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Mis cuentos inmorales (Entrega 14)

en Grandes Relatos

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MI PRIMER AMOR

Seguramente los chicos de hoy no sentirán las emociones que sentíamos los de hace 50 años cuando subíamos las escaleras que conducían al piso donde íbamos a echar el "kiki".

Ya he dicho que aquellos años el follar fuera del matrimonio con una chica decente era un milagro. Aquella sociedad machista a las que se quedaban embarazadas por culpa de un mal hombre no las consideraban decorosas; eran repudiadas, y si vivían en un pueblo pequeño tenían que irse a una capital a servir o a prostituirse.

Esta feo que lo diga, pero uno tuvo unos veinte años primorosos. Hoy pasaría como un mozo más, pero en aquellos años el medir 1.80 metros, el pelo moreno y ondulado "molaba cantidad". Por eso tuve el privilegio de enamorar a más de una moza que se "mojaba las braguitas" con sólo pensar en mí.

Mi problema residía en la moral. Jamás premedité un engaño ni hice promesas a moza par lograr sus favores. ¡Lo juro! por lo que me era muy difícil llevarlas al catre si no era con promesas de matrimonio; mi conciencia me lo prohibía, por lo que con las que ligaba el sábado les decía muy claro, que de noviazgos nada. ¡Y claro! Así era casi imposible "meter", y el lunes se acaba el ligue. Lo triste es que ellas lo deseaban tanto o más que tú, ¡Pero amigo..! Estaban muy bien aleccionadas por sus madres...

-Hija.. "La peseteja" bien guardada entre las bragas hasta la noche de bodas.

Como era un mocito bastante escrupuloso y selectivo, eso de ir con putas de 25 pesetas "elpolvete" no me molaba. Y como no disponía de las doscientas o más pesetas que te costaba una puta de lujo del Café de Levante,Chicote o El Abra... ¡Pajas a diestro y siniestro!

Pero un día conocí a la que fue mi novia durante casi tres años, Lourdes se llamaba, (y me figuro que así se seguirá llamando). Me enamoré como un cadete y bebía los vientos por ella; nuestros contactos sexuales se limitaban a lo besos y tocamientos por debajo de la braguita, y por la bragueta; nada más.

Al año de novios, fue Lourdes la que me propuso que hiciéramos el amor. Un servidor que se creía conocedor del alma femenina ¡Sí... sí! dejaba para después del altar el hacer el amor. Debo decir aunque hoy no se comprenda, que para un joven de aquellos años el desvirgar a la novia en la noche de bodas, era un rito sacro santo. Y aunque te la hubieras desvirgado un día antes de la boda, ya no era lo mismo. ¡Pero que candorosos éramos! ¿Verdad?

Anduve varios días buscando una habitación porque en un hotel imposible, exigían el libro de familia, y en un hostal o pensión asquerosa no me apetecía. El marco es tan importante que el cuadro, follarme a Lourdes en una pensión dedicada a recibir parejas no me seducía.

Pero un buen día surgió la solución. Un cliente con el que tenía cierta confianza al comentarle mi problema, me dio el teléfono de una señora viuda que vivía en el Barrio de la Concepción de Madrid, y que por motivos económicos cedía sólo por las tardes una de sus habitaciones a personas recomendadas o de mucha confianza.

Llamó a la señora, porque a mi me temblaba la voz y los nervios no me dejaban articular palabra. Me concertó la habitación a las seis de la tarde de un día laborable, y podía disponer de su uso hasta las nueve de la noche. ¡Tres horas, madre mía! ¡Tres horas con mi amada Lourdes en la cama..! No me lo podía creer.

Recuerdo que era un tercer piso y el ascensor no funcionaba. Era la primera vez que me iba a la cama con la mujer que amaba intensamente, y la emoción era tan enorme, que hoy al rememorar, me sigo emocionando.

