Tras estar unos días en un camping de la costa murciana, decidimos acercarnos a una localidad muy conocida, donde la familia de mi amigo estaba en una casita que habían alquilado para pasar el mes de julio. Se nos acababa el escaso presupuesto, así que nuestro plan “b” era prolongar nuestras vacaciones acoplándonos de gorra con ellos.
Yo conocía a su tía de Madrid, pero nunca me había llamado la atención. Allí, lo cierto, es que a pesar de que tenía unas tetas que destacaban, siempre vestía de forma poco llamativa. A mí me parecía una mujer más bien gruesa. De hecho, la primera sorpresa cuando la vi en biquini, fue descubrir que sus curvas eran prietas y duras, aparentemente sin nada de grasa. Y de curvas estaba muy bien servida. La vedad es que era una tía maciza que me impresionó.
Se ponía un biquini tan ajustado que casi parecía que el sostén le iba a estallar. Y el culo y su coño quedaban marcados perfectamente por la tela del bañador.
Mi amigo se reía de verme la cara que puse la primera vez que la vi salir así para ir al mar. Se echaba por encima una túnica de playa banca, que transparentaba todo al trasluz. Esto me ponía aún más malo, porque mi imaginación volaba con las redondeces que veía agitarse debajo.
Y lo mejor de todo es que ella tenía una faceta descarada y morbosa que yo lógicamente no conocía. Mi amigo sí, así que me advirtió:
Te vas a acabar pajeando como un mono…mi tía es la caña, ya verás cuando la veas en topless…
Yo abrí os ojos como platos. En esa época ya había muchas españolas que hacían topless, pero pocas de 40 años y además rodeadas de gente conocida. En la playa no se solía poner habitualmente, porque era una playa familiar y además, según me contaba el sobrino, esas tetazas llamaban tanto la atención que en seguida tenia a varios moscones rondando alrededor. Pero al volver a la casa era otro tema. Por las tardes, aprovechando la siesta, se salía al patio trasero y se ponía una hora a tomar el sol. Verla ponerse crema en esas tetas era todo un espectáculo. Igual que observarla girarse y adoptar distintas posiciones para tostarse. Parecía la maja “curvi” desnuda, toda voluptuosidad y exuberancia.
Pero lo mejor era al mediodía, cuando volvían de la playa. Nosotros seguíamos con nuestra costumbre de salir de marcha y levantarnos tarde. Nunca íbamos a la playa por la mañana. La primera vez estábamos recién desayunados, tomando el sol en el patio, cuando ellos llegaron. Su tía se dirigió a una goma de agua, que se usaba para regar. Estaba al sol y tenía agua calentita, al menos la que quedaba dentro de la manguera al principio. Mientras los demás se iban duchando dentro, ella se quitaba la tierra allí fuera. Y no solo la de los pies.
Se desprendió de la camisola. Su cuerpo redondo, apenas contenido por el biquini, quedó a nuestra vista. Luego se desabrochó el sujetador, mientras nosotros tratábamos de disimular, aunque no la perdíamos de vista. Después se pasaba la goma por todas partes, tratando de quitarse la arena. Menudas pajas me hice recordando la escena. La imagen bucólica del agua chorreándole por sus pechos, muslos y culo…
Pero lo mejor estaba por venir.
Chicos, no miréis que me voy a cambiar…
Me quedé de piedra. Por supuesto, eché una mirada de reojo. Nos daba la espalda, supuestamente para que no le viéramos el coñito si mirábamos. Se bajó las bragas del biquini, quedando estas en el suelo. Un culazo tremendo y macizo quedó a la vista. Con la mano se iba abriendo los cachetes para que el agua arrastrara bien la arena. Luego hizo lo mismo por delante, mojándose abundantemente el sexo mientras se ayudaba con la mano para retirar todos los granos. Cuando se agachó para cerrar el agua, nuevamente nos ofreció una panorámica de primera fila de su culo en pompa, con el coño asomando entre los cachetes. Luego cogió la toalla y se secó todo el cuerpo, envolviéndose después con ella. Solo entonces, giró la cabeza hacia nosotros para ver si estábamos mirando.
Disimulamos lo mejor que pudimos, ocultos tras nuestras gafas de sol. Tras enjuagar y tender el bikini, entró a la casa con la toalla puesta, yendo a su cuarto a ponerse ropa seca.
Tanto mi amigo como yo, coincidimos sin lugar a dudas que su tía había jugado con nosotros y eso le ponía. Era seguro al menos, que tenía que saber que la mirábamos y no había dicho ni hecho nada por evitarlo, lo cual nos llevaba a pensar que le había gustado la situación.
Es más, yo estaba convencido que lo había hecho queriendo. ¿Por qué mantener esa costumbre habiendo dos chicos en la casa y además estando precisamente en el patio que era donde ella se duchaba? ¿Por qué nos avisó de que no miráramos cuando parecíamos distraídos? Al decirnos que se iba a cambiar, precisamente lo que hacía era atraer la atención sobre ella, por si acaso no nos habíamos dado cuenta. No se giró hacia nosotros ni una sola vez, para comprobar que no mirábamos. Estaba claro que nos invitaba a hacerlo. Y por último, los dos días siguientes que estuvimos antes de marchar de vuelta, volvió a repetir el proceso, además de las sesiones en topless vespertinas.
En fin, toda una alegría para nosotros y una buena inspiración para multitud de pajas que cayeron acordándonos de su tía y de ese verano.