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El drama de un marido morboso

en Intercambios

 

SINOPSIS:

            Sergio y Cristina son un matrimonio feliz, entendido desde la ausencia de problemas económicos, y desde la relación de dos personas educadas y muy cultas, que priman en ellas el respeto mutuo y la libertad de pensamiento o ideas que no atenten contra los conceptos del vínculo contraído.

            Después de ocho años de matrimonio, todavía muy enamorado de su esposa, el hombre siente unos deseos irrefrenables de sentir emociones imaginarias, emociones que los pasos del tiempo le oprimen cada vez más el deseo de llevarlas a la práctica, y que puede más el deseo que las consecuencias, y decide de una vez, después de mucho sopesarlo, exponerlo a su esposa.

            Le preocupa la reacción posterior a la culminación de sus fantasías hechas realidad, pero es tan irresistible el deseo de realizarlas que superan a lo incierto; cada día se acentúan más en su mente, hasta que decide consultarlo a su esposa y convencerla de llevarlo a cabo con su colaboración,

PERSONAJES:

CRISTINA: esposa

SERGIO: marido

JOSÉ: ex novio de Cristina

MARTA: secretaria de Sergio 

Escena 1ª

Me llamo Sergio, tengo 35 años, llevo casado ocho con la mujer más maravillosa del mundo de la cual sigo enamorado hasta la médula.

Después de muchas vacilaciones, decido comenzar hoy a escribir este diario: las múltiples sensaciones que desde hace un tiempo machacan mi mente, y que me están llevando a unos estados emocionales que, aunque sin llegar a la locura, si me producen ciertos desvaríos en los sentimientos en donde deberían afincarse la estabilidad, la paz y el asentamiento del hombre realizado.

Esta es la cuestión; no me siento realizado a pesar de haber alcanzado lo que cualquier hombre de mi edad ambiciona: carrera universitaria; trabajo estable bien remunerado, secretaria, un coche de gama alta; piso confortable; chalet en la sierra para pasar los fines de semana, y un apartamento en Benidorm para veranear. Y lo más importante: dos hijas que me dan la vida.

Yo mismo me pregunto (lo que seguramente se preguntarán los que lean este relato): ¿Qué es lo que falta en la vida a un hombre para encontrar la estabilidad emocional? Y llego a la siguiente conclusión: ¡Necesito sentir los efectos devastadores del amor!

Pero no un sufrimiento material, no. Necesito experimentar en mi alma el "infierno de los celos". Me siento egoísta y ruin; no es justo que posea todos los bienes materiales y espirituales que dicen dar la felicidad completa. ¿Qué es la felicidad completa? ¿Existe?

Hoy me he levantado con un estado de ánimo excelente. Hace poca más de una hora hemos hecho el amor apasionadamente. Mi mujer llena tanto mis neuronas, que no concibo la vida sin ella. Y me vuelve asaltar la misma pregunta: ¿Merezco tanta felicidad? Ella me dice:

CRISTINA —Cariño, no sé si será una impresión mía, pero desde hace un tiempo a esta parte te noto extraño, cambiado, sobre todo cuando hacemos el amor.

SERGIO —¿Y cuál es ese cambio que notas? Le pregunto con curiosidad.

CRISTINA —No sé. Veo en tus ojos una expresión distinta, y tus orgasmos me parecen más frenéticos que de recién casados

Debo aclarar, que mi mujer tiene un sentido finísimo de percibir las cosas; no se le escapa ni una, aunque también me consta, que, se calla la mayoría de las que observa por delicadeza. Y también digo muy alto y claro, que es la discreción hecha mujer.

SERGIO —Cariño. Dije algo molesto. ¿Pero es qué también me auscultas cuando "me voy"?

CRISTINA —Mi vida: tengo tu rostro junto al mío, y el ver a mi hombre la cara de emoción que se le pone en ese momento cumbre, para mí, es contemplar algo tan maravilloso como los efectos que le produce mi amor.

SERGIO —Pues cuando tú "te corres" yo me entero sólo por los suspiros que pegas, no me entretengo en mirar la cara que pones.

CRISTINA —Porque los hombres vais a lo vuestro, no tenéis la sensibilidad de la mujer.

Quedé un momento pensativo, y es cuando me di cuenta que sí, que no la podía ocultar por más tiempo de dónde provenía ese cambio, cambio que yo nunca le había insinuado; pero por su sagacidad lo había detectado.

