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Mis cuentos inmorales (Entrega 8)

en Grandes Relatos

Los líos amorosos de un niño guapo

 

Capítulo 1

 Debo decir aún a riesgo de parecer un pedante, que tuve veinte años esplendorosos teniendo en cuenta la época: año 1960.

Medir un metro ochenta, una mata de pelo negro como el azabache, un rostro agraciado, y andares de torero, no es de extrañar que las mozas contemporáneas me vieran como a un "latin lover", y vinieran a mis brazos a la menor insinuación. (Aunque me gustaba más que ellas se me insinuaran)

A la sazón, la mayoría de edad era a los 21 años, pero voy a empezar mi repaso mental desde los 18. Aunque desde los 14 hice mis pinitos sexuales con aquellas vecinas que me provocaban, voy a omitir relatar ese período no sea que algún lector o lectora pudibunda me acuse de pederasta.

Además, que más que follar fueron tocamientos y besos castos y puros, ya que los años cincuenta para un chaval de 15 años, sin una peseta en el bolsillo, el follar no es que fuera difícil, era un milagro, puesto que la inmensa mayoría de las chicas eran "decentes"; y aunque "les picaba" exactamente igual como "les pica" a las de ahora, no permitían a las primeras de cambio que se "lo rascara" el chico que acababa de conocer en el baile. Se aguantaban lo indecible las muy puñeteras.

Mi primera novieta

 Se llamaba (y se seguirá llamando) María; pero como entonces estaba de moda Paul Anka y su canción Diana, le dio por llamarse como la de la canción; así que un servidor le llamaba Diana.

La conocí en el verano de 1958, por lo que ya tenía los 17 cumplidos, y a punto de los 18, puesto que nací en el mes de Octubre de 1940. Sucedió en el club La Tuna, local de moda para los jóvenes de cierta clase, aunque no tuvieran dinero.

Según mis normas, antes de lanzarme a sacar a bailar me dedicaba a observar, sobre todo que fueran altas, ya que bailar un alto con una bajita aparte de antiestético es incomodísimo.

La vi, y me cautivó su cara (sobre todo sus labios y su melena rubia) era una muñeca, simplemente preciosa. Sólo tenía un defectillo, las piernas; muy delgadas y sin forma, parecían como la de la canción "Popotitos": -Qué tiene unas piernas que parecen palillitos...

-¿Bailamos? Le dije adoptando esa pose del galán que está seguro de si mismo.

Estaba sentada en una de las mesas, tomando un "San Francisco", bebida típicamente femenina. Mi miró a los ojos en una posición algo forzada, ya que por motivos de la ubicación y del espacio del local me hallaba casi detrás de ella. No lo dudó, me dijo.

-Sí.

Efectivamente era alta, medía 1,69 estatura ideal para mis 1.80.

Una vez en la pista, nuestros ojos no se apartaban el uno del otro, y es cuando vi de cerca el esplendor de su rostro. La abracé con mi mano derecha por su cinturita, y con la izquierda tomé la suya, que asida de la mía la llevé a mi pecho, a la altura de mi corazón. Su otra mano libre la asentó en mi otro hombro, muy cerca de mi nuca, (casi acariciando mi pelo)

-¡Joder! Pensé para mí. Se me va a dar esta moza.

Intenté atraerla a los dominios de mi bragueta, con la pretensión de "restregarle la cebolleta" pero ella lo impidió con su brazo izquierdo, el que tenía apoyado en mi hombro derecho. Y con una mirada de desaprobación a mi actitud, pero no me hizo ningún reproche verbal.

Bailamos y bailamos, y como nos estábamos enamorando por momentos, ninguno hacíamos intención de abandonar la incipiente relación que se adivinaba excitante. (Y así fue durante casi un año)

Nuestro primer beso

 Acaeció en el Parque del Retiro de Madrid, a los diez días de habernos conocido y a punto de oscurecer.

-¿Quieres ser mi novia, Diana? Le pedí tomando sus manos.  (Seguramente poniendo cara de lila)

-Sí, Félix, deseo ser tu novia.

No es que fuera un experto besucón de labios de mujer; pero me fijaba mucho como besaban los galanes de moda del cine american: Errol Flyn, Gark Gable o Tyrone Power, y procuraba imitarles.

-No Félix, la lengua no, que esos no son besos puros de novios.

La verdad es que la represión sexual era brutal, los curas lo primero que te preguntaban al confesar era si habías cometido actos impuros, y el cometerlos era pecado mortal, de los que te condenas al infierno eternamente. Por lo que uno para no contrariarla, posaba sus labios dulcemente en los de ella. Y las manos quietas, a lo sumo abrazarla por la cintura o por los hombros.

¡Por fin aceptó la lengua!

