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La fuente que mana sin cesar

en Hetero: General

Elena se tumbó en la cama mirando hacia el techo, con la vista fija en el ventilador. El giro de las aspas y el ronroneo cadencioso la hipnotizaba, haciéndole vaciar su mente de lo más inmediato y superficial. De las cosas que le habían sucedido a lo largo del día, en su mayor parte, insignificantes e intrascendentes.

 

Entonces, podía relajarse y echar una pequeña siesta antes de volver al trabajo. Fuera caían casi 40 grados de temperatura y no se movía una sola hoja.

 

Puso una alarma en el móvil aunque sabía que hoy no iba a dormir. Lo de echar la siesta era un eufemismo que en realidad quería decir: “desconectar del mundo”. Lo hizo más bien para que su madre la oyera sonar y se quedara tranquila. Al igual que sucedía por la mañana, siempre asomaba la cabeza para comprobar que se había despertado y para recordarle, que tenía que ir a trabajar. Hubieran bastado unos golpecitos la puerta y una pregunta, pero no. Ella tenía que tener una confirmación visual. Tan visual, que en más de una ocasión estuvo a punto de pillarla con la mano entre las piernas.

- Hija, ya es la hora…

- Sí mamá, la hora de hacerme una paja, ¿Te importaría cerrar mientras termino de correrme?...no te jode…esa contestación seguro que habría solucionado de una vez por todas el asunto. Pero claro, a una madre no se le dicen esas cosas.

Da igual cuántas veces le hubiera dicho cuánto le molestaba esto, más que otra cosa, porque la ponía nerviosa e interrumpía su momento más íntimo del día. Daba igual también que jamás hubiese llegado tarde una sola vez al trabajo. Era una letanía que su madre ejecutaba, más para ella, que para Elena. Ya había renunciado a convencerla.

 

Realmente no necesitaba alarmas. Al mediodía al menos. Hacía ya 15 días aproximadamente que no conseguía dormirse. Últimamente, cuando lograba relajar su mente, no era un dulce sopor lo que acudía a su cuerpo, sino una gran excitación y ansiedad, que finalmente tenía que desahogar llevando los dedos a su sexo. 

 

Pensaba en Joan, que se encontraba trabajando a más de cuatrocientos kilómetros de distancia tras haber aprobado una oposición. Llevaban casi un año separados, viéndose aproximadamente una semana al mes o un fin de semana cada quince días. Eso, con mucha suerte. Una rutina a la que su cuerpo que se había acostumbrado. Unos días de sexo intenso, sobre todo el del reencuentro y la última noche antes de irse. Cuando llegaba, se desquitaban de todas las ganas acumuladas en una sesión de dos o tres horas de sexo ininterrumpido. Alguna vez, incluso les había casi amanecido en el coche dónde solían practicarlo, a falta de un lugar mejor. Y luego, el resto de los días eran algo más comedidos: generalmente muchas caricias, besos, pero un solo polvo por sesión. Y el día de la despedida, como un anticipo de lo que estaba por venir en el próximo reencuentro, como una forma de cargar pilas para aguantar un par de semanas sin poder verse, volvían a follar a la desesperada. Cuando él cogía el tren, ella volvía casa con la moral por los suelos y el coñito hinchado e irritado por el roce de una semana de sexo intenso.

El resto del tiempo para Elena era rutina en el trabajo, alguna salida con las amigas para distraerse y algo de placer hedonista por las noches, cuando estaba segura que su madre no iba a entrar para asegurarse de que estaba dormida (eso al menos lo había conseguido: desde los catorce años ya no iba a apagarle la luz y darle el besito de buenas noches).

 

Generalmente pensaba en su novio, en lo que habían hecho y en lo que harían cuando se volvieran a ver. Otras veces, fantaseaba con alguno de sus actores o cantantes favoritos, o incluso con algún chico que hubiera visto por la calle o que conociera y le gustara. No es que tuviera intención de serle infiel a Joan, era simplemente un modo de excitarse y desfogar. Oportunidades de satisfacerse con otros las tenía a diario, pero siempre tuvo claro que esperaría a su novio.

 

Pero en el último encuentro sucedió algo y su rutina cambió.

 

Si antes se masturbaba un día sí y otro no y siempre por las noches, ahora tenía que hacerlo prácticamente todos los días. Con frecuencia dos veces. Perdonaba el sexo recién levantada, porque se despertaba con el tiempo justo y medio adormilada. Pero no veía la hora de llegar al mediodía a su casa. Después de comer y durante esa media hora, se encerraba en su habitación aun sabiendo que no iba a poder dormir la siesta. No podía aguantar hasta la noche.

