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Confesiones sicalípticas de un abuelo

en Confesiones

AVISO. Soy Febarsal, aunque mi nick es "Galán Maduro" y mi correo es febarsal@gmail.com

Estoy volviendo a publicar en este medio, cientos de relatos que he publiado hace tiempo. Relatos corregidos y aumentados. Si alguien los ha leído ya, que no me acuse de plagio, ya que a un servidor no le hace falta plagiar a nadie; y que antes se asegure de lo que acusa. O de lo contrario que me denuncie.  Gracias.

CONFESIONES SICALÍPTICAS DE UN ABUELO

 Dentro de unos días voy a cumplir los setenta y uno. Me parece increíble pero cierto. Tengo en la memoria los años de mi juventud más vigentes que los de mi senectud; y aunque sé que es imposible luchar contra la Naturaleza, asumo mi puñetera realidad; pero por eso no voy a dejar de rememorar aquellos maravillosos años que vivieron mis neuronas en su plenitud.

Sin embargo, bajo la perspectiva de como se ve la vida a los setenta años, por muy maravillosos que fueran mis veinte, te dejan un sabor agridulce al darte cuenta ahora que lo extraordinario de aquellos años era la inconsciencia, la ignorancia que se tiene a esa edad, no la razón de las cosas de la vida.

Es común en todos los mortales decir que si volvieran a nacer sabiendo lo que saben ahora, harían mejor las cosas. Creo que no, pues si a los veinte años tuvieras la sabiduría de un hombre de setenta, no ibas a disfrutar de lo que concede la candidez, la ternura, la inocencia y el mocedad, e ibas a rechazar aquello que se descubre en la pubertad y se disfruta como algo asombroso.

Año 1953. El chichi de Carmencita.

El primer "chichi" que tuve delante de mí, fue el de Carmencita. Tendría mi edad: 13 añitos, o quizás uno más. La emoción al ver aquella "rajita" tan sonrosada y con algunos pelitos negros y rizaditos que ya empezaban a florecer por aquel "monte y sus laderas" fue tan enorme que me paralizó la mente. No supe que hacer, tanto que no hice nada. Sólo mirar absorto aquella "rosa encendida" y tocarla con mis deditos con mucha delicadeza, no fuera que se "deshojara".

Si en aquel momento hubiera tenido la mente de ahora, sin duda aquel "precioso conejito" hubiera sido "devorado" con la avaricia del más asqueroso pederasta; y posiblemente hubiera hecho una desgraciada a Carmencita.    No, no me arrepiento de no haber disfrutado de "aquella rosa" tan delicada que la niña me ofrecía seguramente sin tener plena conciencia de lo que hacía.

Pero aquella Flor me subyugó. Soñaba con la "rosa húmeda y cálida" de aquella niña morena alta y preciosa día y noche. Y no sé por qué, esa escena no se volvió a repetir. ¡Bueno! Es que Carmencita no vivía en mi barrio; era prima de mi amigo Manolo, y de vez en cuando visitaba a sus tíos. Y aquel "inusitado cuadro" fue producto de ¡vaya usted a saber el porqué! Pero no se volvió a repetir.

Aquella escena, sirvió para encandilar mis sentidos. El hacer guarrerías se había convertido a mis 13 añitos en una obsesión. Pero en aquel entonces, el follar (como se dice hoy) era algo tan imposible de alcanzar para un niño como yo educado bajo los preceptos de la Santa Madre Iglesia; era como conseguir un sueño irrealizable.

Era pecado mortal, sí, mortal, de esos que te condenan al fuego eterno para la eternidad. ¡Y coño! Qué un chumino no merecía la pena tanto sufrimiento. Pero esa idea te duraba menos tiempo de lo que tarda en cocerse un espárrago; y al momento, otra vez con "la pilila tiesa" soñando con lo prohibido.

¡Cuántas pajas me hice pensando en tu coñito Carmencita! ¡Cómo te recuerdo! Jamás te olvidaré. ¿Por qué tanto me sublimabas?

Mi primera "gayola"

No sé si fue mi primera "paja", pero sí que la recuerdo como la primera, ya que me la hice inmediatamente después de ver el chichi de Carmencita, ¡y por supuesto! Que fue a su salud.

Parece mentira como se quedan grabados en el cerebro los recuerdos, sobre todo aquellos que te fueron gratos. Y lo peor, también quedan grabados los ingratos; pero de estos no voy a recordar ninguno, ya que se me pone la carne de gallina, y me entran tiritonas al evocarlos.

No puedo precisar la fecha ni la hora, pero si recuerdo que estaba solo en la cama en la que dormía con mi hermano. El chichi de Carmencita lo tenía tan incrustado en el cerebro, que me parecía que todo el mundo de mi alrededor lo podía ver.

