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Arrepentidos los quiere Dios. 30,31.32 y 33

en Grandes Relatos

Capítulos 30.31-32 y 33 de mi novela "Arrepentidos los quiere Dios". Si alguien la quiere leer completa se la envío a su correo. Consta de 426 páginas

Nunca había visto beber y comer tanto, parecía que el metro noventa de Sergio no tenía fondo: él solito se bebió una botella de Vega Sicilia, y se comió casi el bogavante entero con sus dos buenos platos de arroz; pero en los entremeses, la bandeja de jamón, lomo y queso, desapareció por sus fauces en un plis-plas.

De postre le había preparado una crema catalana que se lazampó en un abrir y cerrar de ojos. Todo esto bajo mi mirada atónita, que no daba crédito a tanta voracidad.     

Se limpió la boca ¡eso sí! muy finamente, dándose golpecitos en los labios con la servilleta, y dijo.

--¡Magistral Manolita, magistral!

--Me alegro Sergio, me alegro; a la mejor boca, el mejor bocado... ¡Y no es pecado!

--Oye Manolita, ¿Esa frase va con segundas?  Mira que te conozco.

--¿Sabes que pensaba mientras comías?

--No, dime pues.

--Mejor te lo cuento en el salón. Te tengo preparada una copa de brandy Peinado de cien años.

--¡No me digas! Uno de los mejores coñac del mundo, destilado en Tomelloso - Ciudad Real. España.

--Así es, y sólo lo ofrezco a muy poquitas personas. Dije a la vez que le servía un gran copa del preciado licor.

--Por lo cual deduzco, que yo soy una de las que estimas mucho.

--Efectivamente Sergio. Por ti estoy dispuesta a seguir la senda del bien el resto de mis días.

--Eso me parece muy bien Manolita, ¡pero qué muy bien!

--Mis dudas son, si para seguir la senda del bien, hay que renunciar a los placeres de la vida.

--Sí, hija, la senda del bien está llena de espinas y de avatares, y si quieres gozar a la diestra del Señor en la otra vida, has de sufrir aquí. Bueno: que es lo que me tienes que contar: ¿sobre los mil millones que vas a donar a tu Iglesia?

--Eso después Sergio. Donar mil millones de pesetas requiere un estudio muy profundo del destino que se les van a dar.

--Bien. ¿Qué es lo que quieres que tratemos ahora?

--Mejor te lo digo en la cama.

--¿Es qué pretendes volver al pecado mortal hija?

--Ya estoy en pecado mortal, porque los malos pensamientos también son pecado, ¿Verdad Padre?

--¡Claro, claro que sí, hija, claro..!

--Quiero que me des la absolución como el otro día, pero por la vía natural, "que el Cuerpo del Señor me destrozó la otra".

--¡Por Dios... por Dios Manolita..! Pero sabes lo que me estás pidiendo...¡Ay! si se enterara el Señor Obispo.

--¿Se lo vas a decir tú?

--¡No por Dios! ¡Cómo se lo voy a decir!

--Lo siento Manolita, pero el Señor me está diciendo que no; que no puede ser lo que me pides, va contra el sexo mandamiento.

--Pues dile al Señor de mi parte, que de los mil millones que iba a donar para su Iglesia, me lo voy a pensar mejor.

En ese momento entraba a la estancia Conchi todo exaltada.

¡Padre Sergio, Padre Sergio! que el sacristán pregunta por usted, y por la cara que trae, no barrunta nada bueno.

--Qué es lo que pasa Pascasio, que vienes tan sofocado. Qué mala noticia me traes.

Qué el señor Obispo quiere hablar urgentemente con usted.

--¡Vaya por Dios! Qué querrá ahora su eminencia.

--¡Ve, ve! Mañana le espero otra vez para comer, y seguimos la plática.

--De acuerdo Manolita, mañana Dios mediante a las dos en punto aquí me tienes y seguro que me vas a sorprender en la mesa. ¿Me entiendes, verdad?

--Claro que te entiendo, he captado el mensaje divino perfectamente. Te voy a dar una sorpresa que voy a ganar miles de indulgencias.

