre…

¡Hostia! ¡Toledo! Pobres. Estáis en manos del PP, apuntó Montse apurando su plato. ¡Qué bueno está esto, Patro!. Me has de decir cómo lo hacéis

Se había hecho un silencio embarazoso y una mirada de entendimiento de las chicas les hizo comprender mejor el porqué de tanta formalidad en las maneras y tanta gomina en el pelo . Ay! Perdona, chico! No te quería ofender.

No te preocupes. Me imaginó que en Cataluña nos tenéis aborrecidos, como si fuéramos la peste.

Laia dejó la cuchara sobre la mesa para dar más formalidad a sus palabras: En Cataluña no aborrecemos a nadie. Al contrario. Parece ser que sois vosotros los que no nos podéis ver.

Al contrario. La región más bonita de España es Cataluña. Gonzalo casi deletreo la frase, cargándola de segundas intenciones. Laia Resopló retomando la cuchara y apurando su plato.

¿De qué era la sopa? Laia echaba chispas por los ojos todavía.

Pero, ¿no lo sabéis?, se extrañó Dionisio

Yo sí, sonreía Ramiro con picardía, pero, a ver si lo adivinan.

No sé. Es como ternera, cordero. ¿No será jabalí? Preguntó Montse con aprensión.

Pero muchacha, ¿Será posible?. ¿No habéis probado nunca la sopa de rabo de toro?, se extraño la señora Patro.

Nuevo silencio incómodo, caras compungidas de las catalanas y risas contenidas de los madrileños.

..Pero tranquilas, que no son de lidia.

A ver, no volváis a empezar, ordenó la hostelera con su tajante voz de hembra norteña. Voy a por el segundo y podréis reñir por algo importante:¡ A quién le toca más!. Y se levantó de la mesa con presteza.

¿Ha dicho el segundo? Pero si voy a reventar, se lamentó Montse.

Bebe un traguito más de este vino y verás cómo te baja todo, ofreció Dionisio amablemente.

Después de poner sobre la mesa todas sus diferencias, el juego de miradas, ligeros contactos y algo de postureo, parecieron incrementarse. Era como si los cuatro gritaran al mundo “A pesar de todo, nos gustamos”

Patro apareció con una inmensa cazuela de barro humeante, que iba esparciendo aromas de gambas y cigalas, de calamares y mero, mejillones, almejas y un suculento sofrito.

¡Mare de Deu! Se lamentó Montse, ¡anem a esclatar!

Nada de eso, querida, la tranquilizo Dionisio. Ahora verás. Se puso en pie con cierta dificultad pero ceremonioso. Amigos: Hemos agotado las reservas de vino previstas, así que toca improvisar. Caminó con zancadas largas pero algo vacilantes hacia la puerta y reapareció en un minuto con dos botellas de Anna de Codorniu Gran Reserva. En honor de nuestras invitadas catalanas, vamos a acompañar esta zarzuelita con una bebida exquisita.

El cava empezó a fluir de la botella a la copa y de ésta a las bocas de todos, que lo paladearon con placer. A pesar de estar más que hartos, ¿Cómo resistirse a probar aquellas deliciosas viandas? Interrumpidas discusiones y reproches, se concentraron en comer.

Montse atrapó una cigala y empezó a chupar la cabeza con tal ímpetu, que los cataplines de los dos mocetones se removieron inquietos en sus bolsas. Gonzalo se llevaba los mejillones a la boca, los absorbía y después pasaba la lengua por la valva de una manera que las anillas vaginales de Montse entraban en resonancia y parecían vibrar como un diapasón entre sus labios mayores. Cuando Ramiro abría la boca para introducir un arito de calamar, sudores hirvientes bajaban por la espalda y las tetas de Laia, que se esforzaba por tragar un poquito más entre sorbo y sorbo de cava.

Pronto se atisbó el fondo de la cazuela y Dionisio, que se había puesto como el Quico, se volvió a levantar: Amigos: creo que estamos todos satisfechos y es hora de cambiar de escenario. Si no os importa, los postres, los licores y el café se servirán en mi estudio.

“No nos han matado los toros a cornadas, pero esta gente nos va a matar de la indigestión” Se dijo Gonzalo, que era parco en el comer igual  que Laia.

Subieron los 23 escalones y tomaron posesión del estudio dejando atrás la algarabía de los chinos que ya bailaban y se perseguían unos a otras por toda la pensión. La falta de costumbre había multiplicado los efectos afrodisíacos del excitante menú.

