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Arrepentidos los quiere Dios. Capítulos: 1. 2. 3.

en Grandes Relatos

AVISO. Esta novela ha sido publicada en este mismo espacio con el título: "Aventuras y desventuras de una prostituta de lujo". Esta registrada en la Propiedad intelectual, y ha sido revisada y modificada por su autor, con el título definitivo: Arrepentidos los quiere Dios.

Nota del autor

 Esta es una novela pornográfica, no lo voy a negar. Pero el lector sagaz observará que la pornografía queda relegada a un mero instrumento, pero necesario, porque va unido a los personajes que por razones particulares de cada uno caen en las profundidades de sus circunstancias, o de su miserias.

No lo neguemos, todos somos licenciosos aunque algunos pretendan mitificar el sexo como descendiente del alma y del amor.

Y no nos engañemos, el sexo basado en todas las mas bajas pasiones del ser humano, es lo que al final casi todos caemos. El amor es maravilloso para mover los sentidos más nobles del ser humano.  Pero no seamos hipócritas: la mayoría de las veces fornicamos más que hacemos el amor.

Advertirán también los lectores, que la protagonista no tiene apellidos; el motivo es muy simple: no pretendo que ninguna dama en la que coincida el nombre y los mismos, pueda verse reflejada en la historia. 

Juro, que Manolita es un personaje ficticio, y si alguna Manolita se ve reflejada en la misma, es pura coincidencia

El lector encontrará en los primeros capítulos de la novela escenas escabrosas; pero cómo todos sabemos que existen en la mente humana ese tipo de aberraciones sexuales, no son totalmente inventadas; pero vuelvo a jurar que aunque nada tengo que ver con ellas, no he querido esquivarlas; eso sí he procurado narrarlas en su cruda realidad, pero con cierta sensibilidad.

Narro dos escenas de escatología en las primeras páginas que pueden herir la sensibilidad de algún lector. Aunque el lector agudo se habrá percatado, que, lo que intento es poner de manifiesto la bajeza moral de unos individuos que bajo su apariencias de personas ejemplares, viven en ellos los más asquerosos extravíos sexuales. Y que eran merecedores de tales defecaciones.

Manolita se hizo así misma en una sociedad que limitaba los derechos de las mujeres; porque supo ver, oír y callar en aquellos años de represión. Y durante la Democracia fue fiel a si misma y a su pasado.

Bien es verdad, que mantuvo un grave pecado hasta la vejez; pero al fin y al cabo no afectaba a terceros, sólo a su conciencia. Y al final como pecadora arrepentida, halló la absolución, y quedó en paz con ella misma y con Dios.

A Partir del capítulo VI. Página 41. conocerán a la auténtica Manolita; y al final se darán cuenta que el fondo de esta historia es un canto a la ternura. Y más que una novela "verde" el final es de color "de rosa".

Y si es verdad que "arrepentidos los quiere Dios", sin duda Manolita y Sergio, protagonistas de esta novela, hallarán su perdón en la misma proporción que su arrepentimiento, ya que sus contriciones fueron tan sinceras. que ambos hallaron al final de sus días la paz en la Tierra, y el Consuelo Eterno.

Que la disfruten.

Capítulo 1

Durante 30 años he regentado una Casa de Putas; (permitan que lo denomine de esta forma un tanto displicente); pero es que en mi País, el pueblo liso y llano donde los hombres van a "aliviarse", lo llaman así: Casa de Putas.

Podría haber empleado otros términos menos significativos, como por ejemplo: casa de tolerancia, serrallo, casa de citas, casa de lenocinio, casa de trato, casa pública, prostíbulo o burdel; pero sería intentar disfrazar lo que por mucho que se intente disimular, siempre será lo que ha sido y  es: una Casa de Putas.

Por ella han concurrido miles de hombres de todas las edades y personalidades: el político, el estudiante, el catedrático y el militar; ya que desde su apertura ha atravesado por múltiples apariencias debido a las circunstancias políticas sociales de cada momento.

También podría escribir un libro de mil páginas narrando todas las anécdotas, ocurrencias, eventos y peripecias allí acaecidas; pero me voy a limitar a narrar aquellas vivencias que bien personalmente o mis chicas, fueron testigos directos de las mismas; y el resto a contarles las aventuras y avatares en los que me vi implicada.