--Así, así... Manolita. Hay que ganar las indulgencias del Señor con buenas obras; no con pecados.

Una vez en la parroquia, Sergio llamó al Obispado.

--Hola, soy el Padre Sergio de la Parroquia Virgen de la Encina. Su eminencia me necesita con urgencia.

--Un momento Padre Sergio, no se retire.

--Padre Sergio...

--Diga eminencia.

--Necesito que me informe del "tema Manolita", precisamos esos millones con premura.

--Precisamente ahora mismo vengo de hablar con ella.

--¿Y..?

--Mejor me desplazo al Obispado y le informo; el asunto es delicado y no es conveniente tratarlo por teléfono.

El Padre Sergio mandó al sacristán Pascasio, que me llamara por teléfono para posponer la comida; ya que le requerían del Obispado con apremio, que vendría a comer mañana, porque hoy que no le daría tiempo a volver a la hora prevista.

--Bien eminencia. Le notifico sobre el tema Manolita.

--Es muy importante Padre Sergio que esos millones se ingresen cuanto antes en las arcas de la Sede del Obispado. El cambio de régimen; ¡esta puñetera Democracia!, y en el poder los socialistas, las cuentas no van como eran de esperar.

--Hay un grave problema eminencia.

--No me asuste... ¡Qué problema!

--Que a Manolita sólo se le puede convencer para que done sus millones a través de los pecados más graves para la Iglesia: el sexo.

--Ya, ya me contó en secreto de confesión su aventura con ella. Pero si el Señor le ha designado a usted para esta sagrada misión, ha de sacrificarse hasta que consigamos la donación.

--Pero eminencia...  ¡Qué va ser de mi alma! Una vez comprendo que fue necesario sacrificarse por la Iglesia; pero no pienso convertirme en su amante.

--Es cierto... muy cierto... La Iglesia no puede pedir a sus representantes tantos sacrificios; habrá que buscar una solución urgente...

--¡Ya la tengo... ya la tengo... ya la tengo! Dijo el Obispo lleno de euforia.

--¿Los millones? Preguntó Sergio con asombro.

--¡No hombre, no! La solución al problema.

Dos días después Sergio se presentó en casa, tal como me anunció su sacristán. Le noté eufórico, muy animado y optimista, por lo que supuse que las cosas con respecto a mí, serían favorables.

--Bien Manolita, ya me tienes otra vez aquí, y con muy buenas noticias.

--Me tienes en ascuas. Cuenta, cuenta.

--Mejor comemos, y en la siesta te lo notifico.

Decirme lo de la siesta y "mojarme", fue todo uno. El enorme falo de Sergio me traía por la calle de la amargura, y no podía quitármelo de la mente.

Ordené a Conchi (la sirvienta) que nos sirviera la comida.

--¡Pero qué coño es esto! Exclamó con cara de disgusto, al ver la cazuela de barro, y un porrón de un vino clarete, que parecía más agua turbia que vino.

--Sopas de ajo, cariño. ¿No me dijiste ayer que hay que sacrificarse en esta vida, para ganar la dicha en la otra?

 --¡Manolita! Bromas conmigo no. Mira que me levanto y me voy. Con las cosas de comer no se juega.

--La palabra del Señor hay que saber interpretarla en su justa medida. Dios escribe derecho pero con los renglones torcidos. No nos pide sacrificios absurdos que a nada conducen. Se refiere a los sacrificios terrenales, no a la renuncia de los bienes que ha creado en la tierra  para goce y disfrute del ser humano.

No se trata de la renuncia de lo que le sobra a uno para servir al que le falta. Y a ti te sobra jamón y buen embutido para satisfacer los deseos de un hambriento.

No quería volver a entrar en disquisiciones filosóficas, por lo que tenía previsto un plan "B" por si fallaba este; poniendo una cara de complicidad, me dirigí a Conchi que esperaba mis órdenes.

--Niña, trae el complemento de la sopa de ajo.

Los ojos le hacían chiribitas ante la bandeja de embutidos que ponía al lado de la cazuela de barro y la botella de vino Vega Zacatena del 78.

--He leído en una revista de gastronomía, que  para acompañar al embutido, no hay cosa mejor que las sopas de ajo. Le dije convencida.

