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Mis aventuras sexuales en aquel lugar

en Confesiones

Relatos de mi libro. "Mis cuentos inmorales". Quien quiera leer el libro por pdf se lo envío en unos días, ya que lo estoy revisando

 

Aquella moza del metro

 A finales de Diciembre de 1960, después de tres meses de instrucción militar, fue destinado a un puesto de la Guardia Civil de la Provincia de Alava. Vuelvo a pedir disculpas a mis lectores por ser tan engreído; pero la verdad; el uniforme me sentaba tan bien y realzaba mi figura, que más de una nena me miraba con descaro.

Antes de relatar lo que pasó en el cuartel, voy a contar una anécdota que tiene su gracia, ya que no es no habitual que las mujeres se dejen tentar en los transportes públicos. Esto sucedió en el metro de Madrid, unos días antes de incorporarme a mi destino.

Tomé el metro en la estación de Manuel Becerra, la más próxima al domicilio de mis padres donde a la sazón vivía. Me situé en una de las paredes del vagón, al final, justo a la última puerta; con mi uniforme y tricornio bien plantado.  En la siguiente parada; Goya, entró una avalancha de personas que lo llenó a tope, hasta el punto, que otras empujaban desde fuera para poder entrar; y por casualidad o adrede, una chica de unos veinte años plantó su culo entre mis piernas.

No era lugar ni momento para darse un lote, y menos de uniforme, por lo que opté por retirarme de esa ubicación, entendiendo a priori, que había sido una casualidad que la moza aterrizara su ojete precisamente ahí.

Con bastante dificultad, ya que estábamos como sardinas en lata, aparté "mi paquete" del tafanario de la moza, ya que amenaza en ponerse bravo; pero a la mozuela al parecer le molestó que retirara mis atributos de macho del "valle de sus nalgas", (léaseraja del culo) y la muy descarada, otra vez que lo coloca donde estaba hacía unos segundos.

-¡Pero leches! La cosa estaba clara: su culete disfrutaba notando mi bulto.

-¡Pues toma paquete!Pensé para mí. Y en uno de los traqueos del tren, empujé de tal guisa sobre aquella masa carnosa, que su dueña me miró de reojo y trazó una sonrisa que claramente quería decir: "empuja más".

Y así fue. No despegué "mi nabo" del culo de la chicuela hasta la estación de Sol en la cual se bajó, no sin antes echarme una mirada tan seductora que me invitaba a que me fuera con ella.

Para sentir mejor sus protuberancias y ella las mías, la rodilla de mi pierna más propicia se la metía por su raja (la del culo) la otra, obviamente por la posición que nos hallábamos no podía.

Es muy excitante pegar el rabo en el culo de una desconocida en un transporte público, y si es joven y guapa como aquella más. Lo apasionante radica en lo sibilino de la acción y en la presa, ya que hacerlo a la novia o ligue de turno no mola. Pero ¡ojo! Que también tiene sus riesgos, ya que lo más probable es que la moza que sienta en su trasero algo duro se despegue, o que te arme una que te puede poner la cara como un tomate.

Fueron unos quince minutos apasionantes los que duro el metro-polvo, y si no me corrí fue porque la niña se apeó en Sol; si se hubiera bajado en la siguiente estación; Ópera, seguro que hubiera almidonado los calzoncillos.

 El Brigada, su hija, y la madre que la parió

 Después de la Epifanía de los Reyes Magos del año 1961, salí rumbo a mi nuevo destino; que como ya he apuntado era una pequeña localidad de la provincia de Alava, y allí ocurrió el evento que voy a relatar.

El brigada comandante del Puesto (Cuartel) al cual fui destinado, tenía una hija algo mayor que yo. ¡Y mira que mi padre me lo había avisado!

-¡Hijo! Dónde mores jamás te metas con las esposas o hijas de los guardias, pues te verás en muchos compromisos si lo haces.

¡Pero claro! Esos consejos a un don Juan como yo cayeron en saco roto, y si la niña se enamoró de mí nada más llegar al cuartel. ¡Qué quieren que le haga!

La moza era novia de un alto ejecutivo de una empresa de automoción en la zona, por lo que el novio era del agrado del papá brigada y mucho más de la mamá brigadesa. Pero tuvo que llegar un niño guapo de Madrid para "joder la marrana". ¡Y bien que la jodí!

Para un joven de 20 años y con ínfulas de conquistador, (me viene de familia, ya que se contaba que una se suicidó por el desamor de mi padre), unido a que en esa localidad pequeña no había lugares como en Madrid para ir a "la caza del conejo", no me resistí a las insinuaciones tan descaradas que me hacía la moza.

No llevaría en el cuartel más de una semana, cuando haciendo guardia de puertas. O sea: de portero del cuartel un día frío del mes de Enero...

-Hola Félix, ¿Te apetece un caldo de cocido bien calentito?

Lo que me apetecía de verdad, era echarle "un polvete", pero como tenía novio y era la hija del jefe, ni se me pasó por la cabeza tan descabellada idea.

-Ya lo creo Sara (vamos a llamarla Sara), un caldito a esta hora (sobre las 12:30) viene de maravilla.

-Ahora te lo bajo.

Salió Sara del cuarto de guardia donde me hallaba cubriendo el servicio; y a los pocos minutos bajaba con una taza (más bien tazón) de un caldo que humeaba.

-¡Qué rico está! ¿Lo has hecho tú? Le pregunté con el fin de halagarle.

-Parece que eres caldero, ¿verdad Félix?

-Pues sí, mira. Tanto me gustan, que me los hago hasta de Avecrem o caldo Maggi.

-Se nota, porque te lo has tomado con mucho gusto.

-¡Joer! Sara. Es que este caldito tenía sustancia el condenado.

Observé satisfacción en su semblante, y aquí es donde empecé a entender que Sara venía a por mí; que su novio le importaba un comino.

