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Engracia divina 3

en Dominación

Quizás por un momento me ilusioné con la idea de que aquel acercamiento afectivo a mi despelotada anfitriona conduciría a un final erótico satisfactorio. Nada más lejos de la realidad. Engracia se calmó, se sonó los mocos en la camiseta y luego se la puso. Me acarició levemente la cara en gesto de casto reconocimiento y se puso de pie.

-          Es hora de dormir, Anejito. Venga, que mañana te acabo de explicar  mi historia.

-          ¿Seguro? No tengo sueño…, -  intenté darle la vuelta a la cosa.

-          Sí, sí. A la camita, que no nos queda mucho tiempo - La pelirroja se puso en marcha sin ninguna compasión por mi pobre verga. - Si quieres, te voy a enseñar una cosa que te gustará antes de dormir.

Salí tras ella más animado, con cierta esperanza de aliviar mis ardores.

-          Aquí, a la derecha – me indicó - ¿Qué te parece?

No era lo que me esperaba, pero lo cierto es que resultaba impresionante. Un yacusi  precioso, de más de dos metros de diámetro, circular, profundo, con unos efectos luminosos que Engracia puso en funcionamiento mientras abría los grifos y llenaba de agua caliente el receptáculo. Activó el burbujeo y atenuó la luz del cuarto de baño.

-          Si te apetece relajarte, todo tuyo – me ofreció.

-          ¿Y tú no entras? – sugerí

-          Pues no, guapo. Ahora no tengo ganas. Que lo disfrutes.

No había solución. Engracia se largó del salón de baño bamboleando su hermoso culo ante mis frustradas narices. Me resigné. Mejor es un hidromasaje que nada, así que me saqué la ropa, oriné en un váter de cortesía adyacente y me lancé a la piscina. Todo era perfecto, la temperatura, las vibraciones del agua, las luces moradas que emergían del fondo del vaso y una suave musiquilla que empezó a sonar desde unos disimulados altavoces. Todo era perfecto, excepto la ausencia de la dueña de la casa.

Inevitablemente mi pene empezó a reaccionar a los estímulos físicos y a los tórridos recuerdos del día. Cerré los ojos y pude ver aquellos dos espléndidos y maduros senos blancos, enmarcados por el pecoso escote, la areola rosada con la marca blanca de la pinza… Mi verga estaba en plena efervescencia. Las burbujas la hacían temblar suavemente y yo me resistía a rematar con mis manos la faena.

A mi edad es un desperdicio cada orgasmo. Lejos quedó el tiempo en que, apenas lavabas tus genitales de la reciente corrida, el deseo volvía a fluir por los cuerpos cavernosos, hinchándolos y haciéndote reiniciar el ciclo de la excitación.

Sin embargo, incluso a mi edad hay un punto de no retorno en el que es preferible aliviar la tensión a costa de perderla durante unas horas. Así pues, con los ojos cerrados, empecé a manipular lentamente mis genitales imaginando que penetraba profundamente la rosada vagina de mi nueva amiga mientras sus senos oscilaban tentadores a pocos centímetros de mi boca.

Me recreé en las sensaciones unos minutos, deteniendo mis manoseos cuando parecía llegar al clímax y volviendo a empezar. Cuarenta años haciendo lo mismo y mi cerebrito primitivo seguía celebrando con la misma excitación el engaño…

De pronto algo me interrumpió. Un leve sonido, un roce, un chapoteo… Abrí los ojos y solté mis genitales de golpe, todo a la vez. Llegué a tiempo de ver un pie inmaculado penetrando en el agua, un bosquecillo rojizo apenas entrevisto y dos gloriosas tetas que se hundían hasta la línea de flotación y quedaban suspendidas con los pezones rosados en el límite del fluido burbujeante. Y el rostro de Engracia, sonriente, enmarcado por un ridículo gorrito de baño blanco, delante de mí.

-          Al final me he decidido a acompañarte – Comentó con sencillez mientras se frotaba los brazos con las manos alternativamente. - ¿Qué estabas haciendo ahí abajo, cochino? ¿No te había dicho que debías descansar?

-          Sí, sí. Lo siento. Los yacusis me excitan mucho, no me puedo resistir – me justifiqué.

