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EL PODER DE UNAS BRAGAS USADAS (Burusera)

en Fetichismo

 Hola, me llamo Cristina, Soy una chica de 19 años, trabajo de ayudante de secretaría en un bufete de abogados. Mi labor consiste en atender las llamadas telefónicas del secretario del director, y organizar su agenda de trabajo.

Hablo perfectamente inglés y francés por haber residido en Londres y Paris debido a que mi papá es diplomático; y ha estado destinado en las embajadas de los países citados durante varios años.

He estudiado secretariado de empresas, y para el año que viene ingresaré en la Universidad Autónoma de Madrid para iniciar la Carrera de Derecho.

Soy una chica de mi época; me encantan las fiestas y salir de marcha con los colegas de mi pandilla, aunque mis viajes de trabajo muchos fines de semana que tengo que hacer con mi jefe me lo impiden; pero no me importa, porque son viajes a ciudades como Barcelona, San Sebastián y hasta algunas europeas y me lo paso “guay” ya que nos alojamos en hoteles de cinco estrellas, y comemos en restaurante de cinco tenedores, además de recibir un sobresueldo que me viene de perlas para mi colección de lencería, ropa que me chifla y en la que gasto gran parte de mi salario, sobre todo en braguitas y sujetadores, y algún liguero que otro, sobre todo los negros y malvas colores que le encantan a Sergio, un chico de la pandilla con el que suelo acostarme cuando nos apetece; ya que de momento, eso de novios, nada.

Mi jefe, Eduardo, es un chico de 32 años, soltero y sin novia formal, ya que además de ser su secretaria soy un poco su celestina, y más de una vez he tenido que involucrarme en sus líos de faldas; pero no como afectada, sino como tapadera.

Es de los que no mezcla el trabajo con los sentimientos; y aunque me he insinuado varias veces enseñando mis braguitas cuando estoy sentada enfrente de él dictándome la correspondencia, y aunque sé que me mira con disimulo, no se da por aludido. Pero en uno de los viajes que hicimos a la Bella Easo, ocurrió algo que voy a relatar a continuación. Algo que me dejó desconcertada y admirada a la vez.

-Cristina, me dijo un lunes nada más llegar a la oficina. El jueves tenemos que ir a San Sebastián para cerrar el contrato con el señor Basaldúa. Reserva los pasajes.

-¿Cómo de costumbre? Don Eduardo.

-Si en coche cama del expreso de Irún, ya sabes que mientras pueda no viajo en avión.

El jueves tomamos el tren expreso Madrid-Irún. La fecha corría por el mes de mayo; el tiempo era espléndido, aunque no para bañarse en la maravillosa playa de La Concha. San Sebastián, o Donosti, o la Bella Easo como se la suele llamar por estos lares es una ciudad preciosa, para mí, la más bonita del mundo.

Como de costumbre, viajamos en dos departamentos individuales, contiguos. Llegamos a San Sebastián a las ocho de la mañana del viernes.

-Buenos días ¿Qué tal has dormido, Cristina?

-Buenos días don Eduardo. Muy bien, ¿Y usted?

-De maravilla.

A las 10:30 teníamos la cita con el señor Basaldúa, un sesentón todavía de muy buen ver. De un metro noventa (por lo menos) y de unos 90kg. Más de músculo que de grasa; y forrado de millones, y por lo que oía en algunos comentarios de los varones del bufete, mujeriego y coleccionistas de lencería, con preferencia las bragas de color malva y negro.

En la Estación del Norte (así se llama la Estación de Ferrocarril de Donosti) no esperaba un coche Mercedes Benz de alquiler.

-Cristina, Me dijo mientras conducía hacia la Plaza del Buen Pastor esquina a la calle de Urbieta donde tiene el despacho don José Antonio Basaldúa,

-Dime Eduardo.

Aunque me llamaba de tú, nunca se tomaba más confianzas que las del trato. Yo sólo le llamaba de tú en los viajes a solas, y porque él me lo pidió; pero en el despacho o en las reuniones, siempre le llamaba de usted.

-Te voy a hacer una pregunta un tanto delicada; y cree que te la hago para que estés prevenida.

-No me asustes Eduardo, le dije con gesto de preocupación mal disimula a la vez que le tomaba del brazo como buscando su protección.

-Verás Cris, Cuando te dicte don José Antonio, procura poner las piernas de forma que no vea más allá de las rodillas.

-¿Y eso por qué? ¿Es qué es mojigato?

-Todo lo contrario Cris, lo que es un fetichista de la ropa interior femenina… bueno más bien de las bragas…. Y cómo tu acostumbras a llevad minifalda… Bueno… ya me comprendes…

Quedé algo sorprendida, pero a la vez interesada, precisamente hace unos días estuvimos hablando mis amigas Tere y Paula sobre la moda japonesa de la Burusera.

-¿De la Buru, qué? Pregunto Tere.

-La Burusera, Apuntó Paula. Hija, no estás a la última.