A la vez que engullía una cucharada de la sopa, se metía un taco de jamón de Guijuelo que casi no le cabía en la boca.

--Tienes razón Manolita, combina perfectamente el pan con el saborcillo a ajo con el jamón. Te felicito.

Esperé a que terminara de comer; yo apenas sin probar bocado; estaba deseosa de escuchar sus noticias.

Se limpió la boca de la forma tan genuina que sabe hacerlo, y me dijo.

--Manolita, vamos al salón, prepara otra copa de ese magnifico coñac, y te cuento. No, mejor vamos a tu habitación, y te lo explico allí con más tranquilidad.

Dije a Conchi que se fuera y que no volviera hasta la hora del telediario de las nueve.

Estaba intrigadísima, de repente me propone acostarnos, cuando antes de ayer me dijo que no podía por la salvación de su alma. ¡Desde luego, que los designios del Señor si que son indescifrables!

Dicen algunas mujeres que no les importa el tamaño del miembro viril del hombre. ¡Bueno! si se ama con el alma y el corazón, es comprensible, ya que el amor está por encima del sexo, y basta una mirada del hombre amado para sentirte llena de él.

Pero si se trata de "echar un polvo" con un tíobueno como el cura, yo aseguro, que donde esté un  hermoso miembro viril de más de veinte centímetros, y bien grueso, que se quite uno de catorce.

No lo puedo remediar. Ver a Sergio desnudo es algo que me produce tal excitación que me traslada a paraísos inéditos. Me conmueve, me emociona y me descompone.

Se tumbó boca arriba en la cama. Yo me estaba bajando las bragas y temblaba de emoción al ver aquel mástil erguido como el palo de mesana de un barco de vela.

¡Qué me había dado este de cura! Si yo estaba de vuelta de tíos. Me sentía como una novicia a mis cincuenta años, y "el potorro" se me mojaba más que a los quince.

Su esencia es lo que me impresiona; es como una fragancia mezcla de incienso y hierbas del campo, que mezclados con su olor corporal le confiere ese aroma tan genuino, perfume tan embriagador que nunca lo había olfateado a ningún hombre; es algo que se me metía por las fosas nasales y me "ponía a cien".

Me tumbé junto a él, y a la vez que me abrazaba me decía:

--Manolita. He estado hablando con el Señor sobre nosotros...

--¡Ah sí! ¿Qué te ha dicho?

--Que comprende mis inquietudes, mi amor hacia  ti.

--¿Pero me amas de verdad, Sergio?

--Sí, Manolita. Después que me hiciste sentir aquellotan sublime y maravilloso, he decidido colgar los hábitos y casarme contigo. Si tú me aceptas ¡Claro!

--¿Estás seguro? Mira que es una decisión muy grave.

--Lo tengo muy bien meditado; pero si aceptas, sólo te pongo una condición.

--¿Cuál?

--Que vivamos única y exclusivamente de mi patrimonio personal, y de lo que pueda ganar en la vida civil.

--Entonces mi fortuna...

--La donas a la Iglesia. Si me hice cura para amar a Dios en la pobreza, me hago hombre para amarte a ti, y si es menester, te amaré también en la miseria.

Me sonaba aquello más falso que Judas, pero como sólo pretendía satisfacer mis instintos de "hembra en celo", puse cara de gatita mimosa y me dispuse a gozar de aquello que "el Señor había puesto entre las piernas de Sergio para mi goce y disfrute".

Debo decir, que sus piernas son como dos columnas; musculosas y largas como noche cálida de verano. Y el culo... ¡Ay que culo! me lo comía a mordisquitos. Redondito y algo respingón, perfectamente torneados sus glúteos. Sin duda hubiera servido de modelo a un escultor para representar a un ángel.

 Pensaba montarme como la otra vez, pero no, fue Sergio el se montó encima de mi.

Mi delirio, mi locura, mi tormento, fue cuando me rodeó con sus hercúleos brazos que apenas se me veía debajo. Y cuando de sus axilas, que las tenía a escasos centímetros de mis narices, volví a sentir su olor, me envolvió otra vez su aroma, y creí estar en el lago donde se bañan las hespérides.

