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Historia de Agustin y Lina 16

en Grandes Series

Agustín.

Agustín miró a la chica que dormía junto a él. Bárbara era una mujer hermosa. No tenía el toque de elegancia de Lina. Ni sus líneas estilizadas. Pero era más joven, también guapa y más exuberante en sus formas. Muslos potentes y largos. Un culo de infarto. Tetas abundantes. Rubia y de piel clara. No tan armoniosamente conjuntada en lo físico como su mujer, pero una chica maciza que atraía a cualquier hombre con el que se cruzara.

Su mujer…

Recordó que ya hacía siete meses que discutió con Lina. Ella había pasado la noche con Fran y Caty. El, estaba fuera de sí. Cuando volvió por la mañana, trató de arreglar las cosas, pero él no le dio oportunidad. Aun creía que estaba en su derecho a recriminarla, pero ahora se arrepiente de como la trató. De cómo perdió los papeles. De todo lo que le dijo.

Si hubiese mantenido la calma. Si hubiesen hablado como personas civilizadas, quizá ella no habría metido sus cosas en una maleta y se habría ido. Si Agustín hubiese estado menos alterado, quizá habría valorado correctamente la situación. Se pasó un mes mascando su orgullo, negándose a llamarla, esperando que ella se diera cuenta del error.

Pero el error había sido suyo. Y Lina no llamó. No para volver, al menos.

Cuando reaccionó era tarde. Ya la había perdido. Para siempre.

Aun no se hace a la idea. Todavía compara a cualquier chica que se le cruza con Lina. Y han sido muchas.

A partir de los tres meses, cuando ya fue consciente que esto no tenía marcha atrás, decidió salir a desfogarse, a ahogar su enfado en sexo y alcohol. Hubo mucho de las dos cosas. Conseguir chicas no fue un problema. Aun se mantenía guapo y atractivo. Y su instinto de cazador seguía muy vivo.

Fueron meses confusos, donde tocó suelo muchas veces. Bárbara era su nueva compañera de trabajo. Y quizás su tabla de salvación. La única chica más o menos normal y realmente enamorada que podía rescatarlo del pozo donde había caído.

Ella le había lanzado todo tipo de señales. Y cuanto peor parecía estar, más interés sentía por él. Como si se le hubiese despertado el instinto de madre. Pero Agustín no quería una madre. Quería una puta en la cama. Quería desfogarse y olvidarse de Lina. Pero necesitaba a alguien que fuera como ella. Decidida, voraz en el sexo, con iniciativa.

Y Bárbara era un encanto, pero ninguna de esas cosas.

Esa noche no era la primera vez que follaban, pero para el caso daba igual. La primera había sido un polvo apresurado y frenético. Sin tiempo para más. Pero anoche, la llevó a su casa y pudo ponerla a prueba. O tal vez se estaba probando el mismo. En cualquier caso, hubo mucho sexo pero ambos suspendieron.

Le arrancó la ropa casi a tirones, dejándola desnuda. Un cuerpo macizo y voluptuoso. Senos turgentes y coñito abultado. No hubo rincón que no recorriera con sus dedos, lengua y pene. La chica estaba caliente y entregada. Sus muslos se abrieron para él. Su sexo mojado pedía polla. Bárbara se corrió rápida y fácil. Pero Agustín acababa solo de empezar.

Ella se ofreció a cuatro patas para él, mostrándole su culito, sus muslos tensos y poderosos.  Agustín la atrajo hasta el borde de la cama y se situó de pie, tras ella. Con la mano agarro la verga y dirigiéndola hacia el sexo de Bárbara, la paseo por su raja, entreabrió los labios vaginales, jugó a meter la punta y volver a sacarla. Todo para volver a ponerla cachonda antes de penetrarla. Cuando juzgo que ya había pasado el suficiente tiempo, se la introdujo de golpe, para sorpresa de ella. Resbaló sin problemas hasta el fondo, sin oposición.

La vagina caliente y húmeda se cerró sobre la polla de Agustín. La visión desde atrás del culazo de Bárbara, el deseo contenido y el placer que sentía, hizo que se corriera sin esperar más. Un chorro de semen inundó las entrañas de la muchacha. Aguantó la posición solo un poco más, hasta salir de ella. La chica mantenía las piernas separadas, así que vio sin dificultad, desde su posición privilegiada, como tras su verga y antes de que se cerraran sus labios vaginales, unos goterones de semen escurrían desde su coñito y caían sobre las sabanas.

La corrida había sido tremenda. La chica se dejó caer en la cama. El aprovechó para traerle un refresco y ofrecerle una toalla. Ella observo sorprendida que apenas le había bajado la erección. Solo la dejo respirar el tiempo justo de lavarse en el bidé y aliviar con agua fresca su coñito.

Pronto, comenzó a acariciarla de nuevo. Sus dedos recorrieron sus pezones, vientre y finalmente, otra vez su sexo. Una masturbación en toda regla. A ella le costaba ponerse a tono.

