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Las grandes corridas de San Fermín (...y 3)

en Hetero: General

Con parsimonia, Dionisio accionó el mando a distancia del viejo aparato y buscó el canal indicado.

El rostro amable de un conocido locutor saludo a los presentes. “.. Tremendo escándalo en la tercera de San Fermín. Como les decíamos en la presentación del informativo, un grupo de cinco mujeres de diversas edades, se presentaron completamente desnudas en medio del ruedo cuando estaba a punto de lidiarse el sexto toro. Eran las seis y media y la corrida discurría por los cauces normales. Cuando Alberto López Simón, el triunfador de la tarde, se disponía a lidiar su segundo, se produjo la irrupción de estas peculiares “espontáneas”. Las mujeres hicieron el salto desde cinco puntos diferentes de la plaza, despojándose de la ropa en la misma barrera y rociándose el cuerpo desnudo con un tinte rojo que imitaba de forma realista la sangre de los toros.” Las imágenes, que sin duda estaban dando la vuelta al mundo, aparecieron en la pantalla. El cámara, pillado por sorpresa no sabía dónde acudir. Primero una descomunal rubia de más de ochenta kilos y apabullantes pechos apareció por encima de la barrera. El gracioso salto con que superó este obstáculo, dejó en evidencia ante toda la universal audiencia, que se trataba de rubia natural y no teñida. Además se pudo apreciar que era poco dada a recortar su vello púbico.

La cámara giró, mostrando a una delgada señora entrada en años y carente de senos prácticamente, aunque ágil como una gacela, ya que esquivó con facilidad al subalterno que le lanzó un capote para detenerla.

Hasta ese momento los madrileños estaban boquiabiertos, Dionisio sonreía benevolente y los chinos no se perdían detalle, pero la cámara cambió el enfoque y aparecieron en la pantalla dos figuras más, que se habían plantado cerca una de otra en el centro de la arena. Una era bajita, con el pelo corto y dos tetas que cortaban la respiración más que las astas de Garfunkel, el toro de Vegahermosa que, puedo deciros es rigurosamente cierto, fue unos minutos después estoqueado por Simón, que conquistó las dos orejas y el rabo.

La morena tetona lucía una coleta larguísima y el sol arrancó algunos brillos en su entrepierna, como si tuviera algún reflejo dorado en su depilado pubis. La pintura se había extendido por sus mamas y su vientre, dándole un aspecto apocalíptico, como enseguida destacó el locutor de Tele 5, que la situó en la estética de “Más allá de la cúpula del trueno”.

Su compañera era alta, rubia y de una belleza que sobrecogía. Cubierta de sangre hacía pensar en las cristianas arrojadas a las fieras, en un remake de aquellos espectáculos tan raciales y llenos de valores culturales que los emperadores ofrecían a su pueblo y que sin duda hubieran sido declarados patrimonio intangible de la humanidad si hubiera existido la UNESCO en tiempos de Diocleciano. Para enmendar esa carencia histórica, nuestras corridas (las de toros, claro está), dignas sucesoras del circo romano aspiran ahora a recibir este honor, junto con la matanza del rinoceronte en Kenia y la ingesta de peces vivos en Japón.

Los dos muchachos pusieron cara de besugo al reconocer a las dos “espontáneas”. Por si habían dudas, la más alta lucía en el cuello su chapita catalana secesionista, quizás con el ánimo de cabrear por partida doble a la afición.

El reportaje terminaba cuando la primera saltadora era embestida por Garfunkel, momento en que el diestro Simón reaccionó, burlando a la fiera con ayuda de la muleta mientras sujetaba por la cintura a la danesa, que luego se supo que ésta era su nacionalidad. Cuando la escandinava sintió tan cerca el abrazo del guapo diestro madrileño, pareció desfallecer i vacilaron por un segundo sus convicciones antitaurinas, pero se rehízo y se deshizo del matador de Barajas con un firme empujón. (Más tarde se dijo que la bella Freja había hecho llegar un hermoso ramo de flores a su salvador con su dirección en Kolding y la invitación de venir a visitarla al final de la temporada, aunque quizás fue un infundio de los de Canal 13)

Los huéspedes ya no vieron el romántico final de la noticia, sobrepasados por la sorpresa y la consternación. Por eso tenían prisa las muy cabronas, bramó Ramiro. ¡Vaya dos pendones!

Bueno, argumentó Dionisio, no se les puede negar valor, belleza y espectacularidad. Son valores muy próximos a los de la fiesta nacional.

¡Venga, hombre! Están como un cencerro. Pero, ¿tú has visto? A la rubia de las tetas casi la mata el toro. Gracias que ha estado atento Alberto, que tiene dos cojones, y la ha salvado por los pelos. Ramiro, gran admirador de su paisano, no estaba nada satisfecho con aquella acción de protesta femenina.

