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Mis cuentos inmorales (Entrega 13)

en Grandes Relatos

Capítulo 6

 Si alguien desea leer "Mis Cuentos Inmorales", se los envío a su correo. (576 páginas A5)

Mi vuelta a Madrid. (Mayo de 1961)

 Volví al Madrid de mi alma con cierto sabor agridulce de aquella localidad alavesa en donde fui destinado; y que en tan sólo cinco meses viví dos aventuras tan intensas que me hizo ver el mundo femenino tal como es, no tal yo creía que era. Tenía la creencia (como he repetido muchas veces) que para la mujer el sexo era consustancial con el amor; es decir, que la mujer sólo ama, hace el amor. No folla.

Pero ¡Sí! Sí! Estibaliz sabía muy bien antes de entrar en mi alcoba que me marchaba para siempre de allí. ¿Qué es lo que la motivó a que un joven diez años más joven que ella la desvirgara?

Estaba muy claro, que fue la llamada del sexo lo que le motivó, ¿O quizás la desesperación? Evidentemente unido a la elección del hombre que tuviera ese honor; no creo que se hubiera ido con cualquiera. Pero con 30 años, una mujer que no ha sido desvirgada todavía, debe ver su futuro con cierta hipocondría, y le llegará el momento que rompa con sus conceptos morales y haga lo que hizo Estibaliz conmigo.

Lo de Sara si que fue algo insólito. ¿Cómo una mujer con seis años de novia de un alto ejecutivo, pudo perder la cabeza por un chiquillo de 20 años por muy guapo que fuera?

Esas dos experiencias sexuales me habían hecho reflexionar sobre la conducta femenina; pero la de Estibaliz mucho más. No sentí ningún deseo sexual por ella durante todos los días que me servía la comida y la cena en la fonda de su padre; sin embargo le amé, Sí, hice el amor con ella la última noche. ¿O quizás fue un simulacro del amor? No lo sé, la verdad.

Allá donde estés, te mando un cariñoso beso, y ¡ojalá! hayas encontrado el amor verdadero. Lo mismo te deseo a ti, Sara.

Aquellas chachas de la calle Amador de los Ríos

 Vine destinado al destacamento del Ministerio de la Gobernación, ubicado a la sazón en esta calle Amador de los Ríos.

Justamente frente a la puerta principal se hallaba (y se sigue hallando) uno de los restaurantes más famosos de Madrid, y en los pisos superiores viviendas de lujo.

Cada vez que me tocaba hacer el servicio en mencionada puerta, observaba como desde una de las ventanas de la finca de enfrente dos chicas de servir (chachas) me hacían señas y se reían. Pero mi mentalidad con respecto a la mujer estaba por encima de aquellas chicas, por lo que no les hacía caso, ya que en mis días libres me dedicaba a ligar a otras de mi agrado.   

Pero resulta, que, con ninguna de las que ligaba en los sitios que frecuentaba conseguía pasar más allá del beso y algún toqueteo indirecto; y como no quería compromenterme con ninguna para llegar a mayores, no tenía un chochito donde meterla sin más compromiso que el placer  mutuo.

Y después de conocer intesamente los goces que concede el contacto carnal con mujeres como con Sara y Estibaliz, eso de "meneármela" ya no me satisfacía.

-¡Joder! Vengo de un pueblo pequeño y me he follado a dos tías. Y aquí en Madrid no "me como un colín". Pensaba. Así que me plantee el hacer caso a aquellas dos chachas que me provocaban desde la ventana; al fin y al cabo también tendrían dos chochitos jugosos, y no parecían feas.

 Tenía tres o cuatro servicios de guardia a la semana en la puerta ya mencionada; por lo que me propuse "estar al loro". Pero seguro que ellas estaban "más al loro" que yo.

¡Efectivamente! Nada más hacer el relevo al compañero, y plantar mi metro ochenta y mis setenta y cinco kilos de peso en la esquina derecha de la puerta del Ministerio, ya estaban las doshaciéndome las señitas con las manos y las caras.

Obvio que tenía que mantener una postura circunspecta y estar pendiente del personal que entraba y salía, por lo que no debía abandonarla y mantenerme firme; así que opté por mirarlas directamente, y levemente movía el cuello de izquierda a derecha y viceversa para decir que si; y de arriba abajo y viceversa para decir no.  Entendieron a la primera mis gestos.

