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Conejo a la cantonesa

en Interracial

ESTA HISTORIA VA HACIENDOSE LARGA Y COMPLICADA, ASÍ QUE ES MEJOR QUE OS PONGA EN SITUACIÓN. NOS ENCONTRAMOS EN MURCIA, DONDE LA EFUSIVA NATI, HIJA DE REME, SE ESTÁ MONTANDO UN TRÍO CON DOS MOCETONES DEL LUGAR.

SU MADRE, EN MADRID, NEGOCIA COMO DELEGADA SINDICAL EL CIERRE DE DOS PLANTAS DE LA INDUSTRIA FARMACÉUTICA. HA DESCUBIERTO UN EXTRAÑO ROMANCE ENTRE UNA ALTA DIRECTIVA, LUCÍA, Y JAVIER, DELEGADO SINDICAL Y AMANTE CIRCUNSTANCIAL DE REME ( A LA QUE ENCULÓ EN EL CAPÍTULO CINCO DE LA SERIE)

AHORA, EN MURCIA, NATI SE DIVIERTE CON SUS COMPINCHES…

Nati había recuperado las riendas de la fiesta. Casi se mea encima con la sesión de cosquillas, pero pronto descubrió que si conseguía empuñar las vergas de sus compañeros, éstos perdían de inmediato las ganas de fastidiar y se volvían mansos y complacientes.

Utilizando esta inmemorial treta, Nati guio a sus dos sementales en la dirección deseada por ella, que no era otra que poner a uno de los chicos a follarla al estilo misionero, mientras el otro le daba una satisfacción más romántica, ocupándose de estimular sus gruesos pezones, amasar sus gordos pechos y besarla apasionadamente recorriendo labios, orejas, cuello,… En fin, aquellas cosas que toda jovencita sana, gusta de experimentar.

Después de saborear el miembro de Diego, pensó ella que era más adecuado el de Antonio para llenar plenamente su almejita, así que le tendió un condón rosado y colocó al musculoso mancebo a los pies de la cama, para dejarle disfrutar de su lampiña vulva expuesta al máximo con los muslos bien separados. Tras enfundarse el preservativo de rigor y con un poco de ingenio, Toni descubrió la forma de alinear su gordísimo miembro con el ansioso conejillo de la chica, arrodillándose encima de un grueso cojín. En esa cómoda posición, apuntó hacia el objetivo y lanzó el proyectil con tal puntería que Nati se deshizo en gemidos y otras expresiones de alegría y placer al recibir aquel regalo de la naturaleza en forma de cipote.

Diego observó la jugada con evidente disgusto, ya que esperaba ser él el afortunado follador en aquel segundo asalto. Sin embargo, cuando Nati lo atrajo hacia ella y le instó a colocarse sobre la cama medio inclinado sobre sus pechos y su rostro, el muchacho se dejó arrebatar por ese inmenso placer del intercambio de salivas y otras caricias linguales.

El placer de los dos amigos estaba repartido. Uno disfrutaba del sexo en estado puro, genitalidad desbocada y animalidad salvaje. El otro se complacía en brindar a la muchacha aquellas sutilezas eróticas que ella le retornaba con creces. Por tanto la dicha de ambos mozos era incompleta. No así en el caso de la señorita que, recibiendo por debajo todo el vigor y la fuerza de uno y por arriba los mimos y las carantoñas del otro, se podía considerar doblemente satisfecha.

ENTRETANTO EN MADRID…

En la desmesurada mesa de reuniones de la planta dieciocho, Lucía se afanaba por dar coherencia a su discurso, cada vez más embarullado a ojos de su jefe. Había empezado muy bien, yendo al grano para delimitar los términos del trato. Pero luego, Javier había empezado a apuntar opciones de acuerdos intermedios y la ejecutiva había perdido el hilo. Digamos que, sin bajarse del burro, los argumentos de la rubia plateada se habían ido difuminando y su defensa enérgica del cierre de las plantas había perdido vigor.

Parecía que el discurso del joven delegado sindical hacía mella en su bella oponente y algunas rendijas de esperanza de acuerdo se estaban abriendo, cuando todo estaba ya sentenciado desde el principio por parte de la empresa y el responsable del sindicato y su asesor económico se habían embolsado una cifra considerable por llevar la negociación a un atolladero sin salida, provocar el conflicto y consumar el cierre de las dos unidades productivas.

Rodrigo iba poniéndose nervioso al ver las vacilaciones de su subordinada, que no podía disimular que los planteamientos del joven sindicalista coincidían bastante con los que ella había aplicado tres años antes en la planta de Alicante, que era ahora modelo de eficiencia para toda la compañía.