Juro por Dios que hoy me arrepiento de lo que hice, porque destrocé una relación y la ilusión de una mujer, aparte del problema que supuso para la familia, pero es que con 20 años, un hombre es capaz de cometer las mayores locuras conscientes o inconscientemente. Pero sigamos con la narración de los hechos.

Digo que vi en Sara, (a pesar de no ser un experto en interpretar las intenciones del alma femenina) el deseo de estar conmigo, y aunque no tenía claro el enrollarme con ella pudo en mí más el deseo carnal que la sensatez, y me dejé hacer. Al día siguiente...

...Venía de hacer el servicio de carreteras con otro colega. (Los servicios exteriores se hacen pareja) De ahí el dicho de: "la pareja de la Guardia Civil".

Sara estaba asomada al balcón de su habitación. Al verme (seguro que estaba esperando mi llegada) bajó al patio, acceso por donde forzosamente tenía que pasar para llegar al pabellón donde dormían los solteros. (Yo era el único soltero).

Esperó a que mi compañero con el que venía de hacer el servicio desapareciera por el patio rumbo a su pabellón de casado, para decirme:

-Hola Félix. ¿Qué tal el servicio?

-Un poco cansado, hemos estado toda la mañana andando.

-¿Te apetece otro caldito?

-Con estos fríos, y a esta hora, vienen de maravilla.

Voy a hacer un inciso en la narración para contar unos hechos que sucedieron paralelamente,

 Las dos hijas del tío Nicasio

 A pocos metros del cuartel había una fonda en la cual hacía mis comidas: la fonda de Nicasio.

Tenía dos hijas a cual más feas y gordas como la madre. La pequeña, más "percherona" que la mayor tenía unas piernas que ya las hubiera querido para si Kubala, y la cara siempre colorada. La verdad que no me gustaban absolutamente nada.

Pero eso de ser guapo, no se crean los feos que es una gran ventaja; y si además de guapo eres sentimental y buena persona, lo tienes muy complicado. Verán.

La nena menor, la de las piernas gordas y la cara siempre colorada, me atizaba unos platos de comida que se no los asaltaban un gitano, me decía.

-Vamos Felisín (no sé porque narices me llamaba así) lo cual no me gustaba pero que nada. -Que estás muy delgadito, y tienes que comer más.

Al principio, no le di más importancia que la de ser amable conmigo, hasta que un día, dos antes de abandonar el cuartel...

...Luego contaré que pasó. Ahora vamos a volver con Sara.

Sara subió a su casa, y yo me dirigí al pabellón de los solteros, donde ya he dicho que yo era el único núbil que había en el cuartel.

Como al cuarto de hora, llamó a la puerta; la verdad que no esperaba que llegara hasta mi dormitorio.

-¡Cómo te has atrevido a venir hasta aquí! Le dije preocupado. ¡Mira que si te ven!

-No te preocupes, me he asegurado que nadie me vea. Además es la hora de la siesta y mis padres duermen.

-¿Y tú, no te echas la siesta? Pregunté con cierta malicia en mi voz.

Se puso un poco colorada, ya que había captado en mi tono la carga de intención que llevaba. Me di cuenta al instante que me estaba pidiendo un beso; y sin medir las consecuencias, y sabiendo que podría buscarme un lío muy gordo, no pude evitarlo...

Mis veinte años...

En aquel pueblo...

Lejos de mi Madrid...

De mis amigos...

Me lié la manta a la cabeza, la tomé en mis brazos y la bese apasionadamente durante un tiempo interminable. No sin antes retirar de sus manos la taza de caldo humeante que con tanto amor me traía.

Debo confesar, que, nunca estuve enamorado de Sara, y que inconscientemente le hice mucho daño. ¡pero coño! es que era la única mujer soltera del cuartel, aunque como ya he apuntado tenía novio.

Para descargar mi conciencia diré que fue ella la que provocó mis ansias de mujer en aquella situación. Fue cual Eva que en vez de manzana, con un caldo del cocido me tentó; y yo, cual débil Adán sucumbió a sus encantos.

Era una mujer muy atractiva, rubia, melena en cascada hasta los hombros. Boca muy bien dibujada aunque algo finos los labios. Ojos muy azules, preciosos, que le daban a su mirada el tono del horizonte del mar en un día de luz. Tenían un brillo especial que alumbraban el ambiente de donde se hallaban.

A mis veinte años había besado pocos labios de mujer, sólo los de Diana María, los de Pepita, y los de Petri. Sara (seguramente porque tenía novio) me besó de una forma totalmente desconocida, ya que nunca había sentido esa fuerza tan arrolladora que imprimió su boca en la mía.

Fue enorme la erección que tuve al instante; jamás había sentido tanta turgencia en mi miembro viril.

-¡Qué me has hecho, Sara! Sólo pude balbucear.

-Lo que he deseado hacer con ansia ilimitada el día que llegaste. Me enamoré de ti, al instante.

No podía soportar más aquella presión en mi bragueta; ella se dio cuenta al instante y se arrodillo frente a mí. Sus manos desabrochaban los botones con una serenidad pasmosa; me temblaban las piernas.

Cuando se introdujo en "el interior de la jaula", en busca del ave que la habita para concederle la libertad tan ansiada; y cuando comenzó a besarle con sus labios y con su lengua...

Fue le delirio...

La apoteosis...

El arrebato...

... Aquellos labios circundando la superficie de mi glande me trasladaron a un mundo desconocido; era la primera vez que me "la mamaban".

-¡Joder! Que placer más inmenso.

Sara sorbía de mi polla a la vez que con ambas manos me masajeaban los testículos, que parecía que me iba a electrocutar, puesto que una especie de corriente eléctrica circulaba desde la planta de mis pies hasta la nuca.

-Para... para... por favor Sara... que no lo resisto.

-Cariño, túmbate en la cama y relájate. Me dijo con esa carita de ángel divino que tenía.