Me dijo una de ellas por señas, que a las doce de la noche me esperaba en el portal de su casa; le dije que sí con la cabeza.

El portal, como dije antes estaba justamente frente al Ministerio, por lo que sólo bastaba cruzar la calle. A la sazón existía en Madrid la figura del sereno; una especie de vigilante nocturno que se encargaba de cerrar los portales de la fincas a las diez de la noche; y naturalmente de atender a los vecinos que llegaban después del cierre de los mismos, con la consiguiente propina preceptiva. Y también de mantener el orden en su distrito durante toda la noche.

Hacía una noche fresquita, por lo que me puse la capa y me dirigí al lugar del encuentro; allí estaba la que dijo llamarse Celia, detrás de la verja con cristales del portal de la finca; en la penumbra y con la luz apagada.

Me abrió la puerta y me llevó a un cuarto trastero que se hallaba en los bajos del edificio.

-Aquí nadie puede vernos a estas horas, porque este cuarto solamente lo utilizamos la cocinera y yo. Disculpa, me llamo Celia.

-Encantado Celia. Me llamo Félix.

-Encantada Félix, ¿Sabes que eres más guapo de cerca que desde mi ventana?

-Yo sólo te veía medio cuerpo, pero ahora al verte entera, maldigo la hora en que no te conocí antes.

-Pues las veces que me insinuaba desde la ventana, y tú ni caso.

-¡Bueno! Comprende que mi situación es delicada, estando de guardia no podemos hacer estas cosas. Le dije para salir del paso.

Estaba maciza la tía, de unos treinta y cinco años aproximadamente, sobre todo de tetas, eran descomunales, por lo menos, un contorno de 120 centímetros de pecho.

En el trastero, de unos doce metro cuadrado había un sillón que estaba pendiente de que se lo llevara el chatarrero, pero que en ese momento me vino de perlas, ya que follar de pie es incomodísimo.

Me quite la capa que dejé encima de unas cajas. Los ojos de Celia estaban encendidos y me miraba con unos deseos reprimidos. Mis ojos no se apartaban de sus pechos.

-¿Te gustan? Me dijo al darse cuenta lo que mis ojos contemplaban atónitos.

-Toma mi amor, son tuyos. Me dijo a la vez que se abría la blusa y se desabrochaba el sujetador.

Emergieron dos enormes tetas, que al verse liberadas del opresor sostén parecían que querían dominar aquella pequeña estancia con su exultante tamaño. ¡Joder! que dos tetas, por poco me mandan contra la pared al liberarse del sujetador. Pero lo que me dejó estupefacto fueron los pedúnculos ¡Madre mía, que par de pezones! Parecían dos cerezas del Valle del Jerte. *

-¡Chupa, mi amor! ¡Mama!

Y Félix mamaba de aquellos botones con la misma ansia que un choto mama de la ubre de su mamá vaca.

Se sentó en aquel sillón, y adoptó una postura parecida a la que ponen las mujeres cuando las ausculta el ginecólogo: el culo en el borde, y las piernas cada una bordeando los brazos del mismo.

-Uffff. ¿Se imagina el lector/a donde quedaba el coño?

Me bajé hacia aquel manantial con el ansia del sediento ante la fuente de agua cristalina.

Quizás sea mi sentido del olfato el más desarrollado a la hora de hacer el amor. Desde luego que la vista y el tacto se subliman ante la contemplación de un cuerpo femenino Pero el olfato, me arrebata. El aroma de la vulva, me exalta. Ya he dicho, (página 27) "El chichi de la otra Carmencita" despué de libar de su fuente del amor, que no concebiría hacer el amor sin antes haber disfrutado y llenado mi olfato de los aromas de mujer en celo.

El olor natural que desprende una hembra caliente, me enajena, me transfiere a otro mundo, me traslada al "Valle de los Aromas Divinos". No sé como todavía no se ha comercializado el "aroma de coño". Y lo que sería el summun, que las famosas actrices igual que prestan sus rostros y cuerpos para la publicidad, prestaran sus exudados naturales para venderlos en frasquitos pequeños. Por ejemplo: "aroma del coño Ava Gadner" o: "Perfume del coño de Marilyn Monroe".

Yo hoy compraría la "fragancia del coño de Sharon Stone", el de Angelina Jolie, o Julia Roberts. Las evocaciones que transportarían a la mente serían sublimes. Hacerse "un pajote" oliendo el aroma del chumino de tu actriz preferida, sería una pasada.