Se hizo un silencio que Gonzalo interrumpió con un carraspeo. En todo caso, tendríamos que ir a ver si están en comisaría. Quizás yo pueda ayudar un poco a que las suelten, conozco gente en el ministerio…

Pero ¿Qué dices?. Déjalas hombre, déjalas. Ellas se lo han buscado. Que aprendan. Ramiro era más tajante en aquellos temas, aunque su tono de voz revelaba más preocupación que enfado.

Gonzalo salió en busca de su móvil y Dionisio tranquilizó a Ramiro. No les harán nada. Con medio mundo siguiendo la noticia, seguro que las dejan ir hoy mismo. Más que indignado, Ramiro estaba abatido. Se había sentido tan unido a las dos catalanas aquella tarde, tan enamorado de las dos, que aquella acción le había herido profundamente.

Gonzalo irrumpió hablando por teléfono. Si, si. Te lo agradezco, Conrado. Confío en ello. Gracias. Muchos recuerdos. Y dirigiéndose a los presentes: Bien. Ya está. No pasará nada. Declararán y las sacarán por una puerta falsa. Unos taxis y que se esfumen sin hacer entrevistas a la puerta de la comisaría. Había dos abogados esperando allí desde las cinco, o sea que estaba todo bien planeado. Declararán y las dejarán ir. Estaba nervioso, pero feliz, como si se tratara de sus hermanas o de dos compañeras de partido.

Patrocinio salió de la cocina muy disgustada.¡ Pero habrase visto, las dos sinvergüenzas, la que han liado! Sí que las voy a dar yo la receta, sí, cuando las pille,..

Calma amor. Déjalas explicarse y luego haz lo que te parezca mejor. Dionisio conservaba la calma, mientras sorbía con parsimonia el pacharán.

Nadie pensaba en cenar. Los chinos, que no habían captado el sentido de las imágenes, preguntaban en inglés a Dionisio dónde podían comprar entradas para la corrida del día siguiente y si las toreras eran las mismas que hoy o las cambiaban a diario.

Pasó el rato lentamente y a eso de las nueve, sonó el telefonillo de la puerta de la calle. Janina abrió y en dos minutos las dos muchachas aparecieron en la entrada. Patro salió a verlas con andares de guardia civil cabreado.

¿Qué? ¿Están contentas las señoritas?¿Les parece bien la que nos han liado en medio de las fiestas?¿Qué diríais si fuéramos nosotros y os soltáramos un par de vaquillas cuando estáis allí bailando la sardana o haciendo castillos humanos?¿Eh que os jodería? Estaba bastante desencajada la Patro y gesticulaba y gritaba a dos palmos de la cara de las catalanas que no sabían dónde meterse. Dionisio intervino. Tranquila, cielo. Déjalas explicarse.

Pero parecía que las dos muchachas no sabían muy bien qué decir. Hicieron gesto de pasar hacia su cuarto, pero entonces Laia giró en redondo y habló para todos los presentes en voz alta, aunque se le quebró varias veces en su discurso improvisado:

Os pedimos perdón a todos. No por lo que hemos hecho, que lo hemos hecho de corazón y con todas las ganas. Os pedimos perdón porque habéis sido unas personas maravillosas con nosotras, nos habéis tratado fenomenal y .. bueno y lo hemos pasada genial hoy. Os seguimos queriendo igual que hace un rato, aunque corráis los toros y os guste la salvaja,.. o sea, la fiesta nacional y todo eso. No hemos querido ofenderos ni haceros mal. Pero comprendemos que no queráis que sigamos aquí. Por favor, prepare la cuenta, Patro,  que en diez minutos recogemos nuestras cosas y nos vamos.

Hubo un silencio sepulcral. Uno de los chinos se adelantó y, dirigiéndose a las chicas, sacó el bastoncito y el móvil para pedirles “un selfie con mujeres toreras muy guapas”. No entendió lo que le contestaron, pero no hace falta reproducirlo aquí.

Gonzalo parecía consternado y Dioni,  muy triste. Patrocinio, después de la andanada, se había quedado a gusto y ahora parecía vacilar. Ramiro estaba irreconocible; perdido su habitual buen humor, huraño y cejijunto, miraba al suelo pensativo.

Antes de transcurrir los diez minutos, Laia y Montse aparecieron con sus exiguas bolsas y se plantaron ante la mesita que hacía las veces de mostrador. Fernando miró vacilante a su jefa, pero como no percibió ninguna señal, se dispuso a sacar la cuenta y cobrar.

Patro habló de pronto, sin ningún preámbulo ni gesto exhortativo: No cobres nada. Y vosotras dos, meted otra vez las bolsas. De aquí no os vais. Cada cosa es  cada cosa. Yo también os he cogido aprecio, y estos dos bigardos más todavía, me parece. No me gusta lo que habéis hecho, pero tampoco es para reñir. ¡Janina! Dales un estropajo viejo y que se quiten la pintura, que aún lleváis chorretones por todo el cuerpo.

