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Mis cuentos inmorales (Entrega 17)

en Grandes Relatos

Entrega17

Los que tengan menos de 40 años no recordarán  los trenes que circulaban por España durante los años de la Dictadura. Casi todos los españolitos viajaban en aquellos expresos de noche, y que paraban en casi todas la estaciones, por lo que llegar desde Madrid a cualquier ciudad de la costa de España, tardaban sus doce horas largas.

Un servidor viajaba con bastante frecuencia desde Madrid, (lugar de residencia) a Andalucía; y como era por cuenta de la empresa, ya que era su Delegado de Ventas para la Zona Sur, lo más cómodo era el coche cama individual. Al llegar me esperaba el vendedor de la Zona, y en su coche hacíamos la ruta prevista para esa semana.

Sucedió lo que voy a relatar el 12 de Enero, seis días después de acabadas la Fiestas de Navidad del año 1966. Lo recuerdo perfectamente porque ese mismo día un servidor cumplía sus 26 primaveras. ¡Bueno! En mi caso, 26 inviernos.

Ese viaje lo hacía un tanto malhumorado; mi novia me había puesto un ultimátum: o me quedaba en Madrid o rompía nuestro noviazgo de casi tres años de relaciones. No soportaba un novio viajante. ¡Y un marido! Ni pensarlo. Eso de vernos sólo los fines de semana, y no todos, ya que algunos me quedaba en Cádiz o Almería el sábado y el domingo, para no tener que madrugar el lunes para volver. ¡Bueno! Eso es lo que le decía, pero la verdad, la verdad es que había ligado con alguna andaluza, y me pasaba el "finde" con ella.

Estaba fumando un cigarrillo en la ventanilla del pasillo del tren coche cama, justamente en la de enfrente de mi departamento, cuando una señorita me pidió permiso para pasar, ya se sabe la estrechez de aquellos pasillos, había que ponerse de perfil para que se pudiera pasar.

-¿Me permite pasar? por favor.

-Claro señorita. Pero si le digo la verdad le dejo de mala gana, ya que no me importaría que no pasara y se quedara conmigo para charlar un rato.

No sé como me salió eso, porque llevaba un humor de perros. Quizás aquella mirada triste de ojos azules que vi en su rostro, me invitaron a realizar esa invitación. O porque la moza era una belleza.

Cuando la tuve a un metro escaso de mis ojos, comprobé la magnitud de su belleza. Rubia, de casi un metro setenta de estatura o algo más. En ese momento, por la proximidad de "la bella", o por la estrechez del sitio no pude fijarme en sus caderas, culo y piernas, lugares donde se suele dirigir mi mirada casi siempre, y sin mucho disimulo, para que negarlo.

 Por eso, al no estar "esas curvas" al alcance de mis sagacidades me fijé en su boca. ¡Dios mío! ¡Pero que boca!

Era de ensueño, de locura, para dormirse en sus labios y no despertar jamás. O para rezar mil rosarios contando los misterios con los dientes blancos e inmaculados que de forma milimétrica la configuraban. Y lo que más me impresionó, es que no los llevaba pintados; aquel rojo carmesí que se reflejaba en la tenue luz del vagón era el albor propio de su carne.

-¡Bueno! Dijo "la hermosa". Pero no un ¡bueno! de compromiso, sino de ayuda, intuí en su mirada deseos de olvidar, de sentirse ausente, de no pensar. Y siguió diciendo:

-Estoy a punto de separarme de mi marido, no le aguanto más. Es un machista asqueroso y celoso. Me voy a Sevilla, a casa de mis padres.

¡Vaya! una casada.  Dije para mis adentros. Me temo que esta noche "no meto".

-¡Mujer! Le dije en un tono conciliador. Ya sabes que el hombre español es un poco moro; somos una especie de "Otelo". Además, una mujer como tú... ¡Disculpa! ¿Te puedo tutear?

-Sí, sí... Por favor, tutéame.

-Gracias. Decía, que no es de extrañar que tu marido tenga celos, es que a una mujer con tú...

-¿Una mujer como yo? ¡Qué! -¿También tú eres machista? Me dijo algo contrariada.

-¡No! No! ¡por favor!

Había metido "la patita" y no sabía como sacarla. Quise exponer un hecho penoso pero real: la mentalidad del hombre español de hoy, por desgracia, era así.

-La verdad, la verdad, no lo sé. Ya que no sé lo que es el amor verdadero. Mentí descaradamente, intentando salir del trace. -El día que ame a una mujer, te lo podré decir. Pero, (subrayé bien ese pero) Creo que los celos no tienen porque existir en los hombres seguros de si mismos. Además, soy de los convencidos que la confianza mutua es la mejor fórmula para que triunfe la relación en pareja.

Mis palabras surtieron el efecto deseado. Irene como así se llamaba "la bella", puso cara de satisfacción ante mi declaración del hombre moderno.

-Me alegra escuchar esas palabras, Félix.

(Ya nos habíamos presentado) Se advierte en ti un porte distinguido y de un hombre de palabra.

-Gracias Irene, al menos lo intento.

-¿Y cómo es que no tienes novia?  Me preguntó en un tono entre sarcástico y curioso.

-La verdad, viajo mucho por España y Europa por motivos de trabajo, y no me planteo tener una novia que me espere todos los fines de semana. Creo que sería un fracaso de noviazgo.

-¡Ya! O sea: un ligue en cada puerto.

-Pues no. Irene La mujer española lo que busca es la estabilidad matrimonial, y los "ligues" como tú dices, ¿cómo no sea con "mujeres malas"..?

Quedamos unos segundos en silencio. En ese preciso instante el tren hacía parada en Alcazar de San Juan, nudo ferroviario hacia el Sur. Lo que aproveché para romperlo.

-¿Te apetecen unas tortas? Tienen fama las de aquí.

-Sí, gracias.

Eran las 01:45 horas, y a pesar de la calefacción, en el pasillo hacía algo de frío ya. Llegó el momento de "entrar a matar".

-¿En que departamento del vagón estás? Yo, en este de aquí al lado.

-Ya quisiera viajar en coche cama como tú. Viajo en segunda clase; venía de los servicios, y me dirigía a mi vagón que es el contiguo a éste.

-¿Por qué no pasas la noche conmigo?  Le dije casi en un soplo de voz.

El año 1966 en España, proponer así de repente a una mujer desconocida y casada que se acostara contigo, las respuestas más probables serían:

¿Pero tú quién te crees que soy yo?

Creo que te  has confundido, majo.

Cuando no una bofetada, o la denuncia al encargado del vagón.

Pero no. Me miró con una sonrisa que potenciaba sus labios y dientes a dimensiones de belleza extraordinaria, y dijo con voz clara y segura.

-¿Y por qué no?

Permitan que relate en verso lo que pasó en aquel departamento de coches camas del expreso Madrid – Sevilla.

La "celestial" entró primero

en aquel vagón coche cama;

y mi corazón quedó prisionero

al contemplar aquella dama,

ese día frío del mes de Enero.

¡Qué belleza, qué portento!

mi imaginación al retortero,

contemplando "ese monumento",

mis neuronas en un atolladero.

¡Qué momento! ¡Qué momento!

Braga azul y rosa de finas blondas...

Piernas cual columnas de un templo...

Pecho de encajes que nada esconda.

¡Me sobrecoge lo que contemplo!

Entró en su "cálida y húmeda cueva",

jadeante mi "nardo encendido";

se apaga ante la luz de esa estrella.

Queda allí... orgulloso... dirimido,

en las entrañas de dama tan bella.

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