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Abril de pasión 2 ( Un viaje de placer)

en Grandes Relatos

 

 

“Adoradas Laia y Montse. No podíamos esperar más para deciros que nuestra vida se ha vuelto un infierno de monotonía y tristeza desde que decidimos dejar de vernos. No podemos permitir que algo tan maravilloso acabe de forma tan lamentable. Nos consta que vosotras también nos añoráis. Por eso os queremos proponer darnos los cuatro una última oportunidad. Reunámonos un fin de semana, quizás cuatro días, y hablemos otra vez del asunto. Hemos vencido las diferencias en lo político y lo humano. La distancia no puede destruir este amor. Si aceptáis, esperadnos en la estación de Atocha el día quince, viernes, a las cuatro. Traed ropa de fiesta y muda para cuatro días.

Con todo el amor de

Ramiro y Gonzalo”

Montse i Laia se miraban perplejas después de leer el e-mail de sus ex - amantes. Aquello era bastante inesperado para ellas y la decisión a tomar, difícil.

Seguramente hubieran desestimado la invitación si hubieran sabido de las formidables felaciones que Helle y Brigitte les estaban practicando a los dos madrileños mientras redactaban la misiva electrónica. Los dos jóvenes habían visto sus virilidades revivir en boca de las dos nórdicas y se habían empleado a fondo para darles satisfacción a las danesas, no sin antes efectuar un cambio de parejas que enfrentó a Ramiro con la voluminosa Brigitte y a Gonzalo con la fibrosa Helle. En el segundo asalto los dos púgiles de la meseta se mostraron resistentes y creativos y sus rivales, contundentes y ambiciosas. Al final del round ellas ganaban a los puntos, por cuatro orgasmos a dos, pero éste es el triste sino de los varones en su lucha desigual con las hembras, así que todos se consideraron ganadores y los hombres se retiraron definitivamente exhaustos mientras que ellas se despidieron para volver a su pensión y recobrar fuerzas con las que seguir la gira turística.

Pero, ¿qué iban a decidir las catalanas? Hubo discusiones, claro está, pero, ¿cómo resistir la tentación? Respondieron que sí, que se darían una oportunidad los cuatro y agotarían las posibilidades antes de darse el adiós definitivo.

Diez días después, con una maleta de ruedas bien llena, las dos muchachas paseaban arriba y abajo por la puerta de la estación. Los dos mozos caminaban  ansiosos hacia el lugar de la cita. Se vieron, se precipitaron unos contra otras y se fundieron en un estrecho abrazo.

Sin tiempo para explicaciones entraron los cuatro al flamante Audi de Gonzalo que ya traía las maletas de los chicos en el portaequipajes.

Estamos muy contentos, chicas. Veréis como no os vais a arrepentir,  decía feliz Ramiro que no quitaba ojo de la voluptuosa Montse, como siempre libre de sostenes y cargada de pendientes, anillas y abalorios.

Pero bueno, ¿dónde vamos ahora? Preguntó Laia.

Es una sorpresa. Primero vamos a comer algo y luego,… ¡a la aventura! Anunció Gonzalo

A cinco kilómetros de Madrid, pararon en una venta muy acogedora y se pusieron las botas con las especialidades locales, desde el cocido, al pollo al ajillo, sin dispensar la botellita de Rioja y el carajillo de chinchón. Los chicos limitaron la ingesta de alcohol, pero siguiendo su plan, procuraron que ellas bebieran todo lo posible.

Ahora en marcha, ordeno Gonzalo, y Ramiro renunció a su asiento de copiloto para ubicarse en el de atrás, entre las dos amigas.

¿Qué haces? Se reía Laia ¿No puedes esperar a que lleguemos a donde sea que vamos?

La verdad es que no, respondió el rubio que se había quitado el jersey antes de subir al coche y ahora se desabrocho la camisa y se bajó los pantalones en un santiamén, mostrando que no llevaba calzoncillos y su polla pedía guerra a ojos vista.