-          ¡Ja! Menudo bribón. ¡Si estas empalmado desde que me viste!¿Crees que no lo notamos eso las mujeres?

-          Perdona, Engracia. Es inevitable, incluso para un hombre mayor. Digamos que estás demasiado buena para evitarlo, y tú tampoco pones mucho de tu parte. La verdad.

Engracia se echó a reír con franqueza y se recostó en el yacusi hasta que sus pechos desaparecieron de mi vista por completo. Me miró con una picardía increíble en los ojos. Comprendí porqué aquella mujer podía tener a unas cuantas docenas de hombres a sus pies. Y mirándola a los ojos me llevé un sobresalto mayúsculo cuando sus mencionados pies chocaron con mis inflados testículos. Hecho el primer contacto, la muy canalla dirigió la planta de su pie hacia el tallo de mi verga y fue subiendo hasta que sus encantadores deditos alcanzaron mi glande y lo friccionaron suavemente. El otro pie se hundió entre mis ingles y pronto pude sentir el dedo gordo insinuarse en mi ano mientras el empeine estrujaba delicadamente mi endurecido escroto en un lento y torturador vaivén.

-          No sé qué le pasa a todo el mundo con el sadismo últimamente – comentó con naturalidad sin cesar de atormentarme bajo el agua – Antes era cosa de cuatro pervertidos, pero ahora, desde que apareció el tío ese de las sombras y todos los imitadores… Chicas normales, amas de casa. Todo el mundo quiere que le aten, le azoten el culo.. ¡No sé dónde vamos a ir a parar.!

-          Engracia, ves más despacio. Me voy a correr si no paras, ¡oh..! – Tuve que sujetarle los tobillos con las manos un segundo antes de empezar a verter mi semen por todo el recipiente.

-          Bueno, de eso se trata, ¿no? – comentó socarrona enderezándose y haciendo emerger sus voluminosos globos, que ahora mostraban los pezones duros y erectos como fresones silvestres.

Sentí un pequeño espasmo en mi verga y una leve nubecilla de semen flotó entre mis piernas. El orgasmo se interrumpió en el último instante, pero una porción se derramó inevitablemente. Engracia se removió en el agua burbujeante marcando un cambio de rumbo de los acontecimientos.

-          Las que nos dedicamos a estos asuntos “profesionalmente” tenemos unos gustos un poco retorcidos, Anejo. Si hemos de tener jolgorio tú y yo te he de dejar claras varias cosas – Engracia se sentó con las piernas cruzadas en el centro del yacusi, con el tronco muy recto y sus pechos hinchados a la altura de mis ojos. – Lo primero, nada de mete-saca. No me excita que me penetren. Ya sé que es raro, pero es así. Bastante he de aguantarlo con  los amiguitos que me visitan. Segundo: No esperes que te la chupe. Lo mismo. Lo hago muy a menudo y me da bastante asquito, así que nada de mamadas. Tercero, lo que me gusta es que me toquen y que me lo coman todo, pero sin prisa. A los “visitantes” les gusta chuparme el coño un momento, pero luego, enseguida, lo que hacen es follarme como monos o hacer que les coma la polla. Pues no. Si quieres tener algo conmigo hazte la idea de que tendrás que estar el tiempo que yo diga lamiéndome donde yo te diga. ¿Estás de acuerdo en las condiciones, palomito?

-          Al cien por cien – contesté sin vacilar – Cualquier condición la acepto. ¿Qué debo hacer?

Me miró inquisitiva durante unos segundos y frunció sus cejas pelirrojas reflexivamente.

-          Bien, para empezar deja de tocarte el pito sin mi permiso. Te correrás cuando te lo mande yo. ¿Entendido? Y ahora, es la hora de cenar, pajarito – y enderezándose en el agua se puso de espaldas a mí y se arrodilló apoyando los brazos en el borde de la bañera y separando los muslos, dejando que las nalgas se abrieran levemente, mostrando el oscuro territorio con el misterioso y arrugado orificio en el centro.

