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Mi primer polvo

en Hetero: General

Querida Carolina:

Hoy te contaré la primera vez que te cogí. Te acuerdas que fue hace unos años, en la playa, yo tenia quince años y tu catorce. Todos los días me reunía en la playa con mis amigos, a pasar las horas y divertirnos un rato. Nos bañábamos en el mar, jugábamos al football en la arena, ya sabes, lo típico. Pero nuestro pasatiempo favorito era ver los cuerpos de las mujeres al sol.

Era fantástico ver como paseaban por la orilla, con sus bikinis, muchas de ellas verdaderamente hermosas y bellas, aquí es normal el que las mujeres hagan top less. Muchas de ellas, sobre todo las más jóvenes, toman el sol o se bañan tan sólo con la parte de abajo del bikini, dejando al aire sus senos que con el tiempo se van dorando por el sol. Mis amigos y yo disfrutábamos de lo lindo con aquel paisaje tan seductor de cuerpos morenos y senos desnudos (no todas hacen top less), pero yo me fijaba especialmente en ti cuando pasabas todos los días por al lado nuestro con una amiga tuya. Eras guapísima. Tenías el pelo color caoba, rizado, unos ojos negros y enormes y una boca plena que apetecía besar.

Tenías un cuerpo moreno magnífico que lucías muy bien por la playa con tu diminuto bikini. No tenías los senos demasiado grandes ni demasiado pequeños, firmes y duros y con unos pezones que se le marcaban en el bañador cuando salías del agua (no, no hacías top less, pero más tarde podría ver cuan lindos tenía los pechos).

Pero lo que más me guastaba era tu culo, un culo ya formado y joven, erguido, firme y apetitoso. No podía dejar de mirarte cuando pasabas por donde estábamos y tu lo sabías, con el tiempo me lo dirías. Te acuerdas cuando en las noches íbamos a la discoteca que estaba a pie de playa?. No era demasiado grande pero si magníficamente decorada. El ambiente era genial, allí nos encontrábamos toda la gente y estábamos hasta altas horas de la madrugada tomando tragos y bailando. Tenía una enorme cristalera que daba al mar y así, cuando había luna, podíamos ver las olas llegar a la arena.

Las parejas, cuando necesitaban estar a solas, salían de la disco y se iban a la orilla, a estar juntos en la playa. Una de esas noches te vi, estabas con tu amiga y vestías un vaquero ajustado que resaltaba tu hermoso culo y un top rojo que te dejaba la espalda al descubierto. Estabas preciosa, con el pelo suelto y la piel morena y aquella sonrisa tan dulce que tenía. Cuando te vi supe que aquella noche no pasaría sin que te conociera. Aproveché un momento que dejaste a tu amiga para pedir en la barra y me presenté. Me dijiste que te llamabas Carolina. Estuvimos toda la noche charlando, aunque no sucedió nada. En los días siguientes fuimos intimando hasta que nos enrollamos.

Desde entonces, siempre estabamos juntos y aprovechábamos la mínima ocasión para besarnos y acariciarnos. Nos metíamos en el agua e íbamos bien lejos, mar adentro, donde nadie nos molestara. Allí dábamos rienda suelta a nuestras manos y nos abrazábamos y besábamos en las olas. Tu me rodeabas con tus piernas y te ceñía a mí, haciendo que mi verga te rozara la concha por debajo del bañador o bien yo te levantaba la parte de arriba del bikini y te besaba los pechos. Recuerdo la vez en que me masturbaste debajo del agua. Cuando me di cuenta habías deslizado tu mano por debajo de mi bañador y agarrado mi verga. La acariciabas y apretabas entre tus dedos mientras nos dábamos lengua hasta que me corrí. Cuando llegamos a la orilla, tuve que esperar un rato ha que se me pasara la excitación pues, aunque me había corrido, seguía con una erección que resultaba bastante evidente con el bañador mojado y pegado a mi piel.

Por las noches íbamos a la disco y terminábamos sobre la arena, abrazados y besándonos. Entonces sucedió. Fue una de esas noches junto al mar. Estábamos tumbados sobre la arena, yo encima de ti, besándonos, dándonos lengua suave y rico. Tu llevabas puesto entonces un vestido azul bastante corto que me permitía meter la mano por debajo y tocarte la concha por encima de los pantys. Comencé a darte lengua por el cuello y con una mano te acariciaba las piernas. Nos íbamos calentando y a medida que nuestra excitación aumentaba, mi mano iba subiendo cada vez más por tus muslos. Del cuello pasé a tus senos, que yo besaba por encima de la tela del vestido, y mis dedos ya habían llegado a la zona más cercana a tu sexo, justo al borde de los pantis.

Decidí estar así una rato más, acariciándola en esa delicada zona y besándote. Tu estrechabas tus piernas, como si temieras que en cualquier momento fuera a retirarme y a privarte de aquella sensación que te recorría. Continué besándote y recorriendo tu cuello con mi lengua. Entonces comenzaste a gemir ligeramente. Observé tu hermoso rostro y tenías los ojos cerrados, como en trance, con los labios entreabiertos dejando escapar suspiros entrecortados. Me pediste que no parara, que lo estaba haciendo muy bien. Yo seguí, pero esta vez avancé mi mano hasta colocarla en tu entrepierna, justo encima de los pantys. Comprobé que los tenías completamente húmedos y que movías tu concha de arriba abajo buscando sentir mejor mis dedos. Te bajé una tiranta del vestido dejando al aire uno de tus senos y lo tomé entre mis labios, buscando morder el pezón. Aquello tuvo en ti un efecto devastador. Te apretaste aún más contra mi, encerrando mi mano entre sus piernas, de modo que pude sentir como te estremecías en un intenso orgasmo.