Y así lo hice, pero antes ya me había quitado las botas, el pantalón y los calzoncillos. Allí quedé tumbado, boca arriba, con el pene en su máximo esplendor.

Se tumbó a mi lado, los dos de costado ya que el catre era de un sólo cuerpo. Ella en braguitas y sujetador; yo, sólo con la camiseta.

-Cariño, me dijo mirándome a los ojos, los cuales los tenía a escasos 20 centímetros de los míos. Su aliento me quemaba. -Te prometo que soy una mujer muy decente; ya sabes que tengo novio, y si he hecho esto contigo, ha sido porque una fuerza irresistible me ha conducido a ello.

Ya repuesto algo de la impresión, le dije.

-Sara... balbucee, estoy confundido. Has llegado a mi vida como un ciclón, sólo tengo 20 años, sin experiencia... y además tú... la hija del brigada...

-Estoy dispuesta a jugármelo todo por ti.

Y aquí estuvo mi error, ya que en aquel momento sólo deseaba follar, y ante el temor de desilusionarla, le dije lo mismo: que yo también me había enamorado el mismo día que la vi.

Jamás había sentido las entrañas de una mujer, como lo sentí con ella. Fornicar en los años sesenta en plena Dictadura con una mujer decente, no es que fuera un difícil, era casi un milagro.

¡Cómo me folló Sara! Nunca se me olvidará aunque viviera mil años Y además en una cama. Mi folladas anteriores salvo con Petri, habían sido malamente en parques y en tapias con poca luz, y casi siempre de pie. ¡Por cierto! que mal se jode en esa posición.

Se despojó de sus braguitas y sujetador, y me quitó la camiseta. Intentó montarse encima de mí, pero yo prefería hacerlo al revés, deseaba tenerla presa entre mis brazos para entrar hasta lo más profundo de su ser.

-Prefiero montarte yo. ¿Te importa?

-No, no, me encanta sentirme rodeada y dominada por el macho.

Cuando sus piernas formaron un ángulo de 180 grados, abiertas al máximo que permiten las caderas, y al ver aquella mata de pelo que cubría hasta más arriba de su Monte de Venus; y cuando alzó los brazos para rodear mi cuello y vi sus axilas también cubiertas de vello, me arrebaté. Me acorde de Petri, y lo que le gustó que se las lamiera.

La emoción que sentía es indescriptible, ver las tetas y el coño de Sara ahí mismo; sintiendo la belleza del paisaje y el aroma de su floresta, para un joven de los años sesenta sin apenas recursos, tener en esa posición a una mujer que siente lo mismo que tú, que está contigo buscando el placer y el amor, sólo era posible en el matrimonio.

Cuando su mano tomó mi pene porque se dio cuenta que no atinaba a la primera, y lo dirigió a la bocana de su puerto casi no lo resisto. Sentía el calor y la suavidad de su vulva tan directamente que parecía que mi corazón iba a estallar. Pero cuando empezó a restregársela en movimientos perpendiculares a la vez que movía el culo en movimientos circulares, no lo podía resistir, por lo que me retiré con un movimiento brusco, de haber seguido tres segundos más hubiera eyaculado un torrente de semen.

-¡Qué has hecho Félix! Si estaba a punto del orgasmo.

-Lo siento Sara, también yo lo estaba, pero quiero prolongar esta situación tan maravillosa.

-Gracias mi amor.

Paramos y fumamos un cigarrillo a medias. Y habíamos perdido la moción del tiempo y del espacio. Juro que no sabía en aquellos momentos si estaba en la Tierra o en el Cielo.

-Sara.

-Dime mi amor.

-¿Te creerías que eres la primera mujer con la que me acuesto?

-No te creo. -¿Nunca has estado con una chica?

-Por amor, nunca te juro que es verdad, sólo he estado con una prostituta.

-Se nota. Me dijo un tanto sarcástica.

-¿Y eso? pregunté intrigado.

-Porque te temblaban las piernas y no atinabas a meterla.

-Es cierto Sara, apenas tengo experiencia sexual.

-No te preocupes, que yo te enseñaré.

-¿Y tu novio?

-No me hables de él ahora, ¡por favor!

-¿No le quieres, verdad?

-La verdad que no, es un compromiso que nunca debí aceptar, pero mi madre le adora; es un buen chico y con un gran porvenir. Pero no le quiero.

-¿Te molesta si te pregunto si follas con él?

-Después de casi seis años de relaciones, ya me dirás. Pero por favor, cambiemos de tema, que me enfrío.

Instintivamente sin mediar palabra nuestras manos se dirigieron a nuestros respectivos sexos. Tocar su vulva era una gozada, sobre todo manipular aquella especie de lengüita que le afloraba por su rajita, tan suave, tan delicada. (Luego supe que son las ninfas o labios menores) y que algunas chicas lo tienen tan desarrollados que les sobresale  de la vagina. Creo les llaman "orejas de elefante".

Al instante otra vez estaba en plena erección, se me había bajado un poco en el transcurso de la breve conversación.

Salté sobre ella con un ímpetu inusitado pero con delicadeza...

Se abrió de piernas y me ofreció su húmeda y delicada rosa roja...

Esta vez no hizo falta que su mano guiara el camino hacia el placer.,,

¡Qué placer más inmenso! la polla me reventaba, y los testículos parecía que iban a explotar de un momento a otro.

-¡Cómo la siento mi amor! ¡Cómo la siento! Me devora las entrañas... Me dijo casi llorando.

Fueron dos orgasmos terribles al unísono. Me tuvo que meter el canto de una de sus manos para que la mordiera y no gritara, ya que los espasmos y sacudidas que daban los disparos de mi semen dentro de su vagina me hacían perder la razón. Ella meneaba el culo como queriendo extraer todos los vertidos de mis testículos a través de mi falo.

Quedamos rendidos, extasiados, suspendidos en nuestra propia felicidad.

Sí, quedé prendado de Sara. Pero... Luego vino lo que tenía que llegar.