Ya en el estudio, hubo exclamaciones de admiración, no por los muebles y la decoración, sino por las preciosas obras que llenaban, a veces amontonadas contra las paredes, todo el domicilio del pintor.

Los motivos de las obras eran variados pero todos impactantes. Los toros eran los que predominaban en los cuadros expuestos en la entrada y la salita. Eran obras entre lo simbólico y lo figurativo, con animales negros y enormes, de astas desproporcionadas y testículos inmensos. Laia pensó en una pesadilla con el toro de Veterano como leit motiv. Había fondos rojos, vinosos, de cielos imposibles, nubes violáceas y lunas plateadas perturbadoras. En un extremo observaron toda una serie en la que se combinaban el toro y la mujer, con situaciones sexuales más que explícitas.

El rapto de Europa parece ser la inspiración de la serie, comentó Gonzalo con un puntillo de socarronería y con la aprobación de Laia.

Sí, corroboró Dionisio, el dios Zeus, el padre de todos, fornicó con media Grecia. En forma de toro, de cisne,.. Mirad. Éste es el que más me gusta. Zeus y Semele, la princesa de Tebas.

Pues yo no veo más que una tormenta con rayos y truenos, se extrañó Ramiro. Muy bien pintada, eso sí.

Y eso del centro oscuro ¿qué es? Curiosa Montse

Pues es Semele, o lo que quedó de ella cuando Zeus se mostró en todo su poder. Informó Dionisio

Pues vaya cabrón el dios ese, ¿no? A Montse no le había gustado aquel mito grotescamente machista.

Bien, no tanto. Fue ella la que le pidió que se manifestara. Tenía dudas por si no era el auténtico Zeus y se estaba ella acostando con algún espabilado que lo suplantaba.

La curiosidad mató al gato, bueno a la gata  en este caso. Ramiro dijo esto muy cerca de la oreja de Montse, mientras rozaba levemente con los dedos la coleta trenzada.

O sea, que si estás con un tío es mejor que no hagas muchas preguntas o la cosa acabará mal. Resumió Laia mirando a Gonzalo, que acogió el comentario con una sonrisa embobada que parecía decir “Lo que tú digas, tesoro, pero sigue hablándome con esa voz de sirena” Y entonces se dio cuenta de que, en algún momento durante los últimos minutos, Laia se había quitado la chapita. Tuvo ganas de lanzarse sobre aquel cuello de cisne y devorarlo a besos como un vampiro famélico, pero se contuvo y prefirió quitarse el reloj de la banderita roja y gualda y guardárselo en el bolsillo del pantalón.

Dioni y Patro observaban divertidos los efectos del afrodisíaco festín, que de momento, se mostraban en detalles del lenguaje no verbal, sutiles pero evidentes.

Vamos a preparar el café, anunció la anfitriona. Vosotros id mirando los cuadros.

Probad estos bombones. Son suizos auténticos, ofreció Dionisio abriendo una bella caja de madera forrada de terciopelo azul.

Mientras paseaban arriba y abajo, los cuatro forasteros iban consumiendo bombones con evidente placer. En los pasillos laterales encontraron otras obras de temas más atrevidos todavía. El sexo era el motor de la inspiración y el motivo constante de aquel artista, no cabía duda. Laia i Gonzalo se aventuraron por el pasillo, mientras Montse y Ramiro se quedaban encandilados ante una obra mediana de tamaño, que mostraba la unión de un hombre negro y una mujer de blancura espectral. El acto ocurría bajo un manto de estrellas plateadas en un cielo azul oscuro, que se degradaba hacia el turquesa en el horizonte.

La posición de los amantes revelaba la espléndida dotación instrumental del hombre y el placer agónico que se reflejaba en el rostro de la mujer.

¡Caramba con el Dioni! Oye, esa expresión de la chica me recuerda algo.. reflexiono Ramiro que no se apartaba de la espalda de Montse y se estaba poniendo burrísimo con el perfume y el olor a hembra que le llegaba a la nariz.

Sí. Parece una mística. Santa Teresa o así. Y Montse se giró de golpe, con lo que sus pechos chocaron directamente contra el torso del triatleta que no retrocedió ni un milímetro. Irremediablemente, sus bocas se entreabrieron, sus ojos se entrecerraron y sus lenguas entrechocaron sin estruendo. Se abrazaron con vigor y pasión. El contacto de los dedos de Montse era como una garra aferrando el cuello y los lomos del chico, que se removió sorprendido.

¡Joder! Menudas tenazas tienes por manos. ¿Eres karateka?

No. Hago escalada, respondió ella volviendo a morrear vigorosamente al muchacho.