¡Serás marrano…! Se burló Montse. Ven aquí. Y empezó a besarlo pasando la lengua por su cuello, su pecho macizo y su chocolatina, hasta llegar a la suculenta piruleta que se tragó sin preámbulos, empezando a mamar de ella como una cerdita de la ubre materna.

Laia, animada por el Rioja  y el anís, se lanzó a disputar el trofeo a su amiga. Había cacho para pillar las dos pero la rubia se tuvo que contentar con los grandes y llenos huevos del deportista, que se había reservado para la ocasión desde hacía días. La lengua mimosa vibró sobre el escroto peludo, luego lo recorrió con largos lametones; Montse seguía chupando a su ritmo y los dos estímulos disociados llevaron a Ramiro al éxtasis.

¡Parad, parad, que me  corro…! Suplicó sin ningún éxito, porque ellas, ebrias de excitación y de alcohol, le retuvieron y siguieron chupando y lamiendo hasta que un chorro interminable llenó la boca de la morena, que dejó resbalar la leche de sus labios para que Laia la recogiera y la lamiera a su paso por los temblorosos cojones.

Sois unas zorras, se quejó frustrado él. No me habéis dejado disfrutar ni cinco minutos.

Al contrario, dijo Montse bajándose los tirantes y dejando sus grandes tetas a la vista. Ahora vas a pasarlo mucho mejor.

Laia se quitó las bragas entre risas y saltó sobre su joven amante mientras él comenzaba a chupar las grandes y firmes ubres de la morena que le enloquecían desde el día que las probó por primera vez, en un lavabo de Pamplona.

Al contacto con la húmeda vagina de la rubia, la polla dio un respingo y empezó a revivir.

Antes de diez minutos, Ramiro follaba ya en plenitud de facultades la rajita de Laia, mientras Montse acababa de quitarse el vestido y las bragas y los tres se besaban con pasión incontenible.

Oye, disimulad un poco, que hay muchos camiones por aquí y vamos a provocar un accidente, pidió Gonzalo desde el volante. Pero era inútil intentar detener al trío del asiento  trasero. Una serie de bocinazos anunció que la advertencia era ya inútil y que el trasero moreno y robusto de Montse, enmarcado por la ventanilla posterior mientras ella se afanaba en morrear a fondo a sus acompañantes, estaba provocando el escándalo entre los profesionales de la ruta que iban adelantando.

Para acabarlo de arreglar, Laia decidió, desnuda como una cabrita, dar el salto al asiento del pasajero y empezar a trajinar la bragueta del apuesto concejal.

Eso no Laia, que estoy conduciendo. ¡Ay! Suelta, suelta. Pero no me la chupes ahora, por Dios. Si nos pilla la Guardia Civil, imagínatelo… ¡Concejal del PP detenido por conducir mientras separatista anti-taurina le practicaba felación! Aquella frase hizo que Laia dejara de chupar el largo cipote de su querido adversario político para desternillarse sobre el asiento, pero fue apenas un momento. Volvió a la carga y engulló y engulló hasta conseguir que Gonzalo se corriera a toda velocidad, concretamente el tablero indicaba 143 Kilómetros por hora.

A las ocho de la tarde, el coche rodaba veloz transportando a tres bellos durmientes y un aburrido concejal de cultura, aspirante a ser designado parlamentario del Partido Popular en el parlamento de Castilla-La Mancha.

No tuvieron tiempo de ponerse al día, ya que el sueño los venció apenas acabaron las efusiones sexuales, tal y como los mozos habían previsto. Ni siquiera acertaron ellas a saber la dirección en la que viajaban.

