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Mi bautismo sexual

en Fantasías Eróticas

Mi "bautismo sexual"

 Parte primera. Cómo la conocí.

 Tenía mis cuarenta años cumplidos y jamás pensé que iba a recibir "el bautismo sexual"; eso de que una mujer te eche una meada por la cara y por el pecho me parecía una cochinada. Lo que son las cosas, "comer un coño" lo considero uno de los manjares más exquisitos, y al fin y al cabo es tan cochinada o más que la meada; pero la mente es la que define las situaciones.

A la sazón era Jefe de Ventas de una multinacional farmacéutica, y al final del mes de Agosto hacemos una convención nacional; este año la hicimos en Marbella. Suelen durar de lunes a viernes, y los fines de semana o bien te vuelves para casa, o pasas "el finde" allí.

El Hotel donde dimos la convención estaba lleno de turistas, sobre todo extranjeras, y gracias a que se algo de inglés decidí quedarme porque intuía que iba a ser "un finde" glorioso. Por lo que puse una excusa a mi mujer, que aunque no se la creyó, yo insistí y cuando volviera a casa, ya me las arreglaría para convencerla con un buen regalo que la llevaría de Marbella.

Debo decir en honor de la verdad, que estoy enamorado profundamente de mi mujer, y que soy inmensamente feliz a su lado, y que si esta vez no la llevé conmigo a la reunión de la empresa como hago normalmente todos los años, es porque su padre estaba recién operado de la próstata y decidió quedarse con él y con su madre.

Y también en honor de la verdad si me quedé, fue por las miradas furtivas que me echaba una rubia de impresión en el comedor y en la barra de la cafetería del Hotel, miradas correspondidas por mí, pero obviamente no "podía atacar" porque el trabajo de dirigir la convención me tenía preso día y parte de la noche preparando los temas del día siguiente.

Pero el viernes a la siete de la tarde clausuré la reunión de ventas, y me dispuse a conquistar a la rubia. Parecía nórdica, ya que una de sus amigas o compañeras que estaban con ella, la llamó Ingrid. Y además sus rasgos vikingos: esa cabellara rubia, los ojos claros y esa tez  nacarada lo evidenciaban.

Después de una tonificante ducha "y perfumao" con esencia de Loewe; mi pantalón blanco inmaculado, mi polo azul celeste, embutidos en mi cuerpo de 1.85 mt y 80 kilos, era la imagen del "latin lover" que hace estragos entre las nórdicas. ¡Qué pena que las lectoras no puedan verme! Seguro que si me vieran en una foto, mi correo electrónico se iba a saturar de llamadas pidiendo "mis favores".

Bajé desde el primer piso donde estaba ubicada mi habitación con pasos parsimoniosos hasta la cafetería del Hotel, como aquel que se quiere hacer notar. Atravesé aquellos 15 o 20 metros que separan la recepción, (en donde deje la llave) de la cafetería, con la misma parsimonia y moviendo un poco el culo, una de las partes de mi anatomía que a las mujeres les encanta, según dicen las que lo han contemplado con el "traje de Adán".  Y también algún gay me lo ha hecho notar. ¡Ojo! sólo a través de la forma que le da el pantalón, que a los 40 años, un servidor sólo follaba con tías. El follar con tíos empecé a partir de los 50 años. Pero en la fecha que hago este relato, por mi ojete no entraba ni "el bigote de una gamba".

Allí estaba ella, como esperándome, y además sola, lo cual me dio a entender que estaba esperando este momento. Después supe, que "la muy jodia" se había informado a través de algún conserje de quien era y que hacía en el Hotel.

Estaba sentada en unos de los taburetes de la barra de la Cafetería. La imagen que destellaba era de impresión, si no supiera que era una mujer, la hubiera confundido con un diosa. Su cabellera ligeramente flameada se deslizaba en cascada hacia sus hombros, en donde terminaba en ondulación hacia el exterior, a la altura de sus pechos.

Las piernas cruzadas, colgadas del asiento, torneadas como las columnas de una catedral; y el muslo derecho que descansaba en el izquierdo obviamente por el cruce de las mismas, a través de su pantalón azul celeste parecían moldeadas por el "Alfarero Mayor del Cielo". El vientre al aire, su ombligo seguro que era "el timbre para entrar en el Paraíso". ¡Y sus pechos! ¡Ay sus pechos! Recogidos por una especie de blusa blanca que sólo le cubría una pequeña parte de los mismos, y que formaban un vergel entre dos alcores. Contemplar la anatomía de Ingrid era lo más parecido a contemplar el paisaje más maravilloso del Mundo.