Agustín no pudo evitar las comparaciones con Lina. Su mujer se hubiese mostrado activa. El primer orgasmo hubiese sido solo un comienzo, y no una barrera para continuar. Habría acompañado sus caricias con movimientos de pelvis para aumentar el contacto y dirigir los magreos a sus zonas más sensibles. Pero Bárbara se mantenía un poco indolente, sin tomar ninguna iniciativa.

Solo trabajándoselo mucho, consiguió que se mojara de nuevo. Cuando la vio otra vez excitada, se tumbó en la cama invitándola a cabalgar su polla. La chica lo hizo, acompañando la follada con una masturbación que la llevó al orgasmo. Agustín sentía nuevamente su verga atrapada en la vagina caliente de Bárbara, con los muslos haciendo presión sobre sus costados y humedades que empapaban su pubis y huevos.

La calentura le espoleó. La chica se había abrazado a él, sin sacarse la polla, apretando las tetazas contra su pecho, mientras trataba de recuperar el aliento. Pero él, quería continuar hasta eyacular por segunda vez. Quería regarla de nuevo.

Ella trato de complacerle. Inició una torpe mamada, que solo sirvió para humedecer la verga del chico. No tenía mucha experiencia mamando y lo hacía de forma desincronizada y arañándole un poco con los dientes.

Ahí fue donde Agustín se desmadró. Poseído por la fiebre del sexo, queriendo ponerla a prueba a ver hasta dónde podría llevar a la chica, tomó la iniciativa cogiéndola por las mejillas y follándole la boca. Ella se dejó hacer, sumisa y entregada. Quería que él se corriera.

La verga entraba cada vez más rápido y más profunda, casi hasta provocar arcadas. La saliva le resbalaba por la barbilla y el cuello. Un cosquilleo en los huevos le indico que estaba a punto de explotarle en la boca. Si Bárbara se sorprendió de recibir toda esa leche en su garganta, no pudo expresarlo. Se limitó a tratar de respirar y no ahogarse, tragando como podía parte del semen, y escupiendo el resto en una arcada que la hizo vomitar casi, sobre las sabanas.

Pasado un rato y recuperado el pulso normal, ambos se abrazaron. Ella le sonrió, pensando que lo había dejado satisfecho para toda la noche. Agustín se sentía en ese momento, como si estuviese en el descanso del partido. Ni mucho menos había llegado el final. Pero entendió que tenía que darle un respiro a la chica, además de recuperarse él. Se fue a preparar una copa. Bárbara sólo tomo un sorbo. Agustín fue al cuarto de baño a refrescarse y a algo más. Allí guardaba un poco de sustancia blanca. Se dijo a si mismo que igual que iba reduciendo la bebida en esos últimos días, también tenía que cerrar esta nueva adicción. Bueno, solo un tirito. Apenas quedaba ya. No volvería a comprar.

Volvió al lado de su chica. Acurrucados juntos, apuraron la copa y ella amodorrada, le sacó conversación. Apenas la escuchaba. Pronto se durmieron abrazados. Pero Agustín se despertó apenas pasado media hora. Quería más. Su pene duro como una piedra se pegaba al muslo de Bárbara, anticipando sueños húmedos. No se paró en más contemplaciones. Casi sin saber lo que hacía, igual de desatado que cuando le había follado la boca, fue a por ella.

La mujer sintió que le abrían los muslos y que una verga erecta, se abría paso hacia el fondo de su vagina. Despertó sorprendida. No esperaba más sexo. No lo necesitaba.

Agustín se desató. Los recuerdos eran confusos, pero sabía que la folló en varias posturas, sin que ella le negara nada. Ni siquiera su culo, donde acabó eyaculando.

Ahora la observaba rendida. Durmiendo por fin profundamente. Desnuda y boca abajo. Admiró sus potentes muslos que acababan en un rotundo culo. Sabía que si le separaba las nalgas, vería dos agujeros enrojecidos por el roce de la verga que se había abierto camino. Ni a lavarse había ido. La dejó desmadejada, rota, exhausta. Y llena de restos de semen.

Ella no le había negado nada, pero Agustín sintió una punzada de culpabilidad. Su mirada sorprendida, aunque sumisa, le había indicado que estaba superada por ese huracán de sexo.

Ella no formaba parte de eso. Solo consentía porque estaba enamorada. Le hubiese bastado solo con el primer polvo. Y entonces Agustín supo que no podría ser. Aun no estaba preparado. Todavía lo poseía una adicción al sexo que acabaría truncando esa relación. Mejor no empezarla. Le haría daño a Bárbara. Y él se sentiría aun peor.

La cabeza le dio vueltas buscando la forma de decírselo, de encarar el problema. Cerró los ojos.

Estaba cansado. Ya decidirá más tarde como hacerlo. La última imagen que vino a su mente antes de volver a dormirse, no fue de Bárbara, sino de Lina.

¿Qué estaría haciendo ahora?

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