Era muy de madrugada cuando las dos muchachas se despertaron. Una en brazos de la otra en la parte de atrás del coche. Ramiro conducía y Gonzalo conversaba con él en voz baja sentado en el asiento del pasajero. La noche era oscura, pero pronto se iluminó con las luces de una ciudad que el coche recorría con presteza. Cuando se detuvo, Montse hizo la pregunta obligada, Chicos ¿dónde estamos? Ramiro y Gonzalo se apearon por toda respuesta y, abriendo las puertas traseras, condujeron a las muchachas por la callejuela donde se habían detenido para llevarlas hasta una plaza ancha y bien iluminada.

¿Qué narices…? Montse estaba boquiabierta ante la visión inconfundible de un enorme templo barroco presidido por un inmenso torreón adornado con los más bellos artesonados y Laia apenas podía hablar por la sorpresa… ¡Sevilla! ¡Nos habéis traído a Sevilla!

Exacto, confirmó Gonzalo. Estamos en Abril y esto es Sevilla. O sea, que ya sabéis dónde vamos.

Montse estaba eufórica; Abrazó y besó a Gonzalo loca de alegría. ¡Mare meva!, ¡cuántos años queriendo volver a la feria de Abril! Laia, ¿Estás contenta? Laia estaba en trance. No sabía qué contestar, pero enseguida se alegró por su amiga, andaluza por los cuatro costados, aunque catalana de arriba abajo. (Los que habéis tenido que cambiar vuestra tierra por otra, sabéis que se puede tener dos amores a la vez y no estar loco/a.)

La siguiente sorpresa fue el maravilloso hotel de cinco estrellas, con sólo doce habitaciones, un antiguo palacete urbano de un lujo empalagoso que no les hizo olvidar la modesta pensión pamplonesa donde se conocieron y se amaron por primera vez; Aunque no estaba nada mal para variar. La suite, con dos dormitorios dobles, baño con yacusi, salón, nevera repleta de bebidas y una terracita con vistas a la sevillana noche estrellada.

Después de una ducha, pasaron los cuatro a uno de las alcobas y se lanzaron a continuar celebrando el reencuntro sin más prolegómenos. Los muchachos pidieron rendir homenaje a sus diosas y les suplicaron humildemente que se ofrecieran abiertas de piernas sobre los lechos, para venerar debidamente las almejas con sus masculinas bocas pecadoras. Había causado sorpresa en los mozos el repoblado coño de Montserrat, que había dejado crecer libremente su vello púbico durante los últimos seis meses.

Lo probaron los dos, uno tras otro, conviniendo que el gusto había mejorado y sugiriendo a la dueña que no se lo afeitara. El de Laia estaba como siempre, exquisito, con su dorada guarnición y su grieta rosada, menos salada y un punto más amarga que la de Montse.  

Consumido el primer plato, los dos se lanzaron a por el segundo, que consistió en penetrar cada uno a su chica favorita mientras les depositaban en los labios los jugos recogidos de entre sus piernas.

Apenas pudieron ellas degustar el postre, ya que los chicos se mostraron hartos con lo habido hasta ese momento. Aun así, no dejaron ellas, golosas, de dar unos cuantos lengüetazos a las exprimidas pollas y de morrearse entre ellas con pasión, como ya tenían por costumbre. Lo último que vieron Gonzalo y Ramiro, antes de sumirse en un profundo sueño, fue la vistosa composición que formaban las chicas con las piernas enlazadas en la popular “tijera”, que puso a vibrar sus vulvas para cobrarse un nuevo orgasmo antes de caer también rendidas.

Hacia las doce del mediodía reinaba gran animación en la suite. Les habían traído el desayuno a la habitación y dieron buena cuenta de él entre risas y la alegre charla del reencuentro. Después se vistieron con sus mejores galas y se dirigieron hacia el recinto de la feria, que en realidad ocupaba media ciudad, por lo que no tardaron en ver las primeras casetas, un poco apagadas a aquella hora temprana.