Fue tan grande la impresión que me causó, que paralizó mis neuronas, por lo que me asusté, ya que la impresión ante una hembra de esa magnitud puede suspender el proceso de erección del pene, y pegar un "gatillazo" (ya me pasó una vez) y me horroricé, sólo pensar que no se me "iba a poner gorda" con Ingrid por la impresión me aterraba.  Pero deseché esos temores al acercarme a ella.

-Hola Ingrid.

-Hola Darío.

¿Cómo sabes mi nombre? Le pregunté intrigado.

-¿Y tú como sabes el mío? Me dijo ella sonriendo.

Los dos echamos tal carcajada que llamamos la atención de los que estaban cerca de nosotros. Pero fue la prueba de que estábamos deseando conocernos.

-Yo, sé como te llamas porque un día oí como te llamaba una amiga. ¿Y tú cómo sabes que me llamo Darío?

-Por lo mismo que tú sabes el mío, porque te han llamado tus amigos varias veces.

Volvimos a reír, esta vez con más comedimiento.

-¿Qué estás tomando? Le pregunté por decir algo.

-Un San Francisco. ¿Y tú que vas a toma?

-Una ginebra con menta.

Se río.

-¿De qué te ríes. Ingrid. Por cierto, de dónde eres.

-Danesa, de Copenhague. Y me río porque los daneses suelen beber esa bebida que has pedido.

-¿Por el frío? Dije con algo de ironía.

-Claro, para que se pongan calientes.

La Madre que la parió, pensé para mí. Esta tía es de "armas tomar". Ya puedo estar fino y dejar el pabellón español por todo lo alto, porque "esta hembra es de tres polvos por sesión" ¡por lo menos!

-Qué piensas. Me dijo sin perder la sonrisa, que dejaba entrever una dentadura tan perfecta que parecía postiza.

-Nada en particular, pensaba a donde voy a llevarte esta noche. ¿Qué te parece si cenamos en el restaurante del Hotel? Es dos estrellas Michelín y se come de maravilla.

-Donde quieras Darío, pero soy muy frugal en las cenas.

-Pues yo me voy a comer un solomillo con patatas.

-¿Para reponer fuerzas, verdad? Me figuro que estos días de reunión te han dejado algo débil.

-Te aseguro Ingrid, que cuando tenga que hacer "el máximo esfuerzo" las fuerzas no me abandonarán. Le dije muy seguro.

-Y si te abandonan y te caes, "allí estaré yo para levantarte".

¡Joder con la danesa! "Estaba al loro" de todas, me superaba en perspicacia.

 Parte segunda.  Cena, baile y achuchones

 Después de la cena que se efectuó entre risas y miradas premonitorias y que la alargamos hasta cerca de la media noche con el fin de hacer tiempo, ya que la noche marbellí comienza  partir de las doce de la noche, y "su furor" a partir de las dos de la madrugada, pues el champagne y los whisky ya han hecho los efectos deseados, (por no decir también las drogas) ya que soy enemigo acérrimo de ellas; salimos a la terraza para hacer planes de lo que se avecinaba.

-¿Qué te gustaría hacer? Le pregunté con intención de que ella eligiera el sitio.

-Prefiero un local de música suave, sin estridencias, que llevo unos días con la cabeza loca de tanto ajetreo.

Debo aclarar, que Ingrid habla español perfectamente, ya que es secretaria del Hotel Sheraton de Copenhague, además del inglés, alemán y algo de francés. ¡Vamos! una joya de niña. Y a sus 24 años.

La alegría que me dio fue inmensa, ya que me temía lo peor, que quisiera marcha trepidante, cosa que no estaba para mis tristes huesos después de los cinco días de trabajo. Me apetecía bailar a ritmo de bolero y así poder "restregar las cebolleta" y ver como responde.

Entramos en un local que ya conocía de otras visitas a Marbella, pero me temía que a la juventud de Ingrid no le gustara, ya que era concebido para personas de mediana edad: ejecutivos y empresarios donde tomar unas copas del mejor licor y relajarse con una música suave y retro.

-No sé si te gustará este sitio, Ingrid, entramos, lo ves, y si no te gusta nos vamos.