Las catalanas se miraron y asintieron. Montse besó a la hostelera en las dos mejillas y Gonzalo saltó literalmente de alegría para besar y abrazar a sus amigas-amantes pero Ramiro se levantó ceñudo y se marchó pasillo abajo.

Os han dejado salir enseguida, comento Gonzalo. He hablado con un compañero que está en Interior y me ha dicho que el ministro había llamado en persona al comisario para interceder.

Bueno, es que es muy amigo de mi tío Oriol, que estudió con él ingeniería y seguro que le ha telefoneado al enterarse. Aclaró Laia. Además, no les interesaba detenernos. Con la que se ha armado… Hay periodistas hasta de Australia informando, y esto último lo dijo con un tonillo jovial que reprobó Gonzalo con la mirada.

Sonó el móvil en la bolsa de Laia, que contestó sonriente. Sí, sí. Gràcies tiet. Ets un sol. Ja estic fora. Ens han tractat bè, sí. No. No tornem aquesta nit. Pot ser ens quedem aquí uns dies encara.

A Gonzalo se le iluminó el rostro de nuevo al entender, más o menos, que las chicas no se iban. Sólo faltaba ahora convencer al cavernícola de Ramiro de hacer las paces. Era difícil la empresa. Ramiro era hombre de ideas fijas y no era fácil hacerle cambiar de opinión cuando había tomado una decisión. Amaba sobre todo su libertad y no soportaba que le quisieran dirigir o manipular. Además, los toros eran una de sus pasiones y era gran admirador del joven torero de Barajas, que se había visto comprometido con el desplante de las cinco streakers.

Laia se despidió de su tío por teléfono y comentó a Gonzalo y Montse. Es que también es del Opus Dei y se tienen mucho aprecio.

¡Anda! ¿Tu tío es de la Obra y tú vas por el mundo en cueros y con una chapa separatista? Es que no me lo puedo creer. Gonzalo alucinaba. ¿Qué pasó? ¿Caíste en una marmita de poción mágica de pequeñita, como el Junqueras ese? Aquí le llamamos “Junquerix” y se meaba de risa sin notar que Laia ya se había puesto seria de nuevo.

Oye, dejémoslo, ¿vale?. No hemos de hablar de política, ni de toros, se fijó entonces en el diminuto emblema blanco y redondo con una barra azul y las letras MCF prendido en la camisa de Gonzalo,… ni de futbol, por lo que veo.

Dionisio había abrazado a Patro y la besaba en el cuello y la oreja. Déjame, pesado. Que me das calor y estoy sudando, y lo apartó con una recia culada.

Estoy muy orgulloso de ti. Eres apasionada pero justa, le susurró él  al oído, haciéndola reír con las cosquillas.

Amigos, inició un discurso Dionisio. Estos hechos son singulares y bien merecen una celebración. Las catalanas y el madrileño tragaron saliva angustiados ante la perspectiva de un nuevo banquete pantagruélico como el del mediodía. Hoy, a las doce, brindaremos juntos a la luz de la luna en la terraza de este edificio. Esto os incluye a vosotros dos, Janina y Fernando. Ahora, Gonzalo debe convencer a Ramiro de que asista. No os espantéis. Sólo serviremos unos montaditos y probaréis el vino que traje en mi última visita a Atenas.

Y así se disolvió la reunión. Dionisio se encaminó a la cocina y no dejó que nadie excepto Patro entrara a ayudarle. Sus tapas eran un pozo de secretos que no quería revelar.

¿Qué es eso del vino que vino de Atenas? Pensaba que lo guardabas para una ocasión muy especial. Recriminó Patro a su amante mientras empezaban a sacar de la nevera y la despensa  docenas de ingredientes para preparar el resopón.

Hoy ha llegado la ocasión, mi amor. Lo he presentido por todas las emociones desatadas esta tarde. Pasión, odio, amor y amistad.. Además hoy es el día propicio, o más bien, la noche propicia. La Luna ocupará en el Cielo el lugar preciso, en la mitad de su fase menguante. Sus rayos incidirán sobre la Tierra con el ángulo exacto. El vino sagrado de Atenas hará el resto.

Pero, ¿Qué quieres que pase? Patro estaba preocupada por las excentricidades de Dioni. Ya se lio con aquellos turistas que te llevaste de excursión al monte Erakurri y la pareja de alemanes acabaron como acabaron..

Patro, amor: Acabaron divorciándose porque no había afinidades suficientes. Dioni cortaba con fervor pequeñas porciones de higos maduros y queso de cabra sin dejar de hablar. La “Celebración” pone a prueba el amor entre las personas. SI los lazos son débiles, les ayuda a cortarlos.