Los chicos se habían vestido muy formales, con americanas deportivas y camisas de tonos alegres, pero elegantes. Laia había elegido un conjunto de traje chaqueta color crema, una blusa negra y unos zapatos de medio tacón y Montse se había desprendido de buena parte de sus abalorios, aunque conservaba el arito de la nariz y un juego de catorce piedrecitas color turquesa que adornaban sus pabellones auriculares, con más agujeros que un queso de Gruyere. Su vestido azul cielo, por debajo de la rodilla, contrastaba agradablemente con el moreno de su piel. No había aceptado el consejo de ponerse sujetador, pero se enfundó una torerita morada que disimulaba sus  voluminosos senos, libres y felices bajo las telas.

Preguntando aquí y allá, Gonzalo les guió hasta un hermoso pabellón de color verde oliva, con una enorme gaviota blanca colgando de la entrada.

¿Qué es esto?, inquirió curiosa Laia.

Pues ya lo ves: El pabellón del Partido. Mira, ahí está Manolo, ¡Eh, Manolo!¡Ya estamos aquí!

Por tu madre, Gonzalo. ¿Nos vas a meter en la caseta del PP? ¡No jorobes, tío!, Laia estaba disgustada con su amante.

¡Hombre, los madrileños! ¡Y qué bien acompañados vienen! Manuel Heredia González-Vallecillos, para serviros, preciosas. Un gordito y engominado sujeto de unos cuarenta años, vestido de cuarenta botones y asfixiado por el voluminoso nudo de una corbata con los colores nacionales, salió a su encuentro. Le escoltaba un aroma penetrante de colonia cara, loción exclusiva y gambas al ajillo. Besó mejillas y estrechó manos con pericia de político experto y se demoró un poco demasiado en el abrazo a Montse, pegando su rollizo pecho al voluminoso busto de la catalana, que se apartó con una media cobra que le marcó la distancia al tipo.

Acomodados todos en una mesa preferente, los cinco pudieron degustar las especialidades del chiringuito, regadas con el popular fino y el no menos popular rebujito, una bebida fresca que mezcla el vino generoso con la prehistórica gaseosa, aunque los camareros del local del PP, preferían ofrecerlo mezclado con seven-up, mucho más chic y cosmopolita.

Más de dos y más de tres moscones revoloteaban alrededor de las dos catalanas, que eran de lo mejorcito que se podía ver en la reunión. Durante las horas siguientes, los cuatro amigos y el pesado y obeso Manolo, compartieron mesa con una folklórica, dos toreros, un político de campanillas y, finalmente, con una familia de la nobleza.

Cuando hablamos de la nobleza andaluza en el relato, no nos referimos a los miles y miles de andaluces nobles que se levantan a las siete de la mañana para ir al tajo, sino a la colla de parásitos que llevan siglos sorbiendo la sangre y el aceite de esta tierra y manteniéndola en un atraso que, precisamente, la nobleza de la mayoría de sus habitantes no merece.

Hecho este paréntesis continuaremos con la historia.

Don Federico de Orujo y Serrano, Marqués de la Contienda era un cincuentón elegante y campechano, alto y robusto, con el pelo más cano que rubio, aunque había hebras doradas todavía visibles, y un poblado mostacho plateado. Los ojos grises se habían enturbiado en baños de manzanilla y las espesas cejas dibujaban perfiles de astucia, escepticismo y lujuria, ésta especialmente cada vez que Laia se movía o intervenía en la conversación. Llevaba en ésta la voz cantante la Señora Marquesa consorte, Doña Mercedes Botella de Orujo, parlanchina de natural, pero que se convertía en papagayo desatado cuando bebía, y aquella tarde llevaba dos litros de rebujito en el cuerpo, así que su verborrea resultaba imparable e insufrible para Laia y Montse, que poco sabían de los cotilleos hispalenses, menos de vestidos de faralaes y los lugares donde mejor se confeccionan en España y nada en absoluto de toros, tema este último que las ponía especialmente frenéticas. (Si queréis información al respecto consultar “las mejores corridas de San Fermín”)

Si  callara un poquito, Doña Mercedes sería una mujer muy agradable: pinta excelente, naricilla de diseño, varios repliegues de papada magistralmente ejecutados en una clínica de Marbella y dos tetas de buen tamaño y firmeza pétrea, que ninguna mujer de la reunión podría igualar y que le había proporcionado un renombrado cirujano tetero de Barcelona.