Entramos, y nada más ver el interior, la decoración y aquellos sillones de cuero que invitaban a tumbarse más que sentarse, dijo:

-¡Ideal, Darío, Ideal! Es lo que necesito después de tantas noches de "movida".

-¿Cuántos días llevas en Marbella? Le pregunté por decir algo.

-Diez días, y el treinta y uno vuelo a Copenhague.

-O sea, que te vas el martes.

-Exacto. Nos quedan cuatro días para disfrutar a tope.

Lo de "nos quedan" me dejó confuso. ¿Quería decir que esos días me los iba a dedicar a mí en exclusiva? Sólo había una forma de averiguarlo, por lo que dije con poniendo un timbre de voz melodiosa.

-Te prometo Ingrid, que estos cuatro días van a ser los más maravillosos de mi vida.

-¡Ah! que estos cuatro días me los vas a dedicar a mí en exclusiva. Dijo sabedora que así sería

-Estos cuatro días y cuatro siglos más si los viviera, Ingrid, porque a mi cuarenta años...

-¿Nada más que cuarenta años tienes? Pero si aparentas poco más de treinta. Dijo cortando lo que iba a añadir.

 -Gracias por verme más joven. Te iba a decir, que, a mis cuarenta años, harto de viajar por todo el mundo, el conocerte ha sido el acontecimiento más importante de mi vida.

-¿Más importante que el día de tu boda?

Me dejó "pasmao". ¡Joder con la vikinga! Tiene más tablas que la Concha Piquer. Pensé.

-Esta noche, nuestra noche de bodas te lo demostraré. Me salió de sopetón, sin pensarlo, y por poco "la cago".

-¿Noche de bodas sin pasar por el altar? Dijo riendo.

-¡Bueno! es un decir, Quiero decir que esta noche te vas a sentir como la mujer más feliz del Universo.

-¡Ah! Mejor así, porque no creo que nunca pase por "algún altar".

Estuve a punto de decirle si prefería "pasar por las cama" sin ceremonias, pero callé porque no quería seguir redundando en el tema, me superaba.

En ese mismo momento el pianista del local, el violinista y el bajista, los componentes de la orquesta tocaban la melodía de: "Muñequita linda". Lo cual me vino de perlas para cambiar el tema.

-Mira que oportuno, Ingrid, una canción dedicada a ti.

-No la conozco.

-Es que es una canción muy española.

-¿Y de que habla?

-Escucha al vocalista. Era el contrabajo.

 Muñequita linda

de cabellos de oro

de dientes de perlas

y labios de rubí...

-Te está describiendo. Tus cabellos son de oro, tus dientes como perlas y tus labios... ¡ay! tus lab...

No pude acabar la frase, los labios de Ingrid sellaron los míos.

Su lengua me invitaba a que abriera la boca de par en par...

Y con su lengua llegó hasta mi paladar...

Y en mi bóveda bucal su lengua hacía una bacanal...

Las cosquillas me hacían vibrar, y mi pene se puso de duro hasta el final...

Si no la aparto me "corro como un animal". Por lo que le dije:

-Cómo lo que tu lengua ha hecho en mi paladar lo haga en mi glande, creo que no lo podré superar.

-Dentro de un rato lo sabrás.

Bailamos lento un bolero...

Pegados... muy pegados...

-Cómo se te nota el solomillo. Me dijo al oído mientras mordisqueaba el lóbulo.

-¿Qué solomillo?

-El que tienes detrás del calzoncillo.

No pude contener la risa, y apretando más mi pene a su tripa, le dije también a su oído.

-El que dentro de unos momentos a tu vulva le sacará brillo.

Bailamos hasta las cuatro de la madrugada, y abrazados nos fuimos al Hotel felices como dos chiquillos.

 Parte tercera. Mi "bautismo sexual"

 Tuve que hacer esfuerzos para "no correrme" bailando, pero estaba muy contento porque la sombra del gatillazo había desaparecido; nada más arrimarme a ella, se me pone como el cerrojo de un penal; aunque tres polvos no sé si podría echar, pero dos seguro que

-Mejor Darío que vayamos a tu habitación, la mía la comparto con una amiga, y aunque llegará de madrugada, es de dos camas, ¿Comprendes?

-Comprendo Ingrid, comprendo. Mi habitación es de cama de matrimonio.

Llegamos al Hotel a las 04:15 horas, lo sé porque miré al reloj de recepción, situado justamente frente a mis ojos.