Pero ahora quieres enredar a Janina y Fernando y eso está mal, muy mal. Son mis empleados y no quiero que pongan a prueba su amor con tus “fiestecitas mágicas”. Patro ponía cara de auténtica preocupación.

¿Y tú, amiga mía?¿Te atreverás a poner a prueba tu unión conmigo? Inquirió  muy serio el pintor.

O sea, que quieres que yo también suba a la terraza a emborracharme y hacer guarradas con esos muchachos que podrían ser mis hijos. Estás mal de la cabeza. Patro, enfadada, iba poniendo tostaditas en una bandeja con los dedos temblorosos por la excitación.

¿A quién harás mal con ello? ¿A mí? ¿Al negocio? Dioni soltó los higos y el queso y se secó las manos con la servilleta para coger por la cintura a su amor y besarla apasionado. Somos muy felices juntos, pero tú aún no me conoces. Nunca preguntas qué hago cuando salgo de viaje,…

Patro se desasió del abrazo y le miró seria. No sé si quiero saber más, Dionisio. Temo que pasen cosas que no me gustarán.

Al contrario, tesoro. Temes encontrar cosas que te gusten tanto, que hagan peligrar tu seguridad, la seguridad que te da tener una pareja. No supo ella qué contestar y él siguió con su argumentación: Ven esta noche. Tú no eres una puritana ni una mojigata. No te obligará nadie a hacer lo que no te apetezca pero, al menos, ven i observa.

No hubo respuesta afirmativa ni negativa y siguieron cortando jamón, triturando olivas y montando nata con roquefort.

La terraza del edificio de Patrocinio Inn Express Pamplona estaba bastante resguardada de los edificios colindantes por algunas torrecillas que hacían las veces de trasteros. En el centro, Dionisio había ido instalando durante los últimos dos años algunos muebles de terraza sobre los que se podían colocar cojines y pequeñas colchonetas cuando decidían hacer alguna celebración. Los muebles se disponían formando un amplio círculo con mesitas auxiliares que se podían distribuir según las necesidades de cada momento.

Dos docenas de farolitos de luz cálida se repartían por el suelo, las paredes y unos cables tendidos, dando al espacio un aire teatral y acogedor. La intensidad de la iluminación era regulable, generando ambientes más íntimos o bullangueros a voluntad del maestro de ceremonias.

Aquella noche, la luna menguante iluminaba la terraza con suficiente intensidad como para prescindir de casi todos los farolitos. Sólo encendió Fernando los que había en el suelo, dentro del círculo de muebles, para permitir que los invitados pudieran ver lo que se había servido en una docena de bandejas y colocado sobre tres mesitas bajas.

A las doce estaban presente Dionisio y Patrocinio, él radiante y ella seria pero serena, vestida con su modelito de madura posadera. Janina se movía con una voluptuosidad desconocida en torno a su marido después de la ardiente sesión de tarde que se habían marcado los dos. Y Laia y Montse habían recuperado la sonrisa y la confianza, aunque les entristecía la ausencia de los dos muchachos.

Empezaron a picar de aquí y de allá, encontrando buenísimos todos los canapés, tartaletas, montaditos y brochetas que llenaban las bandejas.

Las campanas de San Saturnino dieron las doce y, como si un hada madrina lo hubiera previsto así, Gonzalo, seguido del cabizbajo Ramiro, apareció por la puerta con su mejor sonrisa. Los dos madrileños venían vestidos para la ocasión, con bonitos polos y vaqueros ceñidos y, por supuesto, no podían faltar, jerséis finos de punto anudados al cuello. Se sentaron sin más ceremonia y empezaron a comer.

La conversación iba dando tumbos: Partiendo de los ingredientes del resopón, se pasó al clima del norte y el este, las costumbres nupciales de los Andes y los libros impresos y su obsolescencia. Se pudo saber que Laia y Montse trabajaban en una biblioteca municipal y se esforzaban por dar vida al centro con las actividades para los niños, exposiciones, conferencias,..

Poco a Poco, Ramiro acabó por intervenir, primero con desgana y monosílabos, pero luego con tono emocionado y frases más largas cuando todos mostraron interés por las peculiaridades del triatlón, que era la pasión del apolíneo madrileño.

Fueron menguando las bandejas sin que se sirviera bebida alguna, pero Dionisio estaba actuando con toda la astucia y premeditación del mundo. De pronto miró al cielo y sonrió con aprobación al ver la luna surgir entre algunas pequeñas nubes.

Amigos, amigas. Empezó a hablar. Ha llegado la hora. Es el momento de rendir nuestro homenaje a Selene, o podríamos llamarla Mama Quilla, añadió con un gesto de deferencia hacia los descendientes de los incas, o mil nombres más. Ella nos brinda su mágica luz argentina y nosotros vamos a celebrar en su honor la ceremonia más antigua que en el mundo ha sido. Sacó de debajo del sofá una garrafa antigua y pidió a Janina que repartiera los vasos. Eran éstos de barro cocido, cada uno de distinto color y con aspecto de ser valiosas obras de arte.