 Lo que pasó después

 Quedé tan conmovido después de aquella tarde con Sara, que me sobrevinieron grande dudas.

-Si no estaba enamorado de ella, ¿por qué no la apartaba de mi pensamiento?

Con veinte años, y creyendo que el mundo femenino es inmaculado y blanco como la Virgen María; pues como ya he apuntado, creía que las mujeres vienen al mundo para se esposas ejemplares y madres abnegadas, la actitud de Sara me sobrepasaban.

-¿Seis años de novia, y folla conmigo que me acaba de conocer? -¡Pero si es un chica muy decente!

No es de extrañar que a esa edad, y educado en un sistema represivo sexual en donde la pureza y la castidad decían que eran virtudes imperecederas de la mujer española, me asaltara muchas dudas respecto a ellas; pues no podía asumir el hecho que en el sexo tuvieran los mismos deseos que los hombres.

Como ya he dicho antes comía en la fonda del tío Nicasio, que estaba en las proximidades del cuartel. Y que tenía dos hijas, y que la pequeña. Estibaliz, me miraba con buenos ojos; pero era feilla y con un cuerpo que parecía un armario, y la cara siempre colorada.

Debería estar pendiente de mi llegada, porque nada más entrar por la puerta, salió a recibirme.

-¡Hola Félix! Te he preparado un estofado de carne que te vas a chupar los dedos.

Más tarde entendí, porque no me avergüenza decirlo, que era (y sigo siendo torpe para descifrar lo que piensan las mujeres), que Estíbaliz trataba de conseguirme a través del estómago, ya que evidentemente a través de su físico era imposible; porque estaba a años luz del tipo de mi mujer ideal.

-Te lo agradezco Estibaliz, porque vengo de hacer un servicio y traigo más hambre que un perro flaco.

Pasé al comedor; había una mesa alargada rodeada de sillas donde todos los comensales comía juntos, como en familia.

El señor Nicasio me miraba desde la esquina de la mesa donde se sentaba habitualmente. Seguro que sospechaba la actitud de su hija hacia mí, y la madre seguro que más; pero como yo iba a zampar no me entera de nada; hasta el punto que mis miradas eran sólo para el aquel plato de estofado, ignorando el mundo que me rodeaba en ese momento.

Cada vez que Estibaliz pasaba por mi lado me rozaba con su culo gordo, pero yo a lo mío: al estofado de carne. La verdad que ni me planteaba follar con ella. Sara estaba incrustada en mi mente, y no sabía como quitármela.

Luego contaré lo que me pasó con ella. (Con Estibaliz)

 La actitud de Sara después de aquello

 Lo que me extrañó es que seguía con su novio, al que veía casi todos los días, y me ignoraba. Pensé que había satisfecho conmigo un deseo pasajero, y una vez realizado ¡Hasta luego Lucas!

La verdad, que lesionó mi orgullo; el pensar que una mujer me hubiera utilizado sexualmente no entraba en aquellos parámetros míos de medir el amor puro y verdadero.  Una mujer decente es incapaz de hacer lo que hizo Sara. Pero como vivíamos en la misma casa, eso de verla a cada momento me llevaban los demonios.

Un día, a la hora de la siesta en donde el silencio era el rey del cuartel, llamó a la puerta de mi pabellón.

-¡Cariño! ¡Mi amor! Me dijo echándose a mis brazos. No sabes lo que estoy sufriendo.

-Más sufro yo con tu actitud tan distante.

-Calla, calla... amor mío... qué no sabes lo que pasa.

-No me asustes... ¿Qué es lo que pasa?

-Mi madre, que está muy mosqueada, se huele algo entre nosotros, y no me quita ojo. Vamos a dejar pasar un tiempo hasta que deje de vigilarme.

-¿Pero no me dijiste que estabas dispuesta a todo por mí?

-Sí, mi amor lo estoy, pero tenemos que esperar a que yo vea el momento oportuno, llevas muy poco tiempo aquí. Debemos esperar, ten paciencia mi amor. Y ahora me voy, que no me fío de mi madre.

-¡Pero no vamos a hacer el amor!

-No cariño, ahora no puedo, además estoy con la regla.

Me tumbé sobre mi catre pensando en ella, y al final no puede evitar masturbarme rumiando sobre todo en su coñito tan jugoso y en sus tetitas pequeñas de pezón tipo cereza, ya que cuando me lo metía en la boca me parecía eso: una guinda.

Llegó la primavera, y si la sangre altera la mía hervía; necesitaba una mujer pero no sólo para follar, la necesitaba para que llenara con sus besos de amor mi alma lastimada.

 Aquellas mocitas de la localidad

 Pido otra vez disculpas a mis lectoras por mi petulancia, pero de verdad, el uniforme me sentaba tan bien que las nenas de aquella pequeña localidad me miraban con disimulo, y algunas mamás también.

Sara seguía viéndose a diario con su novio, y ya no hacía por verme como al principio; lo cual me demostraba que si aquel día se jugó el tipo por follar conmigo, es que ya no le inspiraba el deseo de estar eternamente a mi lado, tal como me juró aquella tarde cuando estaba entre sus muslos.

El problema de estar con Sara se complicó, ya que a finales de Marzo se incorporó al cuartel otro guardia soltero; por lo que tuve que compartir el pabellón con él. Se llamaba Timoteo, y era algo mayor que yo, calculo que unos cinco años.

Después de las presentaciones de rigor me preguntó por la vida en general de la localidad.

-¿Qué tal la vida aquí?

-Muy tranquila Teo; (le llamábamos así) del cuartel al servicio y del servicio al cuartel; y a comer y cenar al Mesón de Nicasio.

-¿Y de chavalas, que tan anda el pueblo?

-Llevo poco más de dos meses aquí, y la verdad, que no me he preocupado mucho de ese tema?

-¿Es que tienes novia en donde vives?

-Vivo en Madrid, y no tengo novia.