Había logrado que te corrieras tan solo con mis caricias y mis besos, no lo podía creer. Me detuve para ver si querías dejarlo, pero me pediste que siguiera, que necesitabas sentir, que querías que lo hiciéramos aquella noche. Yo ya te había contado lo de mi prima y que aun no lo había hecho con nadie. Tu ya tenías alguna experiencia y no eras virgen, así que tu me iniciarías de verdad en el sexo. Continuamos tal como estábamos, yo encima de ti con mi mano en tus pantys y besándote el pecho que había logrado desnudar. Pero esta vez tu te mostraste más activa. Bajaste tus manos hasta mis pantalones y me quitaste el cinturón para después abrir la cremallera y buscar mi verga, que ha esas alturas la tenía completamente erecta. La sacaste y la dirigigiste hacia tus pantys. Al sentir el contacto de la fina tela, empuje fuertemente, como queriendo atravesar el tejido e introducirme en ella. Gemias bajo mi embestida y me lamiste el cuello mientras yo te mordía en el hombro. Baje la otra tiranta y conseguí tener ante mi tus dos senos completamente desnudos, blancos con la marca del bañador, en contraste con el resto de su piel. Tenías uno pezones grandes y oscuros, erectos por la excitación. Los mordí y volví a empujar con mi cadera sobre tus pantys.

Entonces me pediste que me quitar la camisa, que querías sentir mi piel sobre la tuya. Me separé de ti, con la verga tiesa y desafiante, y me deshice de la camisa, quedando tan sólo con los vaqueros. Aprovechaste para quitarte los pantys y dejar el camino hacia tu concha totalmente despejado. Un camino que yo esta deseoso por recorrer con mi verga.

Con el vestido bajado hasta el vientre mostrando tus hermosos senos. Abriste las piernas para recibirme entre ellas y me acomodé, con mi verga completamente erecta apuntando a la entrada de tu sexo. Sin embargo, me detuviste pidiéndome que no te la fuera a meter todavía. La tomaste con una mano y comenzaste a acariciar los labios de tu vagina con mi glande, brillante y cubierto de sus propios jugos. Yo sentía tu concha húmeda y caliente en la punta de mi verga, los carnosos labios que se iban abriendo con los roces de mi polla y sus dedos en el tallo, agarrándolo delicadamente. Me ofrecías tus senos a mi boca, arqueando la espalda para alzarlos y acercarlos a mis labios.

Yo quería tenerlos todos dentro, de un solo bocado, un delicioso manjar carnoso adornado por tus enormes pezones. Los mordía y les pasaba lengua mientras tu sostenías mi verga pasándola por los labios de tu concha. De pronto un estremecimiento te sacudió y me rodeaste la cintura con tus piernas, alzando tu concha para que mi verga entrara en ella. Me atraías hacia tí con tus brazos en mis hombros y tus piernas en torno a mi.

Entonces enterré en tu concha todo mi sexo, de un solo golpe, con un fuerte movimiento de mis caderas logré que tu linda concha se tragara toda mi verga. Tu cuerpo se puso en tensión debajo mío, echando la cabeza hacia atrás y conteniendo un profundo suspiro. Movías la concha de adelante atrás buscando el ritmo adecuado para incrementar tu excitación. Yo te acompañaba metiendo y sacando la polla de tu coño, que rezuma sus deliciosos flujos en un continuo fluir que me iba embarrando todo el vientre y los huevos.

Busqué tu boca para besarla y nuestros labios se juntaron, dando paso a nuestras lenguas que se enroscaban la una con la otra, se abrazaban, bailaban al mismo ritmo que mi polla entraba en tu coño. Sentía tu calor. El calor de tu aliento, el calor de tu concha, el calor de tu piel. Tus senos, estremecidos, se aplastaban en el abrazo, haciéndome sentir tus pezones erectos y rabiosos. Te estaba follando. Tu me follabas a mí. Follábamos los dos juntos sobre la arena. Tu respiración se fue haciendo cada vez más acelerada y me apretaba fuerte contra ti. Subí el ritmo de mis embestidas, notaba que estaba a punto de correrme, no iba a aguantar mucho más. Tus gemidos se hicieron más sonoros y me clavabas las uñas en la espalda cada vez que mi verga entraba en tu concha. Te la iba metiendo cada vez más fuerte y profundo, como buscando atravesarte con todo mi miembro. Tu coño comenzó entonces a estremecerse fuertemente y soltó un fuerte gemido de placer mientras me estrechaba fuertemente contra ti.

Yo no aguanté más y me corrí, te solté toda mi leche, te la di toda inundando tu concha, me separe de ti y me recoste en la arena, tu comenzaste a acariciar mi pelo y besarme delicadamente, cogiste mi mojada verga con tu mano y te agachaste a limpiármela con tu boca, recorrias con tu lengua cada rincón de mi polla empapada en nuestros jugos, me la chupaste dejándomela totalmente limpia, como te comias mi semen!!, aun recuerdo mi polla en tu boca y tu lengua recojiendo las gotas de mi leche que tantas veces probarias despues. Aquel, fue mi primer polvo.

El primero de otros tantos que tu y yo echaríamos en la playa, en el mar, en mi casa o donde fuese. Pero ninguno se me a quedado tan grabado en la memoria como aquel.

Besos, Demian.

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