Los ha moldeado y cocido usted, Dionisio. Medio afirmo, medio preguntó Gonzalo.

Son maravillosos, observó Laia. ¿Tiene un juego a la venta, Dionisio?

Por favor, amigos. Esto es una ceremonia religiosa. Imaginad que estáis en la iglesia y seguid las indicaciones del sacerdote, en este caso, yo, sin interrumpirme. Se hizo un silencio un poco violento después de esta reconvención del pintor. Ahora levantad vuestros vasos. Así. Apuntando a la Luna. Que sus rayos toquen el licor. Con una sonrisa todos obedecieron. Y ahora, sin pensarlo, bebed. Todo de un trago. Y Dionisio engulló en diez segundos el vino, siendo imitado con más o menos fortuna por los siete invitados que se atragantaron un poquito.

¡Coño! No se contuvo Ramiro. ¿Qué vino es este? Parece que queme en la boca. ¿No será más bien coñac? Y se comió rápidamente un canapé para aliviarse el gaznate.

No, no. Es vino, pero muy fuerte, es cierto. Dejad que penetre hasta el fondo de vuestros espíritus. Respirad este aire bañado por los mágicos rayos. Que la Luna y el Vino se fundan dentro de vosotros. Y ahora, prescindamos de las ropas. La noche es cálida y nuestra piel necesita un baño de Luna para que el sortilegio tenga efecto. Dionisio, que ya estaba descalzo, se había ido quitando la camisa y soltó la cinturilla del pantalón  con un gesto rápido. Hubo una exclamación de sorpresa entre los presentes. El sacerdote no usaba eslip, de manera que sus gruesos atributos se mostraron impúdicos iluminados por los rayos del indiscreto satélite. Vamos, amigos. La ceremonia lo requiere. Somos hombres y mujeres del siglo XXI, no sintáis vergüenza de vuestro cuerpo. Mostradlo orgullosos.

La primera en reaccionar fue Janina. Las recientes experiencias habían desatado su libido y embotado su pudor. Con una alegría casi mística, tiró hacia arriba de su bata y se mostró en ropa interior, sólo durante unos segundos, ya que inmediatamente prescindió también de sus castas bragas y su sostén preconciliar, mostrando unas tetas medianitas y traviesas con oscuros y puntiagudos pezones y una pelambrera notable, lisa y zahína entre las ingles. Abrió los brazos para exponerse a los rayos lunares, pero se sentó de pronto temerosa de exhibir su inflamado culo que había padecido el rigor de los castigos de su marido.

Montse y Laia necesitaban poco para despelotarse. No requerían ni vino mágico ni rayos lunares como habían demostrado esa tarde en la Monumental, así que obedecieron en un periquete y se acercaron a sus galanes con aires conspiradores, pidiéndoles que las imitaran.

Fernando estaba un poco rebasado. La presencia de su patrona le inhibía, pero no quería dejar sola a Janina en aquel trance, así que procedió a quitarse la camiseta y el pantalón, sacándose luego el calzón corto y mostrando el culo a los presentes para no exhibir tan descaradamente sus genitales. Pero Janina estaba juguetona y tiró de la mano de su marido para abrazarlo, con lo que se frustró el recato del joven y pudieron todos contemplar sus vergüenzas, que no eran tales, ya que Fernando gastaba una XXL de pito con dos huevos a juego.

Si tenéis ganas de comprobarlo, entrad a Google y veréis que los bolivianos ostentan un honroso octavo puesto en la estadística mundial de penes, a corta distancia de los ugandeses y aventajando por unos milímetros a los egipcios. Hubo exclamaciones de sorpresa y admiración que hicieron enrojecer al afortunado, que ya iba un poco inflamado por el vino ingerido.

Los madrileños se sumaron a la desnudez establecida. Gonzalo de buen grado y Ramiro por no parecer un paleto. Así que Patro se vio de pronto señalada por todos como la persona insociable de la reunión. Hubo algunos silbidos y voces femeninas de ánimo. Por fin, muerta de risa, la hostelera decidió quedarse en cueros ante sus huéspedes, empleados y amante y recibió un cálido aplauso de los invitados y un tórrido morreo por parte de Dionisio.

Consumado el desacato, el oficiante indicó que podían sentarse y sirvió una nueva ronda. De no se sabe dónde, aparecieron cuatro cuencos de aceitunas grandes y chafadas, aliñadas con hierbas aromáticas y un puntillo de vinagre.

Estas son las olivas del huerto de Atenea. Traen la fertilidad y el deseo sexual a quien las prueba. Comunicó Dionisio. Y empezó a distribuirlas junto con el vino, que ya corría a raudales entre los desnudos invitados.