-Como iba relatando: al ver a Celia de la guisa que se pueden imaginar debido a la postura en que se hallaba, me causó una escalofriante impresión debido a que como las mujeres de aquellos años sesenta no se afeitaban el pubis y aledaños, "aquello" parecía un bosque; no se veía por ningún lado "la raja".

Se dio cuenta de mi incertidumbre, y con los dedos medio e índice de ambas manos, se separó los pelitos y se lo abrió.

-¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! que pedazo de chocho. Rojo como el carmesí y el fuego.

-Por aquí la puedes meter, cariño, para que no te pierdas.

-Gracias Celia, porque la verdad, encontrar el camino entre esa espesura, no es nada fácil.

Me arrodille hasta situar mi miembro viril a la altura adecuada, perpendicular a la entrada de su vagina; me la apuntó con su mano derecha, y yo sólo tuve que empujar para que entrara hasta los mismísimos testículos, que se balanceaban como un péndulo de reloj de pared debido a la posición, ya que quedaban colgando por la postura adquirida.

Me estaba resultando un polvo desagradable, ya que el follar para mí es un rito en el que hay que rodearse del marco adecuado; no necesariamente entre sábanas de satén y alfombras persas ¡Pero coño! si al menos en una habitación limpia y con una cama de sábanas blancas.

El caso es, que al sentirme ridículo en aquel cuarto trastero, con una bombilla colgando de un cable desde el techo, unido a que me dolían los riñones por aquella posturita tan atípica, se me bajó.

-¿Qué te pasa cariño? ¿Es que me vas a dejar a medias?

-Lo siento Celia, pero no puedo.

-¿Es que de repente te he dejado de gustar?

-No-cariño, es que me supera el ambiente. ¿No podíamos subir a tu habitación?

-Es que duermo con Josefa, la cocinera, y no sé si ella...

-Seguro que si le propones hacer un trío, acepta.

-Eso es lo malo, que la muy puta tambiénanda detrás de ti.

-¿Eres celosa, Celia?

-No, no, pero lo que jode es que no me jodas ahora.

-Comprende cariño, que tú te mereces una noche de amor mejor que esta Le dije para conformarla, y añadí.

-Mira mi amor, el día que libremos los dos, te llevo al mejor hotel de Madrid, (mentira y gorda) y lo pasamos de lujuria.

-¿De veras mi amor, que no se te ha bajado porque no te gusto?

-Al contrario cariño, se me ha bajado porque tú te mereces que te folle como a una princesa. Me gustas con locura.

Parece que se conformó. Se subió las bragas y yo los calzoncillos y quedamos para otro día follar como Dios manda.

* Valle del Jerte, Valle de la provincia de Cáceres, cerca de Plasencia, famoso por sus cerezas.

El trío con Celia y Josefa

 Dos días después del polvo inacabado con Celia en el cuarto trastero de la finca donde servía, hice otra guardia en la puerta principal del Ministerio; y como de costumbre, asomada a la ventana junto a Josefa, estaba también la cocinera. Me dijo que sí, con la cabeza; entendí que lo del trío que le propuse era aceptado por las dos, por lo que saque tres dedos de mi mano derecha con disimulo para que me lo confirmara; me volvió a decir que sí.

He dicho muchas veces, que, para los solteros el folleteo en esos años era casi un milagro; o te casabas o te ibas de putas. Por lo que hacer un trío (por la cara) de dos mujeres y un tío ni se pensaba, era inalcanzable para un chaval de 20 años, y sin un duro en el bolsillo.

Me entró cierto temor. ¡Hosti tú! eso de estar con dos titis a la vez me parecía demasié, una pasada, y la verdad, que me preocupaba. Me inquietaba, pues al no ser un follador nato de esos que se les pone dura ante una "escoba con faldas"; ya que buscaba a una mujer más espiritual que material: o dicho de otra forma: buscaba que me inspiraba una cadena de sentimientos, aunque sin ser amor si fueran más místicos que prosaicos. Por eso temía dar un gatillazo a pesar de tener 20 años. Y Celia y Josefa mal comparado, eran más "cardos que rosas".

Pero un orgasmo es un orgasmo, conseguido con amor o sin amor, y da el mismo gustirrinín, por lo que aparqué mis misticismos, y me dispuse a disfrutar de "cuerpos sin almas". Además me pregunté a mí mismo:

-Vamos a ver Félix: no tienes novia, no estas enamorado de ninguna mujer. Entonces ¿Por qué te la meneas día sí, y día también? y no me digas que lo haces pensando en los angelitos.