-¿Y se puede saber qué coño es eso? Tere dice muchos tacos, como casi todas las chicas de hoy,

-Pues se trata de vender eso que tapa lo que acabas de decir.

-¿Qué tapa qué...? Haz el favor de hablarme claro. ¡Coño!

-¡Lo qué tapa el coño… el coño…! ¿Te has enterado ya… Rica?

-¿Pero las bragas no las venden en las tiendas de lencería?

-En las tiendas las venden sin usar… Dijo Paula dejando caer la frase.

-¡Coño! No las van a vender usadas… No te jode. No sé qué mujer iba a comprar unas bragas usadas por otra tía.

-Pero es que no las compran las mujeres, Apunté yo que me estaba riendo de la sorpresa de Tere.

-Las compraran el gay ¿no?

-Sigues sin enterarte. Siguió Paula apuntando. Las compran los tíos, los fetichistas. Y las pagan muy bien si huelen a hembra en todo su apogeo.

Llegamos al despacho de don José Antonio, y me planteé no hacer caso de la recomendación de Eduardo. Me propuse enseñar las bragas hasta las puntillas. Precisamente las llevaba malvas (sin puntillas, que ya no se llevan). Eduardo se iba a enterar de como un hombre se recrea mirando mis piernas y mis bragas; no como él, que aparta la vista cuando me pongo en posición idónea para el recreo de los ojos de los que saben ver las esculturas de mis muslos.

Después de las presentaciones de rigor, el señor Basaldúa escaneó mi cuerpo de una forma nada disimulada; cosa que no me molestó, al contrario; me daba más motivos para realizar lo que estaba tramando.

-Maja tu secretaria Eduardo, muy maja ¡Sí señor!

-Pero es más eficiente trabajando, ya lo verá. Dijo Eduardo algo molesto por ese cometario, pero sin dar signos de desaprobación, ya que don José Antonio es el mejor cliente del bufete y no se le debe contrariar. Además, es notorio su…digamos afición a coleccionar ropa interior femenina.

-Cuando quiera, empezamos con el contrato, Cristina, por favor, empieza a tomar las notas que te dicte don José Antonio.

Me situé justo enfrente de don José Antonio. La minifalda como veinte centímetros por encima de la rodilla, posibilitaba mis proyectos. Y recordando a Sharon Stone en la película “Instinto básico” (yo con bragas, la Stone sin ellas).

El efecto fue fulminante, don José Antonio miraba entre mis muslos como Michael Douglas miraba a las de Sharon. Y hasta se quitó las gafas de miope para limpiarlas y ver más claro, ya que el sudor de la frente se las empañaba como el cristal del parabrisas de un coche en día de lluvia.

-¡Pero no te he dicho chiquilla que no le ensañaras las bragas! Me dijo Eduardo muy disgustado. Cuando terminamos.

-¿Y eso qué ha sido; malo o bueno para el bufete?

Quedó pensativo, dando a entender que mis bragas iban a beneficiar a la Empresa, ¡Y mucho!

Por lo que le dije: Además he quedado esta noche con don José Antonio.

-¿Cuándo? Si no te he visto hablar con él.

-He aprovechado ese momento que has ido al servicio.

-¿Y qué te propones, chiquilla?

-Sacar el beneficio a mis bragas, el mismo que la empresa va a sacar, porque me ha dicho don José Antonio, que como prescindáis de mí, él prescinde de vuestros servicios.

Don José Antonio me dijo en la intimidad de la habitación del hotel: soy impotente por los medicamentos que tomo por un infarto que tuve hace unos años. Dios me ha quitado la fuerza sexual, pero el muy…. Me ha dado más deseos… ¡Una gran putada!

-Y su…

-Tutéame, por favor.

-Decía que tu afición a las bragas…

-Ya ves hija. La braga para mí es el pináculo, la guinda de la tarta, el telón que cubre la obra de arte más sublime creada por la Naturaleza.

-Y coleccionas muchas, Pregunté con sinceridad, sin ánimo de cotilleo.

-Sólo las de las mujeres tan hermosas como tú. Por cierto, además de la que te acabo de quitar, ¿Cuántas más traes?

-Seis, me suelo cambiar de bragas dos veces al día. Las puedes ver en la maleta que traigo.

-Con una habilidad inusitada en sus dedos, extrajo de mi vagina todos sus fluidos, y lo fue impregnado en todas ellas, por la parte donde la vulva se esconde tras el telón malva y negro, Y con sus apéndices nasales extrajo con enorme deleite todos los aromas de hembra allí depositados.

Todas las semanas recibo un cheque de dos mil euros a cambio de enviarle por correo certificado mis bragas y tangas usados, ¡Ah! La semana que van manchadas de mi periodo, el cheque es cuatro mil.

Gracias a la Burusera, vivo a base de caprichos, y en la Empresa me tratan como una diosa.

¡¡¡¡JODERRRR! PERO QUE PODER TIENE UNAN BRAGAS QUE HUELAN A COÑO FRESCO.

 

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