 

El primer día justo después de la partida de Joan, se sorprendió a sí misma con ciertas imágenes rondando su cabeza. Imágenes de su última cita que acudían constantemente y le provocaban sensaciones que no podía contener. Calor, ansiedad, deseo…que rápidamente su cuerpo asimilaba con una sensibilidad a flor de piel, preparándose para el placer. De forma obsesiva la asaltaron pensamientos pecaminosos robándole el control de sí misma, hasta que la tensión se volvió insoportable. Entonces, hizo algo que no había hecho nunca hasta ese momento: encerrarse en el aseo de la oficina y empezar a tocarse. Se descubrió muy sensible y húmeda. Pequeños fogonazos de placer estallaban en su bajo vientre cada vez que rozaba el clítoris. Introdujo un dedo casi entero sin ninguna dificultad, debido a lo mojada que estaba. Se sentó sobre la taza y se quitó las bragas.

Introdujo el dedo corazón izquierdo lo más profundo que pudo. Luego comenzó a pellizcarse con la mano derecha en su capuchón, como ella lo llamaba. La doble estimulación la hizo gemir y salivar. Tuvo que morderse el labio para evitar gritar. El ritmo paso instantáneamente a ser frenético, frotándose el clítoris casi con furia. A pesar de los nervios y la incomodidad del sitio, tuvo un orgasmo que la dejó anonadada y exhausta. Un pequeño squirt mojó su mano hasta la muñeca. Eso solo le había pasado en contadas ocasiones, pensó mientras se miraba el brazo incrédula. Cerró los ojos y se apoyó en la pared, dejando que el pulso se le desacelerara y que la respiración se volviera normal.

Cogió un poco de papel higiénico y se limpió la barbilla, que estaba muy húmeda de su saliva. Hizo luego lo mismo con su rajita y la cara interior de sus muslos… ¡Dios!, pero ¿adónde había llegado su corrida? Tenía el perineo pegajoso, hasta el mismo ano.

 

Se tuvo que humedecer la cara al salir, pero a pesar de ello, notó como se ruborizaba. Tenía la impresión de que todo el mundo sabía lo que había pasado. No era así claro, realmente solo su compañera se dio cuenta de que algo le sucedía.

 

- ¿Estás bien?

 

- Sí, no te preocupes. Debe de haberme sentado mal el desayuno.

 

- ¿Las cuatro galletas de fibra y el zumo Bio que te has tomado? ¡Venga ya! A ti te pasa algo.

 

No podría engañarla. Eran íntimas y se lo contaban casi todo. Pero esto no. No se atrevió. Entre otras cosas, porque ni siquiera ella sabía explicarse que es lo que le pasaba. Así que le contó la parte que si podía: su última cita con Joan.

- Me voy a Madrid

- ¿Ah sí? ¿Te vas a ver a Joan?

- Me voy a vivir a Madrid.

- ¿Cómo dices? Exclamó su compañera dejando caer el boli sobre la mesa y poniendo la cara paralela al teclado del ordenador.

- Lo decidimos la última vez que bajó, así que dejo el trabajo y me voy a vivir allí con él.

- Joder tía qué fuerte.

Se puso en pie y rodeando la mesa cogió de las manos a Elena. Ambas se abrazaron. Fue un apretón largo y sincero. Dándose tiempo para asimilar todo lo que esas palabras implicaban para dos amigas íntimas. Separación y también la necesidad de llenar el hueco que la una iba a dejar en la vida de la otra…

- Te voy a echar de menos nena.

 

- Yo también.

 

- Así que al final te ha convencido para que te vayas con él…

 

- Bueno no exactamente: fui yo la que lo decidió. Precisamente él me propuso lo contrario, dejar el trabajo y volver aquí conmigo. Pero mira, este es un trabajo eventual, aquí no voy a ningún sitio. Tú lo sabes tan bien como yo. Así que no le voy a pedir que abandone un puesto de trabajo para toda la vida… le ha costado mucho sacar la oposición.

La compañera asentía con la cabeza, como indicándole que la apoyaba en su decisión

 

- Así que en un par de meses nos casamos…ve buscando traje…

- ¿Boda?

- Claro…

- Que cabrona, te casas antes que yo al final…No, en serio, me alegro un montón. Últimamente estabas muy rara. Creo que has tomado la mejor decisión

 

Su compañera tenía razón. Los primeros meses de separación habían pasado relativamente rápido. Se echaban de menos pero soportaban bien la novedad de estar separados. Con el paso de las semanas, sin embargo, Joan fue resolviendo las dudas y pronto quedó simplemente la certeza de que un traslado a corto plazo no iba a suceder. En su departamento la media de espera, era entre 2 y 3 años, si no más.