..Y YA DE VUELTA, EN LA VEGA DEL SEGURA…

El atlético chaval explotó finalmente dentro del cálido coñito mientras sus manos sujetaban los muslos abiertos. No pudo ver la cara de felicidad De Nati, ya que ésta, mientras compartía el orgasmo con él, se afanaba en hacer que Diego la estimulara con la máxima intensidad, mordiera sus orejas, lamiera su cuello y pellizcara con saña sus pezones mientras amasaba sus tetas con vigor.

Cuando el galán follador cayó sobre la cama bastante perjudicado por el esfuerzo, la ardiente muchacha giró sobre sí misma para adoptar la posición cuadrúpeda.

Ahora te toca a ti, cariño. ¡Venga, ponte la gomita y a moverse un poco! Y en efecto, Diego que tenía una erección de primera después del largo magreo, se apresuró a enfundar su larga verga en uno de los rosados globitos del amor que había sobre la cama. Mientras tomaba distancia y se acomodaba, Nati desenfundó el usado condón de Antonio y un chorro de semen se derramó sobre los genitales ya algo mustios del musculitos.

Ni corta ni perezosa, la jovencita se apresuró a lamer los testículos y el gordo y algo blando pene, mientras el otro chaval se encajaba en ella y empezaba a bombear con entusiasmo la ya enrojecida vagina.

Toni se incorporó al sentir la lengua incansable de Nati recorrer sus intimidades. ¡Deja de chupar, pijo! ¡Que ya me lo has escurrido bien! Se quejó el culturista desfondado y vacío de simiente. Pero ella no le daba tregua, engullendo vorazmente cuanto tenía a su alcance. Tanto interés puso, que cuando Diego explotó de gusto dentro de su coño y siguió taladrando como si nada, la polla de Toni había adquirido de nuevo cierta consistencia y sus cojones empezaban a mostrar signos de llenado rápido.

A Nati le hacía ilusión volverse a correr mientras Toni se derramaba en su boca pero, ni lo uno ni lo otro, cuando ambos estaban a punto de caramelo sonó el telefonillo de la calle anunciando visita.

¿Y ahora quién es? Se extrañó Diego mientras desenfundaba su sable de la encharcada vaina. ¿Tu madre no estaba en Madrid?

Ni idea, nenes. Voy a contestar. ¡Y no os mováis de aquí, que me habéis dejado a medias!

¡Joder, tío! Exclamó Toni por lo bajini cuando Nati desapareció en dirección al comedor. ¡Ésta pájara nos va a dejar pal arrastre!

Sí. A ver si son otros dos pringaos que nos hacen el relevo, que a mí ya no me queda leche ni para hacerse un cortado. El pobre Diego miró con lástima su maltrecha polla, que había vertido su elixir hasta agotarlo y parecía ahora la de un octogenario moribundo.

Pero no se puede negar que es la tía más cachonda del instituto, apuntó Toni

¿Del instituto? ¡Y de todo el Guadalentín, macho! Calla, a ver quién era…

Una conversación confusa llegaba a oídos de los dos mozos. ¿Sí? ¡Hostia, tía! Perdóname, cariño. No, no me acordaba. Claro… Pero no, no. Hay que hacer el trabajo, claro… Venga, sube que te abro. Espera un momento en la puerta que voy al váter que me estoy meando viva. Y el ruido del abridor automático que, ronco y eléctrico, anunciaba el acceso de la desconocida.

¡Chiquillos!¡Menudo marrón! Meterse al cuarto que es la Mei, la china de mi clase. Tú la conoces ¿no Diego? Es que hemos de presentar el martes un trabajo de Historia y no me acordaba que había quedado con ella a las diez.

Nati se paseaba en pelotas por el comedor moviendo los brazos con energía y haciendo bailar sus pechos al son de sus idas y venidas. Los dos amigos observaban interesados la coreografía, pero sus niveles hormonales habían menguado lo suficiente para que el baile no activara sus decaídas pollas.

¡Pero niña! Exclamó Toni ¿Qué hacemos los dos en el cuarto? ¿Cuándo nos podremos ir?

El timbre de la puerta vino a responder la pregunta. De momento, imposible salir.

Irse para dentro. ¡Dormir un rato, leche! Ya os avisaré cuando podáis marcharos. Nati se iba poniendo las bragas y la camiseta mientras hablaba.