También recuerdo perfectamente aquel aroma; sí, fue la primera vez que supe como olía "la flor" de la mujer.

Debo hacer un inciso, para relatar algo que tiene relación con los olores corporales. Había una señora muy mayor que solía ayudar a mi madre en las tareas domésticas; y cada vez que pasaba por mi lado, el aire que respiraba en ese momento parecía estar impregnado de un tufillo que mis fosas nasales intuían que procedía de "sus fondillos". Un tufo que me resultaba algo asqueroso, y me preguntaba: ¿Olerán todos los chuminos cómo este?

Y como no había olido ninguno en su verdadera fragancia natural una vez pasado por el bidé... ¡Bueno! a la sazón por la palangana, porque el bidé no se conocía en las casas de los pobres, o al menos en la de mis padres, no lo había; no tenía conocimiento claro del olor íntimo de la mujer.

Me decía: "cómo todos huelan igual que el de esta señora, mucho me temo, que no voy a catar de esa sopa". Y no es que fuera un niño asqueroso, pero aquel olorcillo a añejo, me tenía algo inquieto y preocupado.

Pero no. De repente me vino el recuerdo del olor del chichi de Carmencita. Debo aclarar, que cuando tuve a centímetros de mis narices aquel "clavel reventón", sus vapores inundaron mis sentidos, llenándolos de sensaciones tan deleitosas que desde entonces no concibo hacer el amor sin sentir la fragancia de la hembra en celo. Porque por lo visto, cuando la mujer está en ese estado sus hormonas emiten "ese perfume" tan especial, que para el hombre es bálsamo de vírgenes que le traslada "al séptimo cielo".

¡Qué diferencia de aromas, Señor! El perfume de "su amapola" me producía tales sensaciones y emociones, que (gracias a Dios y a Carmencita) descubrí que el olor de una hembra, es sin duda uno de los bálsamos o aceites que inundan intensamente la libido del hombre.

Y es verdad; al recordar aquella fragancia, mis "carnes colgantes" sufrieron como un estremecimiento. Aquellos "dieciocho centímetros" parecía que querían liberarse de algo que les constreñía.

Efectivamente ¡Ay que joderse! Que sabía es la Naturaleza. A mí no me enseñaron como ahora pretenden enseñar a los chavales asignaturas sobre la educación sexual. Ni puñetera falta que me hacía; la Naturaleza es la mejor educadora para los temas de "la braga y la bragueta", y te lo enseña todo con naturalidad, sin falsos conceptos morales.

Pues como decía, "aquello" se puso más duro que "el cerrojo de un penal". El olor de Carmencita volvía a mis fosas nasales que las inundaba con sus fragancias de morena sureña, creo que de Motril. (Es que las "granadinas" tienen un encanto especial)

"Aquel nardo" reventó a las primeras "vueltas de manivela", dejando en aquellas sábanas viejas, pero blancas, (mi madre las lavaba con añil), las huellas de la primera y maravillosa sensación sexual que tuvo este imberbe a sus trece añitos.

Mis erecciones pensando en Isabelita

Lo recuerdo con mucha alegría, pues júbilo es lo que me producía mi vecina Isabelita. Era (y me figuro que lo seguirá siendo) una preciosidad de mujer: delgadita, alta, morena con el pelo largo, y una carita de muñequita. Todavía siento en mis brazos su talle el día que en la cocina de mi casa nos quedamos solos, y bailamos una melodía imaginaria.

Mi hermana era amiga de su hermana; y como nuestras respectivas casas se comunicaban a través de un patio de luz interior, las relaciones familiares eran bastante frecuentes.

Tendríamos la misma edad, mes más o menos, aproximadamente unos trece años en el tiempo de este relato. Año 1954.

Ya se me había pasado el síndrome de Carmencita, pues como digo antes, no vivía en el barrio, y la dejé de ver después de "aquello" tan bonito. Pero sí me quedó un bello recuerdo que como ven todavía perdura. Allá donde estés Carmencita, te mando otro beso.

Isabelita era ahora "la niña de mis ojos"; pero no sé si por apocado o por miedoso no me atrevía a insinuarme, no era capaz de hacer realidad mis pensamientos hacia ella.

Debo aclarar, que los niños de aquellos años salvo excepciones, estábamos bajo la influencia de aquel régimen "tan espiritual" que pretendía elevar a los jóvenes a través del alma hacia Dios.

La separación de niños y niñas en los colegios era una muestra evidente para evitar las tentaciones del sexo; puesto que pecar contra ese mandamiento fuera del matrimonio, era uno de los pecados mortales que te mandaba al Infierno sin remisión en caso de no arrepentirte. Por eso no es de extrañar, que cuando a un joven de la época le preguntaban:

-¿Y tú, para que te quieres casar?