-¿Y aguantas "sin meter"?

-Ya me dirás que voy a hacer.

-Mira, mañana es domingo, y si te parece después del servicio nos damos una vuelta por el pueblo.

-Me parece muy bien. Pensé en ligarme a una chavala para darle celos a Sara. Y así fue; no nos fue difícil ligar dos chavalillas preciosas y jovencitas que estaban sentadas en un banco de la plaza, no tendrían más de dieciocho años.

-Disculpad nuestra tardanza. Dijo Teo dirigiéndose a las mozas.

Ellas y yo, nos quedamos un tanto extrañados de su salida. Éste mirándome me dijo.

-Félix, ¿pero no eran las mozas con las que habíamos quedado?

Comprendí, y las chicas también, y se rieron.

-Pues ya hemos llegado, siguió con la broma.

Obviamente les caímos muy bien a las chicas porque nos invitaron a sentarnos en el banco después de las obligadas presentaciones. Instintivamente me senté al lado de Silvia, la más jovencita; una preciosidad de niña.

Mi intención era pasear por las inmediaciones del cuartel para que Sara me viera paseando con ella, y así fue.          Estaba conversando con su novio en la misma puerta; con ellos sus padres (el brigada y su madre) y como es preceptivo hicimos el saludo de rigor.

Sara, me pareció que no le afectaba para nada verme con una chica bastante más joven que ella, pues no observé ninguna reacción en su rostro. Pero en el de su madre si me pareció observar un gesto de animadversión; o me lo pareció. No sé, pero me dio que pensar.

 Al día siguiente.

 -¡Vaya, vaya, Félix! Ligando a las mocitas del pueblo. Me dijo Sara aprovechando que ese día estaba de servicio de puertas.

-Bueno, le dije con cierta indiferencia. Ya que me has olvidado, que para ti sólo fui un capricho, he de buscarme una amiga al menos para pasear;

-Ahora no puedo hablar, y estás de servicio. Después de comer te espero en la arboleda detrás del cuartel, y te cuento.

Justamente detrás del cuartel había una frondoso bosque. Sentado en la base de un árbol y apoyado en su tronco esperaba la llegada de Sara. No me hizo esperar mucho, ya que se presentó enseguida. Se sentó junto a mí, a mi derecha.

-Mi amor, ¡qué ganas tenía de estar contigo! Me dijo con los ojos húmedos.

-Pues la verdad Sara, no me lo parecía.

-Cariño compréndeme. Llevo más de seis años con mi novio, estoy a punto de casarme, y romper con todo esto necesito tiempo, y sobre todo que tu estés decidido a casarte conmigo.

Reconozco que se me pusieron los pelos de punta; eso de casarme a los veinte años me parecía algo totalmente fuera de lugar; y en los ojos de Sara vi que estaba decidida a dejar todo por mí. Pero como tenía unas ganas terribles de follar, reconozco que fue un canalla. Le dije.

-Mi vida, estoy loco por ti, a la vez que juntaba mis labios a los suyos.

Me abrazó de una manera apasionada y casi llorando. Comprendí que estaba viviendo un drama, y que era sincera. Pero en ese momento a mí lo que me importaba era follar.          ¡Qué inconscientes son los 20 años!

Introduje mi mano izquierda entre sus piernas buscando sus humedales, a la vez que se me ocurrió una terrible maldad para ganar sus favores.

-Mi amor, creo que tengo la solución para solucionar los problemas que nos impiden estar juntos.

-¿Cual? Me dijo con un brillo de esperanza en sus ojos.

-Dejarte embarazada.

Quedó perpleja, pues no esperaba esa solución, pero después de pensarlo unos segundos, me dijo.

-Pero Félix, ¿Estás seguro de lo que dices?

-Creo Sara que es la mejor solución. Tu novio te dejará, y tus padres no tendrán más remedio que aceptar al padre, que evidentemente soy yo.

Calló, y algo raro me olí, ya que apartó los ojos de los míos. Y cosa rara en mí entendí su silencio. Pero que ingenuo soy. Si Sara follaba con su novio casi todos los días, pues casi todos los días se veían... ¡Cómo iba a demostrar que yo fui el que le dejé embarazada!

Me leyó el pensamiento, y me dijo con la voz entrecortada.

-Mi vida, es que... me acuesto con mi novio... ¿Comprendes?

-Ya, o sea ¿Qué lo más lógico es que tu novio fuera el padre?

Y aquí se acabó la conversación, pues perdí el conocimiento; pero no fue de la impresión de lo que me dijo Sara, fue del terrible batacazo que me dio su madre con una estaca y que me abrió la cabeza.

 Cómo la mujer del brigada me abrió la cabeza de un estacazo

 La madre, que se olía nuestra relación furtiva, estaba al acecho de lo que su hija hacía; no le quitaba ojo. Lo que no sé cómo Sara no se percato esa tarde, seguramente creyó que su mamá hacía la siesta, ¡pero sí, si! La muy "lagarta" (la madre, no Sara)seguro que se hizo la dormida con un ojo abierto, y la siguió.

Estábamos retozando (como ya he contado antes) a la sombra de un árbol haciendo planes. Yo, la verdad no tenía plena conciencia de lo que hacía, pero si sabía que ver a Sara era empalmarme. Era tan inexperto de las cosas importantes de la vida, que pensaba que ésta era un continuo idilio; que lo  importante era amar y ser amado.

De repente, el estacazo que me arreó la por la espalda en la cabeza fue de órdago. Allí me dejó tirado sin saber lo que me había pasado.

Cuando tomé conciencia de lo sucedido, y no deseando moverlo ni elevarlo a la superioridad, acepté lo que me propuso su padre el brigada: trasladarme a Madrid, lo cual acepté sin poner ninguna objeción, al fin y al cabo era mi deseo.