Me abrí bien de piernas, para que aquellos enormes muslos se pudieran encajar bien ente los míos abiertos hasta el máximo; y cuando sentí su monstruoso falo penetrar "por mis honduras", sitié con mis brazos su cuello, y con mis piernas sus riñones. No quería que se quedara fuera ni un sólo milímetro.

--Dame fuerte cariño... ¡Rómpeme el alma, mi vida..!

No sabía lo que decía, perdí la noción de las cosas, sentía a Sergio tan dentro, que aunque sus palabras de matrimonio no las creía, decidí si era preciso, morir, moriría entre sus piernas. 

Quedé exhausta, rendida. Me hizo el amor de una forma tan feroz, que no podía dar crédito que un cura pudiera joder de una forma tan sublime.

Me acordaba de la primera vez que me sodomizó, y la verdad, sentía una especie de morbo por tenerla otra vez en mis intestinos, por lo que le dije:

--Sergio, Me gustaría que dieras "absolución a mis pecados"como el otro día.

--Luego Manolita, luego; deja que me recupere, que para satisfacerte cuesta lo suyo. Ahora voy a darte las buenas noticias que traigo del Obispado.

--Dime, dime, mi amor, que estoy intrigadísima.

--Verás. Le he contado a Su Eminencia lo nuestro.

--¡No..! exclamé todo sorprendida, ¡Cómo has sido tan insensato! ¡Qué va a ser ahora de nuestras relaciones tan secretas!

--Ahí voy, ahí voy, que van a dejar de ser secretas.

--No lo pillo. Dije sorprendida

--Sí, cariño. Su Eminencia el Obispo, a través de Su Santidad, me van a conceder la Dispensa Papal.

--¿Qué es eso?

--Es un privilegio que concede la Iglesia de hacer algo prohibido a sus preceptos cuando lo exigen las circunstancias. He convencido a Su Eminencia, que me exima de mis obligaciones como sacerdote, para seguir la nueva senda que me ha marcado el Señor.

--¿Y cuál es esa nueva senda?

--La tuya Manolita, la tuya; estoy profundamente enamorado de ti, y no quiero vivir en pecado mortal el resto de mis días. Por eso el Señor ha entendido mis razones y me concede la Dispensa.

Mire fijamente a los ojos de Sergio, y en ellos vi el brillo de la sinceridad, (o mentía muy bien). El caso es, que, analizando la situación desde la lógica, entendí que un sacerdote no podía caer en tamaña farsa, por lo que opté en creerle.

--Entonces Sergio, ¿te vas a casar conmigo? Pegunté llena de emoción.

--Sí, cariño. Pero no podrá ser mañana, habrá que esperar por lo menos un año. Estas cosas van despacio y hay que tener paciencia.

--Entonces... ¿Cómo nos vamos a apañar en este tiempo? Yo ya no puedo vivir sin tus caricias.

--Hay algo más...

--No me asustes, por favor. ¿Qué es ese algo más?

--Que tenemos que vivir en la pobreza; el colgar los hábitos que sólo conceden sacrificio y penuria para casarme con una multimillonaria sería más pecado mortal; por eso debo renunciar a los bienes del mundo exterior.

--A mí no me importa cariño. Necesito más el amor que mis riquezas, que sólo me han dado fatigas y lasitudes. Pero... ¿Tú podrás vivir a base de sopas de ajo?

--Sí, corazón mío, con dos huevos fritos, un poco de ese jamón tan bueno que tienes, y un vasito de vinillo que me de fuerzas para mantener "tu conejito" siempre satisfecho, tengo suficiente.

Le abracé con una pasión inusitada. Pensar que iba a ser para mí, y nada más que para mí, ese pedazo de hombre, me trasladaba a unas emociones jamás concebidas.

Me puse a cuatro patas ofreciéndole "mi hermoso tafanario".

--Cariño, quiero que me las metas entera, pero poco a poco, deseo sentir como entra milímetro a milímetro.

Esta vez fue más delicado, ya que con sus dedos lubrificó mi ano con vaselina, y sólo ese roce, ya me hacía estremecer.