Vaya fin de fiesta, colega. A dormir contigo… Si que nos ha jodido la niña. Se lamentaba Toni camino del dormitorio.

Nati abrió la puerta sin advertir que sus endurecidos pezones se marcaban bajo la tela descaradamente. Entra Mei; tenía tanto sueño que se me ha ido la pinza.

Mei avanzó hacia la luz del comedor con paso dubitativo. Procuró disimular cuando le vino a la nariz el perfume de sexo que flotaba en el ambiente. Espero que te vistas; tranquila, Nati. La joven oriental tenía una voz extremadamente dulce y un registro muy agudo. Esto, unido a su corta estatura y su delgadez, le hacía aparentar menos años de los reales.

Se quitó la chaquetilla y los zapatos y se sentó en el sofá a esperar que Nati se vistiera. Los chinos son extremadamente pudorosos, incluso con las personas de su sexo. La joven murciana comprendió enseguida la indirecta y se fue a su cuarto a ponerse unos vaqueros y una camisa holgada antes de reunirse con su compañera.

Mei sacó el portátil de la bolsa y dejó sobre la mesa varios libros de texto. El tema de su trabajo era precisamente China en el siglo XX y Nati estaba convencida de que iban a triunfar gracias a los conocimientos de primera mano de su socia.

DE NUEVO EN LA CASTELLANA

Remedios irrumpió muy agitada en la sala de reuniones mirando con ojos acusadores a Lucía, que no advirtió la ira contenida de su subordinada. Estaba pasando un mal momento la rubia ejecutiva, ya que no encontraba argumentos para contrarrestar las propuestas de Javier. Algunos de los presentes, a uno y otro lado de la mesa, empezaban a ponerse nerviosos. Lucía no pensaba cambiar de opinión, sólo vacilaba por la coincidencia entre las propuestas de Javier y los razonamientos que ella misma le había hecho a Rodrigo, su jefe, al principio del conflicto, antes de que desde Frankfurt la obligaran a acatar la orden de cierre.

“Cualquiera que le oiga puede pensar que nos hemos puesto de acuerdo”, pensó alarmada.

En realidad no habían hablado para nada de la negociación durante la tarde anterior. Bastante ocupado estaba Javier en comerle el coño como un poseso y ella en correrse cuatro veces como una perrilla en celo con la preciosa verga del técnico de laboratorio bien hundida en su chichi.

Reme susurró algo al oído de Julián y ambos pidieron disculpas y abandonaron el cónclave.

Esos dos están conchabados, Julián, masculló Remedios llena de odio. Están liados. Son amantes, vamos. Y ese  cabestro está largando todo lo que la puta de la rubia le ha dicho. Nos quieren joder vivos. Van a forzar la negociación para conseguir una reducción de personal. Estaba todo estudiado hace tiempo.

Julián se mesó el cráneo lampiño y le dio dos vueltas a las puntas del mostacho. Sabía que la empresa tenía previsto cerrar las plantas. De hecho él se había embolsado más de diez mil euros para colaborar desde la delegación sindical a llevar a término los planes de la compañía. Pero aquello le cogía desprevenido. ¿Había actuado por su cuenta la rubia para llevar el agua a su molino? Si estaba de acuerdo con el capullo aquél, quizás entre los dos tenían prevista una estrategia alternativa. Él sabía lo que tenía que hacer.

Gracias por la información, Remedios. Ahora mismo lo voy a arreglar. Y los dos volvieron a la sala de reuniones con gesto de determinación.

Y DE NUEVO A MURCIA, GENTE!

Metidas Nati y Mei en harina, la mañana pasó rápidamente.

Hacia las dos, la primera empezó a quedarse dormida y tuvo que ir a buscar una coca cola familiar y unas patatas chips.

¿Comemos ya, Mei? Es que he dormido poco y he de espabilarme. O como y bebo coca cola, o me quedo frita.

Si. Podemos comer ya, pero ¿Tienes algo preparado?

Si, algo hay. Y Nati se fue a la cocina a inspeccionar el frigorífico.

Mei estaba guardando el documento en el portátil cuando de pronto se abrió una puerta del pasillo, visible desde el comedor, y un sujeto en bóxers  y camiseta pasó rascándose los huevos en dirección al baño.

Mei no pudo gritar del susto mismo, pero reaccionó a los pocos segundos y corrió hacia la cocina.

¡Nati, Nati! ¡Hay un chico desnudo allí! Exclamó señalando hacia el pasillo.

No te asustes. Son unos amigos que se han quedado a dormir. Ahora mismo ya se van.

Diego apareció con cara de sueño pero vestido correctamente.