Hoy decido abordar con mi mujer el tema, se ha percatado de mis inquietudes y como entre ella y yo no existen más secretos que aquellas irrelevantes cosas que es mejor callarlas para que no sean mal interpretadas, me sincero con ella.

SERGIO —La verdad cariño, igual es una tontería, pero cada día me asalta más una idea, hasta el punto de que lo has notado.

CRISTINA —Me figuro lo que es. ¿La sombra de otra mujer?

SERGIO —No... No... Replico con autoridad. Ni mucho menos, no necesito el placer de otra mujer... Necesito... Enmudecí, no me atreví a seguir.

CRISTINA —El placer de otro hombre será, ¡digo yo! Porque otra cosa no sé qué puede ser.

SERGIO —No te lo puedes ni imaginar cariño, es algo que se sale fuera de tus percepciones.

CRISTINA —Me tienes en ascuas, ¡Explícate de una vez!

SERGIO —Verás... Necesito sentir... no sé si el placer o el dolor de los celos...

Quedó estupefacta, nunca podría haber imaginado tal declaración, porque jamás se había hablado de ese tema.

A mi señora se le notaban en los ojos las consecuencias que le dejó "mi confesión". Se percibía muy claramente que había estado toda la noche dando vueltas al tema. Por lo que a la hora de la siesta lo volvió a plantear.

Escena 2ª Cristina mosqueada de la actitud de su marido.

CRISTINA —He estado dando vueltas y más vueltas a lo que me dijiste ayer y sigo asombrada. ¿Para qué quieres sufrir con los celos? Me dijo entre extrañada e interesada en conocer los verdaderos motivos de “mis desvaríos sexuales”.

SERGIO —Cariño, sabes que soy un hombre muy equilibrado.

CRISTINA —Por eso me extraña mucho esa actitud tuya. ¿No será un sarampión de primavera?

SERGIO —No, cielo, no... Es algo que ha entrado dentro de mi mente, me excita, me provoca, y hurga en mis neuronas cada vez con más insistencia

CRISTINA —O sea: ¿Qué me quieres ver follar con otro? Es eso, ¿verdad?

Quedé algo confuso. Mi mujer detesta el vocablo "follar" jamás lo emplea cuando hablamos del tema. Por eso no supe reaccionar debidamente.

CRISTINA —Pues lo siento cariño, pero conmigo no cuentes para esa cochinada, yo soy una mujer muy decente. Y además, si se enteraran las niñas...

Mi mujer es como la del Cesar: "además de honrada, debe parecerlo". Por eso cerré el tema. ¡De momento! Pero me dispuse a encontrar la forma de llevar a cabo aquello que me atormentaba cada vez más. Imaginar a mi mujer debajo de un tío, ensartada por "una buena verga", me enervaba hasta límites insospechados.

Pero lo que me trasladada a la locura más exquisita, era imaginar ser besada por otros labios masculinos. Mi mujer tiene unos labios tan perfectos y bien formados que rompieron el molde cuando les dieron forma. Dos hileras de dientes que semejan un mar de coral; y un óvalo de cara, que ya quisiera para sí Ava Gardner.

De repente me vino la gran idea. Tuvo un novio antes de conocerme, un tal José Pérez, y al que llegué a conocer. Un chaval muy simpático, mundano y ocurrente, aparte de un bello ejemplar de hombre moreno de un metro ochenta y cinco, y porte distinguido. Me consta, que, tardó en olvidarle bastante tiempo, incluso aún ya casada, y que le quedó un bonito recuerdo de aquella relación; pero que rompieron porque el tal José, era un golfo de mucho cuidado; viajante de comercio, y con una novia en cada puerto.

Escena 3ª Sergio llama a un antiguo novio de Cristina

No tardé en encontrar su dirección, ya que conocía muy bien sus apellidos, por lo que le localicé en la guía telefónica sin problemas.

SERGIO (Marcando un número de Teléfono)

Sonido de llamada

Una voz al otro lado del hilo.

—Diga.

SERGIO —Hola. ¿Eres José?

JOSÉ —El mismo, quillo. Pero mis amigos me llaman Pepe. Por lo que veo que tú y yo no lo somos. ¿Quién eres?

 Pepe es sevillano. Para los que no lo sepan, la palabra quillo es una expresión muy sevillana, diminutivo de chiquillo = chico.