Vamos a oír una música que os ha de inspirar el baile sagrado en honor de Selene. Indicó el sumo sacerdote.

¿Es música religiosa traída de Grecia, Dioni? Preguntó con cierta rechifla Gonzalo.

No. Son Chic Corea y Al Di Meola informó el pintor sacando de un armarito un reproductor, donde introdujo un compact y reguló el volumen a un nivel agradable. Inició una serie de movimientos que no podían identificarse como un baile ya que semejaban más la actuación de un mimo. Todos bailaron o gesticularon, cada uno a su manera. Janina y Montse formaron pronto una pareja de baile desmadrada y sensual. Montse empezó a pasar levemente los dedos por la anatomía amerindia de la boliviana, provocando escalofríos de placer en su compañera.

Laia, más convencional, bailó bien agarrada a Gonzalo, que no se privó de beber unos traguitos del brebaje, a riesgo de que su polla se descontrolara.

Ramiro, que se mantenía al margen, se encontró con Dionisio sentado a su lado, ofreciéndole aceitunas y llenando de vino su cuenco.

¿Ya estás mejor? Se interesó.

Sí, sí. Perfectamente. Ha sido un disgusto, lo reconozco, pero qué le vamos a hacer!

Ramiro estaba mudando su ánimo. Necesitaba sacar del pecho la angustia que sentía. Buscó a Montse con la mirada y la encontró acaramelando a Janina y a Fernando en un rincón. Se acercó prudente y la llamó. Montse se volvió. Estaba sudada, respiraba intensamente haciendo oscilar sus tetas ante los ojos de su amigo, sonriendo, encantada de la expresión que adivinaba en el rostro de Ramiro. Le decían sus ojos “eres tú y soy yo” y se abrazó a él para besarlo a conciencia, profundamente sin importarle mojarlo con el sudor de sus pechos y su vientre, cosa que a él no le molestó en absoluto, tenedlo por seguro. Sin embargo, no quiso ella pasar a mayores y siguió con su danza obscena a trío con los dos andinos. Ramiro se dio la vuelta con un suspiro. No importaba qué hiciera Montse, siempre sería Su Montse.

Dionisio y Patro estaban discutiendo amistosamente en su sofá. Eran como dos ancianos que cuidan de sus nietos en un parque, atentos a los niños pero sin mezclarse en sus diversiones. Al fin Patro pareció convencida de algo que Dionisio le decía y se incorporó, tomó un traguito de vino y un par de aceitunas mágicas y se encaminó hacia Ramiro con decisión. Atónito, el chico vio como la veterana hostelera le cogía de las manos e insinuaba unos pasitos de baile. Las manos de Patro condujeron las del mozo hacia su cintura y él la abrazó con afecto, mirando hacia Dionisio que sonreía con aprobación.

No te creas que hago esto a menudo, informó Patro al oído de Ramiro con la voz un poquito empastada por el alcohol. Me gustaste desde que te vi por primera vez, pero me parecía,.. bueno, me parece absurdo. Una mujer de mi edad insinuándose con un chico tan, tan… No encontraba las palabras mirando aquella armonía de abdominales prominentes y pectorales graníticos coronados por la boquita de niño malo y la nariz torcida. Pero debe ser cosa del vino y las aceitunas. Ahora no me parece tan mala idea decírtelo. Además Dionisio ha insistido.

Yo creo que eres muy atractiva, Patro. Lo he pensado desde que te vi también. Si me permites, me gustaría besarte. Y dicho y hecho, se lanzó a morrear a fondo a la señora sin rehuir el contacto amoroso de sus amigables pechos contra su potente torso, ni el cosquilleo del vello encrespado y rizoso del pubis femenino sobre su descapullado glande, que empezó a hincharse alegre con los mimos que su dueño recibía. Los besos de Patro eran profundos y expertos, un poco alcohólicos esa noche, pero llenos de pasión. El muchacho se sorprendió al verse arrastrado por la matrona hacia un sillón donde lo acomodó para subirse a horcajadas sobre sus muslos y facilitar así ser penetrada.

Los invitados a la orgía, que eso era ya aquel guateque de Chillout, parecieron lanzarse al ataque a la vista del descaro de la anfitriona: Montse derribó amigablemente a Janina sobre un sofá para acabar de devorarla a su gusto, sin que la sumisa boliviana pusiera pegas a los deseos de la morena de la trenza. A la vez, ofreció Montse su culo a Fernando, indicándole que debía penetrarla por su pelado chocho, aunque el cuerpo empezaba a pedirle sensaciones más fuertes y no descartó un cambio de orificio a lo largo de la noche.