 

Demasiado tiempo. Y los dos lo sabían, aunque al principio prefirieron ignorarlo para no tener que tomar decisiones.

 

Pero obviar un problema no lo soluciona, como bien puedo comprobar Elena. Los tres últimos meses habían sido difíciles. Sentía que su relación se le escapaba entre los dedos. Ella tenía la certeza de que su chico se mantenía fiel y eso que un joven, conviviendo con otros chicos y chicas que también venían de provincias a Madrid, tenía muchas posibilidades de acabar entendiéndose con alguna de estas últimas. Todos estaban empezando una nueva vida lejos de sus hogares. Era lógico que se apoyaran y que surgieran lazos de afecto. Joan le contaba como lo hablaban entre ellos y ellas. Como algunas lloraban y se desahogaban.

- Lo entiendo afirmaba Elena. A mí me pasaría igual si me fuese sola a vivir a Madrid.

Bueno esa era la contestación para Joan, pero ella lo que realmente pensaba era:

- Como alguna de esas zorras apenadas se acerque a mi novio, la estrangulo con mis propias manos. Mucha lagrimita pero seguro que más de una debía sentirse liberada, estando a un montón de kilómetros de distancia de sus casas, de sus pueblos y de sus familias. Eso, por no hablar de que además, en la capital de España: ¿cuántas oportunidades no encontraría Joan de intimar con otras muchachas? Razón de más para que su novio se fuera bien servido cada vez que se despedían. Ya se encargaba ella de dejarlo seco durante la semana que pasaban juntos.

Por otro lado, ella no era de piedra. Y después de probar el sexo con su novio no le agradaba mantener el celibato. Otra vez a masturbarse como si fuera una quinceañera. Tampoco le habían faltado oportunidades de echar una cana al aire a una chica joven como ella, lo cierto es que hasta el momento no lo había supuesto demasiada dificultad resistir la tentación, pero… ¿de verdad iban a pasar así esos tres o cuatro años hasta conseguir el traslado?

 

No acababa de verlo y ella sabía que Joan tampoco.

 

La suya no había sido una relación realmente pasional.

 

Siempre fueron de menos a más. Empezaron a salir juntos simplemente porque coincidían en casi todos sitios, desde que sus amigas y sus amigos formaron pandilla.

 

Se convirtieron en una suerte de follamigos que aparte de conectar bien y disfrutar juntos, también aliviaban sus tensiones sexuales. A ambos les apetecía mucho tener sexo, y esa era una forma rápida y fácil, de solucionar el problema sin demasiadas complicaciones. Una persona de confianza que te tiene cariño y que no te la va a jugar: ¿qué mejor opción?

¿Se le olvidaba contar algo a Elena? Ah, sí. Que buena parte de las tensiones sexuales no resueltas de Joan y suyas, venían de que los dos eran aun técnicamente vírgenes. Ya sabéis, eso de que en la pandilla ya todos (y todas) lo han hecho. La presión por dejar de ser la única que aún no lo ha probado. Los chistes y las bromas a tu costa. La sensación de que aun erais unos críos en comparación con los demás, a pesar de tener la misma edad…en fin...las chorradas que hacen que rifes tu virginidad deseando que esa “molesta” circunstancia desaparezca de una vez por todas. Como si lo normal con catorce años fuera follar todos los fines de semana. Y claro tú con diecisiete y aun virgen…pues como que parece que se te pasa el arroz…

Lo que no quiere decir que fueras novata. No sé si me entiendes…una cosa era no haber sido penetrada y otra muy distinta, que no hubieses llegado y hecho llegar a otros al orgasmo. El catálogo de guarradas (prácticas sexuales si nos ponemos finos) es muy amplio, y Elena ha probado muchas de ellas. Incluido algún escarceo lésbico, que tan jovencita era una que aún andaba explorando afinidades y géneros.

 

Bueno, volviendo al tema (Elenita que te vas por las ramas), la cosa funcionó tan bien que acabaron siendo novios oficiales. Y tampoco les fue nada mal.

 

Y ahora ha llegado el siguiente paso. Sin grandes alharacas, fiestas, ni declaraciones eternas de amor. Solo la tranquilidad serena de quién sabe que ha encontrado a su alma gemela.