Me convencí a mí mismo, y volvía decirme:

-¡Es verdad! Celia y Josefa serán como mis manos, que cuando me canso de "sacudírmela" con la derecha me la "sacudo" con la izquierda.

Convencido por mí mismo, me dispuse a preparan el plan a seguir para "cepillarme" a las dos nenas (o ser "cepillado" por ellas)

El problema era doble: primero, el lugar del encuentro, porque en los hoteles pedían el libro de familia a las parejas, y el segundo, que no sabía dónde podía llevarlas, ya que no conocía habitaciones clandestinas para esos menesteres.

Quedé con Josefa en un momento que no estaba de servicio, para comunicarle los inconvenientes que tenía, pero ella me dio la solución; sus señores, un matrimonio de mediana edad iba a hacer un viaje de negocios al extranjero, por lo que se quedarían solas durante una semana. Sólo bastaba saber el día que no tuviera servicio, y a partir de las diez de la noche que cerraban los portales, y sin que me viera el sereno me abrirían la puerta para acceder al piso. Y así sucedió una cálida noche del mes de Mayo.

¡Qué poca responsabilidad se tiene a los veinte años! Me estaba jugando un consejo de guerra, ya que la España de 1960 era una Dictadura represiva, y además yo era militar, por lo que la pena podría ser muy dura. Pero cuando el sexo domina al seso, no se pueden controlar las pasiones. Y llegó la gran noche.

Tuve que salir del destacamento por la puerta que da a la calle Fernando el Santo, y sortear a la patrulla que hacía ronda por el exterior, ya que de verme algún compañero tendría que darle explicaciones. ¿Y que explicación iba a darles? ¿Qué iba a follar?

Eran las diez y cuarto cuando llegué al portal, allí estaba Celia oculta tras las rejas esperándome. Abrió sólo lo suficiente para que pudiera entrar.

-¿Qué te ha pasado cariño, que has tardado tanto? Pensé que ya no venias.

-Lo siento, pero me las he tenido que ingeniar para poder llegar hasta aquí, a pesar que son menos de veinticinco metros los que separan los dos edificios.

-Me lo supongo, he visto a la patrulla de guardia recorrer la calle. Pero vamos para arriba, no sea que vaya a venir el sereno y nos vea.

Subimos por la escalera del servicio hasta el tercer piso, ya que el ascensor no funcionaba. Celia iba delante unos tres o cuatro peldaños; y aunque la iluminación era tenue, si lo suficiente para contemplar como su hermoso tafanario se movía a cada peldaño que subía a través de una sutil falda azul que llevaba; pero lo que me llamó la atención fue, que se la marcaba la raja del culo de una forma muy descarada.

-Celia: ¿no llevas bragas? Le dije muy bajito.

-¡Calla¡ qué nos pueden oír. No, no las llevo.

-Vale. Me callo. Pero me sobrevino una erección.

Josefa estaba asomada con la puerta entreabierta unos centímetros, esperando nuestra llegada.

-¡Por fin llegáis! Ya me estaba poniendo nerviosa. Dijo nada más llegar al rellano del piso.

Entramos, tenía Josefa la luz apagada. Sólo la conocía de lejos o a través de la venta; pero quedé embobado al ver el pedazo de culo que tenía. Si el de Celia era hermoso, el de Josefa era descomunal.

Aquello me produjo tal excitación que se me puso a tope, y suspiré...

-¡Menos mal! Porque temía que la situación me superara, y no pudiera empalmarme. Como dije antes, hacer un trío en aquella época por la cara y en nido ajeno no estaba al alcance de cualquiera, y temía que los nervios me jugaran una mala pasada.

¡Mira Celia! Le dije a la vez que le tomaba de su mano derecha y se la llevaba a mi bragueta.

¡Cómo la tentaría que dijo!

-¡Jo! Félix, que dura la tienes, esperamos que no se te baje en toda la noche.

-¿Tienes hambre? Me dijo Josefa, que como ya saben es la cocinera.

La verdad que no tenía hambre, pero al ver aquel jamón de pata negra que colgaba de un gancho de la pared, me entraron de repente.

Seguía empalmado a tope porque las caderas y el culo de Josefa me impresionaban. Nunca podría imaginar, que una mujer tuviera tanta carme por ahí. Se dio cuenta y me dijo la muy picarona.