A empujones se colaron en la primera habitación que encontraron y que resultó ser el cuarto de baño. Sin reparar en lo poco apropiado del espacio elegido, Ramiro estiró con desesperación el vestido floreado, dejando en bragas a Montse, que a su vez tiró hacia arriba de la camiseta para saborear con deleite la tableta de chocolate del abdomen del atleta, sus tetillas y todo lo que pilló por el camino.

Buscando soluciones funcionales, Ramiro se sentó en la tapa del inodoro y puso a caballo a Montse sobre sus muslos. Así pudo ver por fin a placer las espectaculares tetas de la catalana, algo vencidas por la gravedad, lo que es en los tiempos que corren forma segura de autentificación de producto. ¡Y qué producto! Ramiro no las pudo abarcar con las manos y a fe que lo intentó de todas las formas posibles hasta volver loquita de gusto a Montse. Lo que sí que consiguió tras más de veinte intentos, fue sujetar uno de aquellos enormes pezones de color marrón oscuro dentro de la boca, haciendo vibrar la lengua sobre la punta. Así pudo ver al natural el fenómeno del empitonamiento de la chica, que antes había intuido a través de la ropa.

Montse se incorporó lo justo para bajar los pantaloncitos de la selección de Brasil de Ramiro y dejar libre el miembro que saltó de alegría chocando con el tanga, que fue rápidamente apartado. El balano notó algo frio al tacto, inusualmente duro y se retrajo asustado.

Montse vio la sorpresa en la cara de su compañero de fiesta y se marcó una risotada desbordante,  como agua por canasta. ¡Tranquil, nen! Que son los piercings. Y para asombro y entusiasmo de Ramiro, Montse estiro con sus manos cada una de las anillas que perforaban sus labios mayores, abriendo así todo un mundo de posibilidades al carajo enfebrecido, que recuperó dureza y trayectoria y se proyectó como un obús al fondo de la expuesta gruta.

También llevo un DIU…, así que.. no te cortes,.. campeón. Ella hablaba ya algo entrecortada por el fervor apasionado del joven que la estaba taladrando sin tregua.

Aquello no se decía mucho con la imagen recatada y tiquismiquis que muchos castellanos tienen de la mujer catalana. Era un volcán en erupción y Ramiro se lanzó a fondo, poniéndose en pie con la muchacha bien enroscada a su cintura, sujetando cada nalga con una mano, a lo que las manos se prestaban gustosas, pues era un culo digno de ser amasado a conciencia por su dureza y tersura.

Así, con la escaladora bien anclada en la vía y el triatleta impulsándose con sus piernas de acero, la pareja alcanzó la cima y la meta casi a la vez entre gemidos apremiantes y rugidos desesperados.

Más calmados, descabalgaron la postura y aprovecharon la proximidad de la ducha para refrescarse. Pero claro, bajo el chorro de agua, bien apretaditos los dos( la ducha era unipersonal) volvieron a las andadas. La polla de Ramiro se interponía entre las dos barriguillas que, al frotarla, la ponían aún más dura y juguetona. Por fin desistieron y decidieron secarse y salir a buscar a los otros.

Se pudieron observar a placer mientras las toallas hacían su trabajo . Montse era bajita. Tenía las piernas fuertes pero cortas. Las pantorrillas mayúsculas, de montañera o de bailadora de sardanas, o tal vez de ambas cosas. Un culo más que correcto y una entrepierna mejor depilada que los sobacos, ¡mira por dónde! Las dos anillas de oro destacaban prendidas a los labios mayores, que hacían honor al adjetivo; La espalda, en V, propia de una deportista de primera. Sin comentarios sobre las tetas. Formidables. La cola trenzada caía entre ellas dándole un aire exótico y travieso que cautivaba.

Y él era un tipo macizo, de mediana estatura, quizás demasiado robusto, aunque ya iba bien así si te apetecía que te follara de pie, pensó Montse. Y su miembro.. Bueno. El tamaño no es lo más importante, pero si la primera vez que desnudas al chico que te gusta, te encuentras con semejante pedazo de tranca, pues vale, ¿Qué le vamos a hacer? Resignación..

Oye, ¿Y los otros? Preguntó Montse alarmada saliendo de sus ensoñaciones eróticas. Nos deben haber oído.

Pues yo no he escuchado nada. Igual han salido.

Caminaron los dos desnudos por el pasillo, cogidos aún de las manos y llegaron hasta el final del corredor. Al dar la vuelta a la esquina, los dedos se les crisparon por la escena que se ofrecía en la sala contigua.