 

Esa misma tranquilidad que les hacía trabajar su relación sin perder la cabeza, analizando racionalmente cada camino que tomaban. Porque que estés caliente como una adolescente con las hormonas revueltas, que acaba de descubrir cuanto le gusta follar, es una cosa, y que seas tonta del culo es otra muy distinta. La misma racionalidad que les decía que no era buena idea mantener esa relación a distancia, fiando lo todo al amor.

 

Porque los dos sabían que el amor era un concepto abstracto. O más bien una reacción química que te asaltaba cuando un mecanismo inexplicado disparaba tus hormonas y alborotaba toda la química de tu cuerpo. O algo así, que tampoco es cuestión de ponerse una en plan científica. Pero fuera lo que fuera, Elena sabía que eso solo sucedía cuando estaba a tu lado la persona. Cuando la podías ver y tocar.

 

Estando separados, tarde o temprano les pasaría con otros, eran demasiado jóvenes había demasiada vitalidad y deseo en ellos, como para soportar esperas tan prolongadas y tan a largo plazo. Así que las alternativas se reducían, a que uno de los dos dejara el trabajo y se reunieran, o a qué dieran por finalizada su relación, antes que soportar ver cómo se iba enfriando poco a poco.

 

Ambos eran dolorosamente conscientes que tenían que tomar una decisión. Había que mover ficha. Y Elena no deseaba dejar a Joan.

 

Pero le costaba tomar la determinación, porque suponía alejarse de todo lo que ya conocía y empezar de cero en un sitio nuevo. Dejar a su familia, a sus amigas, dejarlo todo. No sabía si estaba preparada para algo así.

 

No obstante, Joan lo tenía claro: él ya había dado el paso y se encontraba viviendo su nueva vida en Madrid. Y la quería a ella a su lado. Ambos habían estudiado las posibilidades, pero él no la había presionado. Sin embargo lo conocía tan bien, que podía leerle en la cara su muda súplica cada vez que se despedían. Tratando de mantener el tipo, pero ella lo conocía como si lo hubiese parido. La procesión iba por dentro. No le hubiese extrañado en absoluto que hubiese rompido a llorar más de una vez en el tren. Ya una vez estuvo al borde del llanto, con dos lagrimones que asomaban a sus ojos al despedirse. Logró contenerse y le ahorró la escena a Elena. Pero desde entonces ella se lo imaginaba echando la lagrimita con la cara pegada al cristal del vagón, mientras el AVE recorría a toda velocidad las estepas manchegas, rumbo a Madrid. Alejándolo de ella a casi trescientos kilómetros por hora. Esto la emocionaba y ¡Que curioso!: también la ponía un poco perra. No sabía muy bien por qué, pero a veces se masturbaba con esta imagen.

Pero lo cierto, alivios puntuales aparte, es que todo esto generaba una tensión en la pareja, cada vez más evidente.

 

Hasta esa noche, la última vez que vino. Esta vez no salieron con los amigos de juerga hasta altas horas; no hubo música ni copas para acabar de madrugada en el coche, haciendo frenéticamente el amor.

 

El plan habitual saltó por los aires.

 

Lo notó nada más se bajó del tren.  Ella, como siempre, había ido a recibirlo. Y como siempre, se besaron largamente, buscando el contacto directo de sus cuerpos, enredando sus lenguas, sin importarles estar en un sitio lleno de gente, ni quién podía fijarse en ellos. Cruzaron el parque enfrente de la estación, camino de su casa para dejar la maleta. El mismo parque en el que se sentaban en un rincón oscuro, los domingos por la tarde, cuando él volvía a Madrid. Allí era dónde se despedían.

Joan la sorprendió tirando de la mano hacia ese banco, su banco.

 

No dijo ni una sola palabra hasta que se sentaron. Ella lo interrogaba con la mirada.

 

- Lo dejo. Lo dejo y me vuelvo aquí contigo.

 

Lo dijo con una determinación tal que a Elena no le cupo ninguna duda que hablaba completamente en serio.  Estaba dispuesto a dejarlo todo por ella. La plaza fija para toda la vida que tanto trabajo lo había costado conseguir. Sabía que era la base para su futuro y sin embargo estaba dispuesto a dejarlo, porque ese futuro no le gustaba si Elena no estaba en él.

 

Ella notó un nudo en el estómago, pero esta vez apenas duró un instante. El instante justo en que por fin decidió que ya estaba bien de darle vueltas a las cosas. El instante en que decidió que tenía que tomar un camino, porque nada era peor que la incertidumbre de no saber a dónde ir.

 

- No, lo dejo yo. Me voy contigo.