¡Ostras, Mei! ¡Qué alegría, guapa!¿No te acuerdas de mí?

La blanca cara de Mei se iluminó, aunque sus mejillas adquirieron un tono rosado. ¿Diego? ¿Eres tú, no? Diego se acercó algo azorado y se besaron castamente, rozando apenas las mejillas.

¡Claro que se acordaba de Diego! Había sido su primer amigo del colegio cuando se incorporó ella cuatro años antes. Secretamente, Mei se había enamorado del chiquillo, aunque nada lo denotó en su día. Hubiera sido la deshonra de su familia si hubiera dado ella cualquier paso para intimar con un joven, o que hubiera permitido que él se acercara a ella más de lo conveniente. Y no fue porque no lo intentó el mozuelo. Diego tenía una fijación con aquella chinita tan dulce, educada, misteriosa, tan diferente de las ruidosas y asilvestradas muchachas autóctonas, como la propia Natividad.

No entiendo. Hay otro chico contigo. ¿Dormía él en tu cama? Mei pareció escandalizada, aunque sus ojos denotaban que hablaba con ironía oriental.

Sí, sí, pero no es lo que te imaginas. Azorado, Toni se justificaba sin necesidad.

Ya lo sabe, capullo, terció la dueña de la casa. Te toma el pelo. ¿Cuánto tiempo hace que no veías a Diego, Mei? Lo menos dos años…

Así era. Diego y Antonio habían ido al instituto hasta los dieciséis. Luego Diego se puso a ayudar a su padre en el negocio del transporte y Antonio se matriculó en un Ciclo formativo con la intención de hacerse Guardia Civil cuando tuviera la edad. Antonio no había ido a la clase de los otros tres y estaba muy cambiado por obra y gracia de las pesas y los batidos, así que Mei no le reconoció cuando se presentó ya con pantalones

Hola, ¿cómo te va? Saludó sin acercarse el musculoso joven. Le daba repelús aquella chica tan menudita.

Bueno, ya os ibais ¿no? Insinuó Nati, caminando hacia la salida

La verdad, no tenemos prisa, repuso Diego para sorpresa de su amigo. Hasta podríamos comer aquí, con vosotras.

¿Tú qué dices, Mei? Preguntó la otra moza. El trabajo ya casi está…

Bueno, me es igual. ¿Estás en tu casa, no? Mei miraba de reojo a Diego y le temblaban las piernas por su audacia. ¿Cómo podía atreverse a proponer que se quedaran? Aquello tomaba un cariz peligroso para su virtud.

¿Comida china o italiana? Ahora habló Toni, que ya tenía hambre y no estaba para monsergas. Hay de las dos cosas cerca.

Claro. El restaurante de sus padres y la pizzería. Yo digo chino. ¿No, Mei? Nati estaba ya en su salsa y disfrutando del morbo de ver a su amiga aparentemente presa del deseo carnal.

Vale, sí. Pero no digáis nada de que yo estoy con vosotros. Advirtió la asiática.

Claro que no, cielo, piropeó con gracia Diego.

Mientras ellos bajaban por la comida, las dos chicas pusieron la mesa y prepararon una ensalada de lechuga, cebolla y tomate aliñada con limón, plato sencillo de fuerte arraigo en Murcia y todo el Mediterráneo occidental.

¿Te gusta Diego, eh pendona? Se interesó Nati mordaz.

No, no. ¡Qué dices!. Éramos amigos cuando llegué al colegio, pero no me gusta ni nada… se justificó la chinita.

Bueno. Ya veremos, dijo la otra con sorna.

A los veinte minutos llegaron los encargados de las provisiones. Rollos, pato, ensalada, arroz, tallarines, gambas… Allí había de todo en abundancia. También varias cervezas, coca colas y una botella de licor de manzana.

Tu padre está mosca, Mei, bromeó Antonio. Le hemos dicho que éramos tus amigos y que nos hiciera descuento.

¡Calla cabrón! Que no es verdad, tesoro; No hemos dicho nada, se enfadó un poquito Diego.

¡Ja, ja! Es broma, limoncita, tranquila. Se rio el cachitas.

La mesa estaba puesta y se lanzaron con ganas a devorar los manjares orientales. Mei utilizaba con facilidad los palillos y Nati se arreglaba bastante bien, pero los mozos tiraban de cuchillo y tenedor sin complejos. Dieron cuenta de la comida y se bebieron las cervezas. Toni sacó el licor chino del congelador y sirvió cuatro generosas raciones. Mei no había bebido nunca un chupito entero del destilado de arroz, sólo “mojarse los labios” alguna vez, pero aquella tarde le pegó al frasco con ganas. Quería quitarse de la cabeza los nervios de la culpabilidad por no estar trabajando en el restaurante y alternar con hombres blancos, cosa muy mal vista entre los suyos.

