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Mis cuentos inmorales (entrega 6)

en Grandes Relatos

Las “querindongas" de la calle Ayala

 La finca donde mi padre ejercía de portero, destino que tomó después de jubilarse de la Guardia Civil, era como un pueblo: 72 viviendas lo componían, que multiplicado por una media de cuatro personas nos dan 288 habitantes. ¡Vamos! Casi como una aldea.

La moraban personas de muy distintos niveles sociales, y entre sus habitantes figuraban “dignas queridas” de señores millonarios y famosos de la época.

Me perdería por los recovecos de mi mente si recordara todas las oportunidades de follar que perdí. Fueron innumerables, y a mujeres de bandera. Ya digo: “querindongas” de alto standing que me provocaban con tanto descaro que me ruborizaba. Pero aquel temor a hacer mal, y que dieran una queja a mi padre “me la arrugaban”.

Voy a empezar por orden de viviendas las que se quedaron con ganas de probar “mi nardo”, y yo catar “de sus higos”.

La del segundo letra B. Una tía de impresión, de unos 30 años, querida de un pelotari vasco como un armario de grande.

Un día le dijo a mi padre si Felisín (un servidor) podía subir a arreglarse no sé que aparato.

Allí fue Felisín con sus 16 añitos a la casa de la aludida para ver que había que arreglarle. Me dijo acostada en la cama:

-Felisín. Mira, aprieta la tuerca del somier que está floja y hace mucho ruido.

Y Felisín en vez de sacar “el nabo” y apretarle el chocho como lo estaba pidiendo con los ojos encendidos de pasión, tomó una llave inglesa, y apretó la tuerca del somier.  

Y se fue, dejando a la cachonda seguramente haciéndose una paja.

La asistenta de un maestro soltero que vivía el cuarto letra I. También ¡cómo me lo pedía la tía! Sólo me atreví un día abrazarle y tocarle una tetita por encima del vestido, un día que nos cruzamos por aquel pasillo lóbrego, largo y estrecho. Me dijo que entrara en su casa, que no estaba el señor. Pero otra vez el miedo a pecar, y a las hostias que me caerían si se enteraba mi padre, me la volvieron a “arrugar”.

Lo que si me doy de hostias por no haberme follado, es a Mari Luz, del sexto D. Querida de un millonario. La tía estaba tan buena, que mi íntimo amigo José (q,e.p.d.) decía que se hacia “una diaria” a su salud.

La muy “putona” cada dos por tres me estaba llamando para arreglarle: ayer la lámpara del salón, antes de ayer un enchufe y otro día cualquier otra cosa.

Me recibía con una blusa azul cielo, con un lacito en el centro, y con las dos tetas más en las afueras que en los adentros.

Y el pobre Felisín dudando entre meter mano en aquellas macetas y “regarlas” abundantemente, o reprimirse ante las consecuencias que se podrían producir en caso de equivocarme.

¡Qué buena estaba, Mariluz! No me extraña que tu querido te pusiera un piso y te tuviera como a una reina. Tú, seguramente hubieras dado algo por tener “una pollita” jovencita y dura en tus entrañas, y yo hubiera dado todo porque la tuvieras, pero los dos nos quedamos con las ganas.

Por eso circulaba una poesía por Madrid, con estos versos, en la relación a la supresión de las casas de citas que había en Madrid.

¡Ole tus cojones Paco!

Por tu decreto antiputa,

nos sigues dando por el culo

aunque aquí ni Dios discuta.

A favor de la moral

sales con disposiciones,

más para atajar el mal

sería más radical

nos cortaras los cojones.

¡Fuera las bajas pasiones!

que sólo traen desdichas,

además de los cojones.

córtanos también la picha.

España, el país de la desventura,

Del abanico y de la navaja.

Lo han convertido los curas,

en el reino de las pajas.

 

Las siestas con mi prima Marucha

Mi prima Marucha es mayor que yo. Si en el año 1954 que estuve veraneando en la casa de mis tíos, tenía 13 años, ella, tendría sobre los veinte.

Cómo era un pésimo conocedor del alma femenina, pues no tenía ni repajolera idea de lo que cabe en la mente de una mujer por muy decente que sea; por eso nunca supe lo que le pasaba por la de mi prima en las siestas que me echaba junta a ella, en aquellas cálidas tardes de verano.

Por la mía si que pasaban cosas "muy feas" ¡Bueno! Muy feas según el concepto que tenía en aquel tiempo de las cosas del sexo.

La tenía acostada a mi derecha, boca arriba, vestida, eso sí, no nos desnudábamos. Yo, con mis pantaloncitos cortos y mi camisita, y ella con su faldita y blusita. Los dos tumbaditos boca arriba callados como tumbas.

Daría algo, sólo por curiosidad, por saber en que pensaría en aquellos momentos. ¿Una moza de muy buen ver, morenaza y de carnes prietas y excitantes para darle un buen pellizco en las partes más mollares, con 19 o 20 años, que pensaría en esta circunstancia descrita?

