Este relato, es la continuación del escrito por mi amiga Karina y esta dedicado a ella, mi linda y caliente alumna que tuve el privilegio iniciar en el placer de la zoofilia.
Luego de la partida esa noche de Karina de mi casa y de haberla iniciado con mi querido Esteban, mi cuerpo, aún adolorido pero apetecible, pese a la deliciosa cogida de mi amante canino y mi amiga Kari, pedía sexo a gritos.
Debo decir que antes de comprar a Esteban vivia sola y a falta de una buena verga, vivía masturbándome en la cama, en la ducha, en el baño de la oficina y hasta en el mismo jardín de mi casa, cuando tomaba sol desnuda los sábados por la tarde.
Aquella noche era bastante calurosa, por lo que decidi darme un relajante chapuzon en la piscina, como era costumbre, desplegué mi toallón sobre la grama y me eché desnuda a disfrutar de un rato de tranquilidad y sociego.
A los pocos minutos, cuando estaba comenzando a dormitarme debido al relajante calor, una gran sombra se acercó a mí. Al principio me tomó por sorpresa, pero luego me tranquilicé al comprobar que era Esteban, mi perro el cual no me abandona nunca, quien se acercaba juguetonamente, con su enorme cabeza empujaba mi cuerpo, como invitándome a jugar con él. Giré, porque estaba de espaldas y allí con mi cabeza apoyada en la verde grama, a escasos centímetros del animal, tuve una visión espectacular que hasta el momento no había tomado recaudo: de nuevo observe la gruesa y peluda verga de Esteban coronada en su base por un bulbo grande y redondo que, seguramente, acumulaba aun abundante leche en cada uno de sus morados testículos.
Como Esteban seguía empujándome con su cabeza, un poco temerosa, aproveche mi posición para acariciarlo y jugar con él. Le pasé la mano acariciando el musculoso vientre y, poco a poco, acerqué mis dedos al mástil de carne de mi amante. Una vez que pude asirlo delicadamente con mi mano, comencé a practicarle una suave paja, bajándole la piel despacio y descubriendo una punta roja carmesí que brillaba de humedad y que aun hacia poco disfrutábamos con mi amiga.
A Esteban parecía no disgustarle el suave masaje que le propinaba a su verga, ya que le crecía e hinchaba a ritmo desenfrenado, doblando en tamaño a cualquier polla humana que me hubiese devorado hasta la fecha. Ahora, un poco más cómoda debajo del animal, podía oler su sexo y quedaba fascinada por la tranca roja y gruesa de casi 22 cms que ya asomaba de su peludo capullo de piel. Esta situación terminó por humedecer totalmente mi raja, que a esta altura, manaba flujo caliente entre mis muslos. Esteban seguramente olió que mi sexo se derramaba y, sin saberlo, me propinó una lengueteada de raja que me hizo llegar al orgasmo en menos de un minuto. Su larga y áspera lengua lamía mis labios, los apartaba con destreza y se metía hasta el fondo de mi coño, causándome un placer indescriptible.
Al mismo tiempo, noté que Esteban comenzó a moverse como clásicamente lo hacen los perros cuando montan una perra en celo. Esto sin querer, aceleró la masturbada que le estaba haciendo con mi mano y, cuando quise darme cuenta, Esteban empezó a vaciar caliente y espesa esperma de su enorme barra de carne.
Seguramente fue la calentura que me impulsó a hacer algo que siempre disfruto y que es uno de los grandes placeres sexuales con un hombre o un can, viendo la esperma que bañaba parte de mis senos y cara, agarré la verga de Esteban, le corrí la piel hasta su bulbo e hice desaparecer esa manguera de semen en mi boca. Me pareció haber mamado abundante leche como nunca y la sabrosa verga de mi adorable Esteban, seguía latiendo y regando mi paladar.
Luego, notando que Esteban seguía moviéndose frenéticamente sin encontrar una gruta caliente donde montarse y clavar su verga, me puse en cuatro como la perra más encelada y empiné mi cintura hacia arriba, dejando ante la vista del perro, mis prominentes nalgas las cuales separe con mis manos dejando al descubierto mi ojete anal abierto, oliente, sudado de placer, y una profunda raja pegajosa y deseosa de su carne.
El perro reaccionó por instinto al segundo y casi me voltea de cara cuando quiso montarme. Su enorme verga seguía erecta - como si nunca hubiese vaciado un torrente de semen - y en su desesperada calentura - junto con la mía - me la introdujo de lleno en la raja de una sola embestida. Esteban me cabalgaba, como buen animal, a un compás que casi ningún hombre podía igualar. Introduciendo su barra de carne hasta el fondo mismo de mi raja, sintiendo como su bulbo - a punto de meterse también en mi sudada cueva de sexo - golpeaba mis amoratados labios vaginales.
El miedo a quedar "abotonada", como ocurre con los perros, me impulsó a graduar con la mano sus embestidas, evitando que su redondo bulbo ingrese a mi raja. De pronto, mientras comenzaba a deleitar mi segundo orgasmo, sentí latir el miembro baboso y erecto de Esteban dentro mío, y en el fondo de mis entrañas, recibí el chorro más potente y caliente de leche de toda mi vida. Una vez que Esteban terminó su tarea, y temiendo que algún vecino haya escuchado mis gemidos y presenciado el espectáculo más singular de su existencia, llevé a mi mastín hasta el dormitorio, lo acosté con suaves caricias en mi cama y limpié con mi lengua, los vestigios de leche que habían quedado en ya su flácida verga. Bebí hasta la última gota, exprimiendo sin reparo la manguera de semen de mi fiel perrito.
Debo aclarar que desde hace tiempo Esteban tiene un lugar reservado en mi dormitorio. Y más allá de haber aprendido a lamer el coño de maravillas, tuve la oportunidad de prestárselo de nuevo a Karina, brindándole horas de sexo y placer que ningún hombre hubiese podido igualar.
Ahora me estoy yendo a dormir y debo dejar de escribir. Tengo que ir al baño para untar con bastante vaselina mi ojete. Porque hoy a Esteban, mi adorable perro, lo premiare de nuevo con una cena y luego...