Noté como sus manos se aferraban a mis caderas, a la vez que me decía.

--Guíala tú, corazón, llévala a "tu agujerito".

Tomé con mi mano derecha aquel mástil  y lo llevé a la embocadura, y allí lo dejé apuntando directamente hacia mis entrañas. A la vez que le decía.

--Cariño, empuja muy poquito a poco, quiero sentir cada milímetro como discurre por mi "profunda gruta".

Pero pasó algo que nunca me había ocurrido en la vida. Quise abrir bien el ano haciendo fuerza como cuando se defeca, con el fin de que una vez introducido el glande, hace una especie de absorción, y al retraerse lo atrapa, y lo dirige mejor hacia el interior.

No calculé bien la fuerza debido a la terrible excitación que estaba sometida, me salieron dos sonoras ventosidades que dejaron a Sergio confundido.

--¡Coño Manolita! Vaya recibimiento. Sólo pudo decir Sergio.

Juro por mis difuntos, que quería que me tragara la tierra. ¿Se imaginan la situación? Allí, todavía a cuatro patasquedé como petrificada; pasé el apuro más grande que había pasado en mi vida.

Abandoné aquella posición que se me antojaba de lo más ridícula, y maldije ese momento. Yo, Manolita, la prostituta más famosa de Madrid, amante de las más altas magistraturas del Régimen, se había convertido en una vulgar pedorra.

Al verme tan compungida y avergonzada, Sergio me abrazó, y dándome un dulce beso en los labios, me dijo.

--No te apures cariño, el que no hayas podido controlar tu esfínteres en esta situación, no es de extrañar.

Y para restar importancia al asunto añadió.

--Además, tus tripitas ante lo que se les avecinaba, no han podido evitar "esos dos suspiros".

Me tuvo abrazada durante un buen rato, acariciándome el pelo y besándome en los ojos; hasta que vio que se me pasó el bochorno.

Repuesta del terrible sofoco pasado por culpa de esas dos flatulencias, Sergio que no cesaba de jugar con mis pezones, se dispuso a contarme el futuro que nos esperaba juntos.

--Verás cariño: como te he comentado, la Dispensa Papal tardará un año en llegar; los trámites son lentos, porque entre muchos papeleos, han de estar seguros que mi decisión de abandonar el sacerdocio ha de ser irrevocable; y el tiempo es el que al final tiene la última palabra.

--O sea, Le corté, ¿qué te puedes volver atrás en tu decisión?

--Teóricamente es así; pero cariño, no temas, mi decisión es, y será irrevocable en tanto en cuanto tú, me aceptes como esposo.

--Es lo que más deseo en este mundo. Después de llevar una vida disoluta, lo que más me emociona es poder ser una esposa enamorada y entregada a su marido... Pero...

--¿Pero qué?

--Temo que no estés tan seguro de tu decisión; que mi vida pasada te haga cambiar de opinión.

--Manolita. Me dijo muy serio. Sé de tu vida pasada tanto o más que tú; no te preocupe eso; es tu pasado, y en el pasado se quedará, y para nada a nuestro futuro afectará.

--Y sobre la fundación que lleva mi nombre. ¿Qué va a pasar?

--La Fundación doña Manolita, seguirá vigente y potenciada por la Iglesia con el patrimonio que le vas a donar. Y hasta es muy posible que te hagan beata, y para la posteridad pase a llamarse: Fundación de la Beata Manolita.  ¿Qué te parece?

Callé, pero pensé que era el acto más hipócrita que había visto en mi vida. Pero le dije.

--Mira cariño, después de muerta, que lo llamen como quieran; lo que me queda de vida lo quiero pasar a tu lado. Necesito amar y ser amada, lo necesito igual que el respirar.

--Pobrecita mía. Me dijo mirándome a los ojos con dulzura. Eres como esa oveja descarriada que se le perdió al pastor, y anduvo perdida por el monte. Pero otro pastor la ha encontrado, y la conducirá al rebaño de las almas nobles.

--Lo que me preocupa mucho, es ese año de espera para que a ti te den...

--¿La Dispensa?