 

- ¿Estás segura?

 

- Pues claro. No vas a dejar un trabajo fijo después de todo lo que has peleado.

 

- Pero ¿y si te arrepientes?

 

- Pues me vuelvo a casa y empiezo otra vez a buscar trabajo. De todas formas este es una mierda.  Elena alargo la mano y le acarició la cara. Clavó la mirada profundamente en sus pupilas y afirmó lo más segura de sí misma que pudo: Pero eso no va a pasar. Lo nuestro va a salir bien, estoy segura.

 

No hablaron más. Joan la conocía de sobra para saber que era su elección la que iba a prevalecer.

 

Ya no llegaron a su casa. Volvieron a la estación comprar comida en el Burger para llevar y cruzaron la avenida hasta el hotel que había frente. Arrastrando su equipaje, como si fueran una pareja que venía de vacaciones.

La maleta quedó tirada justo detrás de la puerta y un reguero de ropa marcaba el camino hacia la cama, de tal forma que cuando Elena cayó sobre ella, ya estaba totalmente desnuda. Las bragas estaban tiradas en el inicio de este reguero. Eran lo primero que se había quitado, dejándole a las claras a su novio, qué es lo que ella quería en ese momento. Observó con disgusto, que cuando se tumbó sobre ella, aún llevaba puesto los calzoncillos. A tirones se los arrancó, casi con desesperación, con rabia, intentando no dejar de comerle la boca. Joan trató de mantener el ritual habitual, pasando de los labios a los pechos de su novia y luego, trasladando las caricias por su vientre hasta introducirse entre sus piernas.

 

Igual que una abeja buscando el polen, Joan logró que los labios del coñito de Elena se abrieran como los pétalos de una flor para deleitarse en su dulce néctar.

 

Breve deleite porque estaba en tal estado de excitación, que apenas sus labios rozaron el clítoris, empezó a sentir un placer intenso qué fue aumentando con cada lengüetazo que recibía. Ella no quería más preliminares. Solo lo necesario para humedecerse un poco más

 

- No, no… dentro. Te quiero dentro. La necesito dentro…gritó entre jadeos entrecortados, mientras con una mano tiraba a Joan de su pelo rizado, forzándole a situarse entre sus piernas abiertas de par en par para él. Un gesto casi obsceno que no era muy habitual en Elena, pero mira, no estamos para ponernos delicados. Como decía su compañera y amiga:

- Si quieres algo de un chico, déjaselo bien claro, que la mayoría no entienden las indirectas ni están por la labor de jugar al juego de la seducción.

 

Pues más claro no podía estar: ella abierta y húmeda para él, diciéndole “te quiero dentro de mí”… como para no captarlo…

 

Recordó con qué facilidad y rapidez la penetró con su miembro. Una mínima resistencia inicial del glande a la entrada de su vagina, y luego, entró como un cuchillo en la mantequilla. De un solo golpe y a fondo, hasta que sintió sus huevos hacer tope contra su perineo.

 

A partir de ahí, ni una sola molestia. Solo un pausado vaivén de su verga saliendo y entrando de su coño. Sintiendo el placer que le producía el roce contra las paredes de su vagina, mientras se abría paso a través de ella y la ansiedad que sentía, cuando emergía. Apenas empezaba a retirarla cuando ya quería tenerla otra vez dentro. Todo combinado con un destello centelleante de placer cuando llegaba al fondo y la mantenía allí durante unos segundos. Una sensación muy agradable, pero una vez más, se trataba de dejarle claro lo que ella quería en ese momento. Su novio le estaba haciendo el amor, pero para eso ya habría tiempo a lo largo de toda la noche. En este instante, Elena quería que le hiciera otra cosa… Mirándolo con ojos turbios y los labios entreabiertos, le gritó:

- Fóllame, fóllame… y una vez más no tuvo que insistir. Puede que Joan fuera un poco lento a la hora de anticiparse, leyendo en ella sus deseos, pero una vez ella decía algo, no había que repetirlo dos veces.

 

Empezó a penetrarla con golpes de cintura secos, precisos y contundentes. Cada vez más rápidos. Los destellos de placer cada vez eran más continuados, hasta que llegó un momento en que se juntaban en un único momento inacabable, en una explosión de placer. El estallido final le llegó sin apenas necesitar tocarse. Levantó la pelvis para sentirlo aún más y comenzó a retorcerse bajo el peso de Joan.