Nos dijo la señora que no entráramos juntos para no despertar sospechas en los vecinos, pero Lourdes me pidió que no subiera muy lejos de ella, que le daba como cosa subir sola.

Subía a unos tres o cuatro pasos detrás por aquellas escaleras. Y aunque nos conocíamos desde hace más de un año, me parecía que le había conocido esa misma tarde. Nunca había reparado en su culo de esta forma tan intensa como estaba reparando en ese momento. Llevaba una falda, creo que se llamaban de tubo, y una blusa; era un mes de Junio. La redondez de su tafanario me impresionó como nunca. ¡Bueno! La verdad es que nunca había reparado en aquellas caderas tan rebosantes, porque mis ojos siempre se posaban en los suyos o en sus labios.

Sin embargo la emoción que sentía era muy distinta a la misma situación que se dio con Celia cuando subía las escaleras hacia la cama del marqués. Con Celia y Josefa sentí emociones digamos terrenales, ya que sabía muy bien que iba a follarme a dos coños.

Con Loudes, mi novia, mi amor, de la que estaba tan enamorado, la emoción me embargaban tanto el corazón y el alma que llenaban todas mis neuronas de sensaciones desconocidas pero excelsas.

Sus nalgas marcadas a través de su falda, y acentuadas por los movimientos ascendentes de sus piernas, me impresionaron tanto, que sólo pensar que dentro de unos minutos podría repicar en ellas "mi badajo" como el de la torre de una Iglesia en la campana, el corazón me hacía... ¡Pom...pom...pom...!

Las piernas si que las conocía muy bien, sobre todo sus rodillas; ya que sentada con las dos juntas, se semejaban a dos columnas del Olympo, y de pie, a una autopista llena de curvas; eran (y seguirán siendo) piernas de locura.

Cada peldaño que subía, una de sus caderas se elevaba sobre la otra, dando a su precioso culo, una dimensión para mi desconocida.

El momento más emocionante. Tres horas con Lourdes

 

Como digo, cada escalón de la escalera que conducía al tálamo del amor, magnificaba las nalgas de Lourdes a fases por mí desconocidas.

-¡Joder! Pero que pedazo de culo tiene mi novia, y yo sin enterarme hasta hoy.

Recorda cuando hablamos de la posibilidad de hacer el amor como Dios manda, en una cama, no el la oscuridad de una calle o en el banco de un jardín, era ella la que me animaba. Me decía:

-Qué ganas tengo cariño de que me rodees con tus brazos desnudos, y sentir tu pecho desnudo junto al mío. Sentirme penetrada por "el macho", es algo que me lleva a límites extra sensoriales.

  -También a mí, cariño, pero ya sabes que no podemos ir a un hotel, nos pedirían el libro de familia; pero pronto vamos a solucionar el asunto; un cliente me ha hablado de una señora que alquila habitaciones a las parejas de mucha confianza, y me va a recomendar.

-Qué ganas tengo... Félix. Qué ganas tengo de sentirte dentro de mí.

También recuerdo el salón de aquella cafetería de la calle de Alcalá casi esquina a la calle de Conde de Peñalver; allí pasábamos muchas tardes tocándonos las partes íntimas.

La emoción aumentaba en mis entrañas en tal cantidad, que temía que colapsara en el momento de la verdad todas mis funciones viriles. Esa duda me asaltó, ya que la contemplación de las cachas de Lourdes tenía que ser motivo suficiente para "empalmarme" a tope. ¡Pero no! No me la sentía entre las piernas.

-¡Pero leche! Que me pasa. –Será la emoción del momento la que paraliza mi sangre.

Llegamos al piso, y juro que los segundos que tardamos en subir fueron tan emocionantes que hoy, al cabo de más de cuarenta años no recuerdo haber sentido tan intensa conmoción. Echar un "polvete" a la mujer de tus sueños en aquel entonces, era una emoción que jamás sentirán los jóvenes de hoy. ¡Eso que se pierden!