 Fue en el mismo banco, a las pocas semanas. Nos solíamos ver casi todos los días, ya que vivíamos relativamente cerca, y próximos al Parque del Retiro; lugar en donde las parejitas sin recursos económicos para tener su nidito de amor se amaban al amparo de aquellos frondosos árboles y setos; pero con un ojo puesto en la teta de la amada, y el otro atento a que el guarda que vigilaba el parque no te descubriera; ya que la consecuencia de aquel ardor juvenil, era una multa y el apercibimiento a tus padres de tal "criminal" acción.

Esa tarde vi a una Diana distinta; la verdad, que nunca he sido un buen psicólogo del alma femenina; posiblemente porque estaba poseído de una vanidad demasiado grande. Aquellos mis dieciocho años no me dejaban analizar el mundo femenino y sus consecuencias, quizás por estar tan poseído de mí mismo.

-¿Qué te pasa mi amor? Te noto algo alterada y sofocada. Le dije al observar sus mejillas sonrosadas y su respiración más agitada que lo habitual.

Al acercarme más, con la intención de darle un beso, me sobrevino un olor que enseguida identifiqué que provenía de su sexo; efluvio que alteró mis neuronas, y que me produjo unas extrañas sensaciones.

Se percató de mis incertidumbres y plasmó su boca en la mía, abriendo la suya y ofreciéndome la lengua que introdujo en mi cavidad bucal ante mi asombro.

Fue un beso interminable, nuestras lenguas entrelazadas se rozaban apasionadamente como queriendo fundirse en una misma. Llegó un momento que tuve que despegar mi boca de la suya, pues me faltaba la respiración. Sólo fui capaz de decir.

-¡Pero! ¡Pero! María. ¿Y esto? ¿A que es debido? ¿No decías que los besos con lengua son impuros?

-¡Pero mira que eres panoli, Félix! Qué poco conoces a las mujeres.

-Bueno María, la verdad, es que tú eres mi primera novia formal, y trato de ser ese hombre capaz de merecerte; por eso no quiero llegar a donde quizás no me lo permitas.

-Pues hoy te pienso permitir todo, para que veas lo mucho que te quiere y te desea tu novia.

Aquel aroma procedente de "sus abismales" me enajenaba; cada vez era más intenso e inundaba mis fosas nasales del perfume que me enajena y me sublima, y que de la mayoría de las mujeres (menos la Venancia) emana de sus "parterres". Tomó mi mano izquierda (estaba sentada a mi derecha) y la condujo sutilmente por debajo de sus faldas y por el enramado de sus piernas, hasta llegar al final de aquel valle.

-Tócame por favor, ¡tócame Félix! Hoy necesito sentirte.

Se abrió de piernas para que mis dedos pudieran descorrer aquella cortina de blondas y sedas, y mis dedos temblorosos se introducían por aquella braga buscando el tesoro que custodiaban.

-¡Así! ¡Así! Félix ¡Así! me decía entre suspiros y jadeos.

Estaba tan nervioso que no me percaté hasta bien tarde, que me estaba desabrochando los botones de la bragueta (entonces no llevaban cremallera), y sólo cuando sentí su mano acariciándome, percibí de la realidad.

Las manos de María alternando en las caricias los 18 centímetros de mi verga a punto de estallar, (cuando no la acariciaban las dos a la vez), me volvían loco. Era la primera vez que una mujer me masturbaba.

Mis dedos seguían manipulando aquella rosa tan mojada, y se deslizaban con pasmosa suavidad de arriba hacia abajo y viceversa, ante los suspiros y jadeos de Diana María que no cesaba de repetir.

-¡Ah! Así, así cariño... sigue así y no pares. ¡Qué bien me lo haces!

La verdad, no sabía como lo hacía, ya que era el primer coño que de verdad tocaba; pero sus muslos se cerraban en torno a mi mano hasta el punto que me impedía moverla. Se retorcía de placer; lo notaba en sus ojos entornados y en olor tan excitante que emanaba de "aquella rosaleda".

Un impulso me hizo apartar la mano de aquel horno para oler mis dedos; y efectivamente, volví a creer que el olor de una mujer en celo es el aroma más excitante que he olido en mi vida. Desde entonces, todas la vulvas de las que he gozado lo primero que hago es olerlas; y aunque los exudados de las mujeres varían de intensidad según el Ph de las portadoras, solamente su perfume me eleva los sentidos, y el pene a sus máximas cotas de altura. Evidentemente me refiero a las mujeres limpias, que a esa edad son todas, y cuidadoras de su higiene íntima.

-No quites la mano cariño, que estoy a punto. Me dijo casi suplicando.

Seguí moviendo mis dedos alrededor de su vulva, introduciendo el medio y el índice en su vagina, acción que le hacia mover el culo hacia adelante en suaves convulsiones.

Supe que se había corrido porque centró sus manos en mi pene, mi mano chorreaba, y porque ya no me pedía más; era ella la que ahora me daba.