El orgasmo pasó por su cuerpo y por su mente como un tsunami, arrasando todo a su paso, desbordando todos sus sentidos, anulando cualquier rastro de voluntad. Se sentía zarandeada como una muñeca de trapo, a merced de espasmos de placer que la hacían temblar y convulsionar. Fue tan intenso que hubo un par de segundos que su cuerpo desconectó, incapaz de asimilar tanta intensidad. No supo si había perdido el conocimiento o simplemente había cerrado los ojos un instante. Solo que al abrirlos allí estaban los de Joan, mirándola asustado e interrogante, sin saber a qué atenerse. Lo cierto es que mira que habían follado, pero no recordaba un polvo como ese.

Sintió la dureza de su miembro dentro, clavado profundamente en su vagina e inmóvil. Absorbiendo las últimas contracciones de su orgasmo. Lubricado por todos sus jugos. Una euforia placentera la invadió como continuación de su estallido de gusto.

Deseó que Joan siguiera follándosela, que no la sacara en toda la noche de sus entrañas. Le echo las manos al cuello y tiró de él hacia sí misma.

- Si-sigue…no te pares…logró balbucear.

Obediente, su novio continuó penetrándola. Jugando a sacarla y meterla. Pero era demasiado. No se explicaba cómo había aguantado tanto. Quizá por la sorpresa y lo inesperado que había resultado todo. Pero ahora ya no podía más. Lo sintió tensarse y también oyó los característicos gemidos que anunciaban su eyaculación, que Elena tan bien conocía. Era la señal para que se retirara antes de que tuvieran un percance. Las escasas veces que ella le dejaba penetrarla sin condón, apenas notaba estos signos, le forzaba a sacarla.

Pero no era lo habitual. Elena era muy responsable con eso de la maternidad y no solían hacer nada que implicara penetración si no había gomita de por medio. ¿Niños? Ni en broma. ¿Por accidente? ¡Y una mierda!

Pero esta vez fue diferente. El, trató de retirarse pero ella cerró sus muslos sobre su cintura y le forzó a seguir en su interior. Joan la miró sorprendido. No podía aguantar ni un segundo más, parecía decirle con sus ojos. Ella le bajó la cabeza entre sus pechos, suave pero firmemente, y le susurró al oído:

- Córrete cariño. Dentro…te quiero…

Elena lo sintió derramarse dentro de ella. Más que notarlo (era muy difícil con su coñito tan caliente por la follada y el orgasmo), pudo adivinar que cada una de las muchas pulsaciones de la verga que la penetraba, se correspondía con un chorro de semen que se iba al fondo de su sexo, se apelmazaba en las paredes y que trataba de buscar salida, a través del tapón que formaba el falo ocupando su vagina.

Poco a poco, las palpitaciones se fueron calmando. Elena no sabía cuanta leche se había derramado en su interior, pero a poco que movía Joan la verga, notaba rebosar pequeños borbotones fuera de su coño.

Abrazó a su novio con más fuerza todavía contra sus tetas. Podía notar perfectamente sus latidos desbocados que poco a poco, se fueron ralentizando y acompasando a los suyos, como si de un solo corazón se tratara.

- Joder tía ¡qué bonito! Dijo su compañera cuando se lo contó…un solo corazón, parece pura poesía…

Y tras un instante con los ojos mirando hacia la nada, como si ella misma recreara ese momento, pareció volver a la realidad y exclamó:

- Oye, entonces…lo hicisteis a pelo ¿no? Que fuerte…con lo que tú eres para eso…

- Pues sí, no sé qué me pasó…simplemente supe que quería hacerlo así. Bueno tía que tenía que ser de esa manera, no se mí me pillas…era nuestro momento, tenía que dárselo…quería dárselo…

Que no, Elenita, que no te empeñes…si tú misma casi ni te lo explicas… ¿cómo vas a hacérselo entender a tu amiga? Menos mal que ella te va a echar una mano…

- No te ralles que lo entiendo. Lo que pasa es que…bueno… estarás preocupada ¿no?

¿Preocupada? Noooo, que va…se dijo para sí misma Elena. Lo único que desde hace una semana casi no duermo entre unas comeduras de tarro y otras…pero hija, mantén el tipo y que no se te note…

- Creo que no me pilló ovulando, pero la verdad es que hasta que no me baje la regla ya no voy a estar tranquila…

- ¿Solo lo hicisteis una vez así?

 

- Esa noche lo hicimos todo sin condón, pero él no se volvió a correr dentro…

 

- Bueno tía, entonces no te preocupes, ya sería mala suerte…

 

Sí, ya sería mala suerte, pensó Elena. Aún no era capaz de explicarse a sí misma aquel arrebato. Nunca había cometido antes ese tipo de locura.