La comida fue agradable y divertida. Los platos eran exquisitos para orgullo de Mei y todos disfrutaron de ellos. Los mozos repusieron fuerzas y ellas comieron poco y bebieron más de la cuenta, bien servidas por los chicos.

Oye ¿No tendrás en la tele el canal del futbol? Se interesó Antonio.

Sí ¿Por qué lo dices? Respondió Nati.

¡Coño! Porque hacen el Madrid a las cuatro.

Pues lo vemos mientras tomamos el postre, concedió Nati. Mei, saca el helado del congelador, porfa, que voy a hacer un pis.

Y OTRA VEZ, LA ÚLTIMA, NOS VAMOS A MADRID

El móvil de Don Rodrigo zumbaba su sintonía, se apartó de la mesa y contestó molesto. ¿Sí?

La cara le cambió de pronto cuando escuchó la noticia de la supuesta traición de Lucía en boca del auténtico traidor, el taimado Julián.

Es hora de hacer un receso, informó a la reunión guardando el móvil. En quince minutos continuaremos. Y salió de la sala tecleando furioso. Su llamada tuvo su efecto. Antes de vencer los quince minutos sonó el móvil de Lucía y ésta se cagó encima al ver el contacto que telefoneaba. ¡La jefa suprema!. Ulrike, la consejera delegada la reclamaba. La charla fue breve. Se había acabado la misión en Madrid. De vuelta a Frankfurt en el primer vuelo. Y ni una palabra a nadie de los presentes.

Más blanca de lo habitual, Lucía abandonó el salón sin mirar ni una vez en dirección a Javier, que la observó triste marchar. Aquello era el fin. Jamás la volvería a ver.

Reme y Julián entraron en la sala junto al resto de los delegados. Julián tomó la palabra.

A partir de ahora tomaré yo la palabra en nombre del sindicato. Javier, por favor, abandona la reunión ahora mismo.

Javier se levantó asombrado fijando la vista en Reme, que le hurtaba la mirada con gesto enfurecido. No entendía nada de lo ocurrido, pero estaba demasiado hundido por todo lo que había ocurrido para discutir. Salió cabizbajo sin mirar atrás. Todo le importaba ya muy poco.

Y AHORA SÍ, NOS VOLVEMOS A MURCIA DEFINITIVAMENTE.

 

Los cuatro jóvenes estaban de lo más a gusto, ellos esperanzados en seguir dando alegrías al cuerpo y ellas mimadas  y cortejadas por los galanes.

Eran las cuatro cuarenta y el partido iba a empezar. El Real Madrid se enfrentaba al Villareal en el Bernabeu y Toni andaba emocionado. Si ganaban, se ponían a un punto del Barça, que visitaba al Valencia CF, con muchos números de empatar o salir derrotado, y a la semana siguiente era el super derbi del Camp Nou entre los dos grandes del futbol español. Nati era futbolera, bastante “pimentonera” pero muy fan de Cristiano, así que le siguió la corriente al musculoso chaval, se sentó a su lado y le puso las piernas sobe las rodillas en un gesto de confianza que alarmó a Mei. Ésta no tenía ni idea de futbol; no le interesaban los deportes, sino la danza y el teatro, excentricidad que les era desconocida a sus compañeros de clase por suerte para ella, que bastante tenía con que la llamaran “limoncito”. Diego era futbolero, pero aquella tarde parecía más interesado en la chinita que en la liga; Se sentó junto a ella y empezó a trabajarla con su proverbial gracejo.

¿Te acuerdas, Mei, cuando íbamos a la piscina en quinto? Eras la mejor nadadora de la clase.

Sí. Y tú eras el mayor gamberro, que nos tirabas al agua a todas las niñas cuando el profe no miraba.

¿Y la vez que fui por debajo y te empecé a hacer cosquillas y casi te meas?

Mei se acordaba del hecho, pero le producía bastante turbación reconocerlo. Se había llegado a sentir muy bien cuando Diego le acarició las plantas de los pies con las uñas mientras ella nadaba. Más que mearse, lo que temió fue que se le escaparan algunos fluidos de otra naturaleza. Aquello era especialmente vergonzoso en una jovencita china de buena familia. No está bien visto enseñar los pies a los jóvenes, y menos que te los dejes tocar, pero aquella experiencia le había dejado una cierta fijación con esa parte del cuerpo y en sus fantasías siempre aparecía un joven apuesto que besaba y acariciaba sus pequeños pies hasta hacerla derramar sus jugos, no precisamente urinarios.