Podría ser, que, por su mente no pasaran pasajes eróticos; quizás el pensar que tenía a su lado a un niño imberbe no se le ocurriera la más mínima elucubración erótica. Sinceramente no lo sé, y nunca lo sabré, entre otras razones  porque a mi prima no la veo por lo menos desde hace 50 años. Sé que está (o estaba) felizmente casada.

Recuerdo como si fuera hoy mismo, que fuimos los dos solos a dar un paseo por un monte cercano. Quien no conozca El Real de San Vicente, le digo que es un pueblo serrano de la Provincia de Toledo situado el límite de la de Avila. Famoso por sus finas aguas; es un sanísimo lugar para tomar el aire más puro que se puede respirar.

Nos paramos al lado de unas piedras, y de pronto salió una culebra de entre las mismas, una culebrilla tan pequeña que no era para asustarse. Pero mi prima se aferró a mí como muy asustada, y se pegó a mi cuerpo como una lapa durante unos segundos.

Tampoco puedo ni tan siquiera acercarme a la realidad, si hizo ese gesto por miedo a la culebrilla, o que deseaba abrazarme para echar allí mismo "un casquete". No lo sé la verdad. Pero lo que si puedo asegurar, que yo le hubiera echado no-uno, por lo menos tres.

Pero cuando estuve seguro de que con ella hubiera llegado por lo menos a darme un revolcón, fue cuando al poco tiempo ella y mi tía (su madre) pararon en nuestra casa de Madrid unos días porque venían de médicos.

Una mañana entré en el servicio y estaba en combinación lavándose la cara. Se le marcaba el tafanario como a la chica en la ventana del cuadro de Salvador Dalí.       No sé cómo pude atreverme, pero la abracé por detrás y recuerdo perfectamente como "la restregué la cebolleta" por las nalgas. Ella giró la cabeza, me miró y no me dijo nada. El caso es, que deshice el abrazo y salí del servicio como si no hubiera pasado nada.

¡Joder! Prima. Durante un tiempo fuiste el motivo de mis placeres solitarios. Y hoy, allá donde estés, te mando un beso muy fuerte y te deseo lo mejor.

¡Cuántas sábanas mojaron con tu imagen en mis poluciones nocturnas!

 Mi amigo José Luis, yo, y aquella prostituta

 

 Mi amigo José Luis con el que me unió una amistad tan grande, que llegamos a ser casi como hermanos. Hasta que ese amistad derivó por sendas muy distintas por quedos mujeres marcaron nuestras vidas; muy mal para él, cómo supe muchos años después; y muy bien para mí, ya que estos cuentos inmorales los estoy escribiendo a l4 años de mi matrimonio, y a los ocho del fallecimento de José.

Eramos muy distintos en el tema de buscar el divertimento a esa edad; José era muy introvertido y apocado con las chicas, por lo que nos corrimos juergas juntos. No era de baile los fines de semana, era más bien de partidas de cartas en algún bar del barrio; pero un día...

Ibamos por la Avenida de Donostiarra, no sé para que, el caso que vimos a una rubia de impresión parada en un portal de la calle.

- ¿Te la follabas? Le dije a José

-Ahora mismo si pudiera.

Ni corto ni perezoso, me dirigí a ella con "mi carrete" habitual, y como resultó que era una prostituta, pero que no lo aparentaba para nada; me dijo sin más preambulos:

-¿Queréis entrar?

-¿Qué? Al momento no entendí la pregunta.

-Qué si queréis echar "un polvete".

José Luis que estaba "al loro":

-Sí, sí. ¿Cuánto?

-¿Cuánto tenéis?

-Veinte duros. (Cien pesetas) Dijo José sacando el billete del bolsillo para que lo viera. Pero entramos los dos.

Cien pesetas del año 1958, equivaldrían más o menos a unos cincuenta euros de hoy.

-Vale, subir, pero uno a uno. Al cuarto letra B.

Aunque no era la primera vez que veía el cuerpo de una mujer adulta desnuda quedé impresionado. ¡Joder! que de curvas, y que pedazo de culo tienen las mujeres mayores. Tanto que me entraron unas ganas terribles de defecar, yo creo que de la impresión, y casi "me cago" por el pasillo buscando el water.

Mientras yo defecaba, José se las entendía con la rubia; ya que no quise entrar juntos, no sé, me daba corte. Terminé de hacer mis necesidades y en ese monento salía José muy colorao y abrochándose los botones de la bragueta.

-Macho, ¿qué tal?

Sólo recuerdo que dijo:

-¡Uff!

Entré con más miedo que vergüenza a aquella habitación donde olía a una mezcla de "sobaco y entrepierna" que me hizo dar dos arcadas.

La rubia tendida en cama, boca arriba, y con un paño limpiándose la zona perianal, en donde se advertían una rojeces alrededor de la misma.

La sombra de la Venancia otra vez me vino a la cabeza; a pesar  de que la rubia tenía un cuerpazo de carnes rosadas; la imagen que vi, y el olor a pedo o a yo que sé, me echaron para atrás, y sin decir nada salí de la alcoba. No corriendo como otrora hice con la Venancia.