 

No eran infrecuentes entre sus amigas deslices de ese tipo, especialmente en noches en que se hubieran pasado con el alcohol. Dolor de cabeza, comeduras de tarro, en alguna ocasión píldora del día después… hasta conjurar el peligro.

 

Pero ella tenía bien enseñado a Joan desde el primer día. Si no había preservativo, no había polvo. Se pusiera como se pusiera. De hecho, esa prevención de Elena ante posibles embarazos, había condicionado sus preferencias sexuales, su forma de jugar.

 

Mostraba cierta aversión al semen. Cualquier salpicadura en sus manos o cuerpo, era rápidamente limpiada. Aunque no dudaba en practicarle sexo oral a su novio, también lo tenía aleccionado en que la avisara con la suficiente antelación, para no recibir ni gota en la boca. Cuando llegaba el momento, fuera porque lo estuviera masturbando o se la estuviera chupando (o de cualquier otra forma en que la verga no estuviese debidamente precintada con su condón), suponía que ella dirigía la descarga hacia otro lado, incluso extendiendo el brazo para apartarse lo más posible.

 

Había también otra razón que su compañera conocía y había sido un motivo de risa en muchas ocasiones: Joan eran de los que tenían eyaculaciones muy abundantes. La primera vez que “jugaron”, ella quedó atónita ante la explosión que presenció. Lo estaba masturbando. Era la primera ocasión que tuvo de acariciar el pene de su novio. O de su proyecto de novio, que en aquella época aún no eran ni follamigos. Ni de lejos se imaginaba tanta abundancia. Le puso perdida la blusa, el brazo, la mano por supuesto… ¡ostia puta! ¡Si hasta al pelo le llegó!…aquello no acababa de escupir esperma…

Pasado un tiempo no pudo evitar contárselo a su compañera y amiga. Quería comparar para ver si aquello era “normal”.

- Pero ¿Cuánto se corre?

- No sé tía, mínimo tres o cuatro chorros…y luego sigue soltando…me pone perdida si no ando espabilada. Y además con fuerza, no veas hasta donde llega. Una vez, en el coche de su padre manchó la tapicería del techo…ya hemos optado porque se corra con el condón puesto aunque sea una paja, porque si no, tenemos que pasarnos una hora revisando que no haya manchas ni pegotones de esperma por ahí perdidos. No veas que corte si lo ven mis suegros…

- Menuda herramienta debe tener ¿no? Estarás satisfecha…

- Estoy muy satisfecha… rio Elena, pero tampoco te creas que es la más grande que he visto…no creo que sea una cuestión de tamaño…

Cada vez que le contaba una anécdota a su compañera esta se descojonaba de risa.

 

- Tía es que no para de echar. No veas cómo lo pone todo: como para dejarlo que se corra dentro...

 

- Una fuente vamos…

 

- Sí jajaja, la fuente que no cesa de manar…

 

 

Así pues, un motivo más de prevención. No podía imaginarse que su novio descargara de tal forma en su interior, y no la dejara embarazada. Y sin embargo, la otra noche…bueno, pues eso. Sintió que era un momento especial. Que tenía que hacerlo. Y además, curiosamente no se consideró preocupada. No en ese instante. Lo cierto es que a pesar de que parecía una concesión suya a Joan, una forma de compensarle por su declaración de amor incondicional, por lo que estaba dispuesto a hacer para seguir a su lado, lo cierto es que…lo había disfrutado. Mucho.

Bueno hasta aquí lo que le había contado a su compañera. La parte que no le había dicho es que no venía del baño por un episodio de ansiedad, debido a la preocupación o los nervios ante un posible embarazo. Ni siquiera debido al stress que le pudiera causar el tener que irse a vivir fuera de su ciudad.

 

No le había contado que se acababa de hacer una paja en toda regla. Y que se había corrido hasta salpicar su antebrazo.

 

Y no era necesariamente por vergüenza, que ellas se lo contaban casi todo. Se trataba de que si se lo decía su amiga, quizás habría tenido que explicarle después el porqué de esa excitación, de ese desasosiego, de ese furor sexual que se apoderaba de ella cada vez que se acordaba de la última semana que había pasado con su novio. Y ¿Cómo explicar lo que no se comprende?

Elena había cambiado. Quizás fuera la decisión tomada, la trascendencia del cambio que se avecinaba en su vida, el vértigo de asumir ese compromiso…no lo sabía muy bien, pero el mezclar todo eso con el sexo, había dado como resultado obtener nuevas sensaciones. Había roto las reglas y eso le gustaba. Es cierto que Joan no se había vuelto a correr dentro de ella, pero el recuerdo de ese momento y de todos los que le siguieron esa noche, se hacían presentes en cada uno de sus encuentros a lo largo de los días que estuvieron juntos.