Como mi habitación está en la primera planta, Ingrid no tomó el ascensor, sino que tomó la escalera mientras yo cogía la llave.

Subía como unos cinco peldaños delante de mí, y aquí es donde pude observar la magnitud de su cuerpo en todo su esplendor. El pantalón ajustado a sus caderas y nalgas las dibujaban de tal forma, que parecían salirse de sus lindes; lo hombros cubiertos por su sedosa cabellera dorada le daban a su espalda unos reflejos que de ser yo el gran Salvador Dalí, hubiera inmortalizado su cuerpo para la eternidad. Su maravillosa obra: "La muchacha en la ventana" hubiera sido postergado por el de: "Vikinga subiendo por las escalera". ¡Seguro que sí!

Otra vez la sombra "del gatillazo" paralizó mi mente, pues es tanta la belleza de Ingrid, que "acojona".  Pero no. Al introducir la llave, me abrazó y me besó de tal forma, que los 22 cm de polla volaron hacia el cielo sin alas.

A esa hora el pasillo esta vacío, nadie transitaba por allí, por lo que me despreocupé, no me agradaba que alguno de mis vendedores o secretaria me vieran, y luego "lo cascaran" en la empresa.

Me palpó la bragueta con su mano derecha a la vez que decía:

-Parece que "el solomillo" sigue activo.

-¡Vivo, más vivo que nunca! Que te va a parecer "un cepillo".

-Ahora comprendo la expresión vuestra de: "a esa me la cepillo". Dijo como todas sus expresiones: sonriendo.

-Ya sabes Ingrid que el idioma español es muy rico en locuciones.

Entramos en la habitación, y como seguía empalmado (aquello no bajaba) me las prometía muy felices: el primer polvo iba  a ser de campeonato. Después ya veríamos.

Empezó a desnudarse mientras iba al baño, dejando por el suelo la ropa que llevaba...

Primero los pantalones...

Luego la blusa... (No llevaba sujetador, ni falta que le hacía)

Y al quedarse en bragas, se paró...

-No te las quites... Te lo pido por favor. Bajar las bragas a una dama, es unos de mis mayores placeres y el mayor honor.

Entramos en el bañó. Yo en pelotas, ella con la braga.

-Darío.

-Dime hermosa vikinga.

-¿Estás bautizado?

-Pero coño a que viene esa pregunta. En España el bautismo es obligado a todos los que nacen.

-No cariño. Me refiero si estás bautizado sexualmente.

Ahora si que no tenía ni puta idea. Por lo que le pregunté un tanto mosqueado. -¿A que te refieres con en eso del bautismo sexual?

-¡Qué si nunca te ha meado una mujer!

-¡Joder, joder, y tres veces joder! Eso si que no me lo esperaba.

-Pues la verdad que no Ingrid.

-Pues a un danés si no le orina una mujer, no es de merecer.

-¿Y qué hay que hacer? Pregunté como si no supiera que es eso.

- En la bañera recuéstate.

-¿Boca arriba?

-Claro mi amor. Tienes que ver como te bautizo, si no lo ves el bautizo se hace al revés. Has de ver como el "agua amarilla" de la "Fuente del Amor" te llega hasta los pies.

Me situé tal como me dijo. Menos mal que la bañera era amplia y mi metro ochenta y mis ochenta kilos cabían holgadamente. Y cerré los ojos tal como me había pedido.

-Abre los ojos.

Cuando los abrí el espectáculo era para que otra vez lo inmortalizara Dalí con el título: "el bautismo del amor".  El coño de Ingrid no sé si seré capaz de describirlo en su verdadera dimensión, y eso que lo tenía a escasos 25 cm de mis ojos. Depilado por las ingles, por lo que la vulva se podía apreciar en toda si intensidad; los labios mayores de un color rosado que afloraban como un centímetro de la hendidura. El capuchón del clítoris sobresalía del Monte de Venus formando una especie de alcor, de un rosa más intenso que los labios mayores. Y el clítoris parecía como una cereza roja, se notaba que lo tenía hinchado por la excitación que se leía en su rostro. Me dejé hacer.

De súbito un chorro de "su agüita amarilla" regaba mi rostro y cabellera azabache. Miré fijamente con los ojos más abiertos que nunca por donde salía ese caño. ¡Pues de donde va a salir Darío!  Del coño. Después regó pecho, mis muslos y mis piernas acabando la última gota en los pies.