Fernando se afanó a cumplir las órdenes de la mandona catalana, separando las anillas para dilatar bien los labios vaginales y llenándole de carne dura y caliente el húmedo y perfumado conducto, que emanaba efluvios que hubieran enloquecido a un oso panda centenario.

La danza a tres se desarrollaba con una precisión matemática. Janina se contorsionaba con las manos simuladamente atadas al respaldo del sofá y las piernas abiertas y estiradas como si dos hercúleos guerreros la estuvieran descoyuntando, Montse viajaba de la boca al sexo de su nueva amiga, con parada en las tetas puntiagudas y traviesas. No por ello dejaba de mover las posaderas, haciendo tocar a rebato los cojones de Fernando que bailaban golpeando el pubis lampiño de ella y el culo fibroso del chico, mientras la potente minga taladraba solvente el pocito del goce supremo de la muchacha.

Laia y Gonzalo habían optado por un formato más convencional y se limitaban a besarse y acariciarse recostados en uno de los cómodos sillones. Sin embargo, Laia reaccionó impetuosamente cuando Gonzalo le informó al oído de que había comprado preservativos. ¿Por qué no lo has dicho antes? Venga sácalos, corre, que estoy como una sopa ya.

Eran rosados y con puntitos para rozar más, lo que entusiasmó a la rubia vestal. Sin más preámbulos, Gonzalo se la metió en la conocida posición del misionero, tumbada ella y él de rodillas, en herética plegaria. Laia estaba muy, muy caliente, así que empezó a culear sin control llevando al éxtasis demasiado pronto al concejal, que pudo al fin bombear todo su deseo en su coño favorito, y no vicariamente en el de la amiga Montse, aunque esperaba poder repetir con ella en algún momento de la fiesta, con ayuda de las olivas.

Dionisio se acercó muy relajado al sillón donde se recostaba Ramiro, que  coitaba con entusiasmo con la patrona de la fonda. Ramiro, amigo mío, le dijo, mi adorada Patro tiene hace tiempo un antojo que me ha revelado a menudo. ¿No es cierto, ternerita mía? Y diciendo esto acariciaba con los dedos la cara congestionada por el placer de su media naranja. Verdad que siempre me dices “Ay, Dioni, cómo me gustaría poder hacerte una mamada mientras me follas. Es imposible pero me vuelvo loca de gusto al pensarlo” Pues bien, ahora tienes la ocasión, cielito. Si sois tan amables de parar y desacoplaros un momento,…así, gracias, machote, y ponerte ahora de cuatro patas aquí tú, ninfa del acueducto,… perfecto., Podéis ahora volver a disfrutar de vuestra cópula, mientras Patro, y plantó la polla bien tiesa ante la cara de la mujer, me la chupa.. Ahhh, y cómo la chupa, amigo mío.

Ya estaba Patro ensartada por delante y por detrás por dos vergas de marca mayor. Los dos hombres se movían con ritmos diferentes y ella recibía bien diferenciados los dos estímulos, rápido por el coño, lento por la boca y procuraba dar gusto a sus dos amantes, aunque era ella sin duda la que se estaba llevando la mejor tajada de placer en aquel encuentro.

Fernando empezó a correrse dentro de Montse que estaba aún ocupada martirizando a la pobre Janina con su lengua, sus dientes, sus manos, que ya le habían arrancado dos agónicos orgasmos a la boliviana. Cuando el morenazo sacó su cipote de la vulva lampiña, Montse hizo que los esposos se reencontraran y se sumieran en un estrecho abrazo y partió en busca de emociones más fuertes.

Paseando su mirada por la concurrencia, vio que Laia y Gonzalo habían acabado el primer asalto con victoria a los puntos del chico, que había dejado bien lleno de leche el pequeño depósito de goma, y derrota de la joven, que no había consumado su orgasmo y se estaba metiendo los deditos en su rosada e inflamada vulva, con una pierna recogida y la otra bien abierta, en una pose de lo más erótica.

Parece que necesitéis un poquito de apoyo logístico. Insinuó y con gran desparpajo tomó de la mano de Gonzalo el condón y procedió a vaciarse el pastoso contenido en los pechos, frotándolos luego con vigor entre sí. ¿Dónde está ese amiguito tuyo que siempre huye después de escupir como un sapo? ¡Ah, sí, míralo aquí debajo! Pero ¿qué haces escondiéndote en tu capuchita y achicándote tan pronto. No, no, no. Mamita no deja que su nene se rinda. Mira cómo te voy a hacer volver al trabajo, carajito mío. Y sin más, se lo metió en la boca hasta clavar la nariz en el vientre de Gonzalo y frotarle los huevos con la barbilla.

En un minuto notó como aquello crecía y se abría camino entre la lengua y el paladar. Lo sacó para poder seguir con su monólogo. ¿Ves? Ya estás gordito y dispuesto otra vez. Ahora vas a meterte aquí en medio. Ya conoces a Pim, se agarró su pecho izquierdo, y a Pom, hizo lo mismo con el otro, Pues venga, aprovecha que estás mojado y ellos también. ¡A jugar, chicos!