Inicié mi actividad en el año 1960; tenía a la sazón veinte años.  Mi País estaba regido por una Dictadura; ya que había salido de una guerra fraticida por culpa de las ideas políticas y religiosas. Y ya se sabe, el triunfador, impone las suyas a la fuerza.

 La sociedad imperante era machista, y exclusivamente entendía de dos tipos de mujeres: decentes o putas. Pero la gran paradoja, es que las decentes estaban socialmente más "puteadas"  que las prostitutas.

 Seguro que se preguntarán los motivos de algo que parece incongruente, pero es que aquella sociedad, era la incongruencia propia.

La mujer decente era la que defendía los valores que dictaba la Santa Madre Iglesia: llegar virgen al matrimonio, ser fiel y sumisa esposa, e ir a misa todos los domingos y fiestas de guardar.

Y las casadas, quedarse preñadas todos los años, ya que la venta de anticonceptivos estaba muy controlada; además de ser pecado mortal su utilización para evitar los embarazos.

A las decentes solteras que les dejaba el novio abandonadas y fecundadas, si eran pobres se convertían en la vergüenza de la familia, y eran repudiadas. Pero si eran ricas, hacían "un viaje de turismo al extranjero", y por arte de birlibirloque volvían "desembarazadas".

Las familias numerosas eran premiadas por aquel Régimen, y las consideraban ejemplos de madres abnegadas dignas de los mayores elogios las que rebasaban la docena de hijos. Por eso no es de extrañar, que el peor insulto que se le podía hacer, era el de: "hijo o hija de puta".  Y el que se atrevía a llamárselo a otro, seguro que el final eran los juzgados o las Casas de Socorro. La madre era lo más sagrado del mundo, ¡Y pobre del que se atreviera a mancillar su honor!

Sin embargo nosotras, las putas no teníamos los "privilegios de las decentes". Podíamos vestir pantalones, fumar y beber alcohol, y nos pintábamos el rostro con todo tipo de perfiles. Alternábamos en clubes, y cruzarnos de piernas para que se nos vieran las bragas.

Las Casas de Citas, durante un tiempo estuvieron toleradas por el Régimen, pero con severísimos controles sanitarios; y el acceso a las mismas estaba exclusivamente reservado para los hombres mayores de edad.

Creo haber resumido en pocas palabras el tipo de sociedad que imperaba en mi País en aquellos años. O sea: una sociedad machista, donde el hombre era la fuerza, y la mujer su reposo en caso de la esposa, y su entretenimiento en caso de la querida o puta, que venía a ser lo mismo.

La diferencia entre puta y querida, estribaba generalmente en la edad y en el físico. Las muy jóvenes y agraciadas, aspiraban a tener ese amante millonario pero cateto, que les mantenían hasta que se cansaban de ellas; pero el final de casi todas era el mismo: El burdel.

Capítulo 2

 Año 1958

 Vivía en un pueblecito muy pequeño llamado Los Alcores; y en esa hora tonta que dicen tenemos las mujeres, un viajante de alpargatas muy guapo él, me hizo una tripa cuando tenía diecisiete años.

Mi padre y mis dos hermanos me echaron de casa por considerar que era la deshonra de la familia. Mi pobre madre nada pudo hacer, salvo llorar y rezar todos los días. Y fui estigmatizada por el alcalde, como una maldición para el pueblo.

Con mi barriga, una falda, un jersey, un sujetador y dos bragas, y sin apenas recursos económicos, abandoné el pueblo y me vine a la capital a buscarme la vida; pero lo que encontré fue mucha hambre y piojos.

Gracias a don Celestino, el párroco del pueblo, me aceptaron en una casa de beneficencia para chicas descarriadas.

A las dieciséis semanas de embarazo, aborté de una forma natural, ya que si quería tener a esa criatura.

No sé cómo me sobrevino, porque no me dieron explicaciones, sólo escuché decir que estaba muy débil y con anemia, y que el feto no había podido seguir el proceso de gestación debido a la falta de los elementos necesarios para la culminación de la vida.

Superado el trauma que me supuso el aborto, y rebasado el tiempo máximo que podía permanecer en la casa de acogida, me pude colocar de mujer de la limpieza en una de las casas de citas más famosa del lugar. Ya había cumplido los dieciocho años.