Y por último, Merceditas de Orujo y Botella (¡pobrecilla!) una preciosa adolescente, rubia con ojos azules, de buena planta y excelente figura, blanca de piel y con una dulce sonrisa, que con su silencio pertinaz compensaba la locuacidad de su madre.

Entonces ¿vosotras sois catalanas? Indagó Don Federico, interrumpiendo a su esposa. ¿Y a qué os dedicáis?  …Bueno, ¡Qué pregunta más absurda! Debéis estar en el aparato del partido en Cataluña, ¿No?

No exactamente, aclaró Laia, tranquilizando con los ojos a Gonzalo.

¿Sois sólo simpatizantes?

Algo así, dijo Montse. ¿Y usted en qué trabaja, marqués?

Manolo y el marqués cambiaron una mirada cómplice y lanzaron una fuerte carcajada. ¡Cómo sois los catalanes!¡ Todo el mundo ha de trabajar y trabajar!, reprendió cariñosamente Manolo a la invitada.

Montse lanzó un bufido y se preparó para desollar vivos a aquellos dos, pero Ramiro la cogió de la mano con firmeza y la atrajo hacia sí. Montse, mira, empiezan las sevillanas; Me lo has prometido; Venga, que me has de enseñar, y la arrastró hacia el tablado del centro de la sala.

Yo no, que los zapatos me están matando se quejó Laia.

Pues te los quitas, que hay que bailar, ¡vamos!

En unos minutos los ocho evolucionaban sobre el escenario, con más pena que gloria, a excepción de Montse, que sacó su vena andaluza y el Marqués, buen bailarín que hacía lo posible por requebrar con el gesto a la angelical Laia, que descalza, parecía haberlo hipnotizado.

A eso de las siete la juerga empezó a decaer y las parejas de bailadores se retiraron a sus mesas.

¿Nos vamos a dar una vuelta? Sugirió Laia; Empiezo a estar cansada de bailoteo..

Espera un poco, pidió Gonzalo, ahora viene la actuación de la noche.

Laia, resignada se sentó, con el  señor Marqués al lado, dándole conversación y echando miradas subrepticias bajo la mesa, y vio aparecer al grupo de artistas. Eran tres hombres con aspecto de gitanos, aunque luego resultó que sólo uno lo era, un guitarrista entrado en años, un jovencito con larga melena y una voz escalofriante, y un joven moreno y muy espigado, con nariz prominente y mirada de fuego que se despojó de la chaqueta y, en mangas de camisa, empezó a bailar al son de la guitarra y la voz de sus acompañantes.

Toda la reunión quedó prendada del arte, la gracia y los viriles atributos del gitano.

Es Andrés Pinares, “Palote”, el mejor bailaor que hay hoy en día en Sevilla, anunció el gordo Manolo, demasiado cerca del oído de Montse

¿Y por qué le llaman así? Inquirió ella divertida por el apodo.

Eso nunca se sabe. Quizás porque de chico era muy goloso… arguyó el Marqués.

Me parece a mí que no… opinó la chica fijándose disimuladamente en el bulto que se marcaba entre los muslos del artista.

Todos miraban con atención, pero la marquesita parecía haber entrado en trance ante la visión del gitano. Ni siquiera reaccionó cuando la concurrencia estalló en aplausos, hasta que un codazo de su madre la hizo bajar de las nubes e imitar a todos los presentes dando palmas.

¿Tu hija se encuentra bien? Pregunto Laia al Marqués.