Tuve que abandonar el cuartel por razones obvias durante los quince día que tardó en llegar la orden de mi traslado, y me fui a la fonda de Nicasio también a dormir, alegando que iban a hacer obras en el pabellón de solteros del cuartel. La cara de alegría que puso Estibaliz al saber la noticia no la pudo disimular.

-¿Y cómo es que no viene a dormir también Teo? Me preguntó Nicasio con cierta sorna.

-Pues no lo sé señor Nicasio, pregúnteselo a él cuando venga a comer.

Obvio decir, que, convine con Teo la excusa que iba a dar en la fonda, para que estuviera prevenido. Lo sucedido, no debía de trascender fuera del cuartel.

Esa noche estuvo Estíbaliz pendiente de mí; éramos sólo dos los que cenábamos; el señor Nicasio estaba en un salón contiguo al lado de la lumbre del hogar, y la madre zascandileaba de aquí para allá con sus labores, seguro que los papás de la nena no sospechaban nada de lo que iba a pasar tres horas después, sobre la una de la madrugada. Si ni yo mismo lo sabía, ¿cómo lo iban a saber ellos?

Estaba dando vueltas a la cabeza de lo acaecido, y la tenía hecha un lío. (mi cabeza, no Sara)

También me sentía culpable de lo sucedido, ya que me temí haber arruinado su noviazgo y su futuro. ¡Nunca debí permitir su acercamiento! ¡Y mira qué me lo dijo mi padre! Hijo: Nunca hagas daño en los cuarteles que vivas.

-¡Pero coño! a los veinte años se te pone como el pedernal a cada momento. ¡Cómo un chaval de esa edad se va a resistir a un coñito que se lo ponen en bandeja!

Estaba fumando un cigarrillo, formando con el humo figuras en el aire; sobre todo aros que se iban diluyendo en el espacio; imaginaba que eran el coñito de Sara. Sólo sabía que su imagen me ponía cachondo, y sus recuerdos más todavía; ¿Era amor o lujuria? No estaba seguro, la verdad, pero no le apartaba de mi cabeza.

Abracé mis 18 centímetros con una de mis manos con la intención de masturbarme a su salud, cuando de repente escuché unos pasos sigilosos y unos golpecitos muy suaves en la puerta de mi habitación. Me sobresalté.

-¡Pero coño! Quien será a esta hora. Miré al reloj que siempre dejo en la mesilla; eran la 01:20 horas.

Antes de que me levantara para saber quien era, Estíbaliz estaba entrando en la habitación, ya que no había echado la falleba.

Estaba (la habitación), iluminada con la luz tibia que desprendía la bombilla de la lámpara de la mesilla, pero suficiente para ver sus muslos a través de su camisón trasparente (seguro que se lo había puesto para la ocasión)

-¡Joder! Que impresión Aquello no eran muslos. Yo que soy delgadito de piernas aquello me parecía dos columnas; pero no sé porqué me excitaron. Quizás porque lo que me faltaba a mí de cintura para abajo lo tenía ella; o porque estaba caliente; el caso es, que sobrepuesto del susto le dije:

-¡Jo! Estibaliz Que susto me has dado. -¿Qué haces aquí? Pregunté poniendo cara de lelo, seguramente.

-¿Tú que crees? Pero si quieres me voy.

-¡No, no, por favor! Pero comprende que no te esperaba, y...

-¿Me haces un lado? Te he dado esta habitación porque la cama es de matrimonio.

-¡Anda! Pues es verdad. Dije por decir algo.

Y sin decirle nada más, se acostó a mi lado, a mi derecha.

Estaba totalmente abrumado, pues en aquella época (e incluso hoy) que una tía se te meta en la cama sin previo aviso, no era ni es muy normal que digamos.

-Félix.

-Dime.

-Sé que te vas de aquí.

-¡Coño! ¿Y cómo lo sabes?

-Ya sabes las noticias vuelan. Pero no te preocupes y no se hable más del tema. A mí no me importan tus líos con la hija del brigada; lo que quiero es otra cosa.

Repuesto de la sorpresa y la moza a mi lado, rozando su muslamen con los míos, la verdad que me empalmé a tope; mis neuronas no la rechazaron a pesar de que a la sazón era muy especial a la hora de estar con una mujer. Cosa rara en mí, ya que en Madrid había desestimado muchas insinuaciones de chicas que no eran de mi agrado. ¡Joder! si las pillara hoy.

Quizás el estar solo allí, y sin mas mujeres donde poder elegir, pudo ser el detonante que decidió el que antes de hacerme "un pajote" a la salud de Sara, la metiera en el chochito de Estibaliz, que dicho sea de paso, la muy puñetera ardía.

-Félix. Me dijo otra vez.

-Dime, le dije al unísono que mi brazo derecho lo pasaba por debajo de su cuello abrazándola, y mi mano izquierda buscaba sus zonas húmedas por debajo de su camisola.

-Soy virgen.

-¡Eh! Dije pasmado. ¿Virgen a tus años?

-Voy a cumplir treinta años próximamente, desde niña ayudando a mis padres en el hostal, y ningún chico me ha pretendido.

Al ver su rostro compungido entendí, y la verdad que me dio algo de pena. ¡Desde luego! que más bien era feilla, añadido a su carita siempre colorada, no era precisamente una muñeca que deslumbrara a los tíos. Por eso ninguno se habían acercado a ella. Pero cuando se levantó de la cama para quitarse el camisón de espaldas a mí, casi me da un telele. -¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Qué corpachón!

Lo primero que me llegó a mis ojos fue su tafanario tan redondo y bien colocado que me impresionó. ¡Qué pedazo de culo! Era lo más hermoso que había visto en mi vida.

Los muslos, torneados y firmes como las columnas del Templo de Venus, que tapaban el defecto de sus pantorrillas gruesas y sin labrar.

Pero cuando se dio la vuelta y la vi toda ella por delante, aluciné. ¡Qué pechos más firmes y erguidos! Parecían dos ánforas, dos cántaros, dos botijos con sus pitorros y todo.