Aquí empezó mi vida a resurgir; pues aunque durante seis meses, me hinché a limpiar todos "los restos del amor pagado" que dejaban aquellos señores de porte tan distinguido. Allí mismo aprendí más de la vida en esos ciento ochenta días, que el resto de la misma intentando ser una mujer honesta y honrada, de la manera que mandaba la Santa Madre Iglesia.

Un día después de comer me dijo doña Patrocinio, la dueña de la casa:

-Manolita, ¿Sabes que los clientes se fijan más en ti que en mis niñas?

Efectivamente, así era. Muchas veces tuve que parar los pies a más de uno de aquellos señores haciéndome la tonta. La verdad que tenía 18 años esplendorosos, pero a todos decíamos que tenía veintiuno, ya que al ser menor no podía ejercer la prostitución.

 El comisario Fernando Lopetegui era amigo íntimo de doña Patrocinio; y cómo se acostaba gratis con todas las niñas, hacía "la vista gorda". Por eso me adelanté a ejercer "el oficio".

-Ya me he dado cuenta; pero mire usted, yo no sé si serviré para esto.

-Ven conmigo, verás de que manera vas a sorprenderte. Me dijo a la vez que me tomaba de la mano y me llevaba a su habitación; en donde el lujo, el boato y el buen gusto se manifestaba por las cuatro paredes y en el techo.

-¿Te gusta lo que ves?

-¡Jolín! Claro que me gusta, esto no lo tienen ni las señoras más ricas de mi pueblo.

-Es que las señoras decentes no pueden tener estos lujos

-¿Y por qué no? Pregunté con ingenuidad manifiesta.

-Porque las señoras decentes dependen de sus maridos; y éstos, las tienen como siervas, no como amantes. Y las esposas no necesitan estas clases de atenciones, es un pecado; pero para las queridas no, porque como ya están condenadas a ir al Infierno, en la Tierra pueden hacer lo que quieran.

No podía entender sus razonamientos, pero lo que observaba a mi alrededor no era un sueño, era una realidad palpable. Abrió un armario y quedé alucinada de la cantidad de vestidos a cual más bonitos que contenía.

-Te voy a transformar para que compruebes lo preciosa que eres. Después de manipular mi rostro y mi cuerpo durante un buen rato, dijo:

-Mírate en el espejo.

No quedé alucinada, quedé totalmente deslumbrada; en unos minutos me había convertido en una princesa.

Me desprendió de mis viejas y vetustas ropas; dio libertad a mi pelo del color del oro dejando que transitara hasta más allá de mis hombros, pues estaba preso en una especie de moño que parecía más bien un repollo.

Dio una sombra profunda y misteriosa a mis ojos, y emitió luz a mis labios; labios sensuales que invitaban perennemente a ser besados. (Eso era lo que me decía aquel viajante que me dejó preñada)

Mí cuerpo de un metro setenta centímetros, adquirió unas dimensiones desconocidas dentro de aquel vestido que doña Patrocinio había estimado el ideal para que se luciera en mí anatomía. Parecía una diosa salida del Olimpo.

Odiaba a mis caderas y mi trasero porque me parecían demasiado anchos, y mi pecho también me parecía desproporcionado, pero ¡Oh! milagros de la plástica: fui ubicada por doña Patrocinio en mi verdadero espacio...

...Y aquella burda y paleta niña de pueblo, se había convertido en una mujer capaz de poner a sus pies a todos los hombres...

Por mi mente pasaron fugazmente las imágenes que me hicieron tan desgraciada: el pueblo, mi familia, la casa de acogida, el hambre, los piojos, y el aborto. Y supe al instante que mi vida había cambiado radicalmente.

Doña Patrocinio miraba con delectación la obra de arte que acaba de crear conmigo; y al ver la expresión agridulce de mi rostro, supo que aquella Manolita que limpiaba "su Casa", se iba a convertir en una princesa al alcance de muy pocos. Sólo pude abrazarme a ella y darle las gracias.

-¿Te atreves a salir al salón así? Me dijo muy convencida. Dentro de poco empezarán a llegar los clientes, te aseguro que todos cuando te vean se van a poner a tus plantas para solicitar tus favores.

-Una pregunta ¿Cuánto ganan sus chicas?

-En un mes, más que tú en un año limpiando la basura que dejan esos que te van a admirar igual que se admira a una diosa en cuanto te desnudes delante de ellos, porque tu cuerpo Manolita es igual que el de una deidad.