Éste, animado por el tuteo pasó el brazo sobre el hombro de la rubia del Penedés para informarla La niña no tiene experiencia del mundo. Acaba de cumplir los dieciocho y está en Suiza interna en un colegio de señoritas, cosa de su madre, la verdad. Estos días la tenemos aquí porque se rompió una pierna montando a caballo y la tuvieron que operar.

La jovencita pareció a punto de desmayarse cuando el gitano bajó de la tarima para beber algo, secarse el sudor y dar el parabién a los marqueses.

Don Federico, señora marquesa… es un honor que hayan venido. Buenas tardes a todos. La mirada encendida del gitano fue de rostro en rostro, parándose unos segundos en el de Laia y recalando hasta la impertinencia en el de Merceditas, que se pudo roja como un tomate.

Andrés, estás en plena forma. Mañana envío un coche a recogeros como quedamos. Sed puntuales que la fiesta empieza a las ocho. El marqués estrechó la mano del bailaor que volvió al escenario no sin antes desnudar de nuevo con la mirada a la rubia marquesita.

¿Dan una fiesta mañana? Preguntó curioso Manolo.

Sí. Ya sé que es un poco raro en plena feria, pero mi hija se vuelve a Suiza el lunes y queríamos despedirla como se merece, anunció la marquesa.

La niña sonrió beatíficamente, aunque sus ojos parecían puñales que quisieran traspasar a su mamá que la condenaba de nuevo al ostracismo helvético, bajo custodia de las monijitas.

Por cierto, ¿por qué no venís todos? Será una fiesta muy divertida, ofreció el marqués que no le quitaba ojo a Laia.

Será un honor, aceptó Gonzalo. ¿Os hace ilusión conocer un cortijo por dentro, chicas?

Sí, mucha, confirmo Laia separándose un poco del marqués que se estaba poniendo pesado de verdad.

Yo no puedo, Don Federico, que he de estar aquí en la caseta atendiendo a los invitados. Mañana precisamente viene Mariano con su esposa, se excusó Manolo.

¡Ah! Salúdalos de mi parte, dijo el marqués, y deséale suerte, a ver si al final tenemos gobierno… (Corría la primavera del 2017 y el ejecutivo español seguía a la deriva, en busca de estabilidad parlamentaria)

La reunión se despidió con efusivos besos entre todos los presentes. El marqués se demoró susurrando algo al oído de Laia que puso cara de estupor. La marquesa estrechó las manos a los madrileños. Cuando tuvo la de Ramiro entre los dedos le lanzó una mirada penetrante y murmuró, no faltes mañana, te esperamos, para sorpresa del apuesto triatleta.

Manolo acompaño del brazo a Gonzalo y le habló en voz baja. Es un honor que el marqués os haya invitado, pero ten cuidado con las niñas, sobre todo con la rubia.

¿Qué pasa? ¿Es un seductor o algo así? Se asombró el concejal.

Sí; algo así. Mira tío, le debemos favores a este pájaro, así que yo no te he dicho nada, pero corren rumores de que es un vicioso de cuidado.

¿Pero hay algún peligro?, empezó a alarmarse Gonzalo.

No creo. No sé nada de cierto, pero a este lo conocen en todas las casas de alterne desde Lorca hasta Jerez de la Frontera, y se comenta que es de gustos raros, ya me entiendes, fetichismo, ataduras, cosas así. Y a tu amiga no le quitó un ojo de encima. Os ha invitado por ella, eso seguro, así que atención.

El regreso al hotel fue rápido y el tiempo que tardaron en encontrarse desnudos los cuatro en la habitación más grande, brevísimo.

Tenían ganas de montarse la orgía pero también de hablar del tema que los había reunido allí.

Para aprovechar el tiempo fueron haciendo las dos cosas a la vez.

