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Mis micro Relatos 2 ! Joder, Paulita, joder ¡

en MicroRelatos

Sandra agradeció la suave brisa de la calle. Hacía ya calor, pero al menos algo de aire se movía. Odiaba el metro en hora punta. Eso de ir como sardinas en lata, sin poder sentarse y con la sensación de bochorno de un espacio cerrado la ponía de los nervios. Ojalá pudiese vivir en uno de esos modernos estudios al lado de la universidad. Pequeños pero con todas las comodidades. A 10 minutos andando de la facultad. Y además individuales, lo que a ella le vendría genial para montarse un buen desahogo sexual de vez en cuando. Cuando se vino a estudiar a Madrid se las prometía muy felices en ese aspecto. Muchos chicos jóvenes y guapos donde elegir. Se follaría a los que ella quisiera. Sin compromisos, lo primero eran sus estudios, pero ya encontraría su tiempo para darse un buen homenaje al menos una vez en semana. Candidatos seguro que no le iban a faltar y allí sola en Madrid… pues podría hacer lo que quisiera sin nadie que la controlara ni la juzgara.

 

Sin embargo había pasado un trimestre y solo tenía una experiencia en su haber. Y no muy positiva por cierto. Una fiesta en un piso de estudiantes, un chico guapo y mucho alcohol. Se sentía eufórica y desplegó todo su encanto con él. Demasiado rápido y demasiado descontrolado. Acabaron follando en el cuarto de baño, ella echada sobre el lavabo mientras la follaba desde atrás. Las bragas bajadas hasta los tobillos, sin juegos previos más allá de unos morreos, ni una buena lubricación. Sandra casi ni se enteró cuando el chico se corrió. Entre el mareo del alcohol, el calor del cuarto de baño y algún idiota aporreando la puerta, imposible concentrarse ni disfrutar. La experiencia no daba ni para una paja posterior recordando el evento (todo había sido muy confuso), o reinventándolo a su gusto (demasiado sórdido para aprovecharlo).

 

Ni siquiera fue el inicio de algo mejor. El muy idiota quedo en que la llamaría y un mes después, ni rastro. Y ella no pensaba en modo alguno rebajarse a tomar la iniciativa de contactar con él.

 

Pero Sandra era una chica positiva. Se negó a caer en el pesimismo mientras caminaba los diez minutos que separaban la boca del metro de su piso de alquiler. Es cierto que vivía lejos porque sus padres no podían pagarle el precio de uno de esos estudios, pero al menos estaba en Madrid, estudiaba lo que quería y vivía por primera vez la aventura de su independencia. Ya habían hecho mucho por ella, la mayoría de sus amigas no tenía tanta suerte.

 

Además, lo de compartir piso le había salido bien. Era tan pequeño (dos habitaciones) que solo tenía que estar con otra chica: Paula.

 

Al principio se sintió decepcionada, porque Paula parecía recién salida del cascarón. Venia del pueblo y le daba miedo todo. En vez de una chica lanzada y descarada con la que compartir juergas y aventuras, le había tocado adoptar a una paleta asustada. Apenas hablaba y todo parecía superarla. Si hasta madrugaba una hora antes para irse con ella en el metro (le daba miedo salir sola de casa tan temprano). Pero en apenas un mes le había cogido cariño. Se le había pegado como una lapa y era su confidente, se ocupaba de la mayoría de las labores del piso, cocinaba para las dos y la seguía todos sitios. Parecía que Sandra era la primera amiga de verdad que había tenido y además se sentía deslumbrada por su autosuficiencia y desparpajo a la hora de enfrentarse a problemas que para ella parecían irresolubles. Se hicieron íntimas.

 

Y de sexo…bueno, Paula decía que no era virgen. Tenía un novio en el pueblo que cortó con ella antes de venirse a estudiar, pero por lo que contaba, Sandra no se explicaba que había hecho con él aparte de abrirse de piernas. Su inexperiencia quedó clara cuando le enseño a “sus amigos”, como ella los llamaba.