Quedé perpleja, y al recordar todas las vicisitudes que me trajo aquella hora tonta, y me dije: acordándome de Vivien Leigh en la película: "Lo que el viento se llevó".

 “A Dios pongo por testigo, que si por mi vulva dejé de ser una mujer honrada; por mi vulva seré reivindicada"

Capítulo 3

 No tenía experiencia, pero me dijo doña Patrocinio que fuera yo misma, tan natural como siempre, que mi cuerpo era la mejor tarjeta de presentación. Sólo me hizo una recomendación:

-Se dulce y comprensiva con aquellos que requieran tus servicios, y proporcionales ese rato que sus esposas no saben darles. Y ten en cuenta, que son personas muy respetables, de alto nivel profesional, político e intelectual, casados pero aburridos.

Era cierto, y eso me reconfortaba. En el poco tiempo que llevaba en "la Casa", todo el proceso se producía de una forma muy especial; se respiraba en el ambiente paz y tranquilidad, y "las señoritas" nunca tuvieron un percance ni una mala nota por parte de los señores que les requerían.

-Y no te preocupes, que los primeros días estaré pendiente de ti para que no encuentres dificultades.

 Mi primer cliente

Fue un marqués, de unos cincuenta años. Debo decir, que, doña Patrocinio de momento no me sacaba al salón con todas "las niñas" para lucirme ante los clientes.

Dijo, que un bombón como yo sólo podía ser "degustado" por los muy especiales; y me retuvo en sus aposentos privados al que únicamente tenían acceso muy poquitas personas.

La señorita recepcionista anunció la llegada de don Servando, Marqués de Flores del Campo, a quien hizo pasar inmediatamente; era uno de los clientes VIP.     Después de los besos de rigor, el señor Marqués que ya me había hecho "el escaner", dijo:

-Usted como siempre Patrocinio, tan hermosa y elegante.

-Su excelencia que me ve con buenos ojos. Pero los años pasan.

-Para usted no, se lo dice uno que le conoce desde hace muchos años.

 –¿Y esta señorita tan preciosa? Dijo dirigiendo su mirada hacia mí.

-Algo especial, reservada para los asiduos de su categoría.

La mirada del señor Marqués era limpia y clara, quizás vi algo de tristeza en la misma. Era un hombre de porte distinguido; alto y muy bien conservado para su edad. Le sirvieron una copa de coñac que degustó con deleite durante unos minutos, sin duda era un sibarita, por lo que mentalmente me preparé para satisfacer plenamente sus deseos.

-Manolita, disponte, que el señor Marqués quiere estar contigo, dice que se ha enamorado de ti fulminantemente.

Me sentía muy segura y serena, cosa que me extrañó para ser la primera vez que fornicaba por dinero; y esto me dio ánimos para afrontar mi primer encuentro.   Y lo mejor: el señor Marqués no me producía ningún tipo de aversión. Todo lo contrario, su aroma a limpio me agradaba. Por lo que me dispuse a enfrentarme a  mi primer gran reto.

Me tomó del brazo y me llevó a la suite reservada para estos clientes. Estancia que conocía bastante bien, pues había quitado muchas sábanas y toallas mojadas.

Me sentí como una diosa al saber que ahora iba a ser yo la que dejara las secuelas de mi actividad, ya que ese tiempo sería de oro; porque me dijo doña Patrocinio que las propinas que dejaba don Servando eran muy generosas, y yo estaba dispuesta a ganármelas con creces.

-¿Sabes niña que de verdad me he enamorado de ti? Pareces más ángel que meretriz. Me dijo con los ojillos fulgurantes por deseo.

-Gracias don Servando, pero soy lo que soy por los avatares que de la vida. Le dije poniendo carita de serafín.

Me tomó ahora por los hombros con ambas manos y me dijo que le viera cómo a un esposo. Que su señora no quería o sabía satisfacer sus deseos, y que soñaba con una esposa amante y abierta a todos sus pretensiones sexuales. Y así empezamos la comedia.

-Cariño, hoy he tenido un día agotador; la finca de los Jarales no me da más que problemas y disgustos, menos mal que te tengo a ti, que eres el bálsamo de mis penas, y el remedio de mis angustias. Y cuándo llego a casa me haces olvidar todo lo malo del día

-Sí, esposo mío, sabes que tu mujercita siempre será tu sostén.