Viendo la turbación de la chica, Diego apretó las tuercas en esa dirección. Tienes los pies diminutos, como la de la canción de Sabina. ¿La conoces?

No me gusta Sabina. Dice muchas tonterías y trata muy mal a las mujeres, repuso ella a la defensiva.

¡Mira! Como tú, Diego, se hizo Toni el graciosillo en un momento de balón parado.

El otro le taladró con la mirada pero no encontró respuesta; Cristiano iba a sacar la falta. Nati acarició con la pantorrilla la bragueta del cachas, pero éste no se inmutó, concentrado en la acción del portugués. ¡Niña! ¡No distraigas, pijo! Que va a tirar el directo… ¡Toma castaña! ¡Uno a cero! Y al Barça nos lo fundimos el sábado, que Messi está lesionado. Se las prometía muy felices el musculoso merengue.

En diez minutos se puso el dos a cero en el marcador y, a falta de sesenta minutos, el partido perdió interés y Toni se dedicó más a meter la mano por la ancha pernera del chándal de Nati y sobarle el muslamen que a mirar evolucionar a los de Zidane.

Mei no seguía el encuentro en absoluto. Había entornado los ojos y se estaba perdiendo en sus fantasías, bastante afectada por el licor de arroz de su padre. Diego se recostó a su lado en el sofá y le susurró al oído algunos galanteos inocentes, aunque ya notaba que la muchachita se estaba librando a los brazos de Morfeo.

Mei tenía una referencia familiar que la turbaba considerablemente: La hermana de su madre, su tía, mujer de belleza excepcional, había sido captada por una red de producción de pornografía en Hong Kong. La joven cayó en las redes de la organización y acabó convertida en la estrella de la compañía, viajó a Los Ángeles y ahora, veinte años después, tenía su propia empresa y producía material para adultos en la red. Esto no era motivo de orgullo entre los familiares de Mei. De hecho jamás mencionaban el nombre de la perdularia, pero Mei sabía de sus hazañas por una prima que vivía en Ámsterdam y mantenía buenas relaciones con la tía marchosa. Había visto fotos a través del Skype cuando hablaba con Liu, la prima de Holanda. Eran fotos muy obscenas de su tía a los veinte años. Aparecía desnuda y sonriente, con sus pequeños pies en primer plano y una impresionante mata de vello púbico enmarcando un coño grande y oscuro del que fluía un líquido blanco de origen más que previsible.

Y lo más turbador era que Mei había heredado la misma pelambrera genital y los preciosos pies con los que su tía había masturbado a las grandes estrellas del porno.

Toni puso en juego su mano libre, desentendiéndose ya del todo del devenir del partido y la introdujo por debajo del jersey de Nati. Pronto detectó las mamas desnudas de la moza, gordas y duras como baloncillos de rugby, y empezó a jugar con sus pezones, que crecieron y se endurecieron entre sus dedos a pesar de la inconsciencia de su dueña.

¡Dios, que buena está! Se dijo él. ¡Menuda gozada tenerla de novia o casarse con ella! Pero, claro, si no fuera tan puta… Se imaginó su futuro como guardia civil señalado por la calle con el gesto de los vergonzantes cuernos. Aquella fiera se tiraría a todo el cuartelillo, a toda una región militar… No. Tenía que buscarse una buena chica, una buena madre y esposa abnegada. Pero intuía que cada vez que Nati le diera un toquecito correría como un gato hambriento a devorar aquellas colinas de azúcar, a hartarse del caldo de la almeja más jugosa de la provincia, a taladrarla con su grueso nabo, que tanto había apreciado ella en la pequeña orgía a tres que se habían montado un rato antes.

Así que el chaval, viendo adormilada a Mei y encandilado mirándola a Diego, decidió que era hora de pasar a mayores y, con gesto rápido, tiró hacia abajo de los pantalones y hacia arriba del jersey, separó la tirilla inferior de las bragas y se lanzó a besar el oscuro objeto del deseo. Ella no se despertó, pero sus muslos se abrieron instintivamente dando su permiso al intruso para solazarse en la lamida.