SERGIO —Ni te lo imaginas. Soy el marido de tu ex novia.

JOSÉ —¿Cuál de ellas?

SERGIO —¡Coño tío! La novia más guapa que has tenido en tu vida. La que la llamabas "Muñequita de Marfil".

Quedó parado, se le escuchaba como le había alterado la respiración al escuchar aquel sobrenombre.

JOSÉ —Tú dirás que es lo que quieres. Dijo con voz entrecortada, como si aquellos recuerdos volvieran a su mente.

SERGIO —Hablar contigo personalmente.

JOSÉ —¿No me puedes decir por teléfono lo que sea?

SERGIO —No, no, es algo delicado e íntimo.

JOSÉ —Pues salgo mañana para Barcelona.

SERGIO —¿Y cuándo vuelves?

JOSÉ —El viernes por la tarde.

SERGIO —Te llamo y hablamos. ¿Te viene bien?

JOSÉ —Sí, sí. Vale.

SERGIO —Un abrazo y hasta el viernes.

 Escena 4ª Sergio busca la colaboración de Marta, su secretaria

Hoy he puesto en marcha mi "conspiración", ya no hay marcha atrás.        Sé que estoy jugando a algo terriblemente peligroso, y que podría llegar a ser mi ruina moral, pero no puedo seguir con esta incertidumbre. ¿Y si después de ver a mi mujer en los brazos de otro hombre disfrutando como una loca, no lo soporto y me doy un tiro? ¡Qué me entierren! Yo solito me lo he buscado.

Pero necesito otro cómplice, en este caso femenino. ¡Ya lo tengo! Marta, mi secretaria. Poca agraciada ella, pero de mi absoluta confianza.

Le cuento toda mi intriga. Marta sonríe, le excita el papel que va a desempeñar. Está soltera y sin compromiso, y le importa un pito si mi mujer se entera que ha hecho de "Celestina".

La muy jodía, como mujer que es, y encima "lagarta", sabe más de estas cosas que yo, me propone el siguiente plan:

MARTA —Te doy mis bragas más eróticas, colócalas en un sitio no visible, pero que se mire con frecuencia, por ejemplo, la guantera del coche. Pero antes debemos preparar el terreno poco a poco

SERGIO —¿Cómo?

MARTA —Primero con una levísima mancha de carmín en la camisa.

SERGIO —Muy bien, muy bien. ¿Y después?

MARTA —Después, te coloco un chupetón en el cuello; simulando el mordisco frenético en una noche de locura.

SERGIO —Me parece fantástico ¡Joder! cómo sois las tías.

MARTA -—Y la guinda. Que huela todos los días a llegar a casa el perfume caro de mujer. Naturalmente distinto al suyo.

Quedé encantado de la sutileza de Marta, y me dispuse a seguir el plan.

Se produce un distanciamiento entre los dos que se palpa en el ambiente, en parte provocado por mí, para demostrarle que su rechazo a satisfacer mi morbo ha enfriado nuestras relaciones sexuales, y por otra parte, ella ha quedado desencantada de saber que su marido es un "consentidor".

 Escena 5ª Sergio contacta con Pepe.

Hoy no hacemos el amor, y apenas hablamos en la cama como siempre solemos hacer antes y después de hacer el amor.

             He contactado con Pepe, cómo saben un novio que tuvo mi mujer. Quedamos en una cafetería. A pesar de haber pasado casi diez años desde la última vez que le conocí, sigue siendo un hombre muy atractivo, ¡demasiado atractivo, diría yo!

Empiezo a sentir algo extraño en mi interior; me lo estoy imaginando en la cama con mi mujer y se me remueven los intestinos, pero no me repele la idea, al contrario, tengo una erección completamente inesperada.

El encuentro fue frío pero cortés. Pepe, no tenía ni idea que hacía allí, y yo me estaba jugando mi dignidad de hombre íntegro ante sus ojos; eso de decirle que el motivo de este encuentro era porque quería "ser cornudo". ¡Joder! qué fuerte...

Pero la suerte estaba echada, no había marcha atrás. Por eso decidí no andarme con subterfugios absurdos, e ir al grano. Después de sentarnos en una mesa del fondo, y pedir unas copas, le dije sin más preámbulos.

SERGIO —José ¿te gustaría acostarte otra vez con tu antigua novia? A tu ex Muñequita de Marfil, hoy mi mujer.