--Eso... ¿Cómo vamos a vernos? Porque yo quiero dormir contigo todos los días.

--Todo está previsto mi amor. Puesto que en el pueblo no podrá ser por razones obvias ¡Qué pensarán los vecinos viendo entrar a su párroco todas las noches en casa de Manolita! vamos a hacer lo siguiente: seré destinado a otra parroquia lejos de aquí, donde nadie me conozca. Pero...

--Me asustas con tus peros, Sergio.

--Lo que tienes que hacer es comprar o alquilar un piso en Madrid; en el que viviremos los dos durante ese año. Y una vez con la Dispensa concedida, nos casamos como Dios manda donde quieras, y a vivir felices el resto de nuestros días.

--¿Y el Obispo... sabe este plan?

--¡Pues claro qué lo sabe! Si ha sido precisamente él, el que lo ha diseñado para nuestra felicidad.

No estaba segura de que todo eso fuera cierto, pero al tomarme mi mano y llevármela a su pene, se me desvanecieron todas las dudas. El muy artero, que bien sabe que me derrito por sus huesos.

--Y ahora cariño, ponte igual antes, a cuatro patitas, que vamos a recuperar lo que "el viento se llevó".

Quería sorber de su hermosa virilidad, llenar mi boca el suculento manjar que tanto me seducía, que hacer una fellatio, es el prolegómeno imprescindible al amor.

Me atragantaba; mi boca no podía engullirla entera, ¡imposible! ya el glande de por si me llenaba tanto las fauces, que no me dejaba respirar.

Los aromas que destilan el cuerpo "de mi hombre", son tan genuinos que me alimentan tanto como sus besos y sus caricias.

Dicen que el olor de la hembra es más erótico que el olor del macho, no lo sé. Sólo puedo decir, que los emanaciones procedentes de la bragueta de Sergio, me excitan la libido sobremanera, y me entran unas ganas de follar irreprimibles.

--Cariño.. ¡Uffff! "la chupas como los ángeles".

--¡Claro! le dije con sorna. Los curas sólo debéis hacer el amor con los ángeles. ¿Y los obispos con las vírgenes, verdad?

En que mala hora se me ocurrió hacer tal comentario; se le transformó la cara, y el gesto que puso fue de terror. Fue sólo un segundo, pero me dio miedo.

Se percató de mi temor, y acto seguido volvió a poner esa carita que me vuelve loca. Me dijo.

--Disculpa Manolita si has visto en mí un gesto improcedente, no ha sido por tu comentario; ha sido porque al mentar las vírgenes, todavía no he consultado mi decisión con la de mi devoción: la Virgencita del Rebollar .

--¿Qué tiene que ver ella? A ver si ahora va a resultar que la vas a querer más que a mí.

--No Manolita, son amores disímiles. Pero me da mucha pena que mi Virgencitase apene porque cuelgo los hábitos.

--Bueno, bueno, deja a tu virgencita ahora, porque me figuro que no querrás hacer un trío. ¿Verdad?

Quería comprobar hasta que punto era cierta su decisión de abandonar el compromiso con la Iglesia para casarse conmigo. ¿O no sería una añagaza para conseguir mis millones?

¡Por mi mente pasaron tantos fracasos...! Pues a pesar de toda mi fortuna, que se calculaba en más de mil millones de pesetas, no me aparecía ningún triunfo.

Toda ella fue productos de mis desventuras: la casa de citas de doña Patrocinio donde empecé a labrarla. Raúl, Héctor, Adela y su cambio de sexo al convertirse en Darío.

¡Y mi Margarita! ¡Mi adorada Margarita! ¡Cuánto le echaba de menos...!

Me sacó Sergio de mi ensimismamiento.

--¿Qué piensas Manolita? Te veo cómo si de repente hubieras entrado en un estado catatónico.

--Sergio.

--Dime, cariño.

--¿Tienes todavía la potestad de la confesión?

--Sí, claro. ¿Por qué lo preguntas?

--Porque quiero confesión.

--¡Aquí en la cama..! ¡Imposible!

--Mañana por la mañana, sobre las once, iré a confesar. Y ahora vistámonos antes que regrese la chica.

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