-Por la cara que pones, seguro que prefieres mejor mis jamones ¿a que sí? Dijo subiéndose la falda hasta más arriba del vientre. Desde que has entrado no me quitas los ojos del culo.

La verdad que sí, que miro muy descarado a las mujeres, pero sin darme cuenta; ya me lo advierte mi hermana María.

-¡Jolín! Félix ¡Miras con un descaro a las mujeres!

Celia se reía al contemplar la escena ¡Menos mal que no era celosa!

Los muslos de Josefa no eran unos muslos cualquiera. Impresionaban, y más en aquellos años de tantas carencias.

-¿Donde te parece que vayamos? Le dijo Celia a Josefa, por lo bajito.

-¡Qué mejor que en el cuarto de los señores! Ni están, ni se les esperan.

De súbito me entró un cierto temor, quizás debido a que tomé conciencia de la situación: follar a la criada y a la cocinera en aquella habitación tan lujosa me parecía una profanación. Luego supe que el señor era un alto cargo del Régimen, y marqués para más señas.

-Tranquilo Félix. Me dijo Celia al observarme, que sabemos lo que hacemos. No va a pasar nada.

Me acordé de las escaleras, cuando subíamos al piso, y le alcé la falda. Efectivamente, no llevaba bragas.

-Ponte unas bragas Celia. Le dije con un autoritarismo simulado.

-¿Pero para qué?

-Porque lo que más me gusta, es bajar las bragas a la mujer que me follo.

Josefa reía. A la vez que le dijo: -Anda mujer dale ese placer, y ponte esas bragas rojas que te compraste ayer.

-¡Rojas!  Exclamé casi en un grito. Mi color preferido.

Al poco, aparecía Celia con unas braguitas rojas, de esas que van por debajo del ombligo y transparentes, y ese maravilloso tetamen de 120 cm al aire, libres.

Desde ese momento empezaba a comprender, y a la vez se derribaban todos los mitos que yo creía que portaban las mujeres decentes. ¡Cómo si a las decentes no les picara el chumino igual que a "las otras"! ¡No te jode!

Josefa se desprendió de su bata ¿o era un vestido? No me acuerdo, y también se quedó en bragas. Eran de las llamadas de "cuello alto". Pero es que a ese pedazo de culo, unas bragas de "cuello bajo" quedarían ridículas.

Josefa y Celia

 Las tumbé a las dos en la cama del Marqués; boca abajo; el espectáculo era deslumbrante y maravilloso, aquellos dos culos juntos causaban asombro e impresión, pero sobre todo, emoción.

Las dos hembras no me inspiraban ninguno de los sentimientos afectos al corazón, pero la polla me daba golpes contra el ombligo. Aquí rompí la barrera que me separaba mentalmente entre el sexo por amor en toda su pureza, del sexo por puro placer. Y una vez mentalizado que los cuerpos están concebidos para el deleite de los humanos; que el alma y el corazón sólo pertenecen a la espiritualidad, me dispuse a gozar de aquellos dos a través de la lujuria y la voluptuosidad, que son sentimientos del animal, porque animales al fin y al cabo somos.

Describir minuto a minuto lo que aconteció en la habitación del Marqués, desde las once de la noche hasta las cinco de la madrugada que me quedé dormido es complicado, porque hubo momentos en que me abandoné a las caricias de las dos sicalípticas cerrando los ojos dejándome hacer. En algunos momentos no sabía si la que me comía la polla era Celia o Josefa, porque las dos mamaban al unísono; y la vulva que yo lamía, de cual de las dos era.

Me encontraba en el reino de los lujuriosos. Y cuando las cataratas de semen se desbordaban por aquellos glúteos y pechos, era tal el placer que sentía todo mi ser, que comprendí que el espíritu es un obstáculo que ponen aquellos que aseguran que el desenfreno y la liviandad en el sexo, son un pecado mortal.

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Lo que la Naturaleza confundió. Capítulo 19º 20º

Lo que la Naturaleza confundió. Capítulos 13º 14º

Lo que la Naturaleza confundió. Capítulos 3º 4º

Lo que la Naturaleza confundió. Capítulos 5º 6º

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Arrepentidos los quiere Dios. Capítulos: 1. 2. 3.

Recordando a mi primer amor

El macho que quiso ser hembra. Segunda parte

Arrepentidos los quiere Dios. Cap. XIX y XX

Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo XV

Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo IX

Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo VIII

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