Quedó con la boca más abierta que el túnel de Guadarrama. Por lo que tardó unos segundos en reaccionar.

PEPE —Dices, ¿volver a acostarme? (Recalcó bien estas palabras) si yo nunca me he acostado con tu mujer.

SERGIO —¡Bueno! fue una impresión mía, creo que fuisteis novios casi un año, y un galán como tú... no creo yo... que... en ese tiempo… si llegaríais a...

PEPE —Pues crees muy mal. Precisamente el motivo de la ruptura de aquel noviazgo fue: primero, por mis continuos viajes de negocios, apenas nos veíamos tres o cuatro veces al mes.  Y segundo: que tenía que buscarme unas amigas para desahogarme; tu mujer no consentía las relaciones sexuales de novios, decía, que después del altar, o nada. ¿O es qué no fue virgen a tu matrimonio?

SERGIO —Sí, la verdad, fue virgen. Me surgió esa pregunta no sé los motivos concretos, quizás para empezar a crear el morbo que buscaba, pero satisfizo mi corazón de "Macho Ibérico". -Verás: no me pidas explicaciones de mis actos, porque no te las voy a dar, sólo te pido que contactes con mi mujer, la conquistes, y te "la cepilles".

PEPE —No creo que pueda, si no la pude llevar al catre de soltera, ¡cómo quieres que me la lleve de casada! Si tu mujer era una "estrecha integral", quillo.

SERGIO —Yo te allanaré el camino. No hay mayor estímulo para una puritana como mi mujer, que se sienta engañada para romper con sus prejuicios.

PEPE —¿Y cómo pretendes que reinicie la relación, si hace la tira de años que no la veo, quillo?

SERGIO —Ella frecuenta con bastante la cafetería "El doblón de Oro", sobre todo los martes y los jueves por la tarde; se reúne con unas amigas y compañeras de la facultad.

PEPE —Sí, conozco esa cafetería.

SERGIO —Mejor que mejor. Lo demás lo haces tú. No hace falta que te indique cómo conquistar a una mujer. Además, te aseguro, que casi será ella la que te proponga que la lleves a la cama. Ya lo verás.

PEPE—Bueno... Si tú lo dices...

Nos despedimos. Había notado en José un brillo de satisfacción, eso de "cepillarse" a su antigua novia, a la que no se "la pudo tirar" de soltera, le satisfacía sobremanera.

 Escena 6ª Frialdad en el matrimonio. Apenas se hablan

Ha pasado más de un mes, y entre mi mujer y yo apenas existe comunicación. Lo llevo fatal, porque ardo en deseos de abrazarla y amarla con todas mis fuerzas, pero he de seguir fingiendo, ya de ser yo el que “salte la liebre” podría sospechar que todo fue idea mía. Pero hoy ¡por fin! Ha llegado el momento tan esperado.

CRISTINA -He de hablar muy seriamente contigo. Me dijo esa noche ya acostados.

SERGIO (poniendo cara de sorpresa) —¿Conmigo? Tú dirás.

CRISTINA—¿Crees que no me he dado cuenta de que tienes un amante?

SERGIO —Yo... ¿Un amante? ¡Pero qué dices! Puse cara de estupefacción.

CRISTINA —Sí, tú... ¿De quién son estas bragas? Dijo con bastante mala leche sacando la prenda de debajo de la almohada.

SERGIO —Pues serán tuyas, digo yo.

CRISTINA —Yo no fornico en los coches, ni me dejo las bragas en la guantera del de nadie. Además, sabes muy bien que mi ropa interior es de marca, y ésta es una vulgar prenda comprada en un mercadillo. Siguió con sus reproches. Además, hemos pasado de hacer el amor a diario a no hacerlo desde hace más de un mes. ¿A qué se debe esa actitud por tu parte?

SERGIO —Lo siento cariño... Puse cara de arrepentimiento. –Pero no lo he podido evitar. Fue un caso fortuito... Te cuento...

CRISTINA —¡No me cuentes nada! ¡Ni cómo, ni dónde ni cuándo! Que no quiero saberlo. Pero tú sí que te vas a enterar de lo que estoy haciendo los martes y los jueves desde el mes pasado.

SERGIO —Me figuro que lo que siempre, charlar con tus antiguas compañeras de facultad.