 

Sus amigas de toda la vida le habían hecho una fiesta de despedida cuando se vino a Madrid. En ella le regalaron dos juguetes eróticos para que se fuera aliviando mientras “encontraba novio”. El primero, un consolador flexible y gordo de goma. Este era más de cachondeo que otra cosa, se suponía que para hacer risas por el tamaño y el grosor…y efectivamente se rieron mucho, ¡que cabronas eran sus colegas! Aun no le había dado uso. Se le antojaba demasiado grande. El segundo, era un estimulador de en forma de U. Un extremo se introducía en la vagina y la vibración actuaba desde dentro. El otro se colocaba directamente sobre su clítoris y la combinación de ambas estimulaciones le provocaba unos orgasmos bestiales.

 

Ella necesitaba placer a diario, pero por la mañana siempre se levantaba tarde, le gustaba demasiado la cama, así que se iba al campus con las ganas intactas.

 

Normalmente era por la noche, ya en su cama y descansando, cuando le subía la libido y se había acostumbrado a correrse antes de dormir. La relajaba mucho. Y desde luego, no se cortaba. Sus jadeos se oían en todo el piso. Paula le dijo un día, que la iba a grabar con el móvil y le iba a enviar el audio a su familia. Vaya escándalo.

 

¿Qué pasa, tú no te tocas? Le preguntó…

 

Si claro, pero no grito tanto…dijo mientras bajaba la mirada avergonzada por hacer esa confidencia.

 

Pues te lo presto un día, ya verás que guay…solo me lo tienes que devolver limpito, eso sí…explicó mientras soltaba una carcajada…

 

¡Ay Paula que inocente!

 

Todavía recordaba el día que le confesó que un chico de la clase le gustaba. Guapo y deportista (practicaba triatlón) la tenía loquita perdida. Él no sabía nada claro y Sandra tardo lo justo en aparecer para echarle la radiografía. Esa tarde tuvieron reunión para analizar la cuestión. El veredicto de la “experta” estuvo claro: Paula no tenía nada que hacer. El chico era un encanto y tenía “mosconas” siempre a su alrededor, estaba rifado. Algunas de las chicas más guapas de la facultad iban detrás de él. No es que Paula fuera fea, es que el nivel era muy alto. Ella se sacaba muy poco partido, no sabía arreglarse y además su actitud cortada no ayudaba. Nada que hacer respecto a las barbies descaradas dispuestas a comérselo crudo si él se dejaba. Fuera de sus posibilidades…a menos que…

 

¿A menos que…? Preguntó Paula.

 

A menos que se lo pongas tan en bandeja que no se pueda resistir. Para un tío, por bueno que esté, un polvo es un polvo. Déjaselo tan fácil que no pueda decirte que no. Si en la cama le gustas, igual por ahí lo pillas, y si no, al menos te habrás follado un pibón.

 

Paula arrugo el entrecejo y se fue a preparar la cena sin contestar. Estaba claro que no se veía acercándose al chico y diciéndole: hola ¿quieres follar conmigo?

 

Sandra llego al piso. Ahora le quedaban tres plantas sin ascensor subiendo cargada con el portátil y los apuntes. Ufff, otra vez pensó en aquellos estudios con ascensor…bueno, de nuevo a ser positivas. Hoy había premio. Esa tarde se habían suspendido unas prácticas por una avería informática y llegaba a casa un par de horas antes. Se ducharía, comería algo y tras echarse una siesta, se llevaría a Paula de compras. Nada como unas amigas de tiendas para subirle el ánimo. Trataría que se comprara algo sexy para incrementarle la autoestima. Un clavo se saca con otro clavo. En cuanto otros chicos más asequibles le tiraran los tejos a su amiga, se le olvidaría su amor platónico. Ella sabía por propia experiencia, que más hacia una caricia real que cien imaginadas.

 

Llego casi sin resuello a su planta y abrió la puerta con cuidado. Quería sorprender a Paula. Dejó su mochila en el suelo y fue hacia la cocina. Ni rastro de su amiga. En el salón tampoco estaba. Solo podía estar entonces en el cuarto de baño o en su habitación. Se acercó a esta última y antes incluso de llegar a la puerta escuchó unos gemidos que provenían del interior.

 

Le costó identificarlos unos instantes. No porque no supiera que eran gemidos de gusto, sino porque le costaba imaginarse a su amiga dándose placer. A pesar de estar sus habitaciones pegadas una a la otra, en tres meses no la había sorprendido en una sola ocasión masturbándose. Sandra sonrió para sí misma. Su amiga se aguantaba las ganas hasta quedarse sola. Pero ganas tenia, a pesar de su compostura y formalidad cuando tocaban el tema del sexo, a tenor de los grititos que estaba soltando.