-¡Hablando de sostenes! ¿Y este tan erótico que llevas puesto? ¡Coño! Pero si parece que te hacen las tetas más hermosas.

-Pero cariño. ¿No te acuerdas? Le dije a la vez que me quitaba la falda. Si este conjunto me lo regalaste porque decías que me lo imaginabas puesto, y te excitaba.

No podía creer que fuera capaz de interpretar el papel de esposa; pero al ver el brillo en los ojos del Marqués, supe que lo estaba haciendo muy bien, porque se estimulaba por momentos.

-¡Pero que ofuscado estoy, cariño! Disculpa mi despiste.

-¡Y yo qué me lo había puesto por ti, y sólo para ti! Le dije poniendo cara de enfado.

-No te enfades conmigo mi amor, sabes de sobra que lo eres todo para mí. Deja que te lo quite yo, quitarte el sostén y bajarte las braguitas es una de las emociones más grandes que siento.

-Si esposo mío; bájame las braguitas de la forma que sólo tú sabes hacerlo.

-¡Pero es que alguien más te las ha bajado! Exclamó un tanto airado.

Había metido la patita con ese: "cómo sólo tú sabes hacerlo", y temía lo peor, el desencanto del Marqués. Pero supe reaccionar muy bien. Y le dije llorando:

-Me ofendes esposo mío. Sabes de sobra que nadie me ha bajado las bragas. Lo que pasa, que doy por hecho, que no hay en el mundo un "bajador de bragas" mejor que tú

-¡Perdona, perdona, cariño! Pero que burro soy.

-Te perdono, pero no vuelvas nunca más a desconfiar de mí.

Me situó boca abajo, y me temía algo raro. ¡Pero no! Sentí su aliento en mi espalda, y con sus dientes asía la braga.

¿Me las querrá bajar con la boca?  Pensé para mí.

Y así fue, aunque ardua la tarea, ya que bajar unas bragas con los dientes no es nada fácil, se notaba su destreza en tan complicada acción. Ya me las tenía justamente debajo de los glúteos.

-¡Qué hermoso culo tienes, cariño! Dijo con voz trémula por la emoción.

Me abrió la rajita con los dedos pulgares de ambas manos, y me temía lo peor: que me la metiera "por ahí"; cosa que nunca nadie había hecho, por lo que me dispuse a aguantar el dolor que dicen que da la primera vez. Pero al ver que "la tenía floja", supe que no podría.

Lo que metió fue otra cosa. Notaba como mi ano se mojaba con las viscosidades de su lengua; en mi vida había experimentado algo similar, era relajante y gratificante. Pero cuando me dijo:

-Cariño, cuando tengas ganas de hacer caquita me avisas.

-¡Pero leche! ¿Qué querrá este guarro, que le defeque?  Pensé para mis adentros. Y le dije:

-Cariño... es qué no tengo ganitas.

-¡Uy uy yu yuy! Pues aquel vestido tan caro y que tanto te gusta, y que te prometí regalar si te portabas bien... No sé... no sé... si te lo podré comprar.

-Jolín! Por un vestido, me ensucio en el Marqués y en toda su familia.

-Espera, cariño... que ya puedo, ya puedo.

Apreté con todas mis fuerzas, que unido a la lubricación de mi ano con su boca, de repente me vinieron las ganas. ¡Milagros de la mente! Lo malo que voy estreñida y suelo evacuar como dicen en mi pueblo: mojones.

Me situé en cuclillas, justamente encima de su boca, y volví a pegar otro empujón.

-¡Ya asoma... ya asoma...!  Dijo con una alegría desbordada,

Como es imposible ensuciar sin orinar, la misma fuerza lo provoca, al igual que el relámpago anuncia al trueno, evacué por ambas vías en su boca para toda su satisfacción. Me relamió toda la zona hasta dejarla más limpia que la patena; y lo hizo con tanto ardor, que masturbándose, eyaculó entre espasmos y gemidos. Y eso fue todo. No hubo más.

La propina que me dio fue tan generosa, que cuando abrí una cartilla de ahorros con esa suma, el empleado de banca, me miró como diciendo:

"¿De dónde coño habrá sacado esta tía tamaña cantidad de dinero? Si es más de lo que yo gano en un mes."

Y no iba mal encaminado en sus apreciaciones, sobre todo de donde lo había sacado.

 Continurá

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