CRISTINA (Poniendo cara de adúltera) —Sí, sí. ¡Qué te crees tú eso! ¡Me estoy acostando con Pepe!

SERGIO —¿Y quién es ese Pepe?  Pregunta poniendo cara de "lila".

CRISTINA —Creo que le conoces, es un antiguo novio mío.

SERGIO —¡Ah! sí! Vuelve a poner la cara de "capullo".

CRISTINA —¿No me pediste un día aquí, en nuestra cama, que te gustaría verme con otro? ¡Pues hala! ya te he dado ese placer.

SERGIO —No cariño. Te dije que me gustaría verte hacer el amor con otro. No que follaras por tu cuenta y riesgo.

Escena 7ª. Sergio se percata de que algo h fallado en la trama

De súbito comprendí que algo había fallado. ¡Algo terrible! Yo era la víctima de mi propia conspiración. Mi mujer no pretendía darme el placer de verla en los brazos de otro. ¡No! Lo que hizo fue vengarse de mi fingida infidelidad pagándome con la misma moneda.

¡Dios mío! ¡Pero cómo no lo pude prever! Quedé preso de mi propia incongruencia. Y ahora, ¿qué hago yo? Llorar, sólo pude llorar y maldecir mi estúpido morbo.

¿No quería sufrir? Pero juro por Dios que padezco un sufrimiento horrible, y cuando me dijo, viéndome la cara de amargura:

CRISTINA (Poniendo cada vez más cara de puta) -Lo que siento es no haber hecho el amor con Pepe cuando éramos novios. Es un volcán, una fiera, un ángel, una "bestia de cama". Los orgasmos que me ha dado son celestiales. ¡Vamos! Qué comparado con los que tú me proporcionas, ni punto de comparación.

Juro que quise matarme. A ella no, puesto que es lo que más adoro en este mundo. ¡Pero yo! Imbécil de mí. ¡Mal haya mi destino!

CRISTINA —Ya sabes cariño, una infidelidad con otra infidelidad se paga.

¡Maldito morbo de mierda! Lo que pensaba iba a llenar mis inquietudes sexuales de ricos matices, se tornó en una angustia vital, pero no pude resistir la tentación de preguntarle.

SERGIO ֫—¿De verdad, de verdad que has gozado con tu ex novio? Le pregunté con cierto miedo de saber la respuesta.

CRISTINA —¿Quieres te lo cuente todo con pelos y señales? Me preguntó con una sonrisa maliciosa.

Ya que sufría, por qué no sufrir del todo, que me lo cuente, y si no lo pudo resistir, me mato.

SERGIO (Con cara morbosa y boca babosa) -Cuéntame, y que Dios me de fuerzas para resistirlo.

Se dio la vuelta, y de costado, mirándome a los ojos, empezó a relatar, lo que me produzco tal erección, que mi alma en forma de pene quería salirse por el pantalón del pijama.

CRISTINA —Me encontré con José de forma casual, en la cafetería donde solemos ir como bien sabes los martes y jueves, debo admitir que me dio un vuelco el corazón al verle, ya que le encontré con los años mucho más atractivo que cuando éramos novios.

El morbo volvía a mis entrañas, el relato de mi esposa me enervaba de tal forma, que estaba empalmado a tope.

SERGIO —Sigue... Sigue...

CRISTINA —Pedí permiso a mis amigas para hablar un rato con él, una vez hechas las oportunas presentaciones me llevó a un rincón de la barra, y la mirada que me regaló rompieron todas mis defensas de mujer honesta. Te juro, y lamento herir tus sentimientos, que me entraron unas terribles ganas de follar con él.

SERGIO —Querrás decir: hacer el amor. Que a ti la palabra follar te da grima. Dije yo.

CRISTINA —No, no, esta vez supe distinguir la diferencia entre hacer el amor y follar. Pues era pasión y deseo lo que sentía en ese momento. Sentimiento muy diferente que sentía cuando era mi novio. Quería follar como una perra en celo, no como una mujer enamorada.

No podía aguantar más. La abracé con enorme pasión con la intención de hacer el amor, como el condenado a muerte, que pide su última voluntad.

CRISTINA —Ni se te ocurra. Me dijo separando mis brazos de sus pechos. Conmigo ya no follas más. Tú, a fornicar con tu querida, y yo con Pepe todos los martes y jueves que él pueda.