Elena volvió a poner la cabeza en su sitio. No hubo más penetraciones a pelo. Pero al día siguiente, cuando volvieron a follar, la imagen y la sensación de sentirse bañada en el semen de Joan, la acompaño en todo momento. Hasta el punto que cuando fue a llegar su novio, le hizo salir de su interior y arrancándole el preservativo lo masturbó con furia, apuntado esta vez hacia sus pechos y vientre. Dirigió la corrida de forma que, desde su pubis hasta su cuello, la leche expulsada formaba gotas espesas y surcos brillantes por toda su piel. No contenta con ello, la restregó contra sí misma, esparciendo aún más el semen. Un sorprendido Joan no dejaba de jadear ahíto y satisfecho por el arranque de su novia.

La guinda del pastel, fue que lejos de correr a limpiarse esta vez, Elena, se abrazó a su novio fundiéndose en un beso apasionado, sin importarles a ninguno de los dos lo pegajoso del asunto.

El cambio en lo que se refiere a mantener las distancias con el esperma de Joan, se hizo patente la última noche que pasaron juntos. A pesar de la semanita que llevaban, y quizá por la inminencia de la separación, el deseo estaba de nuevo a flor de piel. Habían contado los minutos para verse. Aquello sabía más que nunca a despedida y los dos se amaban con la desesperación de una cuenta atrás.  Elena le permitió follarla un poquito piel contra piel, pero previendo sorpresas, rápidamente le forzó a sacarla.

Luego se la introdujo en la boca. Recreándose, jugando y después, sin hacer caso de las indicaciones de Joan, haciéndole una contundente mamada hasta el final. No se reconocía. Deseaba sentir la explosión de esperma en su boca. Quería que él se muriera de placer. Y luego que la matara de gusto a ella, le daba igual la forma. Con sus dedos, su lengua o metiéndosela hasta el fondo.

Intentó mantenerla entre sus labios, pero el primer manguerazo a presión la hizo sacarla por lo inesperado y lo inusual. No estaba acostumbrada y se atragantó. No consiguió tragarse ni un poco, pero obcecada y dispuesta a cumplir con el reto que se había autoimpuesto, apenas disminuyeron las pulsaciones, volvió a metérsela en la boca, justo a tiempo para recibir las ultimas gotas. Apretó con los labios estrujando y exprimiendo la verga de Joan. Notó un sabor raro y espeso, pero no sintió asco. Más bien se percibió más caliente, más excitada.

Después de mantenerla un rato en la boca, la sacó y la recorrió con la lengua, limpiando el falo y tragándose algún copo de esperma de Joan, mientras lo miraba con ojos vidriosos. Había conseguido llevarlo al paraíso y ahora le tocaba reunirse con él.

Tras encadenar un par de orgasmos, el primero con la lengua de su novio que le devolvió con creces el favor, y el segundo, siendo penetrada esta vez con capuchón, se quedó exhausta y agotada. Antes de dormirse fue a asearse un poco y se vio reflejada en el espejo del baño: la barbilla, los labios y el cuello con restos de semen. Las mejillas encarnadas, encendidas por el calor. El pelo revuelto y la mirada brillante. Se sintió guapa, tan bella cono se siente cualquier persona que se sabe amada y objeto de deseo. Y también feliz.

Por eso cada vez que revivía esos instantes, el deseo prendía de nuevo en ella. Iba creciendo conforme recordaba todos los momentos disfrutados con Joan, todas esas nuevas cosas que hicieron, todas las sensaciones descubiertas…y todo ello lo mezclaba con imágenes de un futuro prometedor junto a él… ¡Como todo fuera igual que esos días!...así pues, tarde o temprano acababa por descontrolarse, la tensión era más de la que podía soportar. La noche o la siesta eran su refugio, pero ese día, en el trabajo, no pudo aguantarse. Simplemente tenía que desahogarse, liberar el vapor que la consumía por dentro.

Era todo eso lo que guardaba para sí y para su novio. Lo que no le había contado a su amiga, ni a su madre, ni le contaría a nadie.

Elena llevó la mano a su entrepierna y cerró los ojos, dejándose envolver por el ruido monótono de las aspas del ventilador del techo, que giraba renqueante.

Bueno, pensó, una siesta más en vela, pero también un día menos para ver a Joan…

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