Y empezó a magrear el pene entre sus tetas embadurnadas de semen y saliva. Cuando las separó un minuto después, pareció consumarse un singular truco de magia. Introducimos un mustio gusanillo entre las dos esferas mágicas y… ¡miren ustedes el pepino en que se nos ha convertido!

Que n’ets de puta, susurró Laia sonriendo a su amiga

Ahora, vas a darle caña a mi coleguita,¿ eh, Laia? Y Laia suspiró de excitación sin dejar de tocarse la almejta, pero antes, me vas a tener que agradecer el favor. Cómeme el culo.

El concejal se quedó un poco parado con la exigencia de la morena. Vamos, le apremió ella, ¿Qué no te has comido nunca un culo? Tu amigo se lo comió de puta madre a Laia esta tarde.

Con los hombres siempre va bien recurrir a la rivalidad como motor de superación. Gonzalo no se había comido nunca un culo, pero ahora su honrilla le motivaba a demostrar que podía igualar a Ramiro y hasta superarlo. Echó un traguillo de vino y se lanzó a la aventura. El ano de Montse sabía un poco a semen, a sudor y a otras cosas indefinibles, pero después de cuatro húmedos lametones estaba limpio como una patena y Gonzalo empezó a paladear con placer extremo aquel ignorado manjar. Sintió con sorpresa que el anillo se dilataba, abriendo paso a su lengua unos centímetros dentro de la gruta, donde el tacto no era rugoso sino suave y húmedo. Ya está bien, jadeó la chica. Ahora fóllame el culo, guarro. Lo dijo con cariño y aires de desafío y Gonzalo sintió quebrarse su resistencia a las prácticas contra-natura. Quería sentir su polla allí dentro, enviarla como un valeroso espeleólogo a explorar la negra sima del pecado mortal. Puso de rodillas a Montse y se instaló detrás de ella amenazando con la porra en ristre.

Métela despacio y deja que me mueva yo, mandona hasta para ser enculada, así es la mujer mediterránea (Y la de las islas Fidgi) . Gonzalo obedeció, cómo no, y dejó que Montse se administrara el placer a sí misma a su ritmo y sin parar de masturbarse, con la polla ya enterrada hasta su mango en el angosto orificio.

Nada de correrse, que Laia está esperándote, dijo Montse con la voz ya descontrolada, y se desinsertó ya satisfecha. Sin perder un segundo, Gonzalo se envainó un segundo condón y se lanzó a penetrar a su amada Laia. Espera, espera. Me lo haces por detrás pero por el culo no, que a mí no me gusta. Se colocó en cuatro, ofreciendo un primer plano del orificio vedado, que era más rosado y apetecible si cabe que el oscuro y rugoso ano de la morena. Esta se quejó ¡Ai, nena!¡Que ho has de provar!. Pero se dejó la desvirgación anal para mejor ocasión y Gonzalo se puso en modo pistón, bombeando a toda velocidad el dispuesto coñito rubio, que le acogió como agua de Mayo.

Ramiro sacó leche de los rincones más recónditos de su próstata y Dionisio se vació también en abundancia. Cada uno inundó un agujero de Patro y ni una gota se derramó cuando abandonaron su cobijo. Montse corrió al lado de su galán para besarlo con auténtica pasión y él le correspondió como pudo, recuperándose aún de aquella tercera corrida, que se intuía ya definitiva.

Fernando y Janina se excusaron y hicieron mutis hacia su hogar, él con un rollo de cuerda de cáñamo que había colgada en le terraza y ella con el cesto de las pinzas de tender la ropa bajo el brazo. Es lo que tiene el vicio, que cuando lo pruebas ya no paras, por eso se llama así.

Dioni se llevó a Patro, medio desfallecida, a dormir entre sus brazos en el estudio y los cuatro amantes se quedaron solos, abrazados otra vez y contemplando la luna que ya se empezaba a ocultar entre los tejados. Apagaron todas las luces y miraron las estrellas.

Y ahora ¿qué? Se preguntó Ramiro. Ahora nada, contestó Montse. Mañana seguimos con la fiesta. ¿No querréis repetir el encierro? No, reconoció Gonzalo. No está el horno para bollos. Pero ¿qué podemos hacer? Pues os lo voy a decir, anunció Montse Alquilamos una tienda de campaña, pillamos vuestro coche y nos vamos los cuatro al Valle de Arán. Allí buscamos un bosque bien remoto, plantamos la tienda y nos metemos dentro y no salimos más que para hacer nuestras necesidades y darnos un baño en lo que queda de semana.

Pero esos cuatro días de julio y lo que pasó después son parte de otro relato.