Aquel rechazo acabó de hundirme en el verdadero infierno de los celos. El morbo se transformó en algo tan desconocido para mí, que me quemaba las entrañas. Era una sombra, un espectro, un espíritu condenado a errar por el universo de la locura. Una piltrafa de hombre.

Cómo me vería de desconsolado que me dijo:

CRISTINA —¿Sigo?

SERGIO —Sigue. ¡Qué más da ya, si has destrozado mi alma! Sigue, y envíame a los demonios de los celos. Pero si no lo puedo resistir y muero, te juro que agonizo arrepentido de mi infidelidad y henchido de amor hacia ti... ¡Esposa mía!

Continuó el relato:

CRISTINA —Al cabo como de la media hora, me despedí de mis amigas con una excusa que no se la creyeron, ya que en los ojos de ellas vi las estrellas de la complicidad. Qué más me daba ya. Era una esposa engañada, humillada y vituperada. Y me lancé a la vorágine en los brazos de mi ex.

SERGIO —¿A dónde te llevó?  Pregunté otra vez con el morbo subido hasta extremos insospechados...

CRISTINA —A su apartamento. ¡Por cierto! Monísimo y muy coquetón.

SERGIO-Sigue, sigue...  Me temblaban las piernas, y el pene "daba cabezazos sobre el vientre".

CRISTINA —Nada más cerrar la puerta de la entrada, me abrazó, y el beso que me dio...

SERGIO —¿Con lengua o sin lengua?  –Pregunté con el morbo por las nubes.

CRISTINA —Pero mira que eres tonto. Cómo va a ser un beso de dos amantes que van a agotar las fuentes de los manantiales; pues con lengua y hasta la garganta. ¡Y por qué no nos llegaba más!

¡Dios mío! Los labios inmaculados de mi santa esposa mancillados por otros labios de varón. Qué se la metan, lo resisto. Pero los besos de amor me rompen el corazón. Sin embargo le pedí que siguiera con la narración.

CRISTINA —Cómo sólo disponíamos ese día de dos horas escasas, ya que no tenía una excusa para llegar más tarde a casa de lo habitual, me tomó en sus brazos, y me llevo al tálamo de amor sin más dilación. Lamento hacerte daño, y sé que las comparaciones son odiosas, pero...

SERGIO —Pero ¿qué? Inquirí con angustia.

CRISTINA —No te enfades, ¡eh! Pero tu miembro viril al lado del de él, es como comparar un cacahuete con un calabacín.

Aquí sí que me "llevaron los demonios". Se me saltaron dos lagrimones como dos cebollas del sentimiento y la agonía que me entró.

SERGIO —¿Te lo lamió? Preguntó con la voz trémula.

CRISTINA —¿Qué si me lo comió? ¡Bueno! me lo rebañó hasta la última gota.

SERGIO —¿Tú a él no se lo lamiste, ¿verdad? Porque eres tan asquerosa para esas cosas, que ni yo he conseguido que me la chupes.

CRISTINA —¡Pues mira no! –Se la vi tan hermosa y tan sonrosada, que me pareció un helado de fresa, y se la chupé hasta que dijo basta, ya que quería eyacular dentro de mí.

SERGIO —¡Se pondría condón! ¿Verdad? Dije todo alarmado.

CRISTINA —Para qué, si Pepe derrocha salud por los cuatro costados.

SERGIO —¡Pero y si te ha dejado embarazada! ¡Ay! Dios, qué disgusto.

CRISTINA —Creo que no, porque estaba fuera de los días fértiles. Pero nunca se sabe

SERGIO —Y lo dices tan tranquila

CRISTINA —Para que me voy a preocupar, si tú has roto nuestro matrimonio. Me importa un comino lo que venga ya.

SERGIO —¿Y si viene un niño! ¿Qué dirán nuestras hijas?

CRISTINA —¿Pues no quieran ellas un hermanito, y tú un niño? ¡Ojalá venga un varón!

SERGIO —¿Y te la metió toda? Preguntó para volver al tema que le estaba matando de celos.

CRISTINA —Pero que tonto eres. ¡Pues claro que me la metió toda! Y más que hubiera tenido.

SERGIO —¿Tú arriba, o abajo?

CRISTINA —Lo hicimos de todas las posturas, pero nos corrimos él encima, de los empujones que me dio, por poco incrusta sus testículos en las sábanas.

No pude soportar más el morbo, me fui como alma que lleva el diablo al servicio para vaciar los míos que amenazaban reventar.