-¿Te gusta mi cuerpo? Félix.

No supe que decir, y añadió:

-Sé, que vestida no me has hecho caso a pesar de mis insinuaciones, pero desnuda, espero que si me lo hagas.

Se volvió a acostar a mi lado y pegó sus enormes tetas junto a mi pecho. Su mano izquierda se posó sobre mi pene; entornó los ojos y dijo:

-Es el primer "pito" que tengo entre mis manos.

-Me cuesta creerte Estíbaliz, y perdona si te ofendo.

-Me voy Félix, yo no he venido a ti para conquistarte con mi virginidad, es la pura verdad y no me avergüenza decirlo.

-Espera, por favor... Espera. No te vayas. Pero reconoce al menos mi incertidumbre; serás virgen y ahora lo comprobaremos si tu quieres, pero la entrada en mi habitación ha sido más propia de una puta que de una virgen.

-¡Menos mal que le dio por reirse!

-Mira Félix, me dijo muy seria. -No tienes ni idea lo que supone para una mujer como yo. Desde los trece años que me vino la menstruación con deseos sexuales reprimidos, en este pueblo, con mis padres, y guardando mi honra.

Aquí hizo un inciso para esbozar una mueca que pretendía ser una sonrisa.

-¡Mi honra! ¿Para qué? Para que se la coman los gusanos. Me ha costado Dios y ayuda dar este paso, y todavía no me lo puedo creer, pero al saber que te ibas, me he arriesgado a darlo aún a sabiendas de lo que me jugaba. He preferido ser considerada por una puta por ti, a que me veas siendo una mujer decente.

La callé con un beso en los labios. Vi tanta amargura y a la vez tanta sinceridad en su rostro y en sus palabras, que me emocioné.

-Estibaliz. No sigas por favor, que me enterneces. Por mi puedes estar segura que lo que pase aquí, sólo las paredes y esta cama podrán proclamarlo al viento; porque yo te juro que de mis labios nunca saldrán las emociones que deseo vivir contigo esta noche.

No había soltado mi pene durante su alocución, lo tenía asido a su mano de tal modo, que parecía que se le podía escapar en cualquier momento.

-No soy un experto amante, pero voy a hacer que tu primera noche de amor se incruste en tu cerebro para que nunca la olvides.

 La noche mágica, y el virgo de Estíbaliz

 Estibaliz no me gustaba como mujer, pero su ternura y su sinceridad me cautivaron. Unido a ese cuerpo tan hermoso, decidí que su primera noche de amor, como dije antes la iba a recordar de por vida.

-Cariño, le dije poniendo la voz más dulce que podía. Sé, que te gustaría que esta fuera tu noche de bodas, y que yo sea ese hombre con el que te acabas de desposar. Cierra los ojos, y vívela como si fuera realidad.

Cerró los ojos y se dispuso a consumar lo que durante tantos años había soñado despierta.

-Sí, mi amor, despósame, mi honra la he estado guardando durante treinta años para ti.

Tenía curiosidad por saber como es un virgo; en un revista extranjera, no de sexo, trataba sobre ginecología y  todos los órganos sexuales de la mujer venían reproducidos, incluido un himen intacto.

Abrí de piernas a Estíbaliz para ver su virgo; no es que desconfiara de ella, pero tenía curiosidad por comprobar si el himen es igual que el que vi en la revista.

-¿Qué me vas a hacer "esposo mío"? Me dijo con voz trémula; se palpaba que la emoción le sobrepasaba.

-Hacer que tu noche de bodas, "esposa mía", sea inolvidable.

-¡Dios mío! ¡Qué muslos! Abierta de piernas todo el ángulo que daban de si sus caderas, alucinaba ante tanta abundancia de mujer. ¡Con el hambre sexual que pasábamos en aquellos años los solteros!

Decidí hartarme de hembra, aparqué mis prejuicios espirituales basados en el amor puro, esta vez pudo el materialismo: lo refrendaban mis dieciocho centímetros de "macho" que amenazaban romper el frenillo que le une con el glande.

Abrí muy suavemente los labios mayores de su vulva, y... ¡Efectivamente! la entrada de su vagina totalmente cubierta por una especie de tela rosada. Estaba presenciando un espectáculo grandioso que muy pocos hombres se han molestado en contemplar.

-Cariño. Voy a preparar tu coñito antes de desflorarte.

Sus muslos temblaban, quizás de la emoción ¿o de la impaciencia? Porque emanaban de aquella fuente dos arroyuelos de agua que serpenteando por ambas laderas de sus piernas se perdían por el valle que las formaban.

Sumergido en la contemplación de su virgo inmaculado no reparé en su floresta. Alrededor de la vulva, invadiendo ambas ingles y ocultando el monte de venus, una mata de vellos negros y muy rizados formaban aquella selva inexplorada por varón alguno. Iba a ser el primero en mancillar aquel rincón sagrado que toda mujer decente lleva al matrimonio.

Entre el follaje emergía un clítoris que me causó impresión. No es que hubiera visto muchos, pero el de Estibaliz me parecía excepcional. Al instante de posar mi lengua, la portadora de tan delicado manjar dio un respingo con el culo que casi me parte los labios; menos mal que los coños no tienen dientes. ¡Qué si no!

-¡Uf! Félix. ¡Pero qué me has hecho, ahí!

-¿Es qué no te ha gustado? Le pregunté mientras apartaba mis labios de tan delicada fresa.

-¡Jolín! cariño Es que no he podido resistir el gusto que me ha dado.

-Pero mi amor... Si esto es sólo el principio.

 -Sigue, sigue, "esposo mío". Dame más placer como el de antes; y si no lo puedo resistirlo y me muero, di a todos que he preferido morir siendo puta una noche, que decente toda una vida.

 He resaltado esta frase en negrilla, porque fue sublime, y siempre la recordaré como la expresión de amor y pasión más grande que de mujer emanó de sus sentimientos hacia mí.