Ramiro, ves con Laia que he de hablar con Gonzalo, dispuso Montse empujando al rubio y fornido madrileño en brazos de su amiga y tirando del brazo de su colega para atraerlo hacia ella.

Gonzalo ya estaba a punto de penetrar a Laia y se contuvo con dificultad. ¿Ahora hemos de hablar? Se quejó el concejal.

Sí. Bien, yo he de hablar y tú has de escuchar, así que mientras oyes lo que yo diga, puedes ir chupándome un poquito por aquí y por allá, dijo señalando expresivamente su vagina y su ano, ahora enmarcados de espesos y negros rizos.

La Montse se ha vuelto una Dominatrix, advirtió Laia, tened cuidado.

Hm… Mientras ordene cosas tan deliciosas, yo seré su esclavo, afirmó Gonzalo entre lengüetazo y lengüetazo, mientras sus dedos separaban los grandes labios estirando con firmeza de las doradas anillas vaginales.

Montse estaba reclinada sobre los mullidos almohadones y puso los pies sobre la espalda blanca y fibrosa del chico. Aunque ya habíamos quedado en no reincidir, comenzó su discurso ella, sin que la voracidad de la boca del concejal aplicada a su vagina le hiciera temblar la voz, has insistido en repetir y hemos accedido, ¿no es así, Laia? Ésta asintió sin dejar de chupar la formidable erección de Ramiro, que estaba tumbado al lado de Montse, sosteniéndole la mano derecha, mientras que con la otra , acariciaba los dorados rizos de la rubia. Tienes razón en que que nos entendemos de perlas, que nos compenetramos al cien por cien, pero de ahí a pretender dejarlo todo para iniciar una convivencia a cuatro, creo que hay un abismo.

Gonzalo levantó la cabeza para contestar, pero Montse dirigió de nuevo la cabeza del madrileño entre sus muslos; No, Gonzalo. Déjame seguir. Cómeme el culito, haz el favor, que luego me vas a follar por ahí y lo has de lubricar. Ante estos argumentos, él desistió de replicar y se afanó en hundir su lengua entre los oscuros pliegues.

Os amamos con locura a los dos, pero no queremos renunciar a nuestras vidas, nuestra implicación social, nuestras luchas y nuestras ideas.

¡…la abolición de los toros! Intervino Laia dejando por un momento de sorber el cipote de Ramiro, aunque masturbándolo a dos manos para no perder la erección.

¡Coño, Laia!¡ Que me destrempo si dices esas cosas! Se quejó el mocetón, gran aficionado a la fiesta nacional.

¡Ay, perdona, cariño! Y volvió a introducirse el miembro hasta donde su boquita daba de sí.

¿Cómo vamos a compartir nuestras vidas si incluso podemos llegar a estar enfrentados políticamente? Continuó Montse con su alegato. ¿Os imagináis a Laia y a Gonzalo pelándose mutuamente en el ayuntamiento de un pueblo y viviendo juntos después? Nadie lo entendería ni lo aceptaría; Y las ideas políticas son importantes para todos nosotros. ¿Y a Ramiro yendo a los toros mientras yo estoy en la puerta recogiendo firmas para abolirlos? No duraríamos ni un mes conviviendo. Ya está bien de lamer, amor. Métela por el culo, que estoy a punto. Y interrumpió el discurso para cambiar de posición, poniéndose de rodillas, con el culo en pompa y apoyando las manos y la cara en la cama.

Gonzalo inició con precaución el avance sodomítico, mientras buscaba argumentos para rebatir a su amante. No ha de ser como tú lo planteas, Montse. Está claro que todos tendremos que renunciar a algo por estar juntos, pero la cuestión es: ¿Vale la pena?. ¡Ay! Relaja el agujero, cariño que no puedo meterla toda. Uf, así. ¡Qué gusto, madre mía! Es más lo que nos une que lo que nos separa, sobre todo ahora mismo, ¿eh?, el bombeo se hizo más rápido y profundo y Montse empezó a descontrolarse verbalmente.