Mei no dormía, pero tampoco estaba despierta. En su ensoñación se veía nadando solitaria en una gran piscina. A lo lejos, en su misma calle, podía ver una silueta femenina. A medida que se acercaba, fue distinguiendo las formas de su tía. Desnuda, con las piernas abiertas, reía feliz mostrando su peluda vulva y chapoteando con sus hermosos pies la superficie del agua. Mei se detuvo, pero una corriente inexplicable la arrastró hacia su tía, que le hacía gestos para que se acercara. Sintió la sobrina un cosquilleo recorrer sus piernas y unos dedos misteriosos se deslizaron por sus muslos desnudos, sus pantorrillas y acariciaron sus pies. Entonces abrió los ojos. No era todo ensoñación. Diego estaba de rodillas frente a ella y sus manos asían suavemente sus tobillos mientras los labios del muchacho recorrían amorosos los deditos de sus pies desnudos. Quiso apartarse, darle una patada, pero en lugar de eso cerró los ojos y simuló seguir dormida. ¿Qué más se atrevería a hacer aquel desvergonzado? ¡Ay, por Buda! ¡Le estaba pasando la lengua por las plantas de los pies! ¡Que cosquillas tan deliciosas! Se le estaba mojando el chichi y las tetitas se le henchían. Mei tenía unos senos medianos pero lo compensaba con unas enormes areolas marrones y unos pezones de casi tres centímetros en erección. Y ahora estaban empezando a crecer. Pronto se notarían a través de la blusa y el fino sujetador de licra.

Este pensamiento aceleró la erección de sus pezones y el encharcamiento de su vulva, pero cuando Diego enterró su boca en la entrepierna de Mei, ésta no pudo disimular más, abrió los ojos lo poquito que daban de sí, en eso era una china bastante corriente, y cerró los muslos con firmeza.

¡Mi tesoro! Pareció decir. Él insistió, separando con firmeza las rodillas con las manos y largando unos lengüetazos profundos, como los de un panda, desde las nalgas al monte de venus y dejando rendida a la muchacha, que no se imaginaba que un placer semejante pudiera invadirla. ¡Ahora entendía la depravación de su tía y la felicidad de su cara en aquellas imágenes entrevistas en el portátil! Si los hombres le hacían aquello, sin duda había sucumbido al vicio con todo el gusto del mundo.

Se había olvidado de Nati y de Toni. Giró la cabeza de pronto espantada, pero enseguida la volvió a girar para evitar ver la imagen de su amiga desnuda y espatarrada como una gata en celo, dormida todavía y con el hércules de la huerta comiéndole el chichi voraz, sin apartar la cabeza del hueco entre los muslos. Cinco minutos después, por el rabillo del ojo, vio bailar alocados los grandes pechos de su amiga mientras Toni la follaba a conciencia, de rodillas delante del sofá. En el intermedio, Toni había ido a buscar condones a la habitación y la caja abierta quedó depositada en la mesita de café.

Mei pensó que tenía que salir de allí. Aquello era una trampa preparada por su compañera. La había hecho venir con la excusa del trabajo escolar para que aquellos dos canallas las violaran a ambas. Su canalla, de hecho, pugnaba ya por arrancarle los vaqueros y ella se sentía desfallecer. Sí, la iban a desvirgar allí mismo. Adiós al honor de la familia. Sería expulsada, señalada y proscrita como su tía… Sin embargo, no opuso una resistencia demasiado firme cuando el pantalón y las bragas fueron arrancados y se escurrieron más allá de sus tobillos, ni cerró con fuerza los muslos para ocultar el panorama al asaltante. ¡Y vaya panorama! Los labios grandes y oscuros aparecieron enmarcados por una insólitamente enorme mata de lisos pelos que brillaban de la humedad vertida. El olor era tan intenso que lo pudo apreciar el culturista, que giró la cabeza y descubrió aquella pelambrera negra que se erguía como un flequillo de roquero primitivo. ¡La Hostia! Fue lo que pudo decir al tiempo que detenía sus bombeos en la gruta de Nati. Ésta, que no parecía despierta a pesar del trajín que tenían sus partes bajas, abrió de golpe los ojos con disgusto como preguntando ¿Y ahora porqué paras? Y se volvió a mirar también el espectáculo del chocho más peludo jamás visto por ninguno de ellos al natural.

Mei intentó taparse, escurrirse del sofá avergonzada, pero Diego se lanzó rápido a por el premio, no se cortó ante la pelambrera y besó por primera vez aquella segunda boca babosa, llenándose de pelos la lengua, pero sin hacerle ningún asco al exquisito y exótico manjar.