La respuesta inmediata era:

-¡Para joder!

Quizás aquel sistema tan excesivo a reprimir toda actividad sexual fuera del matrimonio, fue el que me privó de saborear las mieles de aquellas niñas; y hoy me doy cuenta que me lo pedían casi a gritos, pero a mis trece o catorce añitos ni me enteraba. Y voy a contar porqué.

Era un niño bastante mono; delgadito, muy alto para la época. Mediría por los menos un metro setenta y cinco centímetros, morenito y con cierto aire de galán latino. Pero con un concepto totalmente equivocado del pensamiento femenino: tenía la absurda creencia, que todas las mujeres venían al mundo para ser esposas y madres ejemplares, (como mi madre y mi hermana) ¡Pero qué inocente era!

Recuerdo mil detalles de mujeres solteras y casadas, que me lo pedían casi a gritos, y como digo antes, yo sin enterarme por culpa de ese concepto. También debo de aclarar, que mis inclinaciones sexuales iban encaminadas por la senda del espíritu. Me explico:

Hacer el amor, sólo lo imaginaba a través de una atracción más bien espiritual que material. No concebía el follar por follar; no entraba en mis parámetros sexuales. Con esta mentalidad no es de extrañar, que desestimara aquellas que no entraban en mis conceptos sobre el sexto Mandamiento.

Isabelita era todo deseo, pero como era tan cándido y la respetaba tanto, sólo los satisfacía en la soledad de mi habitación, y entre mis sábanas níveas.

Isabelita me invitó a su casa a merendar

Más recuerdo de aquel momento, es que mis labios estaban plagados de calenturas que me daban un aspecto nada indicado para besar a una chica; por eso me sorprendió que me invitara a merendar chocolate con picatostes, que dijo haber hecho para mí.

Fue por la tarde, pero cuál no sería mi sorpresa que no estaba sola, estaban con unas amiguitas del barrio. No puedo precisar cuántas eran, pero por lo menos cuatro.

No supe que hacer al encontrarme allí con aquellas niñas de más o menos de mi edad: entre los trece y los quince años.

Y hoy, al cabo de más de cincuenta años, estando más claro que el agua la intención de aquellas infantas, todavía me resisto a creer, que, en el año 1954, en plena represión sexual, unas niñas pudieran urdir semejante lance con un niño, y precisamente conmigo.

Una de las chicas, que por más esfuerzo que hago en recordar su nombre no me viene a la memoria; pero si recuerdo que siempre tenía la carita colorada, al igual que las piernas por la parte de los tobillos; rubita y bastante mona, me constaba que me miraba con muy buenos ojos, y que le gustaba hablar de picardías conmigo. Fue la primera que se quitó el vestido, para quedarse en enaguas, porque antes las niñas llevaban esa prenda debajo de la falda.

La estoy viendo ahora exactamente igual que la veía a la sazón. Unos brazos y hombros redondeados, las piernas algo gorditas, como dije antes, y coloraditas por los tobillos. Sin duda, era el cuerpo más desarrollado de todas, porque me fijé muy detalladamente que llevaba un sostén que le dejaba casi al descubierto unas tetitas más desarrolladas que incipientes.

Y como un servidor no había visto entonces ninguna teta femenina, ni tan siquiera las de mi hermana, me produjo una cierta impresión, ya que no suponía que una niña en esa guisa, tuviera ese cuerpo de mujer, cuando estaba harto de verla como a una niña con su faldita, sus calcetines, y su blusa o jersey todos los días que jugábamos al rescate los niños y niñas juntos, o las niñas al corro.

Recuerdo también que estaba un poco contrariado, porque la presencia de tanta niña, sinceramente me aturdía. Y además, mi ilusión era la de estar a solas con Isabelita. Pero ¡leche! Aquel pedazo de cuerpo empezaba a ponerme en tensión, (sobre todo un miembro muy particularmente) cuando se quitó la combinación y se me quedó en braguitas y sostén; mientras las otras niñas empezaban también el "baile del destape".

Cada vez que lo recuerdo, me proviene una sensación de frustración tremenda, ya que aquello que parecía iba a ser un desenfreno, quedó en agua de borrajas, por lo que sucedió al momento.

Una llamada inesperada a la puerta fue lo que me hizo saltar por la ventana del patio (estaba a ras del suelo) y salir de naja por otra ventana que daba al corredor de los pisos.

Era otra amiguita de Isabelita que quería jugar con ellas. Lo que nunca supe, es si estaba al tanto de lo que allí acontecía, o fue simplemente a charlar.

¿Y cómo acabó aquello?

Pues acabó, que este estólido, no volvió a la "escena del crimen" porque del susto... ¡Menudo era el padre de Isabelita! casi se "giña" en los calzoncillos.

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