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Arrepentidos los quieres Dios. Capítulo 3º

en Grandes Relatos

Capítulo 3

 No tenía experiencia, pero me dijo doña Patrocinio que fuera yo misma, tan natural como siempre, que mi cuerpo era la mejor tarjeta de presentación. Sólo me hizo una recomendación:

-Se dulce y comprensiva con aquellos que requieran tus servicios, y proporcionales ese rato que sus esposas no saben darles. Y ten en cuenta, que son personas muy respetables, de alto nivel profesional, político e intelectual, casados pero aburridos.

Era cierto, y eso me reconfortaba. En el poco tiempo que llevaba en "la Casa", todo el proceso se producía de una forma muy especial; se respiraba en el ambiente paz y tranquilidad, y "las señoritas" nunca tuvieron un percance ni una mala nota por parte de los señores que les requerían.

-Y no te preocupes, que los primeros días estaré pendiente de ti para que no encuentres dificultades.

Mi primer cliente

Fue un marqués, de unos cincuenta años. Debo decir, que, doña Patrocinio de momento no me sacaba al salón con todas "las niñas" para lucirme ante los clientes.

Dijo, que un bombón como yo sólo podía ser "degustado" por los muy especiales; y me retuvo en sus aposentos privados al que únicamente tenían acceso muy poquitas personas.

La señorita recepcionista anunció la llegada de don Servando, Marqués de Flores del Campo, a quien hizo pasar inmediatamente; era uno de los clientes VIP.          Después de los besos de rigor, el señor Marqués que ya me había hecho "el escaner", dijo:

-Usted como siempre Patrocinio, tan hermosa y elegante.

-Su excelencia que me ve con buenos ojos. Pero los años pasan.

-Para usted no, se lo dice uno que le conoce desde hace muchos años.

 –¿Y esta señorita tan preciosa? Dijo dirigiendo su mirada hacia mí.

-Algo especial, reservada para los asiduos de su categoría.

La mirada del señor Marqués era limpia y clara, quizás vi algo de tristeza en la misma. Era un hombre de porte distinguido; alto y muy bien conservado para su edad. Le sirvieron una copa de coñac que degustó con deleite durante unos minutos, sin duda era un sibarita, por lo que mentalmente me preparé para satisfacer plenamente sus deseos.

-Manolita, disponte, que el señor Marqués quiere estar contigo, dice que se ha enamorado de ti fulminantemente.

Me sentía muy segura y serena, cosa que me extrañó para ser la primera vez que fornicaba por dinero; y esto me dio ánimos para afrontar mi primer encuentro.        Y lo mejor: el señor Marqués no me producía ningún tipo de aversión. Todo lo contrario, su aroma a limpio me agradaba. Por lo que me dispuse a enfrentarme a  mi primer gran reto.

Me tomó del brazo y me llevó a la suite reservada para estos clientes. Estancia que conocía bastante bien, pues había quitado muchas sábanas y toallas mojadas.

Me sentí como una diosa al saber que ahora iba a ser yo la que dejara las secuelas de mi actividad, ya que ese tiempo sería de oro; porque me dijo doña Patrocinio que las propinas que dejaba don Servando eran muy generosas, y yo estaba dispuesta a ganármelas con creces.

-¿Sabes niña que de verdad me he enamorado de ti? Pareces más ángel que meretriz. Me dijo con los ojillos fulgurantes por deseo.

-Gracias don Servando, pero soy lo que soy por los avatares que de la vida. Le dije poniendo carita de serafín.

Me tomó ahora por los hombros con ambas manos y me dijo que le viera cómo a un esposo. Que su señora no quería o sabía satisfacer sus deseos, y que soñaba con una esposa amante y abierta a todos sus pretensiones sexuales. Y así empezamos la comedia.

-Cariño, hoy he tenido un día agotador; la finca de los Jarales no me da más que problemas y disgustos, menos mal que te tengo a ti, que eres el bálsamo de mis penas, y el remedio de mis angustias. Y cuándo llego a casa me haces olvidar todo lo malo del día

-Sí, esposo mío, sabes que tu mujercita siempre será tu sostén.

-¡Hablando de sostenes! ¿Y este tan erótico que llevas puesto? ¡Coño! Pero si parece que te hacen las tetas más hermosas.