Saqué el culo del banco, y lo puse en el borde del mismo, estiré las piernas de modo que aflorara por la bragueta en su totalidad; y me saqué los testículos para que con la otra mano los pudiera sopesar bien.

-¡Jolín! Félix, qué cataplines más gordos tienes.

¡Cierto! tengo un par de huevos que da gusto mirarlos (y más tocarlos) además, a esa edad los tenía muy duros y bien pegados al culo.

Saqué el pañuelo a toda prisa, pues la catarata de semen anunciaba su llegada. Tan inminente era, que el primer disparo fue a incrustarse en su blusa color azul celeste, y en su ojo izquierdo.

Fue inusitado, sencillamente maravilloso. De verdad que estaba colado por aquella niña de 17 años, y a pesar de mi inexperiencia, gocé de lo lindo.

Hoy al recordar, y con la experiencia sexual acumulada, pienso que podría haber sacado más placer de aquella situación. ¡Pero claro! no contemplo que tenía 18 años.

Desgraciadamente, mis sueños hacia aquella niña se truncaron. No era aquella que decía que los besos de los novios deben ser sin lengua, y que yo idealicé.

Un día, Manolo, uno de mis más íntimos amigos me dijo.

-Félix, no sé si hago bien en decírtelo, pero a tu novia la he visto en la discoteca Studio dándose el lote con un menda.

No lo podía creer, mi niña pura y casta poniéndome los cuernos.

La seguí un día que me dijo que no podía salir, y lo que hizo fue quedar con un chico bastante mayor que ella, y por lo visto un torerillo de poca monta que no llegó a triunfar.

Efectivamente, se dirigieron a la disacoteca Studio, y allí la pillé abrazada a aquel menda.

-¡Joder! que disgusto. Me sentí cual Otelo devorado por los celos. Pero de nada sirvieron, la culpa no la tenía aquel hombre; y opté por lo más prudente: saludarla como si nada hubiera pasado, tragármelos y seguir viviendo.

En mis memorias le dedico estos versos.

Dentro de poco, los dieciocho cumplirían

cuando conocí a la que dijo llamarse Diana,

pero su nombre verdadero era María.

Paul Anka y aquella canción de fama,

posiblemente le cautivaría

por eso apodarse “Diana”, le dio la gana.

Nuestros besos eran puros y castos

y aunque mis recuerdos ya menguan,

decía Diana, que eran muy bastos

los besos apasionados con lengua.

Un servidor no daba abasto

besando aquellos labios sin tregua.

Guapa era la moza, ¡Guapa, si señor!

pero flaca y piernas “de madero”.

Pero en sus labios, un cálido candor,

Por eso fui tan majadero.

Me ahogué en las efluvios de su olor,

y aquel amor se fue por un sumidero.

Me la pegó la muy mala con un torero;

Emilio, creo recordar que se llamaba,

un disgusto me costó, os soy sincero.

¡Dónde fueron aquellos besos que le daba!

¡Dónde fueron Diana, aquellos te quiero!

¡El amor a mi puerta ya no llamaba!

¡Ay! de esos amoríos de mocedad

en aquellos años tan sombríos;

hervía la sangre debido a la edad

todo era ardor, ¡Qué poderío!

Y las mozas con su virginidad

no bebían el agua “de aquel río”.

Pero veinte años más tarde

(la de vueltas que da la vida)

la niña Diana hizo un alarde:

(pues era muy extrovertida)

intentó a este moreno ligarle.

Un día por aquella avenida.

casada y con dos doncellas,

me habló de su matrimonio,

y se sus continuas querellas,

mas propias de manicomio

“Ya no veía las estrellas”;

ese fue su testimonio.

¡Qué gran verdad!

segundas partes no son buenas,

se torna en oscuridad,

la luz que iluminó aquella escena;

aquella moza de extraña beldad

¡Hoy ya no merecía la pena!

La niña quiso revivir,

los besos de lontananza,

y lamento mucho decir,

que la que me tuvo en danza

hoy no me pudo uncir:

las cañas se tornaron lanzas.

Qué distinto saben los besos

de aquella que todo era aroma,

recordar me pone el vello tieso

lo digo en serio, no es broma,

aquella boca de embeleso,

mis ínfulas ya no retoman.

¿Recuerdas en Pavillón?

Te llevé a ver a Paul Anka

para escuchar aquella canción

que hasta “las trancas”

me llena tu cara de emoción,

y suspiros me arrancas.

¡Ay! Diana María

que será hoy de ti.

Pero que bonito parecía

¿A qué sí?

Volver allí me gustaría;

Por mis 18 años. No por ti.

Eres un vago recuerdo, Diana,

mi primer amor de juventud.

Dicen, que más pasión desgrana;

pero aseguro sin acritud,

que el amor que más calor derrama,

es el que se alcanza en la plenitud.

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