Sin vacilar me acerqué al objetivo y lancé mi lengua al ataque, con las manos acabé de separar los dos blancos globos carnosos. Exquisito. Las burbujitas habían dejado el culo de Engracia suave y fresco como un melocotón. Empecé por los límites y fui acercándome a la zona central dando lentos  círculos. Introduje la lengua unos milímetros y sentí el estremecimiento del anillo con placer. Le estaba gustando. Repetí la operación, una, dos,…diez veces, veinte… Era cierto que se lo tomaba con calma. Oscilaba lentamente las caderas y exhalaba gemidos entrecortados, pero no daba señal de aburrirse ni de correrse. Simplemente disfrutaba. Seguramente aquello era para ella tan agradable como tres o cuatro orgasmos. Por fin se cansó.

-          Me he puesto muy caliente con tu boquita, guapo – afirmó alegremente mientras se daba la vuelta y se sentaba al borde del hidromasaje, dejando sus pies dentro del agua y sus muslos bien abiertos para mostrarme mi siguiente misión – Ahora vamos por delante. Empieza por abajo. Así, lame el culito y sube por tooooda la raja y acaba en el botoncito. Muy bien, otra vez.

Me harté de vagina. Era deliciosa, madura, jugosa, grande. El sabor ácido se me quedaba en la garganta y la lengua parecía arder en un baño de pimienta. Pero no podía parar. Sentía como si mi verga fuera a estallar en su remojo burbujeante, pero mis manos estaban ocupadas ya pellizcando delicadamente los pezones de mi amiga. Ella misma me lo había indicado sujetando sus senos con las manos y diciendo sencillamente. ”cógeme las tetas. No, más despacio. Da vueltas con los dedos; Así. No pares ahora, mete la lengua, más. Ah, ah….”

Finalmente Engracia se corrió. Fue muy silencioso su orgasmo, pero sus piernas se cerraron en torno a mi cabeza y sus manos me asieron del pelo para aumentar la presión sobre su vulva. Soltó una cantidad exagerada de un líquido menos ácido y un punto amargo. Me lo tragué todo, claro está. Engracia se resbaló dentro del yacusi pegando su cuerpo al mío. Buscó mi boca, sucia de sus jugos y se la comió con un ansia inesperada. Su lengua se unió a la mía y sentí por primera vez su sabor. Noté un trasfondo alcohólico que debía corresponder a algún pelotazo de ginebra que se había administrado en su ausencia. Tenía los ojos húmedos y algo somnolientos, pero parecía feliz, en conjunto.

-          Y ahora, a sacarle la lechita a mi niño – dijo con voz cadenciosa – Vamos a ver, cómo lo haremos… Con los pies,… No, eso ya lo has probado antes. ¿Te quieres correr aquí en las tetas de tu amita, pillo? No, tampoco. Eso es un premio especial si me escribes bien mi cuento.. Ponte de pie. ¡Caramba, cómo la tienes! Mira, no vamos a perder el tiempo. Te vas a correr en mi mano, ¿vale?.

Engracia se puso de pie y frotó sus senos contra mi pecho, me agarró el miembro con pulso firme y empezó a acariciarme los testículos con la otra mano.

-          Bésame mientras te corres, vamos – y empezó a bombear mi bastón con la energía de una majorette  metiendo la lengua hasta lo más hondo.

Los chorros de semen empezaron a salpicar sus manos, sus pechos, su vientre… No me imaginaba que podía fabricar aún tanta leche a mi edad, pero bajo ciertas condiciones, mi próstata puede funcionar como la de un adolescente.

Me derrumbé en el yacusi con mi sexo flácido y mis testículos deshechos por la corrida. Ella se arrodilló a mi lado y la sentí más próxima y humana de lo que recordaba de toda la jornada.

-          Has disfrutado como un crío – me dijo – Y yo también me he corrido como una perra en celo, la verdad. Bueno, ahora a dormir, que mañana tienes trabajo y, si lo acabas a tiempo, vas a tener otra ración de caldito de tu reina y un premio especial. Ahora, a dormir, cerdito.

Engracia salió majestuosa de la bañera y marchó enrollada en una gran toalla blanca. Me quedé unos minutos más, recuperando el aliento. Al día siguiente iba a esforzarme en hacer bien mi trabajo. Esperaba estar en condiciones de seguir haciendo feliz a mi jefa.