Juro por mi honor que me gustó. ¡Pero claro! porque me "había bautizado una diosa". Si me hubiera "bautizado" mi vecina Jacinta que le huelen los sobacos cosa mala cuando bajo o suba con ella e el ascensor, (cómo le olerá el chumino) seguro que hubiera vomitado.

Lo que hice inmediatamente después no sé si formaría parte "del rito". Al ver como de su coño emanaban unas gotas de aquella malvasía, me lancé desesperado a lamerlas, y con tal fuerza la tomé de las nalgas, que incruste de tal forma su coño en mi boca que las devoré entre los ayes y estertores de Ingrid se retorcía de placer.

Una vez repuesto de tantas emociones, mientras ella me restregaba la zona perineal con una esponja, me dijo.

-Ya está bautizado Darío. Así que cuando te folles a una nórdica te lo va a preguntar. Si quieres te doy un certificado de tu bautizo.

-Qué pasa, ¿que a tus paisanas les gustan follar con "tíos bautizados"? Pregunté algo confundido.

-Un hombre "bautizado" es una prueba de que le gusta el sexo oral, y a la vikingas, como tu nos llamas, nos encanta eso?

-¡Coño Ingrid! Te aseguro que la mayoría de los españoles somos lamerones y no nos ha hecho falta que "nos bauticen".

-Ya lo sé cariño, ya los sé. Pero uno de mis placeres es ver como "meo al macho" y le someto a mis caprichos.

-Ya veo ya...  Oye, le dije algo mosqueado. Y no te gustará también hacer "popo" en los tíos.

-¿Eso que es?

-Cagarte, ¡coño! cagarte encina de un tío

-Eso sólo lo hago cuando me lo pide el que me gusta, y si tengo ganas.

-¡Pero hay tíos que piden eso! Exclamé asombrado.

-Si fueras una mujer como yo, te asombrarías de los vicios de los hombres.

Acabamos de ducharnos y nos fuimos derechos a la cama. Pedimos una botella del mejor champagne francés y fumamos unos cigarrillos mientras subían lo pedido.

Juntamos nuestros cuerpos abrazados; la erección fue fulminante, ya que durante la ceremonia "del bautismo" no me había "corrido". La polla me reventaba.

-Espera a que suban el champagne cariño. No sea que nos pille en plena faena el mozo.

-Pero mientras llega, te voy a devorar a besos. ¿Sabes una cosa Ingrid?

-¿Qué?

-Qué me ha gustado eso del "bautismo". ¿Me puedes "bautizar" mañana otra vez?

-Mañana será la confirmación.

-¿Cómo la confirmación?

-Sí tonto, que una vez bautizado el neófito, si pide que se repita, se llama confirmación.

-¡Ah!

Subió el mozo con el champagne y unas fresas.

-¿Quién ha pedido fresas? ¿Tú Ingrid?

-No don Darío, son un detalles del Director del Hotel. Su empresa y usted son uno de nuestros mejores clientes...

-De las gracias al señor Director.

-De su parte se las daré.

 EPÍLOGO

Narrar lo que sucedió la noche del sábado y del domingo siguientes se lo puede imaginar el lector. Juro por Dios, que Ingrid se fue a Copenhague tan satisfecha que me contó una cosa  en una de mis llamadas telefónicas que le hacía con frecuencia, y  no sé si es verdad o es un chiste.

En el asiento del lado del suyo del avión se sentaba una señora mayor. Al sentarse Ingrid exclamó como para sí pero en voz alta:

-¡Al fin juntas!

La señora que estaba al lado le dijo:

-Señorita, que yo a usted no la conozco de nada.

-Disculpes señora, pero no me refería a usted, me refería a mis piernas.

Mantuve una relación con ella durante dos años, y en mis viajes de negocios a Dinamarca nos veíamos y follábamos. Hasta que se echó un novio finlandés (para casarse, además de para follar). Me dijo que a pesar de que nunca nadie la llevaría al altar, los años le habían hecho "sentar la cabeza".

Una pena, porque follar con Ingrid "y sus gloriosas meadas" no las he vuelto a hallar en otra mujer. Lo que me dejó en la incertidumbre, que hubiera sentido de haberme echado una cagada saliendo de su hermoso culo. Pero mejor no pienso en ello, aunque la verdad que no me da asco el pensarlo. Ya me dijo, que los tíos piden cosas inverosímiles.

 FIN DEL RELATO

 

 

 

 

 

 

 

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