¡Si, si, sigue así! ¡No la saques tanto!¡Fuerte, fuerte!¡Qué bien, que biéeeenn! Con la mano hacía vibrar el clítoris y la entrada de la vulva, con lo que sobrevino un orgasmo apoteósico, prolongado y aumentado cuando las contracciones de la polla de Gonzalo al eyacular, dilataron aún más el orificio anal, incrementando el goce de la morena.

¿No ves ahora que tengo razón?, preguntó Gonzalo derrumbándose sobre la espalda de la satisfecha muchacha.

Hombre, ahora mismo no vale, se defendió ella entre suspiros de excitación. En este momento… me parecería bien… hasta que os fuerais a cazar elefantes.

Ramiro y Laia permanecían un poco al margen. Aunque se sentían más atraídos por los otros miembros del cuarteto que entre sí, cuando follaban la compenetración era sublime. Ramiro se sentía macho dominante con la más pasiva muchacha y ella entraba en éxtasis con aquellas acometidas atléticas que la dejaban dolorida y satisfecha a partes iguales. También estaban en posición de penetrar por detrás, pero no era el ano el agujero escogido, ya que la desproporción entre el enorme cipote y el delicado orificio había hecho imposible entre ellos esa práctica, al menos hasta ahora. Terminaron un poco después con grandes muestras de placer del hombre, que rugía de gusto al correrse y un alarmante gimoteo de ella, que había hecho parar al chico en un principio, hasta que Laia le animó a seguir sin hacer caso de su llanto desconsolado.

Se acomodaron los cuatro felices abrazándose y acariciándose sin otra limitación que las que marcaba la tozuda heterosexualidad de los varones, que ellas intentaban siempre vencer sin éxito, aunque luego reconocieran que preferían dos machitos a dos bisexuales, a pesar de serlo ellas en gran medida.

¿Y no podemos limitar algunas cosas y estar juntos? Apuntó Laia. Yo puedo seguir en mi partido pero no ir en las listas…

Pero yo tengo una carrera política, arguyó Gonzalo, vosotras no estáis viviendo de la política, como yo. Es el mismo caso que la líder de la oposición en Cataluña, que se ha casado con su enemigo acérrimo.

Bueno, disintió Montse jugueteando con las dos pollas a la vez, una en cada mano, eso de “acérrimo”… Esos están más cerca de lo que parece.

Así, ¿Tú propones que nos juntemos pero quieres seguir con tus cargos y eso…?

Ramiro intervino mientras abrazaba a Montse y empezaba a pellizcarle los gordos pezones como sabía que a ella le encantaba. Ese tema me parece el menos importante, la verdad. ¿Qué más da que Gonzalo siga con su partido? Cuando llegue a casa no hablamos del tema y listo. Montse pareció convencida del argumento o de las caricias mamarias, pues besó con lengua apasionada al triatleta.

Pero todos querremos formar una familia algún día. ¿Qué les vamos a ofrecer a nuestros hijos? Ni siquiera sabrán quién es su padre. Se lamentó Laia.

Eso es una tontería, dijo Gonzalo en tono meloso, besando a su rubia amante en el cuello. ¿No dice aquella política vuestra, la perro-flauta de la camiseta que los hijos se crían mejor en una tribu?

Laia empezó a derramar carcajadas como agua por canasta, por la ocurrencia de Gonzalo o por las deliciosas cosquillas que le producían los labios expertos del concejal conservador.

Es verdad, terció Montse que, abrazada por Ramiro, ya estaba recibiendo sus caricias en las tetas y la vagina; En eso tienen razón ellos. Los hijos funcionan mejor con cuatro padres que con dos.

Así, medio en serio, medio en broma, entre caricias, besos y reflexiones, la idea del maridaje a cuatro se fue abriendo paso durante toda la noche sevillana.