 

De repente se acordó de su frase: “te voy a grabar un día y enviaré el audio a tu familia, para que sepa lo que tengo que aguantar aquí contigo”…y se le ocurrió una maldad. Fue hasta su mochila y sacó el móvil. Seria ella la que la grabase por sorpresa. Solo para reírse un rato claro, luego lo borraría…esperaría a que acabase antes de dejarse ver para no cortarle el orgasmo. La cara de Pauli no tendría precio jajajajaaa…

 

Entreabrió la puerta solo lo justo para meter la cabeza. Activó la cámara del móvil y con mucho sigilo fue asomándose. Ahora oía con toda nitidez los suspiros y quejidos de su amiga, pero entre ella y Sandra estaba la pantalla del celular, que en ese momento era sus ojos. Mientras se aclaraba la imagen y el móvil se enfocaba en automático, un bulto borroso se movía frente a ella. Cuando este se volvió nítido, Sandra se quedó helada…

 

El bulto borroso era un culo…de hombre. De un chico atlético y joven para más señas. Un culo precioso y sugerente de modelo, sin una pizca de grasa. Duro y en tensión. Tan tenso como que el chaval se estaba follando a Paula, que abierta de piernas al borde de la cama, lo recibía en su interior facilitándole al máximo la penetración.

 

Ahora debía ser su cara la que no tenía precio, pensó Sandra. Con la boca abierta bajó el móvil hasta que quedó colgando de su mano, grabando el suelo. Incrédula aun, fijó de nuevo la mirada en la escena que tenía delante.

 

El chico, con los pies apoyados en el suelo, embestía con suaves golpes de cintura a su amiga. En la posición que estaba, abierta de piernas para él, era todo cuanto necesitaba para clavársela hasta el fondo, sin ningún obstáculo, sin demasiado esfuerzo. Le tenía que estar llegando hasta la matriz y cada vez que empujaba, ese sabroso culito se encogía un poco. Las piernas de la chica, sueltas en el aire, se mecían con cada arremetida. Ella acompañaba el movimiento con su pelvis, follándose a su vez esa polla que Sandra no podía ver porque la tenía enterrada en su vagina. No obstante, alcanzaba a ver los testículos entre las piernas del muchacho. Una mano de Paula agarraba el culito, arañando una de sus nalgas con apretones que coincidían con cada vergazo que recibía, y la otra quedaba oculta, seguramente abriéndose paso entre los dos pubis que se frotaban, para alcanzar su clítoris y provocar el orgasmo.

 

Sandra se volvió a fijar en el joven. Chico alto y con una buena envergadura, su compañera quedaba totalmente sobrepasada por él. Cuerpo musculado y fibroso y en buena forma. Apenas le costaba esfuerzo mantener la postura y parecía poder estar follándose a su amiga toda la tarde sin apenas sudar. Por eso solo había escuchado a ella, él apenas jadeaba.

 

Había algo familiar que… ¡Claro coño, que tonta! ¡Era el chico de su clase que tanto le gustaba! ¡El deportista!

 

La madre que pario a Paulita. Jamás hubiera pensado que se tomara su consejo tan en serio. No sabía cómo leches lo había hecho, pero se estaba follando al pibonazo de la facultad. La mosquita muerta. Allí estaba muriéndose de gusto mientras ella , la espabilada, la echada para delante, no se comía una rosca.

 

El orgasmo se adivinaba ya inminente. Paula se retorcía ahora y subió la cabeza poniéndose rígida. En ese momento, a través del costado, pudo ver a la boquiabierta Sandra asomando la cabeza. Por la puerta. Sus miradas se encontraron un instante. Abrió la boca como queriendo decirle algo a su amiga, pero solo un gemido ronco y prolongado salió de sus labios. Renunció a hablar y se dejó caer hacia atrás de nuevo, en un gesto de abandono, mientras el orgasmo la devoraba entera.

 

Sandra reaccionó al fin. Paso a paso, como si tuviera zapatos de plomo, retrocedió hasta su propia habitación. Cerró la puerta y se apoyó contra ella mientras entornaba los ojos. Las sienes le latían aun y la imagen del culo del joven con los huevos moviéndose, consiguió que se mojara.

 

Joder Paulita, joder…

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