Escena 8ª. Sergio revienta de celos.

He dormido en el sofá. Son la 09:25 horas. Me levanto sudoroso y con la boca seca y amarga, pero tranquilo y sosegado, he de tomar una determinación urgente.

¿Qué futuro me espera después de todo lo que ha pasado?

Mi esposa se halla en el servicio, más esplendorosa que nunca. Pienso: -¡Pero que putas son las mujeres! Basta que se las folle otro, para que recuperen la lozanía perdida.

CRISTINA —Hola cariño. ¿Qué tal has dormido? Me pregunta con cierta sonriendo y con cara de guasa.

SERGIO —¡Pssshhh! Regular.

CRISTINA —¿Por qué te fuiste al salón a dormir?

SERGIO —Comprenderás, que después de tu historia de anoche, necesitaba pensar para aclarar nuestro futuro.

CRISTINA —¿Y qué has pensado?

SERGIO —De momento nada definitivo.

CRISTINA —Pues yo lo tengo muy claro...

SERGIO - ¡Ah! Sí. Pues que bien, me figuro que me pedirás el divorcio, y te irás a vivir con Pepe.

CRISTINA —Ven, que te voy a contar otra historia.

SERGIO -—¡No, por favor! Qué con la de anoche he quedado hasta "los mismísimos" de historias extramatrimoniales.

CRISTINA —Ven tonto, ven, que no es lo que te imaginas.

Me dispuse a escucharla, pero le rogué que no entrara en detalles, ya que mi morbo se había convertido en una pena tremenda, y que asumía mis errores y estaba preparado para asumir mi condena.

Me tomó de la mano muy tiernamente, me miró a los ojos con dulzura, me dio un beso en los labios a la vez que decía:

CRISTINA —Hace aproximadamente un mes, me llamó tu secretaria Marta…

Hice ademán de hablar, pero me puso sus dedos en mis labios para que callara.

CRISTINA —Calla y escucha. Cómo te decía, me llamó Marta una mañana para decirme que quería hablar conmigo de algo muy importante y vital para nuestro matrimonio. Quedamos esa misma tarde, ya que estaba muy intrigada. ¿Qué podría ser? Sé, que tu secretaria es una mujer muy discreta, incapaz de jugarme una mala pasada. Por eso iba bastante confiada de que no sería nada malo. Quedamos en una cafetería y me contó todo.

SERGIO —¿Todo? Preguntó con carita de lelo

CRISTINA —Todo, hasta lo de sus bragas en la guantera.

Quedé petrificado; no sé si de contento o de estupor.

SERGIO —Entonces a que vino la historia de anoche. Pregunté mal humorado

CRISTINA —Vino, para que te des cuenta de que las fantasías si no se remedian a tiempo, pueden causar grandes estragos en las parejas.

SERGIO (PENSANDO) —¡Qué razón tenía!  ¿Pero a José si le viste?

CRISTINA —¡Claro! que le vi, "cacho cabrón" Si tú le enviaste a mis brazos.

SERGIO (Boquiabierto) —¿Y.…?

CRISTINA —Pues como ya sabía por Marta toda la trama, le di "puerta" a las primeras de cambio. Se fue el hombre "con el rabo entre las piernas y las orejas gachas".

Miré al cielo, di un suspiro que salió de mi pecho como un vendaval. Daba gracias al Señor de haber iluminado a Marta mi secretaria. ¡Oh! Gran virtud la amistad

SERGIO —Cariño, esa es la verdad y nada más que la verdad. Y agradece a Marta su rasgo de fidelidad y de sentido común hacia "el cabeza loco" de su jefe.

SERGIO —Una pregunta final cariño. - ¿Qué hubieras hecho si Marta no te avisa de mi trama?

CRISTINA —Bueno... ¿No dices que me quieres ver …?  con otro.

Tapé su boca con mis labios, y sólo dije:

SERGIO —Mientras yo viva "a ti no te toca ni Dios". Sólo yo, y nadie más que yo.

Fuimos a la habitación, y esta vez, sí que de verdad agotamos todas las reservas de los manantiales del amor.

Moraleja: Si de verdad amas a tu mujer, no hagas con ella como el agua que no has de beber.

FIN 

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Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo IV

Arrepentidos los quieres Dios. Capítulo 3º

Arrepentidos los quiere Dios. Novela de 68 cap.