-Pero cariño. ¿No te acuerdas? Le dije a la vez que me quitaba la falda. Si este conjunto me lo regalaste porque decías que me lo imaginabas puesto, y te excitaba.

No podía creer que fuera capaz de interpretar el papel de esposa; pero al ver el brillo en los ojos del Marqués, supe que lo estaba haciendo muy bien, porque se estimulaba por momentos.

-¡Pero que ofuscado estoy, cariño! Disculpa mi despiste.

-¡Y yo qué me lo había puesto por ti, y sólo para ti! Le dije poniendo cara de enfado.

-No te enfades conmigo mi amor, sabes de sobra que lo eres todo para mí. Deja que te lo quite yo, quitarte el sostén y bajarte las braguitas es una de las emociones más grandes que siento.

-Si esposo mío; bájame las braguitas de la forma que sólo tú sabes hacerlo.

-¡Pero es que alguien más te las ha bajado! Exclamó un tanto airado.

Había metido la patita con ese: "cómo sólo tú sabes hacerlo", y temía lo peor, el desencanto del Marqués. Pero supe reaccionar muy bien. Y le dije llorando:

-Me ofendes esposo mío. Sabes de sobra que nadie me ha bajado las bragas. Lo que pasa, que doy por hecho, que no hay en el mundo un "bajador de bragas" mejor que tú

-¡Perdona, perdona, cariño! Pero que burro soy.

-Te perdono, pero no vuelvas nunca más a desconfiar de mí.

Me situó boca abajo, y me temía algo raro. ¡Pero no! Sentí su aliento en mi espalda, y con sus dientes asía la braga.

¿Me las querrá bajar con la boca?  Pensé para mí.

Y así fue, aunque ardua la tarea, ya que bajar unas bragas con los dientes no es nada fácil, se notaba su destreza en tan complicada acción. Ya me las tenía justamente debajo de los glúteos.

-¡Qué hermoso culo tienes, cariño! Dijo con voz trémula por la emoción.

Me abrió la rajita con los dedos pulgares de ambas manos, y me temía lo peor: que me la metiera "por ahí"; cosa que nunca nadie había hecho, por lo que me dispuse a aguantar el dolor que dicen que da la primera vez. Pero al ver que "la tenía floja", supe que no podría.

Lo que metió fue otra cosa. Notaba como mi ano se mojaba con las viscosidades de su lengua; en mi vida había experimentado algo similar, era relajante y gratificante. Pero cuando me dijo:

-Cariño, cuando tengas ganas de hacer caquita me avisas.

-¡Pero leche! ¿Qué querrá este guarro, que le defeque?  Pensé para mis adentros. Y le dije:

-Cariño... es qué no tengo ganitas.

-¡Uy uy yu yuy! Pues aquel vestido tan caro y que tanto te gusta, y que te prometí regalar si te portabas bien... No sé... no sé... si te lo podré comprar.

-Jolín! Por un vestido, me ensucio en el Marqués y en toda su familia.

-Espera, cariño... que ya puedo, ya puedo.

Apreté con todas mis fuerzas, que unido a la lubricación de mi ano con su boca, de repente me vinieron las ganas. ¡Milagros de la mente! Lo malo que voy estreñida y suelo evacuar como dicen en mi pueblo: mojones.

Me situé en cuclillas, justamente encima de su boca, y volví a pegar otro empujón.

-¡Ya asoma... ya asoma...!  Dijo con una alegría desbordada,

Como es imposible ensuciar sin orinar, la misma fuerza lo provoca, al igual que el relámpago anuncia al trueno, evacué por ambas vías en su boca para toda su satisfacción. Me relamió toda la zona hasta dejarla más limpia que la patena; y lo hizo con tanto ardor, que masturbándose, eyaculó entre espasmos y gemidos. Y eso fue todo. No hubo más.

La propina que me dio fue tan generosa, que cuando abrí una cartilla de ahorros con esa suma, el empleado de banca, me miró como diciendo:

"¿De dónde coño habrá sacado esta tía tamaña cantidad de dinero? Si es más de lo que yo gano en un mes.

Y no iba mal encaminado en sus apreciaciones, sobre todo de donde lo había sacado.

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