Llamó ella a la puerta, mientras yo estaba fuera del rellano, tal como nos indicó la señora. Lourdes entró, esperé como un minuto (que me pareció una eternidad) y entré.

La puerta había quedado entre abierta para no tener que volver llamar al timbre otra vez.

Era un piso muy acogedor, amueblado con sencillez, pero con mucho gusto.

-Su novia le espera. Es la habitación del final del pasillo. –Me dijo la señora, una dama, parecía una gran señora. Ese detalle tanto me satisfizo, el creer que Lourdes y yo, estábamos en buenas manos.

-Le importa caballero. ¡Me llamó caballero! Abonarme ahora, son cien pesetas –Me dijo con mucho tacto y delicadeza.

-¡Cómo no señora! Le di ciento veinticinco pesetas, para que viera que aunque pobre, era un hombre rumboso.

-Gracias y que disfrutéis. Ya saben que a las nueve debe quedar libre la habitación.

-Seguro señora. A esa hora nos marcharemos.

Recorrí aquellos diez metros de pasillo que terminaban en el receptáculo donde me esperaba mi amor, y abrí la puerta con mucha delicadeza, pero con tanta emoción que me sentía más que en la Tierra en el Cielo. Daría parte de mi vida por volver a sentir aquellas emociones que embargaron mi alma.

Allí estaba mi diosa,

sentada en el lecho.

¡Qué hermosa rosa!

¡Dios! que he hecho

para merecer tal cosa.

 

Lourdes me miró con carita asustada, temblaba, como si se diera cuenta en ese momento que estaba cometiendo un pecado terrible.

-Tranquila mi amor. – Le dije acariciando sus cabellos rubios. Es tan grande nuestro amor, que hoy será confirmado por Dios. No se de donde me salieron aquellas palabras, ya que un servidor nunca ha sido un hombre de fe.

-Lo que vamos a hacer no es pecado, cariño. –Mira como nos sonríe el Cristo de la cabecera. -Sabe muy bien que lo nuestro no es lujuria ni bajas pasiones; es la confirmación de un amor puro y casto.

Lourdes quedó convencida, ya no temblaba. Tomé la iniciativa armándome de valor; ya que aunque era la tercera vez que compartía lecho con hembra, era la primera vez que me hallaba en tal excepcionales circunstancias.

La besé en los labios a la vez que delicadamente la tumbaba boca arriba en el lecho. Ella rodeo mi nunca con sus manos, y me ofreció su lengua para que la succionara. Cosa que hice con delicada pasión, y al límite del paroxismo.

Fue la tarde más emocionante que había vivido hasta ese día; emoción que no creo que un chico o una chica de hoy puedan sentir, ya que el sexo para la juventud actual es algo cotidiano, y que aunque evidentemente sigue reportando al cuerpo mucho placer, al alma no le concede esa catarata de emociones que por razones de la educación sexual de la época los jóvenes si percibíamos con inusitado candor.

Hoy me causa hilaridad mi actitud; pero entonces procuré ser para ella, ese caballero andante, o ese príncipe enamorado que se ha sublimado ante su amada, y que postrado a sus pies desea ser su amante perfecto.

Pero con veinte años y primerizo en las artes del amor, por mucho que te quieras esforzar no puedes ser ese amante que deja a la hembra al borde del extasis de la locura.

¡Joder Lourdes! Si te hubiera pillado hoy, te juro que te hubiera postrado a mis pies suspirando mi amor para toda la vida; aunque también hoy me doy cuenta que para ti pudo más el egoísmo que el amor, ya a los pocos días de creer que nuestro amor había quedado allí encriptado, me despidió para siempre con aquellas cuatro palabras.

He dejado de quererte.

Lourdes. No creo que leas esta relato, han pasado 43 años, y sé que estás casada, pero si por un casual, llegara a tus ojos, eres parte y testigo, de la realidad de lo que digo.

 Que te vaya muy bien, te lo deseo de verdad.

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Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo XV

Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo IX

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