Los otros dos seguían follando, pero con poca convicción, embelesados por la imagen de cine porno japonés, con aquel coño rezumante sin pixelar y la chinita retorciéndose de placer bajo la lengua experta del muchacho.

Si una cosa tenía Nati de mala, era su divismo impenitente: Novia en la boda, Niña en el bautizo y Muerta en el entierro. No podía resistir que aquella mata de vello negro le arrebatara el protagonismo y el interés de los dos machos en celo.

Así que tomó la iniciativa: De un salto se incorporó, cogió de la mano a Toni y se lo llevó al sillón de al lado. En un periquete le había bajado los pantalones y el bóxer a Diego sin interrumpir él su afanado cunnilingus, le había levantado el jersey y la camisa y se acomodaba feliz poniendo sus gordas mamas sobre la espalda del mozo y asiendo con dedos hábiles el hinchado carajo y los tumescentes testículos, sin que el afortunado dejara de comerle el chichi a Mei, que apenas advirtió la maniobra.

Claro que, por el principio de acción y reacción, las embestidas copulativas de Toni zarandeaban violentamente a Nati y sus vaivenes, recostada sobre Diego, hacían que éste se bamboleara ligeramente y su lengua adquiriera un movimiento de avance y retroceso que se unía al sube – baja que él ya aplicaba con mimo a los oscuros labios vaginales de Mei.

Al final, la chinita advirtió que algo pasaba y abrió los ojitos para observar espantada el aluvión de cuerpos que se cernían sobre ella, su compañera mirándola desafiante apoyada en la espalda de Diego, mientras le masturbaba y, tras ella, la figura ciclópea de Toni, taladrando como martillo neumático el coño de Nati.

Aquello no era lo que ella esperaba ni deseaba en aquel momento. Su traidora compañera quería expulsarla de la liza, inocente y pusilánime como la suponía, pero no sabía de la misa la media aquella tetuda descocada. Ya entregada a la lujuria, Mei se despojó de toda su ropa, mostrando sus atractivas tetillas con los pezones en plena erección.

La tensión entre las dos hembras se hizo palpable. Se miraron desafiantes como Uma Thurman y Lucy Liu en Kill Bill y Mei tiró de su macho con energía apartándolo de Nati, que quedó a cuatro patas y sujeta por las cadera por su follador, que estaba llegando al clímax.

Diego besó apasionado a Mei y saboreó aquellos negros pezones, mientras ella le alargaba un preservativo de la cajita abierta que tenía bien a mano. Se lo enfundó él presto y se acomodó en la posición siempre eficaz del misionero; Tal que jesuita evangelizando Asia, el muchacho hizo entrar su argumento principal por el estrecho receptáculo de la china. No había himen que le obstruyera el paso, aunque él no reparó en el detalle. Mei era virginal en lo que a macho se refiere, pero en materia de perforarse el chichi con lo que había tenido a mano, su experiencia era considerable. Una hembra tan calenturienta no podía resistir mucho sin caer en la tentación de la jodienda y las circunstancias se lo habían puesto a huevo.

Y ¿Qué más añadir? Nati se vino abajo ante el empuje de Toni que, tras un tremendo orgasmo, siguió dándole caña solidariamente hasta hacerle olvidar a la moza sus envidias y mezquindades y dejarla llorando a moco tendido de gusto. Algo había entre ellos: Aquella polla quizás. Su grosor era muy del gusto de la muchacha y el vigor de Toni saciaba su impetuosa sexualidad. Él estaba encoñado sin remedio. Le iba a dar igual el qué dirán, incluso algún devaneo de aquella fogosa venus con sus futuros compañeros de armas. Aquella mañana comprendió que no podría ser feliz si no la follaba a diario, que su vida había sido un aburrido devenir de hechos insustanciales hasta aquel fin de semana apoteósico en que se había acercado realmente a su única diosa carnal y que, como dice el ripio del bolero, “..yo nací / el día en que te conocí”

Mei era igual de feliz con Diego. Jamás se imaginó que un chico le comería tan dulcemente el coño y se deleitaría con su hirsuto vellocino, dándole a ella un placer celestial como no había soñado. Follando no le resultó tan eficaz, más por la inexperiencia de la chica que por falta de prestaciones del mozo, pero a ella no le importó después de correrse largamente con las caricias bucales previas; Además, verlo tan entregado en la corrida, casi llorando de gusto, la dejó más que satisfecha.

En suma: Además de la lujuria y la depravación el amor también salió victorioso esta jornada y dos nuevas parejas pusieron los cimientos de una sólida y bastante húmeda relación.