 Tuve que ponerle mis calzoncillos en la boca a forma de tapón (es lo primero que encontré a mano) porque no podía aguantarse el no gritar; pero se conoce que con mis labios mamando de su vulva, y mi slip en su boca, (oliendo a macho), la enervó tanto que entró en tal estado de excitación que me asusté, y presto dejé de succionar su clítroris y ninfas, y quitarle los calzoncillos de la boca para que tuviera que tomar aire. Estaba más colorada que una Sandía de Lanzahíta

-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! no cesaba de repetir.

-No me asustes Estibaliz ¡Coño! Qué me arruinas.

¡Joder! lo que faltaba, que después del affaire con la hija del Brigada, otro lío con la hija del señor Nicasio. Para salir del pueblo a hostias.

-¡Ya! ¡Ya! Ya se me pasa el soponcio.

Respiré aliviado. Es que había que verla, ella que de por si es de piel coloradita, en ese momento era pura candela.

-¡Joder! que susto.

Ya serena y tranquila, se arrimó a mí; sus dientes jugueteaban con el lóbulo de mi oreja derecha.

-Mi amor: el momento que me acabas de hacer vivir, es lo más grandioso que he sentido en mi vida. ¡Jamás pude suponer que esto daría tanto gusto!

-Pero. ¿No te masturbas?

-¿El qué?

-No me digas que no sabes lo que es masturbarse

-Pues no, la verdad que no.

-Pero ¿es qué no hablas con tu hermana y amigas de estas cosas del sexo?

-No, no. Nos da vergüenza.

-¿Y cuándo te confiesas, el cura no te hace preguntas de estas cosas?

-Me dice el Párroco don Senén, que si cometo actos impuros, pero como yo no fumo ni bebo, le digo que no.

No me estaba vacilando; era totalmente clara y sincera. El prototipo de aldeana sin más visión de la vida que su limitado entorno, y sus cortitas entendederas le señalaban; que unido a la represión sexual de principios de los años sesenta, y al no tener hermanos; no era de extrañar su ignorancia en estos temas.

-¿Pero tampoco te tocas el chichi cuando estás excitada?

-Sí, pero no siento nada. ¡Bueno! alguna vez me da cosquillas, pero no el gusto que he sentido contigo.

-Pues esto sólo ha sido el preludio, ahora vendrá la verdadera obra del arte del amor. Prepara una toalla.

-¡Una toalla! ¿Para qué?

-Para no manchar las sábanas.

-No te preocupes, soy yo la que se encarga de la limpieza de las habitaciones.

-Pero puedes sangrar bastante, convendría que te pusieras una toalla debajo.

-¡Ay! sí. Que tonta soy, no había caído en ello.

-¿Estás preparada, "esposa mía"?

-Sí, preparada y totalmente entregada a ti, "esposo mío".

Eso de desvirgar a una mujer, me parecía algo totalmente fuera de mi alcance, y menos fuera del matrimonio, pero ahí estaba el virgo de Estibaliz esperando ser desflorado por mí.

Me miró con tanta dulzura esa carita coloradita y fea, que me pereció la flor más hermosa de la rosaleda, y por un momento viví esa maravillosa sensación que dicen que concede la noche de bodas.

La estampa era para ser pintada por Rubens, y haber incluido a Estibaliz en su obra pictórica "las tres gracias", porque su cuerpo sobrepasaba en hermosura a las otras tres.

Ahora fui yo el que entró en un estado que no puedo explicar; aunque un amigo estudiante de psiquiatría me dijo después, cuando se le conté, que era "el síndrome de saturación de los elementos a mi alcance". Ni puñetera idea que es ese síndrome, pero el caso que debió ser cierto, porque me quede totalmente paralizado y sin saber que hacer.

Estíbaliz esperaba con las piernas totalmente abiertas que "su marido" consumara el acto de pasar de doncella a esposa, pero yo seguía sin saber por donde coño empezar. Y mira que la cosa estaba clara: por su coño.

-Cariño. La turbación me embarga, es tanta la emoción que tengo en esta nuestra noche de bodas, que tu hermosura me ha paralizado. Le dije para salir del paso de ese trance.

-No te preocupes mi amor, ven a mi lado y abrázame; y esperemos que tu corazón se reponga de la impresión. Toma.

Su hermoso seno izquierdo me lo puso en la boca, que la llenó totalmente con su areola y su pezón. Mamando de su hermoso pedúnculo, fue tranquilizando los ímpetus descontrolados mientras ella me acariciaba mis cabellos rizados color del azabache.

No era un noche de bodas; pero ¡Cuántas novias y novios quisieran vivirlas como nosotros la estábamos viviendo!

Miré la reloj de la mesilla, y daba las tres y veinte horas. Me quedé medio dormido en su regazo al roce de las yemas de sus dedos en mis bozos.

Desperté a las cinco y cinco, había dormido poco más de hora y media; el aroma de los exudados de Estíbaliz inundaron mis fosas nasales, y mi pene se alzaba formando una especie de alcor en la sábana, había llegado el momento.

Me subí delicadamente al cuerpo de mi amada que ya estaba preparado para tan delicada operación. Con los dedos de mi mano derecha, observé la lubricación de su rosa, estaba totalmente dispuesta para ser cortada. No pudo evitar un profundo suspiro.

-Tranquila amor mío, tranquila...

-Lo estoy corazón mío, lo estoy...

Lleve mi pene con una de mis manos a la embocadura de aquel puerto, quedando allí quieta...

-¿Te duele, amor mío?

-No mi vida, traspasa sin piedad ese telón, y llega hasta el fondo de mi corazón.

 Y traspasé aquella malla

que custodiaba su tesoro...

Quedando en aquella toalla

lo que guardaba el decoro.

Te juro, que allá donde vaya

guardaré como un tesoro,

lo que te robó este canalla,,,

Aquel que se fue a "su Foro".

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