-Chaval, ¿no entras?

-No. No supe decir otra cosa.

José Luis me estaba esperando en el comedor.

-¡Ya has terminado!

-No he entrado.

-¿Y eso?

-Ahora te cuento.

Salimos de aquella estancia en silencio. Una vez en la calle.

-Macho, ¿me puedes decir que te ha pasado?

-No pude, me dio asco el ambiente que me encontré al entrar.

-Pues yo le he echado "un polvo" que me ha dejado aliviado para una semana.

Y allí acabó otra desgraciada aventurilla sexual, la que me estaba anunciando que de "putero" no tenía nada, que las putas no eran de mi devoción.

Mi primo y aquel puchero en la lumbre

Como ya he dicho, tenia varios primos en este pueblo serrano; hijos de dos primos hermanos de mi padre, por lo tanto primos de segundo grado.

Aunque algunas siestas las hacía con mi prima, dormía en casa de mi tío que tenía tres hijos; dos chicos y una chica.

El hijo mayor, José Luis, tendría dos o tres años más que yo, y fue con el que pasé casi todo el veraneo, y ahora me doy cuenta porqué. No se separaba de mí ni un instante, siempre quería jugar a mi lado ¡Y vaya si al final jugó conmigo! el muy mariconazo.

Tenía una escopeta de perdigones, y nos pasábamos el día matando pájaros, y hasta una gallina matamos del corral de una vecina. La recuerdo con ella agarrada del cuello y pidiendo a gritos quien se la había matado.

 Recuerdo aquel hogar de leña, que servía también de cocina, y aquel puchero de barro con todos los ingredientes para hacer un buen cocido. Me dijo mi tío Lucio:

-Felisín, no tienes más que mover el puchero, y de vez en cuando le das una vuelta con esta cuchara de palo.

Aquel cocido para comer cinco personas, a las dos de la tarde estaba vacío. Juro y por jurar no me arrepiento, que me lo zampé todo yo solito, no dejé ni un garbanzo perdido por el fondo del perol. Todavía, al cabo de más de cincuenta y cinco años, conservo en el paladar, el sabor de aquel tocinillo, de aquella morcilla y de aquel choricillo.

¡Qué hambre se pasaba en aquellos años!

Volviendo a mi primo, dormía con él, ya que no disponían de una cama para que durmiera solo. No tardó ni una semana de manifestar en mi culo sus deseos libidinosos.

Debo decir, (y no hace falta que lo jure) que jamás pensé hacer lo que conmigo hizo José Luis; pero también he de confesar que no me desagradó, ya que me convertí en su "novia" el tiempo que estuve en su casa; ya que todas las noches me follaba.

Una noche desperté, y le tenía pegado a mí, con su polla bien tiesa soldada a mi culo. Recuerdo muy vagamente que le dije:

-¿Eres maricón? (Entonces lo de gay no se conocía)

No dijo absolutamente nada, se limitó a seguir con su polla pegada a mi culo, y yo tampoco hice nada por separarla de allí, al contrario, aquella cosa adherida a "mi raja" me producía un cosquilleo que me gustaba; así que le deje hacer hasta que empezó a dar unas sacudidas y suspiros; y al sentir en mis nalgas una cosa caliente y mojada, comprendí que aquello era la "lefa" de mi primo que se había corrido.

Y así, durante aquellas vacaciones me convertí en una linda mujercita que mi primo follaba todas las noches con desmedia pasión y que "a una servidora" le enantaba.

Próxima entrega: (7)

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Mis cuentos inmorales. (Entrega 3)

Mis cuentos inmorales

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Lo que la Naturaleza confundió. Capítulo 26

Lo que la Naturaleza confundió. Capítulo 19º 20º

Lo que la Naturaleza confundió. Capítulos 13º 14º

Lo que la Naturaleza confundió. Capítulos 3º 4º

Lo que la Naturaleza confundió. Capítulos 5º 6º

Treinta días de sexo en el hotel. (Día tres)

Sexo a tope en el hotel nudista

La suerte de tener un marido “cabrón”

Lo maravilloso de ser mujer. (Lo dice un hombre)

Mi bautismo sexual

Mis escritos proscritos. Capítulo I

Recuerdos del primer amor

Mis tocamientos con Isabelita

Recodando al primer amor. Cap, 3,4 y 5

Recordando al primer amor

¿Me estaré volviendo Gay?

Las pajas que me hice a la salud de mi prima.

Mi primer polvo

Mi hija es lesbiana

La pipa de la Venancia

La primera vez que a mi novia follé

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Arrepentidos los quiere Dios. Capítulos: 1. 2. 3.

Recordando a mi primer amor

El macho que quiso ser hembra. Segunda parte

Arrepentidos los quiere Dios. Cap. XIX y XX

Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo XV

Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo IX

Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo VIII

Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo V y VI

Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo VII

Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo IV

Arrepentidos los quieres Dios. Capítulo 3º

Arrepentidos los quiere Dios. Novela de 68 cap.